Adelanto Las aventuras de Tom Sawyer

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Las aventuras de Tom Sawyer
Las aventuras de Tom Sawyer
Mark Twain
Ilustraciones de Pablo Auladell
Traducción de Mariano Peyrou
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
transmitida o almacenada de manera alguna sin el permiso previo del editor.
Título original
The Adventures of Tom Sawyer
Primera edición: 2015
Ilustraciones
© Pablo Auladell
Traducción
© Mariano Peyrou
Copyright © Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., 2015
París 35-A
Colonia del Carmen, Coyoacán
04100, México D. F., México
Sexto Piso España, S. L.
Calle Los Madrazo, 24, semisótano izquierda
28014, Madrid, España
www.sextopiso.com
Diseño
Estudio Joaquín Gallego
Impresión
Gracel Asociados
ISBN: 978-84-16358-17-5
Depósito legal: M-29214-2015
Impreso en España
ÍNDICE
PREFACIO13
1. Oyeee, Tooom • La tía Polly toma una decisión • Tom practica
música • El desafío • Una entrada privada
15
2. Tentaciones fuertes • Movimientos estratégicos •
Los inocentes embaucados
25
3. El general Tom • Triunfo y recompensa • Una pobre
felicidad • Comisión y omisión
33
4. Acrobacias mentales • La escuela dominical •
El superintendente • Todos se exhiben • Tom idolatrado
41
5. Un ministro útil • En la iglesia • El clímax
53
6. El autoexamen • Odontología • El encanto de la medianoche
59
7. Un pacto • Las primeras lecciones • Un error cometido
71
8. Tom decide su futuro • La recreación de escenas antiguas
77
9. Una situación solemne • Temas muy serios • El indio Joe
da una explicación
83
10. El juramento solemne • El terror causa arrepentimiento •
Un castigo mental
91
11. Muff Potter llega por su propio pie • Tom y su conciencia
97
12. Tom demuestra su generosidad • La tía Polly se ablanda
103
13. Los jóvenes piratas • Hacia el lugar del encuentro •
La conversación junto al fuego
109
14. La vida en el campamento • Una sensación • Tom se
escabulle del campamento
117
15. Tom hace un reconocimiento • Se entera de cuál es
la situación • Informa en el campamento
123
16. Las diversiones del día • Tom revela un secreto • Los piratas reciben
una lección • Una sorpresa nocturna • Una guerra entre indios
129
17. Recuerdos de los héroes desaparecidos • El sentido del
secreto de Tom
147
18. Investigación de los sentimientos de Tom • Un sueño maravilloso •
Pasar sin Becky Thatcher • Tom se pone celoso • Terrible venganza
151
19. Tom cuenta la verdad
159
20. Becky tiene un dilema • Se reafirma la nobleza de Tom
163
21. Elocuencia juvenil • Las composiciones de las jóvenes •
Una visión tediosa • Los chicos logran vengarse
169
22. Tom pierde la fe • Espera un castigo
177
23. Los amigos del viejo Muff • Muff Potter ante el tribunal •
La salvación de Muff Potter
181
24. Tom, el héroe del pueblo • Días de esplendor y noches de terror •
La persecución del indio Joe
189
25. Sobre reyes y diamantes • La búsqueda del tesoro •
Gente muerta y fantasmas
191
26. La casa encantada • Fantasmas somnolientos •
Una caja llena de oro • Amarga fortuna
199
27. Dudas que resolver • Los jóvenes detectives
209
28. Un intento en el número dos • Huck monta guardia
213
29. El picnic • Huck sigue la pista del indio Joe •
La venganza • En ayuda de la viuda
217
30. El galés cuenta lo sucedido • Huck bajo el fuego • La historia se
divulga • Una nueva sensación • La esperanza da paso
a la desesperación
225
31. Una expedición para explorar • Comienzan los problemas •
Perdidos en la cueva • Oscuridad absoluta • Hallados pero no salvados
235
32. Tom cuenta cómo escaparon • El enemigo de Tom está
a buen recaudo
243
33. El destino del indio Joe • Huck y Tom intercambian impresiones •
Una expedición a la cueva • Protección contra los fantasmas • Un
lugar muy estrecho • Una recepción en la casa de la viuda Douglas
247
34. Se cuenta un secreto • La sorpresa del señor Jones se
convierte en un fracaso
259
35. Un nuevo orden • Pobre Huck • Planean nuevas aventuras
263
CONCLUSIÓN269
A mi esposa,
le dedico este libro, con cariño
PREFACIO
La mayor parte de las aventuras relatadas en este volumen ocurrieron
de verdad. Una o dos son experiencias mías, y el resto, de chicos de mi
colegio. Huck Finn está sacado de la vida real, y Tom Sawyer también,
pero no inspirado en una única persona; es una combinación de las características de tres chicos que conocí, y por lo tanto pertenece al orden
compuesto de la arquitectura.
