Reseñas Lizcano, Francisco, Leopoldo Zea. Una filosofía de la

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Reseñas
Lizcano, Francisco, Leopoldo Zea. Una filosofía de la Historia, Ediciones de Cultura Hispánica,
Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, España, 1986, 150p.
La situación de crisis y desestabilización económica, política, social y cultural en la cual se ha visto
sumergida América Latina, a lo largo de este siglo y en todo lo ancho de su territorio (del Bravo a la
Patagonia), se ha agudizado a partir de la década de los sesenta. Las relaciones de dominación y
dependencia se ven cuestionadas por la estrecha vinculación que han desarrollado los países
imperialistas en tierras americanas. Ahora la crisis estructural de estas naciones, que se han venido
dando en los últimos años, permite poner en juego y en tela de juicio la dominación milenaria que han
ejercido los países desarrollados. La relación entre dominador y dominado adquiere su verdadero
carácter, en el cual el dominador no sólo subordina e impone sus condiciones sino que se ve envuelto
y afectado por la relación establecida con el dominado. Actualmente esta situación podría permitir
negociar o entablar un nuevo tipo de relaciones entre las partes implicadas, ya que la dependencia es
mutua y tanto uno como el otro son afectados por la misma relación dialéctica que subyace en el fondo
del problema.
Dentro de este marco de dominación y dependencia, la filosofía de Leopoldo Zea adquiere una
actualización sin precedentes. El hombre de América, el hombre latinoamericano, a través de ésta,
adquiere su historia, su conciencia de sí mismo, su filosofía, su libertad, su igualdad y su autonomía.
El hombre de esta Nuestra América empieza a descubrir sus raíces, su cuerpo, su cara y sus manos,
para fincar con ellas su propia realidad. En este sentido, la investigación de Francisco Lizcano:
Leopoldo Zea. Una filosofía de la historia, nos permite tener una visión de conjunto de la obra del
pensador mexicano. "Para la cabal consecución de este propósito —expresa Lizcano— hemos
llevado a cabo la investigación en dos niveles diferentes. Por un lado, analizando los principales
conceptos a través de los cuales se expresa la reflexión de Zea. Por otro, exponiendo la visión de la
realidad que en su dinamismo histórico ha querido esclarecer nuestro autor". Si bien este estudio logra
su cometido en términos generales, a mi parecer creo que deja de lado puntos tan interesantes como
los que a continuación enumeramos: no sitúa la importancia de la obra de Leopoldo Zea en la
evolución de la historia de las ideas y de la filosofía en México; no se señala el dinamismo y la actitud
cambiante del pensamiento de nuestro pensador en su práctica y problematización con su devenir
histórico; por último, la racionalización del método utilizado para abordar la obra filosófica de Zea
conlleva a parcializar, en gran medida, la gran carga de fecundidad de su pensamiento.
El pensamiento de Leopoldo Zea se caracteriza, principalmente, como una filosofía de la
historia, a través de la cual se busca mostrar las relaciones que entre sí mantienen los pueblos a nivel
mundial e indicar el sentido histórico de tales relaciones. La temática enfrentada comienza con la
expansión occidental —siglo XVI—, situación de dominación a partir de la cual Zea trata de resolver
las relaciones de los pueblos y principalmente las relaciones de América Latina con éstos. En este
proceso se encuentran la totalidad de los pueblos existentes, unos como dominadores y otros como
dominados.
Podríamos señalar que ésta ha sido la relación que le ha permitido a Zea ampliar su
campo temático al resto del mundo. Los pueblos occidentales (dominadores) proclamaron la
universalidad de la libertad, pero, de hecho, la supeditaron a sus propios intereses,
negándosela a otros pueblos (dominados). Señala Lizcano "la filosofía de la historia de Zea
es elaborada desde una realidad dependiente, a la cual expresa en tensión hacia su liberación.
El término "dependencia" alude, en primer lugar, a la "situación" o "problema" de la relación de
subordinación o dependencia en todos los diferentes aspectos de lo humano: economía,
sociedad, política y cultura. En este sentido, la dependencia define una realidad concreta de
sometimiento que afecta a ciertos hombres y pueblos. En segundo lugar, esta misma
dependencia es la "comprensión" de esa realidad".
