Mis Queridos Compatriotas: Hace cuatrocientos años, nuestro país fue consumido por la terrible y sin precedentes era de los Disturbios. Todo lo que el país había logrado en el transcurso de los siglos con enormes esfuerzos y sacrificios del pueblo ruso estaba al borde de la destrucción total. El país, sin dirigentes, se desintegraba con la guerra civil interna y las invasiones extranjeras, la falta de voluntad y la traición de la clase dominante, la indiferencia, el rencor, la desconfianza, la enemistad, la cobardía, el engaño, y de la falta de honradez y la codicia que había envuelto a todas las capas de la sociedad, sin excepción. Entonces, en medio del caos general y la locura, se alzó la voz valiente del Primer Jerarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, el Patriarca Hermogen. Señaló el camino de salida de la crisis, apelando a la conciencia y pidiendo a todos a abrazar los más importantes valores de la fe humana, la esperanza, el amor, la justicia, el deber y honor. El llamamiento del patriarca fue escuchado por los patriotas de Rusia, y la lucha por la liberación cobró un propósito más definido, aunque su llamamiento no fue recibido con éxito rápido y fácil. El Primer Ejército Voluntario se disolvió poco después de su formación debido a disensiones dentro de sus filas. Y más tarde, incluso las victorias más grandes y heroicas de los patriotas de Rusia, a veces acompañadas de errores flagrantes e indecisión, obstaculizaban el camino. Pero los acontecimientos se movieron hacia delante, de manera que incluso los reveses coyunturales sirven a un propósito útil, despejando el movimiento patriótico de elementos poco fiables, uniendo a los que habían sido antes rivales y opositores. En septiembre de 1611, el Segundo Ejército de Voluntarios comenzó a formarse en Nizhni Novgorod, bajo la dirección del carnicero Kuzma Minin y el príncipe Dimitri Pozharskii. A mediados de febrero de 1612, este Ejército de Voluntarios comenzó su marcha triunfal a Yaroslavl, mientras que en Moscú el Patriarca Hermogen -la principal fuente de inspiración para la resistencia durante la Era de los Disturbios-, murió mientras estaba encarcelado en el monasterio Chudov, después de haber sufrido malos tratos y daños físicos y emocionales durante los últimos momentos de su vida terrena, consumidos en oración ferviente por Rusia. En abril se formó una Asamblea (Duma) de Todas las Tierras en Yaroslavl, uniendo todas las fuerzas patrióticas en un espíritu de solidaridad. El 18 de agosto (31 de agosto del calendario gregoriano) de 1612, después de un oficio en el Monasterio de la Santísima Trinidad de San Sergio ante las reliquias del abad de la Tierra Rusa, el Santo Venerable San Sergio de Radonezh, Minin y el Ejército de Voluntarios de Pozharskii se pusieron en marcha para liberar la capital, y tres días después llegaron a las puertas Moscú. El 22 de octubre (04 de noviembre gregoriano) de 1612, en la Fiesta de la Imagen de Nuestra Señora de Kazán, el ejército ruso ganó una victoria sangrienta pero decisiva contra los ocupantes de la ciudad, capturando el barrio de Kitai-Gorod. El 25 de octubre (7 de noviembre gregoriano) liberaron el Kremlin de Moscú, el corazón ruso. Los notables civiles y los comandantes militares tenían todas las razones para estar orgullosos de sus logros y podría haber decidido el destino de la nación en ese momento y por cuenta propia. Pero dejan de lado toda ambición personal, comprendiendo que, para lograr un auténtico final y definitivo de la era de los Disturbios, tendría que seguirse la voluntad del pueblo, expresada libremente por sus representantes electos de todas las regiones de la nación y de todas clases sociales. El 1 (14 de febrero gregoriano) de febrero de 1613, en un ambiente de extraordinario fervor espiritual y patriótico, la Gran Asamblea de la Tierra fue convocada, incluyendo a todos los jerarcas de la Iglesia ortodoxa rusa y los abades de los monasterios más grandes de Rusia, nobles y los jefes militares, cortesanos y cosacos, los representantes de los diversos pueblos de Rusia, comerciantes, pobladores y campesinos de todas partes de la nación. Marcando el rumbo del desarrollo de Rusia en los siglos siguientes, la Asamblea de la Tierra de 1613 sin duda puede considerarse, utilizando la terminología, como