Jesús, la persona sufriente y el sentido de la existencia humana

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Jesús, la persona sufriente y el sentido de la existencia humana
Escrito por Rvdo. Jorge Daniel Zijlstra Arduin
Viernes 08 de Agosto de 2008 03:37
Muchas veces la gente que sufre se pregunta ¿Cuál es la voluntad de Dios respecto al
sufrimiento y al morir?, ¿Qué sentido se puede hallar a la vida en medio del dolor desde la
fe en Jesús?, ¿cuál es su voluntad respecto a la agonía humana?
También se plantean preguntas menos genéricas como, por ejemplo, ¿Qué piensa Dios de
esto que me está pasando? ¿Por qué a mí? ¿Por qué tan joven? o ¿Qué habré hecho para
merecer este castigo?
1. Les entrañas de Jesús se mueven al contemplar el sufrimiento
Muchas veces la gente que sufre se pregunta ¿cuál es la voluntad de Dios respecto al
sufrimiento y al morir?, ¿qué sentido se puede hallar a la vida en medio del dolor desde la fe en
Jesús?, ¿cuál es su voluntad respecto a la agonía humana? También se plantean preguntas
menos genéricas como, por ejemplo, ¿qué piensa Dios de esto que me está pasando? ¿por
qué a mí? ¿por qué tan joven? o ¿qué habré hecho para merecer este castigo?
No todas estas preguntas tienen respuestas, algunas de ellas incluso contienen ideas erróneas
fruto de teologías que hacen a Dios responsable de los padecimientos humanos, o que
plantean los padecimientos humanos como castigos o pruebas impuestas a la vida de las
personas.
No se intentará aquí profundizar en estas preguntas, ni en las teologías que las sustentan,
aunque es necesario para acercarse a una respuesta adecuada remarcar el hecho de que las
personas cristianas afirman su fe en un Dios que se hizo carne para, de esa manera,
identificarse integralmente con la naturaleza humana.
La encarnación manifiesta - en relación al sufrimiento, la muerte y el morir - el
reconocimiento de que Dios no ha abolido ni impuesto las realidades de la muerte y el
sufrimiento humanos, lo que sí ha hecho es identificarse con la persona en medio de esas
realidades y auxiliarla en dicha situación difícil.
Dios no libra a la persona de sufrir o de morir, tampoco es quien impone los sufrimientos, lo
que hace es acompañar comprometida y solidariamente —es decir encarnadamente— en
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medio de las dificultades de la existencia.
De allí que la com-pasión, es decir el sufrir-con la otra persona desde lo más profundo, sea
uno de los rasgos de divinidad que caracterizan a Jesús de Nazaret. Compasión que se
traduce en una opción de Jesús en favor de las personas enfermas, de las apartadas de la
sociedad, de aquellas que tienen negada la posibilidad de morir humanamente, de quienes
sufren; en otras palabras opción por las personas que tienen encarnada en sus vidas la
experiencia del sufrimiento.
En un interesante y fundamental estudio, Elisa Estévez [1] analiza el significado de la palabra griega
s
p
l
a
g
c
n
i
z
o
m
a
i
(zplaxjizomai) que es la que se traduce normalmente como compasión y descubre:
“una novedad radical en el amor misericordioso de Dios. Este amor, que significa solidaridad
histórica con el dolor humano, nace del seno del Padre y constituye el fundamento de la acción
liberadora de la Iglesia.” [2]
La significación de este término griego va más allá del mero compadecerse ya que esta actitud
de Jesús ante el sufrimiento y los padecimientos de la gente producen en Él una reacción en
dos niveles:
1) lo mueve a experimentar sentimientos de ternura, compasión, misericordia;
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2) provoca una reacción corporal en la que sus entrañas se mueven.
De allí que el término splagcnizomai es compasión —pero aún más que eso—, expresa la
reacción integral y profunda de Jesús hacia quien sufre. Como dice Elisa Estévez, este verbo
“tiene en sí una riqueza fortísima.”
[3]
Splagcnizomai, si bien es una palabra griega que expresa ese significado de compadecerse,
conmoverse las entrañas, debe ser interpretado desde la concepción hebrea que plantea que
en las entrañas está la sede de los afectos, la ternura, la compasión, etcétera. Para los griegos,
en cambio, ellas eran la sede de las pasiones violentas como la ira y el odio, o el amor.
