LOS SIGLOS DEL BARROCO. 1. Marco espacial y temporal. El Barroco es un amplio periodo cultural en el que comienza la transformación que conducirá a la Edad Contemporánea; pero es un periodo de transición y crisis. La transición se manifiesta en la convivencia entre un mundo providencialista heredero de la etapa medieval y determinado por las monarquías absolutas de derecho divino, de corte católico, y otro emergente mundo de monarquías burguesas, incluso parlamentarias, de espíritu protestante y atento a las innovaciones científicas del siglo XVII; será este segundo mundo el que triunfe culturalmente en el siglo XVIII, el siglo de las luces. Es época de crisis en la casa imperial de los Habsburgo, que perderá la hegemonía en Europa para dar paso a la pujante Francia de Luis XIV. Desde el punto de vista de la cronología, y atendiendo al concepto de Barroco como fenómeno cultural, se extiende éste por toda Europa y la América española durante el siglo XVII y una buena parte del siglo XVIII en algunos países como España. El mapa muestra Europa tras la Paz de Westfalia, en la que nuestro país pierde buena parte de sus posesiones europeas tras el final de la guerra de los 30 años, conflicto central de la primera parte del siglo XVII. 2. Los Estados europeos en la etapa del Barroco. Si a los territorios de Países Bajos, gran parte de Italia, algunos espacios en Europa central, América, Norte de África y zonas de Extremo Oriente, unimos el trono portugués al que accederá Felipe II en 1580 y hasta 1640, hemos de considerar a España y su Imperio durante el reinado de este rey, como el de mayor extensión hasta la fecha. Los objetivos de la llamada Monarquía Hispánica fueron dos: conservar esta inmensa herencia patrimonial y defender el catolicismo. Para ello hubieron de continuar los conflictos con Francia con variables resultados, hubo que frenar la expansión turca (Lepanto 1571), participar en una larga guerra (durará casi 80 años) para mantener el catolicismo en Países Bajos sin poder evitar la declaración de independencia de las 1 provincias del norte (Provincias Unidas) y enfrentarse a Inglaterra por su apoyo a los rebeldes de Países Bajos padeciendo la gran catástrofe de la Armada Invencible (1588). Durante el Siglo XVII, los Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) no supieron administrar la herencia recibida, y a pesar del afán pacifista del primero de ellos (paces con Inglaterra y Holanda), Felipe IV y su valido, el conde duque de Olivares practicaron una política beligerante en Europa participando en la guerra de los 30 años, tras la que el tratado de Westfalia reconocerá la independencia de la Provincias Unidas sufriendo en el transcurso de la guerra derrotas dolorosas en Rocroi (1643) y Las Dunas; además, las sucesivas bancarrotas habían deteriorado la economía y el intento de Olivares de que todos los territorios del Imperio colaboraran económicamente y con soldados, acabó con la revuelta de 1640, traducida en la separación de Portugal y la casi independencia de Cataluña. Con Carlos II se recuperará algo la economía, pero España era ya una potencia de tercera fila en el contexto europeo. Las Provincias Unidas eran una república formada por siete provincias, cada una con su Parlamento. Nombraban representantes que se reunían en los Estados Generales, donde se adoptaban decisiones comunes, se elaboraban leyes y se nombraba al Gran Pensionario para dirigir la administración durante cinco años, igual tiempo del que disponía el Gran Estatúder o jefe de la milicia. Holanda se convirtió en la principal potencia marítima y comercial durante la primera mitad del XVII, alcanzando la burguesía un gran poder en disputa con la nobleza. La creación de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales les permitió controlar el comercio asiático de seda y especias. El mejor ejemplo de absolutismo monárquico lo tenemos en Francia durante el reinado de Luis XIV (1638-1715). Aunque hasta 1661 gobernó su valido el cardenal Mazarino, después se hizo cargo personalmente del poder orientando su política a ampliar sus fronteras (España por ejemplo, perderá a su favor el Franco Condado, El Rosellón y la Cerdaña) y a formar un gran imperio colonial; además, incrementó su poder interior a costa de la nobleza, la Iglesia y los Parlamentos utilizando para ello la centralización político-administrativa, la eliminación de la disidencia religiosa, el control de la nobleza y la propaganda del poder, al convertir la corte en el principal foco cultural del país. También creó monopolios estatales para industria y comercio con el fin de impedir la importación de productos extranjeros, aunque esta política (mercantilismo, colbertismo) fracasó. En el territorio del Sacro Imperio Romano Germánico, la rama austríaca de los Habsburgo pretendió asentar su hegemonía en Europa y ésta será una de las principales razones, junto a aspectos de orden religioso y económico, de la guerra de los Treinta años. El emperador Fernando II intentó reforzar su poder en los estados alemanes y restaurar en ellos el catolicismo; la protesta alemana inicia el conflicto que luego se generaliza cuando Dinamarca, Suecia y Francia intervinieron en favor de los príncipes protestantes mientras que la corona castellana apoyaba al emperador; la guerra concluye con el Tratado de Westfalia (1648). Fernando tuvo que aceptar que Alsacia pasase a Francia, Pomerania occidental a Suecia, la independencia de Suiza y ratificar la libertad 2 religiosa en los estados alemanes. Además se reconocía el ascenso de la dinastía Hohenzoller (gobernaba en Brandenburgo