DIáLOGO DE POETAS

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dIÁLOGO DE POETAS
L
a poesía es una manera de mirar.
iPor eso, en muchas ocasiones
el texto pa­rece una fotografía o, mejor, como se decía antes, una instantánea, un momento detenido en el tiempo. Pero –como parece
evidente en estos poemas– no se mira para sí mismo, sino para los
otros; a través del poema sucede la iluminación de forma per­manente,
está ahí en cierta manera para todos, y esa manera de entender el
grupo social empieza por lo inmediato, por la media de la otredad más
frontal en la medida en que justamente es una otredad desprendida de
uno mismo: los hijos. Esa es la razón, por ejemplo en la vida cotidiana,
de las fotos y videos de viajes familiares: eso que está ahí está pletóri­
co de sentido.
Lo importante es el ahí que da –justamente– sentido al sentido.
Todo al ser habi­tado deja de ser ruina, sobre todo el paisaje que, antes
de que el hombre lo mire está, vive en el sinsentido, no tiene razón de
ser. A veces esa instantánea es pura sensación táctil, el sol en la piel,
la tierra bajo los pies. El tren pasa a lo lejos como un recordatorio de
que, si bien el tiempo se ha detenido en nosotros, el mo­vimien­to no.
Se diría que estos poemas tienen algo de instintivo. La emoción descrita no es, no todavía, un sentimiento, sino una emoción que no pasa
por el sentir, como cuando la piel se pone “de gallina”. Podríamos,
aunque se sabe que no es verdad, decir que no significa nada, que
lo que busca el poema es un sentido sin significación, que no ha pasado
el hecho –la instantánea, la iluminación– por la conciencia, sino que es
evidencia pura.
Estudios 106, vol. xi, otoño 2013.
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Pedro Serrano
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Es una manera de ver anterior a la visión. Dos bueyes en la arena
recortados ante el mar tienen algo de imagen apocalíptica, y sin embargo todos los poemas insisten: son un decaimiento a la mirada. La brisa
que los recorre como un estremecimiento se debe a que si el tiempo no
existe, decir que hay un principio y un final es absurdo. Por eso en el
poema –quiero decir: en los poemas de Pedro Serrano– hay una con­
dición de lo vivido simultáneo. Por eso el dolor, que sin duda aparece
en ciertos momentos, es soportable, nunca comprensible, pero sí habitable. Si habitamos el paisaje es porque le damos tratamiento de casa,
de hogar, así sea pasajero y efímero.
En pocos poemas de su obra Serrano, un poeta contenido, se atreve
a mirar el abismo del sentimiento sin miedo a la cursilería. Y descu­
bre que hay que dejarlo llegar, estar en él. La poesía no mira fácilmente
hacia la infancia, no habla de y desde los niños –los hijos son una manera acentuada de los niños– ni los recrea como hace con el amor. Y si
bien el amor filial suele expresarse hacia arriba: el mejor ejemplo Las
coplas de Jorge Manrique o, si se quiere el Pedro Páramo de Rulfo,
Serrano se atreve a invertir el orden: llega a la Comala de sus versos
porque le dijeron que allí vivían sus hijos.
José María Espinasa
Estudios 106, vol. xi, otoño 2013.
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diálogo de poetas
Poemas
Pedro Serrano
Plan de tlalcapatla
Un jacal en que entráramos,
techado de niños,
carbón al viento y basurillas
en los pajares del maizal.
Por ahí las vacas,
a la partida de los peones,
sin hibernación ni guarida.
Olisqueando huellas humanas,
ruido entre nos.
En los escombros,
rizos y un camioncito,
mechas de palma entre las ruedas,
un bule roto y tres piedras tiznadas
en señal de hogar.
Sobras de trashumancia
luego de la siembra,
al cabo de la pizca.
El plan ahora un mar dorado
en que nos calentamos
como mazorcas al sol
en cuaresmal espera.
