Cada cosa y su nombre

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Cada cosa y cada signo y
su nombre
Objetos relacionados con el culto eucarístico
y los signos cristianos
Es importante que conozcamos el lugar donde
celebramos la oración, los sacramentos y, sobre todo, la
Eucaristía. Que conozcamos el sentido que tienen los
diferentes espacios de una iglesia: el altar, el ambón de la
Palabra, la sede del presidente, el lugar que ocupa la
comunidad, los espacios bautismal y penitencial, la capilla
del Santísimo...
Tanto si nuestra iglesia es una parroquia normal como
una catedral como un santuario famoso o una humilde
capilla, tiene importancia para nuestra celebración y
debemos apreciar el sentido que tiene cada uno de sus
espacios.
Cristo Jesús, es el mas
importante en esta iglesia
Lo mas importante que hay en esta iglesia es lo que no
se ve. Y es una Persona. El protagonista de todo lo que
aquí pasa es Cristo Jesús, el Señor Resucitado, que nos
prometió: "Yo estaré con vosotros todos los días, hasta
el final del mundo", y también: "Donde dos o tres están
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reunidos en mi nombre, alii estoy yo", y también: "Tomad
y comed: este Pan es mi cuerpo, entregado por
vosotros"...
Es el quien nos congrega, quien nos comunica su
Palabra, quien nos perdona, quien se nos da como
alimento. Nosotros nos reunimos aquí cada día o cada
domingo para celebrar todo eso, para dejarle a el que
nos comunique su salvación. El es el Maestro, el
Presidente, el Sacerdote, el Orante, el Guía de nuestra
existencia cristiana. Aunque no le veamos.
Y todos los elementos de esta iglesia -el altar, el ambón,
la sede, la capilla del Santísimo- y las personas que se
mueven en ella -el presidente, el lector, el cantor-nos
quieren recordar que El esta presente. El primer saludo
que se nos dirige es este: "El Señor (Jesús, el Señor
Resucitado) esté con ustedes". Ya desde el principio
celebramos con el. No estamos solos.
Ciertamente hay unos signos, que podríamos llamar
"mayores", que identifican la vida del cristiano, que dan
a entender, a aquellos que los ven o los captan, que se
encuentran ante un cristiano.
Cuando vemos a alguien que es fiel al precepto del amor, es
decir, que tiene este precepto como norma de su
comportamiento, que se esfuerza para amar a los demás
siguiendo el ejemplo de Cristo, sabemos que nos
encontramos ante un cristiano. Su forma de vivir es, para
nosotros, un signo de su identidad cristiana.
Cuando vemos a alguien que vive con un estilo de vida
sacramental, es decir, a alguien que, a pesar de su esfuerzo
personal para configurarse a Cristo, no se fía de sus solas
fuerzas, sino que, para avanzar por los caminos de la fe,
busca la fuerza en la gracia que mana de los sacramentos,
que hacen viva la acción de Cristo en nosotros y hacen
que su Espíritu Santo nos vaya transformando hasta que
lleguemos a la medida de Cristo, entonces sabemos que
nos encontramos ante un cristiano.
La práctica de la caridad y la participación en la vida sacramental son los signos mas elocuentes, las características
mas claras que hacen que alguien pueda ser identificado
como cristiano.
Aquí no hablaremos de estos "signos" cristianos, de estas
pistas que nos llevan a identificar a alguien como cristiano.
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Aquí hablaremos, a parte de los lugares y objetos, de otros
signos. De unos signos quizás "menores", al menos en
relación a los citados. Pero son signos que, en cierto
modo, también son identificadores para los cristianos. O
que, por lo menos, para los cristianos, en el contexto de la
vida cristiana y en la práctica eclesial, toman o tienen un
sentido específico que no tienen fuera de este ámbito.
Aquí hablaremos de algunos objetos o elementos
materiales, de ciertos gestos o acciones, de determinadas
prácticas que, para la Iglesia y para el cristiano, tienen una
significación muy concreta. Un significado que solo tienen
en el ámbito cristiano. Por esto también los denominamos
"signos cristianos". Pongamos unos ejemplos. La cruz
tiene, para el cristiano, un sentido muy concreto y muy
amado; nos lleva siempre al recuerdo de la redención. Para
los que no son cristianos no deja de ser un instrumento de
castigo. El hecho de rezar de pie -por citar otro caso- es
posible que tenga diversos sentidos según las diferentes
tradiciones religiosas; a los cristianos nos lleva a tener
presente nuestra dignidad de hijos de Dios, de los que
confiadamente pueden estar de pie, mantenerse así, ante el
Padre. Y así podríamos ir poniendo otros ejemplos.
Estos "signos", tan habituales en la vida de cada día del
cristiano, nos son tan familiares que a menudo no
pensamos en todo el significado que tienen. También
puede ser que, como sea que salen al paso del cristiano
una y otra vez, ya no necesitan explicación. En este
ultimo caso, acaban empobreciéndose, hasta terminar por
no saber con exactitud el sentido que tienen. Por ello
conviene que, de vez en cuando, los "expliquemos":
recordemos su origen, su sentido y la valoración que debe
hacer de ellos el cristiano.
En las páginas que siguen se da una explicación muy
básica -casi diríamos de urgencia- del sentido cristiano de
un conjunto de estos signos "menores" que encontramos
acompañando la vida sacramental o, en general, la vida
del cristiano. Las explicaciones son breves, pero intentan
decir todo lo que hay que decir, todo lo que, al menos de un
modo elemental, los cristianos debemos saber sobre estos
signos. Con ellas queremos ofrecer una modesta guía con
vistas a la catequesis litúrgica que sobre estos signos
conviene ir divulgando y dando a conocer.
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EL SIGNO DE LA CRUZ
La cruz
La cruz, el signo cristiano por excelencia, porque fue
desde la cruz que Cristo nos redimió, preside siempre
las celebraciones litúrgicas. Por ello, san Pablo llega a
decir: "Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo" (Ga 6,14). Dice eso porque Cristo
llevo a cabo la obra de la reconciliación de la humanidad
con Dios haciéndose obediente hasta la muerte y muerte
de cruz (cf.Fil 2,8).
Es así como la cruz se ha convertido en signo de victoria
sobre la muerte y el pecado, al tiempo que en fuente de
vida verdadera. El Prefacio de la fiesta de la Exaltación
de la Santa Cruz lo expresa del modo siguiente: "Dios
todopoderoso y eterno: has puesto la salvación del
genero humano en el árbol de la Cruz, para que, donde
tuvo origen la muerte, de alii resurgiera la vida, y el que
venció en un árbol, fuera en un árbol vencido, por Cristo,
Señor nuestro".
La cruz se convirtió de ese modo en signo de bendición
para cuantos se acogen en sus brazos.
Refiriéndose a la cruz, el Misal nos dice: "También
sobre el altar o junto a él colóquese la cruz, que quede
bien visible para la asamblea congregada.
Conviene que esta cruz permanezca cerca del altar
incluso después de las celebraciones litúrgicas, para
renovar en los fieles el recuerdo de la pasión salvífica
del Señor".
Por tanto, esta cruz puede situarse directamente sobre
el altar (y debe tener, en este caso, unas dimensiones
adecuadas para que, aunque tenga que ser vista por todos
los fieles, no sea tan grande que desentone por sus
dimensiones del conjunto del altar); también puede estar
suspendida del baldaquino que cubre el altar; o puede
ser una cruz mas grande colgada en la pared del
presbiterio y que, desde allí, presida el presbiterio y la
misma iglesia.
También tenemos la cruz procesional; es la cruz que
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encabeza las procesiones y que, llevada suficientemente
elevada va seguida por todos los que participan en la
procesión. Cuando esta cruz encabeza la procesión del
rito de entrada de la celebración de la Misa, puede ser la
misma cruz que presida también la celebración
eucarística, una vez situada cerca del altar y puesta sobre
un sustentáculo que la mantenga erguida.
La cruz procesional se compone de una vara, en el
extremo superior de la cual se encuentra la cruz
propiamente dicha.
De esta manera se puede llevar con facilidad y
mantenerse, durante la procesión, lo bastante elevada
para que pueda ser vista por cuantos la siguen. El
ministro que lleva la cruz recibe el nombre de cruciferario.
Aun debemos citar la cruz pectoral, que los obispos y
algunas otras dignidades eclesiásticas, como los abades,
llevan colgada sobre el pecho. Habitualmente se dice
que tiene su
origen en la cruz
que -con reliquias en su interior- muchos fieles
de los primeros siglos cristianos llevaban colgada
sobre el pecho. Cuando se perdió esta costumbre
entre los fieles, los pastores la conservaron
piadosamente.
Santiguarse
Uno de los gestos mas antiguos, exclusivamente cristiano,
es el de hacer sobre uno mismo la señal de la cruz. Se
realiza llevando los dedos de la mano derecha desde la
frente hasta el pecho, y luego llevando los mismos dedos
desde el hombro izquierdo hasta el derecho. Dicho gesto se
llama santiguarse. El gesto de hacer la señal de la cruz
sobre alguien o algo se llama signar.
Habitualmente se hace invocando a la Santísima Trinidad
(diciendo: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo"). Santiguándonos recordamos nuestro bautismo, ya
que el día del bautismo fuimos acogidos en la Iglesia con la
señal de la cruz sobre nuestra frente; recordamos quo la
cruz es signo de redención, ya que desde la cruz Jesús
logro la victoria sobre el mal y el pecado; y ese recuerdo lo
hacemos invocando la fuente de toda vida y de toda gracia:
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la Santa Trinidad de Dios.
La costumbre es que nos santigüemos al empezar a orar.
Pero también al iniciar cualquier actividad, sabiendo quo la
cruz nos da fuerza en las tentaciones y en las
dificultades.
Persignarse
El sentido que tiene la cruz en la vida cristiana y la
presencia que le hacemos tener, para que santifique todas
nuestras acciones, no los expresamos solo con el gesto de
santiguarnos. A veces lo hacemos también con el gesto de
persignamos, es decir, signándonos de un modo
particularmente significativo.
Para persignamos, hacemos tres veces la señal de la cruz
con el dedo pulgar de la mano derecha, una en la frente,
la otra en los labios y la tercera en el pecho. Este gesto lo
acompañamos con las palabras: "Por la serial de la santa
cruz,/ de nuestros enemigos,/ líbranos, Señor, Dios nuestro". Así expresamos la esperanza de protección que
tenemos puesta en la cruz.
En ocasiones, al gesto de persignamos añadimos el de
santiguarnos. Otras veces, nos persignamos sin decir nada,
como cuando oímos el anuncio de la lectura del Evangelio;
entonces nos disponemos a escuchar haciendo la señal de
la cruz en la frente, los labios y el pecho para que, por el
Evangelio, Dios ilumine nuestro entendimiento, purifique
nuestro corazón y abra nuestros labios a su alabanza.
Las bendiciones
Las celebraciones litúrgicas terminan siempre con la
bendición que se da a los fieles en nombre de Dios. Para
que vivan siempre bajo su protección providente.
Pero no es solo en tales ocasiones cuando los fieles son
bendecidos. También lo son cuando tienen que emprender
alguna actividad en nombre de la Iglesia o cuando, según
su estado de vida o su condición personal, conviene que
se sientan fortalecidos con la ayuda del Señor. Y, mas
aun, para que en toda ocasión los fieles sientan próxima la
constante acción de Dios en la vida de cada día, también es
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habitual que sean bendecidas las imágenes u objetos que
les pueden prestar una ayuda piadosa en sus actos de
devoción; así como son bendecidos los lugares -sobre todo
los hogares familiares- donde los cristianos desarrollan su
vida y sus actividades mas corrientes.
Dichas bendiciones se piden siempre en un contexto de
oración, bendiciendo a Dios por su bondad. A menudo se
acompañan con la aspersión con agua bendita, signo de
purificación, o con la señal de la cruz, fuente de todas las
bendiciones.
La asamblea litúrgica
La asamblea litúrgica es la formada por una comunidad
visible y viva de fieles, reunidos en nombre del Señor para
escuchar su palabra, para acoger la gracia de los
sacramentos y para unirse a la oración de la Iglesia. El
mismo Cristo esta presente en dicha asamblea: "Donde
están dos o tres reunidos en mi nombre, alii estoy yo en
medio de ellos" (Ml 8,20), dijo Jesús.
Esta asamblea, donde sin distinción están convocados
todos los fieles, se manifiesta orgánicamente: cada uno
de sus miembros, ya sea pastor o fiel, hace todo y solo lo
que tiene que hacer, según su condición en el seno del
pueblo de Dios. La asamblea litúrgica hace viva, así, con
una particular expresividad, la naturaleza de la Iglesia y la
comunión de cuantos pertenecen a la misma.
Reunirse para orar, es decir, el hecho de orar juntos, es una
realidad muy cristiana. Ciertamente esta bien y conviene
que cada cristiano practique la oración hecha en soledad,
desde la intimidad del corazón: es aquella oración que solo
Dios conoce. Pero los cristianos nos reunimos para orar
porque estamos seguros de que entonces se trata de uno de
los casos claros en los que se cumple la palabra de Jesús:
"Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, alii estoy
yo en medio de ellos" (M 18,20).
