López Velarde - Revista de la Universidad de México

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López Velarde:
La profana
religiosidad
Eduardo R. Huchim
La imaginería católica y erótica se funden en la obra de Ramón López Velarde, figura fundacional de la poesía mexicana.
Eduardo R. Huchim se sumerge en la vida y la obra del poeta
jerezano en busca de las raíces de este encuentro constante entre la sexualidad y lo sagrado.
Junio fue un mes vital, trascendente, en la biografía de
Ramón Modesto López Velarde Berumen. Fue en junio,
el día 15 y el año 1888, cuando llegó a la vida en Jerez,
Zacatecas. Y fue también en ese mes —el año 1921—
cuando se despidió de ella. México ha vivido ya noventa años sin López Velarde.
Y fue asimismo en junio de 19211 cuando alzó su voz
a la mitad del foro, para cortar a la epopeya un gajo, con
su poema más célebre y más largo, La suave patria, que
es en la mayoría de sus estrofas —en palabras de Octavio Paz— “una estampa del paisaje y la vida mexicana
de la época” cuyo verdadero equivalente “no está tanto
en la pintura mural o en el cine como en el teatro… un
poema dramático dividido en dos actos, con un proemio y un intermedio”.2
LA ESTAMPA PROVINCIANA
López Velarde le cantó a la provincia pero no fue un
poeta provinciano, entendiendo por tal al que se encie-
1 El poema está fechado el 24 de abril de 1921, pero fue publicado
por primera vez en el número de junio de ese año de la revista El maestro.
2 Octavio Paz, prólogo a Ramón López Velarde, La suave patria y
otros poemas, Fondo de Cultura Económica, México, 2003, pp. 29 y 30.
rra en su región como si no hubiera nada fuera de ella
y es incapaz de salir al mundo exterior, de mirar otros paisajes y abrevar de otros manantiales de inspiración. “No,
López Velarde —sostiene Paz— no es un poeta provinciano, aunque el terruño natal sea uno de sus temas: los
provincianos son la mayoría de sus críticos”.3 Y Carlos
Monsiváis añade: “No intenta salvar los hábitos provincianos y más bien admira las visiones y las emociones que inventa”.4
Sin embargo, llegado a la capital de la República mexicana en 1914, su estampa física evocaba a la provincia
en algunos —¿muchos?— de quienes lo conocieron. Rafael Heliodoro Valle, por ejemplo, recuerda en un adelanto de sus memorias que “cuando hablaba parecía más
bien un muchacho de provincia” (“Pretérito perfecto”,
en Cuadernos Americanos, mayo-junio de 1952, México,
p. 275), en tanto que Xavier Villaurrutia lo retrata enfundado en su jacket negro que tiraba a verde: “Algo había en su figura que hacía pensar, indistintamente, en un
liberal de fines del siglo pasado y en un sacerdote católico de iglesia del interior, que gozara de unas vacaciones
en la capital. En ambos casos la provincia lo acompa3
Op. cit., p. 18.
4 Carlos Monsiváis, Escribir, por ejemplo. De los Inventores de la tra-
dición, FCE, México, 2008, p. 35.
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ñaba, viajaba con él rodeándolo con
un halo de luz o de sombra…”
(Xavier Villaurrutia, “Ramón
López Velarde” en Textos y
pretextos. Literatura, drama,
pintura, La Casa de España en México, México,
1940, pp. 4 y 5).5
En tanto, José Gorostiza lo describe así: “El
provinciano que viaja asume caracteres de descubridor o de conquistador;
se transforma en un payo.