una suma de "Asamblea Nacional" y "Consejo de la Iglesia" (equivalente en su momento a una Asamblea Constituyente), y como tal, debemos reconocer y honrar sus trabajos en lo político y en lo espiritual. El resultado de la Asamblea de la Tierra no se había determinado de antemano. A pesar de un consenso sobre el objetivo de restablecer el orden en el país, los representantes del pueblo se estudiaron muchas cuestiones generales y específicas. Sin embargo, al final prevaleció un claro deseo de restaurar la soberanía del Estado ruso y de una monarquía independiente, legítima y hereditaria. El 21 de febrero (06 de marzo gregoriano) de 1613, la Asamblea de la tierra firmó el acuerdo fijando que las cualidades esenciales para un dirigente del Estado ruso no eran la elocuencia de palabra, ni la fama efímera, ni la experiencia ni el heroísmo, sino la legitimidad imprescriptible que lo uniese las épocas anteriores de la historia rusa. El legítimo heredero más cercano a la extinguida Dinastía de los Riurikovich era Mikhail Fedorovich Romanoff, el hijo del Metropolitano Filaret, el primer primo del último zar de la primera dinastía rusa (zar Fedor Ivanovich I), prisionero en ese momento languideciendo en una polaca prisión. No había unas cualidades personales en ese joven de tan solo 16 años de edad, Mikhail Romanov, que recomendasen especialmente que él fuese "elegido" como zar, pero la legitimidad de sus derechos hereditarios le ofreció tan único y elevado cargo para que pudiese desempeñar el papel de árbitro de la nación, trajese la paz a su país, que tanto había sufrido, y pudiese dejar esa herencia a sus futuros descendientes. La Asamblea de la Tierra de 1613 promulgó una Carta de Confirmación del llamamiento de los Romanoff al trono que, con un lenguaje sencillo y claro, establecía los principios tradicionales y armoniosos de las relaciones entre el pueblo y el gobierno del país, una fórmula de responsabilidades recíprocas entre el Estado y la Sociedad. Al tener conocimiento de que Rusia ahora tenía un zar legítimo, los invasores extranjeros trataron de encontrarlo y matarlo, pero su siniestro plan fue frustrado por el sacrificio inmortal de Ivan Susanin, un simple campesino de Kostroma. Es profundamente simbólico y providencial que el nuevo joven monarca se salvó, y no sólo él, sino también todas las esperanzas de la nación por la liberación de los males que habían caído sobre ella, no por una gran batalla, no por los grandes y poderosos nobles, sino por el sacrificio de un hombre del pueblo. El 14 de marzo (27 de marzo gregoriano) de 1613, en el monasterio Ipatiev de la Santísima Trinidad, en Kostroma, ante el icono milagroso de la Santísima Madre de Dios, una delegación de Moscú anunció a Mikhail Fedorovich Romanoff y a su madre, la monja María, la decisión de la Asamblea de la Tierra. El joven zar no se llenó de alegría al oír esta noticia, sino que se llenó de tristeza y temor. El trono no era un codiciado premio sino una pesada cruz, y dudaba de que tuviese fuerzas para asumir una responsabilidad tan grande. Sólo la persuasión y las exhortaciones de San Feodorit de Riazán convencieron a Mikhail Fedorovich que no podía rechazar el deber sagrado que había caído sobre él por la Providencia y por la voluntad del pueblo. En mayo el zar llegó a Moscú, y el 11 de julio (24 de julio gregoriano) de 1613, el Primer Jerarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Efrem Metropolitana de Kazán, lo coronó en la Catedral de la Dormición del Kremlin de Moscú. Y así comenzó el reinado de la dinastía. Las deliberaciones y decisiones de la Asamblea de la Tierra de 1613 fueron la culminación de un movimiento de liberación nacional. Pero la victoria completa sobre los problemas y sobre las ruinas que se abatían sobre Rusia todavía estaba por llegar. Una parte importante del territorio del país se mantenía aún bajo el control de ladrones y bandidos e invasores extranjeros. Sólo en 1617-1618 los ejércitos rusos consiguieron finalmente liberar su patria de sus enemigos, y sólo entonces se firmaron tratados de paz con Polonia y Suecia. El fin simbólico de los acontecimientos de la era de los Disturbios llegó el 14 de junio (27 de junio nuevo calendario) de 1619, con el regreso a Rusia del padre del zar Mikhail I, el Metropolita Filaret (Romanoff), desde su prisión en Polonia. Después de su elección canónica al trono patriarcal, la Iglesia Ortodoxa Rusa tuvo nuevamente un verdadero timonel. El Estado ruso restaurado presenta uno de los mejores ejemplos del gran ideal cristiano de Symphonia, la cooperación de las autoridades espirituales y seculares. Nuestra dinastía gobernó Rusia desde ese moemnto durante 304 años. En el trágico año de 1917, durante las mismas fechas de febrero en que la Asamblea de la Tierra de 1613 daba por concluido su trabajo, estalló una revolución que traería sufrimiento indecible a todos, no sólo a sus víctimas, sino también a los que habían provocado en principio la Revolución. Durante los tres siglos de dominio Romanoff de Rusia hubo muchos éxitos, logros y victorias. Conviene que recordemos con honor las contribuciones que nuestra dinastía ha hecho a la historia de Rusia. Pero también hubo muchos errores graves, errores de cálculo terribles y graves pecados. Nos arrepentimos delante de Dios por estos errores y pecados, y pedimos perdón a los rusos, tanto en nuestro propio nombre como en el de nuestros antepasados. No cabe duda que la Rusia imperial de 1917 no era un estado donde reinara la perfecta justicia igualitaria, pero la Revolución no abolió la pobreza ni la injusticia ni la crueldad, ni tampoco supuso el reinado de la moral. Todo lo contrario. Simplemente multiplicó los más bajos instintos y vicios, glorificando la violencia y aplastó sin piedad los fundamentos religiosos, morales y étnicos de la sociedad, así como las costumbres útiles que habían servido como baluarte contra el triunfo del mal. Este monstruoso intento de construir una nueva sociedad sobre la base del ateísmo y el totalitarismo sufrió su inevitable colapso. Pero, por desgracia, las semillas del materialismo, que fueron plantadas en abundancia durante las décadas de gobierno de los ateos siguen produciendo retoños venenosas, y sus frutos son hoy casi tan destructivos como lo eran durante el régimen comunista. Nos encontramos ahora sólo en el comienzo del fin de la Segunda Gran Era de los Disturbios. Es imposible encontrar el camino correcto de estos problemas sin mirar hacia atrás en la experiencia de las generaciones pasadas. La conmemoración de los diversos aniversarios históricos ofrece la oportunidad no sólo para regocijos, sino también para comprender el pasado y aprender de él. Hace un siglo, en 1913, la celebración de la final de la Era de los Disturbios constituyó la dilatada y suntuosa celebración el Tricentenario de la entronización de los Romanoff. Aquel aniversario parecía demostrar la indestructibilidad del Imperio y de la auténtica unidad del zar y de los Pueblos. Sin embargo, sólo cuatro años más tarde, Rusia entró en una nueva era aún más terrible y prolongada, que consumió todo. En el siglo XX, nuestra patria experimentaría el colapso total del Estado, tanto de su integridad territorial como de su sistema de principios e ideales. La comprensión de estos acontecimientos nos debe llevar a los rusos del Tercer Milenio a las conclusiones correctas. Tenemos que entender plenamente que estamos celebrando el 400 aniversario de las hazañas de nuestro gran y muy sufrido pueblo. En primer lugar, esto no es una celebración en honor a la dinastía, o a los jerarcas de la Iglesia, o los líderes militares o diplomáticos y aristócratas, a pesar de su importante contribución a la lucha nacional, sino la glorificación de la valentía, el sacrificio y el amor de la gente común –los campesinos, el pueblo, los monjes, la pequeña nobleza y los cosacosque, con la ayuda de Dios, liberaron y restauraron nuestra nación. Por lo tanto es especialmente importante que esta conmemoración del 400 aniversario del fin de la era de los Disturbios sea celebrada al más alto nivel gubernamental adecuadamente, con valentía y confianza. El gobierno actual de Rusia ya ha dado el paso sabio de establecer un nuevo día de fiesta, el Día de la Unidad Nacional, el día en que Kuzma Minin y de ejército voluntario de Dmitrii Pozharksii, bendecido por el Icono de Nuestra Señora de Kazán, derrotaron a los invasores extranjeros en Moscú. Esta fiesta reconoce el papel clave que los acontecimientos de la era de los Disturbios juegan en la cultura rusa moderna. Yo creo que el prejuicio, la interferencia