Si el cristiano no deja nunca de orar unido a Jesús, todavía
esta mas en comunión con el que ora cuando su oración
lleva el sello de la presencia de Cristo, a quien el Padre
siempre escucha. Por eso los cristianos a menudo lo
hacemos así y, sobre todo, unidos a la oración litúrgica que,
en toda ocasión, se convierte en nuestra escuela de
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oración.
Hay también otro motivo para orar juntos: el buen ejemplo
que nos damos unos a otros al percatarnos de que todos
somos fieles, cuando oramos, a lo que Jesús dijo a sus
discípulos: que debían "orar siempre sin desanimarse" (Lc
18,1).
El Santuario (El Lugar de Sacrificio)
Se refiere como santuario al espacio alrededor del altar. Se le
considera santo debido a la presencia de Cristo en la Eucaristía
durante la misa y, después, en el tabernáculo. Una lámpara
encendida en el santuario indica la necesitad de arrodillarse ante la
presencia de Cristo en la Eucaristía
El altar (la mesa de la Eucaristía)
El primer "lugar" que nos recuerda la presencia de Cristo
es el altar. El altar es el punto de referencia y el centro de
la atención de todos. Es a la vez ara de sacrificio, porque
en él celebramos el memorial del sacrificio de la Cruz, y
mesa desde donde Cristo nos invita a la comida
eucarística, su Cuerpo y su Sangre.
Antes el altar estaba de espaldas, pegado al ábside, pero
ahora, después de la reforma del Concilio, lo tenemos mas
cercano y visible. Antes había muchos altares laterales,
donde varios sacerdotes celebraban simultáneamente
sus misas. Ahora los sacerdotes son invitados a
concelebrar la misma Eucaristía, y el altar, en el espacio
central, es único. Esto hace que toda la comunidad
celebre una única Eucaristía, y que todos se centren en
el mismo Cristo Jesús, que es el que preside nuestra
celebración.
Cerca del altar, en un lugar bien visible para todos, esta la
cruz, que nos recuerda la muerte y la resurrección de
Cristo, que es el misterio que celebramos y en que
participamos en cada Eucaristía. Y lo mas importante
que se coloca encima del altar son el pan y el vino que
se traen en el ofertorio, y que luego iremos a recibir en la
comunión, convertidos en el Cuerpo y Sangre de nuestro
Señor, que se nos ha querido dar así en alimento para
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nuestro camino.
La Piedra del Altar (ara):
Piedra incrustada en los altares fijos la cual contiene
reliquias de un santo mártir
Cuando los Cristianos se vieron obligados a huir a las
catacumbas, la Fracción del Pan se celebraba sobre la
tumba de alguien que acababa de dar su vida por Cristo.
Hoy en día, la Misa todavía se celebra sobre las reliquias
de un mártir
Vestidura del Altar:
Mantel que cubre el altar mayor. Es usualmente blanco
pero puede ser de cualquier color litúrgico.
Las ofrendas
Para agradecer o suplicar los favores de Dios, a menudo
nos sentimos movidos a ir a su templo llevándole
ofrendas. Ofrendas que son expresión de nuestro trabajo
o de nuestro arte; también del fruto de nuestro esfuerzo al
cultivar la tierra. Al hacer tales ofrendas -que de algún
modo nos representan a nosotros mismos-, confiamos en
que la oración con la que las acompañamos será mas
agradable a Dios.
De todas cosas ofrecidas, las mas significativas que
hacemos son las del pan y del vino presentados en el
momento de preparar el altar para la celebración
eucarística: son los dones destinados a ser
transformados en el cuerpo y la sangre del Señor.
Nuestra ofrenda mas importante, sin embargo, es la que
hacemos de nosotros mismos al unirnos a la de Cristo en
la celebración del Sacrificio Eucarístico. Es en comunión
con esta ofrenda como podemos ofrecer a Dios todo lo
que somos, como una victima viva, santa y agradable a
sus ojos (cf. Rm 12,1). Porque es viviendo unidos a Cristo
y a la ofrenda que la Iglesia hace al Padre del sacrificio
de Cristo, como podemos tributar a Dios nuestro culto
verdadero.
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Escuchar juntos
Digámoslo todo: "Escuchar juntos la Sagrada Escritura".
Eso es tan característico de los cristianos como el hecho
de orar juntos. Cada vez que los cristianos nos reunimos
en asamblea litúrgica, no dejamos nunca de escuchar la
Palabra de Dios. Escuchar, a través de los textos sagrados,
la voz de Dios es lo que hace que nos sintamos
identificados como pueblo que Dios mismo se ha escogido
y se ha hecho suyo.
Cuando escuchamos la Sagrada Escritura, no solo
aprendemos a amar las obras de Dios y a conocer su
voluntad, sino que sabemos mas quienes somos nosotros
por gracia de Dios. La palabra de Dios nos identifica. Todo
ello se nos pone de manifiesto cuando escuchamos la
Sagrada Escritura en el seno de la Iglesia.
Cuando hemos aprendido, en el seno de la Iglesia, con
que actitud debemos escuchar la Escritura, estamos mas
dispuestos a que cada uno de nosotros, cuando la lee por
si mismo, la considere y la aprecie, por encima de todo,
como aquel pan de cada día, aquella palabra que sale de
la boca de Dios, que se convierte en nuestro verdadero
alimento espiritual.
El ambón (la mesa de la Palabra)
También es Cristo el protagonista en el ambón, el espacio
reservado para la proclamación de la Palabra de Dios.
También aquí hubo cambios después del Concilio Vaticano
II. Hasta hace pocos años -hasta el 1965- las lecturas eran
en latín; ahora se proclaman en nuestras lenguas vivas.
Ahora las lecturas de los domingos y de los días feriales
son mucho mas abundantes y variadas. Otro cambio es
el ministerio de los lectores, que pueden asumir los
laicos en las primeras lecturas y en el salmo.
Pero la convicción mas importante es que en la primera
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parte de la Misa, la liturgia de la Palabra, Cristo Jesús ya
se nos hace realmente presente en las lecturas bíblicas.
El Misal nos lo recuerda repetidamente en su
introducción: "Cristo está realmente presente en su
palabra" (n. 7), "Cristo, presente en su palabra, anuncia el
evangelio" (n. 9), "Cristo, por su palabra, se hace presente
en medio de los fieles" (n. 33), los fieles, poniéndose de
pie y cantando aclamaciones, "reconocen y profesan la
presencia de Cristo que les habla" (n. 35).
En cada Misa somos invitados a una "doble Mesa", la
mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía. Cristo
primero se nos ofrece en comunión como la Palabra
viviente de Dios. Y luego nos invitará a participar de su
vida comulgando con su Cuerpo y su Sangre. Los que
proclaman las lecturas desde este ambón son portavoces
del mismo Cristo, que es la Palabra que salva, y con su
ministerio bien preparado nos ayudan a todos a "comulgar
con Cristo Palabra".
Por eso es importante que este ambón, en principio, este
reservado a las lecturas bíblicas. Desde aquí se nos
proclama lo que Dios nos quiere decir. Desde otros lugares
diremos nosotros a Dios nuestras oraciones o cantos, o a
la comunidad nuestras homilías o reflexiones.
Libros Litúrgicos
Libro de los Evangelios (Evangeliario) El Libro de los Evangelios o Evangeliario señala la
presencia de Cristo en su Propia Palabra. El libro se
lleva en alto durante la procesión de entrada para
veneración de la congregación. Se le acompaña de velas
e incienso durante la Misa. El presentar el Libro de los
Evangelios a un Obispo recién ordenado simboliza que,
entre sus deberes principales, está el predicar la
Palabra de Dios.
Leccionario
Libro que contiene las lecturas de las Sagradas
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Escrituras, organizadas según se utilizan en la Santa
Misa. Un ciclo de tres años para los domingos y fiestas
solemnes; un ciclo de dos años para los días de semana
y un ciclo de un año para las fiestas de los santos.
Contiene, además, lecturas para una variedad de Misas,
como para fiestas de pastores, doctores, vírgenes, etc.
Misal
El misal de mano es un librito que se utiliza para ayuda
de los fieles en la celebración de la Santa Misa.
Contiene los textos litúrgicos para una semana, un mes,
o por estaciones. Incluye también el Salmo
Responsorial y alguna otra información pertinente.
La sede del presidente ( el signo visible de Cristo
Jesús)
Hay un tercer espacio muy importante desde el que Cristo
Jesús nos guía en nuestra celebración: la sede del
presidente. El sacerdote que preside la Eucaristía es el
signo sacramental de Cristo Jesús, que está presente pero
que no se manifiesta visiblemente. Al dirigir la celebración,
al elevar la oración a Dios en nombre de todos, y ofrecer
a la comunidad la explicación de la Palabra de Dios, el
sacerdote está actuando en nombre de Cristo. Por eso
preside, o sea, se sienta delante, y al final bendice a los
presentes como representante del Cristo que es el
verdadero Presidente y Maestro.
Antes las sedes eran tres, porque el sacerdote en las
misas solemnes iba acompañado del diacono. Ahora es
única, porque uno solo preside y representa a Cristo,
aunque haya otros concelebrando. Estas sedes estaban de
lado, porque a ellas los ministros iban nada mas a
escuchar el Gloria o el Credo cantados por el coro o el
sermón que pronunciaba otro sacerdote. Ahora, desde la
sede el sacerdote preside y dirige la oración en la primera
parte de la Misa, incluida la homilía, y por eso está de
cara al pueblo, en una disposición en que resulte fácil la
comunicación visual entre el sacerdote y la comunidad.
De momento, estos son los tres lugares desde los que
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Cristo se nos hace presente y nos comunica su gracia:
el altar, para la Eucaristía, en la segunda parte de la
celebración; el ambón para la Palabra, y la sede
presidencial, ambas en la primera parte. Cristo
Sacerdote y Alimento, Cristo Palabra y Maestro, Cristo
Guía y Presidente de su comunidad. El lugar mismo
donde nos reunimos y celebramos nos lo ayuda a
recordar.
Ornamentos Litúrgicos (Ornamentos Sacerdotales)
Durante los primeros siglos de la Cristiandad, el sacerdote
usaba vestimenta típica Romana. La moda cambio, pero la
iglesia conserva el estilo antiguo. Es decir, lo que fue
atuendo usado por todos, pasó a ser la vestidura especial del
clero Católico.
Alba:
Del latín "alba", "blanca". Vestimenta de todos los
ministros en la celebración litúrgica, desde los acólitos
hasta el presidente. GIRM 298)
Simbolismo: Recuerda al ministro su llamado bautismal y
representa la pureza del alma lavada por el bautismo.
Oración del sacerdote: "Blanquea, Señor, y limpia mi
corazón, para que, purificado con la sangre del Cordero,
disfrute de los gozos eternos.
Cíngulo:
Una cuerda larga de hilo o cáñamo trenzado que se ciñe
sobre el alba (también, a veces, sobre la estola) para
mantenerla en su lugar. Los cíngulos pueden ser o blancos o
del color litúrgico del día.
Simbolismo: Castidad
Oración del sacerdote: "Ceñidme, Señor, con el cíngulo de
la pureza y extingue en mi cuerpo el fuego de la
sensualidad, para que posea siempre la virtud de la
continencia y de la castidad".
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Estola:
Primeramente adoptada en el siglo IV, la estola es una
banda de tela larga y estrecha que deben llevar los
ministros ordenados y solo ellos. Obispos y sacerdotes la
llevan sobre el alba, colgando del cuello hacia el frente y
sostenida por el cíngulo. Los diáconos la visten sobre el
hombro izquierdo y la fijan a la derecha de la cintura.
Generalmente, la estola es del mismo material y color que
la casulla. Casi siempre se decora de alguna forma, con una
cruz o cualquier otro símbolo Cristiano.
Simbolismo: La autoridad sacerdotal
Oración del sacerdote: "Devuélveme, Señor, la insignia de
la inmortalidad que perdí en la prevaricación de los
primeros padres. Aunque indigno me acerco a vuestro
Santo Misterio, haced que merezca, no obstante, el gozo
eterno.
Casulla:
La casulla es la última vestimenta exterior que usa el
sacerdote para la celebración de la Eucaristía. La
palabra "casulla" viene del latín "casulla", que significa
"casa pequeña". La casulla moderna es simplemente
una adaptación del vestido secular usado comúnmente
en el Imperio Romano en los siglos primeros. Como todo
otro vestimento sagrado, la casulla debe ser bendecida
por un sacerdote antes de usarse. El color de la casulla
cambia según la estación litúrgica. Los colores
litúrgicos son verde, blanco, rojo y morado.
Simbolismo: El yugo de Cristo. También simboliza
caridad.
Oración del sacerdote: "Señor que dijiste, "Mi yugo es
suave y mi carga ligera"; haced que de tal modo sepa
yo llevarlo para alcanzar vuestra gracia".
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Cáliz
Damos el nombre de cáliz a la copa destinada, en la
celebración de la Eucaristía, a contener el vino
(mezclado con un poco de agua) que será transformado
en la Sangre de Cristo y que se usara, en el momento de
la distribución de la Eucaristía, para que los fieles
puedan comulgar con la especie del vino. Cuando
hablamos del cáliz nos referimos solo a esta copa, a
este vaso, y a nada mas.
