MANIFIESTO de la Jefe de la Casa Imperial de Rusia

Anuncio
Mis Queridos Compatriotas:
Hace cuatrocientos años, nuestro país fue consumido por la terrible y sin
precedentes era de los Disturbios. Todo lo que el país había logrado en el
transcurso de los siglos con enormes esfuerzos y sacrificios del pueblo ruso estaba
al borde de la destrucción total. El país, sin dirigentes, se desintegraba con la
guerra civil interna y las invasiones extranjeras, la falta de voluntad y la traición de
la clase dominante, la indiferencia, el rencor, la desconfianza, la enemistad, la
cobardía, el engaño, y de la falta de honradez y la codicia que había envuelto a
todas las capas de la sociedad, sin excepción.
Entonces, en medio del caos general y la locura, se alzó la voz valiente del Primer
Jerarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, el Patriarca Hermogen. Señaló el camino de
salida de la crisis, apelando a la conciencia y pidiendo a todos a abrazar los más
importantes valores de la fe humana, la esperanza, el amor, la justicia, el deber y
honor.
El llamamiento del patriarca fue escuchado por los patriotas de Rusia, y la lucha
por la liberación cobró un propósito más definido, aunque su llamamiento no fue
recibido con éxito rápido y fácil. El Primer Ejército Voluntario se disolvió poco
después de su formación debido a disensiones dentro de sus filas. Y más tarde,
incluso las victorias más grandes y heroicas de los patriotas de Rusia, a veces
acompañadas de errores flagrantes e indecisión, obstaculizaban el camino. Pero los
acontecimientos se movieron hacia delante, de manera que incluso los reveses
coyunturales sirven a un propósito útil, despejando el movimiento patriótico de
elementos poco fiables, uniendo a los que habían sido antes rivales y opositores.
En septiembre de 1611, el Segundo Ejército de Voluntarios comenzó a formarse en
Nizhni Novgorod, bajo la dirección del carnicero Kuzma Minin y el príncipe Dimitri
Pozharskii. A mediados de febrero de 1612, este Ejército de Voluntarios comenzó
su marcha triunfal a Yaroslavl, mientras que en Moscú el Patriarca Hermogen -la
principal fuente de inspiración para la resistencia durante la Era de los Disturbios-,
murió mientras estaba encarcelado en el monasterio Chudov, después de haber
sufrido malos tratos y daños físicos y emocionales durante los últimos momentos
de su vida terrena, consumidos en oración ferviente por Rusia. En abril se formó
una Asamblea (Duma) de Todas las Tierras en Yaroslavl, uniendo todas las fuerzas
patrióticas en un espíritu de solidaridad.
El 18 de agosto (31 de agosto del calendario gregoriano) de 1612, después de un
oficio en el Monasterio de la Santísima Trinidad de San Sergio ante las reliquias del
abad de la Tierra Rusa, el Santo Venerable San Sergio de Radonezh, Minin y el
Ejército de Voluntarios de Pozharskii se pusieron en marcha para liberar la capital,
y tres días después llegaron a las puertas Moscú.
El 22 de octubre (04 de noviembre gregoriano) de 1612, en la Fiesta de la Imagen
de Nuestra Señora de Kazán, el ejército ruso ganó una victoria sangrienta pero
decisiva contra los ocupantes de la ciudad, capturando el barrio de Kitai-Gorod. El
25 de octubre (7 de noviembre gregoriano) liberaron el Kremlin de Moscú, el
corazón ruso.
Los notables civiles y los comandantes militares tenían todas las razones para
estar orgullosos de sus logros y podría haber decidido el destino de la nación en
ese momento y por cuenta propia. Pero dejan de lado toda ambición personal,
comprendiendo que, para lograr un auténtico final y definitivo de la era de los
Disturbios, tendría que seguirse la voluntad del pueblo, expresada libremente por
sus representantes electos de todas las regiones de la nación y de todas clases
sociales.
El 1 (14 de febrero gregoriano) de febrero de 1613, en un ambiente de
extraordinario fervor espiritual y patriótico, la Gran Asamblea de la Tierra fue
convocada, incluyendo a todos los jerarcas de la Iglesia ortodoxa rusa y los abades
de los monasterios más grandes de Rusia, nobles y los jefes militares, cortesanos y
cosacos, los representantes de los diversos pueblos de Rusia, comerciantes,
pobladores y campesinos de todas partes de la nación. Marcando el rumbo del
desarrollo de Rusia en los siglos siguientes, la Asamblea de la Tierra de 1613 sin
duda puede considerarse, utilizando la terminología, como una suma de "Asamblea
Nacional" y "Consejo de la Iglesia" (equivalente en su momento a una Asamblea
Constituyente), y como tal, debemos reconocer y honrar sus trabajos en lo político
y en lo espiritual.
