La métrica poética cuantitativo-musical en España Antonio Pamies Universidad de Granada La herencia normativa Aunque el verso español empieza a ser predominantemente isosilábico a partir del mester de Clerecía, y a pesar de que el principio de lo que Berceo llamaba "sílabas contadas" era una evidencia implícitamente asumida en la propia terminología métrica castellana (endecasílabo, octosílabo, etc.), este hecho no se refleja como tal en nuestra métrica teórica, apegada a los criterios grecolatinos. Nebrija (1492), aun advirtiendo que la diferenciación entre largas y breves del latín se ha perdido en castellano incluso para los poetas (p. 148), es el primero en adaptar al español el concepto de pie: la medida que caracteriza el verso sería la división del verso en pies, divididos a su vez en sílabas que se dividen en letras. Los pies serían sólo de dos tipos: espondeo y dáctilo (bisílabos y trisílabos respectivamente) y los versos castellanos se dividirían entonces en: <a> monómetro (...) 4 sílabas (...) dos espondeos <b> dímetro iámbico (...) de ocho sílabas (...) cuatro espondeos <c> trímetro iámbico (...) doze sílabas (...) seis espondeos <d> tetrámetro iámbico: (...) diez y seis sílabas (...) ocho pies <e> verso adónico (...) cinco sílabas (...) un dáctilo y un espondeo! <í> verso adónico doblado (...) compuesto por dos adórneos (Nebrija, 1492: 163-169). Esta curiosa métrica se presenta como diferente de la latina, pero al mismo tiempo aplica un modelo de análisis latinizante hasta los límites de lo comprensible (p.ej. llamar yámbicos a versos compuestos por espondeos): al no haber largas ni breves, ni señalarse explícitamente ningún criterio acentual (salvo para el final de verso a efectos de cómputo silábico), el límite entre pies carece de criterio ¿Debe entenderse que cualquier sucesión de dos sílabas es un espondeo, y que cualquier verso con número par de sílabas es "yámbico"? El pie, tal como lo emplea Nebrija, marca aun así el inicio de un afán de conciliación entre la métrica isosilábica castellana y la métrica grecolatina, con todas las contradicciones que ello implica. En esta misma línea se situarán más tarde otros preceptistas como Cáscales (1617); Correas (1626), Luzán (1737) o Gómez de Hermosilla (1826). El acento Frente a estos enfoques normativos clasicistas, aparecen en el siglo XIX modelos que pretenden romper esta tradición, optando por una métrica más descriptiva, basada en la sílaba y el acento, acercándose a las teorías entonces en auge en Inglaterra, Alemania o Rusia. El primer autor de esta corriente es sin duda Andrés Bello (1835), seguido por Alberto Lista (1844). Según el modelo teórico que plantea Bello, los versos se dividen en pies acentuales que no pueden tener más de tres sílabas. Los tipos de pies posibles serían por consiguiente sólo cinco: trocaicos (∇-), yámbicos (-∇), dactilicos (∇- -), anapésticos (- -∇), y anfibráquicos (-∇-), y el ritmo del verso estaría regido por el retomo regular del acento (pp. 271-272). Este principio descriptivo tampoco se aleja tanto de los postulados normativos clásicos, y sigue en disonancia con la realidad de numerosos versos castellanos que exceden estos cinco tipos o combinan distintos pies en un mismo verso, lo que lleva a Bello a tener que calificar el pentasílabo de vacilante entre el yámbico y el dactílico, o el hexasílabo de cadencia incierta entre el trocaico y el anfibráquico, etc. La supuesta ley del máximo de 3 sílabas por pie, ya defendida por Luzán, y que Bello mantiene, es sin duda el punto más delicado, pues o bien cuestiona la validez descriptiva de la teoría, o bien, obliga a volver a posturas normativas de rechazo hacia los versos que la infringen, como seguía haciendo por ejemplo Eduardo de la Barra (1827), al afirmar que los versos con pies de más de 3 sílabas eran repugnantes al oído (Domínguez Caparrós, 1975: 93). No entraremos aquí en las ideas más recientes sobre el ritmo sílabo-tónico, que requerirían un trabajo para ellas solas -como las de Balbín (1962), Quilis (1969), Belic (1975), Domínguez Caparrós (1988) o Goncharenko (1988)1- pero sí hay un hecho que queremos resaltar, es que de la confluencia entre la tradición normativa y de los primeros intentos decimonónicos de crear una métrica descriptiva acentual es de donde surge esto que hemos llamado métrica cuantitativo-musical: por basarse en una analogía entre el antiguo pie (reconvertido en acentual) y el compás musical; el criterio durativo y el tónico parecen reencontrase, dando paso a esta corriente en la se pueden incluir