Este verbo, además, tiene cierta correspondencia con el término hebreo raham que significa
compadecerse, sentir cariño, piedad.
Es importante tomar nota de la profunda significación de splagcnizomai ya que a lo largo de
las 12 veces que aparece en el N.T.:
“designa la compasión experimentada por Jesús... a la vista de las necesidades humanas. Su
significado va más allá de una fuerte convulsión de las entrañas ante el sufrimiento, el dolor, la
enfermedad ... para aportar un rasgo distintivo de la misión mesiánica de Jesús, recibida del
Padre y transparencia de sus entrañas misericordiosas. Su significado cubre un doble aspecto:
por un lado, la vivencia encarnada del sufrimiento; por otro, la urgencia de transformarlo en un
gesto concreto de liberación y salvación.” [4]
Es interesante ver además que este movimiento de entrañas y compasión tiene como objeto
—en la mayoría de los casos— a las multitudes, es decir, a un elemento colectivo como lo
evidencia Mt. 9:36, 14:14, 15:32 y Mc. 6:34, 8:2. En los demás casos el objeto de este
sentimiento y reacción son personas individuales. Este es el caso de dos ciegos en Mt. 20:34,
el leproso de Mc. 1:41, la familia del epiléptico en Mc. 9:22, la viuda en Lc. 7:13, el siervo de
Mt. 18:27, un hombre en Lc. 10:33 y el hijo pequeño en Lc. 15:20.
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Estos textos evidencian la identificación de Jesús con el “populacho” [5] , con las personas
excluidas de la sociedad (gente con lepra, ceguera, epilepsia, etc.) y en general con todas
aquellas que viven en una situación de indefensión, necesidad, debilidad e inseguridad.
Por ello en la actitud de Jesús hacia la fragilidad de la vida de las personas vemos su
“misericordia entrañable” [6] , que permite entender cuál es su voluntad y reacción
—igual es la del Padre— respecto a los padecimientos humanos.
A Jesús se le mueven las entrañas ante el dolor y el sufrimiento de las personas; Él no es
insensible a esto. De su actitud, quien sufre por la inminencia de la muerte, la enfermedad, u
otra circunstancia dramática de la vida, puede obtener consuelo, aliento y esperanza.
Esta fortaleza recibida por gracia no implica que la persona sufriente este exenta de su propio
movimiento de entrañas ante el dolor y la angustia propia, no implica que se niegue la
posibilidad de la rebeldía y el “pataleo” incluso ante Dios. Al contrario la solidaridad evidenciada
por el movimiento de entrañas compasivo de Jesús permite a la persona encontrar un lugar
apropiado donde sus cargas y padecimientos puedan ser expresados y aliviados por Aquel
que está dispuesto a auxiliar a sus criaturas en medio de la muerte y el temor.
Jesús no es inconmovible ante los dolores humanos sino más bien está sumamente dolido y
solidarizado. Su splagcnizomai garantiza que ante el dolor y el desconsuelo, ante las dudas y
los enojos, Jesús está de parte —y a disposición— de las personas sufrientes.
Confiar en el movimiento de las entrañas y la compasión de Jesús es una manera de encontrar
sentido, fortaleza y esperanza en medio de las diversas situaciones que obligan a vivir la
cercanía de la muerte en una sociedad que la oculta, la niega, y también la produce.
Ciertamente a Jesús, y a Dios mismo, se le mueven las entrañas ante el dolor de la gente.
2. Sentido cristiano de la existencia
Para los cristianos y cristianas a lo largo de la historia, la búsqueda del sentido de sus vidas
siempre ha sido marcado por la perspectiva de la fe en Dios. Gattinoni afirma que solo “Dios y
su voluntad pueden dar el sentido verdadero “ [7] a la vida.
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Pero hoy, ante esa muerte que es negada tornándose tan oscura para la vida de las personas,
es necesario dar razón de esa fe que puede dar sentido existencial.
Es necesario para el contexto en el que toca vivir y morir poder afirmar que la luz resplandece
en medio de las tinieblas que muchas veces ensombrecen la vida, y que esas tinieblas no pue
den opacar la fuerza renovadora que surge de la fe en un Dios capaz de dar trascendencia y
significación a la vida humana.