externa, o los dogmas ideológicos falsos nunca más deben impedir al gobierno reconocer los triunfos auténticos que resultaron del patriotismo consciente del pueblo. Ningún gran país puede despreciar su pasado glorioso. Al contrario, los dirigentes y las instituciones gubernamentales bien intencionadas deben celebrar el 400 aniversario del final de la era de los Disturbios, pero esta sería una celebración hueca si la iniciativa no nace de la propia población. Aunque motivada por la mejor de las intenciones, una celebración excesivamente rígido será seca, sin vida, y carente de cualquier significado genuino nacional. Sólo si el pueblo ruso reconoce la importancia de los acontecimientos históricos que tuvieron lugar hace cuatro siglos puede haber una celebración que sirva a los intereses del país, ahora y en el futuro. La Santa Iglesia Ortodoxa Rusa, además de cumplir con su misión pastoral primaria y universal de la salvación de las almas, ha sido una fortaleza indestructible de todos los defensores de la patria, y por la misma razón tiene un lugar central en las celebraciones del 400 aniversario del final de la era de los Disturbios. Cada servicio de la Iglesia que se realiza en conmemoración de estos hechos ofrece alabanza al Salvador, nos une en oración con nuestros antepasados que defendieron nuestro país con su nombre en los labios, y llena nuestra alma de asombro ante el milagro de la Resurrección de Rusia. Sería una gran alegría espiritual de todos los fieles hijos de la Iglesia Ortodoxa, si -sea la voluntad de Dios- los jerarcas de la Iglesia glorificaran como santos a los que unieron heroísmo y virtud cívica con la piedad cristiana firme, y ayudaron a traer el fin de la era de los Disturbios. Junto a la Santa Iglesia, todas las otras confesiones tradicionales, los miembros de los cuales lucharon con valentía hombro con hombro con sus compatriotas ortodoxos, elevarán a Dios su acción de gracias y oraciones conmemorativas de conformidad con las prácticas de sus propias creencias. Para la sociedad civil en todas sus dimensiones, este aniversario del final de la Era de los Trastornos promueve un espíritu de armonía y unidad. Cualquiera que sea la creencia religiosa o la nacionalidad religiosa de cada uno, no hay casi nadie entre nosotros que no tenga un antepasado que contribuyese a la victoria sobre las dificultades del siglo XVII. Personas de todas las tendencias políticas están unidas en su respeto a los líderes victoriosos de la era de los Trastornos. Al mirar hacia atrás en la vida de los santos y los héroes de este período, debemos comprender que también hoy necesitamos encontrar lo que nos une para respetar, escuchar y entender a los otros, no para recriminaciones mutuas, sino para buscar juntos la manera de superar las dificultades y los desastres que nos acontecen. En los campos de la ciencia y la cultura, este aniversario nacional puede proporcionar un poderoso impulso a la investigación y el descubrimiento, los trabajos de restauración y reconstrucción de monumentos históricos y religiosos, para el nacimiento de nuevas obras de poesía, prosa, pintura, escultura, arquitectura, música y otras formas de arte, para el desarrollo de las artes populares y artesanías, e incluso por logros en el deporte. Las fuerzas armadas y todas las instituciones gubernamentales que mantienen el orden y la defensa nacional encuentra en los acontecimientos de la era de los Disturbios ejemplos de valentía y honor, cualidades que son esenciales para el fortalecimiento del espíritu marcial de la nación. En el ámbito internacional, la celebración del 400 aniversario de la restauración del Estado ruso fortalecerá una imagen positiva del país en el que recuerda y honra a sus héroes. Amigos y aliados reconocerán nuestra fuerza de espíritu, y a nuestros oponentes les ofrece un recordatorio de la inutilidad de tratar de destruir nuestra nación. La celebración de este aniversario también presenta posibilidades económicas. El turismo se incrementará en los sitios de interés histórico debido a la importancia de este aniversario, y ese aumento será impulsar el desarrollo económico en las regiones relacionadas con la historia de la era de los Disturbios. La producción y venta de los símbolos históricos e imágenes de glorioso pasado de Rusia