El cáliz es, probablemente, el objeto litúrgico mas
antiguo. Todos los relatos de la institución de la
Eucaristía nos dicen que Jesús, en la ultima cena, la
víspera de su Pasión, "tomó el cáliz, pronunció la
acción de gracias, y lo pasó a sus discípulos diciendo:
Bebed todos; porque esta es mi sangre, sangre de la
alianza, derramada por todos los hombres para el
perdón de los pecados" (cf. Mt 26,26-30; Mc 14,22-26;
Lc 22,15-20 y 1Cor 11,23-25).
Breve noticia histórica
A lo largo de la historia, esta copa llamada "cáliz"
(derivado del latín "calix") ha tenido diferentes formas.
Al parecer de los eruditos, el cáliz era de cristal y su
decoración consistía en presentar pintada o dorada su
base. Según dicen, era de cristal para no excitar la
codicia de los gentiles. También se sabe que, en los
primeros siglos, se usaban cálices de madera, pero este
elemento dejó de utilizarse pronto a causa de la
porosidad que con frecuencia presenta la madera. En
tiempos de san Agustín ya se fabricaban cálices de
metales preciosos, lo que después será normativa, salvo
en tiempo de persecución o miseria.
Según la documentación disponible, muchos de los
cálices antiguos descansan sobre una base mas o menos
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decorada y disponen de dos asas situadas cerca de la
parte superior de la copa. Desde los siglos IX a XI, la
copa de los cálices es semiesférica o cónica. A principios
del siglo XIII la copa se hace mas alta, con el pie
lobulado y con ornamentación variada. El renacimiento
cambió mucho la forma del cáliz, acampanando la copa como si fuera el cáliz de una flor- sostenida por un
esbelto tallo que nace de una base muy ancha. En la
actualidad, en general, se han retomado las formas mas
simples, tanto para la copa como para el pie, decorado,
frecuentemente, con algún motivo de carácter
eucarístico,
Conviene saber que, hasta el siglo XIII, existían los
llamados cálices ministeriales. Eran cálices mas o
menos grandes destinados a la comunión de los fieles
con la especie del vino. También había los llamados
cálices de oblación, destinados, posiblemente, a
contener el vino que ofrecían los fieles.
El cáliz de la salvación
Junto con el alimento de su cuerpo, por medio del pan de
la Eucaristía, Jesús nos dio su sangre como bebida
espiritual.
Después de cenar, nos dice el Evangelio, Jesús tomo el
cáliz, dijo la acción de gracias y lo paso a sus discípulos,
diciendo: "Tomad y bebed todos de el, porque este es el
cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que
será derramada por vosotros y por todos los hombres para
el perdón de los pecados" (Mt 26,27-28). Así ratificaba y
hacia posible lo que el mismo ya había anunciado: "El que
come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo
resucitare el ultimo día" (Jn 6,54).
Su presencia real eucarística, a través de dos elementos
separados (el pan de la vida y el cáliz de la salvación),
ponía de manifiesto la dimensión sacrificial del
sacramento eucarístico: Sacramento que es alimento
espiritual, al mismo tiempo que, por medio del cáliz, nos
hace vivir en comunión con la alianza perpetua de Dios con
los hombres, alianza sellada con la sangre de Cristo, el
Cordero de la nueva Pascua.
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Las normas actuales
Actualmente, no se especifica nada por lo que
respecta a la forma del cáliz, sino que se dice que
"corresponde al artista crearlos, según el modelo que
mejor corresponda a las costumbres de cada región".
Tan solo se concreta que la forma sea adecuada para el
uso litúrgico a que se destina el cáliz, de manera que
se distinga de las copas para usos corrientes. En lo
tocante al material, se dice que los cálices estén
hechos de metal noble y que si se fabrican de un metal
oxidable, o de un oro poco noble, se deberá dorar la
parte interior. Bajo ciertas condiciones también se
admite el uso de otros materiales sólidos y nobles,
tales como el ébano u otras maderas duras, mientras
sean adecuadas al uso sagrado. En todo caso, se
deberán escoger materiales que no se rompan
fácilmente ni se deterioren.
La Patena
La patena es un plato, cuya concavidad es mínima,
destinado a contener el pan de la Eucaristía.
Presenta una cierta unidad con el cáliz y por eso, en
cuanto a la materia que ha sido hecha la patena, se ha
asemejado, a lo largo de la historia, a la que se ha usado
para el cáliz.
En las épocas en que el sacerdote consagraba solo aquella
forma con la que el comulgaría, la patena se redujo a una
lamina con un mínimo de concavidad.
En la actualidad es habitual usar una patena de
mayores dimensiones, que con frecuencia toma la
forma de plato o de cesta, para que se pueda consagrar,
no solo el pan para el sacerdote y el diacono, sino
también el destinado a los demás ministros y a los
fieles, sobre todo si tenemos en cuenta que lo mas
aconsejable es que todos comulguen con las formas
consagradas en la celebración de la que se participa.
Las normas que deben tenerse presentes en la
actualidad, en lo tocante a la forma o al material con
que se hacen las patenas, son las mismas que se han
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citado en relación al cáliz.
El corporal, la hijuela y la palia
El corporal es un lienzo de ropa blanca, habitualmente
cuadrada, que se extiende sobre los manteles del altar
en el momento de preparar las ofrendas eucarísticas.
Sobre el corporal se colocan la patena con el pan y el
cáliz con el vino preparados para el sacrificio de la
Eucaristía. Este lienzo recibe el nombre de corporal
porque, en determinadas épocas se colocaba
directamente encima de él el pan eucarístico, el
cuerpo del Señor.
Nos recuerda de la Sabana Santa en que fue envuelto el
Cuerpo de Jesus cuando fue enterrado. La palabra
corporal precede del Latín "Corpus", cuerpo. Todo vaso
que contenga el Santo Sacramento - cáliz, patena,
copón y ostensorio - debe ser colocado sobre el
corporal.
Antiguamente el corporal era lo suficientemente largo
para que con él se cubriera también el cáliz, a fin de que
no cayesen en él polvo o motas o -en algunas épocas
del año- mosquitos.
Cuando el corporal se redujo, se empezó a usar una
pequeña pieza de ropa, de forma cuadrada, para cubrir
la boca del cáliz. A esta pieza, nacida del corporal, se le
llama hijuela.
Para que la forma ya colocada en la patena, desde el
inicio de la Misa hasta antes de la presentación de las
ofrendas, no recibiera ningún roce, se cubría con una
fina pieza de ropa, de forma redonda, que recibía el
nombre de palia.
En algunas regiones los nombres de hijuela y palia se
presentaban intercambiadas entre si'. A la pieza usada
para tapar la boca del cáliz se le llamaba palia y
recibía el nombre de hijuela la que cubría la forma.
El Copón
El copón es el vaso -ahora conocido habitualmente con
este nombre- destinado a la reserva de la Eucaristía. El
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origen del copón tiene una explicación muy sencilla:
pronto se experimento la necesidad de reservar el
Santísimo Sacramento para poder llevar la comunión a los
enfermos o a los prisioneros; por ello se hizo conveniente
disponer de vasos sagrados donde guardar la Eucaristía
con toda dignidad.
Actualmente, el copón suele tener la forma de una
copa, pero a diferencia del cáliz va acompañado de una
cubierta cóncava que acostumbra a estar coronada por
una pequeña cruz.
La palabra copón proviene del vocablo latino cuppa,
que significa copa.
Aunque el copón ha recibido varios nombres a lo largo
de la historia, según la forma que se le ha dado o por
su concreta funcionalidad.
En ciertas épocas, los copones se llamaron "torres"
(del latín turres], ya que eran vasos cilíndricos o
cuadrados, dispuestos sobre un pie que los elevaba a
manera de torres. La cubierta podía ir con o sin
bisagras.
En otras ocasiones, también recibieron el nombre de
"cimborios". Algunos hacen derivar este nombre de la
palabra griega kiborion (fruto del nenufar de Egipto),
ya que estas copas tenían la forma de este fruto. Otros
hacen derivar, de forma quizás mas discutible, esta
denominación del latín cibum (alimento), ya que en este
vaso se guarda el alimento del pan eucarístico.
Actualmente, solo se da el nombre de "cimborio" a los
vasos que no tienen base como los copones, pero
reúnen las mismas características, pero con la
peculiaridad que sus tapas tienen características
similaras a las bases de modo que se puedan guardar
una sobre otra
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A veces, el receptáculo para guardar algunas formas
consagradas se conocía con el nombre de "paloma
eucarística", porque era una caja en forma de paloma,
suspendida por unas cadenas, la que servía para la
santa Reserva.
Otro nombre dado al copón y que aun se encuentra
en uso es el de pixis o pixide. Recibe este nombre de
una palabra griega que significa cajita. Los antiguos
daban este nombre a los pequeños cofrecillos para
guardar joyas. Actualmente se da este nombre de pixis
o píxide a los pequeños receptáculos que pueden
contener una poca cantidad de formas consagradas
y que facilitan el traslado de la Eucaristía, sobre todo
cuando se lleva a los enfermos.
Las normas referentes al material o a las formas que
deben observarse en su confección son, hoy en día, las
que ya se han indicado para los cálices.
El Sagrario
El sagrario es el lugar donde se guarda el copón que
contiene la reserva de la Eucaristía. Son cajas o
pequeños armarios convenientemente ornamentados y
destinados a la finalidad señalada.
Cada iglesia u oratorio debe tener un único sagrario,
colocado de forma que los fieles puedan recogerse en
oración ante la presencia permanente de Cristo en las
especies eucarísticas.
De acuerdo con la estructura de cada iglesia y según
las costumbres legitimas de cada lugar -nos dice el
Misal-, el Santísimo Sacramento se guardará en un
sagrario situado en una parte mas noble de la iglesia,
que se distinga, que esté dignamente adornada y apta
para la oración.
El sagrario debe ser inamovible, de materia sólida no
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transparente, y cerrado para evitar al máximo
cualquier peligro de profanación.
Teniendo presente que la presencia eucarística de
Cristo es fruto de la consagración, lo mejor es que el
sagrario no esté en el altar donde se celebra la misa.
Por eso conviene colocar el sagrario en el presbiterio,
en un lugar apto, pero fuera del altar de la celebración.
Se puede poner en el altar que se usaba cuando se decía
la misa de espaldas al pueblo, si es que, dadas sus
características, aun se conserva, o se puede situar
sobre una noble columna o ahuecado en la pared en
forma de armario.
Las iglesias que disponen de espacio acostumbran a
tener una capilla adecuada, llamada "capilla del
Santísimo" y que esté en armonía con el conjunto de
la iglesia, de forma que sea manifiesta a la vista de los
fieles y posibilite que el Sacramento de la Eucaristía
sea adorado y sea un lugar muy adecuado para la
oración privada.
A veces, el sagrario recibe también el nombre de
tabernáculo ("tienda"), recordando la "tienda del
encuentro", que después de la Alianza en el Sinaí y a
lo largo del Éxodo era signo de la presencia de Dios
en medio de su pueblo. Esta denominación nos
recuerda, por otro lado, la conocida expresión de san
Juan, casi al inicio de su Evangelio, y que traducida
directamente del griego dice así: "La Palabra se ha
hecho carne y ha puesto su tienda entre nosotros"
(Jn 1,14).
El conopeo y la lámpara del Santísimo
Para indicar la presencia del Santísimo Sacramento en el
Sagrario, este se recubre con un velo, llamado conopeo
(del griego konopeion, "velo en forma de pabellón"), que
hace que el sagrario tome una forma de tienda o pabellón.
No hay nada establecido sobre la tela que se debe usar
en su confección, ni sobre su estilo ni sobre el color. En
muchos lugares es costumbre que el conopeo sea del
color con que se celebra la liturgia ese día. Con todo,
debemos tener presente que, aunque se use entre
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nosotros, uso loable, el conopeo no es normativo.
Lo que si se encuentra establecido, para indicar la
presencia del Santísimo Sacramento en el sagrario, es
la lámpara encendida que se sitúa cerca del mismo. En
concreto, nos dice el Misal: "Según una costumbre
recibida, al lado del sagrario habrá siempre una
lámpara encendida, alimentada con aceite o cera, que
indique y honre la presencia de Cristo". El nombre que
recibe esta lámpara es el de lámpara del Santísimo. Es
habitual que el aceite o la cera que la alimenta sea fruto
de los donativos o las ofrendas de los fieles.
La Custodia
La custodia, en realidad, es un vaso eucarístico que
tiene su origen en el copón. Para que los fieles, en el
momento de su adoración, pudieran contemplar al
Santísimo Sacramento, se puso una pinza sobre la
misma cubierta del copón para sostener la sagrada
forma que, de este modo, quedaba expuesta o mostrada
a los fieles.
Otro método fue el de practicar pequeñas oberturas
allí donde se guardaba el Santísimo y, mediante
elementos transparentes, se hiciera visible el pan
eucarístico. De aquí se pasó a disponer de un
utensilio, hecho con dos láminas de cristal,
provistas de un circulo metálico (semicircular o
circular, llamado lúnula, "luneta") que posib ilitab a
q ue , en tre las dos láminas de cristal se pudiese
poner, de modo que quedase segura, una forma
consagrada, relativamente grande, para que pudiera
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ser vista por los fieles. Este utensilio es el que
recibe, finalmente, el nombre de viril. La caja donde
se guardaba el viril, cuando el Santísimo no se
exponía ante los fieles y quedaba "guardado" en el
sagrario, el lo que recibe el nombre de custodia.