varios de nuestros más destacados prosodistas. El compás La duración vocálica e incluso consonántica reaparecen con fuerza en la métrica decimonónica de la mano de un curioso personaje, Sinibaldo de Más (1832; reed. 1845), autor de un enigmático Sistema musical de la lengua castellana, incluido en libro publicado en Manila que también contiene un sistema ideográfico para que todos los pueblos de la tierra puedan entenderse, así como una memoria sobre la empolladura artificial de huevos en Egipto. Según este peculiar sistema de versificación, el verso se dividiría en pies que comienzan justo después del acento, y cuya combinación depende de la duración, tanto del pie como de la sílaba. La duración de las sílabas tendría 4 grados (brevísimas, breves, largas y larguísimas) que se medirían de esta forma: una vocal vale por dos cromas, y cada consonante también vale dos cromas, de modo que cuantos más fonemas tiene la sílaba más larga es (aunque habría algunos sonidos "difíciles de pronunciar" que valdrían por 3 cromas en vez de dos). Los pies pueden tener 2, 3 ó 4 sílabas (por So que se llaman segundas, terceras y cuartas), y se pueden mezclar en el mismo verso. Las sílabas se miden de vocal a vocal, las consonantes se suman todas a la vocal anterior. La compensación durativa entre los distintos tipos de pies hace posible cualquier combinación de segundas, terceras y cuartas. Este principio permitiría no sólo describir y explicar el ritmo de los versos hasta entonces conocidos, sino también reproducir en español todos los metros grecolatinos, incluso inventar metros nuevos, propuesta "futurista" que naturalmente materializa el autor, con versos propios escritos según su modelo métrico, y que seguirían siendo, 100 años después, objeto de burla o incluso de indignación, desde la ironía de Henríquez Ureña y Navarro Tomás hasta la ira de Menéndez Pelayo, que los tachaba de intolerables (cf. Domínguez Caparrós, 1975: 18). El primer modelo cuantitativo-musical propiamente dicho es el del poeta y ensayista Miguel Agustín Príncipe (1862), fundador -no siempre justamente reconocido como tal- de esta importante corriente de nuestra métrica teórica en el ámbito hispano. La gran importancia de su figura como teórico sólo será reivindicada mucho después por las investigaciones históricas de Domínguez Caparrós (1975) y por la apasionada defensa que le dedicaría Antonio Carvajal (1995). De hecho, Príncipe se anticipa además a las teorías de Becq de Fouquiéres (1879) y Lanier (1880 & 1898), mejor sistematizadas pero bastante similares, que iban a renovar el panorama teórica de la métrica en Francia e Inglaterra 1 Este último inspirado a su vez en el modelo que Gaspárov (1974) propone para el verso ruso. respectivamente, ideas que sólo mucho más tarde iban a ser propuestas para el verso ruso por Tomashevsky (1923, 1929, 1959) (cf. Pamies, 1994, 1997). También hay que decir que modelos no menos coincidentes con el de Príncipe en lo esencial ya habían sido planteados anteriormente en el extranjero, al menos por parte de Steele en Inglaterra (1775 & 1779) y de Scoppa en Francia (1811 & 1816), aunque ambos tratadistas habían pasado bastante inadvertidos en su momento (cf. Pamies 1995). Para Príncipe, los versos se dividen de forma similar a la partitura musical: obedecen a la ley superior del compás, cuyo golpeo o battuta es llevado por el acento (...) acomodándose siempre con exactitud matemática a las exigencias del tiempo (pp. 426-428). El acento dividiría el verso en compases, o grupos acentuales que empiezan con él y terminan justo antes del acento siguiente: la duración de un grupo sólo puede estar en relación de igualdad con la de los demás, o bien en relación de 1 a 2: consiste en dividir o fraccionar el tiempo en partes, ya iguales, ya desiguales, siempre que éstas duren las unas exactamente el doble que las otras (p. 429). De modo que si medimos estos versos: Noche cruel me cerca pavorosa! Noche terrible, noche tenebrosa, tendremos el esquema siguiente: 1 nóche crü 2 -él me 3 cérca pavo 4 -rósa 5 Nóche te- 6 rríble 7 nóche tene- 8 brósa Cada uno de estos versos tiene cuatro metros o pies: dos bisílabos, uno trisílabo y otro cuadrisílabo, y sin embargo son todos ellos completamente iguales en duración (...) Sus golpes coinciden siempre con las sílabas donde carga el acento (pp. 432-433). Cuando un verso inicial empieza por sílabas átonas, éstas quedan como fuera del ritmo (lo que equivale en música a la anacrusa y que Príncipe llama antecompás). El último acento y las sílabas que eventualmente