La humildad - Hora Santa de Reparación de los Sagrados

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HORA SANTA
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA HUMILDAD
DIRECTOR
La humildad es una bella virtud, que nos acerca a Dios y nos hace apreciar nuestra
realidad frente a la grandeza de Dios.
Hablar de la humildad como virtud, es casi preciso hablar del pecado capital opuesto, la
Soberbia, es lo contrario a la vocación que hemos recibido del Señor, lo que hace daño
a nuestra vida familiar a la amistad, al matrimonio, la Soberbia es lo que más se opone
a la felicidad. Es el principal apoyo con cuenta el demonio en nuestra alma para intentar
destruir lo que el Espíritu Santo hace y trata constantemente de edificar.
Con toda la humildad no consiste solo en rechazar los movimientos de la Soberbia, del
egoísmo del orgullo. De hecho ni Jesús, ni su Santísima Madre experimentaron
movimiento alguno de Soberbia y, sin embargo, tuvieron la virtud de la humildad en
grado sumo. La palabra humildad, tiene su origen en la latina “humus”, tierra; humilde
en su etimología, significa inclinado hacia la tierra; la virtud de la humildad consiste en
inclinarse delante de Dios y de todo lo que hay de Dios en las creaturas (Cfr.R. Garrigu
Lagrange, Las tres edades de la vida interior, Vol. II P. 670). En la práctica nos lleva a
reconocer nuestra inferioridad, nuestra pequeñez e indigencia ante Dios. Los Santos
sienten una alegría muy grande en anonadarse delante de Dios y en reconocer que
solo EL es grande y que en comparación con la suya, todas las grandezas humanas
están vacías y no son sino mentiras.
LECTOR UNO
“La humildad se fundamenta en la verdad”, (Santa Teresa, Las moradas, VI,10)
sobre todo en esta gran verdad: es infinita la distancia entre la creatura y el creador. Por
eso frecuentemente hemos de detenernos para tratar de persuadirnos de que todo lo
bueno que hay en nosotros es de Dios. Todo el bien que hacemos ha sido sugerido e
impulsado por EL, y nos ha dado la gracia para llevarlo a cabo. No decimos ni una sola
jaculatoria, sino es por el impulso y la gracia del Espíritu Santo (Cfr. 1 Cor. 12,3); lo
nuestro es la deficiencia, el pecado, los egoísmos.
“Estas miserias son inferiores a la misma nada, porque son un desorden y reducen a
nuestra alma a un estado de abyección verdaderamente deplorable” (R. Garrigou
Lagranje, OC. Vol. 11, Pág. 81). La gracia por el contrario, hace que los mismos
ángeles se asombren al contemplar una alma resplandeciente por este don divino.
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La humildad descubre todo lo bueno que existe en nosotros, tanto en el orden de
naturaleza como en el orden de la gracia, pertenece a Dios, porque de su plenitud
hemos recibido todos y tanto don nos mueve al agradecimiento (Cfr 1 Cor. 1,4)
LECTOR DOS
A la pregunta: ¿Cómo he de llegar a la humildad? Corresponde a la contestación
inmediata: “por la gracia de Dios” (…) solamente la gracia de Dios puede darnos la
visión clara de nuestra propia condición y la conciencia de su grandeza que origina la
humildad. Por eso hemos de desearla y pedirla incesantemente, convencidos de que
esta virtud amaremos a Dios y seremos capaces de grandes empresas a pesar de
nuestras flaquezas…
Junto a la petición, hemos de aceptar las humillaciones, normalmente pequeñas, que
surgen cada día por motivos tan diversos: en la realización del propio trabajo, en la
convivencia con los demás, al notar las flaquezas, al ver las equivocaciones que
cometemos, grandes y pequeñas. De Santo Tomas de Aquino se cuenta que un día fue
corregido por una supuesta falta de gramática mientras leía; la corrigió según lo
indicaban. Luego, sus compañeros le preguntaron porque la había corregido si el
mismo sabía que era correcto el texto tal como lo había leído. Y el Santo contesto: “vale
más delante de Dios una falta de gramática, que otra de obediencia y humildad”.