Mas tarde, sobre todo cuando se extendió el culto a
la Eucaristía de manera que el Cuerpo de Cristo llega a
ser llevado en procesión por las calles, es decir al
extenderse la fiesta del Corpus (del Cuerpo de Cristo),
fiesta que tuvo sus inicios en la diócesis de Lieja en
1246, es cuando se empezaron a construir unos
ostensorios (del latín ostendere, "mostrar") de notables
dimensiones y de singular belleza.
Estas custodias u ostensorios empezaron a tener un
uso generalizado a partir del siglo XV. La forma del
"ostensorio de las custodias" de los siglos XIV y XV
era la de un templete o torre gótica artísticamente
elaborada. De esa época se conservan custodias que
son verdaderas obras de arte de la mejor orfebrería.
A partir del barroco las custodias toman la forma de
un sol (que constituye la parte central donde se
coloca el viril con la Eucaristía) rodeado de rayos
luminosos. Esta forma de custodia es la que se ha
mantenido de manera mas habitual hasta nuestros
días.
El tálamo y la umbela
Cuando se lleva en procesión el Santísimo, para hacerlo
con plena dignidad y reverencia, se usa el tálamo: una
especie de dosel, habitualmente de seda blanca, de
forma rectangular y sostenida por cuatro o mas varas
largas. El tálamo también recibe el nombre de palio. Por
eso se suele decir que el Santísimo es llevado bajo
tálamo o bajo palio.
Cuando no se traslada el Santísimo con tanta
solemnidad se usa un dosel mas sencillo, con frecuencia
incluso plegable, que puede llevar una sola persona y
que recibe el nombre (que se ha mantenido del latín)
de umbela.
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Hostiario
Recibe el nombre de hostiario la caja donde se guardan
las hostias destinadas a la celebración de la Eucaristía.
Primero fueron de hierro y mas tarde se confeccionaron
de plata, de cobre o de algún otro metal.
Los moldes para hacer hostias reciben también el
nombre de hostiarios: consisten en una especie de
largas tenazas con dos planchas redondas o
rectangulares en su extremo con la figura de la hostia
dibujada en el interior donde se pone la pasta para
hacerlas. Ya se encuentran citadas en el siglo IX.
El pan de la vida
El pan de la mesa donde Dios reúne a sus hijos en nombre
de Jesucristo no es como el pan con el que los hombres
se alimentan para poder tener fuerzas para el trabajo de
cada día. El pan que alimenta la vida del cristiano es el
que se nos da por manos de Jesús; el que había
prometido cuando dijo: "El pan que yo daré es mi carne
para la vida del mundo" (Jn 6,51). El pan que Jesús nos
da es el mismo, el es "el pan de vida".
Jesús es el pan que nos alimenta de vida verdadera
desde aquella tarde en que, instituyendo la Eucaristía
como memorial de su Pasión, tomo el pan, dio gracias, lo
partió y lo dio a sus discípulos diciendo: "Esto es mi
cuerpo, que sera entregado por vosotros" (cf. Mt 26,26).
Es este el pan santísimo que se nos da cuando
participamos de la Eucaristía. El pan que se nos ofrece
diciendo: "El cuerpo de Cristo", y que nosotros recibimos
con fe y con espíritu de adoración. Los cristianos no nos
alimentamos de veras con ningún otro pan que no sea el
pan del Cuerpo de Cristo, el pan bajado del cielo y que es
prenda de vida eterna, de la vida verdadera.
Las Vinajeras
Las vinajeras son unas botellitas que contienen el vino y
el agua destinados a la celebración de la Eucaristía.
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Acostumbran a ser de unas dimensiones modestas para
que el liquido que contienen no tenga que permanecer
demasiados días en su interior y se vayan limpiando con
asiduidad a fin de que estén siempre lo suficientemente
limpias teniendo en cuenta la finalidad del vino y del agua
que contienen.
Tal como las tenemos hoy en día, es decir dos
botellitas de cristal de dimensiones similares y
puestas sobre una base que las une, es como se
conocen desde el siglo XIII. A inicios del siglo XVI se
generalizó el uso de la plata para las vinajeras.
En cuanto al material de que están hechas las
vinajeras, no existe ninguna norma que lo concrete.
Por lo tanto, pueden ser de cristal, de cerámica o de
algún metal adecuado.
Es útil que sean de cristal ya que se evita la confusión
sobre cual vinajera contiene el vino y cual el agua. Si
son de cristal, también son mas fáciles de limpiar. En
caso de no ser transparentes es necesario que lleven un
signo muy claro que indique que contienen, a no ser
que sean de diferentes dimensiones: una mayor para el
vino y otra mas pequeña para el agua.
En las concelebraciones, se deberá tener presente la
cantidad de vino necesaria y no fiarse de la capacidad
de una vinajera de limitadas dimensiones. En estos
casos, o en los que los fieles comulguen bajo las dos
especies, nada impide que se presente el vino en una
jarra digna y de medidas adecuadas a la cantidad de
vino que se necesitara. Es normal que, cuando se hace
así, el recipiente del agua no sea de las mismas
dimensiones que el del vino.
En aquellas ocasiones en que los fieles, durante la
procesión de las ofrendas, presentan el pan y el vino
que se tienen que consagrar, conviene que presenten el
vino y el agua en los recipientes propios de estos
elementos y no mediante cálices ya llenos y
preparados y, menos aun, que presenten cálices vacios.
Es bueno dejar patente que lo que ofrecen los fieles son
los elementos del vino y del agua y no los cálices, que
tan solo son aquellos receptáculos -muy dignos, es
cierto- del vino que se ha de consagrar.
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La cucharilla
La cucharilla, como indica su nombre en diminutivo, es
una cuchara de dimensiones reducidas, habitualmente
de material noble, que se usaba, en el momento de
preparar el cáliz para la misa, para mezclar, con el vino,
tan solo tres o cuatro gotas de agua. Aunque la rúbrica
no lo prescribiera, era costumbre hacerlo así para que
realmente fuera poca el agua que se mezclaba con el
vino para consagrar.
Actualmente, la cucharilla ha dejado de usarse porque,
al echar el agua en el vino, tanto el diacono como el
sacerdote que preparan el cáliz ya procuran cumplir la
rubrica que dice que "se vierte el vino y un poco de
agua en el cáliz"
El Lavabo
Se da el nombre de lavabo al conjunto del aguamanil,
una pequeña jarra con agua y una toalla. Es decir, a lo
necesario para lavar las manos.
Se usa cuando el ministro debe lavarse las manos;
después de ungir o de imponer la ceniza, por ejemplo.
También se usa cuando quien preside la celebración
eucarística, una vez preparadas las ofrendas en el
altar, se lava las manos para expresar así el deseo de
una purificación interior.
También se da el nombre de lavabo a la pequeña toalla
con que el sacerdote se seca las manos después de
habérselas lavado.
El Porta Paz
El portapaz es una lámina de metal ornamentada con una cruz o un
calvario. En la parte posterior lleva una asa para poder ser llevado
con facilidad y se pueda presentar a los fieles. Estos lo besaban para
expresar que recibían la paz, que les venia del altar, en el
contexto de los ritos que preparan a la comunión.
Teniendo presente la manera como actualmente los fieles, antes de
comulgar, acostumbran a expresarse la comunión eclesial y la
mutua caridad, el portapaz ha caído en desuso.
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Las Crismeras
Aunque habitualmente se usa la denominación plural (crismeras),
propiamente debería hablarse de la crismera.
La crismera es el pequeño frasco donde se guarda el Oleo del santo Crisma,
aquel aceite al que se le ha mezclado bálsamo, o un perfume equiparable, y que
ha sido consagrado por el obispo en aquella celebración que ya prepara para las
fiestas pascuales: la "Misa crismal".
Por extensión, cuando hablamos en plural de las crismeras nos referimos al
conjunto de los tres frasquitos que contienen los Santos Oleos. Es decir,
que junto con el vaso que contiene el Santo Crisma, se incluyen, al hablar
así', los frascos que contienen el Oleo de los Catecúmenos y el Oleo de los
enfermos.
Estos tres Santos Oleos, que es como se llaman en su conjunto, se
guardan en unos frascos de plata o de algún otro material noble que no
pueda deteriorarse por el acido del aceite. A veces se guardan también
en pequeños frascos de cristal, pero protegidos convenientemente para
que no se rompan con facilidad. Estos pequeños frascos acostumbran
a tener grabadas unas iniciales, indicativas del oleo que contienen. La
mayoría de las veces estas iniciales son S.C. (para el Santo Crisma), O.I.
(para el Oleo de los enfermos, "infirmorum", en latín) y O.S. o bien O.C.
(para el Oleo de los Catecúmenos). Pero, ya que estas iniciales pueden
llevar a veces a confusión, es mejor que aparezca el nombre entero:
Santo Crisma, Oleo de los Enfermos, Oleo de los Catecúmenos.
Estos frasquitos suelen guardarse juntos en una caja o estuche en un
lugar digno de la sacristía o cerca del bautisterio. Cuando se tienen
que usar los oleos, o cuando se tienen que trasladar -sobre todo para
el Oleo de los Enfermos- se ponen en un pequeño recipiente con
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algodón empapado del oleo correspondiente para que, así', no puedan
derramarse.
Ungir
En la tradición bíblica y cristiana, el gesto de ungir, de frotar con aceite
una persona o una cosa, se nos presenta a menudo como un gesto
religioso, como un gesto con el que se manifiesta la acción de Dios y la
donación de su gracia sobre la persona o la cosa ungidas.
El aceite lo utilizamos como medicina, para procurarnos la curación de algún
mal, y también como un elemento protector, como un ungüento que asegura la
defensa de nuestra piel frente al ardor de los rayos del sol que la podrían herir.
Por otro lado, el aceite envuelve, suaviza y penetra lenta-mente los lugares y
cuerpos que ban sido ungidos con el.
Por eso, en la liturgia, en varios sacramentos y sacramentales, se utiliza el
aceite u oleo, sobre el que la Iglesia ha invocado la fuerza y la bendición de
Dios, para expresar que Dios viene a curarnos con su poder, que esta con
nosotros para protegernos en los combates por mantenernos fieles en la fe,
y que su gracia penetra hasta lo mas intimo de nosotros para que podamos
vivir como aquellos que el ha consagrado para mantenernos en su servicio.
Cristo, el Ungido
Para darnos cuenta del relieve que tiene, en el contexto cristiano, el
significado de la unción o el hecho de ungir o de ser ungido, conviene
recordar que, cuando damos a nuestro Salvador el nombre de Cristo, en
realidad lo llamamos Ungido. En el Antiguo Testamento, los reyes, los
profetas y los sacerdotes eran ungidos en el momento de iniciar su misión.
Por eso se decía de ellos que eran "ungidos del Señor", que habían "recibido
su Espíritu".
Cuando Jesús, el Mesías, empieza su misión se presenta como el que ha
sido ungido por el Espíritu Santo: "El Espíritu del Señor esta sobre mi,
porque me ha ungido" (Lc 4,18, citando Is 61,1-2). Y san Pedro habla de
Jesús como aquel "a quien Dios ungió con Espíritu Santo y poder" (Ac
10,38). Así, en Jesús, la unción toma un sentido plenamente espiritual que se
traduce pronto, en la practica cristiana, en el gesto visible de ungir, sobre
todo con el santo Crisma, gesto que ayuda a los cristianos a tener presente
que ellos, como Cristo, son los "ungidos de Dios", los que han "recibido su
Espíritu".
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El santo Crisma
Las unciones que tienen una mayor significación litúrgica son las que se
hacen con el santo Crisma. El Crisma es una mezcla de aceite y perfume
consagrada por el obispo, con su presbiterio, en vísperas de las fiestas de
Pascua,
Con el Crisma son ungidas las personas o las cosas que, por medio de un
sacramento o de un sacramental, han quedado consagradas o dedicadas a
Dios. Con el Crisma es ungida la cabeza de un nuevo obispo, son ungidas las
manos de un nuevo presbítero, así como también es ungida la cabeza de
quien acaba de ser bautizado (excepto en el caso de que tenga que ser
confirmado inmediatamente) y es ungida la frente -con la señal de la cruz- del
que recibe el sacramento de la confirmación, para expresar que recibe el don
y el sello del Espíritu Santo. Igualmente, se ungen con el santo Crisma los
nuevos altares o los muros de una nueva iglesia cuando se realiza el rito de
dedicar un altar o una iglesia para uso exclusivo del culto divino.
El hecho de que el Crisma este perfumado ayuda a comprender que todo lo
que con el se ha ungido tiene que esparcir a su alrededor el buen olor de
Cristo.
El oleo de la alegría
Aunque en el uso litúrgico no haya ningún oleo que se llame oleo de la
alegría, si que debemos referirnos a dicha expresión cuando hablamos del
santo Crisma.