Las extrañas supersticiones que se mencionan aquí predominaban
en el Oeste, entre los niños y los esclavos, en la época en que sucede
esta historia, es decir, hace treinta o cuarenta años.
Aunque el libro está destinado sobre todo al entretenimiento de
chicos y chicas, espero que no sea rechazado por hombres y mujeres
debido a ello, pues parte de mi propósito ha sido tratar de recordarles
a los adultos, de un modo agradable, lo que fueron, y cómo se sentían
y pensaban y hablaban, y las curiosas empresas en las que a veces se
involucraban.
El autor
Hartford, 1876
1. OYEEE, TOOOM • LA TÍA POLLY TOMA UNA DECISIÓN • TOM
PRACTICA MÚSICA • EL DESAFÍO • UNA ENTRADA PRIVADA
–¡Tom!
Silencio.
–¡Tom!
Silencio.
–¿Dónde se habrá metido ese chico? ¡Oye, Tooom!
Silencio.
La anciana se bajó los lentes y buscó en la habitación mirando por
encima de ellos; después se los subió y miró por debajo. Muy pocas
veces, o nunca, miraba a través de ellos por algo tan poco importante
como un niño. Ésos eran sus mejores anteojos, el orgullo de su corazón,
y estaban hechos para dar «estilo» más que para cumplir una función;
podría haber mirado igualmente a través de un par de tapas de estufa.
Se quedó perpleja un momento, y después dijo, sin violencia pero lo
bastante fuerte como para que la oyeran los muebles:
–Bueno, como te ponga la mano encima, te voy a…
No terminó la frase, pues se había agachado para explorar con la
escoba debajo de la cama, de modo que necesitaba todo su aliento. No
logró resucitar a nadie más que al gato.
–¡No sé dónde andará ese granuja!
Se acercó a la puerta, que estaba abierta, y miró al exterior, entre
las tomateras y las plantas de estramonio que constituían el jardín. No
se veía a Tom por ningún lado. Entonces elevó la voz, calculando un ángulo para que se la oyera desde lejos, y gritó:
–¡Oyeee, Tooom!
Hubo un ligero ruido a su espalda y se dio la vuelta justo a tiempo
para atrapar a un chiquillo por el faldón de la chaqueta e impedir su
huida.
–¡Así que estabas ahí! ¡Mira que no pensar en la despensa! ¿Qué
hacías ahí dentro?
–Nada.
–¡Nada! Mírate las manos. Y mírate la boca. ¿De qué son esas manchas?
–No lo sé, tía.
–Pues yo sí que lo sé. Son de mermelada. Te he dicho cuarenta veces que si no dejabas la mermelada en paz te iba a sacar la piel a tiras.
Dame esa vara.
La vara se cernió en el aire.
–¡Hala! ¡Mire eso de ahí, tía!
La anciana se dio la vuelta con rapidez y se levantó las faldas para
evitar el peligro. El muchacho se escapó al instante, saltó sobre la valla
de madera y desapareció tras ella.
La tía Polly se quedó sorprendida un momento y después se echó
a reír suavemente.
–Demonio de muchacho… ¿Es que no aprenderé nunca? ¿No me
ha hecho ya bastantes jugarretas como ésa? ¡Ya debería estar en guardia! Pero no hay peor tonto que un tonto viejo. Ya lo dice el refrán: «Perro viejo no aprende trucos nuevos». Pero por el amor de Dios, es que
nunca repite la misma treta… ¿Cómo va una a saber entonces lo que le
espera? Parecería que sabe justo hasta qué punto puede atormentarme antes de hacerme explotar, y que si me distrae un minuto o consigue
hacerme reír, se me pasa el enfado y no puedo darle ni una tortita. No
estoy cumpliendo con mi deber con ese chico, ésa es la verdad y bien
lo sabe Dios. Al escatimar la vara, se malcría a los niños, como dice la
Biblia. Estoy acumulando pecados y sufrimientos para ambos, lo sé. El
chico es el mismísimo diablo, pero al fin y al cabo es el hijo de mi difunta hermana, pobrecita, y lo cierto es que no tengo arrestos para azotarlo.
