Romancero general de la Isla de El Hierro

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Reseñas
son uno de los tantos ejemplos de la adaptación y remodelización que
la materia artística bodeliana experimentó al convertirse en romancero;
nada más lógico que los enemigos sajones, sin mucho sentido en territorio
español, fueran sustituidos por los moros, contrincantes habituales de los
caballeros romancísticos. Este proceso de adaptación de un contexto a
otro no terminó en la Edad Media, pues, como toda obra tradicional, los
romances derivados de la Chanson des Saxons “no son textos clausurados,
estáticos, sino mensajes que se adaptan a la cambiante realidad social de
quienes los recuerdan” (9); el práctico final de esta versión asturiana de
Belardo y Valdovinos, recogida en 1994, confirma las palabras de Mariscal
Hay: “Y allí acabó [Belardo] con el moro / y le dio fin de su vida, // volviendo con Valdevinos / curándose las heridas, // médicos y melicinas
/ todo cuanto necesita, // que para el hijo de un rey / bastante haberá
en botica” (vers. 42, 206). Las anteriores son solo algunas muestras de la
riqueza contenida en la rama del romancero carolingio representada por
Nuñovero, Valdovinos suspira, Valdovinos sorprendido en la caza, Belardo y
Valdovinos y Calaínos y Sevilla; una riqueza que El romancero y la Chanson
des Saxons ha contribuido a resaltar mediante la edición de versiones
antiguas y modernas de esta singular familia de textos.
Magdalena Altamirano
San Diego State University-Imperial Valley
Maximiano Trapero. Romancero general de la Isla de El Hierro. Madrid: Cabildo
Insular de El Hierro, 2006; 353 pp.
La recolección moderna de romances en las Canarias comenzó con las
“Fuentes para el estudio del Romancero: serie Ultramarina” del Seminario Menéndez Pidal, que incluyó La Flor de la Marañuela. Romancero general
de las Islas Canarias, de 1969; el Romancero de la isla de El Hierro, edición de
1985, y el Romancero de la Gomera, de 1987. La segunda edición del Romancero general de la isla de El Hierro, objeto de esta reseña, constituye,
como indica su portada, una “edición corregida y muy aumentada” y
revela la sorprendente labor de recolección de Maximiano Trapero y de
sus colaboradores en esta zona del archipiélago canario.
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El corpus de este magnífico libro es muy amplio, no solo por la cantidad de afortunadas aportaciones de romances de tradición oral (80 en
total), sino también porque reproduce 272 versiones. En él encontramos
textos recogidos desde l985 hasta nuestros días. A diferencia de la primera
edición, en esta las diferentes versiones se agrupan de acuerdo con su
temática. Complementa cada romance una serie de informaciones que
dan “noticia, aunque somera, de las características [del] romance […]
en la tradición de El Hierro, en relación con la tradición del resto de las
Islas Canarias, de la España peninsular y de la tradición pan-hispánica,
en general” (17).
El estudio introductorio —igual que la bibliografía— es ahora más
amplio, dado que, como se menciona, “nuestro conocimiento de la tradición romancística de Canarias, en general, se ha enriquecido mucho
desde entonces y obviamente ha de verse reflejado en las cuestiones que
traten estudios comparativos” (18). La introducción (13-68) nos habla
de la geografía y de la historia de la isla de El Hierro, de su folclor y sus
tradiciones, del descubrimiento del romancero, las primeras encuestas,
iniciadas en 1982, así como las nuevas adquisiciones. De los informantes
se menciona nombre, edad y género; se dice también cómo llegaron a sus
oídos los romances, en qué época de su vida, qué romances conocen, si
los transmiten a sus descendientes y en qué lugar los cantan. En suma,
se trata de estar al tanto, como dice Trapero, de “la antropología de esa
tradición”. El autor cree “conveniente que al lado de una colección de
romances aparezcan siempre los datos mínimos sobre los informantes
y los otros datos que permiten acercarnos a la forma de vida de ese romancero en el lugar en que se ha recogido” (30). En esta segunda edición
aparecen 15 informantes más respecto de la primera, con lo cual se llega
a un total de 70.
Al evaluar la situación actual de los romances, Trapero dice que en
estos años las formas de vida y costumbres han cambiado considerablemente —“El Hierro ya no es lo que era, ni siquiera es igual a como cuando
nosotros empezamos las encuestas romancísticas hace 25 años”—, y que
las transformaciones han influido también en el romancero, al grado de
que este género de la cultura tradicional “está prácticamente perdido
del todo” (21-22). Esto quizá resulta contradictorio si nos remitimos a la
información de la portada de esta segunda edición.