le sucedan se agrupan con la anacrusa del verso siguiente formando un mismo pie. Partiendo del ejemplo: Perdida veo mi tranquila calma /Afán y luto por doquier me siguen ¡Dolor profundo me devora el alma, Príncipe lo analiza como <Per->//-dída //véo mi tran-//-quíla /cálma+A-//fán y //lúto por do-//-quiér me //síguen+Do-//-lór pro-//-fúndo me de-//vóra el //álma... Dice Príncipe que la sílaba inicial <Per-> constituye un antecompás y por lo tanto debe colocarla como de vanguardia, es decir antes de la raya vertical en que comienzan los pies completos (p. 434). En cambio, a propósito de <A-> y <Do->, añade Príncipe que: ésas entran en el compás (...) dentro de la misma casilla en que el verso anterior concluya. A eso se llama en el Arte Métrica el eslabonamiento de versos, pues nunca se recitan aisladamente sino uniendo el final de unos con el principio de los otros, en los términos que exija el compás (p. 435). El problema de esta teoría es que, el principio de igualdad de duración de los intervalos interacentuales implicará que un pie de 6 sílabas durase lo mismo que uno de dos, lo que resulta poco verosímil. Para esquivar esta contradicción. Príncipe recurre a un concepto que llama acento latente o artificial, que le permite "partir" en dos (o en tres) los pies demasiado largos con arreglo a dicha métrica, acentuando artificialmente una sílaba átona, y creando así varios pies más breves. En el verso ingratitudes recogí tan sólo. Príncipe propone un acento latente en la sílaba "In-" (p. 456). En el caso de los versos Y temblaron al ver los batallones/ Los atemorizados corazones para evitar un pie de 7 sílabas al enlazar ambos versos (//llónes+los atemori-//zádos...), propone partir el pie en dos invocando un acento latente en atemorizados (pp. 456-457). Otros ejemplos de esta acentuación artificial serían: *ab/ ándo/ nándo la de/ siérta/ playa, o *Grandilocuente de su voz el eco (pp. 598). Ante la posibilidad de que -en una poesía que no es cantada- la acentuación natural se altere por razones métricas externas a la propia lengua, caben en nuestra opinión dos hipótesis: A: o bien los acentos latentes no suenan como acentos, en cuyo caso resulta autocontradictorio afirmar que les corresponde su propio pie métrico en una teoría en la que es el acento quien crea el compás. B: o bien los acentos latentes suenan realmente como acentos (es decir, se realizan fonéticamente), en cuyo caso la pronunciación sería efectivamente *átemorizádos, *abándonándo, * grándilocuénte, arbitrariedad que infringe tanto la gramática del español como la comprensión del contenido, por no hablar de su dudosa estética. La salida que ofrece el autor es una especie de compromiso -poco convincente puesto que subjetivo- entre ambas hipótesis: Ese acento que por lo mismo de ser tan suave en su delicadísimo esfuerzo, podría llamarse "latente", en razón a quedar como ofuscado entre el ruido mayor de los otros, lo oye no obstante con distinción un oído fino y atento (pp. 451 457). En el Siglo XX aparece una teoría que iba a ser tal vez la más conocida y prestigiosa de toda la métrica española, la de Navarro Tomás (1922 & 1956, reed. 1986), pero que, con todos los respetos hacia la valiosa labor de este gran pionero de la fonética española, reproduce casi íntegramente la métrica de Príncipe2. La teoría de Navarro Tomás se puede esquematizar así: a) El pie (que Navarro llama cláusula) siempre comienza en un acento, y las sílabas que preceden al primer acento de un verso inicial están en anacrusis3. El límite entre cláusulas precede al acento, al igual que la barra del compás precede al ictus musical. Esto permite reducir el número de ritmos: ya no pueden existir ni yambos, ni anapestos, ni anfíbracos, el ritmo sólo podrá ser decreciente. Si un verso como ¿Adonde vas perdida? era yámbico según Bello, y por lo tanto rítmicamente distinto de Dime pues, pastor garrido, que era trocaico, aplicando la teoría de Navarro Tomás (o la de Príncipe) ambos versos son trocaicos: (A)-1 -dónde /vás per- /-dída. b) Una cláusula no puede tener más de tres sílabas, lo que reduce a dos los ritmos posibles en español: trocaico y dactílico. En caso de aparecer muchas átonas seguidas, aparece automáticamente lo que él llama un apoyo rítmico: una de estas átonas actúa como tónica (reformulación del acento latente de Príncipe). c) Aquellos versos que mezclan los dos únicos metros que quedan (trocaicos y dactílicos) son unificados en la categoría llamada mixta, por lo que habría en total tres ritmos posibles en español: el trocaico, el