Fraga Iribarne una clave de la Transición

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Fraga Iribarne, una clave de la Transición
(Manuel Milián)
Tal vez algunos de la generación de los 90 apenas conozcan a este hombre apasionado,
intelectualmente muy consistente y con una conciencia liberal paradójica con su carácter. Los
mayores debates en el seno del AP y PP se dieron cuando él dirigía el partido. A veces eran
galernas del cantábrico, otras fugaces relámpagos que rasgaban el aire sin remedio. Pero
dejaba hablar, aguantaba el tipo, salvo cuando alguien erraba algún dato, una cita o una
referencia, en ese caso era cortante y correctivo. Genio y figura de profesor. Sin él el centroderecha español hubiera sido imposible, pues agrupaba una pléyade de hombrones o enanos
que se autoconsideraban imprescindibles, incapaces de cohesionar una formación o acreditar
un proyecto. La única propuesta que generó un eje de referencia –un “pal de paller”, que diría
Jordi Pujol- en el disperso y contradictorio ámbito del centro derecha español en el
postfranquismo fue, justamente, la suya: desde Barcelona, Madrid y Londres formularía el
reformismo después de Franco sobre dos bases dialécticas fundamentales: a) Reconciliación
nacional y b) Reforma versus ruptura. Pasar página del pasado, con el reencuentro de ambas
orillas del malhadado río ibérico en un puente que posibilitara una profunda reforma a partir
del franquismo, y no con el franquismo. Fraga se equivocó con la fallida operación de los “Siete
Magníficos” en 1976-77, generosamente abierta a cuantos quisieran integrarse, y que dispersó
el núcleo que había gestado el nuevo proyecto entre 1973 y 1975, tras una desconcertante
reunión en Perbes (A Coruña) en agosto de 1976, cuando aún albergaba la idea de que “el
franquismo sociológico sería mayoritario” en las elecciones de 1977. Un sueño imposible.
Lo cierto es que Reforma Democrática Española, y paralelamente Reforma Democrática de
Catalunya- con un llamamiento ya en catalán- fueron las naves paralelas que pusieron en
marcha una navegación sorprendentemente rentable mediante su transformación en Alianza
Popular, punto crucial de las sucesivas convergencias políticas desde el centro y centro
izquierda entre 1979, con la nueva Constitución, y 1982 (hundimiento definitivo de UCD) y la
crisis del CDS. Desperdigadas las fuerzas políticas de los hijos del franquismo, que ese fue el
origen de la UCD con Adolfo Suárez de paradigma, se inició de inmediato, tras el congreso
desastroso de Palma de Mallorca, un goteo que ya no cesaría hacía la formación fraguista.
Primero, Miguel Herrero R. de Miñón, y luego todos los demás (entre ellos Javier Arenas,
García Margallo, José María Aznar, Rodolfo Martín Villa, Jorge Fernández Díaz y muchos de los
que hoy imperan en el PP actual). La apertura de Fraga acogiendo a los que le habían atacado
o menospreciado desde La Moncloa, e incluso desde el CDS, salvavidas posterior, es un
ejercicio proverbial de generosidad hasta hoy escasamente reconocida.
Quienes asaltaron la fortaleza de Fraga, tan vituperada en tiempos iniciales, han acabado
por excluir no sólo a los que la edificaron de la nada, sino a quienes lograron el éxito en 1996
con Aznar ya en la Moncloa. Este es un capítulo lamentablemente triste que, muerto Fraga,
algún día habrá que explicar. Llegaron con las manos vacías tras el fracaso estrepitoso de 1982,
y se han quedado con carros y carretas, y con los bueyes incluso. Javier Arenas es el paradigma
de esta nueva situación.
Quienes hemos conocido los hechos de Fraga sabemos hasta qué extremo fue generoso con
los otros, rayando la injusticia con los propios. Sólo quería sumar, y no dudaba en sacrificar a
los propios para dar cabida a los demás, que llenaron lo que él definía como “el centro derecha
español”. Pero tal acarreo de morrenas políticas le supuso algún que otro disgusto que le
llevaron a asumir numantinamente las aportaciones foráneas. Quienes a él se acercaron,
obviamente, no siempre le amaban; le utilizaban para salvar sus incipientes carreras políticas.
Y, por el discurrir de los acontecimientos, Fraga se descubrió un día cuestionado en su propia
casa desde dentro y desde fuera. Argüían que “jamás un ex ministro de Franco podría ganar
unas elecciones”. Sin piedad se lo metieron en la mollera, tras una lamentable instrumentación
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del personaje por parte de CEOE en el referéndum de la OTAN de 1986 en el que se le forzó
desde la patronal al extremo de predicar el No en contra de sus inveteradas convicciones.