El resultado de la Asamblea de la Tierra no se había determinado de antemano. A
pesar de un consenso sobre el objetivo de restablecer el orden en el país, los
representantes del pueblo se estudiaron muchas cuestiones generales y
específicas. Sin embargo, al final prevaleció un claro deseo de restaurar la
soberanía del Estado ruso y de una monarquía independiente, legítima y
hereditaria.
El 21 de febrero (06 de marzo gregoriano) de 1613, la Asamblea de la tierra firmó
el acuerdo fijando que las cualidades esenciales para un dirigente del Estado ruso
no eran la elocuencia de palabra, ni la fama efímera, ni la experiencia ni el
heroísmo, sino la legitimidad imprescriptible que lo uniese las épocas anteriores
de la historia rusa.
El legítimo heredero más cercano a la extinguida Dinastía de los Riurikovich era
Mikhail Fedorovich Romanoff, el hijo del Metropolitano Filaret, el primer primo del
último zar de la primera dinastía rusa (zar Fedor Ivanovich I), prisionero en ese
momento languideciendo en una polaca prisión. No había unas cualidades
personales en ese joven de tan solo 16 años de edad, Mikhail Romanov, que
recomendasen especialmente que él fuese "elegido" como zar, pero la legitimidad
de sus derechos hereditarios le ofreció tan único y elevado cargo para que pudiese
desempeñar el papel de árbitro de la nación, trajese la paz a su país, que tanto
había sufrido, y pudiese dejar esa herencia a sus futuros descendientes.
La Asamblea de la Tierra de 1613 promulgó una Carta de Confirmación del
llamamiento de los Romanoff al trono que, con un lenguaje sencillo y claro,
establecía los principios tradicionales y armoniosos de las relaciones entre el
pueblo y el gobierno del país, una fórmula de responsabilidades recíprocas entre el
Estado y la Sociedad.
Al tener conocimiento de que Rusia ahora tenía un zar legítimo, los invasores
extranjeros trataron de encontrarlo y matarlo, pero su siniestro plan fue frustrado
por el sacrificio inmortal de Ivan Susanin, un simple campesino de Kostroma. Es
profundamente simbólico y providencial que el nuevo joven monarca se salvó, y no
sólo él, sino también todas las esperanzas de la nación por la liberación de los
males que habían caído sobre ella, no por una gran batalla, no por los grandes y
poderosos nobles, sino por el sacrificio de un hombre del pueblo.
El 14 de marzo (27 de marzo gregoriano) de 1613, en el monasterio Ipatiev de la
Santísima Trinidad, en Kostroma, ante el icono milagroso de la Santísima Madre de
Dios, una delegación de Moscú anunció a Mikhail Fedorovich Romanoff y a su
madre, la monja María, la decisión de la Asamblea de la Tierra. El joven zar no se
llenó de alegría al oír esta noticia, sino que se llenó de tristeza y temor. El trono no
era un codiciado premio sino una pesada cruz, y dudaba de que tuviese fuerzas
para asumir una responsabilidad tan grande. Sólo la persuasión y las
exhortaciones de San Feodorit de Riazán convencieron a Mikhail Fedorovich que
no podía rechazar el deber sagrado que había caído sobre él por la Providencia y
por la voluntad del pueblo.
En mayo el zar llegó a Moscú, y el 11 de julio (24 de julio gregoriano) de 1613, el
Primer Jerarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Efrem Metropolitana de Kazán, lo
coronó en la Catedral de la Dormición del Kremlin de Moscú. Y así comenzó el
reinado de la dinastía.
Las deliberaciones y decisiones de la Asamblea de la Tierra de 1613 fueron la
culminación de un movimiento de liberación nacional. Pero la victoria completa
sobre los problemas y sobre las ruinas que se abatían sobre Rusia todavía estaba
por llegar. Una parte importante del territorio del país se mantenía aún bajo el
control de ladrones y bandidos e invasores extranjeros. Sólo en 1617-1618 los
ejércitos rusos consiguieron finalmente liberar su patria de sus enemigos, y sólo
entonces se firmaron tratados de paz con Polonia y Suecia.