Cada vez que lo perdono me remuerde la conciencia, y cada vez que le
pego se me parte el corazón. Bueno, bueno, el hombre que nace de mujer va corto de días y lleno de turbaciones, como dicen las Escrituras, y
yo creo que es cierto. Esta tarde hará novillos y me veré en la obligación
de hacerlo trabajar mañana, como castigo. Es muy duro hacerlo trabajar
los sábados, cuando todos los demás chicos tienen el día de fiesta, pero
él odia el trabajo más que ninguna otra cosa, y yo tengo que cumplir con
mi deber, aunque sea un poco, o seré la ruina de ese muchacho.
Tom, en efecto, hizo novillos y se lo pasó muy bien. Volvió a casa
justo a tiempo para ayudar a Jim, el chiquillo de color, a serrar la madera para el día siguiente y a partir la leña, o al menos llegó justo a tiempo
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para contarle sus aventuras a Jim mientras Jim hacía tres cuartas partes
del trabajo. El hermano pequeño de Tom (o, mejor dicho, su hermanastro), Sid, ya había terminado su parte del trabajo (recoger las astillas), pues era un niño tranquilo y no muy dado a correr aventuras o a
meterse en líos.
Mientras Tom cenaba, robando azúcar cada vez que se le presentaba la ocasión, la tía Polly le hacía preguntas astutas y muy profundas,
pues quería pillarlo haciendo alguna revelación. Como muchos otros
espíritus ingenuos, tenía la vanidad de creer que estaba dotada de un
talento especial para la diplomacia oscura y misteriosa, y disfrutaba
considerando que sus tretas, totalmente evidentes, eran maravillas de
ingenio y sagacidad.
–Tom, hacía un poco de calor en la escuela, ¿verdad?
–Sí, señora.
–Mucho calor, ¿verdad?
–Sí, señora.
–¿Y no te dieron ganas de ir a nadar, Tom?
Tom tuvo una incómoda sospecha y comenzó a sentirse ligeramente asustado. Escrutó el rostro de la tía Polly, pero no vio nada en él, así
que dijo:
–No, señora. Bueno, no muchas.
La anciana extendió la mano y tocó la camisa de Tom. Entonces dijo:
–Pero ahora no parece que tengas mucho calor. –Y se sintió muy
satisfecha por haber descubierto que la camisa estaba seca sin que nadie supiera que ésa había sido su intención. Pero Tom ahora sabía muy
bien de dónde soplaba el viento, de modo que se imaginó cuál sería la
siguiente jugada de su tía y se anticipó a ella.
–Algunos nos mojamos la cabeza en la bomba de agua. Yo todavía
la tengo húmeda, ¿ve?
La tía Polly se sintió irritada al pensar que había pasado por alto
ese detalle, con lo cual le había salido mal la estratagema. Entonces tuvo
una nueva inspiración:
–Tom, no habrás tenido que arrancar el botón que te cosí en la camisa
para mojarte la cabeza con la bomba, ¿verdad? ¡Desabróchate la chaqueta!
La preocupación desapareció del rostro de Tom. Se abrió la chaqueta. El cuello de la camisa estaba perfectamente cosido.
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–¡Vaya! Bueno, de acuerdo. Estaba segura de que habrías hecho
novillos para irte a nadar. Pero te perdono, Tom. Creo que eres un gato
escaldado, como dice el refrán. No eres tan malo como pareces. Al menos esta vez.
Se sintió en parte disgustada al darse cuenta de que su sagacidad
había fallado y en parte contenta de que Tom se hubiera comportado
obedientemente por una vez. Pero entonces Sidney dijo:
–Vaya, yo hubiera dicho que usted le cosió el cuello de la camisa
con hilo blanco, pero es negro.
–¡Pues claro que lo cosí con hilo blanco! ¡Tom!
Pero Tom no esperó a ver qué pasaba. Mientras salía por la puerta, dijo:
–Siddy, me las vas a pagar.