contribuirán asimismo a promover el crecimiento de muchas áreas de la economía de la nación. Todo lo mencionado anteriormente no es más que una pequeña parte de lo que la celebración del 400 aniversario del final de la Era de los Disturbios significará para nuestro país. Y si bien no disminuye en absoluto la importancia simbólica, política, religiosa y social de este aniversario, creo que el potencial cívico y educativo de esta celebración se debe identificar y destacar especialmente. Conmemoraciones, discursos y desfiles y conferencias académicas no tocarán los corazones de la gente de hoy y de las generaciones futuras si no podemos explicar el significado de los acontecimientos de la Era de los Disturbios y su conexión con la vida de las generaciones futuras. Es necesario aprovechar el potencial inherente a nuestra historia para inculcar el patriotismo en nuestros jóvenes. La edición de libros, la realización de películas, la distribución de información en Internet, la creación y financiación de los premios y becas que llevan el nombre de personajes de la época han de apoyar a los estudiantes, profesores e intelectuales y estas formas de conmemoración son hoy más necesarias para los hijos e hijas de la Madre Patria que la erección de estatuas de bronce y mármol. Muchos en este país todavía viven con necesidades, y en lugar de sentir la exuberancia, pueden sentirse ignorados al ver las celebraciones extravagantes. Por supuesto, la celebración de los acontecimientos históricos nacionales significativos, y la resolución de problemas de la sociedad no tiene por qué ser incompatible, ya que, con respeto a los logros de nuestros antepasados, es posible preservar la dignidad de nuestra nación y garantizar la vida y el bienestar de las personas. Pero siempre debe haber un equilibrio entre los dos, y ese equilibrio debe reflejar las condiciones reales de la vida cotidiana. Y, como podemos ver en la forma en que la caridad funcionó históricamente en el Imperio ruso, la celebración y conmemoración de los logros nacionales son perfectamente compatibles con la solución de los problemas sociales de la nación. Hacemos un llamamiento a todos los que están dispuestos y son capaces, para hacer donaciones para cubrir los costos de una celebración adecuada del 400 aniversario del fin de la era de los Disturbios, y para la celebración de otros aniversarios. La mayoría de estos fondos se utilizarán para ayudar a los pobres, los huérfanos, los enfermos, los discapacitados, los ancianos y las personas sin hogar. Los ascetas santos, monarcas, jerarcas, héroes y líderes militares, cuyos nombres han sido adoptadas por varias organizaciones benéficas como una manera de honrar su contribución a la nación se alegrarán mucho más en el Reino de los Cielos si levantamos monumentos en su honor no sólo en las calles y plazas de nuestras ciudades, sino, en primer lugar, en los corazones de la gente. El 400 aniversario del final de la Era de los Disturbios es una celebración del triunfo del pueblo, y esta es la única manera en que este acontecimiento debe entenderse. Pero del mismo modo que sería un error considerar esta celebración como una celebración dinástica o estrictamente religiosa, también sería un error minimizar el papel vital desempeñado por el clero ortodoxo o hacer caso omiso de la importancia de la nación llamando al trono a su dinastía legítima. Es hora ya de que no veamos la historia como algo que siempre puede ser explotado por razones políticas, intereses o amenazas a nuestra posición política; es momento de recobrar el valor instructivo de la historia, sin distorsionar los hechos para ajustarse a una determinada plataforma de partido. La Santa Iglesia, en la persona de Su Santidad, el Patriarca Kirill de Moscú y de toda Rusia, y todo el clero, ya ha hecho mucho y sigue haciendo mucho para que sepamos la verdad y para que podamos comprender el enorme significado espiritual de las dificultades que Dios envió a nuestros antepasados en el siglo XVII. En cuanto a mí, creo que es importante en este aniversario repetir mis ideas sobre la misión de la Dinastía de los Romanoff en el mundo moderno. La Casa Imperial Rusa, gracias a Dios, ha conservado sus principios históricos, espirituales y legales. Forzado al exilio tras la Revolución de 1917, mi abuelo, Kirill