El fin simbólico de los acontecimientos de la era de los Disturbios llegó el 14 de
junio (27 de junio nuevo calendario) de 1619, con el regreso a Rusia del padre del
zar Mikhail I, el Metropolita Filaret (Romanoff), desde su prisión en Polonia.
Después de su elección canónica al trono patriarcal, la Iglesia Ortodoxa Rusa tuvo
nuevamente un verdadero timonel. El Estado ruso restaurado presenta uno de los
mejores ejemplos del gran ideal cristiano de Symphonia, la cooperación de las
autoridades espirituales y seculares.
Nuestra dinastía gobernó Rusia desde ese moemnto durante 304 años. En el
trágico año de 1917, durante las mismas fechas de febrero en que la Asamblea de
la Tierra de 1613 daba por concluido su trabajo, estalló una revolución que traería
sufrimiento indecible a todos, no sólo a sus víctimas, sino también a los que habían
provocado en principio la Revolución.
Durante los tres siglos de dominio Romanoff de Rusia hubo muchos éxitos, logros y
victorias. Conviene que recordemos con honor las contribuciones que nuestra
dinastía ha hecho a la historia de Rusia. Pero también hubo muchos errores graves,
errores de cálculo terribles y graves pecados. Nos arrepentimos delante de Dios
por estos errores y pecados, y pedimos perdón a los rusos, tanto en nuestro propio
nombre como en el de nuestros antepasados.
No cabe duda que la Rusia imperial de 1917 no era un estado donde reinara la
perfecta justicia igualitaria, pero la Revolución no abolió la pobreza ni la injusticia
ni la crueldad, ni tampoco supuso el reinado de la moral. Todo lo contrario.
Simplemente multiplicó los más bajos instintos y vicios, glorificando la violencia y
aplastó sin piedad los fundamentos religiosos, morales y étnicos de la sociedad, así
como las costumbres útiles que habían servido como baluarte contra el triunfo del
mal.
Este monstruoso intento de construir una nueva sociedad sobre la base del
ateísmo y el totalitarismo sufrió su inevitable colapso. Pero, por desgracia, las
semillas del materialismo, que fueron plantadas en abundancia durante las
décadas de gobierno de los ateos siguen produciendo retoños venenosas, y sus
frutos son hoy casi tan destructivos como lo eran durante el régimen comunista.
Nos encontramos ahora sólo en el comienzo del fin de la Segunda Gran Era de los
Disturbios.
Es imposible encontrar el camino correcto de estos problemas sin mirar hacia
atrás en la experiencia de las generaciones pasadas. La conmemoración de los
diversos aniversarios históricos ofrece la oportunidad no sólo para regocijos, sino
también para comprender el pasado y aprender de él.
Hace un siglo, en 1913, la celebración de la final de la Era de los Disturbios
constituyó la dilatada y suntuosa celebración el Tricentenario de la entronización
de los Romanoff. Aquel aniversario parecía demostrar la indestructibilidad del
Imperio y de la auténtica unidad del zar y de los Pueblos. Sin embargo, sólo cuatro
años más tarde, Rusia entró en una nueva era aún más terrible y prolongada, que
consumió todo. En el siglo XX, nuestra patria experimentaría el colapso total del
Estado, tanto de su integridad territorial como de su sistema de principios e
ideales.
La comprensión de estos acontecimientos nos debe llevar a los rusos del Tercer
Milenio a las conclusiones correctas.
Tenemos que entender plenamente que estamos celebrando el 400 aniversario de
las hazañas de nuestro gran y muy sufrido pueblo. En primer lugar, esto no es una
celebración en honor a la dinastía, o a los jerarcas de la Iglesia, o los líderes
militares o diplomáticos y aristócratas, a pesar de su importante contribución a la
lucha nacional, sino la glorificación de la valentía, el sacrificio y el amor de la gente
común –los campesinos, el pueblo, los monjes, la pequeña nobleza y los cosacosque, con la ayuda de Dios, liberaron y restauraron nuestra nación.