*
de inmovilidad y estampida
Pasa el ferrocarril, mis hijos duermen
en su playa que es el verano,
un paréntesis de quietud
y un hueco en el que encaja
por un rato la horqueta de un tronco
detrás de la maleza, sorprendido.
Estudios 106, vol. xi, otoño 2013.
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Pedro Serrano
Detrás de la maleza sorprendido
en su mudo aspaviento mágico,
un pujido de luz enmarca
el semillerío de los pájaros,
piruetas y espiguetas sonoras
pespunteando cables invisibles.
Pespunteando cables, invisibles
hilos que cruzan con su lápiz el cielo,
embadurnando y borrando la plancha gris,
mascullando mendrugos y ruido
que en un instante de estática
enmarcan al amanecer.
Enmarcan al amanecer,
y a este árbol quieto en su hueco,
y a mis hijos en su respiración,
y a la curruca en su griterío,
y al ferrocarril en un solo haz
de inmovilidad y estampida.
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Pauline Drive, Chevy Chase, 8 de julio de 2010.
*
Niños y tortugas
Mis hijos aprenden a nadar,
como dos tortugas recién salidas
de la blandura arenada del huevo,
al pozo de amor y cobijo donde los esperamos
hasta hoy.
Agitan los brazos y pies, las aletas grumosas,
se desesperan y desconocen,
avanzan en la vida por minutos,
hasta que quedan ya,
ágiles y diminutas monedas de cobre y viento
que corren por la playa, ruedan,
Estudios 106, vol. xi, otoño 2013.
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diálogo de poetas
se internan en la inmensidad de la ola.
Con la ayuda del mar, o de los suyos,
se han librado de perros y pelícanos,
patos buzos y otros humanos
y empiezan a ir solas en el agua, sumergen la cabeza,
mueven un brazo y el otro,
en ese medio antiguo, acosador y hostil y cálido.
Con aprendizaje de signos o de millones de años
viajan hacia la madre del mar, peligro y familia.
En el espacio de lo inopinado se desenvuelven,
con trabajo agarran el mar.
Nosotros somos la raíz y el costado.
San Agustinillo, 2006, probablemente.
*
Dientecillos
Como un maravedí el primer diente de mi hijo,
una joya frutal y peligrosa, un dulce a la vista.
Ahora que se le ha caído
parece una pieza de marquetería,
un marfil en cajita de luces,
una joya de tiempo en vilo, brillando, duro.
Entre uno y otro cinco años
de recolección y subsistencia,
nómadas en el jardín de la vida,
peregrinos en el trazo de calles, casas, suerte.
Reconocemos los meses como altiplanos, valles o playas.
Cada detalle que acumulamos es historia común.
Haz de familia, destello.
Es lo que somos juntos.
Igual a ellos.
Fósiles al viento, piezas de humanidad,
dientecillos de vida.
*
Estudios 106, vol. xi, otoño 2013.
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Pedro Serrano
Boyada
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Como dos bueyes lentos echados a andar por la marisma
hacia el sol mar adentro en madrugada,
con el brillo del agua escurriendo en los lomos,
los enormes cuerpos lentamente avanzando,
ahogados casi en el marasmo de luz laminada
que empieza a extenderse vacía.
Bajada la testuz en el olor del frío,
el hocico avanzando enterrado en las cañas,
adentrándose en la vasta inmensidad
chapaleando el arado, las correas,
haciendo surcos en el agua baja,
arrastrando la doble piedra de sus pezuñas
un lento y pesado esplash esplash,
bestias de labor coronada,
oyendo sólo el chasquido en los pasos
al enterrarse y avanzar.
En el vaho frío del amanecer
vamos, hermanita, hacia el sol de madrugada
como si bajáramos por una misma calle
hacia el centro de la felicidad que nos contiene.
Siendo eso que somos, enormidades,
patas de palo de la risa y la edad,
grandísimas figuras de lenta parsimonia,
bueyes, como si lo fuéramos,
hermanita, como los que veíamos de pequeños
en Azizintla,
al vaho frío del amanecer.
Estudios 106, vol. xi, otoño 2013.
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