Influencias extranjeras en la literatura mexicana anterior a

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Influencias extranjeras en la literatura
mexicana anterior a la revolución de 1910
Wolfgang Vogt
Universidad de Guadalajara
No existe una literatura nacional que no tenga influencias
extranjeras. Todas las literaturas occidentales tienen sus raíces
en la cultura grecolatina, y hasta el siglo XVII, cuando en
Francia se da la famosa querelle des anciens et modernes,
muchos intelectuales estaban convencidos de que las litera­
turas de Grecia y Roma eran muy superiores a las de su
tiempo.
Después de la Revolución Francesa se desarrolla plena­
mente el nacionalismo y en las grandes naciones europeas se
impone la convicción de que la literatura de la propia nación
es superior a la de otros países. Los escritores de cada país
opinan que su literatura nacional es más importante que la del
vecino. También en las jóvenes naciones latinoamericanas se
desarrolla un fuerte nacionalismo; sin embargo, los intelec­
tuales del Nuevo Mundo tienen la plena conciencia de que la
literatura de sus países no puede liberarse tan fácilmente de
los lazos que la unen con la madre patria. Las obras que se
escribieron en Hispanoamérica son poco conocidas en Europa
y los españoles las consideran como un apéndice a su litera­
tura nacional. Sor Juana es sin duda una de las grandes figuras
literarias de su tiempo; pero su obra es publicada primero en
España y carece de rasgos marcadamente mexicanos. Su
contemporáneo Juan Ruiz de Alarcón no tiene posibilidades
como autor en la Nueva España y por eso se establece en
Madrid, donde finalmente es reconocido como uno de los
grandes escritores de teatro del Siglo de Oro español. Durante
la conquista se produjeron en la Nueva España crónicas que
tienen como tema la realidad americana; sin embargo, los
cronistas son normalmente españoles. Para Pedro Henríquez
Ureña, el gran investigador literario dominicano que forma
parte del “Ateneo de la Juventud”, la historia de la literatura
hispanoamericana se inicia con el diario de navegación que
escribe Cristóbal Colón durante el descubrimiento de Améri­
ca. Henríquez Ureña observa que el marino genovés no
domina perfectamente el español, porque su diario está lleno
de italianismos.
La literatura hispanoamericana del siglo XVI es, sobre
todo, una literatura de extranjeros que tiene como tema la
realidad americana. Pero estos extranjeros son los fundadores
de la nueva sociedad hispanoamericana. La literatura de los
indígenas nahuas y mayas no forma parte de la literatura
mexicana, porque no está escrita en la lengua nacional, el
español. Por eso Carlos González Peña no considera a los
autores prehispánicos en su Historia de la Literatura Mexi­
cana. Sólo el escritor de lengua española puede pertenecer a
la literatura mexicana e hispanoamericana. Así Enrique Andersen Imbert no incluye al novelista rioplatense Ulrich
Schmidl en la Historia de la Literatura Hispanoamericana,
porque éste escribe en alemán.
Durante la época colonial se fue formando una literatura
nacional mexicana; pero ésta tiene todavía poca inde­
pendencia de la literatura que se da en España. Al fin y al cabo,
los gobernantes de la Nueva España son españoles nacidos en
España y los criollos que formaron parte de la clase dominante
nacieron como hijos de españoles en México.
El nacionalismo mexicano que se manifiesta a través de
la lucha de independencia ya tiene ciertos antecedentes en el
siglo XVI y XVin. Un criollo anónimo del siglo XVI critica en
unos versos populares los privilegios y la prepotencia de los
españoles nacidos en España:
Viene de España por el mar salobre
a nuestro mexicano domicilio
un hombre tosco sin algún auxilio
de salud falto y de dinero pobre.
Y luego que caudal y ánimo cobre,
le aplican en su bárbaro concilio
otros con él de César y Virgilio
las dos coronas de laurel y cobre.
Y el otro que agujetas y alfileres
vendía por las calles, ya es un conde
en calidad y en cantidad en Fúcar:
Y abomina después el lugar donde
adquirió estimación, gusto y haberes,
y tiraba la jábega en San Lúcar.
El odio de los criollos contra los españoles de la península
ibérica aumenta a finales del siglo x v m . Fray Servando
Teresa de Mier es deportado a España por haber puesto en
duda la cristianización en México por parte de los españoles.
El retrato de España que nos ofrece Fray Servando en sus
Memorias no es nada halagador. España aparece como un país
corrupto y decadente, manejado por una burocracia arbitraria
e ineficiente. El fraile dominico contrasta las virtudes de los
criollos con los vicios de los españoles. Su afán de buscar las
raíces del cristianismo mexicano en la cpoca prehispánica da
testimonio de un nacionalismo incipiente.