Ya en lugar seguro, Tom examinó dos grandes agujas que llevaba
metidas en las solapas de la chaqueta, enhebradas una con hilo blanco
y la otra con hilo negro.
–Nunca se habría dado cuenta si no hubiera sido por Sid –se dijo–.
¡Caramba! A veces cose con hilo blanco y a veces con hilo negro. Ojalá se
decidiera por uno u otro… ¡Yo no puedo estar pendiente de esas cosas!
Pero a Sid le voy a dar una buena. ¡Ya va a aprender ése!
No era el chico modelo del pueblo. Conocía al chico modelo muy
bien, y lo detestaba.
Dos minutos después, o quizá menos, ya se había olvidado de todos
sus problemas. No porque sus problemas fueran menos pesados y amargos para él de lo que son para un hombre los problemas que tiene, sino
porque un interés nuevo y poderoso hizo que se le fueran de la cabeza, al
menos durante un rato, del mismo modo que las desgracias de un hombre quedan olvidadas ante el entusiasmo que le produce una nueva empresa. Este interés nuevo era una valiosa novedad en su forma de silbar;
acababa de aprenderla de un negro y estaba deseando practicarla sin que
nadie lo molestara. Consistía en un peculiar matiz similar al del canto de
los pájaros, una especie de trino líquido, producido al tocar el paladar
con la lengua a intervalos breves en mitad de la melodía; el lector probablemente lo recordará, si alguna vez ha sido niño. La disciplina y la
atención pronto dieron sus frutos: perfeccionó su técnica y fue paseando
por la calle con la boca llena de armonía y el alma llena de gratitud. Se
sentía más o menos como se siente un astrónomo al descubrir un nuevo
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planeta. Y sin duda, en lo concerniente a la fuerza, la profundidad y la
pureza del placer, el chico le sacaba ventaja al astrónomo.
Las tardes de verano eran largas. Todavía no había oscurecido. Un
rato después, dejó de silbar. Había un desconocido delante de él,
un chico un poco más alto que Tom. Un recién llegado de cualquier
edad, de esos que, fuera cual fuera su sexo, siempre despertaba una
gran curiosidad en el pequeño y deslucido pueblo de San Petersburgo.
Este chico, para colmo, iba bien vestido… bien vestido entre semana.
Aquello era sencillamente asombroso. Llevaba un gorro muy delicado
y una chaqueta azul y bien abotonada, nueva y coqueta, como sus pantalones. Tenía puestos unos zapatos, y eso que no era más que viernes.
Iba incluso con corbata, un trozo de cinta brillante. Su aire de ciudad
a Tom le revolvía el estómago. Cuanto más observaba aquella espléndida maravilla, más despectivamente lo miraba el extraño del elegante
atuendo y más andrajosas le parecían sus propias ropas. Ninguno de los
dos decía nada. Si uno se movía, se movía el otro también, pero hacia un
lado, como dibujando un círculo. Se mantuvieron de frente, mirándose
a los ojos, durante un rato. Al final, Tom dijo:
–¡Podría darte una paliza!
–Inténtalo, si quieres.
–Pues podría hacerlo.
–No, no podrías ni loco.
–Sí que podría.
–No, no podrías.
–Podría.
–No podrías.
–¡Que sí!
–¡Que no!
Hubo una pausa incómoda. Entonces Tom dijo:
–¿Cómo te llamas?
–A lo mejor eso no es asunto tuyo.
–Pues voy a hacer que sea asunto mío.
–Pues hazlo, vamos.
–Si dices una cosa más, lo haré.
–¡Una cosa más, una cosa más, una cosa más! Ya está.
–Ah, te crees muy listo, ¿no? Podría darte una paliza con una mano
atada a la espalda, si quisiera.
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–Bueno, pues ¿por qué no lo haces? Dices que puedes hacerlo.
–Sí, lo haré si sigues intentando tomarme el pelo.
–Sí, seguro. Aunque vinieras con toda tu familia, lo tendríais difícil.
–¡Qué listillo! Tú te crees alguien, ¿no? ¡Mira qué sombrero llevas!
–Pues abóllamelo si no te gusta. Te desafío a que me lo quites.
¡Cualquiera que lo intente tendrá su merecido!
–¡Eres un mentiroso!
–¡Y tú otro!
–Muchas amenazas, pero luego no haces nada.
