1 discurso de joseph weiler

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DISCURSO DE JOSEPH WEILER
Excelentísimo y Reverendísimo Gran Canciller,
Excelentísimo Rector Magnífico,
Excelentísimas e ilustrísimas autoridades,
Claustro de profesores,
Colegas y amigos,
Señoras y Señores,
Sean mis primeras palabras de agradecimiento al Gran Canciller y a la Universidad de
Navarra por la concesión del doctorado honoris causa en Derecho. Este magnánimo
gesto me llena de orgullo y de humildad al mismo tiempo. Y, sin ánimo de abusar, apelo
también a la magnanimidad de este distinguido auditorio con la esperanza de que sepan
disculpar mi lamentable español italianizado.
No quisiera, asimismo, comenzar mi intervención sin enviar un afectuoso saludo a
Antonio López, a quien deseo una pronta recuperación. A lo largo de estos años, muchas
personas me han oído decir que intento escribir de la misma manera que Antonio López
pinta. Sin embargo, como decimos en mi país, una cosa es intentarlo y otra bien distinta,
conseguirlo.
En tan solemne ocasión, me gustaría referirme brevemente a la relación que existe entre
el Derecho —la disciplina objeto de mi investidura— y la santidad. Me resulta consolador
hallarme e incorporarme a una institución académica en la que la palabra santidad no
resulta en modo alguno extraña o fuera de lugar, sino próxima y cercana.
¿Acaso el Derecho, la ley, con sus legalismos, no constituye realmente la antítesis de la
santidad? Occidente es la Cristiandad y ese antónimo ley-santidad está profundamente
enraizado en nuestra civilización. El antinominalismo paulino es un valor compartido tanto
por creyentes como por no creyentes. Entendámonos bien: no sostengo que el
Cristianismo haya abolido la Ley sino que la revolución paulina abandonó la ley ritual
mosaica —la cáscara— para quedarse con el núcleo moral —la pulpa—. Nada tiene de
inmoral comer carne de cerdo; ¿por qué mantener entonces la prohibición? Todos
consideramos que el Estado de Derecho en su sentido más amplio, el denominado rule of
law, es un elemento constitutivo de nuestro paradigma de valores democráticos. Sin
embargo, difícilmente vemos en él un valor espiritual y mucho menos la santidad.
Si esto es así, ¿cómo se explica que nosotros, los judíos, seamos tan persistentes, tan
testarudos? Por supuesto que hemos mantenido la ley moral —No matarás—, pero ¿por
qué mantener también las normas alimenticias, la comida kosher? No sólo el cerdo está
prohibido, también los mariscos, el caviar; la leche y la carne ni siquiera se pueden
mezclar (bye-bye, Cheeseburger…). A veces pienso: si algo es bueno, ¡seguro que no es
kosher! Por otra parte, ¿Qué tiene de malo conducir, o ver la televisión, o usar un
ascensor en sábado? ¿Por qué no se pueden llevar lana y lino juntos? ¿Es realmente
necesario que marido y mujer no compartan lecho doce días al mes?...y, lo que es más
importante, ¿qué tienen que ver todas estas leyes —y cientos más como ellas— con la
santidad? ¿Cuál es la razón de ser de esta esclavitud a la que nos somete una Ley
aparentemente sin sentido?
Piense cada uno de ustedes en un acontecimiento de su vida al que tenga asociada la
idea de santidad. Probablemente fue un momento muy especial, memorable, quizás de
gran silencio interior, de profunda emoción, incluso de gran belleza, sublime, rodeado de
misterio. En esa clase de momentos, en los que sentimos lo inefable, la presencia de
nuestro Creador, creemos experimentar la santidad. De manera similar, pensamos en la
santidad cuando estamos en presencia de personas muy especiales, únicas, mártires que
han alcanzado la perfección moral después de un gran sacrificio. Creemos que estas
personas están particularmente cerca de nuestro Creador y son, por tanto, santas.
Pocos libros han llegado a dominar tanto un área de investigación como el estudio del
teólogo luterano alemán Rudolf Otto sobre la idea de lo santo (Das Heilige) con su
concepto central de lo “numinoso” No sorprende que el mysterium tremendum, el “temor y
temblor” kierkergaardiano, y el mysterium fascinans, que atrae al hombre a lo divino, se
encuentren en el centro de la argumentación que Otto ofrece de la idea de lo santo, y que
tanto éxito e influencia ha tenido. Lo numinoso fue la forma de articular qué significa ser,
y no solamente sentir, la santidad. En suma, santo es lo numinoso.
Permítaseme contrastar este concepto de santidad con otro, enraizado propiamente en lo
jurídico más que en lo numinoso. Esta visión alternativa es la que encontramos en
Levítico XIX, un capítulo de la Escritura que, a su manera, resulta también sobrecogedor.
Aquí es, por ejemplo, donde hallamos el mandamiento Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. Lo he escogido porque este capítulo trata directamente el tema de la santidad.