Eso era López Velarde, si se
me permite dar a la palabra un
sentido noble… porque el payo
es sensual (digamos descubridor)
antes que conquistador o sentimental. ‘Perdone usted, parecía decir, yo descubrí
el color, el aroma, el sonido. Son míos por consiguiente; pero me agradará mucho que usted los advierta y los
goce… pero el payo quería algo nuevo’”. (José Gorostiza, Prosa, Conaculta, Lecturas Mexicanas, 2001).6
A esa percepción de poeta provinciano contribuyó no
sólo la presencia de la provincia en su poesía, sino también su frecuente —casi omnipresente— alusión al catolicismo, sus símbolos, sus ritos, que —todos— le sirven al poeta para crear metáforas, ambientes, antítesis
y, asimismo, engarzar espléndidos encadenamientos. Éstos son algunos —sólo una muestra— de los vocablos
católicos contenidos en su obra:
Acólito, adviento, alba, altar, ángeles, ánima, anunciación,
arcángel, arrodillarse, azahares, báculo, bautizo, beatífico,
beato, Belén, bendición, Betsabé, bíblico, bonetes, canonización, calvario, cartuja, casullas, cíngulo, claustro, cofrades, conventual, comulgatorio, confesor, cordero pascual,
corona de espinas, Cristo, cuaresmal, custodia, demonio,
desalmada, devoción, devocionario, diablo, días de guardar, Dios, eclesiástico, ensalmar, episcopal, estola, Espíritu Santo, eucarístico, evangelio, expiable, fe, Gólgota,
gloria, hostia, hisopo, iglesia, incensario, introito, jaculatoria, juicio final, Lavalle, letanía, liturgia, litúrgico, maléfico, martirio, mística, misa, mitra, monasterio, nazareno,
novenario, ornamentos, oveja, Papa, papista, parroquia,
Pascua, pecado, penitente, plegaria, profético, pontifical,
reclinatorio, refectorio, reverente, reverencial, rezar, rosario, sacristía, salmodia, salmos, santificar, santo, san Isi-
5 Las citas de Valle y Villaurrutia son tomadas de “López Velarde,
Pegaso y su nostalgia por la provincia” de Ángel José Fernández, http:
//cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/535/1/2003128P189.pdf
6 Carlos Monsiváis, op. cit., p. 47.
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dro, santuario, seráfico, Sión, teológico, teologales, viático, Viernes Santo, Virgen, virtudes.
En cierto sentido, es posible afirmar que la poesía lopezvelardeana posee una profunda religiosidad, pero
no a la manera mística sino casi siempre al modo profano, por decirlo de algún modo. Religiosidad y profanidad se vinculan en la poesía de López Velarde y el
resultado es de una esplendidez que cautiva. Dice en
“Elogio a Fuensanta” (1908):
Nardo es tu cuerpo y su virtud es tanta
Que en tus brazos beatíficos me duermo
Como sobre los senos de una Santa.
Dios y su criatura se unen —¿alguna vez se separan?— para seducir a quien lea o escuche la inspiración
lopezvelardeana, que llama en su auxilio a la sensualidad y la hace cómplice, a veces de manera sorpresiva,
como en “Mi corazón se amerita” (1917):
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Es la mitra y la válvula... Yo me lo arrancaría
para llevarlo en triunfo a conocer el día,
la estola violeta en los hombros del alba,
el cíngulo morado de los atardeceres,
los astros, y el perímetro jovial de las mujeres.
Escribe Monsiváis: “López Velarde se considera a
salvo de la secularización: ‘Hasta la casa en que nací / místicamente armada contra la laica era’, pero sus textos son
animosamente laicos porque, además de concederle espacio a los nuevos estremecimientos, se vierten los vocablos del catolicismo en versos profundamente terrenales, en el filo de la navaja de dos imposibilidades: la
renuncia a la fe, y la renuncia al ‘perímetro jovial de las
mujeres’”.7
TEMPRANO ENCUENTRO CON LA RELIGIÓN
El contacto de López Velarde con la religión, más allá
de las prácticas domésticas infantiles, se dio tan pronto
el futuro poeta comenzó a usar pantalón largo. En octubre de 1900 fue llevado por su padre al Seminario Conciliar y Tridentino de Zacatecas, donde el rector, Domingo de la Trinidad Romero, feo y miope, los recibió
en una sala donde destacaban los volúmenes de teología moral y de poetas latinos y, en uno de los muros, sobre una repisa, el busto de un hombre despeinado y con
el pecho descubierto (Byron).
7
Carlos Monsiváis, op. cit., p.42.
