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LECTIO DIVINA III DOMINGO DE PASCUA
Oración inicial
Shaddai, Dios de la montaña, que haces de nuestra frágil vida la peña de tu morada,
conduce nuestra mente a golpear la roca del desierto.
La pobreza de nuestro sentir nos cubra como un manto en la obscuridad de la noche
y abra nuestro corazón para atender al eco del Silencio hasta el alba,
envolviéndonos en la luz del nuevo amanecer,
nos lleve con las cenizas consumadas del fuego de los pastores del Absoluto
que han vigilado por nosotros junto al Divino Maestro, el sabor de la santa memoria.
Texto: Lucas 24, 35-48
Ellos por su parte contaron lo que les había sucedido en el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan.
35
Estaban hablando de esto, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:
—La paz esté con ustedes.
36
37
Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma.
Pero él les dijo: —¿Por qué se asustan tanto? ¿Por qué tantas dudas? 39 Miren mis
manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean, un fantasma no tiene carne y hueso,
como ven que yo tengo.
38
Dicho esto, les mostró las manos y los pies.
acababan de creer.
40
41
Era tal el gozo y el asombro que no
Entonces les dijo: — ¿Tienen aquí algo de comer? 42 Le ofrecieron un trozo de pescado
asado. 43 Lo tomó y lo comió en su presencia. 44 Después les dijo:
—Esto es lo que les decía cuando todavía estaba con ustedes: que tenía que cumplirse
en mí todo lo escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
45
Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura.
Y añadió: —Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer y resucitar de entre los
muertos al tercer día; 47 que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados
a todas las naciones, empezando por Jerusalén. 48 Ustedes son testigos de todo esto.
46
Lectura
Los discípulos han sido testigos de la muerte de Cristo. Lo han visto morir y lo han visto
sepultar. De ello están seguros todos, desde Pedro que lo negó hasta las piadosas mujeres.
Precisamente ellas fueron aquella mañana del domingo a embalsamarlo. No hay duda de
ello; el Señor ha muerto. El habló, en vida, de resurrección. Sin embargo, ésta no parece
creíble. Puede que ni piensen en ello. Los discípulos, unidos en el amor del maestro, se
encuentran solos, separados de él. Cristo ha muerto. Esta es la situación.
La mañana del domingo está llena de llena de sobresaltos. Han ocurrido cosas inauditas.
Todos están sobresaltados. Las mujeres que fueron al sepulcro, lo encontraron vacío. Allí
no estaba el cuerpo del Señor. Cunde la alarma. Sigue la aparición del Señor a las mujeres.
Los discípulos no creen. No son testimonio suficiente ni la confesión de las mujeres ni las
palabras del Maestro, antes de morir. Así piensan también los discípulos que se dirigen a
Emaús. Pero en el camino, aquel transeúnte que se les une les reconviene y acaban por
ver en él a Cristo resucitado, precisamente en la fracción del pan. (Es el contexto
inmediato). También a Pedro se le ha manifestado. Con todo, hay quien rehúsa creerlo.
Es demasiado inaudito para creerlo. Por último, todos son testigos de la resurrección. Así
el pasaje que nos ocupa.
Cristo se manifiesta a los suyos. Las pruebas se multiplican. El hecho se impone. Allí su
figura, sus cicatrices, su voz conocida, su semblante; su participación en la comida, el
recuerdo de sus palabras antes de morir, la Escritura… Todo da testimonio del hecho. La
duda, la incredulidad no pueden resistir más. La realidad se impone. Los discípulos están
plenamente convencidos de ella.
Reflexión
No es fácil creer en Jesús resucitado. En última instancia es algo que solo puede ser captado
y comprendido desde la fe que el mismo Jesús despierta en nosotros. Si no
experimentamos nunca «por dentro» la paz y la alegría que Jesús infunde, es difícil que
encontremos «por fuera» pruebas de su resurrección.
Algo de esto nos viene a decir Lucas al describirnos el encuentro de Jesús resucitado con
el grupo de discípulos. Entre ellos hay de todo. Dos discípulos están contando cómo lo
han reconocido al cenar con él en Emaús. Pedro dice que se le ha aparecido. La mayoría
no ha tenido todavía ninguna experiencia. No saben qué pensar.
Entonces «Jesús se presenta en medio de ellos y les dice: “Paz a vosotros”». Lo primero
para despertar nuestra fe en Jesús resucitado es poder intuir, también hoy, su presencia en
medio de nosotros, y hacer circular en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz,
la alegría y la seguridad que da el saberlo vivo, acompañándonos de cerca en estos
tiempos nada fáciles para la fe.
El relato de Lucas es muy realista. La presencia de Jesús no transforma de manera mágica
a los discípulos. Algunos se asustan y «creen que están viendo un fantasma». En el interior
de otros «surgen dudas» de todo tipo. Hay quienes «no lo acaban de creer por la alegría».
Otros siguen «atónitos».
Así sucede también hoy. La fe en Cristo resucitado no nace de manera automática y segura
en nosotros. Se va despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde. Al
comienzo, es casi solo un deseo. De ordinario, crece rodeada de dudas e interrogantes:
¿será posible que sea verdad algo tan grande?
Según el relato, Jesús se queda, come entre ellos, y se dedica a «abrirles el entendimiento»
para que puedan comprender lo que ha sucedido. Quiere que se conviertan en «testigos»,
que puedan hablar desde su experiencia, y predicar no de cualquier manera, sino «en su
nombre».
Creer en el Resucitado no es cuestión de un día. Es un proceso que, a veces, puede durar
años. Lo importante es nuestra actitud interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho
más sitio en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas."
Las tres lecturas hablan de la salvación, como procedente de Cristo. Arrepentimientoconversión. El hombre debe volver, debe cambiar de dirección. La escala de valores
no está ya en el mismo hombre, sino en Cristo. Hay que aceptar a Cristo y seguirle.
Esa es la conversión. No hay salvación fuera de Cristo.
1) Hay que predicar la conversión. Está dentro del Kerigma cristiano. Se olvida con
suma frecuencia.
2) La conversión dura toda la vida. El hombre debe mirar siempre a Cristo y seguirle.
Está siempre convirtiéndose.
3) El cristiano es un hombre que debe luchar siempre contra el pecado. En Cristo se
nos perdonan los pecados. Debemos acudir a él siempre que nos sintamos pecadores.
4) Juan da la señal de si estamos unidos o no a Cristo: el cumplimiento de sus
mandamientos. Muy importante.
Estamos en camino, somos conscientes del don recibido. De ahí el gozo y la alegría.
Pero nos queda todavía camino. Por eso la esperanza. Pedimos que Dios nos conceda
el gozo perfecto: la resurrección eterna. Ese el cristiano, hombre de esperanza,
rebosante de gozo, pero en lucha con el pecado. Dios resucitando a su Hijo ha
resucitado a los hombres. Esperamos el momento. Nos alegramos y gozamos. Señor,
haz que brille tu rostro sobre nosotros.
Hna. Luz Karime Mancipe Laguado OP
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