y Prusia), principal rival de los Habsburgo en el Imperio; por lo tanto, las dos ramas de la dinastía en Europa, la austríaca y la española, salieron mal paradas de este conflicto. Tratamiento aparte merece la irrupción de la monarquía parlamentaria en Inglaterra. A lo largo del XVII, la introducción de explotaciones agropecuarias, la rotación de los cultivos y la prosperidad de la burguesía con el comercio exterior, llevaron a terratenientes y mercaderes a aspirar a participar más en el gobierno y a controlar las finanzas del Estado. En Inglaterra, la tradición sancionada por la Carta Magna (1212), obligaba al rey a contar con el consentimiento de los súbditos para crear nuevos impuestos además de respetar privilegios y libertades. Cuando Carlos I Estuardo intentó imponer el absolutismo en el contexto de una crisis económica que afectaba a las clases populares, estalló la primera revolución (1625-48) en la que se enfrentan por un lado el rey y por otro la unión entre la aristocracia de la Cámara de los Lores y la burguesía y terrateniente de la Cámara de los Comunes. La victoria fue para el ejército parlamentario dirigido por Oliver Cromwell y la consecuencia, la ejecución de Carlos I. El Parlamento proclamó la república y entregó el poder a Cromwell que actuó de forma dictatorial, pero al morir, volvió la monarquía; no obstante, los dos partidos parlamentarios, los Whigs (partidarios de una monarquía parlamentaria) y los Tories (terratenientes partidarios de una monarquía fuerte), pactaron de forma que el holandés Guillermo Nassau-Orange y María (hija de Jacobo II), se convirtieron en los primeros reyes que juraban una Declaración de Derechos (1689) impuesta por el Parlamento, inaugurando la monarquía parlamentaria. 3. El arte barroco. El arte barroco surge en Italia, país que continúa dividido en numerosos estados y territorios, algunos independientes y otros bajo la influencia del papado, de Francia, Austria y de la Monarquía Hispánica. La arquitectura tendrá a Roma como soporte de un gran proyecto urbanístico iniciado con Sixto V y rematado por los Papas del siglo XVII. Se trataba de conectar las siete grandes basílicas mediante grandes avenidas y vistosas plazas rematando el recorrido con la remodelación del conjunto de San Pedro. Bernini será el encargado de la gran columnata y del baldaquino del interior; el conjunto será presidido por los tres grandes principios de la arquitectura barroca: unidad espacial, utilidad del espacio y simbolismo. También destacamos el uso de las líneas curvas, las columnas en espiral, los efectos luminosos, la abundante decoración y el uso de ricos materiales en las obras de Borromini (San Carlo alle Quattro Fontane). En Francia la arquitectura se caracterizará por el uso de la línea recta y la decoración menos abundante, en los exteriores, mientras que los interiores se ornamentan profusamente (palacio de Versalles). Inglaterra también tuvo su proyecto urbanístico tras el incendio 3 de Londres, destacando la catedral de San Pablo, de airosa cúpula, mientras que en Austria y Bohemia se construirán palacios e iglesias espectaculares (S. Carlos Borromeo). España destacó por el uso de materiales pobres (ladrillo y mampostería) que se ocultarán con abundante decoración, el predominio de la obra religiosa y el desarrollo de las Plazas Mayores (Madrid, Salamanca). Los artistas más destacados fueron los hermanos Churriguera, Pedro de Ribera (fachada del Hospicio de S. Fernando en Madrid) y Casas y Novoa (Fachada del Obradoiro de la catedral de Santiago). La escultura se caracterizará por el realismo, la expresión intensa de sentimientos, la gran movilidad, energía y vitalidad y los efectos luminosos en temas religiosos, retratos y mitologías. Todas estas características encajan en Bernini (Apolo y Dafne, Éxtasis de Santa Teresa) mientras que la escuela francesa se mantendrá más sobria (Apolo y las ninfas de Girardon). España destacará por el uso de la madera asociada a los pasos procesionales de las escuelas andaluza (Martínez Montañés y su Cristo de la Clemencia) y castellana (Cristos yacentes de Gregorio Fernández). Pero si algo será inolvidable en el arte barroco es la pintura. Aquí también triunfará el realismo, el movimiento y la fuerza, los sentimientos marcados por gestos y actitudes, los contrastes de luz (claroscuro) desde una gran variedad temática (paisaje, bodegón, religión, mitología, historia, etc). En Italia destacamos la obra de Caravaggio (vocación de S. Mateo), naturalista en su plasmación de la realidad y creador del tenebrismo al hacer emerger a sus figuras de la sombra. En la burguesa Holanda aparecerán grandes paisajistas como Hobbema, retratistas excepcionales como Hals o pintores universales como Rembrandt (La Ronda de Noche), mientras que en la católica Flandes aparece un pintor, Rubens, en el que se define el espíritu de síntesis barroca al aunar la tradición del color y dibujo italianas con la pasión por el detalle del norte (la adoración de los Magos). Finalmente, España vivirá su particular siglo de oro en literatura y pintura. Esta actuará como gran arma propagandística de la Contrarreforma apareciendo grandes pintores como José Ribera, Zurbarán o Murillo, pero destacando sobre todos ellos la enorme figura de Velázquez: iniciado en las técnicas del tenebrismo y realismo en Sevilla, convertido en pintor de Felipe IV, completó su gran formación en dos viajes a Italia, tras los que nos deja sus últimas obras llenas de penetración sicológica, perspectiva aérea, profundidad y particular visión de los temas mitológicos (Las Hilanderas, Las Meninas). 4