Andamos en el camino de la humildad cuando aceptamos las humillaciones, pequeñas
y grandes y cuando aceptamos los propios defectos procurando luchar con ellos.
LECTOR TRES.
Quien es humilde no necesita demasiadas alabazas y elogios en su tarea, porque su
esperanza esta puesta en el señor; y Él es el modo real y verdadero, la fuente de todos
sus bienes y su felicidad: es Él quien da sentido a todo lo que hace. “Una de las
razones por las que los hombres son tan propensos a alabarse, a sobreestimar su
propio valor y sus propios poderes, a resentirse de cualquier cosa que tienda a
rebajarlos en su propia estima o en la de los otros es porque no ven más
esperanza para su felicidad que ellos mismos.
Por eso son a menudo tan susceptibles, tan resentidos, cuando son criticados,
tan molestos para quien les contradice, tan insistentes en salirse con la suya, tan
ávidos de ser conocidos, tan ansiosos de alabanza, tan determinados a gobernar,
su medio ambiente.
Se afianzan en sí mismos como el naufrago se sujeta a una paja. Y la vida
prosigue, y cada vez están más lejos de la felicidad…” (E.Boylan.El amor supremo,
vol. II p.82.).
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LECTOR CUATRO.
le Quien lucha por ser humilde no busca ni elogios ni alabanzas; y si llegan procura
enderezarlos a la Gloria de Dios, autor de todo bien. La humildad se manifiesta no tanto
en el desprecio como en el olvido de sí mismo, reconociendo con alegría que no
tenemos nada que no hayamos recibido, y nos lleva a sentirnos hijos pequeños de Dios
que encuentran toda la firmeza en la mano fuerte de su padre, Dios que está en los
cielos. Aprendamos a ser humildes meditando la pasión de nuestro señor, considerando
su grandeza ante tanta humillación, el dejarse hacer “Como cordero al matadero”,
según había sido profetizado (Isaías 53, 7), su humildad en la Sagrada Eucaristía,
donde espera que vayamos a verle y hablarle, dispuesto a ser recibido por quien se
acerque al banquete que cada día prepara para nosotros, su paciencia ante tantas
ofensas. Aprenderemos a caminar por este sendero y nos fijamos en María, la esclava
del señor, la que no tuvo otro deseo que el de hacer la voluntad de Dios, también
acudimos a San José, que empleo su vida en servir a Jesús y a María, llevando a cabo
la tarea que Dios había encomendado.
LECTOR CINCO.
Jesucristo también es nuestro modelo en esta virtud. Él nos dice: “Aprended de mi, que
soy manso y humilde de corazón”.(Mateo 11,29)
Seguir las huellas de Cristo, imaginártelo, mirarlo a Él, de sentirnos sus hijos pequeños
y amar la obediencia a nuestro padre Dios. Él nos ha enseñado con su ejemplo.
Cristo fue humilde de corazón. A lo largo de su vida no quiso para Él ninguna cosa
especial, ningún privilegio, comienza estando en el seno de su madre nueve meses
como todo hombre, con una naturalidad extrema de sobra sabia el señor que la
humildad padecía una apremiante necesidad de Él tenía por eso, hambre de venir a la
tierra para salvar a todas las almas: y no precipitar el tiempo. Vino a su hora, como
llegan al mundo los demás hombres. Desde la concepción hasta el nacimiento, nadie
salvo San José y Santa Isabel-advierte esa maravilla: Dios que viene a habitar entre los
hombres.
Dios se humilla para que podamos acercarnos a Él, para que podamos corresponder a
su amor con nuestro amor para que nuestra libertad se rinda no solo ante Él
espectáculo de su poder, sino ante la maravilla de su humildad.
(Esta meditación pertenece a la colección “Hablar con Dios” de Francisco FernándezCarvajal, TOMO IV, Miércoles de la 18 a semana del tiempo ordinario, ediciones
palabra.)