Recordemos que con el Crisma se unge todo lo que se consagra a Dios y,
sobre todo, cuando en la confirmación se nos unge con el la frente, quiere
decir que los cristianos somos ungidos con el Espíritu de Dios. Pues bien,
en la oración con la que se consagra el Crisma, haciendo memoria de una
referencia bíblica -del Salterio- donde se ve anunciado el sentido que
debería tener para nosotros el uso de ese santo oleo perfumado, se dice:
"Ya David, en los tiempos antiguos, previendo con espíritu profético los
sacramentos que tu amor instituiría en favor de los hombres, nos invitaba a
ungir nuestros rostros con oleo en señal de alegría" (cf. Sal 103,15).
El Espíritu Santo, de hecho, es la unción que nos llena de alegría el rostro,
porque cuando con su unción penetra en nosotros y nos impregna, nuestro
corazón se llena de la alegría verdadera, la que proviene de Cristo y de vivir
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en comunión con Cristo por la presencia del Espíritu como huésped de
nuestra alma.
El oleo de los catecúmenos
Para expresar que la fuerza y la protección de Dios estará siempre presente
en aquellos que, después de haber renacido en el bautismo, tendrán que
luchar el noble combate de la fe, es decir, que Dios ayudara a sus hijos a
mantenerse fieles a la gracia bautismal sin que hayan de temer las
tentaciones del Maligno, que les podrían hacer perder la pureza alcanzada en
el baño de la regeneración, los candidatos al bautismo -antes de recibir este
sacramento- son ungidos con el oleo que se llama de los catecúmenos.
El sentido de la unción con dicho oleo lo hallamos en la bendición que se
pide a Dios que descienda sobre el mismo. Dice: "Concede tu fortaleza a los
catecúmenos que han de ser ungidos con el, para que, al aumentar en ellos el
conocimiento de las realidades divinas y la valentía en el combate de la fe,
vivan mas hondamente el Evangelio de Cristo, emprendan animosos la tarea
cristiana y, admitidos entre tus hijos de adopción, gocen de la alegría de
sentirse renacidos y de formar parte de la Iglesia".
El oleo de los enfermos
El carácter medicinal del aceite hace que no sea extraño su uso en la
atención sacramental de la Iglesia hacia los enfermos. En el Evangelio de
Marcos leemos que los apóstoles "ungían con aceite a muchos enfermos y
los curaban" (Me 6,13). Y en la carta de Santiago hallamos este mandate:
"Si alguno de vosotros cae enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia
para que oren sobre el y lo unjan con oleo en nombre del Señor" (Sant 5,14).
Eso explica que el sacramento destinado a reconfortar a los que son
probados por la enfermedad, teniendo presente la unción que comporta, se
llame unción de los enfermos.
En la bendición de dicho oleo se ruega así: "Escucha con amor la oración de
nuestra fe y derrama desde el cielo tu Espíritu Santo Paráclito sobre este
oleo. Tu que has hecho que el leño verde del olivo produzca aceite
abundante para vigor de nuestro cuerpo, enriquece con tu bendición este
oleo para que cuantos sean ungidos con el sientan en cuerpo y alma tu
divina protección y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores".
La Concha Bautismal
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La concha bautismal es el cuenco, al que se ha aplicado un mango, que
se usa para administrar el bautismo por infusión.
La forma de concha de la parte cóncava recuerda el bautismo recibido en
las aguas vivas de un río, supuestamente con conchas en su orilla. Pero
esta es solo una manera artística de presentar la concha
bautismal. Un aspecto que nada quita ni añade al uso de este utensilio
cuya única característica básica es que con el se pueda derramar
abundantemente el agua sobre el que es bautizado.
El agua bautismal
El agua natural y limpia que llena la pila bautismal no parece que tenga
nada de particular: se trata de agua y nada mas.
Sin embargo, la oración que la Iglesia ha pronunciado sobre esa agua
hace que la contemplemos de un modo nuevo. Nos la hace contemplar
como una criatura de Dios, de la que el se servirá para llevar a cabo su
obra, como en otras ocasiones ya se sirvió del agua a lo largo de la historia
de la salvación. Por ejemplo, con el agua Dios purifico y regenero el mundo
en el momento del diluvio. A través del agua del mar Rojo, Dios libero de
la esclavitud de Egipto a su pueblo.
Y así como el Espíritu aleteaba sobre las aguas que cubrían la tierra en el
momento de la creación, para que las aguas tuviesen vida, la fe nos lleva
a contemplar también como el Espíritu aletea sobre las aguas bautismales
y desciende a las mismas, para que se conviertan en el seno materno y
fecundo de la Iglesia, en el que los hombres nacemos a la vida de los
hijos de Dios, la de los que formamos la nueva creación, la de los que
hemos renacido del agua y del Espíritu Santo.
Vestidos de blanco
Los bautizados llevamos un vestido propio: el de bautizados. Es muy singular.
El apóstol nos dice: "Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de
Cristo habéis sido revestidos" (Ga 3,26). Entramos en las fuentes
bautismales despojados del hombre viejo y salimos de las mismas vestidos
del hombre nuevo: de Cristo.
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Para que los bautizados nos percatemos de cual es el nuevo vestido que nos
cubre, se nos impone un vestido blanco. Este vestido, además de ser imagen
del que verdadera-mente nos cubre, nos hace tener presente que el vestido
blanco es, en la Biblia, el vestido sacerdotal. Y nosotros, en Cristo, hemos
entrado a formar parte de un pueblo sacerdotal (cf. 2Pe 2,9). El vestido
blanco es también el que lleva la multitud del cielo: la que, habiendo lavado
sus vestidos con la sangre del Cordero, entona ante el trono de Dios el nuevo
cantico de los redimidos (cf. Ap 7,9-10).
Por tanto, el vestido blanco de bautizados, que tenemos que saber guardar
inmaculado, nos hace tener presente la nueva vida a la que hemos nacido en
las aguas bautismales y nos recuerda que estamos llamados a vivir un día en
el cielo en la asamblea de los santos.
El Incensario
El incensario es un pequeño brasero con la cubierta agujereada
suspendido con cadenillas, que sirve para quemar incienso.
El incienso es una resina aromática que, al quemar, desprende un tenue
humo oloroso. Para que pueda quemar bien, esta resina tiene que haber
sido reducido a granitos antes de ser echado a las brasas contenidas en
el incensario.
A veces, con el incienso se mezclan otras sustancias aromáticas. Para hacer
que se vaya esparciendo el humo oloroso del incienso se va balanceando
armoniosamente el incensario de un lado para otro.
El uso del incienso se encuentra citado tanto en el Antiguo como en el
Nuevo Testamento. Del Antiguo podemos recordar el altar del incienso
situado ante el santuario donde estaba el área de la alianza: "Aarón quemará
en el incienso aromático; lo quemará todas las mañanas, al preparar las
lámparas, y lo quemará también, cuando al atardecer, alimente las
lámparas. Ofrecerán incienso continuamente ante Yahveh, de generación en
generación" (Ex 30,7-8; cf. Lc 1,9-11). Y también que, cuando se celebraba
el gran día de la Expiación, el gran sacerdote llenaba de incienso el interior
del santuario: "Tomará después un incensario lleno de brasas tomadas del
altar que esta ante Yahveh y dos puñados de incienso aromático en polvo y,
llevándolo detrás del velo, pondrá el incienso sobre el fuego, delante de
Yahveh, para que la nube del incienso envuelva el propiciatorio que está
encima del Testimonio" (Lv 16,12-13). El incienso es símbolo de la oración
de los fieles que se eleva hasta el cielo: "Suba mi oración como incienso en
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tu presencia" (Salmo 140,2). 0, como reza la visión del Apocalipsis: "Otro
Ángel vino y se puso junto al altar con un badil de oro. Se le dieron muchos
perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre
el altar de oro colocado delante del trono. Y por mano del Ángel subió
delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los
santos" (Ap 8,3-4).
La Iglesia usa el incienso como signo de adoración y de oración; también
para expresar veneración hacia todo lo referente a Dios: la cruz, el
altar, el libro de los Evangelios, las ofrendas puestas sobre el altar, el
sacerdote que preside la celebración, y los mismos fieles...; en las
exequias también son incensados los restos mortales de los bautizados,
para honrar el cuerpo que ha sido templo del Espíritu Santo.
El incensario también recibe el nombre de turibulo, que proviene del
latín "thus" (incienso). El ministro que lleva el incensario y lo presenta
a quien echa el incienso e inciensa, recibe el nombre de turiferario (el
que lleva el turibulo).
La Naveta
La naveta es el recipiente con el incienso que se usará en la celebración
litúrgica. Recibe el nombre de naveta debido a que, con frecuencia,
tiene la forma de pequeña nave. La naveta va acompañada usualmente de
una cucharilla que facilita como poner el incienso sobre las brasas que
contiene el pequeño brasero del incensario.
El Aspersorio
Cuando los fieles han de ser aspergidos con agua bendita, o se tiene que
asperger algo o algún lugar, se usa un acetre, de fácil transporte, que
contiene agua para la aspersión. Habitualmente, estos pequeños calderos,
con una asa a manera de cubos, son de metal.
El aspersorio, propiamente, es el instrumento que se usa para asperger.
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Se trata de un cuerpo esférico, vacío, con orificios, fijado al extremo de
un mango. En la esfera se coloca una esponja, que ayuda a retener el
agua y a poder ser aspergida sin que gotee por el mango.
El aspersorio también recibe el nombre de hisopo. Se debe al hecho de
que también se usaba, en vez del utensilio acabado de describir, un
ramito de hojas de la planta del hisopo, una pequeña planta aromática
que crece en los secos prados de montana y que se presta a ser apta
para la aspersión.
Cabe añadir un pequeño detalle, y es que durante mucho tiempo, se tuvo
la costumbre, hoy casi perdida, de mezclar sal bendecida en el agua que
se iba a bendecir para hacer la aspersión.
El agua bendita
Por una antigua costumbre, la Iglesia se sirve del agua, sobre la que ha
sido invocada la bendición de Dios, para bendecir a los fieles. Con el agua
bendita se nos quiere recordar que es Cristo quien nos da ese agua que se
convierte dentro de nosotros en un "manantial del que surge la vida
eterna" (Jn 4,14).
El agua bendita nos trae a la memoria el agua bautismal, el agua
santificada con la que fuimos purificados del pecado. Por ello, el agua se
bendice y se asperja sobre los fieles en el momento del acto penitencial de
la misa del domingo. El agua bendita, por otro lado, nos hace tener
presente el sacramento que nos hizo entrar en la Iglesia. Por eso hay pilas
con agua bendita en la entrada de las iglesias: para que la tomemos con la
punta de los dedos y, santiguándonos, recordemos el sacramento que nos
hizo hijos de la Iglesia.
Es costumbre que, cuando son varios los que entran en la iglesia, el
primero ofrezca agua bendita a los demás, diciendo: "Aquí tienes agua
bendecida". Y los que la reci-ben responden: "Que sea para nosotros
salvación y vida".
Los Candeleros
Los candeleros son aquellos utensilios que sirven para mantener derecha
una vela o una candela, y consisten en un cilindro hueco unido a un pie
por una barreta o columnilla.
Los candeleros que tienen varios brazos o ramas se llaman candelabro
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Habitualmente los altares preparados para la celebración de la Eucaristía
se ornamentan con candeleros que sostienen cirios encendidos.
Actualmente, no esta determinado el numero de candeleros que se debe
disponer para la Misa. Es importante tener presente lo que el Misal nos
dice sobre el lugar que deben ocupar los candeleros: "Los candeleros, que
en cada acción litúrgica se requieren como expresión de veneración o de
celebración festiva, colóquense en la forma mas conveniente, o sobre el
altar o alrededor de él, o cerca del mismo, teniendo en cuenta la
estructura del altar y del presbiterio, de modo que el todo forme una
armónica unidad y no impida a los fieles ver fácilmente lo que sobre el
altar se hace o se coloca".
Hay un candelero insigne, el candelero del cirio pascual. Acostumbra a
ser de unas dimensiones bastante notables y en la fiesta de Pascua
aparece dignamente decorado. Durante el tiempo pascual sostiene el
cirio pascual cerca del ambón.
Los candeleros largos, de manera que puedan ser llevados en procesión,
encabezándola o al lado de la cruz procesional, reciben el nombre de
ciriales.
Los ministros que llevan los ciriales reciben el nombre de ceroferarios
(que significa "los que llevan los cirios").
Los cirios
Una columna de cera con una mecha que facilita su combustión: eso es un
cirio. En si mismo es un objeto funcional. Sirve para dar luz. Para iluminar
una habitación o para ayudar a abrirnos paso en la oscuridad.
Pero su uso en la liturgia o en la piedad de los fieles adquiere otra
dimensión. Si nos fijamos en un cirio encendido, nos damos cuenta de
una particularidad significativa. Para que un cirio de luz, su cera tiene que
irse consumiendo. Si la cera no se va fundiendo, el cirio no ilumina. O bien,
a la inversa: es fundiéndose, gastándose, como el cirio se convierte en luz.
De ahí se desprende una consecuencia ascética: como el cirio, también
nuestra vida tiene que irse gastando iluminando a los demás, siendo útil a
los demás. Por eso, en el culto, no dejamos de usar cirios, aunque se cuente
con otros tipos de iluminación.