dactílico y el mixto. d) Contradiciendo su propia afirmación, según la cual la duración vocálica no desempeña papel constitutivo en la estructura del verso español (p.35), afirma dos páginas más adelante que ésta desempeña papel esencial en el ritmo del verso (p.37). Su teoría cuantitativa se basa e la idea de compresión automática de los pies más largos y alargamiento de los más breves, de forma que el pie dure lo mismo. Al analizar las grabaciones de unos versos del Poema del Cid, Navarro Tomás observa que forman una sucesión de cláusulas realmente isocrónicas, porque así lo verifican en el análisis acústico las duraciones en milisegundos (p.38): (ca) (al buen) 2 -bálga 500 réy be- Diégo La560 -sár la -ínez 520 mano PAUSA 20 Navarro Tomás le dedicó un artículo a Principe, pero es de 1976. Cuando redactó los fundamentos de su análisis métrico (1922 & 1956), no conocía todavía la obra de Príncipe. Es sin embargo muy improbable que desconociera las de Becq de Fouquiéres, Landry, Verrier para el francés (que son muy similares), dado que Grammont, a quien Navarro Tomás llamaba mi maestro, cita y comenta sus teorías (cf. Pamies, 1995). 3 En vez de usar el conocido término musical español anacrusa. Navarro emplea el helenismo anacrusis (que es el que usan sus predecesores ingleses). El Diccionario de Métrica Española de Domínguez Caparrós sólo recoge la entrada anacrusis, lo que da una idea del éxito de este innecesario neologismo 330 450 530 500 Este factor durativo regulariza los versos mixtos, con lo que el verso español, de una forma o de otra, sólo puede presentar ritmos constantes: sea por el retomo matemático del acento (troqueos o dáctilos), sea por la isocronía de las cláusulas (versos mixtos): Nuestra métrica habrá dejado de ser cuantitativa por lo que se refiere a la medida de las sílabas dentro de cada pie, pero no por lo que se refiere a la medida de los pies en el verso (1922: 25). Los períodos con sus tiempos marcados y su duración semejante determinan el compás (...) Sílabas organizadas en cláusulas, cláusulas organizadas en períodos, y períodos regularizados proporcionalmente por los apoyos del acento constituyen los elementos esenciales del ritmo del verso (1956; reed. 1986: 38). e) Lo que Navarro Tomás llama período rítmico no incluye ni la anacrusa ni el último acento (que forma, sumado a la anacrusa del verso siguiente, el período de enlace). Aplicando este sistema, teniendo en cuenta los acentos artificiales o apoyos rítmicos (que representamos aquí con acentos circunflejos) y el principio según el cual la cláusula no puede tener nunca más de tres sílabas, habría que deducir que, por ejemplo, el soneto XXIII de Garcilaso se descompondría del modo siguiente: anacrusa (En) muéstra vuêstro miclára Tanto lâ co rár arlúz la p. rítmico quê de -lór en diente, hotêmpes- rósa y azu vuêstro nésto tád se- p. de enlace -céna+(Se) gésto+(Y que) (Con) réna (....) Domínguez Caparrós señaló que la división [anacrusis/ período rítmico/ período de enlace] coincide con la de Príncipe [antecompás / frase música], a lo que objetaba Antonio Carvajal (1995:38) qué el modelo de Príncipe tenía sólo dos tramos (Príncipe mantenía el último acento dentro de la frase música y excluía sólo las post-tónicas finales), mientras que el de Navarro tiene tres (por distinguir un periodo de enlace que incluye el último acento), pero, en la práctica, esa diferencia sólo afecta a un verso analizado aisladamente: en la cadena rítmica de la estrofa entera las cláusulas del período rítmico no se distinguen del período de enlace, en virtud de lo que Príncipe llamaba eslabonamiento de versos (cf. supra). La teoría de Navarro Tomás ha sido ampliamente aceptada, elogiada de forma incondicional (p.ej. Canellada de Zamora, 1976), incluso copiada de forma tan integral como acrítica (p.ej. por Baehr 1962; 1970, o Lowry, 1972); pero también ha recibido severas y motivadas críticas, por una serie de defectos que en realidad también son herencia del modelo original de Príncipe. Schöckel (1959: 139-141), y Belič (1975: 33) le reprochan su simplificación inadmisible de los ritmos poéticos españoles al suprimir de un plumazo los pies yámbicos, anapésticos y anfíbráquicos, debido a la aplicación del concepto musical de anacrusa a la poesía. Los conceptos que deberían servir para estudiar el ritmo no pueden imponerse a él para deformarlo. Esta figura musical que Becq de Fouquiéres o Landry aplicaron antes al francés ha recibido críticas parecidas por parte de Meschonnic: L 'anacrouse est I'arte fací par excellence qui