Las figuras estético teológicas en El desierto de los tártaros de Dino

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La esperanza de revelación:
Las figuras estético teológicas en El desierto de los tártaros de Dino Buzzati.
(María Alejandra Rossi)
Resumen
Este trabajo se propone establecer el diálogo entre literatura y teología en una obra
literaria del siglo XX, para lo cual he aplicado el método estético teológico de Hans Urs
von Balthasar a la novela El desierto de los tártaros de Dino Buzzati. Partiendo del
concepto de figura estético-literaria, se analizan, dentro de las categorías de Balthasar,
la gloria del héroe, la gloria en el abandono y la gloria alienada. Además, este estudio
revela la posibilidad de plantear, también a la luz de la teoría de Balthasar, otras figuras
de vital importancia en la novela que nos ocupa, que son las manifestaciones de la gloria
en el espacio y el tiempo, construidas de manera particular por Buzzati.
Debemos comenzar recordando algunas ideas básicas para el abordaje del diálogo
interdisciplinario. Éste se lleva a cabo concibiendo “el lenguaje estético y literario de la
figura como lugar teológico”1. La figura estético-literaria, tal como la plantea Balthasar,
está compuesta “por la forma sensible en la que realmente aparece la profundidad del
ser, desde la cual irradia la luz propia de lo bello”2, es decir que, en sus propias
palabras, “la figura visible no sólo remite a un misterio profundo e invisible. Es además
su manifestación; lo revela al mismo tiempo que lo vela”3. Lo esencial de la figura es
esta coexistencia de un exterior que se manifiesta y un interior profundamente cargado
de significado. Siguiendo la correspondencia que el teólogo suizo plantea entre el objeto
bello y el amor agápico de Dios, podemos ver la figura como epifanía de la gloria
divina. El método sugerido por el autor parte de la percepción sensorial, continúa en el
acto de valorar y juzgar para concluir con la interpretación, con el claro fin de
desocultar lo no dicho en lo dicho. La intención, entonces, es demostrar con
ejemplificaciones textuales la teoría que Balthasar formuló para otras obras literarias,
1
AVENATTI DE PALUMBO, CECILIA; “Elementos para un método. La configuración de un lenguaje.
El aporte de Hans Urs von Balthasar al diálogo interdisciplinario” en AVENATTI DE PALUMBO,
CECILIA INÉS – SAFA, HUGO R. (eds.); Letra y Espíritu; Buenos Aires; UCA. Facultad de Teología;
2003; pág. 142.
2
Ídem, pág. 142-143.
3
Ídem, pág. 143.
utilizando sus clasificaciones pero sin ceñirse a ellas forzosamente. En ningún
momento, el propósito es presionar a ninguno de los dos objetos que se quiere poner en
diálogo. Por el contrario, dado que el objetivo es lograr la solidaridad entre ambas
disciplinas para un verdadero enriquecimiento, debemos tener en cuenta en este marco
aún los elementos que no estén explícitamente contemplados por la teoría de Balthasar y
que arrojen luz sobre algún punto de este encuentro entre literatura y teología.
En este punto debo reconocer la importancia del trabajo que ha dedicado a este autor
la Dra. Cecilia Avenatti de Palumbo, cuya bibliografía ha servido de arbotante para este
trabajo.
El desierto de los tártaros cuenta la historia de un oficial, Giovanni Drogo, que es
enviado a una fortaleza en el desierto, en la cual se vive constantemente la amenaza de
un inminente ataque tártaro. Esta idea llega a convertirse en una obsesión, ya que el
ataque nunca se lleva a cabo, pero los soldados que habitan la fortaleza siguen
esperándolo como único alimento para su existencia.
