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arte y cultura
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DE PINTURA
Ignacio Goitia
Si el arte tiene que ser mágico para atraer al espectador y que vea algo más que colores en un
lienzo, la obra del pintor bilbaíno Ignacio Goitia da de lleno en la diana del misterio y resulta
irresistible y magnética gracias a su temática y colorido lleno de personalidad.
D
el pintor bilbaíno Ignacio Goitia podrán decirse infinidad de cosas buenas y también algunas malas pero lo
que está claro es que desde pequeño ha sabido lo que
quería hacer de mayor, ser pintor y dedicar su vida al
arte,“durante los años del colegio ya tenía claro que
quería estudiar Bellas Artes, incluso a veces sentía que
todo ese tiempo de infancia y adolescencia no era más
que un mero trámite para llegar por fin a la universidad
donde me dedicaría a estudiar y aprender todo aquello
que realmente me apasionara”. Esto es lo que se llama tener vocación.
Y eso hizo sin dudarlo dos veces, pintar, aunque primero cometió los típicos
deslices de los artistas contemporáneos y se olvidó de dibujar para trabajar
“con distintos soportes, lonas de toldos de colores, planchas de hierro, tablas
de madera vieja o telas de lino” haciendo una especie de expresionismo lleno
de “brochazos, chorretones y dripping”, que vemos parecido por todos lados
en la actualidad, hasta que se cansó “de tanto manchón y chorretón y preferí
centrarme en perfeccionar la técnica tradicional, ya que entendí que dominándola tendría más libertad para pintar y dibujar lo que quisiese” y se fue a
los orígenes de todo, a Italia, a aprender de los clásicos, esto es, de los pintores
de verdad. Con toda la razón porque si uno sabe lo que hace puede hacer lo
que quiera, tiene más libertad para crear, para tomar una dirección que de
otro modo tendría cerrada por tu incapacidad.
Retrato de Ignacio Goitia (por Lara Bermúdez)
texto por JOsé martínez ferr eir a
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“Mis obras son como ventanas
que se abren al mundo con
la intención de crear una
reacción en el espectador y
hacerle reflexionar”
Y como en tantos otros pintores del retorno al lienzo empezaron a salir de
sus pinceles unas obras rebosantes de color, reflejando con un humor muy
particular un mundo propio que podría ir desde las caricaturas del Ancien
Régime a las de la mítica Punch, desde la imaginería conservadora de Norman Rockwell pasada por el filtro cáustico de Gil Elvgren o Mel Ramos a las
obras más reconocibles del pop británico. Unos salen de la fábrica figurativa
con obra de un contenido social extremo como
el genial Neo Rauch, otros salen con la distancia intelectual como Ángel Mateo Charris y
otros, como nuestro artista, con unos cuadros
que “son como fotogramas de una película surgida del mundo de mis fantasías, preocupaciones, ideales, emociones, etc. Ventanas que se
abren al mundo con la intención de crear una
reacción en el espectador y hacerle reflexionar,
pensar, o simplemente disfrutar de un mundo
personal, mezcla de imaginación y realidad que
al final trata temas universales, como el respeto,
el amor y las relaciones de poder, tanto sociales
como personales.”
Interiores palaciegos con gente en chaqué fumando, con elefantes dalinianos protegidos
por húsares, con mujeres hieráticas en traje
de noche y hombres desenfrenados en paños
menores, casi todos buscando el misterio al dar
la espalda al espectador, que trata de adivinar
de qué va el juego que le propone Goitia y el
significado de la obra con un estupor creciente
y una sonrisa inevitable, admirados ante el estilo siempre reconocible de la obra del autor,
un estilo que, en comparación con la moda,
para él “tiene más que ver con algo ligado a un
ideal de vida, de comportamiento, a una forma
de entender el mundo, al deseo de pertenecer
o no a un tipo de gente, algo más relacionado
con cultivar el buen gusto o mal gusto”. “Estilo Goitia” podría decirse sin rubor, porque
igual que uno reconoce una obra de Saura o
de Antonio López de lejos aunque no la haya
visto antes, se reconocen las obras de este artista
vasco de sonrisa perpetua por lo mismo, por las
ideas claras y por su estilo inconfundible.
A veces da la impresión de que un artista si se
abraza al pop tiene el camino allanado, su carrera hecha, que con poner a Audrey Hepburn
en un cuadro con cuatro colores planos ya puede cruzarse de brazos y vender; quizá en algún
caso sea así pero no en el de Ignacio Goitia, ya
que, si uno ve su currículum, se da cuenta inmediatamente de que no es el típico artista que
nunca ha expuesto en una galería y que siempre
ha estado bajo el paraguas del Estado en sus
distintas versiones, no, él no lleva toda la vida en exposiciones colectivas organizadas por diputaciones
y fundaciones de entidades financieras; más de veinte años exponiendo en galerías de todo el mundo
sin más paraguas que su propia obra son los avales que hablan de la calidad de su obra, una pintura
que, lejos de ser decorativa como la de algunos de sus contemporáneos, es más profunda y pensada de
lo que parece.
Si según el diccionario de la RAE un dandi es aquel que se distingue por su extremada elegancia y buen
tono no cabe la menor duda de que Ignacio Goitia es un dandi de los pinceles y como tal podemos
contemplar y admirar su obra, una obra que no cansa, al contrario, da más sed de pintura si cabe.
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