Pero tampoco la guerra de independencia corta los lazos
de la cultura mexicana con la europea. Lo único que observa­
mos es que la influencia española es sustituida paulatinamen­
te por la francesa y la de otros países. Durante el siglo XVIII
la cultura española ya no tiene el vigor del siglo de oro y
Francia se convierte en el centro de la cultura occidental.
Junto con las ideas de la ilustración española se difunden en
la Nueva España las obras de los enciclopedistas franceses.
El contrato social de Rousseau es una de las obras fundamen­
tales del nuevo pensamiento político que preparan la lucha de
independencia. Francia es un modelo para las nuevas nacio­
nes hispanoamericanas. Los franceses habían apoyado la
lucha de los colonos norteamericanos contra los ingleses y
gracias a la Revolución Francesa se crea la nueva forma de
estado que es la república. El mito del buen salvaje creado
por la ilustración francesa, es adoptado por los intelectuales
hispanoamericanos. En la primera novela histórica de Hispa­
noamérica Xicoténcatl, publicada por un autor anónimo en
1826, en Filadelfia, los indios son seres nobles e inocentes
que no saben defenderse contra los perversos conquistadores
españoles. Xicoténcatl es una novela pseudohistórica porque
no sabe captar el ambiente de la época de la conquista. En ella
se refleja la ideología de la independencia que se traduce en
el odio por los españoles y en admiración por el alma candente
de los primitivos americanos. Hasta principios del siglo XX
se conserva en la literatura de todo el continente americano
la idea de la inocencia americana que es víctima de la sofis­
ticación europea. Este concepto, sobre todo, toma forma en
las novelas de Henry James, pero también en Los transplan­
tados (1904) del novelista chileno Alberto Blest Gana, quien
describe la vida de un grupo de hispanoamericanos en la
frívola sociedad parisina de fin de siglo. En el caso de
Xicoténcatl no tenemos la seguridad de que el autor de la
novela sea mexicano, pero el tema de la obra sí lo es. Al
principio el concepto del buen salvaje se aplica sólo a los
indígenas, con los cuales el criollo como “verdadero ameri­
cano” se identifica, aunque más tarde el criollo toma el papel
de indígena y se presenta como un americano inocente que
tiene todas las virtudes de un buen salvaje.
Este ejemplo nos muestra que son los propios europeos
quienes ofrecen a los americanos su concepto de identidad.
En gran parte las ideas de la Revolución Francesa son el
fundamento ideológico de la nueva república mexicana. Sin
embargo la influencia cultural española conserva su papel
preponderante en México. La joven nación quiere cortar a
fuerza los lazos que la unen con la madre patria, pero resulta
que eso es imposible como nos muestra un vistazo a la
literatura de las primeras décadas del siglo pasado.
En el campo de la poesía continúa la tradición del neocla­
sicismo español. Las fábulas de Iriarte y Samaniego encuen­
tran numerosos imitadores, entre los cuales figuran Fernán­
dez de Lizardi y el laguense José Rosas Moreno (1838-1883)
quien, según C. González Peña, es “un poeta de tono menor”.
El primero es claramente neoclásico, mientras en la obra del
segundo ya se percibe cierta transición hacia el romanticismo.
Vemos que el romanticismo llega relativamente tarde a Mé­
xico y eso se explica por el hecho de que el neoclasicismo se
prolonga hasta 1830 en España. Muchos mexicanos leen con
interés a los románticos que en su época están de moda en
Europa, sin dejarse influenciar por ello. Este es, por ejemplo,
el caso del poeta cubano-mexicano José María de Heredia
quien admira y traduce a Lord Byron, pero en sus poemas
predomina la estructura neoclásica. Los poetas que más in­
fluyen a la poesía mexicana de la época son los españoles
Manuel José Quintana, Nicasio Cicnfuegos y Juan Nicasio
Gallegos, cuyos cantos a la libertad y la patria fomentan el
patriotismo de la poesía mexicana. Ni en los versos de Anas­
tasio María de Ochoa, ni en los de Andrés Quintana Roo
descubrimos huellas románticas. Hay todo un grupo de poetas
neoclásicos mexicanos como Fray Manuel de Navarrete,
Manuel Carpió y José Joaquín Pesado. Uno de los poetas de
transición al romanticismo es Fernando Calderón, pero tam­
bién en este autor notamos una estrecha relación con el
neoclasicismo español. Una de sus mejores obras de teatro A
ninguna de las tres, se inspira en una comedia de Manuel
Bretón de los Herreros, un discípulo de Leandro Fernández
de Moratín. La obra de ambos dramaturgos españoles gozaba
de gran popularidad en México durante el siglo pasado.