De esta manera, la filosofía de Leopoldo Zea tiene como eje central la toma de
conciencia de la dependencia que ha caracterizado permanentemente la historia de América
Latina. En este sentido, es una filosofía que parte de la dependencia misma para fincar en
ésta su liberación, y en un contexto más amplio las relaciones de solidaridad y comprensión
entre las naciones del universo. Zea crea a través de su obra un bagaje teórico que permite
comprender y asumir la realidad: así, la toma de conciencia, la asimilación, el
compromiso y la responsabilidad son instrumentos necesarios para reconocer la
originalidad y la autenticidad del pensamiento y del ser latinoamericano. Es decir, la toma
de conciencia significa la comprensión histórica, requisito indispensable para la asimilación
de la propia realidad y la afirmación de la identidad cultural. Para Zea la conciencia o toma de
conciencia no son categorías abstractas, sino conceptos que hacen referencia a una
realidad viva y plena. "Tener conciencia, tomar conciencia —escribe Zea— es algo permanente
al hombre. . . Mediante la toma de conciencia cada uno de nosotros, como hombre, tratará de
hacerse cómplice de la existencia de los otros, o de hacer a éstos cómplices de su propia
existencia...".
En este sentido, el hombre a liberar no sólo es el hombre de esta América o del
tercer mundo sino el "hombre", en cualquier lugar en que éste se encuentre, incluyendo al
propio dominador. En resumen, la toma de conciencia es comprender la realidad histórica, el
pasado que nos permite vincularnos y actuar en el presente para construir el futuro. De lo que
se trata —nos dice Zea— es de asumir el pasado, afirmarlo, no de negarlo, porque si esto se
intenta, se están poniendo las bases de su repetición. Para encontrar el sentido de la historia
en nuestro continente es necesario revalorizar lo propio, dejar de considerarlo como imitación
o "producto de nuestra calenturienta mente tropical". En definitiva, hay que tomar conciencia
de cómo ideas extrañas a la región latinoamericana fueron adoptadas y adaptadas a la nueva
realidad.
De esta manera, Zea deduce la importancia de la dependencia —como relación
impuesta al conjunto de la región a través de toda su historia— en la toma de conciencia. La
toma de conciencia de la dependencia permite, en este sentido, la afirmación de su identidad, la
creación de su historia y la necesidad de una filosofía propiamente latinoamericana. "Según Zea
—afirma Lizcano— habrá que tomar conciencia también de la dominación sufrida por
Latinoamérica; de la negación del carácter humano que se ejerció sobre sus habitantes; de la
negación hacia sus formas de reflexión y expresión peculiares; del intento de marginarlos de
la historia". Por otra parte, la toma de conciencia de la realidad latinoamericana tiene también
otra finalidad: comprender la relación de América Latina con el conjunto de la humanidad.
Podríamos mencionar, en términos generales, que el concepto dependencia alude
en la obra de Zea a situaciones concretas y empíricas, tanto como a la conciencia que de ella
tienen los hombres o pueblos que en esa situación están involucrados. Este concepto
guarda asimismo una relación directa con las situaciones de libertad y liberación; la historia de
América Latina es interpretada por Leopoldo Zea como una sucesión de situaciones de
dependencia. En este sentido, el pasado colonial se revela ante el latinoamericano como
la única historia con la que cuenta para realizar su propia libertad.