En primer lugar podemos establecer una relación entre El desierto de los tártaros y
la literatura antigua. Recordemos que para Balthasar, la literatura clásica funciona como
lugar de la gloria epifánica, ya que hay presencia de Dios. En la épica, la figura del
héroe expresa la gloria del ser en la acción4. El fin de la acción humana es superar la
muerte, el fin de la acción divina es auxiliar al hombre. Entonces, la belleza del héroe se
encuentra en la experiencia salvada. Como héroe, Drogo también quiere expresar la
gloria en la acción, pero nunca llega a consumarla. Es evidente que su intención es
también trascender la muerte, pero la manera por la que cree trascenderla no es la única
posible y esto se revelará al final de la obra, cuando advierta que ese trascender no debe
depender de una condición externa sino que, como dice Carmen Toriano en un artículo
de la Revista de literaturas modernas de la Universidad Nacional de Cuyo, su deseo, “la
confianza en sí mismo, su libertad y la responsabilidad de su vida, o de su muerte, están
dentro de él”5. Drogo comprende que la fe y la esperanza se mantienen a pesar de las
4
Al respecto, Eloy Tizón afirma que en esta novela “no es que no haya heroísmo, sino que lo que se da es
un heroísmo inverso, hueco, vaciado de sustancia, por omisión”. TIZÓN, ELOY; “Fango y mermelada”
en Revista de Occidente N° 259, Madrid, Diciembre 2002; pág. 131.
5
TORIANO, E.; “El desierto de los tártaros, una alegoría espacial”; en Revista de literaturas modernas
N° 26; Universidad Nacional de Cuyo. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Literaturas Modernas;
Mendoza; 1993; pág. 109. Más que la confianza en sí mismo, lo que se aprecia en el personaje de Drogo
es su entrega total, confiando en algo que trasciende la muerte.
circunstancias, y ésa será la gran gloria que alcanzará en el lecho de muerte. Finalmente,
es salvado: un encuentro superior sustituye al hecho tan esperado.
Por otra parte, es en el viaje donde Balthasar ve la acción del héroe épico. Como
Ulises, la muerte que debe evitar Drogo no es sólo física, sino también es espiritual en
cuanto al olvido del origen. Ulises llega a ser cuando conoce su origen, y ése es el
momento de revelarse a los demás. El héroe de Buzzati comienza su viaje
distanciándose de la ciudad, cada vez la siente más ajena. Pero la novela presenta,
llegando al final, dos episodios que lo llevan a volver sobre el pasado. En primer lugar,
al saludar a un nuevo soldado que llega a la Fortaleza, recuerda el día en que por
primera vez él subió allí: “su encuentro con el capitán Ortiz, exactamente en el mismo
punto del valle, de su ansia de hablar con una persona amiga, del embarazoso diálogo a
través del barranco”6. En segundo lugar, la imagen del niño durmiendo a los pies de su
madre en el umbral de la posada despierta en Drogo la reflexión acerca de ese momento
de su vida7. Después de esto, tiene lugar el momento de reconocimiento de sí mismo y
la salvación.
Una segunda figura balthasariana que aparece el El desierto de los tártaros se
relaciona estrechamente con la tragedia griega. La gloria divina emerge, en este caso, de
la experiencia de la impotencia. El personaje humano es escenario de la lucha entre el
destino y el hombre. Balthasar, siguiendo a Festugière, ubica este tipo de figura en las
tragedias de Eurípides. En ellas, la culpa de lo que le sucede al hombre es atribuible a
los dioses. El hombre no acepta la impotencia y suplica ser liberado. Es el grito lo que
agrieta el muro del destino. Pero los dioses no escuchan este grito y sobreviene en el
suplicante la desesperación.
En Jesucristo, la figura alcanza su punto máximo: es el Dios abandonado por Dios.
Cuando se retira a orar en Getsemaní, pide al Padre que “no se haga mi voluntad sino a
tuya” (Mt 26, 39), y antes de morir, exclama: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?” (Mt 27, 46). En la novela de Buzzati, Drogo llega a nombrar a Dios:
“Dios mío, hazme estar mejor, te lo suplico...”8. Cuando ya no tiene fuerzas para
levantarse, ni siquiera para contemplar las señales del desierto, cuando la última porción
de tiempo se escapa agotando la última posibilidad de vivir la hazaña esperada, Drogo
6
BUZZATI, D.; Op. Cit.; pág. 216.