En los cirios nos vemos reflejados a nosotros mismos. Como cuando
ponemos un cirio (o una lámpara), con carácter votivo, ante la imagen de
un santo: expresa, mientras se va quemando, el testimonio de nuestras
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súplicas al santo.
El cirio pascual
De todos los cirios, hay uno que tiene nombre. Es el cirio que encendemos
al empezar la Vigilia pascual. Es un cirio singular por su ornamentación:
nos recuerda la eternidad de Cristo, también su gloriosa Pasión y, al mismo
tiempo, su presencia constante en nuestra historia, la que nosotros
vivimos: lleva escrita, bien visible, la cifra del ano de la Pascua en que el
cirio se enciende.
Es el cirio que nos hace presente que "la luz de Cristo, que resucita
glorioso, disipa las tinieblas del corazón y del espíritu". La luz de este cirio
-como la luz de Cristo- nos introduce, en la noche santa de Pascua, hacia
el interior de la iglesia y nos lleva a escuchar abundantemente las
Sagradas Escrituras y, sobre todo, a participar, iluminados por la fe, de los
sacramentos por los que la Iglesia maravillosamente renace y se alimenta.
Al inicio de la misa de la Vigilia Pascual, se enciende y bendice un
"fuego nuevo". El cirio Pascual se enciende representando a Cristo
resucitado como un símbolo de luz (vida) que disipa la oscuridad
(muerte). El sacerdote dice: "La luz de Cristo, levantado en gloria, disipe
la oscuridad de nuestros corazones y nuestras mentes.
Es el cirio que iluminara todas las acciones litúrgicas del tiempo de
Pascua. Es el cirio que nos hará levantar los ojos hacia la luz de Cristo en
todos los bautismos y en todas las exequias a lo largo del ano. Es el cirio
pascual.
El cirio bautismal
El evangelio de la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,1-41), que los
catecúmenos escuchan en su preparación bautismal, les anuncia que, al
recibir el bautismo, Jesús les abrirá los ojos a la luz de la fe. Aprenden así
que el bautismo es una iluminación, la que hará resplandecer en ellos la
luz verdadera, la de Cristo. Es Cristo quien dijo: "Yo soy la luz del mundo. El
que me siga no caminara a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn
8,12).
Eso se recuerda, después del bautismo, dando a los bautizados un cirio
encendido. Para decirles que tengan presente que se han hecho luz en
Cristo y, con el, tienen que ser "la luz del mundo" (Mt 5,14), para que viendo
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sus buenas obras, la gente glorifique al Padre del cielo. Para decirles,
también, que el cristiano no puede olvidar nunca que la luz de la fe,
recibida en el bautismo, es la que tiene que mantener siempre encendida
(cf. Lc 12,35) para poder avanzar con seguridad hacia su encuentro
definitivo con el Señor.
Por todo lo que significa, esta bien conservar como un bien propio el cirio
bautismal.
Los Relicarios
Los relicarios son las cajas o estuches donde se conservan las reliquias, es
decir los restos venerables de un santo.
Muchas veces los relicarios toman la forma de una pequeña custodia en
el centro de la cual se encuentra la reliquia del santo detrás de una
protección de cristal para que, presentada a si', pueda ser fácilmente
objeto de la veneración de los fieles.
Cuando se dispone de reliquias llamadas insignes, es decir de una parte
entera e importante del cuerpo, como puede ser la cabeza o un brazo, los
relicarios toman formas especiales o forma de cofrecillo, con una parte que
puede ir descubierta para su veneración.
Cuando se tiene que dedicar un altar al Señor y se dispone de reliquias
insignes, sobre todo si son de mártires, estas reliquias se colocan dentro
de un pequeño cofre bajo la mesa del altar (nunca encima del altar o
dentro de la mesa), para expresar que el sacrificio de los miembros
proviene del sacrificio de quien es su Cabeza.
Los relicarios en forma de caja o de cofrecillo, como los que se colocan
bajo la mesa del altar, reciben el nombre de lipsanotecas. La caja
donde se conserva la reliquia o las reliquias de un santo puede también
recibir el nombre de teca (del griego theke, que quiere decir armario o caja).
Las cajitas de forma redonda, cuadrangular o de cruz, que contenían
reliquias y que era costumbre llevar colgadas del pecho con una cadena,
recibían el nombre de encolpión.
Las Campanas
Las campanas son definidas como "instrumento metálico, generalmente
en forma de copa invertida, que suena al ser golpeado por un badajo o por
un martillo exterior".
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Mas allá de su definición, cabe ser sensibles al sentido que la Iglesia da a su
uso. Lo encontramos muy bien explicado en el Bendicional. Nos dice: "Existe
la antigua costumbre de convocar al pueblo cristiano para la asamblea
litúrgica y advertirle de los principales acontecimientos de la comunidad local
por medio de algún signo o sonido. Tal es la misión específica de las
campanas. En efecto, el tañer de la campana es, de alguna manera, la
expresión de los sentimientos del pueblo de Dios, cuando este pueblo exulta o
llora, da gracias o suplica, se congrega y pone de manifiesto el misterio de su
unidad en Cristo".
Esto se hace patente en la bendición de una campana mediante esta
suplica: "Bendice, Señor, esta nueva campana y haz que todos tus hijos,
al oír su voz, eleven a ti sus corazones y, compartiendo las alegrías y las
penas de los hermanos, vayan con prontitud a la iglesia, donde sientan a
Cristo presente, escuchen tu palabra y te expongan sus deseos".
Esta es la función de las campanas desde los campanarios de nuestras
iglesias y a través de los diversos toques con que se hacen audibles a
los fieles.
Este mismo instrumento se presenta disponible en forma reducida. Lo
llamamos campanilla: campana pequeña, especialmente la manual,
provista de un mango para que pueda usarse cómodamente. Se usa o
usaba en el interior de la iglesia para indicar, de manera particular, el
momento de la consagración.
En el interior de muchas iglesias existe lo que llamamos carillón: un
juego de campanillas afinadas con diferentes notas y colocadas en un
círculo que, al hacerlo girar, produce un armonioso toque de campanas.
El carillón se usa en ocasiones solemnes de la vida de la asamblea.
Aunque no se trate de una campana, también debemos mencionar la
matraca: instrumento compuesto de dos o mas maderas articuladas
que, puesto en movimiento, suena de manera seca y repetida. Se usaba los
días de semana santa en los que, a causa de su austeridad, se evitaba el
sonido festivo de las campanas.
El Anillo Episcopal
El anillo episcopal quiere expresar la fidelidad del obispo hacia la
esposa de Dios, la Iglesia. Además de ser un anillo muy visible, y hoy en
día decorado con una cruz o un signo cristiano, no tiene características
especiales.
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El obispo recibe la imposición del anillo episcopal con estas
palabras: "Recibe este anillo, signo de fidelidad, y, adornado con una
fe íntegra, guarda la esposa de Dios, la Iglesia santa, con conciencia
pura".
El anillo episcopal propio del Papa se llama anillo del pescador.
Originariamente era el anillo con que los sucesores de Pedro en la Iglesia
de Roma imprimían su sello en los documentos que firmaban.
Báculo
El báculo es una insignia episcopal. Consiste en un bastón largo,
ricamente elaborado, de la altura de un hombre, con un cayado en la
parte superior. Mediante el báculo se subraya el encargo de regir la
Iglesia que es confiada al obispo.
El báculo se entrega al nuevo obispo con estas palabras: "Recibe el
báculo, signo del ministerio pastoral, y cuida de todo el rebano que el
Espíritu Santo te ha encargado guardar, como pastor de la Iglesia de
Dios".
El Santo Padre, en las celebraciones litúrgicas, no se sirve de báculo porque
cuando su uso se generalizó los Papas ya tenían su propia insignia: la
férula, un bastón que, en su parte superior estaba rematado con una cruz,
llamada también Tau. En nuestros tiempos, Pablo VI rehabilitó la férula para
uso litúrgico. Desde entonces, durante las celebraciones litúrgicas, los
Papas usan un báculo pastoral en forma de cruz, que recuerda la antigua
férula.
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Imponer las manos
El gesto litúrgico de imponer las manos ya lo hallamos en la tradición bíblica.
En el Antiguo Testamento es, básicamente, un gesto de bendición (Gn 48,1415) o de transmisión de un poder (Nm 8,10-11). En el Nuevo Testamento lo
encontramos, también, para bendecir (Jesús bendiciendo a los niños, Me
10,16), para curar a los enfermos (Me 6,5) o para conferir un ministerio
eclesial (2Tm 1,6).
En nuestra liturgia, se imponen las manos sobre los catecúmenos, cuando se
pide que Dios los acoja como hijos o cuando se les bendice; en la
confirmación, el gesto de imponer las manos antes de la crismación
recuerda que este fue el primer gesto para expresar la donación del Espíritu;
en la plegaria eucarística, cuando se invoca el Espíritu Santo para que
transforme el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor; es el gesto
para conferir la gracia del sacramento del orden; las manos se imponen
también sobre el penitente, al absolverlo, o sobre el enfermo antes de
ungirlo. Recordemos, también, que cuando se bendice solemnemente al
pueblo de Dios se hace con las manos extendidas sobre los fieles.
La ceniza
Un día al año la ceniza adquiere protagonismo litúrgico: cuando empieza la
Cuaresma, el miércoles de ceniza. La ceniza nos hace pensar en la caducidad
de las cosas, en ese polvo en que se vuelve todo lo que en este mundo tiene
final.
Pero, mas allá de este sentido, el de la limitación humana, a nosotros, los
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cristianos, la ceniza nos recuerda que "el Señor Dios formo al hombre del polvo
de la tierra" (Gn 2,7).
La ceniza nos recuerda nuestro origen: salimos del polvo, pero, sobre todo,
de la obra admirable de las manos del Creador. Por eso, cuando se nos
llama a la conversión, a arrepentirnos de habernos apartado de Dios, y se nos
pide que volvamos a poner en el nuestro corazón, nos cubrimos de ceniza la
cabeza. Lo hacemos en señal de arrepentimiento, conversión y penitencia.
Expresamos, así, que somos criaturas en manos del Creador. Expresamos
también la seguridad de vivir confiando que "como un padre siente ternura
por sus hijos, así siente el Señor ternura por sus fieles; el sabe de que
estamos hechos, se acuerda de que somos polvo" (Sal 102, 13-14).
El ayuno
Ayunar es privarse de comer. En la práctica mas habitual quiere decir hacer
una sola comida al día. Sin embargo, no se considera faltar al ayuno tomar
un alimento ligero en los otros dos mementos del día en que solemos comer.
Para el cristiano, el ayuno es una práctica ascética. El esfuerzo y la
mortificación que supone el ayuno es un modo de unirnos a los sufrimientos
redentores de Cristo. Es una de las practicas que nos ayudan a vivir en
comunión con Cristo. En Cuaresma ayunamos siguiendo el ejemplo de
Cristo que, en el desierto, ayuno cuarenta dias y cuarenta noches (cf. Mt 4,1).
El ayuno cristiano también tiene una dimensión de practica de la caridad
fraterna. El ahorro que es fruto de la austeridad de nuestra comida lo
destinamos a ayudar a los hermanos. Es lo que nos dice Isaías cuando habla
del ayuno que quiere el Señor: "Que compartas tu pan con el hambriento" (Is
58,7). También esta el ayuno que precede a la recepción de la Eucaristía, el
que nos hace ansiar el verdadero alimento. Es el ayuno que solo se rompe
recibiendo el alimento del Cuerpo de Cristo.
La abstinencia
Hacer abstinencia quiere decir privarse de algo. Generalmente, cuando
hablamos de abstinencia, nos referimos al hecho de evitar el uso de
algunos o de determinados alimentos. De modo mas concreto,
entendemos que nos abstenemos de comer carne.
La práctica de la abstinencia va unida a la actitud penitencial y de
conversión. Absteniéndonos de ciertos alimentos, practicando la austeridad
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y la moderación en el comer, dominando nuestro gusto, privándolo de lo que
le gustaría al gozar de ello lícitamente, expresamos nuestra voluntad de
poner a prueba nuestro espíritu: de purificarlo para que nuestro corazón y
nuestros pensamientos se vayan afinando hasta armonizar con la voluntad
de Dios.
La practica eclesial que se mantiene, la de hacer que en determinados días
todo el pueblo cristiano se abstenga de comer carne, añade a la ascética
individual el valor social y comunitario de la abstinencia: nos hace caer en la
cuenta de que, a través de la unidad y comunión de una misma practica en
unos mismos días, es toda la comunidad eclesial la que esta llamada a hacer
penitencia.
La limosna
La limosna -nos dice el diccionario- es "lo que se da por amor de Dios para
socorrer una necesidad". La práctica de la limosna, en la vida de la Iglesia, la
hallamos como una realidad viva desde sus primeros tiempos. Los Hechos de
los Apóstoles nos presentan aquellos cristianos que tenían "un solo corazón
y una sola alma", ponían lo que poseían "al servicio de todos", lo
depositaban a los pies de los apóstoles para que fuera "repartido a cada un
según su necesidad" (Ac 4,32-35).