También en la narrativa la influencia española es, final­
mente, la más decisiva. El Periquillo Sarniento de Lizardi es
conocido como la primera novela de Hispanoamérica. Curio­
samente su autor no se inspira en la novela moderna que está
en auge en Francia e Inglaterra, sino que retoma la tradición
de la novela picaresca, cuyo último representante es el profe­
sor salmantino Diego Torres de Villarroel. Este novelista del
siglo XVIII, hoy en día, es poco conocido y su novela picaresca
El barco deArqueronte que sirvió de modelo a Lizardi, es de
difícil acceso para el estudioso de la literatura. Lo curioso del
caso es que la novela picaresca, ya con poca vida en España,
se revitaliza en México. A Lizardi le resulta imposible desin­
tegrarse de la tradición literaria española, de la cual México
forma parte desde el siglo XVI. Pero a diferencia de los siglos
anteriores, el México independentista se abre más a las in­
fluencias de Europa del norte. En El Periquillo Sarniento se
citan autores de toda Europa, pero la estructura de la obra está
determinada por la tradición de la narrativa española.
El romanticismo ofrece más posibilidades de describir lo
específicamente mexicano que el neoclasicismo. Gracias a los
románticos se desarrolla plenamente la descripción del paisa­
je que en las obras neoclásicas, como El Periquillo Sarniento,
era bastante pobre y esquemático. Los escritores empiezan a
interesarse por las particularidades de la vida nacional y
regional. Muchos autores mexicanos se dejan influenciar por
el costumbrismo, una corriente que surge con el romanticismo
español y que deja huellas en la literatura mexicana hasta
principios del siglo XX. Los costumbristas son observadores
exactos de la forma de vida de una región o de un grupo social.
Describen la belleza de pueblos pintorescos, la forma de vestir
de cada región, las fiestas, las comidas y las ceremonias
religiosas. Estos escritores tratan de captar todas las costum­
bres de una comarca. Juan Valera nos reproduce en algunas
de sus obras el ambiente típicamente andaluz y José María
Pereda nos describe la vida en las majestuosas montañas del
Cantábrico. En Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno
se reflejan las costumbres de la capital y de sus alrededores,
a principios del siglo pasado. Mariano Azuela en Los de Abajo
y otras novelas utiliza las técnicas del costumbrismo español
para dibujarnos escenas típicas de la vida en el campo mexi­
cano. José López Portillo y Rojas admira abiertamente la
narrativa de Pereda y al igual que él trata de hacer un cuadro
atractivo de la vida del campo en sus novelas. Así como
Pereda describe la vida del campo típicamente española,
López Portillo nos presenta el campo mexicano, donde para
él se encuentra la esencia de lo nacional.
No dudamos que las raíces de esta corriente literaria
nacional, que es el costumbrismo mexicano, se encuentran en
España. En el prólogo a su novela La Parcela López Portillo
critica duramente la admiración de los literatos jóvenes por
la cultura francesa que, según él, es urbana y no rural, como
la española o mexicana. Mientras que a principios del siglo
XIX el odio contra todo lo español es enorme, descubrimos a
finales del siglo una fuerte relación entre nacionalismo e
hispanismo. Una obra marcadamente mexicana, como Astu­
cia de Luis G. Inclán, es despreciada por la crítica de la época,
porque su autor comete el grave pecado de utilizar mexicanismos en su prosa, en lugar de respetar las normas españolas.
Hoy día apreciamos a Astucia por su lenguaje mexicano; pero
entonces los autores mexicanos que ignoraban las normas de
España eran criticados como incultos.
Durante el siglo pasado era también muy fuerte la influen­
cia francesa. El francés era la lengua internacional más cono­
cida y París la capital de la cultura occidental. Las huellas que
deja la literatura francesa en México son mucho más profun­
das que las de la literatura inglesa o alemana. Relativamente,
pocos autores mexicanos, como por ejemplo Heredia, tradu­
cían del inglés, pero casi todos sabían algo de francés. En la
comedia A ninguna de las tres Fernando Calderón critica el
afrancesamiento ridículo de muchos integrantes de la alta
sociedad mexicana por querer lucir sus conocimientos de
francés. Uno de los poetas más populares del siglo es Víctor
Hugo cuya influencia desaparece paulatinamente con el mo­
dernismo; así como el narrrador más admirado por nuestros
escritores es Eugenio Sue, el autor de Los misterios de París.
Los periódicos mexicanos de la época están llenos de elogios
a esta novela trivial. Guillermo Prieto nos habla en Memorias
de mis tiempos de su proyecto de escribir Los misterios de
México, pero finalmente abandona sus planes. En 1850 el
novelista romántico de origen español Niceto de Zamacois
publica una obra con el título Los misterios de México.