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LA PROFANA RELIGIOSIDAD
A López Velarde lo impresionó la escena y, en particular, dos lágrimas que irrumpieron en los ojos del rector y cayeron sobre su sotana. Dieciséis años después de
ocurrido el hecho, lo recordó nítidamente en un artículo publicado en El Nacional bisemanal (18 de marzo
de 1916), en el cual rememoró asimismo que el rector
hacía versos en latín y citaba en sus sermones “pasajes
clásicos, espigados en el desfallecimiento de Ovidio, en
la elegancia de Horacio, en el ardor de Virgilio… Solía
llevar sus arreos morados con una cierta majestad despreocupada… Si hubiera vivido en el siglo 3 o 4, en el
conflicto entre la Iglesia y la escuela, se habría inclinado por la segunda”.8
Este personaje influyó en la ruta de López Velarde
frente a la religión, la literatura y, en general, ante las
ideas que en ese entonces eran poco conocidas en México, menos aún en la provincia. En el artículo citado,
recuerda al rector caminando en la noche, después del
toque de silencio, abstraído de todo, “cuando el faro de
la Bufa mandaba sus destellos hasta la fuente del patio
principal, y algún seminarista, con sorda pisada, iba por
agua hasta la fuente”.
Otro párrafo refuerza la percepción de la influencia del
canónigo Romero sobre el entonces joven seminarista:
Sus enemigos lo acusaban (al rector) de perezoso, de inficionado de paganismo, de hacer citas falsas en el púlpito, de tibio en la piedad, de no rezar el breviario… mas
todo aquel disturbio contra el señor Rector no mermó
en un ápice mi simpatía y mi respeto… Yo me alegro de
que el aprisco en el que se oyó el balido de mi infancia
haya estado guardado por el canónigo Romero, que apacentó con un arte cordial la oveja de mi fantasía y el cordero de mis sentimientos.9
Es decir, López Velarde siente una viva simpatía por
un religioso que, pese a sus deberes clericales, se da tiempo para algunas otras cosas como pensar en temas ajenos
a lo estrictamente religioso y no teme que se le considere tibio o se le acuse de hacer citas falsas en el púlpito.
Dos años duró López Velarde en el seminario. Después cursaría sus estudios de preparatoria en Aguascalientes, los cuales terminó en 1908 con un irónico hecho:
fue reprobado en Literatura por José María González,
pero los otros dos sinodales, José Cruz y Manuel Gómez
Portugal, lo aprobaron y así superó el trance.
“SACRISTÁN FALLIDO”
Con los antecedentes del seminario, de su formación
de la niñez y adolescencia, resulta natural que López
Velarde hallara en la doctrina y la liturgia católicas las
principales fuentes para su lenguaje metafórico. De ese
modo, como dice Allen W. Phillips, aparece en su poesía
una “interminable procesión de óleos, cirios, custodias,
panes eucarísticos, olores de incienso, clavos, espinas y
otros objetos análogos”. Como es obvio, metáforas de este tipo se repiten particularmente en sus poemas y prosas
juveniles, pero no desaparecen en su etapa de madurez. “El
repetido uso de símbolos religiosos —añade Phillips—
no es en López Velarde un mero fondo decorativo y con-
8
Apud Guadalupe Appendini, A la memoria de Ramón López Velarde, Gobierno de Zacatecas, Zacatecas, 1988, p. 44-45.
9
Apud Guadalupe Appendini, op. cit., p. 45.
Ramón López Velarde con su padre y su hermano Jesús
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vencional como lo fue en el modernismo, sino que corresponde en su obra a motivos más profundos”.10
Esos motivos profundos hallan su más severa expresión en el conflicto interior que acaso llegó a obsesionar al poeta: la lucha entre sus convicciones religiosas,
depositadas en él desde la infancia, y la liberalidad carnal que le atrajo siempre, pero en particular al establecerse definitivamente, en 1914, en la desde entonces
gran Ciudad de México.
Importa detenerse en ese conflicto interior.
