Una familia un tanto peculiar. Aún recuerdo aquellas noches de verano en las que dormía plácidamente sin que nada me molestase o que por lo menos no oyese esos extraños ruidos que hacían que me despertase. Unos murmureos que no me dejaban entrar en lo más profundo de mis sueños, y que cada noche no dejaban de molestarme, pero nunca lograba saber lo que era y de donde venía, ya que cuando abría los ojos, ese murmuro cesaba. Mi madre nunca ha querido creerme cuando le decía que oía estas voces por las noches, ella siempre me dice que serán imaginaciones mías, o que simplemente será el viento, pero no es verdad, y yo siempre le respondo: Mamá, que ya tengo 10 años, ¡y sé que esos ruidos no son nada de lo que dices!, pero nada ni caso. Así que una noche me he propuse investigar yo misma, pero… ¿Cómo lo pude hacer si cuando estaba despierta esos murmureos cesan?, voy a tener que preparar alguna trampa, o algo parecido, me decía. Aquel día estuve súper activa, pero no podía hacer mucho ruido, porque si no mi mamá se enfadaría. No dejaba de pensar en planes para poder saber de dónde venían esos leves ruidos. Por la noche, llegó mi hora de dormir, así que me puse el pijama y corrí a meterme en la cama, tenía muchas ganas de dormir, tantas que incluso mi mamá se extrañó de que fuese tan pronto. Pero no iba a dormir, iba a hacerme la dormida, así pues cogí, me metí en la cama, y cerré los ojos, y aunque muchas veces sentía que estaba más en mis sueños que en mi cama intentando saber de dónde venían esos sonidos, llegó el momento en el que empecé a escucharlos, y al mismo tiempo, sentía unas cosquillas en mi cabeza, pero intentaba aguantar, porque si hacía el mínimo movimiento seguro que no podría preparar mi trampa. Intentaba escuchar lo que decían, solo escuchaba algunas frases, pero no lo entendía muy bien. Así que me sobresalté, y fui corriendo al baño, porque realmente me asusté, pensaba que sería algún monstruo, como los de los cuentos que leo a veces. Me miré al espejo, después de beber un poco de agua y mojarme los ojos, me acerqué para verme la cara, y vi muy sorprendida que algo muy pequeño salía de mi pelo, y aunque me restregaba mucho los ojos, no podía dejar de ver unos bichos que rondaban por allí como si fuera su casa. Cuidadosamente los retiré con unas pinzas y los dejé en el suelo, sentándome cerca de ellos y mirándolos fijamente. ¿Qué sois vosotros? – Pregunté sin esperar alguna respuesta, tal fue mi sorpresa cuando observé a uno de los bichos responderme como si me conociesen desde pequeña, a lo que me dijo: ¿Pues qué vamos a ser? Piojos, por supuesto, vivimos en tu cabeza desde hace algún tiempo, empieza a hacer frío y no podemos refugiarnos en los parques. Me asusté tanto de esa respuesta que no dejaba de rascarme la cabeza, no podía parar además de retirarme hacia atrás que incluso me di un golpe en el pie, que por suerte no fue muy grave. - - - ¿¡Qué sois qué!? ¡No podéis vivir en mi cabeza!, ¡mi mamá si sabe de esto irá a por vosotros y no querrá dejaros vivir más en mi cabeza, no podéis hacer esto! ¿Y qué podemos hacer? Mi familia y yo nos congelaremos de frío si no es así…¿Cómo vamos a vivir? – Me respondió el más grande de aquellos parásitos. Eran cuatro, y había también una mamá piojo con un bebé en una de sus patas y agarrado otro un poco más grande a la otra. Aquel debía ser el papá piojo. Pues…Yo puedo dejaros vivir en invierno en mi casa, yo os prepararé una casita. – Les dije orgullosa. Ellos aceptaron, y a cambio no rondarían ni harían ruido por las noches para que yo pudiese descansar, me las ingenié para que mi mamá no encontrase nunca aquella delicada ‘’casita’’, y cuando cesó el invierno les enseñé un bonito parque, con una gran fuente, y muchos amigos que habitaban allí, me despedí de ellos con algo de tristeza, pues fueron unos meses los que convivieron conmigo, y les vi crecer, y gracias a su amabilidad pude evitarle unas cuantas preocupaciones a mi mamá.