Veamos algunos pasajes.
1
Entonces habló el SEÑOR a Moisés, diciendo:
2
Habla a toda la congregación de los hijos de Israel y diles: “Seréis santos porque
Yo, el SEÑOR vuestro Dios, soy santo.
3
“Cada uno de vosotros ha de reverenciar a su madre y a su padre. Y guardaréis
mis días de reposo (…).
18
“No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a
tu prójimo como a ti mismo; Yo soy el SEÑOR.
[LA GRAN MORAL PERO VEAMOS LO QUE VIENE INMEDIATAMENTE A
CONTINUACION…]
19
n[o] te pondrás un vestido con mezcla de dos hilos. (…)
[¿RECUERDAN EL LINO Y LA LANA?
¿Qué podemos aprender de estas frases del Levítico?
En primer lugar, la santidad es un desiderátum, algo a lo que uno ha de aspirar, procurar
y mantener. Nadie nace santo; uno se hace santo.
En segundo lugar, se trata de un proyecto conjunto, comunitario, y no sólo individual. No
está reservada a un orden sacerdotal determinado, sino que es para todos.
En tercer lugar —y este es el aspecto más importante—, es un estado que se logra, no
mediante la meditación, el silencio, el éxtasis o el trance, sino a través del cumplimiento
de la Ley, del mandato, del Nomos.
Muchas son las cosas que merecen ser consideradas a partir de aquí.
El proyecto de santidad es omnicomprensivo, cubre todas las esferas de la vida. La
santidad no es algo reservado para el Templo, la iglesia o la sinagoga, sino parte
integrante de la vida en todos sus ámbitos.
Probablemente no existe un mandamiento con mayor reconocimiento universal que el de
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Sin embargo, lo más significativo en el contexto del
proyecto de santidad son las dos cualidades de esta norma. En primer lugar, su
yuxtaposición. Este gran imperativo moral es seguido por lo que a primera vista podría
parecer una mera expresión ritual:
(…) ni te pondrás un vestido con mezcla de dos hilos.
Paradójicamente, aquellas cosas que se hacen porque Dios lo manda –y que de otra
manera no se harían–, son las que nos hacen sentir su presencia de una forma más
directa. “¿Por qué no debo mentir?”, me pregunta mi hijo. “Porque es inmoral”. “¿Por qué
no debo comer carne de cerdo?”, “¿Por qué no debo comer carne los viernes?”, pregunta
el niño católico. “Porque Dios lo manda”. Es la especificidad del mandamiento ritual lo
que determina que la persona se sienta mandada, sometida y cercana al Creador incluso
en las situaciones más banales.
El mandamiento ético es una condición necesaria para la santidad, pero no suficiente; lo
ritual, el servicio del Rey de Reyes, es igualmente necesario. Sólo combinados son
entonces suficientes.
Volvamos a examinar nuestra reacción inicial, acuérdense: el abandono de todas las
leyes rituales relativas a qué se puede comer, cuándo se debe trabajar, qué ropa se
puede llevar, etc. Es posible que ahora se entienda mejor: esos cientos de leyes, éticas
pero también meramente rituales, conforman una vida en la que la santidad no está
limitada al lugar o al tiempo de culto, sino que es parte integrante de nuestro actuar
cotidiano, desde que uno se levanta hasta que se acuesta: nos vestimos según sus
normas, desayunamos según sus normas, vamos al trabajo según sus normas…
¿Y qué hay de la esclavitud a la que nos somete la ley? No, damas y caballeros. La ley
de Dios no nos esclaviza sino que nos libera. Si siguiéramos todos nuestros deseos, si
comiésemos todo lo que nos apetece, si entregásemos nuestra vida al trabajo, entonces
seríamos esclavos de nuestra condición sexual, de nuestros apetitos humanos, esclavos
de nuestras carreras. Nuestra libertad sería algo meramente ilusorio. Cuando, por el
contrario, nos sometemos a Dios Todopoderoso, MÁS ALLÁ DE este mundo, nos
hacemos dueños y soberanos EN este mundo. Y esto también es parte de la santidad.
En suma: La idea de lo santo que encontramos en el Levítico es prácticamente la opuesta
a lo numinoso de Otto. La del Levítico es una idea jurídica. Se vive conforme a lo Divino
obedeciendo Su Ley, en la que se combina lo racional y ético con lo inefable y ritual. Es
una idea omnicomprensiva, un proyecto de vida.
¿Me equivoco si pienso que esta idea de santidad no resulta tan sorprendente en esta
Universidad, donde servir en la obra de Dios es, aquí también, lo que da pleno sentido a
la totalidad de la vida? En hebreo existe una frase muy habitual que define nuestra
relación con Dios – Avodat Hashem. Obra de Dios. Significa dos cosas: que la Creación,
nosotros, el Cielo y la Tierra, es obra de Dios pero también que estamos en este mundo
para hacer la obra de Dios. Avodat Hashem: Opus Dei.
Muchas gracias.
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