–¡Venga, lárgate de aquí!
–Oye, si sigues diciendo impertinencias, te voy a abrir la cabeza
de una pedrada.
–Sí, sí, claro.
–De verdad que lo hago, ¿eh?
–Bueno, pues ¿por qué no lo haces, entonces? ¿Para qué sigues diciendo que lo vas a hacer? ¿Por qué no lo haces? Es porque tienes miedo.
–No tengo nada de miedo.
–Sí que tienes.
–No.
–Sí.
Hubo otra pausa, y siguieron mirándose y dando vueltas en círculo. Un momento más tarde, estaban hombro contra hombro. Tom dijo:
–¡Vete de aquí!
–¡Vete tú!
–No pienso irme.
–Yo tampoco.
Siguieron así, cada uno con un pie formando un ángulo como el
de un estribo, empujándose con todas sus fuerzas y fulminándose con
miradas de odio. Pero ninguno lograba vencer al otro. Tras forcejear
hasta sonrojarse y quedarse sin aliento, los dos se relajaron, aunque
con cautela, y Tom dijo:
–Eres un cobarde y un niñato. Le voy a hablar de ti a mi hermano
mayor, que puede aplastarte con el meñique, y le diré que venga y lo
haga.
–¿A mí qué me importa tu hermano mayor? Yo tengo un hermano
que es mayor que él, y además, lo puede tirar por encima de esa valla.
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Ambos hermanos eran imaginarios.
–Eso es mentira.
–Da igual lo que digas, es verdad.
Tom trazó una línea en el suelo polvoriento con el dedo gordo del
pie y dijo:
–Atrévete a pisar esta raya y te voy a dar una paliza que no vas a poder ni ponerte de pie. Vamos, que te vas a enterar.
El chico la pisó de inmediato y dijo:
–Bueno, has dicho que ibas a darme una paliza. A ver cómo me la
das.
–Ahora no me metas prisa. Es mejor que te andes con cuidado.
–Pues dijiste que me la ibas a dar. ¿Por qué no lo haces?
–¡Caramba! Por dos centavos lo haría.
El chico se sacó dos monedas de cobre del bolsillo y se las mostró
a Tom con un gesto de desdén. Tom las tiró al suelo de un manotazo. Al
cabo de un instante, los dos rodaban por tierra como dos gatos enzarzados en una pelea, y durante un minuto estuvieron tirándose del pelo
y desgarrándose la ropa mutuamente, dándose puñetazos y arañándose
las narices y cubriéndose de polvo y de gloria. Después la confusión fue
concretándose en una forma y a través de la niebla de la batalla apareció Tom, sentado encima del otro chico y aporreándolo con los puños.
–Grita que te rindes –le dijo.
El otro chico forcejeó para liberarse. Estaba llorando, sobre todo
de rabia.
–Grita que te rindes. –Y el aporreo continuó.
Al final el desconocido masculló que se rendía y Tom lo dejó levantarse y le dijo:
–Bueno, así aprenderás. La próxima vez, más vale que mires con
quién te metes.
El chico se alejó sacudiéndose el polvo de la ropa, sollozando y sorbiéndose los mocos. De vez en cuando, miraba hacia atrás y negaba con
la cabeza y amenazaba a Tom con lo que le haría «la próxima vez que
se lo encontrara». A lo cual Tom contestó con burlas, pero, en cuanto se
dio la vuelta para marcharse triunfalmente, el otro chico cogió una piedra, se la lanzó y le dio entre los hombros, y después echó a correr como
un antílope. Tom persiguió al traidor hasta su casa y así averiguó dónde vivía. Entonces se apostó cerca de la puerta y se quedó allí un rato,
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desafiando al enemigo a salir, pero éste se limitó a hacerle muecas por
la ventana y rechazó la invitación. Al final apareció la madre del enemigo y le dijo a Tom que era un niño malo, agresivo y vulgar, y le ordenó
que se marchara. Entonces él se marchó, pero prometió vengarse de
aquel chico.
Esa noche llegó bastante tarde a su casa, y, cuando trepaba cautelosamente por la ventana, cayó en una emboscada personificada por
su tía; y cuando ella vio en qué estado se encontraba la ropa de Tom, su
decisión de convertir el día de fiesta del sábado en una condena a trabajos forzados se volvió firme como una roca.
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