Reseñas
Siguiendo los mismos criterios de los otros romanceros canarios, el
libro clasifica los romances en cinco grupos: romances tradicionales
(66.9%),1 religiosos (13.2%), de pliegos de cordel (4.7%), canciones narrativas popularizadas y de tema local (2.5%). Para esta clasificación adoptó
el investigador varios criterios, dado que, según nos explica, dividir los
romances por temas, como lo hacen Menéndez Pidal o los romanceros de la tradición oral moderna, en épicos, carolingios, históricos, bíblicos, de venganza, pastoriles, etc., presenta inconvenientes; por ejemplo,
el de colocar en un mismo grupo romances de distintas épocas o estilos
(38). Lo mismo que, aplicando criterios historicistas, como el de Diego Catalán, dividir los romances en tradicionales, vulgares, de ciego, etcétera.
Reconoce que su propia clasificación “es también […] ecléctica; mezcla
[…] criterios históricos con otros eminentemente temáticos y con otros
que atienden a la funcionalidad de cada romance” (39).
Respecto al término tradicionalidad, aplicado tanto a los romances
viejos, o sea, los anteriores a 1580, como a los romances orales que,
inspirados en la tradición vieja, surgieron en el xvii, Trapero está consciente de los límites e imprecisiones que representa ese término. Según
los estudiosos del romancero, se les llama romances tradicionales a
aquellos que se encuentran en los cancioneros del siglo xvi y que han
sido transmitidos de boca en boca hasta llegar a nuestros días, aunque
también se puede llamar tradicionales a aquellos que, sin haber sido
incluidos en cancioneros, aparecen en obras teatrales, glosas, libros de
música o pliegos góticos (40).
De los romances que él clasifica como tradicionalizados (71-205) solo
mencionaré, de acuerdo con el orden que Trapero les da, aquellos que
tienen más de cinco versiones: Virgilios, con 9 versiones; El conde Grifos
Lombardo, con 8; Blancaflor y Filomena, 17; Delgadina, 10; El caballero burlado,
22; La princesa peregrina, 14; Las señas del marido, 12; La serrana, 16; Cautiva
liberada por su marido, 5; Rescate de su enamorado, 7; La romería del pescador,
7; ¿Dónde vas, Alfonso XII?, 6.
De los romances religiosos (207-224) cabe mencionar como ejemplo
el número 42, La Virgen y el ciego, con 8 versiones.
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El porcentaje es del número de versiones, no de los romances.
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De los divulgados en pliegos de cordel (231-258), “relatos romanceados eruditos que, siguiendo una norma que se impuso en el siglo xviii”,
nacieron de poetas y fueron impresos en pliegos sueltos vendidos por
ciegos (42), presenta, entre otros, el 53, Doncella que sirve de criado a su
enamorado, con 5 versiones. Cabe mencionar que algunos de estos, aunque han sido transmitidos de generación en generación, no presentan
variantes, pues se reproducen de acuerdo con el texto escrito.
De las “Canciones narrativas popularizadas” (259-266) dice que están
entre el romance y la canción, “con un grado narratológico bajo”. Transmitidos oralmente, se caracterizan por su estructura dialogada (44); son
de creación moderna, se ubican en el siglo xix, y de ellos solo se recogieron
como máximo dos versiones en el caso del texto 62, Madre, a la guerra me
voy; de los cuatro romances restantes hay una sola versión.
Los que denomina como “Romances de creación y temática locales”
(44) son interesantes, dado que surgieron en El Hierro y citan hechos y
lugares precisos de la isla. Trapero los define como “relatos monorrimos,
[que siguen] la norma de la más vieja tradición romancística herreña”
(44), y añade que otros relatos están compuestos en décimas; tal es el
caso del número 75, El derrumbre de la fuente de Isora:
¡Oh fuente tan importante
donde iba el pueblo entero,
sobraba de enero a enero
pa obsequiar al caminante!
Pero ha llegado el instante
que su agua está sumergida,
su obra desvanecida
por roques de gran tamaño,
el pueblo viste de un paño,
abandono y cobardía (289).
Respecto a las características de los romances de El Hierro, cabe destacar la supervivencia de temas poco frecuentes en el romancero de tradición oral moderna, como ocurre con el de tema clásico de Virgilios:
Estándose el rey en misa vido entrar a una mujer
toda vestida de negro y a sus criados también.
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A los suyos les pregunta: —¿Quién es aquella mujer?
—La madre de Virgilio, el que usted mandó a prender.
—No se acuerde Dios de mí si yo me acordaba de él;
cuando salgamos de misa a Virgilio iré a ver (71).
O los de factura tardía, como Los suegros de la cautiva (núm. 22), Rescate
de su enamorado (24) y Hermanos que se reconocen en el cautiverio (55), por
citar solo unos cuantos.
Del repertorio recogido se puede percibir que personajes, ambientes,
motivos e ideología permanecen sin variantes o, como diría Trapero, son
“versiones poco evolucionadas” (48-49), semejantes a las registradas en
romanceros y cancioneros viejos.