Como consecuencia del primer impacto colonizador —el ibérico— la realidad
latinoamericana quedó dividida, según Zea, en tres grupos sociales: el criollo, el mestizo y el
indígena. A pesar de las desigualdades de estas sociedades son, sin embargo, unificadas bajo
la explotación, en la sumisión y en la dependencia colonial. Indios, negros, criollos y
mestizos, siendo tan diversos entre sí, son parte del sistema que permite su explotación. La
historia colonial y posteriormente la independencia en Hispanoamérica, desembocaron en
una yuxtaposición, sin posibilidad de asimilación de su pasado. Estas yuxtaposiciones son
las que conducirán a su vez a otras yuxtaposiciones en la búsqueda de soluciones que le
serán igualmente ajenas. "La diversidad de razas —explica Zea—, culturas y sujetos, que no fue
obstáculo para que Europa diera origen a sus culturas e imperios, lo será en América debido a
la forma de conquista y colonización que la Europa estableció en estos pueblos. La
diversidad que en Europa aglutinó fuerzas y caracteres, en América sólo provocará divisiones y,
con ellas, guerras intestinas sin fin, haciendo de estos pueblos fácil pasto de ambiciones
extrañas, pasto de dominación que suceden a otras dominaciones".
Dentro del panorama de crisis y convulsión al que entraran las naciones
hispanoamericanas en el periodo postindependentista se desarrollarán dos proyectos
emanados de sus propias contradicciones internas: el conservador y el civilizador. El primero
quiere mantener el mismo status quo que imperaba en la colonia, pero bajo su
responsabilidad: Lucas Alamán en México, Diego Portales en Chile, Juan Manuel de Rosas en
la Argentina, Gabriel García Moreno en Ecuador, serán, entre otros, los realizadores de este
proyecto. Por su parte, la alternativa civilizadora buscará la creación de un nuevo orden de su
realidad sin tomar en cuenta el pasado; el modelo representado por los Estados Unidos, en la
época, será el ideal que pretendan alcanzar los pensadores que sienten como inferiores su
propia realidad. José María Luis Mora, Lorenzo Zavala, José Victorino Lastarria, Francisco
Bilbao, Juan Montalvo, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, Gabino Barreda,
los hermanos Laguirre y José Enrique Varona coincidirán en su interpretación negativa del
pasado y en su admiración por lo extranjero.
La historia del siglo XIX será interpretada por Zea como la consecuencia implacable
de la dividida colonización ibera, criollos y mestizos querrán alcanzar sendas utopías
irrealizables, que darán como resultado nuevas situaciones de dependencia. El resultado de
esta lucha, que será una lucha por destruir o subordinar al contrario, la describirá nuestro
pensador de la siguiente manera: "Al triunfo del liberalismo y la civilización, será una sola
mente unida: la criolla y la mestiza, la que acepte el nuevo señorío. . . se acepta, así el punto
de vista colonizador, de acuerdo con el cual estos pueblos tenían que ser colonizados para
borrar de ellos la barbarie".
Es así como la dependencia pasa a ser, en la filosofía de Leopoldo Zea, el factor
principal a enfrentar en su realidad. En ésta la problemática latinoamericana que debe ser
asumida como responsabilidad consciente, ya que esta misma posibilitará su cancelación. En
este sentido, la historia se constituye en la maestra del camino presente y futuro. Esta
conciencia de la dependencia entre dominados y dominadores da pie para que Zea pueda
hablar de dos historias, pero no sólo dos problemáticas diferentes, dos pasados distintos,
sino también dos formas de entender el destino de la historia y la liberación. Una donde la
libertad es exclusiva de ciertos pueblos y otra donde esa libertad pueda ser ejercida por todos
los hombres y todos los pueblos, por medio de las relaciones de igualdad y solidaridad. Es
decir, la libertad —la cual constituye el fin de la historia de la filosofía de Zea— es
antagónica a todo tipo de dominación y dependencia. La libertad que se nos propone es la
libertad del nuevo hombre, del hombre que se ha venido gestando a lo largo de siglos de
dominación y dependencia, del hombre que tendrá que ejercer su libertad plenamente. "Un
hombre nuevo, sí, afirma el filósofo mexicano, pero un hombre que no tenga ni la piel del
dominador ni la piel del dominado. Esto es, un hombre consciente de que el hombre no
puede ser ni lo uno ni lo otro. . . No se trata de hacer del dominado un nuevo dominador, ni
del dominador un nuevo dominado. Como tampoco se trata de encontrar nuevos dominados
que nos garanticen nuestra libertad". Por ello la filosofía de Zea contribuye a indicar el camino
y la consecución de una libertad que sea expresión de todos los hombres y de todos los
pueblos Una filosofía que permita entrar en relación con otros pueblos y con otros
hombres en una situación que no sea la dependencia y la subordinación. Así el hombre, el
hombre concreto, ese hombre sin más, tiene que ser libre. Con ello, nuestro pensador
puede afirmar que todos los hombres son peculiares y que, por lo tanto, todos deben de ser
libres, al no existir razón para que unos sean superiores a otros.