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LECTOR SEIS.
La soberbia (la falsa valoración de las cualidades propias y el deseo desordenado de la
gloria) y el egoísmo (mirar todo en cuanto me reporta algún beneficio), que tan
relacionado esta con ella, se encuentran en alguna manera en el origen de todos los
echados, retrocesos y desánimos.
El egoísmo se refleja frecuentemente en el monologo interior: allí los propios intereses y
aspiraciones se desorbitan; se fraguan los conflictos o se agrandan; se pierde la
objetividad; el yo sale siempre enaltecido. Se tiene una excesiva preocupación por las
cosas personales: la salud, la profesión, el descanso, el futuro, la imagen externa, con
una manifiesta falta de abandono y confianza en el señor. Muchos problemas
personales; enfados y desgastos inútiles provienen de la soberbia.
Más difícil de desarraigar es la soberbia disfrazada de humildad. Esta virtud se presenta
con unas cualidades que, si se analizan bien son inconfundibles, el humilde evita los
juicios sobre los demás, es agradecido, sabe disculpar los posibles fallos de sus
hermanos los hombres, no se justifica, no necesita alabanzas y elogios en su tarea,
cuando llegan, los endereza a Dios. En el señor tiene puesta su esperanza y el es, de
modo real y verdadero, la fuente de su felicidad. Es Él quien da sentido a todo lo que
hace.
DIRECTOR
EL Papa Francisco nos dice a cerca de la humildad: “así actúa el Señor: hace las cosas
simplemente. Te habla silenciosamente al corazón.
Recordaremos en la vida las tantas veces que hemos oído estas cosas: la humildad de
Dios es su estilo. Y también la celebración litúrgica, en los sacramentos ¡Que lindo que
es que se manifieste la humildad de Dios y no en el espectáculo mundano. Nos hará bien
recorrer nuestra vida y pensar en las tantas veces que el Señor nos ha visitado con su
gracia.
Y siempre con este estilo humilde, el estilo que también, El nos pide a nosotros: la
humildad!”(Homilía de lunes 9 de marzo del 2015)
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II. La humilde vigilancia de la oración (según catecismo de la Iglesia Católica)
Frente a las dificultades de la oración
2729 La dificultad habitual de la oración es la distracción. En la oración vocal, la distracción
puede referirse a las palabras y al sentido de estas. La distracción, de un modo más profundo,
puede referirse a Aquél al que oramos, tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la
meditación y en la oración contemplativa. Dedicarse a perseguir las distracciones es caer en sus
redes; basta con volver a nuestro corazón: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su
corazón está apegado. Esta humilde toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al
Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir (cf Mt
6,21.24).
2730 Mirado positivamente, el combate contra el ánimo posesivo y dominador es la vigilancia, la
sobriedad del corazón. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a Él, a su
Venida, al último día y al “hoy”. El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe
apagarse es la de la fe: “Dice de ti mi corazón: busca su rostro” (Sal 27, 8).
2731 Otra dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la sequedad.
Forma parte de la oración en la que el corazón está desprendido, sin gusto por los pensamientos,
recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que
se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro. “El grano de trigo, si [...] muere, da
mucho fruto” (Jn 12, 24). Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre
roca, no hay éxito en el combate sin una mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).
Frente a las tentaciones en la oración
2732 La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en
una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se
presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más,
es el momento de la verdad del corazón y de su más profundo deseo. Mientras tanto, nos
volvemos al Señor como nuestro único recurso; pero ¿alguien se lo cree verdaderamente?
Consideramos a Dios como asociado a la alianza con nosotros, pero nuestro corazón continúa en
la arrogancia. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la
disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).
2733 Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales
entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento
de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. “El espíritu [...] está
pronto pero la carne es débil” (Mt 26, 41). Cuanto más alto es el punto desde el que alguien toma
decisiones, tanto mayor es la dificultad. El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción.
Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse
firme en la constancia.
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