Por lo tanto es especialmente importante que esta conmemoración del 400
aniversario del fin de la era de los Disturbios sea celebrada al más alto nivel
gubernamental adecuadamente, con valentía y confianza. El gobierno actual de
Rusia ya ha dado el paso sabio de establecer un nuevo día de fiesta, el Día de la
Unidad Nacional, el día en que Kuzma Minin y de ejército voluntario de Dmitrii
Pozharksii, bendecido por el Icono de Nuestra Señora de Kazán, derrotaron a los
invasores extranjeros en Moscú. Esta fiesta reconoce el papel clave que los
acontecimientos de la era de los Disturbios juegan en la cultura rusa moderna. Yo
creo que el prejuicio, la interferencia externa, o los dogmas ideológicos falsos
nunca más deben impedir al gobierno reconocer los triunfos auténticos que
resultaron del patriotismo consciente del pueblo.
Ningún gran país puede despreciar su pasado glorioso. Al contrario, los dirigentes
y las instituciones gubernamentales bien intencionadas deben celebrar el 400
aniversario del final de la era de los Disturbios, pero esta sería una celebración
hueca si la iniciativa no nace de la propia población. Aunque motivada por la mejor
de las intenciones, una celebración excesivamente rígido será seca, sin vida, y
carente de cualquier significado genuino nacional. Sólo si el pueblo ruso reconoce
la importancia de los acontecimientos históricos que tuvieron lugar hace cuatro
siglos puede haber una celebración que sirva a los intereses del país, ahora y en el
futuro.
La Santa Iglesia Ortodoxa Rusa, además de cumplir con su misión pastoral
primaria y universal de la salvación de las almas, ha sido una fortaleza
indestructible de todos los defensores de la patria, y por la misma razón tiene un
lugar central en las celebraciones del 400 aniversario del final de la era de los
Disturbios. Cada servicio de la Iglesia que se realiza en conmemoración de estos
hechos ofrece alabanza al Salvador, nos une en oración con nuestros antepasados
que defendieron nuestro país con su nombre en los labios, y llena nuestra alma de
asombro ante el milagro de la Resurrección de Rusia. Sería una gran alegría
espiritual de todos los fieles hijos de la Iglesia Ortodoxa, si -sea la voluntad de Dios-
los jerarcas de la Iglesia glorificaran como santos a los que unieron heroísmo y
virtud cívica con la piedad cristiana firme, y ayudaron a traer el fin de la era de los
Disturbios.
Junto a la Santa Iglesia, todas las otras confesiones tradicionales, los miembros de
los cuales lucharon con valentía hombro con hombro con sus compatriotas
ortodoxos, elevarán a Dios su acción de gracias y oraciones conmemorativas de
conformidad con las prácticas de sus propias creencias.
Para la sociedad civil en todas sus dimensiones, este aniversario del final de la Era
de los Trastornos promueve un espíritu de armonía y unidad. Cualquiera que sea la
creencia religiosa o la nacionalidad religiosa de cada uno, no hay casi nadie entre
nosotros que no tenga un antepasado que contribuyese a la victoria sobre las
dificultades del siglo XVII. Personas de todas las tendencias políticas están unidas
en su respeto a los líderes victoriosos de la era de los Trastornos. Al mirar hacia
atrás en la vida de los santos y los héroes de este período, debemos comprender
que también hoy necesitamos encontrar lo que nos une para respetar, escuchar y
entender a los otros, no para recriminaciones mutuas, sino para buscar juntos la
manera de superar las dificultades y los desastres que nos acontecen.
En los campos de la ciencia y la cultura, este aniversario nacional puede
proporcionar un poderoso impulso a la investigación y el descubrimiento, los
trabajos de restauración y reconstrucción de monumentos históricos y religiosos,
para el nacimiento de nuevas obras de poesía, prosa, pintura, escultura,
arquitectura, música y otras formas de arte, para el desarrollo de las artes
populares y artesanías, e incluso por logros en el deporte.
Las fuerzas armadas y todas las instituciones gubernamentales que mantienen el
orden y la defensa nacional encuentra en los acontecimientos de la era de los
Disturbios ejemplos de valentía y honor, cualidades que son esenciales para el
fortalecimiento del espíritu marcial de la nación.
En el ámbito internacional, la celebración del 400 aniversario de la restauración
del Estado ruso fortalecerá una imagen positiva del país en el que recuerda y honra
a sus héroes. Amigos y aliados reconocerán nuestra fuerza de espíritu, y a nuestros
oponentes les ofrece un recordatorio de la inutilidad de tratar de destruir nuestra
nación.