Para poder acceder a la liberación, al proyecto libertario, Zea propone llevar a cabo
dos proyectos: el asuntivo y el igualitario. El proyecto libertario dependerá de la asunción y la
asimilación de la realidad y para lograrlo hay que tomar conciencia de la dominación
impuesta, del regateo de humanidad que ésta lleva consigo, de la situación de dependencia
que caracteriza a la realidad latinoamericana, así como de las yuxtaposiciones que se
expresan en su historia. Hay que tomar conciencia de todos los factores que constituyen la
propia realidad, por negativos que pudieran parecer, para tratar de construir con ella y sobre
ella, el mundo que se anhela. Es decir, en términos generales, el proyecto asuntivo y la obra
de Zea buscan articular, con base en el conocimiento de la propia realidad, proyectos
autónomos, orientados a conseguir la superación de la dependencia para acceder a otras
relaciones regidas por la solidaridad y la plena liberad.
Para Zea, el proyecto asuntivo se manifiesta a través de varios de los más
importantes pensadores de finales del siglo XIX y del XX: Francisco Bilbao, José Enrique
Rodó, José Vasconcelos, César Zumeta, Manuel González Prada, Alfonso Reyes, Manuel
Ugarte y José Martí.
La toma de conciencia que Zea percibe en el proyecto asuntivo tiene su correlato
político en el nacionalismo latinoamericano que se empieza a gestar a partir de la década de
los treinta. La vanguardia de estos movimientos será la clase media que, consciente de su
realidad, busca transformarla a través de la industrialización, de la creación de un mercado
interno y el fortalecimiento de un desarrollo económico que le permitiera alcanzar su
modernidad. En este sentido Zea considera que el nacionalismo brota y madura como
respuesta al imperialismo norteamericano, este movimiento será defensivo y antiimperialista e
intentará poner freno a la expansión imperial llevada a cabo en todos los órdenes:
económico, social, político y cultural. El nacionalismo latinoamericano será una expresión
diferente a los nacionalismos occidentales, pues emergerá de su propia historia, en la cual se
encuentra la base de su identidad nacional y, con ella, la base de una auténtica fuerza de
resistencia que con base en cohesión y fuerte unidad nacional, impedirá la aparición de
"vacíos de poder" que permitirán o facilitarán las "intervenciones extrañas". Esta misma lógica
llevará a Zea a definir las metas de este nacionalismo dentro de los marcos y estructuras de
los pueblos occidentales. ". . . Esto es —dice Zea— se tendía a la formación de naciones bajo
la dirección de las clases medias que en ellas se iban fortaleciendo [las formas de vida del
mundo occidental]. Revoluciones no socialistas, sino burguesas. Pero, de burguesías
conscientes de sus posibilidades, que no podían ser ya las de la burguesía occidental".
Suprimir o mediatizar los intereses de las oligarquías latinoamericanas, una cierta
redistribución de la riqueza, defensa de la soberanía y de las propias riquezas frente a los
intereses imperiales, fueron según la interpretación histórica de Zea, las aspiraciones de los
movimientos nacionalistas en América Latina. Estas eran las bases en común de las cuales
partían movimientos tan disímbolos como el de la revolución mexicana que al expropiar el
petróleo, a través del régimen cardenista, permite la formación de la burguesía nacional
posteriormente fortalecida en el sexenio de Miguel Alemán, el APRA en Perú, el varguismo en
Brasil y el peronismo en Argentina. Muchos otros países de la región muestran, según Zea, en
diferentes momentos de su historia, estos mismos afanes: Guatemala en 1944, o la República
Dominicana en 1965, cambios que en su momento fueron impedidos por la participación
directa de los Estados Unidos.
