. 8 revista DOMINGO, 25 MARZO 2007 L A VA N G U A R D I A Las bodegas se resisten a desaparecer Nacidas para vender vino a granel, hoy ofrecen exquisiteces sin perder la identidad Texto Isabel de Villalonga Fotos Jordi Play 03 acieron para vender vino y licores a granel en el portal de la vivienda de los propietarios, con unas cuantas cubas y un taulell donde se despachaban copas y algo de comer. Hoy son negocios familiares que pasaron de padres a hijos y continúan en activo sin renunciar a sus orígenes. Desde bodegas humildes y anónimas, hasta las más famosas, reconvertidas en acreditados bares con cocinas en las que se preparan exquisiteces. La costumbre de comprar vino y todo tipo de licores a granel, habitual hasta bien entrados los años 60, desapareció con la llegada de los supermercados y las nuevas normativas que limitaron la venta. Hasta entonces la función de la bodega resultaba indispensable para la gente del barrio, “las mujeres bajaban con sus garrafas en busca de vinagre, aceite, vino y licores para uso doméstico; también vendíamos hielo, sidrales, litines y servíamos vino a copas a los hombres a la salida del trabajo, acompañado de chicharrones, atún en escabeche y algún plato de cocina”, recuerda Quimet. Él nació aquí, en la parte alta del Quimet i Quimet (Poeta Cabanyes, 25), la bodega que abrió su bisabuelo en el Poble Sec, en 1914, por la que han pasado ya cinco generaciones de Quimets. “Hemos ido evolucionando con los años, sin dejar de ser lo que siempre fuimos”, dice, y a pesar de que reconoce que el barrio ha cambiado –“quedamos cuatro”–, su local continúa siendo el mismo: pequeño, sin mesas, con las paredes llenas de botellas y todo el género a la vista, una selección afinadísima, conservas de lujo, montaditos con ingenio. Mucho más que el Poble Sec, se ha transformado la rambla Catalunya, por lo que resulta inaudito encontrar aquí, entre tantos locales de diseño, un bar que mantiene todo el sabor de N 01 04 la antigua bodega que durante 44 años, desde 1942 a 1986, abasteció de hielo, vino y licores a granel a las familias burguesas de esta calle, “bajaban las criadas a buscar un cuarto de anís o de coñac para añadir al guiso, y los domingos, a la salida de misa, los señores compraban el tortell y la botella de cava. Pero las oficinas dieron un vuelco al barrio, y para atender a la nueva clientela, nuestra madre empezó con el tema de bocadillos y platos caseros”, dicen Carles y Sergi, la tercera generación de la familia Reboll que, hace 21 años, convirtieron La Bodegueta (Rambla de Catalunya, 100), en bar sin modificar su estructura, conservando las botas, las estanterías, el caché y la oferta propia de una tasca. Desde entonces su local es el predilecto de la juventud de la zona. Ese murmullo tristón... Ni anís, ni coñac, ni aguardiente, ni otro tipo de licores... sólo el vino puede venderse ahora a granel, pero la fórmula sigue en uso, y en cualquier rincón de la ciudad hay bodeguillas que continúan haciéndolo. Suelen ser locales sencillos, con pocas reformas, barricas de madera, luces de neón y ese murmullo tristón del televisor y las máquinas tragaperras. Bodegas auténticas y sin pedigrí, centenarias como el Bar Bodega Amposta (Amposta, 1), un local de techos altos y sin rótulo en la puerta donde el vino se continúa vendiendo a granel y se sirven potentes desayunos, tapas clásicas y menús caseros, en antiguas mesas de mármol a los montadores de los stands de la Fira. “Es un negocio muy duro en el que trabajamos toda la familia –dice su actual dueño–; me lo quedé hace siete años, he hecho las reformas imprescindibles, pero la estética de bodega antigua se conserva”. Aquí, a las cinco de la tarde, bajo una luz mortecina, los más viejos del barrio, los que ya frecuentaban la bodega en compañía de sus abuelos, comienzan su partida de dominó. “El