En la medida en que se logre una convicción de fe tal, que permita a la persona vivir cada
experiencia en la perspectiva de que la vida no termina con la muerte, este acontecimiento
de la vivencia humana podrá ser iluminado por las esperanzas que emanan de la fe en el Dios
de la vida y de la historia que se ha revelado en Jesucristo y que actúa por medio de su
Espíritu de vida.
Cierto es que para enfrentarse con valor al hecho de la muerte, más que tener una
comprensión de la muerte lo que se necesita es:
“alcanzar una convicción de la vida... Llegar al convencimiento de que la muerte no es la
última palabra de la vida
, ni es el adiós espantoso y definitivo, (lograr esto) es posesionarse del gran secreto de la
sonrisa y la esperanza.”
[8]
Es necesario, entonces, ayudar a las personas [9] a que lleguen a tener una real apreciación
de lo que implica vivir plenamente, es decir, en los términos de la vida que Dios quiere para
todos y todas —incluso ante la inminencia de la muerte—. También es importante apreciar
cómo una vida vivida con este sentido cristiano de la existencia puede aportar esperanza aún
en los momentos de más agonías y sufrimientos.
Poseer dicha convicción respecto a la existencia humana, es lo que da una perspectiva
particularmente importante a la vida del creyente. Esta convicción de fe ha sido revelada al
pueblo de Dios de forma especial a través de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y a
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través del testimonio de fe del pueblo de Dios.
Según Libânio y Bingemer, el núcleo central de la fe es:
“un Dios de la vida, cuyo proyecto salvífico se extiende sobre toda la historia humana - hasta su
plena realización en la eternidad. Es un proyecto que... se ha revelado en la encarnación,
muerte y resurrección de Jesús.” [10]
Por esto, para encontrar sentido, tanto a la vida como a la muerte de cada ser humano, será
necesario ver en qué forma la cruz y resurrección de Jesús pueden aportar significado en
tiempos de angustias, sufrimientos, o ante la inminencia de la muerte.
En esos acontecimientos de la vivencia humana se puede apreciar que “en Dios la vida es
vida en verdad y la muerte no es muerte verdaderamente”.
[11]
Esto es posible, desde la óptica cristiana, a través de la interpretación de la cruz y del sepulcro
vacío, como elementos dadores de sentido y de fundada esperanza para la existencia.
En esta misma línea, la cruz de Cristo es para la persona creyente reveladora de sentido para
la existencia toda. La cruz, por un lado, revela la identificación de Jesús con los sufridos de
todo tiempo y lugar; por otra parte revela crudamente los alcances de la muerte y de los
poderes que causan la muerte precoz e injusta.
De allí se deduce entonces que la cruz de Cristo revela tanto lo obvio —que toda
persona humana es mortal— como así también lo más profundo; que la muerte muchas
veces es producida y los sufrimientos prolongados a causa de la desmesura del poder.
La cruz de Cristo evidencia, también, que Dios no quiere la muerte antes de tiempo, ni la
muerte agravada por sufrimientos innecesarios. La cruz es reveladora de las cadenas de
muerte y de dolor que imperan en nuestro mundo moderno y es reveladora de los deseos de
Dios. El quiere para cada persona una vida llena de sentido —como la de Jesús— y también
una muerte que desde ese sentido aporte a que sea digna y no obedezca a las leyes humanas
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sino a la ley biológica que indica que
la muerte acompaña al ser humano por obra de la naturaleza
.
Por otro lado, Dios afirma con el sepulcro vacío su opción por la vida plena y abundante
mediante la perspectiva de la vida perdurable mostrada en la resurrección.
Desde estos lugares teológicos podemos entender que la muerte, particularmente la de los
pobres, además de injusta y precoz —como la de Jesús— es masiva e idolátrica e implica una
blasfemia contra Dios, quien la rechaza por antinatural e injusta. [12]
Ante dicha realidad, la resurrección aporta una perspectiva y una esperanza, ya que revela
cuál es la voluntad del Padre para la vida y la muerte de cada hijo e hija y cuál es la
trascendencia que puede alcanzar esa vida, aún más allá de la muerte, para quienes ponen su
existencia en las manos de Dios.
A su vez, la resurrección muestra que los planes de Dios son eternos, pero no los de las
personas; muestra, además, que la muerte ya no es una realidad definitiva y última, puesto que
ha sido vencida por Jesús. El es la primicia de la propia resurrección humana.