Cabe mencionar que en esta colección están ausentes los romances de
asunto infantil, por ejemplo, Don Gato, El piojo y la pulga, pese a que son
tan comunes en la tradición de la Península Ibérica, de Hispanoamérica
y de las restantes Islas Canarias.
Trapero ubica en una categoría especial algunos romances de cautivos:
Hermanas reina y cautiva (núm. 20.), Cautiva liberada por su marido (21), Los
suegros de la cautiva y el moro converso (22), entre otros. Dice el investigador
que, dada la historia del archipiélago canario, que sufrió invasiones de
corsarios y piratas, no es de extrañar que en esta zona enraizaran y se
afianzaran dichos romances (50). Así, Hermana reina y cautiva (20.1):
Morisco, si a Francia fueres, tráeme de allá una cautiva
que no sea de sangre baja, ni de gente villanía,
que sea de condes y duques, que bien pato te sería.
A otro día de mañana el turco a su viaje iba.
Allá en medio del camino se encontró lo que quería.
O el que lleva por título Los cautivos Melchor y Laurencia (25):
La mañana de San Juan, como costumbre que fuera,
los galanes y las damas a divertirse salieran.
Salieron a la ribera junto de a la mar serena.
Allá por los grandes golfos saltan los moros en tierra,
cautivaron a Melchor y a su querida Laurencia.
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Al igual que otras recolecciones, este libro incorpora romances contaminados; baste citar El quintado + La aparición de la enamorada muerta
(28.1):
El capitán le pregunta: —¿Por qué tienes tanta pena,
si es por padre o es por madre o es por morir en la guerra?
—Ni es por padre ni es por madre ni por morir en la guerra,
sólo por una muchacha que dejo enferma en la cama.
—Coge tu caballo blanco, ...vuélvete para tu tierra.—
Allá en medio del camino se encuentra una sombra negra.
—Sombra negra, sombra negra,... ¡qué poca suerte ha tenido [sic],
que me has venido a encontrar en el centro del camino!
O ejemplos de contaminaciones poco afortunadas: El caballero burlado
+ La romería del pescador (26.7):
Se puso debajo un árbol a ver si aclaraba el día,
mirando pa sobre el árbol y allí vio una linda niña;
llevaba un trajito blanco y su melena tendida.
La agarró por los cabellos, la subió la peña arriba.
Si la peña era de plata, de oro fino se volvía.
Los angelitos cantaban, los serafines decían:
Así es como se gana la corona de María.
A propósito del romance El caballero burlado vale la pena hacer un breve
comentario sobre la siguiente afirmación del investigador: “De entre los
romances que tratan el tema del adulterio (en el romancero el adulterio
es siempre obra de la mujer, no del hombre)” (112). Difiero de Trapero,
pues el romancero en torno al tema de la infidelidad, como en muchos
otros temas, se presenta como un fenómeno polimórfico con infinidad
de posibilidades, y en él encontramos tanto adulterio masculino como
femenino; basta ejemplificarlo con una versión de Tenerife del romance
Me casó mi madre, publicada por Diego Catalán en el volumen I de La
flor de la marañuela (281):
—Ábreme la puerta mujer mía,
que vengo cansado de buscar la vida.
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—Tú vienes cansado de cas tu querida.
—Mujer del demonio, ¿quién te lo decía?
—Hombre de los diablos, yo que lo sabía.
—Mujer del demonio, pídeme perdón,
que por ti me llevan a la inquisición.
De modo que, contrario a lo que se piensa sobre la justificación que
culturalmente se ha manejado sobre la infidelidad masculina, existen,
así como esta, otras versiones del romance citado que plantean incluso la
humillación del marido infractor, acentuándose y quedando establecida
la venganza de la mujer.
Trapero concluye que la tradición romancística en El Hierro se ha mantenido con cierto grado de conservadurismo, a diferencia de otras tradiciones, donde el romancero vulgar se ha impuesto sobre la tradición vieja.
Cierra el libro con los siguientes apartados: la parte musical (301-307)
—realizada por Lothar Siemens Hernández, quien incorpora la transcripción de la melodía que sirve como fondo musical para todos los
romances—, la bibliografía (309-316), el índice de títulos de los romances
(319-391), el índice por clave temática (323-325), un índice de primeros
versos (327-331), e índices de informantes (334-337), de localidades y de
romanceadores (339-341) y de recolectores (343). Culmina esta valiosa
colección con bellas fotografías, donde aparecen los romanceadores o
contadores de historias, en algunos casos acompañados de los encuestadores. Como apéndice final, el autor incluye su trayectoria curricular,
acompañada de su fotografía.
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Escuela Nacional Preparatoria, unam
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