Ídem; pág. 245.
8
BUZZATI, D.; Op. Cit.; pág. 230.
7
mira hacia Dios, le reclama su acción, con un verbo tan importante como “suplicar”. Y
Dios no responde. La gloria se manifiesta en su plenitud cuando Drogo, antes de morir,
deposita su confianza en algo supremo y se entrega pacientemente a la voluntad divina.
Siguiendo la teoría de Balthasar, la gloria incluso se puede manifestar en la
humillación, como ocurre en la Odisea con Ulises. La humillación es semilla del verbo,
anticipa la humillación en Cristo. En la obra de Eurípides, el eje temático es “la absoluta
soledad del hombre frente al dolor, la muerte y la destrucción”9. Pero no sólo en la épica
y en la tragedia griegas podemos encontrar una gloria del dolor. También en una novela
como El Idiota de Dostoievsky, hay belleza en el dolor, hay gloria en la enfermedad y
en el ser despreciado por los demás. En la figura del necio vuelve a aparecer la gloria de
la cruz, en cuanto manifiesta la locura.
En el personaje de Drogo el sufrimiento es claro, tanto en el plano físico como en el
espiritual. Hacia el final, ya enfermo, además de esperar por siempre la venida de los
tártaros, él vive una “espera suplementaria, la esperanza de la curación”10. Eloy Tizón
en “Fango y mermelada”, un artículo publicado en la Revista de Occidente sintetiza en
una frase una gran verdad acerca de este tema: “La enfermedad es sinónimo de estar
vivo”11. Y en esta enfermedad, como el Idiota, Drogo recibe la capacidad de
comprenderlo todo. Su perspectiva cambia rotundamente entre el comienzo, cuando se
ríe de la muerte y del paso del tiempo12, y el final, cuando debe enfrentarse a ella. En el
ocaso de su vida, Drogo siente que avanza sobre él “el último enemigo”13, que llegará
en esa desconocida posada y en soledad. Allí, como nota Carmen Toriano, “la sencillez
del espacio físico redimensiona la importancia del espacio interior”14. Drogo advierte
que ésta es una batalla mucho más difícil que la que esperaba en la Fortaleza: el texto
dice “nada es más difícil que morir en tierra extraña y desconocida (...) sin dejar a nadie
en el mundo”15. Y luego, “los viejos temores se desvanecieron, (...) la muerte perdió su
rostro helador”16. En ese extraño momento de lucidez, su vida cambia de rumbo. Drogo
9
AVENATTI DE PALUMBO, CECILIA INÉS; La literatura en la estética de Hans Urs von Balthasar.
Figura, drama y verdad; Salamanca; Ediciones Secretariado Trinitario; 2002; pág. 69.
10
BUZZATI; D.; Op. Cit.; pág. 225.
11
TIZÓN, E.; Op. Cit.; pág. 125.
12
BUZZATI; D.; Op. Cit.; pág. 82.
13
BUZZATI; D.; Op. Cit.; pág. 248.
14
TORIANO, E.; Op. Cit.; pág. 109.
15
BUZZATI; D.; Op. Cit.; pág. 248.
16
BUZZATI; D.; Op. Cit.; pág. 249.
recibe a la muerte enderezando cuanto puede su cuerpo, con su uniforme prolijamente
acomodado y sonriendo.
También podemos confirmar un punto de contacto entre Drogo y otro de los
personajes que analiza Balthasar en el marco de la locura de la cruz, Don Quijote.
Drogo también quiere salir a buscar aventuras (no tanto por hacer justicia, sino por
luchar en favor de algo o alguien). La principal diferencia entre estos dos personajes
estriba en que al primero no le faltan motivos para luchar sino que le falta el adversario.