La celebración de este aniversario también presenta posibilidades económicas. El
turismo se incrementará en los sitios de interés histórico debido a la importancia
de este aniversario, y ese aumento será impulsar el desarrollo económico en las
regiones relacionadas con la historia de la era de los Disturbios. La producción y
venta de los símbolos históricos e imágenes de glorioso pasado de Rusia
contribuirán asimismo a promover el crecimiento de muchas áreas de la economía
de la nación.
Todo lo mencionado anteriormente no es más que una pequeña parte de lo que la
celebración del 400 aniversario del final de la Era de los Disturbios significará para
nuestro país. Y si bien no disminuye en absoluto la importancia simbólica, política,
religiosa y social de este aniversario, creo que el potencial cívico y educativo de
esta celebración se debe identificar y destacar especialmente.
Conmemoraciones, discursos y desfiles y conferencias académicas no tocarán los
corazones de la gente de hoy y de las generaciones futuras si no podemos explicar
el significado de los acontecimientos de la Era de los Disturbios y su conexión con
la vida de las generaciones futuras. Es necesario aprovechar el potencial inherente
a nuestra historia para inculcar el patriotismo en nuestros jóvenes. La edición de
libros, la realización de películas, la distribución de información en Internet, la
creación y financiación de los premios y becas que llevan el nombre de personajes
de la época han de apoyar a los estudiantes, profesores e intelectuales y estas
formas de conmemoración son hoy más necesarias para los hijos e hijas de la
Madre Patria que la erección de estatuas de bronce y mármol.
Muchos en este país todavía viven con necesidades, y en lugar de sentir la
exuberancia, pueden sentirse ignorados al ver las celebraciones extravagantes. Por
supuesto, la celebración de los acontecimientos históricos nacionales significativos,
y la resolución de problemas de la sociedad no tiene por qué ser incompatible, ya
que, con respeto a los logros de nuestros antepasados, es posible preservar la
dignidad de nuestra nación y garantizar la vida y el bienestar de las personas. Pero
siempre debe haber un equilibrio entre los dos, y ese equilibrio debe reflejar las
condiciones reales de la vida cotidiana. Y, como podemos ver en la forma en que la
caridad funcionó históricamente en el Imperio ruso, la celebración y
conmemoración de los logros nacionales son perfectamente compatibles con la
solución de los problemas sociales de la nación.
Hacemos un llamamiento a todos los que están dispuestos y son capaces, para
hacer donaciones para cubrir los costos de una celebración adecuada del 400
aniversario del fin de la era de los Disturbios, y para la celebración de otros
aniversarios. La mayoría de estos fondos se utilizarán para ayudar a los pobres, los
huérfanos, los enfermos, los discapacitados, los ancianos y las personas sin hogar.
Los ascetas santos, monarcas, jerarcas, héroes y líderes militares, cuyos nombres
han sido adoptadas por varias organizaciones benéficas como una manera de
honrar su contribución a la nación se alegrarán mucho más en el Reino de los
Cielos si levantamos monumentos en su honor no sólo en las calles y plazas de
nuestras ciudades, sino, en primer lugar, en los corazones de la gente.
El 400 aniversario del final de la Era de los Disturbios es una celebración del
triunfo del pueblo, y esta es la única manera en que este acontecimiento debe
entenderse. Pero del mismo modo que sería un error considerar esta celebración
como una celebración dinástica o estrictamente religiosa, también sería un error
minimizar el papel vital desempeñado por el clero ortodoxo o hacer caso omiso de
la importancia de la nación llamando al trono a su dinastía legítima. Es hora ya de
que no veamos la historia como algo que siempre puede ser explotado por razones
políticas, intereses o amenazas a nuestra posición política; es momento de
recobrar el valor instructivo de la historia, sin distorsionar los hechos para
ajustarse a una determinada plataforma de partido.
La Santa Iglesia, en la persona de Su Santidad, el Patriarca Kirill de Moscú y de toda
Rusia, y todo el clero, ya ha hecho mucho y sigue haciendo mucho para que
sepamos la verdad y para que podamos comprender el enorme significado
espiritual de las dificultades que Dios envió a nuestros antepasados en el siglo XVII.
En cuanto a mí, creo que es importante en este aniversario repetir mis ideas sobre
la misión de la Dinastía de los Romanoff en el mundo moderno.