Otro será el caso y el tratamiento que dará Zea a la revolución cubana. Considera
que este movimiento revolucionario no deja de tener las mismas metas y objetivos que los
nacionalismos latinoamericanos, es decir, la construcción de una democracia burguesa:
"Castro era un revolucionario latinoamericano más, incomprendido, inclusive, por los
hombres del partido comunista cubano y el de Moscú". Pero la Revolución misma, ante el
hostigamiento estadounidense (que buscaba cerrar a Cuba toda salida dentro del mundo libre),
definió su situación al aliarse al comunismo soviético. Cuba opta así forzada por las
circunstancias, por mantener sus ideales de independencia contra el imperio de Norteamérica
acogiéndose a otros ideales distintos de los que expresó al comienzo de su Revolución. Sin
embargo, Zea no ve en la concepción socialista cubana la negación de sus antiguos ideales de
cambio sino todo lo contrario, la asunción de estos ideales amalgamados con la doctrina
marxista-leninista. Lo más importante para Zea, dentro de este proceso, es la independencia
conseguida, ya que marca un nuevo camino hacia la liquidación de la dominación y la
dependencia, misma que seguirían otros intentos de liberación: el de Salvador Allende en Chile
1970, la Revolución peruana en 1968 y últimamente el triunfo revolucionario de Nicaragua
en 1979.
La Revolución cubana, por otra parte, tiene un especial significado en la obra de
Zea, pues ésta y otras situaciones: como las dificultades con las que se encontró el
presidente López Mateos en su intento de democratización política al conformar el equilibrio
social en medio del capitalismo nacionalista mexicano y la represión llevada a cabo por el
estado mexicano en 1968, ayudaron para que se dieran importantes cambios en su reflexión.
Por ejemplo, estos hechos lo conducen a una nueva valoración del marxismo y a una diferente
interpretación de las posibilidades de los distintos grupos sociales para protagonizar la
supresión de la dependencia. En cuanto al marxismo, toma una nueva actitud frente a él,
aunque de una manera parcial, ya que sólo incorpora a su discurso el concepto de
"enajenación"; por lo que respecta a la segunda cuestión, el filósofo mexicano observa
distintos protagonistas que deberán realizar la liberación que las burguesías nacionalistas no
habían sido capaces de hacer.
Leopoldo Zea considera que en la actualidad existen una serie de grupos sociales,
entre los cuales se encuentran una nueva clase media, que parecen proponerse llevar a
cabo otra vez los ideales de libertad y reforma social profunda, para ello deben aliarse a
las masas trabajadoras, pues también sufren como ellas la explotación. "Dentro de tal grupo
—dice Zea— podrán estar alineados los trabajadores del campo y de la ciudad, los técnicos,
los profesionistas, los pequeños industriales, comerciantes, sacerdotes y militares que no
hacen de la explotación del hombre por el hombre una forma de supervivencia". Asimismo,
una característica esencial de este nuevo sector social es que no pertenecen ni a la burguesía
nacionalista, ni a la oligarquía y a diferencia de los grupos medios que les precedieron, no se
preocupan exclusivamente por sus intereses sino que tienen claros anhelos de aplicar
reformas sociales que favorezcan al conjunto de la población. Para Zea, esta nueva clase
media ha tomado conciencia de su papel de subordinado y explotado dentro de la sociedad
capitalista y sólo a través de la unión con las grandes masas podrá lograr el cambio de la
sociedad; la unidad de estos grupos sociales es la que posibilitará el cese de la explotación,
tanto al interior de los mismos países como de unos pueblos sobre otros. Esta misma
conciencia es similar a la que tienen en el resto del llamado Tercer Mundo y, por lo tanto, el
enemigo es común para todos los explotados, éste es ubicado con toda precisión: el sistema
capitalista que ha impuesto su dominio en todo el mundo. De tal forma Zea concluirá: "Ya se
tiene así conciencia de que para la liberación de los pueblos, lo mismo en Latinoamérica que
en Asia, África u Oceanía, habrá que enfrentarse a un solo y gran obstáculo, al imperio
creado por el sistema capitalista".
Luis Domínguez Romero
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