En cambio, Drogo ya sabe cuál debería ser su combate, dónde y contra quién, pero le
faltan razones, su combate contra los tártaros está vaciado de sentido.
Pero Drogo no busca, como el personaje de Cervantes, desenmascarar la razón, sino
más bien poner de manifiesto el mundo sin sentido, expresar esa necesidad natural del
hombre de la religión. En el mundo de El desierto de los tártaros también hay algo que
se perdió: la humanidad de lo humano. Tal vez el pasaje más elocuente en este punto
sea el siguiente: “En la vida uniforme de la Fortaleza le faltaban puntos de referencia y
las horas se le escapaban”17. En la metáfora del desierto encontramos que el hombre se
desdibuja, el mundo en que vivimos ha perdido su centro, y esto es lo que desgarra a
Drogo.
Pero tal vez lo más interesante de este estudio y que puede aportar datos
complementarios a un análisis desde Balthasar sea la configuración del espacio y del
tiempo, categorías que sin duda favorecen la manifestación de las distintas figuras
estético-teológicas, si es que no integran por sí mismas otras figuras, dada su profunda
carga de sentido.
El autor, en esta novela, construye un espacio significativo: la ciudad de la que parte
Drogo se contrapone a la Fortaleza Bastiani, y el desierto se constituye en motivo
estructural de la obra. En primer lugar, el narrador no determina cuál es la ciudad, de lo
cual se desprende un cierto clima de ambigüedad y de distanciamiento de la realidad. Al
comienzo se presenta como espacio de consuelo, como zona de protección, que cumple
la función de “vientre materno” del que nace el héroe tras el llamado a su aventura, tal
como lo plantea Joseph Campbell en El héroe de las mil caras18. El protagonista se
17
BUZZATI; D.; Op. Cit.; pág. 208.
Para un estudio exhaustivo sobre la temática del camino del héroe, se recomienda consultar
CAMPBELL, JOSEPH; El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito; México; Fondo de Cultura
Económica; 1959.
18
siente “como si estuviera a punto de iniciar un viaje sin retorno”19. A medida avanza la
historia, el desarraigo se extrema hasta el completo rechazo de Drogo a la ciudad, que
encarna ahora la mentalidad vulgar, el conformismo burgués y la vida monótona y sin
matices. El camino hacia la Fortaleza Bastiani es el camino del héroe hacia el
cumplimiento de su misión, es la separación entre el tiempo pasado y el futuro20. Pero
este camino es también el de la existencia, es una metáfora de la vida. Como ocurre con
la ciudad, la Fortaleza encierra cierto misterio, ya que tampoco se precisa su ubicación
geográfica. Aparece cubierta de una atmósfera atemporal y produce una sensación de
“espacio vacío”. Pero adquiere sentido en cuanto aparece en función del desierto que la
rodea. Es la obra humana, fría, que Drogo ve como “una tira regular y geométrica, de un
especial color amarillento”21 (recordemos que es el color que simboliza la enfermedad),
y luego como “grandiosa”22, desde la cual más tarde va a apreciar el interminable
desierto: las tierras del Norte que se extienden produciendo una sensación de
inmensidad y ausencia. La ubicación de la Fortaleza en la cima de una montaña es
significativa, como bien expresa Toriano, ya que es el “punto de unión entre el cielo y la
tierra, lo espiritual y la materia. (...) se complementa con el desierto espacio ilimitado
que simbólicamente contiene un fuerte carácter de purificación”23. Según Chevalier, el
desierto puede ser una “extensión superficial, estéril, bajo la cual debe ser buscada la
realidad”24. Ya en obras de otros escritores italianos, como Petrarca, Leopardi o Calvino
aparece también el paisaje del desierto, que en ellos simboliza la pregunta por el
infinito. Por lo tanto, la Fortaleza será el lugar de la espera; el desierto, el de la promesa.
El espacio se ordena al deseo de Drogo de realizar un destino heroico.