dénonce le caractére imaginaire de la métrique (1972: 540). Los versos de pocos acentos son naturalmente los que más chocan con este tipo de teorías, un verso como Que con la primavera (Fray Luis de León) debería leerse de este modo para que sus cláusulas nunca superen las 3 sílabas (que) /côn la /prîma-/ vera. Y un verso como En un anochecer de ruiseñores (García Lorca) exigiría algo así como *(en) /ûn a- /-nôche- /-cér de /ruîse- /-ñóres. Así por ejemplo, otro teórico de la misma escuela, el dominicano Balaguer (1954) propone este análisis, absolutamente arbitrario: Cón la me/mória/ dé mi desven/-túra (Garcilaso) (p.254), o bien el trís/-te fin de /lá que per/dió el/día (Góngora) (p.204). Canellada de Zamora (1976: 85), seguidora acérrima del sistema de Navarro Tomás defiende este análisis del romance Abenámar, Abenámar / Moro de la morería! El día que tú naciste...: Anacrusis (Abe-) -námar móro de p.rítmico Âbe lâ more- -námar -ría p.de enlace (PAUSA) el (...) Al margen del dudoso acento en un artículo, la acentuación de Abenámar difiere en las dos veces que dicha palabra aparece. La anacrusa y el acento latente permiten segmentar el verso en pies por cualquier parte donde le convenga a la propia teoría, como bien observa Belič (1975): el verso es un fenómeno lingüístico y hay que enfocarlo como tal, es decir tomando en consideración no sólo su aspecto puramente fónico, sino también, y ante todo, su contenido (...) La realización que propone N.T. no obedece al significado ni a la gramática, sino únicamente a un esquema rítmico impuesto arbitrariamente (... ) Reducir el repertorio de pies significa negar o empobrecer artificialmente las posibilidades del español (1975: 28, 33). En una obra muy posterior de Navarro Tomás (1973), éste desarrolla con más detalle su teoría de 1922 y 1956, pero parece que la contradice queriendo confirmarla. La contradicción reside en que ahora presenta un abundante inventario de esquemas métricos para el octosílabo y el endecasílabo, donde incluye variantes con mucho más de dos átonas entre cada acento; reconoce, por ejemplo, que existen endecasílabos de dos acentos, con hasta 8 átonas seguidas (como en el modelo que sólo tiene acentos en 2a y 10a). Pero, curiosamente. Navarro Tomás no nos presenta este hecho como contradictorio con respecto a su sistema de 1922 y 1956, pese a la evidente infracción de la ley del máximo de 3 sílabas por pie que ello implicaría. Es más, en este trabajo admite incluso que existen octosílabos con un sólo acento (Como las tapicerías, Lope de Vega), lo cual infringe todas las normas de su sistema, si las sílabas anteriores al 1° acento están en anacrusa y la última tónica integra el período de enlace ¿entonces no quedaría nada? Otra teoría algo periférica de esta corriente teórica, es la curiosa métrica sintagmática de Macrí (1969), que parte de los postulados de Navarro Tomás, pero en lugar de delimitar los pies a partir del acento lo hace basándose en criterios sintácticos. El límite entre pies coincidiría con el límite entre sintagmas o palabras, y dichos pies podrían tener hasta 5 sílabas (p. 67). De este modo habría también yambos, anfíbraquios, peones, etc, incluso créticos y coriambos, ya que un mismo pie podría tener 2 acentos (p. 106). Las críticas que suscita dicho sistema no son pocas. Primero, porque, dada la altísima frecuencia del encabalgamiento, un criterio sintáctico no diferenciaría el verso de la prosa. Segundo, porque el acento ya no tendría pertinencia, en cuyo caso es aún más inexplicable que este autor también recurra a acentos imaginarios (p.ej. *ún perrillo! blanchéte// con sú/ señora / jugáva; p.67). Tercero, al segmentar entre palabras (p.ej. su/señora), toda sinalefa obliga a infringir dicha segmentación. Por ejemplo, analiza el hemistiquio ladrando e con la cola como: *ladrán/do∪e cón/ la cóla//. ¿Cómo se puede admitir la división ladran/do en un sistema que se pretende "sintáctico-sintagmático"? Cuarto, porque versos acentualmente regulares parecerían anisométricos. La Sonatina de Rubén Darío o el Arpa de Bécquer, cuyos acentos son siempre equidistantes, pasarían a segmentarse en fragmentos desiguales. El criterio sintáctico serviría ante todo para anular la isometría de los pocos versos que, según criterios silábicos y sílabo-tónicos son perfectamente regulares. Una de las teorías más recientes guiadas por los principios cuantitativo-musicales es la del polifacético Agustín García Calvo (1977). Ésta no se circunscribe al español, sino que pretende ser un modelo descriptivo aplicable, entre