El romanticismo alemán llega sólo de una manera indi­
recta a México. Heinrich Heine es apreciado como un gran
poeta, pero por las dificultades del idioma tiene menos lecto­
res que Víctor Hugo. No siempre son los autores más grandes
los que gozan de mayor popularidad. En una de las grandes
revistas literarias del siglo pasado, La República Literaria,
(1886-1890), de Guadalajara, encontramos muchas traduc­
ciones de poemas de Ludwig Uhland, un romántico menor.
El príncipe de las letras alemanas Johann Wolfgang von
Goethe, es una de las figuras más apreciadas en el México del
siglo XX. Alfonso Reyes escribió varios libros sobre él. El
México del siglo XIX admira, sobre todo, al autor de Las
cuitas del joven Werther. La ola de suicidios románticos que
pasa por el mundo occidental hace también estragos en Mé­
xico, donde su víctima más ilustre es el poeta Manuel Acuña.
Una de las obras alemanas más leídas en México durante el
siglo pasado es la imitación del Robinson Crusoe de D. Defoe
para niños, realizada por el pedagogo ilustrado Joachim Heinrich Campe. El nuevo Robinson que sirve para entretener a
los niños de manera agradable y útil, tiene más difusión que
el Robinson original. En España se hizo una traducción del
francés de este libro y es probable que esta misma versión
haya circulado en México.
Cuando se inicia nuestro siglo llega el naturalismo francés
a México. Emilio Zola es una figura admirada y a la vez
temida en un país católico como México. Sus seguidores
españoles y mexicanos frecuentemente no comparten su ideo­
logía. Federico Gamboa el representante más conocido del
naturalismo mexicano, es un católico ferviente. Su novela
Santa se inspira en la novela sobre el tema de la prostitución,
Nana, de Zola; pero en lugar de la crudeza del naturalismo
francés predomina en Santa un sentimentalismo dulzón que
es expresión del amor cristiano. También en algunas de las
primeras novelas de Azuela se nota una clara influencia de
Zola. En María Luisa el autor adopta las teorías de la herencia
biológica. La protagonista de la obra es perversa, porque sus
antepasados le transmitieron junto con su sangre los gérmenes
de la inmoralidad y decadencia. Degeneración y decadencia
marcan también la obra Mala Hierba de Azuela. En esta
novela el autor trata el tema de una familia de terratenientes
perversos. Aparentemente, su modelo es Los pasos de Ulloa
de la naturalista católica española Emilia Pardo Bazán que
describe la degeneración de una familia noble de Galicia. El
naturalismo francés también deja huellas claras en la narrativa
de Azuela, pero éstas son menos importantes que las influen­
cias del costumbrismo español.
Sólo los autores modernistas se abren completamente a
las nuevas corrientes literarias de Francia. En la filosofía y la
ciencia, la vida intelectual del porfiriato está marcada por el
positivismo de Augusto Comte y en la literatura por el mo­
dernismo. Este movimiento busca nada más la belleza y deja
a un lado el compromiso social. Los escritores modernistas
en el fondo son apolíticos y apoyan al régimen de Porfirio
Díaz, porque se sienten protegidos por él. Poetas como Luis
G. Urbina o Enrique González Martínez tienen el apoyo
oficial del gobierno. Para ellos la revolución de 1910 es un
despertar desagradable. González Martínez tiene una obra
poética que igual que la de otros modernistas está marcada
por la musicalidad de los versos de Verlaine. Su libro Jardines
de Francia es una antología de poemas franceses de la época
traducidos por él. Como maestro, el poeta está especializado
en literatura francesa. En vísperas de la revolución de 1910,
la influencia francesa se nota igualmente en la arquitectura,
en la moda y en la literatura. Autores castizos como José
López Portillo y Rojas y Victoriano Salado Alvarez, atacan al
modernismo, que es una corriente cosmopolita, por antina­
cional y decadentista.
Con la revolución de 1910 el positivismo y el modernismo
se convierten en corrientes superadas que no sobreviven a la
caída de don Porfirio. Los nuevos intelectuales del “Ateneo
de la Juventud” tampoco se cierran a la cultura de diferentes
países europeos, pero manifiestan una marcada preferencia
por las raíces hispánicas de México. José Vasconcelos propa­
ga la hispanidad y Alfonso Reyes estudia detenidamente la
literatura del Siglo de Oro español.
Podemos concluir, así, que desde la independencia hasta
la revolución de 1910, la literatura mexicana sólo en algunos
casos se desligó de la influencia española. Esta dejó más
huellas en la vida literaria de México que la cultura francesa.
Las influencias literarias de otros países como Inglaterra,
Alemania, Italia, etcétera, fueron más bien secundarias. En
cambio, la literatura norteamericana casi no tiene presencia
en México antes de la segunda mitad de nuestro siglo.
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