Podemos ver aquí varias figuras que yo llamaría estético-teológicas. El camino ya
aparece en el Antiguo Testamento, en el Éxodo y en el Deuteronomio, como lugar de
prueba, de expresión de la fidelidad de un pueblo a un designio divino. Drogo también
recorre esta vía designado para la concreción de una misión. Las tierras del Norte
ejercen esa atracción sobre el protagonista porque el norte tiene el sentido de dirección,
19
BUZZATI, DINO; El desierto de los tártaros; Madrid; Alianza Editorial; 2006; pág. 8.
El cronotopo del camino ha sido estudiado en CAPANO, DANIEL; La poética espacio-temporal en
“El desierto de los tártaros de Dino Buzzati; Buenos Aires; Biblos; 1991.
21
BUZZATI, D.; Op. Cit.; pág. 12.
22
Ídem; pág. 19.
23
TORIANO, ELENA DEL CARMEN; “El desierto de los tártaros, una alegoría espacial”; en Revista
de literaturas modernas N° 26; Universidad Nacional de Cuyo. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto
de Literaturas Modernas; Mendoza; 1993; pág. 110.
24
CHEVALIER, JEAN; Diccionario de los símbolos; Herder; Barcelona; 1995; pág. 410.
20
de guía. Y es allí donde Drogo proyecta su trascendencia. El desierto, también en el
Éxodo, es el lugar de la revelación, de la reflexión, pero además es el lugar en el que el
pueblo de Dios se siente abandonado, y vulnerable ante la tentación. Asimismo en los
Evangelios, el desierto aparece como lugar de la tentación25 para Jesucristo: “En
seguida el Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por
Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían” (Mc 1,12-13). También por ser
ambiente de revelaciones puede servir a falsos profetas: “Si les dicen: ‘El Mesías está en
el desierto’ no vayan” (Mt 24,26). Y aparece como espacio para orar, por lo tanto este
espacio además es un lugar de encuentro y comunicación con la divinidad. En el
Apocalipsis, una mujer (el Pueblo de Dios) que va a dar a luz (al Mesías), escapando de
un dragón (Satanás), huye al desierto, donde Dios le ha preparado un refugio (Apoc
12,1-6).
El desierto es un espacio metafísico. Chevalier lo expone claramente: “La
ambivalencia del símbolo es diáfana en esta imagen de la soledad: la esterilidad, sin
Dios; la fecundidad con Dios, pero debida únicamente a Dios. El desierto revela la
supremacía de la gracia: en el orden espiritual, nada existe sin ella”26. En la obra de
Buzzati, Drogo se encuentra pequeño ante el desierto, y espera de él señales, que bien se
pueden interpretar como divinas. Como observa Carmen Toriano, “cada vez que el
desánimo lo ahoga y está próximo a renunciar a la esperanza, una señal que viene del
desierto (un caballo, una mancha, una luz) reactualiza la ilusión”27. Podemos afirmar
que el espacio se hace compañero del protagonista: la Fortaleza acompaña la angustia, y
el desierto la esperanza. Todos los espacios son configurados en razón de un mismo
punto: la búsqueda de trascendencia. Desde una perspectiva teológica, ésta sólo se
puede lograr verdaderamente en Dios.
En cuanto al tiempo, debemos decir que la historia de Drogo es cronológica, el
transcurso temporal está directa o indirectamente señalado por las estaciones del año y
los momentos del día. Pero la Fortaleza tiene su propia cronología: el orden de estrictos
horarios no tiene otra función que esconder el tiempo. Para Carmen Toriano,
“representa el absurdo del mundo mecanizado (...) en el que todo se repite
interminablemente”28. Se desenvuelve monótono mientras la vida se va consumiendo.
25
Las citas bíblicas corresponden al Libro del Pueblo de Dios, Madrid, San Pablo, 1999.
CHEVALIER, Op. Cit; pág. 411.
27
TORIANO, E.; Op. Cit.; pág. 107.
28
TORIANO, E.; Op. Cit.; pág. 107.