La muerte y los sufrimientos puestos en sus manos no son el fin de un camino sino la continui
dad hacia una vida que no se limita por la muerte
. De allí que la persona cristiana plantea la vida eterna como una posibilidad de continuidad y
verdadera plenitud de su existencia.
Desde la fe en el sentido de la muerte y de la resurrección de Jesús, entonces, la vida puede
llenarse de significado.
Esto implica la constatación de que:
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“El creyente no tendrá respuesta para toda pregunta ni entenderá el por qué de sus
sufrimientos. Pero sabe que está en manos de Dios y que aún lo que ahora le resulta
incomprensible tiene un sentido que trata de averiguar del Padre. Con una fe tal, uno da con el
centro de la vida, de la existencia entera, en horas de sol radiante y de tormentas
amenazadoras, se llena de significado.” [13]
Esta fe se consigue desde la búsqueda del sentido para la vida humana a la luz del significado
que tiene la vida de Jesús para la persona.
Es importante encontrar ese significado, ya que cuando la vida golpea la existencia humana, la
respuesta que saldrá de la persona estará en íntima relación con aquello que se tenga como
centro significante de la vida.
Poéticamente lo dice Gattinoni:
“Si lo que en nosotros abunda son nuestras amarguras, amarguras serán nuestras
respuestas. En cambio si en nosotros está el gozo del Señor, los embates sólo podrán
arrancar melodías de nuestras vidas.” [14]
Desde la cruz —que no niega la muerte sino que la pone en el centro de la atención y que
tampoco calla cuando las causas de esa muerte son agravadas por el sufrimiento de quien es
justo y muerto indignamente— se puede hallar un consuelo, una esperanza y un sentido para
la muerte y el dolor humano.
Desde la resurrección —que tampoco niega la muerte sino que acentúa la opción de Dios por
aquellos que sufren dando una perspectiva de eternidad a la existencia toda (con la muerte
incluida)— se podrá encontrar sentido a la vida, a la muerte y al proceso de morir.
Jesús —como centro de la revelación— aporta, entonces, la esperanza en medio de los
dolores y la muerte porque El es la luz que resplandece en medio de todas las
oscuridades de la vida y ha cargado sobre sí los dolores humanos para que la muerte
humana no sea definitiva. De esa revelación, que aporta sentido, surge la esperanza para
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la persona cristiana.
De la vida y testimonio comprometido de Jesús —y compartido por las comunidades de fe—
surge la constatación de que la vida cobra sentido cuando se la invierte en los otros, cuando es
vivida con intensidad, cuando se enriquece cotidianamente y cuando es una vida en
dependencia de Dios.
Según Bernardo Stamateas:
“La pregunta entonces no es ¿cuándo moriré?, sino ¿cómo he de vivir hasta que muera?,
¿cómo estoy invirtiendo mi vida?” [15]
La respuesta a estas preguntas se encuentran en el modelo revelado en Jesús y éste es quien
aportará sentido a la existencia de las personas. Desde la comprensión del mensaje revelador
de Jesucristo se pude tener la certeza de que:
“la muerte, en la perspectiva cristiana, pierde su carácter definitivo sobre la vida humana, para
dar lugar a la esperanza.” [16]
3. Una perspectiva para la vida: esperanza escatológica y
resurrección humana
La esperanza que surge de la comprensión cristiana del mundo es la que permite afirmar a la
persona cristiana, trastocando la visión de la existencia impuesta en la sociedad, que “mientra
s hay esperanza hay vida”
.
[17]
Es decir que, en cierta forma, sólo en la medida que exista una vivencia de esperanza cristiana,
la vida, en todas sus etapas, podrá encontrar su sentido más profundo.
Esta afirmación es posible ya que la escatología cristiana:
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“Se refiere más al sentido último, definitivo, profundo de la vida humana, ya presente en esta
vida y que se realiza plenamente y sin velo alguno en la vida más allá de la muerte.” [18]
Esta es la esencia de la perspectiva cristiana que permite enfrentar la muerte y el proceso del
morir. La vida cristiana está marcada por esa perspectiva que es posibilitada, justamente, por la
convicción de fe referida a que la muerte no es la realidad última y definitiva para la vida de las
personas.
