ENTIERRO P. PERE M. PUIG Homilía del P. Abad Josep M. Soler 15 de abril de 2014 Is 25, 6-9; Sal 121; Rom 14, 7-12; Jn 17, 20-26 "Estoy en manos de Dios; cuando quiera y como quiera”. Hermanos y hermanas: estas palabras del P. Pero, que repetía en estos últimos tiempos, expresan bien los sentimientos con que ha afrontado la muerte. Diciendo "estoy en manos de Dios; cuando quiera y como quiera“, manifestaba su fe y su confianza en el Padre del cielo, así como su disposición a hacer la voluntad divina según el ejemplo que tenemos en Jesucristo. El P. Pere creía firmemente que todo lo que le pasaría en la vejez y la enfermedad, como todo lo que le había pasado en la vida, entraba dentro del plan de amor que Dios tenía para él. La fuerza para esta disponibilidad le venía de la Palabra de Dios; sabía, como hemos escuchado a San Pablo, que si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. Para el Señor que, antes de entregarse a la muerte, oraba al Padre, tal como hemos oído en el Evangelio que acabamos de proclamar: quiero que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy y contemplen mi gloria. La espiritualidad del P. Pere era trinitaria y cristocéntrica. De pequeño había quedado huérfano de padre y aprendió a confiar en el Padre Dios. Creía firmemente en su amor paternal hacia él, y a medida que fue desarrollando su personalidad fue aumentando el deseo de hacer la voluntad de Dios, tanto como le fuera posible dada su debilidad y la lucha que durante su juventud tuvo que llevar a cabo para mantenerse fiel. El P. Pere desde hacía años esperaba que el Señor viniera a buscarle; no era que tuviera deseos de dejar esta vida, lo que anhelaba ardientemente era encontrarse cara a cara con "el Señor como Buen Pastor" (cf. Testamento espiritual). Por eso había dispuesto que en el momento de su tránsito quienes estuviéramos a su alrededor cantáramos el salmo que hemos repetido, también, después de la primera lectura: qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor. Él vivía una espiritualidad fuertemente pascual arraigada en la Regla de san Benito, y creía firmemente que la muerte es para el cristiano la ida a la casa del Señor. Esta espiritualidad pascual, que le había marcado mucho, se inició con la formación litúrgica que de niño había recibido en el grupo de los "Amiguets de la litúrgia" que llevaban los PP. Escolapios de su Terrassa natal. El P. Pere M. Puig y Mirosa había nacido en esta ciudad en 1917, y después de una infancia marcada por la pobreza y por la abnegación de su madre para sacar la familia adelante, a los doce años ingresó en la Escuela Pia. Estuvo en ella diez años. Terminada la guerra civil entró en Montserrat, fue el primer postulante a ingresar tras el regreso de la comunidad al monasterio. En el día del primer aniversario de su la profesión solemne, tuvo una fractura del cuello de fémur, que le hizo caminar con dificultad toda la vida; él, sin embargo, lo vivió con confianza en la providencia de Dios. Recibió la ordenación presbiteral en 1945 y al año siguiente fue enviado a San Anselmo de Roma donde obtuvo la licencia en teología. Vuelto a Montserrat, aceptó con espíritu de obediencia ser Prefecto de la Escolanía; lo fue de 1947 a 1952. Luego se dedicó a dar cursos de liturgia y de canto gregoriano y ejercicios espirituales a diversos seminarios, monasterios y casas religiosas de España. Fue también profesor en la Escolanía y en la Escuela teológica de Montserrat y director de la revista "Norma Vitae " destinada a las benedictinas de España con el fin de contribuir a la renovación de estas comunidades femeninas, tarea que la Santa Sede había encargado a Montserrat. De 1960 a 1963 estuvo en el Monasterio de El Paular, cerca de Madrid, para ayudar a aquella comunidad entonces incipiente. De regreso a Montserrat, fue "Sacristán Mayor" -lo que ahora llamamos "Rector del Santuario"- desde 1964 hasta 1972. Y de 1978 a 1983 formó parte de la comunidad que Montserrat tenía en el Instituto Ecuménico de Tantur, en Jerusalén. Son muchos los artículos y los libros que ha publicado en su larga vida sobre temas de espiritualidad y mariología. Y también son numerosas las personas que se han beneficiado de su consejo espiritual. El P. Pere era un hombre muy metódico ya desde joven, le costaban los imprevistos y le costaban, también, ciertas maneras de hacer de algunos. Y, por otra parte, su afán meticulosamente previsor a veces sorprendía. La vida en el monasterio, en este sentido, le ha sido una escuela de paciencia y de amor fraterno para aceptar a cada uno tal como es. En los años sesenta, se le hicieron cada vez más acuciantes las palabras de Jesús que hemos oído en el Evangelio: que todos sean uno [...] yo en ellos y tú en mí, que sean completamente uno. Este anhelo profundo de unidad le llevó, en 1964, "a hacer oblación " de su "vida por la unidad santa de la comunidad y de la Iglesia", tal como dice en un escrito personal suyo (cf. Testamento espiritual). Entonces pensaba que el Señor vendría a buscarle pronto porque presentía que le había aceptado la ofrenda; poco a poco, sin embargo, fue descubriendo que se trataba de dar la vida en las cosas de cada día con intensidad y con una abnegación sacrificada. Después, este anhelo de unidad se ensanchó a la unidad de los cristianos. Por eso le gustaba tanto la espiritualidad que Chiara Lubich infundió a los focolares. Esta ofrenda de su existencia por la unidad, la ha vivido hasta el final. "Estoy en manos de Dios; cuando quiera y como quiera”. Lo recordaba todavía al inicio de las últimas complicaciones de salud que la han llevado a la muerte. Después de celebrar el sacramento de la unción de los enfermos, manifestó su agradecimiento y su amor al Padre, a Jesucristo, al Espíritu Santo, a la Virgen, a la Iglesia, a la comunidad de Montserrat, a su familia. Y pidió perdón a todos los que de alguna manera hubiera podido ofender. En otro momento, había dicho: "no guardo, ni quiero guardar absolutamente, ningún recelo o desamor hacia nadie”. Y se despidió de todos "con la esperanza gozosa de reencontrarnos en la vida eterna" (cf. Testamento espiritual). Esta intensidad espiritual que ha vivido el P. Pere ha sido una gracia de Dios, pero él ha colaborado viviendo el combate espiritual contra el mal que anida en el corazón y trabajando interiormente para corresponder más y más al amor de Dios. Lo ha hecho también, y con intensidad, durante los años que ha pasado en la enfermería del monasterio. Su celda de enfermo no ha sido un lugar de espera pasiva sino un taller del arte espiritual (cf. RB 4, 75-78). El P. Pere había sido el primer fruto vocacional de Montserrat después de la muerte cruenta de los monjes mártires y ahora es el primer monje de la comunidad que muere después de la beatificación de estos hermanos nuestros, como completando así un círculo de gracia martirial. En esta celebración, damos gracias a Dios por los dones que ha hecho el P. Pere y por medio de él a nuestra comunidad, a la escolanía, a su familia, a tantas y tantas personas. Y, además, ofrecemos nuestra oración unida a la oblación de Jesucristo en la Eucaristía para que sea purificado de todos sus pecados y no se vea confundido en su esperanza, de modo que sus pies puedan alcanzar el umbral de "la ciudad santa" de Jerusalén donde lo reciban su hermano, el Beato P. Santiago, protomártir de los Religiosos Hijos de la Sagrada Familia, junto con Santa María, a la que se había consagrado ya en 1934, para presentarlo a la Santa Trinidad, fuente inagotable de vida para siempre .