otros, al latín, al español y al inglés, que participarían de las mismas leyes rítmicas. García Calvo empieza por señalar el carácter subjetivo del ritmo, mediante la parábola de los relojes, cuyo tic-tac puede ser sentido como trocaico, yámbico, dactílico, etc., según la predisposición del oyente: (...) la oposición entre producción y percepción no parece que pueda tan simplemente mantenerse, ni la oposición por ende entre oyente y recitador (...) sino que en cierta medida al menos parece la modulación rítmica producto de alguna colaboración entre ambos... (1977, 1989: 321-325) Basándose en esta parte de subjetividad que habría en el ritmo. García Calvo añade que el tiempo sólo se puede medir dividiéndolo. Esta división está representada por el pie, constituido por un tiempo marcado "desde fuera" más la(s) sílaba(s) que lo separan del tiempo marcado vecino (p. 348). El isosilabismo no sería sino una consecuencia indirecta del esquema de los pies (p.349): La medida, pues, o metro, la produce el ritmo por la regularidad o isocronía del retorno de los tiempos marcados o sucesos repetitivos (...) que con ello permite una comparación y proporción entre las duraciones de los intervalos (1977: 356-358). Al igual que en el hexámetro grecolatino, los pies tienen idéntica duración y varían en su número de sílabas; el tiempo marcado dura lo mismo que el tiempo no marcado, pero este último puede tener una o dos sílabas, en virtud de dos procesos de compensación cuantitativa que dan lugar a dos métricas distintas, que García Calvo llama Métrica I y Métrica II. En el primer sistema (Métrica I), si hay una sola sílaba en el tiempo no marcado, ésta será tan "larga" como la del tiempo marcado [1+1]; si por el contrario hay dos, éstas serán "breves" y equivalentes a la mitad del tiempo marcado [1+(½ +½)]. En latín, como la lengua presenta de por sí largas y breves, el poeta hacía coincidir la cantidad vocálica que previamente le ofrecía la lengua con dichas posiciones métricas. En español, al no haber cantidad fonológica, sería la propia posición métrica quien le imprimiría a la sílaba su carácter de "larga" o de "breve", por este carácter subjetivo y convencional de la ritmicidad. El mero hecho de formar parte de un espondeo convertiría la sílaba átona española en "larga", y no lo contrario; y sería el estar junto a otra átona en un dáctilo lo que automáticamente convertiría la misma sílaba en breve. Así la distribución temporal dentro del pie sería (p. 359): [1+1] (espondeo) ; [1+ (½ + ½)] (dáctilo); [(½+½) +1] (anapesto). Este sistema correspondería en música a ritmos siempre binarios (∇ -) puesto que la relación entre tiempo marcado y no marcado es de 1 a 1. Es el caso de esos hexámetros castellanos: Compraré un catalejo y con él en la alta azotea / Me pasaré escrutando la luna toda la noche (J. Requejo), que serían dactílicos, o del verso Just the place for a Snark! the Bell man cried (L. Carroll) que sería un tetrámetro anapéstico (y no un pentámetro yámbico como lo define normalmente la métrica inglesa)44: compra½+½+1 ∇just the place ½+½+1 -∇ 4 -ré ∪ un cata1+½+½ ∇- -lejo y con 1+½+½ ∇for a Snark! ½+½+1 -∇- él en 1+1 ∇- La ∪ alta ∪ azo1+½+½ ∇- the Bell1+1 -∇- ∇ = tiempo fuerte, - = tiempo débil, X= silencio pausal ocupando posición métrica, ∪ = sinalefa. -man cried 1+1 -∇ -tea 1+½+X ∇- Este sistema es una aplicación tal cual de las leyes del hexámetro grecolatino a las lenguas modernas, con la salvedad que la larga obligatoria es ocupada por un acento: āspera tū tīsmī Tēscēnt sæcula bēllīs ½+½+1 ∇- 1+½+½ ∇- 1+1 ∇- 1+1 ∇- 1+½+½ ∇- 1+1 ∇- Según García Calvo, habría así una perfecta equivalencia métrica entre el hexámetro grecolatino y el modelo español que él mismo utiliza para traducir a Virgilio. Así, Tytire tu patulae recubans sub tegmine fagi conserva su estructura rítmico original- de esta forma55 Títiro 1+½+½ tú ∪ al ∪ am1+l -páro de 1+½+½ la ∪ áncha 1+1 háya ∪ acos1+½+½ -tádo 1+1 ∇- ∇- ∇- ∇- ∇- ∇- En el segundo sistema (Métrica II), el tiempo marcado duraría el doble que el tiempo no marcado, de forma que si el pie tiene dos sílabas, la del tiempo marcado es "larga" y la del tiempo no marcado es "breve" y dura la mitad, mientras que si hay 3 sílabas, la marcada es larga y las otras dos son "brevísimas", aunque también pueden funcionar las tres como breves y durar lo mismo. La distribución temporal es de [1 + ½ ] o [½ + 1] en los pies bisílabos (troqueos y yambos propiamente dichos) y [1 + (¼ + ¼ )] o de [½+ ½+ ½] en los pies trisílabos. Este sistema corresponde en música a los