El Pistolo. Fal era un Sargento al que llamábamos ”el pistolo”. El hombre era de constitución gorrina y aún a pesar de correr con nosotros y hacer verdaderos esfuerzos soltando lastre en forma de sudor por litros cada mañana para preparar el acceso al curso, nunca lo consiguió. Siempre estaba cabreado y puteando al personal por este motivo. Tampoco tenía dotes de mando alguna. Solo mala leche que incluso los reclutas a las dos semanas ya se pasaban por el forro. La naturaleza es sabia y le vetó convertirse en guerrillero. El apodo le quedaba a la perfección. Hasta los propios mandos le dejaban caer alguna de vez en cuando. Durante la semana preparamos el tema nocturno. Se trataba de una emboscada. Observaciones, planificación. Ya sabéis de que va. Pero esa tuvo un aliciente añadido. La hacíamos sin mandos. Solo Cabos 1º y sus pelotones. Cada pelotón hacía su tarea. Cobertura, perímetros, etc. Los mandos, habida cuenta de la escasez de vehículos y para que el convoy tuviera entidad, conducían sus propios coches entre el Land-Rover y el camión. Aún con la zona delimitada en una red de caminos de varios Km., desconocían los detalles de la operación y el punto exacto de la emboscada. Sabiendo lo que se cocía, aún a costa de cargar más, me hice con la radio para seguir la retransmisión en directo. Lástima de no haber llevado también una grabadora. Salió bien. Una emboscada normal y corriente. Solo que...el Sargento Fal tenía un coche, creo que un Fiat, cuadradito y amarillo que cuidaba con especial esmero. Fue a coincidir con que para esos temas colocábamos cargas reducidas, lo suficiente para levantar una columna de tierra delante del vehículo y que el conductor se detuviera. Esta vez indultamos a los primeros. Dejamos pasar todos los vehículos hasta que el observador detectó el objetivo amarillo. Dio la señal y la pila hizo contacto. Lo explosionó justo a su paso. Se desencadenó la habitual ensalada y desaparecimos. Al coche no le pasó nada, como es natural, solo que el pistolo, acabada la refriega, se apeó del coche pistola en mano, cagándose en todo y dudando si primero liarse a tiros contra la oscuridad o inspeccionar los bajos del coche. Aquel día no hubo silencio de radio y fue demasiado el hartón que nos dimos. Nunca más dimos un golpe solos. Doy fe que desde entonces cada vez que formábamos para pasar revista de instrucción nocturna, el pistolo, dando voces y paseando delante de la formación, sacaba la pipa, la montaba delante nuestro y la volvía a enfundar. Para advertirnos. Siempre. Era salir por la barrera, penetrar en la oscuridad y ahí se acababa el rollo. Su pelotón desaparecía y el tío se quedaba solo. Imposible ir con él de lo zapatazos que era. Alguien por ahí lo puede confirmar. CRÓNICAS DE LA COE-102