26
El texto lo dice explícitamente: Drogo “no sospechaba (...) que la vida de la Fortaleza se
tragara los días unos detrás de otros, todos semejantes, con velocidad vertiginosa”29, “la
vida le parecía inagotable, (...) Drogo no conocía el tiempo”30. Las actividades
cotidianas se repiten pero falta la acción humana, el acto voluntario e individual.
Podríamos hablar de una novela de la “no acción”, en la que el protagonista implícito es
justamente el tiempo. La novela comienza con un ritmo lento, y esa morosidad enfatiza
el motivo de la espera, en la que la vida corre incansable y angustiosamente hacia la
muerte, recordándole al hombre la condición precaria de su existencia. Luego el tiempo
se acelera cuando nos acercamos a la muerte de Drogo, para simbolizar la desesperación
terrible del fracaso, al agotarse el tiempo y no haber cumplido la misión. En aquella
esperanza es donde podemos encontrar la gloria de la vida eterna. El autor de esta
novela jamás la menciona, pero expone con claridad en la figura de Drogo la necesidad
natural de todo hombre de trascender, de elevarse sobre esta vida terrenal. Y eso es
precisamente el deseo de todo cristiano tras la muerte: la vida en plena comunión con
Dios. La llegada de este momento para Drogo es lo que vimos como “gloria en el
dolor”.
A partir del estudio realizado, podemos concluir que en El desierto de los tártaros,
el manejo del espacio y el tiempo es fundamental para expresar las figuras estéticoteológicas del héroe, del abandono y de la locura de la cruz (tanto en el dolor como en la
necedad del personaje). La riqueza de la obra no sólo está en la expresión de la ausencia
de Dios en el mundo contemporáneo, sino también en la necesidad de salir en busca
del propio camino, que no está escrito, sino que debemos buscar la presencia en la
ausencia, actuando sobre el escenario de la vida para descubrir el ser. El camino que
hemos recorrido partiendo desde la figura, en el drama, hacia la verdad nos permite
afirmar que la literatura ofrece a la teología un lugar de manifestación de la gloria de
Dios. Y no sólo en la literatura cristiana, sino en cualquier obra que indague en la
profundidad del ser humano, porque es en Dios donde adquiere sentido nuestra
existencia. Y el camino que recorre Drogo también es hacia la verdad, por ser un
camino que simboliza la vida del hombre, culmina con la salvación en los brazos de
29
30
BUZZATI, D.; Op. Cit.; pág. 79.
Ídem; pág. 82.
Aquél que nos dio la vida, Aquél que se hizo hombre para recorrer nuestro mismo
camino de dolor, Aquél que nos da la gracia para participar de su gloria eterna.
Bibliografía consultada
AVENATTI DE PALUMBO, CECILIA INÉS (et. al.); Letra y espíritu: Diálogo
entre literatura y teología; Buenos Aires; Ediciones de la Facultad de Teología de la
Pontificia Universidad Católica Argentina; 2003.
AVENATTI DE PALUMBO, CECILIA INÉS; La literatura en la estética de Hans
Urs von Balthasar. Figura, drama y verdad; Salamanca; Ediciones Secretariado
Trinitario; 2002.
CAMPBELL, JOSEPH; El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito; México;
Fondo de Cultura Económica; 1959.
CAPANO, DANIEL A.; La poética espacio-temporal en “El desierto de los
tártaros de Dino Buzzati; Buenos Aires; Biblos; 1991.
CHEVALIER, JEAN; Diccionario de los símbolos; Barcelona; Herder; 1995.
Libro del Pueblo de Dios; Madrid; San Pablo; 1999.
TIZÓN, ELOY; “Fango y mermelada” en Revista de Occidente N° 259, Madrid,
2002.
TORIANO, ELENA DEL CARMEN; “El desierto de los tártaros, una alegoría
espacial”; en Revista de literaturas modernas N° 26; Universidad Nacional de Cuyo.
Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Literaturas Modernas
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