En su texto “Semana Mayor” (1917), escribe López
Velarde:
Yo, en realidad, me considero un sacristán fallido. En mi
quiebra matizo la Semana Mayor con mi violín jornalero.
Y recuerdo los Jueves Santos en que Matilde, que era alta
como una buena intención, glacial como los éteres, blanca como un celaje de plenilunio y fértil como un naranjo,
lucía, por la breve ciudad, su mantilla y su cintura afable…
Y en “Oración fúnebre” (1919), escribe el poeta:
Uno de los dogmas para mí más queridos, quizá mi paradigma, es el de la Resurrección de la Carne. E imagino
que cada uno de vosotros poseerá algo de la virtud mesiánica de abrir a voluntad los sepulcros, para que la Dicha
se levante de su cabecera de gusanos y sacuda otra vez los
cabellos fragrantes y asome la faz entre las varas traslúcidas de sus macetas. A tal dogma y a tal conjuro apelaré, a
fin de traer a Herrán por un momento y dilucidar su herencia como el plumaje del ave del paraíso…
Siguiendo a José Luis Martínez, en este poema López Velarde proclama su paradigma: la resurrección de
la carne. “Pero, ¿qué puede ocurrir a semejante sacristán
fracasado que nada puede entender ni sentir sino a través de la mujer?”. Deberá entregarse a la esperanza de
la resurrección de la carne, porque es evidente la debilidad de la suya en la primera vida. Es decir, su tabla de
salvación es “aquel último y feliz concierto entre el cuerpo y el alma venturosos que tan dramática lucha sostuvieron durante su existencia terrena”.
Martínez opina que la evolución espiritual del poeta puede observarse con precisión en sus libros. En La
sangre devota cree aún en la posibilidad de satisfacerse
con un tipo de amor inocente y sencillo:
Hambre y sed padezco: Siempre me he negado
a satisfacerlas en los turbadores
gozos de ciudades —flores de pecado—.
10 Allen W. Phillips, Ramón López Velarde, el poeta y el prosista, Gobierno del Estado de Zacatecas, Universidad Autónoma de Zacatecas,
Universidad Autónoma Metropolitana, Instituto Nacional de Bellas Artes, México, 1988, p. 208.
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Esta hambre de amores y esta sed de ensueño
que se satisfagan en el ignorado
grupo de muchachas de un lugar pequeño.
(“A la gracia primitiva de las aldeanas”, 1910)
Pero esos plausibles propósitos son derrotados en unos
cuantos años. Era necesario para el poeta buscar la presencia femenina en todas sus formas, aun en “aquellas
cuya seducción era paralela a su condición pecaminosa”, como se ve en su libro Zozobra:
Ya no puedo dudar…
Diste muerte a mi cándida
Niñez, toda olorosa a sacristía, y también
diste muerte al liviano chacal de mi cartuja.
Que sea para bien.
(“Que sea para bien”, 1916)
La desilusión del placer, irónicamente, también se
manifiesta pronto, al ritmo de una vida breve vivida
con intensidad. Para Martínez, en el espíritu de López
Velarde se equilibraban, con iguales fuerzas, el deseo “y
esa conciencia del pecado, que nunca llegó a abandonarlo. Y poco armado de seducciones y peor dotado de
fortuna, tuvo que resignarse, contra sus afanes mundanos, a ver triunfar al segundo sólo por su incapacidad
de pecador”:11
He oído la rechifla de los demonios sobre
mis bancarrotas chuscas de pecador vulgar;
y he mirado a los ángeles y arcángeles mojar
con sus lágrimas de oro mi vajilla de cobre.
(“El perro de San Roque”)
Así se expresa en su libro póstumo, El son del corazón. Y allí mismo, en la vecindad de la muerte, condensa su vida en esta síntesis:
Un día quise ser feliz por el candor,
otro día, buscando mariposas de sangre,
mas revestido ya por la capa de polvo
de la santa experiencia, sé que mi corazón,
hinchado de celestes y rojas utopías,
guarda aún su inocencia, su venero de luz:
¡el lago de las lágrimas y el río del respeto!