La Casa Imperial Rusa, gracias a Dios, ha conservado sus principios históricos,
espirituales y legales. Forzado al exilio tras la Revolución de 1917, mi abuelo, Kirill
Wladimirovich, y mi padre, Wladimir Kiríllovich, no permitieron que la vela de la
sucesión dinástica legítimo que se apagase, sino que garantizaron la continuidad
de la dinastía Romanoff como institución histórica. El Jefe de la Casa Imperial no es,
como algunos creen erróneamente, un "pretendiente al trono", sino que es el jefe
hereditario de una institución familiar que conserva las ideas y tradiciones de la
monarquía milenaria Familia-Estado que es Rusia.
Para la Casa Imperial abjurar de la idea de una monarquía es tan absurda como en
la fe abjurar Iglesia de Dios. Traicionar los centenarios ideales de nuestros
antepasados por alguna ventaja política a corto plazo sería degradante, hipócrita y
deshonrosa. Estoy segura de que esto se entiende no sólo por aquellos que
comparten mis creencias, sino también por aquellos que no lo hacen.
Afirmo mi creencia de que la monarquía hereditaria legítima es la única forma de
gobierno eficaz, y estoy convencida de que es compatible con cualquier época,
incluida la nuestra, y podría ser adecuado y útil para nuestro país multinacional. Al
mismo tiempo, entiendo que, en este momento y para el futuro previsible, la
restauración de la monarquía es prematura y rechazo categóricamente cualquier
posibilidad de una restauración sin el consentimiento del pueblo. Sólo la expresión
legalmente formulada, con libertad de expresión, de la voluntad nacional del
pueblo podría autorizar un renacimiento de la monarquía que existió en Rusia
entre los años 862 y 1917.
Ni yo ni mi hijo, el gran duque Georgii Mikhailovich, vemos el poder como una
especie de premio codiciado, sino más bien como una carga que trae consigo
mucho sufrimiento, frustración y dolor a aquellos a quienes Dios se la ha dado, y
así lo vieron tambié el fundador de nuestra dinastía, el zar Mikhail Fedorovich Iy
los otros soberanos de Rusia. Si la voluntad de Dios es tal que nosotros o nuestros
herederos legales seanllamados por el pueblo para servir en el trono, no vamos a
romper el juramento sagrado que hemos hecho y no vamos a abjurar de nuestro
deber. Pero los que nos atribuyen un deseo de poder están profundamente
equivocados.
La dinastía de los Romanoff se esfuerza ahora -y lo hará en el futuro- en todo lo
posible para ser útil a la Patria, independientemente de lo que el sistema político
sea, en cualquier circunstancia.
Creyendo que es su función principal servir a la causa de la unidad nacional, la
dinastía, por principio, no se involucra en la política. Esto no significa, sin embargo,
que la Casa Imperial carezca posiciones opiniones sobre cuestiones del día.
La Casa Rusa Imperial es por su naturaleza una institución histórica nacional, no
partidista, que está abierto al diálogo y la cooperación con todos sus compatriotas,
independientemente de sus afiliaciones religiosas, nacionales, políticas o de otro
tipo. Mientras mantiene firmemente su fe y sus principios, la Casa Imperial de
Rusia se declara abierta y defiende, pero nunca impone, estos principios y está lista
para discutir y cooperar con quienes mantengan otros puntos de vista y
convicciones, siempre que la discusión y la cooperación sean en el mejor interés de
la nación y fortalezcan la inter-confesionalidad, la paz y la concordia civil
internacional y nacional.
Nosotros no consideramos a nadie a nuestro enemigo, incluso a los que están
alineados en contra nuestra. Todos nuestros compatriotas, incluso los que nos
traen tristeza y dolor, son, sin embargo, nuestros hermanos, hermanas e hijos,
todos ellos miembros de una gran familia.
Es mi ferviente convicción de que nuestro lema nacional común debe ser las
palabras del emperador Nicolás II, el Santo Mártir, quien dijo en el comienzo de la
catástrofe del siglo XX: "el mal que hay ahora en el mundo será aún mayor, pero el
mal no puede vencer al mal, sólo el amor puede vencerlo".
La visión del mundo contenida en estas palabras vivía en las acciones de los héroes
de la era de los Disturbios. Fue la estrella guía durante los años más terribles de la
Patria. Y siempre seguirá siendo el medio para poner fin a todos los conflictos y
discordia.
El original de la firma de puño y letra de Su Alteza Imperial:
MARIA
Dado en Madrid
17 de marzo/1 de febrero, de 2012
En el 400 aniversario de la muerte
del mártir Santo Patriarca Hermogen
Descargar