domingo 19 de abril de 2015 / IDENTIDAD Eduardo Galeano 11 (1940-201 5) atento las conversaciones de los parroquianos hasta convertirse en un habitué del Café Brasilero de la Ciudad Vieja, de esos que se sientan siempre en la misma mesa y hablan con conocidos y con extraños con el mismo entusiasmo. Como periodista, contó historias en el semanario Marcha, en el que fue editor y del que también participó Mario Benedetti; también en el diario Epoca, que dirigió cuando tenía 24 años, y en la revista Crisis, de la que fue miembro fundador durante su exilio en Buenos Aires, desde 1973 hasta que la última dictadura militar lo empujó hasta España. Ya reestablecida la democracia escribió numerosas contratapas en el diario Página/12. Pero es en sus libros donde hay que buscar sus historias más contundentes: el primero fue Los días siguientes, una novela de 1963, y los últimos libros están por venir: en mayo se publicará Mujeres, una compilación de textos que reivindican a figuras como Juana de Arco, Rosa Luxemburgo y las heroínas anónimas de la Comuna de París. Y, aunque no tiene fecha de publicación establecida, hay otro libro inédito que Galeano dejó terminado, con un título tentativo que parece un epílogo a sus cincuenta años vinculado a la literatura: El cazador de historias. Entre el primero y el último están los libros que se convirtieron en clásicos y que todavía viajan por Eduardo Galeano en imagen de Daniel Mordzinski. E n el principio fue “Gius”. Tenía 14 años, había abandonado la escuela secundaria después de aprobar primer año, y firmaba las caricaturas políticas que publicaba en El sol, un periódico socialista uruguayo, con un seudónimo inspirado en la fonética de Hughes, el apellido galés de su padre. Pero enseguida adoptó el Galeano que le venía de madre y que le sonaba más cercano a sus raíces latinas: todo gesto es político, y tal vez ese haya sido el primero de los tantos que tuvo el escritor Eduardo Galeano, que, tras padecer cáncer de pulmón, murió ayer en Montevideo, donde había nacido hace 74 años. Antes de empuñar la pluma de dibujante y de “querer ser Picasso”, Galeano había renunciado a su primer deseo vocacional: “Yo quise ser jugador de fútbol como todos los niños uruguayos”, escribió en su libro El fútbol a sol y sombra, de 1995. Todo naufragó apenas se supo un “patadura”, y entonces sólo en sueños pudo jugar con la habilidad que les admiró a Obdulio Varela, a Diego Maradona y a Lionel Messi. “Cuando despertaba tenía piernas de madera”, decía Galeano. Negados los goles, al uruguayo le aparecieron relatos. “Las historias vinieron a mí, fueron generosas conmigo. Toc, toc, me golpearon en el hombro y en la espalda y me dijeron: cuéntame, que vale la pena”. Aprendió a narrar en los cafés de Montevideo, donde escuchaba las mochilas que recorren esta parte del mundo, que Galeano reivindicó tanto. Las venas abiertas de América latina, que le tomó cuatro años de trabajo y se publicó en 1971, es su obra emblemática: según el propio autor, es “una contra-historia económica y política con fines de divulgación de datos poco desconocidos”. Esa investigación sobre cómo la región fue expoliada primero por la colonización europea y después por Estados Unidos fue una bandera militante de la izquierda latinoamericana durante los setenta pero el autor no dudó en ejercer su autocrítica. El año pasado, en Brasilia, Galeano sostuvo: “No estoy arrepentido de haberlo escrito, pero ya es una etapa superada. No tenía los suficientes conocimientos de economía ni de política cuando lo escribí”. Nada detuvo la presencia del libro en las bibliotecas más jóvenes: de 2010 a esta parte el libro vendió 150 mil ejemplares y ya lleva 17 ediciones. La trilogía Memoria del fuego, publicada entre 1982 y 1986, es otro ejemplo de cómo Galeano pensó su tierra: se propuso contar, a través de sus típicos relatos breves, la historia americana de Norte a Sur y desde los pueblos originarios hasta que las democracias se recuperaron, durante los años 80. “Yo creo que la función del escritor consiste en ayudar a mirar”, dijo Galeano en 1986. Ir cazando historias, compartiéndolas con los parroquianos que se quieran acercar a la mesa. El poeta que soñaba con ser futbolista E duardo Galeano tuvo una particular relación con el fútbol. El escritor uruguayo siempre reconoció que su sueño de niño era ser futbolista, pero no era muy bueno. “Jugaba mal, muy mal. Era entreala derecho, lo que hoy sería un volante ofensivo. Pero fui un pata de palo. Así que al final me resigné, acepté mi destino y terminé intentando escribir para ver si podía hacer con la mano lo que con los pies no pude hcer nunca”. Así se definía Galeano, autor de “El fútbol a sol y sombra”, un libro que le rinde homenaje al fútbol. “La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”, explicaba Galeano. “El juego se ha convertido en espec- táculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue”, decía. Para Galeano los Mundiales eran sagrados. “Me mudo del Planeta Tierra al Planeta Pelota, igual de redondo pero más chico. Me dedico a ver todos los partidos, o al menos intentarlo. Pero me gusta sentarme con una cerveza bien fría delante de la TV y me meto en una pelota. Y de ahí no salgo hasta que el Mundial se termina”, explicaba en una entrevista en Página 12. “Soy fútbol-adicto. Y esto viene de la infancia más remota porque mi padre me llevaba al estadio desde que yo era un bebé”, recordaba. “Fui un hincha rabio- so de Nacional. Iba a la popular detrás del arco, la tribuna más pobretona y más violenta”, decía. Con el tiempo empezó a disfrutar del fútbol en sí, “especialmente cuando es bien jugado”. Admiró al Argentinos Juniors de Borghi, Olguín, Batista. “Me hizo feliz el título de Argentinos, la posibilidad de que se rompa el monopolio”, en referencia a su favoritismo por el menos poderoso. Galeano admiraba a Garrincha porque “era como ver a Chaplin”, al uruguayo Abbadie porque “era un hombre con alas”, y hasta elogió a Lionel Messi porque “no perdió la alegría de jugar por el simple hecho de jugar”. Galeano, que llevaba el fútbol en las venas, también habló de Maradona. “Es el más humano de los dioses, porque es como cuaquiera de nosotros. Arrogante, mujeriego, débil... ¡Todos somos así! Estamos hechos de barro humano”.