ritmos ternarios, al haber una ratio de 2 a 1 entre tiempo fuerte y tiempo débil. Así se distribuiría el tiempo en este senario yámbico de Plauto: Sequere ∪ hāc Palinū re, me∪ad forēs fimi∪ōb sequēns ¼+¼+1 ¼+¼+1 ½+1 ½+1 ½+1 ½+1 Este metro tendría una equivalencia rítmica exacta en español (el ejemplo es otro verso de Plauto traducido por el propio García Calvo en senario yámbico): si tuvié ¼+¼+1 ra que ∪ e ½+1 legír ½+1 caudí ½+1 llo ∪ en la ½+1 ciudad ½+1 El aspecto más original de esta teoría con respecto a las otras de esta escuela, sería que García Calvo admite la existencia de un tercer sistema (metros híbridos o eolios) que mezclan los ritmos de la Métrica I con los de la Métrica II en el mismo verso, y que éstos no cumplen el principio de la isocronía, normalmente considerada como condición sine qua non de la ritmicidad en este tipo de enfoques: este tipo híbrido presenta, por lo que atañe al metro, un problema un tanto fascinante en cuanto que vuelve a tocar de cerca la cuestión de la medida y concepción del tiempo:a saber, si es posible que en tales series alternantes pueda haber propiamente metro ni pies métricos (...) pues si de veras son los dos módulos rítmicos los que ahí alternan, resultará que el metro o medida temporal (...) rompe la isocronía (y no 5 Virgilio: Las Bucólicas (ed. & trad. A.García Calvo). Madrid: Júcar, 1976. podría escribirla en compases la música "de barras" sino saltando de un compás a otro continuamente)... (p. 372) En cierto sentido. García Calvo devuelve a sus orígenes nuestra métrica poética cuantitativo-musical: el hexámetro clásico, y éste se diferencia de los modelos de Príncipe y Navarro Tomás en dos aspectos: <1> ausencia de anacrusa y consiguiente posibilidad de ritmos crecientes (yambo y anapesto), <2> no se plantea como un modelo exclusivo que abarque la totalidad de los metros. García Calvo abre incluso la puerta a metros anisocrónicos, aunque no entre en detalle al respecto. Si bien su visión general del ritmo poético es menos dogmática y determinista que los modelos anteriores, conserva sin embargo el inconveniente esencial de estos enfoques: por un lado la evidente arbitrariedad que supone asignar duraciones contrarias a la fonología del español, por otra, la imposibilidad de encajar en este sistema los versos con espacios interacentuales de muchas sílabas, lo que le obliga a recurrir al arbitrario acento "latente", como en este dudoso si tuviera qué elegir caudillo en la ciudad; con lo cual los endecasílabos de un mismo poema pertenecerían a sistemas métricos opuestos. Por otra parte, cualquier texto prosaico encaja también en este tipo de esquemas rítmicos. Tomemos como ejemplo cualquier noticia del diario: tras el recorte de medio punto de los tipos de interés en Gran Bretaña, la inversión española ha quedado en suspenso (etc.). El enorme margen de maniobra que permiten estos criterios de segmentación (asignación de duraciones y acentuaciones "subjetivas") hace que incluso una secuencia tan antipoética como esta crónica bursátil pueda analizarse como una secuencia de hexámetros: ∇tras el re 1+½+½ de inte 1+½+½ ∇corte de 1+½+½ rés en 1+1 ∇medio 1+1 Gran Bre 1+1 ∇punto 1+1 taña 1+1 ∇de los 1+1 La ∪ inver 1+1 ∇tipos 1+1 sión espa... 1 + ½ + ½… Podríamos hacer lo mismo con todo el artículo, incluso -¿por qué no?- con todo el periódico, dada la generosa posibilidad de acentuar las átonas que García Calvo justifica así: cuando una secuencia tiene tres átonas seguidas una de ellas actuaría como tónica; si tiene cuatro o cinco seguidas, dos de ellas marcarían ritmo (...) van por él camino (pp. 340-345). ¿Qué ocurriría entonces en versos como Liberalmente de los pescadores (Góngora)? ¿Deberemos analizarlos como *líberalménte de los pescadóres (métrica I), o como *libéralménte dé los péscadóores (métrica II)? ¿Acaso no resultan ambas lecturas tan forzadas como nuestra crónica bursátil (sino más)? Aunque ésta fuese un ejemplo tal vez algo caricaturesco, no es ninguna tergiversación puesto que, de hecho, existen teorías fonológicas que realmente pretenden que la isocronía de los intervalos interacentuales es una característica propia del ritmo inherente de ciertas lenguas, entre ellas el español (cf. Pamies 1994, 1998) ¿en qué residiría entonces la especificidad del ritmo poético? A modo de conclusión Tanto para el español como para otras lenguas modernas europeas, el audaz desafío que supuso fusionar la transcripción musical con el principio de los pies métricos resultó tan apasionante como ilusorio, debido a una serie de círculos