Entiéndase bien que esto no es una negación de la muerte, más bien es la posibilidad de llenar
de sentido el hoy en una perspectiva de futuro y de trascendencia. Esto es lo que en gran
manera define a la comunidad de fe, ya que ésta
“No tiene su esencia y su fin en sí misma, ni en su propia existencia, sino que vive de algo, y
existe para algo que va mucho más allá de ella .... Si se quiere averiguar su esencia, hay que
preguntar por el futuro en el que ella coloca sus esperanzas y expectaciones.” [19]
Esa existencia, con perspectiva escatológica de futuro y trascendencia, es la que hace que las
personas cristianas no se deban contentar con la negación de la vida ni de la muerte en la
sociedad actual. En esta perspectiva escatológica, revelada en la resurrección del Cristo, son
las comunidades cristianas llamadas a trascender las realidades no por la negación o por la
proyección de sus deseos y esperanzas en un futuro diferente sino, más bien, por una acción
enmarcada en esa perspectiva.
Creer y esperar en confianza una vida redimensionada y llena de sentido y futuro es una
invitación para todos y todas a afrontar las muertes, sus causas y llenar de sentido la
acción y la vivencia ya hoy.
“Con la resurrección de Jesús, se abre finalmente el horizonte definitivo de esperanza
para todos los desamparados del mundo y los provoca a la acción de transformar lo
<<penúltimo>> en la dirección de lo <<último>>.“ [20]
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En este sentido es que se afirma la posibilidad de que la experiencia de la persona tenga una
perspectiva y un sentido más allá de la cercanía o lejanía de la muerte. Dotada de esta
percepción, la muerte puede ser vivida y pensada no como una realidad a negar u ocultar, sino
como una realidad que ya no tiene la última palabra respecto a la existencia humana, aunque
como acto de la naturaleza pueda parecer el fin total de la existencia.
Es interesante resaltar que el planteamiento de la resurrección como perspectiva que aporta un
sentido a la vida no puede implicar la negación de la responsabilidad que le cabe a la
humanidad en cuanto a ser creadora o destructora de las condiciones para que la vida y la
muerte puedan ser humanamente digna.
En esto sentido se señala que:
“Las opciones hacen y harán nuestra muerte. Morimos de lo que escogemos.” [21]
Y más aún, en el contexto latinoamericano, se muere de lo que es impuesto a las personas y
en contextos marcados por el desprecio a la vida e integridad de las personas. De allí la
relevancia de comprender que una visión escatológica del mundo y de la existencia no implica
poner las miradas y expectativas en lo último, olvidándose de lo de aquí y ahora, sino más bien
es una invitación a ser responsables en la mayordomía de la existencia aquí y ahora ya que “la
muerte es el fruto maduro de las opciones de toda la vida.”
[22]
De no hacer estas consideraciones y distinciones se estaría negando la muerte y la misma
vida, ya que se evadiría la posibilidad de vivenciarla como parte integrante de la existencia
humana. Esto daría como resultado una muerte no sólo biológica sino fundamentalmente
existencial, es decir una muerte carente de sentido para la existencia.
Desde la perspectiva cristiana la fe reacciona contra el ocultamiento de la muerte proclamand
o la “gracia” de poder tener una muerte preparada y asumida
. Contra la pretensión actual de la sociedad de negar la muerte es menester
volver a afirmar, desde la fe, la gracia de morir.
Esto, no en el intento de “abolir” la muerte como lo enfoca la sociedad, sino en el intento de
rechazar la muerte injusta y sin sentido. Desde allí es que se puede afirmar con razón que:
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“Si Dios es Dios de la vida y de la justicia, los atentados injustos contra la vida atentan contra
Dios”. [23]
Las personas, todas, tienen derecho a vivir en plenitud para poder morir con dignidad.
Para que sea posible esto y el llenar de sentido la vida y la muerte de los seres humanos, es
menester comprometerse con la espera de esa realidad última que ha sido revelada en
Jesucristo. Esta es una espera que ya puede hacer surgir sus frutos en el presente, dado que
Jesús mismo es la primicia y anticipación de lo que vendrá.
Dicha espera aporta sentido a la vida y a la historia:
“La resurrección de los muertos es el reino de Dios que acontece en plenitud en relación con
cada uno que termina su historia. El reino que estaba ya presente a lo largo de toda la vida se
pone de manifiesto.” [24]
En cierta manera —continuando con el seguimiento del relevante pensamiento de Libânio y
Bingemer— es la resurrección que se hace carne en la propia historia llevándola a su
glorificación.