Wladimirovich, y mi padre, Wladimir Kiríllovich, no permitieron que la vela de la sucesión dinástica legítimo que se apagase, sino que garantizaron la continuidad de la dinastía Romanoff como institución histórica. El Jefe de la Casa Imperial no es, como algunos creen erróneamente, un "pretendiente al trono", sino que es el jefe hereditario de una institución familiar que conserva las ideas y tradiciones de la monarquía milenaria Familia-Estado que es Rusia. Para la Casa Imperial abjurar de la idea de una monarquía es tan absurda como en la fe abjurar Iglesia de Dios. Traicionar los centenarios ideales de nuestros antepasados por alguna ventaja política a corto plazo sería degradante, hipócrita y deshonrosa. Estoy segura de que esto se entiende no sólo por aquellos que comparten mis creencias, sino también por aquellos que no lo hacen. Afirmo mi creencia de que la monarquía hereditaria legítima es la única forma de gobierno eficaz, y estoy convencida de que es compatible con cualquier época, incluida la nuestra, y podría ser adecuado y útil para nuestro país multinacional. Al mismo tiempo, entiendo que, en este momento y para el futuro previsible, la restauración de la monarquía es prematura y rechazo categóricamente cualquier posibilidad de una restauración sin el consentimiento del pueblo. Sólo la expresión legalmente formulada, con libertad de expresión, de la voluntad nacional del pueblo podría autorizar un renacimiento de la monarquía que existió en Rusia entre los años 862 y 1917. Ni yo ni mi hijo, el gran duque Georgii Mikhailovich, vemos el poder como una especie de premio codiciado, sino más bien como una carga que trae consigo mucho sufrimiento, frustración y dolor a aquellos a quienes Dios se la ha dado, y así lo vieron tambié el fundador de nuestra dinastía, el zar Mikhail Fedorovich Iy los otros soberanos de Rusia. Si la voluntad de Dios es tal que nosotros o nuestros herederos legales seanllamados por el pueblo para servir en el trono, no vamos a romper el juramento sagrado que hemos hecho y no vamos a abjurar de nuestro deber. Pero los que nos atribuyen un deseo de poder están profundamente equivocados. La dinastía de los Romanoff se esfuerza ahora -y lo hará en el futuro- en todo lo posible para ser útil a la Patria, independientemente de lo que el sistema político sea, en cualquier circunstancia. Creyendo que es su función principal servir a la causa de la unidad nacional, la dinastía, por principio, no se involucra en la política. Esto no significa, sin embargo, que la Casa Imperial carezca posiciones opiniones sobre cuestiones del día. La Casa Rusa Imperial es por su naturaleza una institución histórica nacional, no partidista, que está abierto al diálogo y la cooperación con todos sus compatriotas, independientemente de sus afiliaciones religiosas, nacionales, políticas o de otro tipo. Mientras mantiene firmemente su fe y sus principios, la Casa Imperial de Rusia se declara abierta y defiende, pero nunca impone, estos principios y está lista para discutir y cooperar con quienes mantengan otros puntos de vista y convicciones, siempre que la discusión y la cooperación sean en el mejor interés de la nación y fortalezcan la inter-confesionalidad, la paz y la concordia civil internacional y nacional. Nosotros no consideramos a nadie a nuestro enemigo, incluso a los que están alineados en contra nuestra. Todos nuestros compatriotas, incluso los que nos traen tristeza y dolor, son, sin embargo, nuestros hermanos, hermanas e hijos, todos ellos miembros de una gran familia. Es mi ferviente convicción de que nuestro lema nacional común debe ser las palabras del emperador Nicolás II, el Santo Mártir, quien dijo en el comienzo de la catástrofe del siglo XX: "el mal que hay ahora en el mundo será aún mayor, pero el mal no puede vencer al mal, sólo el amor puede vencerlo". La visión del mundo contenida en estas palabras vivía en las acciones de los héroes de la era de los Disturbios. Fue la estrella guía durante los años más terribles de la Patria. Y siempre seguirá siendo el medio para poner fin a todos los conflictos y discordia. El original de la firma de puño y letra de Su Alteza Imperial: MARIA Dado en Madrid 17 de marzo/1 de febrero, de 2012 En el 400 aniversario de la muerte del mártir Santo Patriarca Hermogen