La limosna tiene una dimensión muy especifica de caridad fraterna: nos la
hace concretar con dinero, con tiempo, con compañía, compartiendo con los
demás lo que sea necesario. Al lado de ese tono fraterno, puede tener
también un acento penitencial: aquello de que nos privamos, para
mortificarnos, no lo convertimos en ahorro sino que lo destinamos al bien de
los hermanos.
La limosna, sobre todo, mas que propiciar que demos a los demás lo que
por justicia les corresponde, nos hace generosos con ellos: es fruto del amor
y de la misericordia con que, en la Iglesia, nos tenemos que tratar todos
mutuamente.
Orar de pie
La position del cristiano, cuando ora, sobre todo comunitariamente pero
también de modo personal, es la de permanecer de pie. Es así como ya oraba
el antiguo pueblo de Israel. Cuando nos encontramos ante alguien superior
a nosotros, no se nos ocurre permanecer sentados, sino que nos ponemos
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de pie, nos mantenemos levantados para manifestar nuestra actitud de
respeto. Así lo hacemos también cuando nos hallamos ante la presencia de
Dios para dirigirle nuestra oración.
El hecho de estar de pie, por otro lado, con el cansancio que puede
comportar, nos obliga a permanecer mas atentos que si estuviésemos
cómodamente sentados. Mas aun, después de la victoria pascual de Cristo,
estar de pie expresa la dignidad de los redimidos, de los hijos que, con
respeto y confianza, oran al Padre.
Estar de pie ante Dios es signo, también, de los tiempos futuros: de quienes
permanecen en pie ante el Hijo del hombre, porque, al ser justos, no tienen
que temer su justicia (cf. Ml 3,2). De pie están también los que forman parte
de la multitud de los salvados y en el Reino eterno cantan las alabanzas al
Cordero (cf. Ap 7,9).
Levantar las manos
Si es característico del cristiano el estar de pie para orar, también lo es
acompañar dicha posición con el gesto de levantar las manos. Es la posición
llamada del orante, que a menudo hallamos en pinturas de los primeros
tiempos del cristianismo. Es la posición con la que se expresa, también en
nuestros días, el presidente de una celebración litúrgica en el momento de la
oración que hace en nombre de la asamblea reunida.
Levantar las manos hacia el cielo da impulso a nuestro cuerpo para sentirse
elevado siguiendo la actitud que tal gesto propicia y con el que queremos
expresar hacia donde dirigimos la oración y elevamos el alma. Es un gesto
que hace que cuerpo y alma estén en sintonía en el momento de la oración,
en el momento de expresar la confianza que, como criaturas, tenemos
puesta en el Creador que ha hecho cielo y tierra.
Recordemos, también, que levantar las manos es sinónimo de orar. San
Pablo nos dice: "Deseo que los hombres oren en todo lugar, levantando las
manos limpias de ira y altercados" (ITm 2,8).
Alzar los ojos
Cuando oramos, ^hacia donde dirigimos la mirada? El salmo nos responde:
"A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo. Como están los ojos de los
esclavos fijos en las manos de sus señores, como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor, Dios
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nuestro" (Sal 122,1-2). Así expresamos nuestra familiaridad con el Señor, ya
que le dirigimos la mirada sin temor alguno, al mismo tiempo que expresamos que nuestra actitud es la de estar prontos para escucharle y para
cumplir su voluntad.
Recordemos, también, que el Evangelio nos hace advertir varias veces que,
cuando Jesús dirigía suplicas al Padre, lo hacia "alzando los ojos al cielo".
El tener los ojos ele-vados hacia el cielo quiere que tengamos presente que,
en el momento de orar, mantenemos elevados hacia Dios los ojos de nuestra
fe, los ojos de la mirada interior de nuestro corazón.
Elevar los ojos al cielo para orar evoca el gesto espiritual de elevar a Dios
nuestra alma, para vivir siempre con "los ojos puestos en el Señor" (Sal
24,15).
De pie
Estamos de pie o nos levantamos para orar. Es un modo de hacer muy
cristiano. Pero también hay que tener presente que hay otro momento de la
celebración litúrgica en el que también estamos de pie. Es en el momento de
escuchar el Evangelio. Nos podria parecer que, como se trata de una lectura,
deberíamos escucharla sentados. Pero toda la tradición litúrgica nos lleva a
escuchar de pie el Evangelio.
Ya nos levantamos cuando se entona el Aleluya y nos disponemos a
escuchar al mismo Cristo que, por medio del Evangelio, sigue hablando a
quienes en su nombre se hallan reunidos formando Iglesia. Por respeto a
Cristo, escuchamos de pie el Evangelio. Estamos en pie para escuchar el
Evangelio, como el siervo atento a escuchar la palabra de su amo, que
manifiesta la disponibilidad de ponerla en seguida en practica.
De pie respondemos con fe a la proclamación del Evangelio, acogiendo en
nuestros corazones su anuncio y suplicando que el mismo Evangelio
purifique nuestras vidas, para hacerlas dignas y bien dispuestas para la
edificación del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
Sentados
Recordemos que estar de pie, con la tensión que pueda comportar para que
nuestro cuerpo se mantenga erecto, es expresión de una actitud
personalmente activa: es reflejo, por parte de quien esta de pie, de su
esfuerzo de atención y de su voluntad para dar una respuesta a quien se la
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pida. Ahora bien, si estamos sentados la situación es distinta: manifestamos
que nos mueven unas actitudes complementarias a las citadas.
Cuando nos sentamos, nuestro cuerpo no esta sometido a particulares
tensiones para sostenerse. Nuestro cuerpo, cuando estamos sentados, se
halla mas bien en una situación reposada, tranquila. Eso lo hace mas
receptivo, mas dispuesto a afinar el oído, mas pronto para escuchar. Es la
postura habitual del discípulo ante el maestro. Por eso nos sentamos para
escuchar las lecturas de la Sagrada Escritura, atentos a lo que Dios nos esta
diciendo.
En el Evangelio hallamos un ejemplo claro de la actitud que debe acompañar
dicha position: "María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra"
(Lc 10,39). Tengámoslo presente y hagámoslo así.
De rodillas
Cuando nos arrodillamos, es decir, cuando mantenemos erecto nuestro
cuerpo con las dos rodillas puestas en el suelo, es como si nos
empequeñeciéramos ante aquel ante quien nos presentamos así. Es un gesto
de humildad y, por ende, un gesto unido a la actitud penitencial de petición y
de perdón.
Por otro lado, en el contexto religioso, el estar de rodillas nos lleva a
reconocernos como criaturas ante el Creador; mas en concrete, nos lleva a
reconocer la divinidad ante quien nos arrodillamos. Por ello, cuando oramos
de rodillas expresamos nuestra actitud de adoración ante Dios. Es de
rodillas, reconociendo su divinidad, como la gente se ponía ante Jesús para
que curara a alguno de los suyos (por ej. Mt 7,14). En las acciones
litúrgicas, la postura de arrodillados esta particularmente indicada para el
momento de la consagración o bien para los momentos de oración intensa
previos a la reserva solemne del Santísimo Sacramento, así como cuando se
recibe la bendición con el Santísimo.
En la oración personal expresa que quien ora lo hace desde su mas humilde
reverencia a Dios.
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Postrados
Los diccionarios nos dicen que postrarse significa: "Arrodillarse o ponerse a
los pies de alguien, humillándose o en serial de respeto, veneración o ruego".
Según esta definición, no habría diferencia entre estar postrado o de rodillas.
En el contexto litúrgico, de hecho, postrarse indica un gesto diferente del de
estar de rodillas. Cuando hablamos de postrarse no nos referimos solo a
estar con las rodillas dobladas sino a permanecer tendido en el suelo con
el rostro hacia abajo.
El sentido de tal gesto es acentuar, llevar hasta el extremo y muy
significativamente, las actitudes propias del estar de rodillas. Se subraya
la humillación de quien ora y la adoración y la dependencia de Dios.
Se postran ante Dios, mientras los fieles oran con la letanía de los santos,
los que van a recibir el sacramento del orden, los que tienen que recibir la
bendición abacial y los que se disponen a hacer la profesión perpetua propia
de la vida religiosa. También, el Viernes Santo, empieza con la postración de
quien preside, la liturgia en memoria de la Pasión del Señor.
Genuflexión
La genuflexión es la acción de doblar la rodilla en serial de reverencia, de
adoración o de sumisión. Habitualmente se hace doblando la rodilla derecha
hasta el suelo, al tiempo que el cuerpo se mantiene erecto. La genuflexión
no supone un gesto mantenido durante un rato, sino que comporta
únicamente el tiempo que dura el hacer tocar el suelo la rodilla derecha y
volver a poner el cuerpo en la postura inicial.
Es la manera de expresar con un breve gesto lo que expresamos de forma
continuada estando de rodillas. Es un gesto que, tanto en las acciones
litúrgicas como en lo que se refiere a las costumbres cristianas, se reserva a
la veneración o adoración del Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
Por eso se hace genuflexión al llegar o salir de una capilla o de un lugar en el
que se de la presencia del Señor en el Sacramento eucarístico. También se
hace genuflexión ante el sagrario que guarda la Eucaristía cuando, para ir de
un lugar a otro, hay que pasar delante del mismo. Dado el sentido sagrado
que tiene la cruz mostrada a la adoración de los fieles el Viernes Santo, ese
día se hace genuflexión al crucifijo.
Inclinación
Hacer inclinación es el gesto con el que manifestamos la reverencia y el
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honor que tributamos a las personas o a sus signos. Por ello, a menudo, la
expresión hacer reverencia tiene el mismo sentido.
La inclinación se puede hacer bajando solo la cabeza. Entonces se la llama
inclinación de cabeza. Es la que se hace cuando se nombran juntas las
tres divinas Personas y cuando se pronuncia el nombre de Jesús, de la
Virgen María y del santo del que se hace memoria en una celebración
litúrgica.
La inclinación se llama de cuerpo o profunda cuando se hace a partir de la
cintura. Es la inclinación que se hace al altar; es la que hace el sacerdote al
decir determinadas oraciones con las que personalmente se prepara, por
ejemplo, para leer el Evangelio o para empezar la plegaria eucarística.
También con una inclinación profunda el diacono pide la bendición para
proclamar el Evangelio. Igualmente, cuando se recita el Credo, se hace dicha
inclinación a las palabras: "Y, por obra del Espíritu Santo, se encarno de la
Virgen María". Son gestos tan sencillos como impregnados de sentido
religioso.
Las manos juntas
Sin ser estrictamente litúrgico, estar con las manos juntas es un gesto muy
vinculado a la oración; también se considera propio de quienes están al
servicio del altar. Cuando nos referimos al gesto de estar con las manos
juntas que-remos decir esto: unir, a la altura del pecho, las palmas de las
manos, manteniendo igualmente unidos los dedos de ambas manos, de modo
que sus puntas orienten las manos como si mirasen hacia arriba.
Es una postura que, como comporta que los brazos encierren en si mismo a
quien se pone con las manos juntas, facilita la actitud de interiorización:
subraya la intimidad de la oración, aunque se este orando comunitariamente.
Es el gesto con el que quien preside una celebración acom-pana su plegaria,
cuando no se le indica que lo haga con las manos extendidas.
Quienes sirven al altar lo hacen habitualmente con las manos juntas: es el
modo de expresar el recogimiento con que realizan su servicio litúrgico.
Muy parecido a ese gesto es el de estar con las manos juntas pero con los
dedos cruzados.
Golpes de pecho
Darse "golpes de pecho" es un gesto que hallamos entre aquellos con los
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que el pecador exterioriza su actitud de reconocimiento de su pecado, de
aceptación de su culpa, así como de su voluntad de conversión y
arrepentimiento.
Es un gesto que encontramos ya en dicho sentido penitencial en Isaías
cuando llama al arrepentimiento (cf. Is 32,12). Es el gesto que acompaña la
súplica humilde del publicano que se sabe pecador y necesitado de la ayuda
divina: "El publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni siquiera a
levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Dios mío,
ten compasión de mi, que soy un pecador" (Lc 18,13). También es el gesto de
arrepentimiento de los que han contemplado en el Calvario la muerte de
Cristo: "Y toda la gente que había acudido al espectáculo, al ver lo sucedido,
volvía golpeándose el pecho" (Lc 23,48).
Nosotros hacemos actualmente este gesto para expresar nuestro
arrepentimiento y el reconocimiento personal de nuestra culpa, cuando
decimos que "he pecado por mi culpa" al recitar el "Yo confieso" como acto
penitencial.
Besar las cosas santas
Besar es un gesto muy cotidiano. Es un gesto habitual para manifestar
nuestro afecto o nuestra familiaridad para con alguien. En ocasiones
expresa, igualmente, el respeto que tributamos a una persona o a una cosa.
El mismo gesto lo hallamos también en el ámbito religioso o en el contexto
litúrgico.
Como muestra de aprecio y de veneración, los ministros besan el altar al
empezar una acción litúrgica: besar el altar es besar al mismo Cristo.
Después de leer el Evangelio, se besa el texto que se ha leído. Dicho beso
va acompañado de la expresión: "Que las palabras del Evangelio borren
nuestros pecados". Los fieles besamos también las reliquias de los
santos para expresar nuestro afecto hacia el santo cuya intercesión
esperamos. En el mismo sentido, besamos las imágenes de los santos y,
sobre todo, la imagen del Crucificado. Con ese beso expresamos la
comunión de sentimientos que queremos tener con Cristo o con sus santos.