Esta es la espera que da sentido: la espera de un futuro que plenifica la historia de toda la vida
y que rechaza que las personas quieran asumir el rol de dar las últimas palabras sobre la vida y
la muerte. Esto revela con claridad que:
“Los señores de la tierra no han dicho ni dirán jamás la última palabra sobre la historia.
Frecuentemente, y hasta en nuestros días, han dicho las penúltimas palabras para el
sufrimiento de muchos y martirio de algunos. La parusia del Señor revela que hay un abismo
entre la penúltima y la ultima palabra. La última palabra le corresponde siempre a la justicia, al
amor, a la fraternidad. Realidades sostenidas por el propio Dios a lo largo de la historia.” [25]
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De allí que la muerte es a la vez Kenosis (humillación) y Doxa (glorificación), según el
sentido que se le dé a la existencia.
Por la convicción de fe esperanzada de que Dios tiene la última palabra se participa de la
glorificación de la propia existencia, incluido el momento de la muerte.
Esta participación implica entonces que el cielo o el reino de Dios en sí no son un más allá
trascendente y extramundano sino una realidad ya, para quienes esperan la glorificación
de sus vidas y de la historia en el momento de la muerte
. El cielo, no obstante, no es una realidad a obtener sino el fruto de toda una existencia
sostenida, o reformulada, bajo el amparo de la gracia de Dios. Gracia que se va gestando ya,
ahora, entre esperanzas y angustias, en la tensión escatológica entre el ya pero todavía no.
Obtener esta convicción de fe permite a la persona llegar a ser definitivamente y en plenitud lo
que está predestinada a ser: persona creada a imagen de Dios. De esta manera:
“Dios convierte lo viejo en nuevo, la lucha en victoria, la muerte en vida, la soledad en
comunión. Y el ser humano creado para ser su imagen y semejanza, podrá realizar su utopía:
formar con todos los hombres la comunidad ilimitada de comunicación que es el reino de Dios,
el cuerpo de Cristo.” [26]
Tal es el sentido que tiene desde esta óptica cristiana la vida y la muerte, el dolor y la
esperanza, la cruz y la resurrección de Jesús y de las personas.
La misión del cristiano en un contexto deshumanizado será entonces dar razón de esa
esperanza que llena de sentido la vida e incluso la muerte.
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[1] Elisa Estévez, “Significado de SPLAGCNIZOMAI en el NT”, en Estudios Bíblicos,
(Madrid: Centro de Estudios Teológicos “San Damaso”-Asociación Bíblica Española, Nº48,
1990), pp. 511-541.
[2] Idem., p. 511.
[3] Idem., p. 513.
[4] Idem., p. 519.
[5] Idem., p. 523.
[6] Idem., p. 541.
[7] Gattinoni, Carlos T. El sentido de la vida, Buenos Aires: La Aurora, 1990.
p.99.
[8] Gutiérrez Marín, Más allá de la muerte, (México: Casa Unida de Publicaciones, 1957), p.
140.
[9] Cf. Pastoral de Acompañamiento a Personas Enfermas Terminales, Jorge Daniel Zijlstra
Arduín, San José,
Costa Rica,1998
[10] Libânio-Bingemer, Libânio-Bingemer Escatología Cristiana, Buenos Aires:
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Paulinas, 1985. p. 13.
[11] Gattinoni, Op. Cit., p. 145.
[12] Libânio-Bingemer, Op. Cit., pp. 170-171.
[13] Gattinoni, Op. Cit., pp. 124-125.
[14] Idem., p. 106.
[15] Bernardo Stamateas, Aconsejamiento pastoral, (Barcelona: CLIE, 1995), p. 341.
[16] Libânio-Bingemer, Op. Cit., p. 14.
[17] Gattinoni, Op. Cit., p. 63.
[18] Libânio-Bingemer, Op. Cit., p. 19.
[19] Idem., p. 66.
[20] Idem., p. 67.
[21] Idem., p. 159.
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[22] Idem., p. 162.
[23] Idem., p. 174.
[24] Idem., p. 214.
[25] Idem., p. 218.
[26] Idem., p. 289.
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