(“El sueño de la inocencia”)
11
Ramón López Velarde, Obras, compilador José Luis Martínez,
Fondo de Cultura Económica, México, 2004, pp.17-18.
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LA PROFANA RELIGIOSIDAD
En 1921, poco antes de su muerte, López Velarde
conversa con su amigo, compadre y confidente Eduardo
J. Correa en el atrio de la iglesia de San Felipe de Jesús,
en la capitalina avenida Madero. Para entonces, la amistad entre ambos se había enfriado y aquella charla termina en desencuentro cuando Correa le sugiere a Ramón
que, como en otros años, le dé a su madre, en el cumpleaños de ésta, el regalo impar de una comunión eucarística que tanto agradecía la progenitora del poeta.
Ramón se ríe y le dice que estaba planeando un próximo viaje a Europa y que pensaba gozar intensamente
de “la belleza de las circasianas”.
—¿Piensas darle la carne al diablo y los huesos a Dios?
—le replicó Correa, quien evocó el hecho en un manuscrito hallado en su archivo y que publicó resumido, como señala Guillermo Sheridan.
Ramón —apuntó Correa en el manuscrito— no pudo dominar los impulsos de la carne y de ello se querellaba frecuentemente en el seno de la intimidad, diciendo que el
credo andaba muy bien en él pero los mandamientos algo
mal… Continuaba radicalmente cristiano, nada más que,
como a San Pablo, no lo dejaba el aguijón de la carne.12
EL RITO Y EL DESEO
En los poemas dedicados a Josefa de los Ríos, Fuensanta,
las metáforas religiosas se multiplican, pero también
están presentes en muchos otros poemas, incluso los de
tema erótico. “Sin embargo —comenta Phillips—, en
estos casos la intención de López Velarde no es satánica ni blasfematoria; es sencillamente otra indicación de
lo arraigada que estaba en su alma esa predilección por
el vocabulario religioso”.13
Juzgue el lector la religiosidad y la profanidad que
van de la mano en “Tierra mojada” (1917):
Tardes como una alcoba submarina
con su lecho y su tina;
tardes en que envejece una doncella
ante el brasero exhausto de su casa,
esperando un galán que le lleve una brasa;
tardes en que descienden
los ángeles, a arar surcos derechos
en edificantes barbechos;
tardes de rogativa y de cirio pascual;
tardes en que el chubasco
me induce a enardecer a cada una
de las doncellas frígidas con la brasa oportuna;
12 Guillermo Sheridan, Un corazón adicto. La vida de Ramón López Velarde y otros ensayos afines, Tusquets, México, 2002, p. 281.
13 Allen W. Phillips, op. cit., p. 208.
La familia de Ramón López Velarde
tardes en que, oxidada
la voluntad, me siento
acólito del alcanfor,
un poco pez espada
y un poco San Isidro Labrador.
Es clara la conjunción de la sensualidad y el erotismo con ángeles, acólitos y, en el verso final, nada menos
que con San Isidro labrador, que quita el agua y pone el
sol. ¿El agua de la pasión y el sol de la virtud?
Veamos otro ejemplo de la metáfora feliz que se logra al contrastar el erotismo y la religión. Los fragmentos son de “A las vírgenes” (1918):
¡Hermanas mías, todas,
las que, contentas con el limpio daño
de la virginidad, vais en las bodas
celestes, por llevar sobre las finas
y litúrgicas palmas y en el paño
de la eterna Pasión clavos y espinas;
y vosotras también, las de la hoguera,
carnal en la vendimia y el chubasco,
en el invierno y en la primavera;
las del nítido viaje de Damasco
y las que en la renuncia llana y lisa
de la tarde, salís a los balcones
a que beban la brisa
los sexos, cual sañudos escorpiones.
La poesía de López Velarde no sería la que es sin sus
reiteradas metáforas de rito y divinidad entrelazadas con
el amor y el deseo. Fusión esencial, casi omnipresente
en la inspiración y la producción del poeta zacatecano.
Un poeta que eleva la mirada y luego la hace terrena para
hacer profana la religión… ¿o religiosa la profanidad?
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