Cuando besamos una cosa santa, este gesto nuestro tan familiar se
transforma, de hecho, en un gesto sagrado.
48
El beso de paz
En determinados momentos de la celebración litúrgica expresamos la
comunión fraterna, o la comunión con el ministro que nos acaba de dar la
gracia de un sacramento, por medio del beso que recibe el nombre ritual de
beso u ósculo de paz. Así se llama desde la antigüedad, aunque también se
podría denominar gesto de paz o abrazo de paz.
Como gesto para expresar la comunión fraterna, lo hallamos muy
significativamente en el contexto de los ritos que nos preparan para recibir
la comunión con el cuerpo de Cristo. Quienes hemos pedido a Cristo la paz
que solo el nos puede dar, la paz de Dios, nos expresamos, con un sencillo
gesto de paz, la comunión fraterna que nos hace pregustar nuestra unión con
Cristo al comulgar con la Eucaristía.
En otro contexto, el obispo se acerca con ese gesto, como signo de
comunión eclesial, a saludar a los que de el han recibido la Confirmación o el
sacramento del Orden. Igualmente, los que han sido ordenados reciben el
beso de paz, como signo de acogimiento fraternal, de quienes ya tenían el
mismo grado del Orden que les ha sido conferido a ellos.
La unidad en el gesto
Después de haber hablado de los gestos corporales con los que expresamos
nuestras actitudes espirituales a lo largo de la celebración litúrgica, no
podemos dejar de mencionar una característica común que hay que añadir al
significado particular de tales gestos. Cuando todos los fieles al mismo
tiempo nos expresamos con un gesto idéntico, no lo hacemos para que el
conjunto resulte mas estético o por un anhelo de acentuado de
uniformismo.
Si se pide a los fieles que, en cada momento de la celebración, todos
mantengan la misma postura corporal, no se hace por los citados motivos,
sino porque, tal como dice el Misal: "La actitud uniforme del cuerpo,
observada por todos los que participan en la celebración, es un signo de
comunidad y de unidad de la reunión; manifiesta y al mismo tiempo
fomenta la unanimidad de pensamiento y de espíritu de los participantes".
Es importante recordar siempre que esa perspectiva de comunión es la
que da sentido a nuestra unidad de gesto en la liturgia y hay que procurar,
en toda ocasión, que marque el criterio de nuestro comportamiento.
49
Las imágenes sagradas
Por una tradición muy antigua de la Iglesia, es costumbre que se expongan a
la veneración de los fieles imágenes de Cristo, de la Virgen María, de los
ángeles o de los santos. Ello no supone dar culto a imágenes hechas por
manos de hombres, contraviniendo el primer mandamiento. Como dice san
Basilio, "el honor que tributamos a una imagen se refiere al modelo
original"; o, como dijo el concilio de Nicea: "quien venera una imagen, venera
a la persona que representa". Es una veneración respetuosa la que tributamos a las sagradas imágenes, muy distinta de la adoración que solo se debe
dar a Dios.
Las imágenes sagradas nos recuerdan que no tenemos que olvidar nunca a
los que para nosotros son modelos concretos de santidad. Son imágenes que
nos ayudan a pedir la intercesión celestial de los santos.
Por ello esta bien que dichas imágenes estén presentes no solo en las
iglesias sino también en los hogares cristianos, en el seno de las familias que
quieren reflejar su vida en los modelos de santidad que les pueden ser mas
próximos y por los que sienten una particular devoción.
Ir en procesión
Ir en procesión es un acto litúrgico. Es la acción de una comunidad de fieles,
presidida por su pastor, acercándose ordenadamente hacia un lugar
sagrado (o dirigiéndose desde un lugar sagrado a otro), al mismo tiempo que
entona canticos de alabanza, de aclamación o de tono penitencial, o bien
acompaña su ir avanzando, como pueblo de Dios, con oraciones y súplicas.
Las procesiones nos recuerdan y nos hacen vivir de un modo sensible que
somos peregrines en este mundo y que toda la vida cristiana es una
peregrinación hacia la tierra prometida de la eternidad. Las procesiones nos
recuerdan también que el camino durante nuestro éxodo por este mundo
no lo hacemos cada cual en solitario, sino que avanzamos como pueblo
que Dios mismo ha reunido, y que el guía hasta hacerlo entrar en su lugar de
reposo.
Yendo en procesión, los fieles se sienten hermanados por los canticos y las
plegarias. Así, las procesiones despiertan la devoción de los fieles y los
mueven a recordar los beneficios de Dios, a darle gracias y a implorar su
auxilio.
50
Procesiones mas habituales
Las procesiones mas habituales, llamadas también ordinarias, son las que
tienen lugar en días fijos a lo largo del ano según las normas de los libros
litúrgicos o la costumbre de las Iglesias.
Todos podemos recordar que las principales de dichas procesiones son: la de
la fiesta de la Presentación del Señor, el día que empezamos la Misa con
candelas encendidas en las manos y caminamos hacia el encuentro con el
Señor proclamando que el es la luz que se revela a las naciones; la
procesión del Domingo de Ramos, el día que avanzamos confesando
nuestra fe en Cristo, mientras imitamos al pueblo que aclamaba a Jesús
como Mesías al entrar en su ciudad; la procesión de la Vigilia pascual, que
nos hace entrar en la iglesia precedidos por la luz de Cristo, que por la fe
veremos en todo su esplendor al conmemorar su resurrección; y también
la procesión con el Santísimo Sacramento, la que tiene lugar después de la
Misa en la solemnidad del Corpus Christi, en la que damos público
testimonio de nuestra fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía.
Procesiones singulares
Junto a las procesiones mas habituales, unidas a determinadas
celebraciones litúrgicas, están las procesiones con carácter singular, las
extraordinarias: son las convocadas por los pastores de la Iglesia en casos
particulares o por motivos concretes.
Se suelen llevar a cabo cuando lo demanda alguna necesidad pública. Con
ellas se acentúan las actitudes de acción de gracias o las penitenciales que
los fieles deben expresar de modo comunitario. Las alabanzas o las súplicas
se concretan, por medio de ellas, en las formas rituales de un pueblo que
avanza orando. Son, también, las procesiones que acompañan el traslado o
la recepción de las reliquias insignes de un santo o aquellas con las que se
quiere prestar especial veneración a una imagen sagrada.
Hay que tener en cuenta que, dado el estilo de vida de nuestra sociedad y el
bullicio de nuestras calles, dichas procesiones han ido perdiendo la
presencia que habían tenido en nuestros pueblos y ciudades y casi solo
tienen lugar en el placido espacio que todavía queda alrededor de los
santuarios.
51
Las procesiones de la Misa
Hay procesiones que viven como escondidas en el interior de las
celebraciones litúrgicas. A veces casi nos pasan por alto. Pero vale la pena
que las recordemos. Por lo menos, las que hallamos a lo largo de la Misa y
que se muestran con mayor o menor solemnidad.
En primer lugar, está la procesión de entrada: es la que realizan los
ministros sagrados avanzando hacia el altar, mientras el pueblo fiel
entona un canto que lo guía al interior de la fiesta que ese día celebra la
Iglesia. Después está la procesión para ir a proclamar el Evangelio, que la
asamblea acompaña con un cántico de alabanza al Señor. Cuando se da el
caso, está la procesión de las ofrendas: es la de algunos fieles que, en
nombre de todos, traen al altar el pan y el vino que serán transformados en
el cuerpo y la sangre del Señor. Finalmente, está la procesión para ir a
comulgar: el pueblo de Dios peregrina hacia la mesa Eucarística para recibir
el alimento que da la vida eterna. Son procesiones quizá modestas, pero muy
significativas, que conviene que tengan el relieve que les corresponde.
Peregrinar
El pueblo de Israel hizo una larga peregrinación para pasar de la esclavitud de
Egipto a la libertad de la Tierra prometida. La vida de Cristo fue una
peregrinación por los caminos de este mundo hasta volver al Padre. También
se dice de la Iglesia que, mientras vive en el exilio de esta tierra, "avanza
peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios"
(san Agustín).
Por ello, los cristianos a menudo hacemos peregrinaciones. Salimos de
nuestro propio refugio y caminamos, movidos por la fe, con la Palabra de
Dios como norte, la oración en los labios y dejando a cada paso una huella de
conversión, hasta que llegamos a un santuario. Allá descansamos, bajo la
acción benéfica de los sacramentos y de la oración. Luego, renovados
interiormente, regresamos a nuestro hogar, mas fortalecidos con los dones de
la gracia de Dios.
Peregrinar se convierte, así, en un acto de piedad, una expresión intensa de
lo que es toda la vida cristiana y un estimulo para dar mas claro testimonio
de Cristo y de su Evangelio, para que todos escuchen la llamada a avanzar
hacia Dios a través de la peregrinación de la fe.
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INDICE ALFABETICO
Abstinencia, La………………………………….28
Agua bautismal, El……………………………..20
Agua bendita……………………………………..22
Alba………………………………………………… 8
Altar…………………………………………………5
Ambon………………………………………………6
Anillo del pescador……………………………26
Anillo Episcopal…………………………………26
Ara…………………………………………………………5
Asamblea litúrgica, La……………. …………4
Aspersorio…………………………………………22
Ayuno, El………………………………… …………28
Báculo…………………………………… …………27
Bendiciones, Las…………………………………4
Besar las cosas santas……………. …………33
Beso de paz, El………………………. …………34
Cáliz……………………………………………………5
Cáliz de la salvación, El…………………………10
Cáliz de oblación…………………………………9
Cáliz Ministerial……………………………………9
Campana………………………………………………25
Campanilla……………………………………………26
Candelabro……………………………………………23
Candelero del cirio pascual……………………23
Candelero………………………………………………23
Carillón
…………………………………………… .26
Casulla……………………………………………………….8
Ceniza, La ……………………………………………. 28
Ceroferarios……………………………………………….23
Cíngulo……………………………………………………….8
Cimborio……………………………………………………12
Cirial…………………………………………………….23
Cirio bautismal, El………………….. ……………24
Cirio pascual, El ……………………………………24
Cirios, Los ………………………………….…………23
53
Concha bautismal……………………………………20
Conopeo…………………………………………………13
Copón………………………………………………………11
Corporal…………………………………………………11
Crismera……………………………………….………17
Crisma, el santo …………………………..…………18
Cristo, el Ungido ……………………………..………18
Cruciferario……………………………………………3
Cruz pectoral…………………………………………3
Cruz……………………………………………………….2
Cruz Procesional…………………………………….3
Cucharilla………………………………………………16
Custodia………………………………………..………13
Escolpión …………………………………………..…25
Escuchar juntos……………………………………….6
Estola …………………………………………………………8
Evangeliario………………………………………………….7
Férula……………………………………………………27
Genuflexión……..……………………………………32
Golpes de pecho……………………………………33
Hijuela…………………………………………………11
Hisopo………………………………………………….22
Hostiario……………………………………………….14
Imágenes sagradas, Las…………………..…….34
Incensario……………………………….……………21
Incienso, El……………………………………….……21
Incienso, Uso del……………………………..………21
Inclinación……………………………………..………32
Lámpara del Santísimo………………………13
Lavabo…………………………………………………16
Leccionario……………………………………………7
Libros Litúrgicos……………………………………7
Limosna, La……………………………. ……………29
Lipsanoteca…………………………………………25
Manos, Imponer las………………….. ……………27
Manos juntas, Las…………………… ……………33
Manos, Levantar las…………………. ……………30
Mantel……………………………………………………5
Matraca………………………………………………26
Misal……………………………………………………………7
Naveta…………………………………. ……………22
Ofrendas, Las……………………………………..……5
54
Ojos, Alzar los………………………….. ……………30
Oleo de la alegría, El………………… ……………19
Oleo de los catecúmenos, El ……………………19
Oleo de los enfermos, El…………… ……………19
Orar juntos…………………………………….…………4
Orar de pie………………………………..………29-30
Ornamentos Litúrgicos……………………………8
Ostensorio……………………………………………14
Palia ……………………………………………….……11
Palio………………………………………………………13
Pan de la vida, El……………………………..………15
Patena…………………………………………..………10
Peregrinar ………………………………………………36
Persignarse……………………………………..………4
Pie, De……………………. …………………..…………30
Píxide……………………………………………………12
Pixis………………………………………………………12
Portapaz…………………………………….…………16
Postrados ………………………………………………31
Procesion, Ir en ………………………………………35
Procesiones de la misa, Las………….……………36
Procesiones mas habituales ………………….……35
Procesiones singulares………………………………36
Relicario…………………………………….……………25
Rodillas, De…….. …………………………….…………31
Santiguarse………………………………………………3
Sagrario…………………………………………………12
Santuario………………………………………………5
Sede del Presidente…………………………………7
Sentados…………………………………………………31
Signar…………………………………………………….3
Tálamo……………………………………………………14
Torres……………………………………………………12
Turibulo…………………………………………………21
Turiferario……………………………………………… 22
Umbela………………………………………..……………14
Ungir …………………………………………………………18
Unidad en el gesto, La …………………………………34
Vestidos de blanco...................................................20
Vinajeras………………………………………………….15
Viril…………………………………………………..14
55
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