viciosos. Por un lado, porque la propia musicología ya había heredado su metalenguaje (el solfeo) de la métrica poética griega, por lo que la confluencia "descubierta" entre ambas cosas es en gran parte tautológica: se debe a que son reexpresiones de una misma idea más que a una similitud de los hechos que solfeo y métrica pretenden analizar: ambos tipos de segmentación analítica proceden históricamente de la descripción del hexámetro griego6. En segundo lugar, porque si bien el hexámetro estaba realmente compuesto por seis compases isocrónicos (por eso resultaba adecuadamente descrito así en su momento), ello no justifica ningún determinismo en virtud del cual las demás formas musicales y poéticas deban regirse necesariamente por el mismo esquema. El prestigio del hexámetro se impone más por el de las obras en él escritas (Ilíada, Odisea, Eneida, Bucólicas, etc.), que por sus características inherentes, y es un molde rítmico entre muchos otros. La barra de compás que aparece regularmente en las partituras a partir del S.XVIII también es un hecho meramente metamusical que no impide que la música abunde en ritmos donde el retomo del tiempo fuerte se sitúa a intervalos deliberadamente asimétricos. Para ello el solfeo también tiene sus anotaciones: desde la síncopa hasta el contratiempo, pasando por los ritmos que alternan el binario con el ternario (5/4, 7/4), o los cambios constantes de compás anotados como tales en partitura, por no hablar de los metros dela música árabe o india, ni de la ágrafa omnipresente en la música africana y afroamericana, así como en varios géneros del propio acervo folklórico europeo, incluido el español, pues las soleares, alegrías, bulerías y siguiriyas se caracterizan por alternar de forma sistematizada compases binarios temarios (cf. Pamies 1994). Esta contradicción que desde sus inicios acarrean los principios fundacionales de la métrica teórica española en general, y de la cuantitativo-musical en particular, se manifiesta especialmente en el caso del verso isosilábico, puesto que éste tiene un número constante de sílabas y un número variable de acentos, cuando -según dichos príncipes- sería de esperar lo contrario. La única salida acaba siendo una y otra vez la manipulación del concepto de acento hasta lo indecible, de modo que se dice que éste crea el ritmo, pero a la vez se pretende (cuando las cuentas no salen) que es el ritmo quien crea artificalmente un acento en determinadas posiciones. El círculo vicioso se cierra siempre en el mismo sitio: ¿ es el acento causa o consecuencia del esquema rítmico? Los ejemplos que acabamos de ver ponen especialmente de manifiesto hasta qué punto todo acento que no se corresponda con la realidad fonológica verificable se convierte en un arma capaz de regularizar cualquier secuencia al capricho del prosodista, y que el acento latente es un elemento subjetivo y arbitrario que rompe las propias reglas de juego del análisis prosódico. Curiosamente, es un autor que se declara seguidor de las teorías de Príncipe, Antonio Carvajal, quien nos aporta otra clave para cuestionarlas: la relación con el significado. Tras subrayar el peligro inaceptable de que llevados de la inercia más que de la reflexión apliquemos determinadas licencias que nos puedan conducir a falsear o destruir un verso ajeno, Carvajal (1995: 88) señala que en un verso como El dulce lamentar de dos pastores, podría desembocar en una declamación aberrante que destrozaría incluso su significado: *El dulce lamen tarde dos pastores. Y éste es precisamente el quid de la cuestión: no se puede afirmar que la disposición de los acentos propia de cada verso produce las secuencias rítmicas, y defender al mismo tiempo que unas secuencias rítmicas predefinidas le impongan al verso una acentuación que le es ajena. 6 El primer tratado musicológico sobre rítmica que se conoce, el de Aristógenes de Tárente, dividía las notas en largas y breves, y las secuencias musicales en pies que llevaban los mismos nombres que los de la métrica poética (cf. Laloy, 1904:298). Bibliografía ALONSO, Dámaso: "La simetría en el endecasílabo de Góngora", RFE, XIV, 1927. BAEHR, Rudolf: Manual de versificación. Gredos. Madrid, 1970 (original alemán: Tübingen, 1962). BALAGUER, Joaquín: Apuntes para una historia prosódica de la métrica castellana. C.S.I.C. Madrid, 1954. BALBíN, Rafael de: Sistema de rítmica castellana. Gredos. Madrid, 1962 (reed. 1968). BECQ DE FOUQUIÉRES, L.: Traite general de versification. Charpentier. Paris, 1879. 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