ba- “Las oficinas dieron un vuelco al barrio y, para atender a la nueva clientela, mi madre empezó con bocadillos y platos caseros” 05 rrio ha cambiado –comentan–; antes era un pueblo tranquilo, como una gran familia, podíamos entrar en todas las casas porque las puertas estaban siempre abiertas”. También la Bodega Gelida (Diputació, 133) conserva la venta de vino a granel: del Penedès, de Tarragona, y vinos dulces, entre 1,20 y 3 euros el litro. Nació como Cal Bigotis, pertenece a la familia Llopart desde hace 61 años y entre fotos históricas del Barça se puede comer una ternera guisada, cap i pota o garbanzos con panceta con un porrón con vino de la casa. En Gràcia, la Bodega Manolo (Torrent de les Flors, 101) es un clásico. La abrió el asturiano Manuel Quirós en 1961 para despachar vino y unas anchoas que son famosas desde entonces. Está casi igual: la barra a la entrada, un pasillo lleno de barricas, el techo desconchado, y ahora con sus hijos al frente, que han introducido excelentes menús caseros y cocina de mercado para las noches de los jueves, viernes y sábados. Hasta 14 bodegas había hasta hace pocos años en esta misma zona, un paraje a caballo entre la Salut y Gràcia, donde aún quedan pequeñas torres, y los hijos y nietos de los vecinos de siempre que no quieren dejar el barrio. “De bodegas sólo quedamos tres –dice Antonio Casas, propietario de la Bodega Casas (Providència, 91)–, que se enorgullece de vender 3.000 litros de vino a granel al mes. “Antes lo repartía a domicilio, ahora vienen a buscarlo desde todas partes de Barcelona, quedan pocas bodegas y ninguna con el vino tan bueno”. Priorato, Alella, Gandesa y Cariñena guardado en grandes botas de madera de castaño y roble americano. “Me gano la vida, pero da mucho trabajo”, dice. En la última reforma su sustituyó la barra de madera por otra más grande de acero inoxidable; lo demás sigue igual... “Más que clientes tenemos amigos”. Lo mejor de estas bodegas es ese clima familiar, espontáneo y honra- do, medio cutre y genuinamente auténtico que sólo se consigue con los años y el contacto diario con los clientes que consideran la bodega la prolongación de su propia casa. “Es el centro del barrio, nos conocemos de toda la vida, charlamos con los clientes, comentamos nuestras cosas y salimos juntos de marcha. La cocina está abierta, todos pasan a saludar a mi madre y curiosean lo que está guisando”, dicen Vicenç y Albert. Fue su abuelo quien abrió el Bar Bodega Bartolí (Vallespir, 41) en 1934, y ahora son ellos los que siguen con el negocio en el corazón de Sants, un barrio que tampoco es el mismo. “Antes había numerosas industrias textiles y talleres por la zona –recuerdan– y cada día, a las 6 de la mañana, la barra estaba ya a tope de obreros que venían a tomarse la barreja y una buena llesca de pa amb tomàquet ”. De las cinco barricas de vino que tenía su abuelo sólo quedan dos y el espacio lo han ganado para ampliar el restaurante, 14 mesas con manteles de plástico y la barra más popular del barrio. “Seguimos con el vino a granel –dicen– porque aunque menos que antes, nos siguen pidiendo prioratos dulces y secos, vino de Gandesa, vino blanco y vermut. Se lo llevan en garrafas o botellas de plástico a 1,80 euros el litro. Aperitivos imposibles También en Sants, la Bodegueta de Ca'l Pep (Canalejas, 12) continúa vendiendo vino a granel, pero los fines de semana, a la hora del aperitivo, entrar es casi imposible: anchoas del Cantábrico, marisco fresco y latas acompañadas del combinado de la casa. Desde que abrió en 1926, el local ha cambiado un par de veces de manos y de dueños, pero conserva todo su carácter. O la Bodega Sant Medir (Sant Medir, 6), típica, sin pretensiones, que vende vino a granel desde hace 60 años y hace 30 decidió compaginarlo con un servicio de bar. Hay muchas más. En Poblenou, La