Fraga se sintió obligado a dimitir del liderazgo del partido un mediodía de 1986, fatigado y
rendido a las presiones y desatenciones recibidas. José María Cuevas, asustado, me
telefoneaba aquel día a las 11 de la mañana: “Manolo, ¡¡ disuade a Fraga de su intención de
dimitir, que eso será un desastre!!”. Telefoneé de inmediato al líder del PP que casi con un
exabrupto me repuso: “Eso haberlo pensado antes de intrigar contra mí. Ahora ya no tiene
remedio, amigo”. Fue un “amigo” que más bien sonaba a “enemigo”, dado el cabreo de quien
se había sentido abandonado por los suyos y por los soportes sociales que, a su entender,
habían optado por la “operación reformista” de Miguel Roca y Florentino Pérez, detrayéndole
lo considerado por él como ayudas económicas imprescindibles.
En 1989 cedió el liderazgo a José María Aznar, tras un fallido Congreso del partido que dio
paso al ínterin pintoresco y absurdo de Antonio Hernández Mancha, al que hubo que relevar
en 1988, y retomando el timón para finalmente depositarlo en manos de Aznar en las
elecciones generales de 1989, que conducirían – tras el fallo de 1993- a la victoria final de
1996. En ese momento Fraga sintió el alivio de una victoria, para él casi póstuma, de los suyos.
Un tardío consuelo; él ya gobernaba, mayoría tras mayoría, en su Galicia natal a satisfacción de
todos. ¿Se le hizo justicia en aquel momento triunfal? Tengo mis dudas. Un estadista de su
envergadura al que nunca le fue dado alcanzar la jefatura del gobierno, su sueño dorado, debía
de sentir un pescozón en el alma viendo a sus “hijos políticos” entrar y salir de La Moncloa. Tal
vez en aquel entonces faltó generosidad con el “patrón”. Alguno, incluso, no dejó de
cuestionar su manera de hacer las cosas en Galicia. Sin embargo, su proyecto había llegado a la
meta, y pudo aún saborear entre 1996 y 2000 el mejor gobierno de la Democracia en España
de la mano de Aznar.
Su final es de todos conocido: un retiro en el Senado, su afán de permanencia, su secreta
voluntad de morir con las botas puestas y en la plaza, su arrogancia de estadista por encima de
todo partidismo (Felipe González echaría mano de ello con las escenas de sofá), su amor a
Galicia y a España, su comprensión de las autonomías – que le causaron problemas en la
Ponencia Constitucional-, sus firmes creencias religiosas, su ingente cultura, que asombró en la
redacción de la Constitución, como Miguel Roca un día me contara…Fraga ha sido todo un
carácter de la política, un monumento de consistencia irresistible, de coherente incoherencia
que le llevó a difíciles pactos con antifranquistas, que libró batallas muy duras durante su
época de Ministro de Información y Turismo, tal como el exministro de AA. EE. J. M Castiella
me refería una tarde de otoño en su casa del barrio de Salamanca: “Manolo, yo no vi nunca un
hombre tan valiente en el Consejo de Ministros. Si era necesario se enfrentaba al caudillo: en
cierta ocasión, debatiendo una ley sobre libertad religiosa hizo callar a Franco espetándole: Mi
general, Ud. no sabe nada de esto”. Castiella lo admiraba como a un hijo.
Hay un Fraga íntimo, casi secreto, humano, incorruptible, autoexigente. Sólo por ello se
explican sus seis décadas de presencia política en España. Para el centro-derecha español, un
hombre definitivo. Para la Transición, un torbellino de ideas, arreglos y proyectos. Lo pude
constatar en tantísimas horas a su lado en la embajada de Londres, en la soledad de su
despacho de Ministro del Interior y Vicepresidente del Gobierno, y en miles de momentos
compartidos y poblados de confidencias que algún día no lejano daré a la imprenta. Se ha ido
un hombre inmenso, al que la contemporaneidad no ha hecho justicia. Tal vez la Historia se la
otorgue. Y un recuerdo póstumo de su patriotismo, aquella madrugada de invierno camino del
aeropuerto de Barcelona en un coche oficial prestado por el President Pujol: “Manolo, no lo
olvides: España antes roja que rota”. No lo he olvidado, patrón.
Barcelona, 16 de Enero 2012
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