P_R_O_L_O_G_O He dudado mucho antes de decidirme a titular este libro Guía Nueva de Perplejos. En primer lugar, por la autosuficiencia y la audacia que supone atribuirse uno a sí mismo capacidad y clarividencia como para guiar a nadie; menos aún en temas tan básicos como los que abordo en él. En segundo lugar, por tener también el atrevimiento de copiar tal título tomándolo del más famoso de los libros que escribió el insigne filósofo judío Maimónides. A modo de disculpa por el plagio, quiero empezar haciendo una breve semblanza de su vida y obra, que copio literalmente. "Maimónides, de nombre verdadero Moses Ben Maimón (1135­1204). Filósofo y médico hispanojudío, nació en Córdoba y murió en Al­Fustat (Egipto). Entre los judíos se le designa con la sigla RAMBAM. La invasión almohade (1170) le obligó, tanto a él como a su familia, a huir de España y establecerse finalmente en El Cairo (Egipto), donde fué nombrado médico de cámara de Saladino, sultán de Egipto. Su comentario al Mishná en el Siraj (1168) le valió reputación de autoridad rabínica y en 1177 fué nombrado rabí de El Cairo. Discípulo de eruditos árabes, escribió todas sus obras en árabe, salvo la codificación de la ley judaica "Yad Hahazakah". En su Guía de Perplejos (1190), obra filosófica, intentó conciliar el aristotelismo con el judaísmo rabínico mediante una interpretación árabe modificada. Su filosofía, que representa la culminación del pensamiento judío medieval, fué muy estimada de árabes y judíos e influyó en el escolasticismo cristiano y, más tarde, en Espinosa." El libro de Maimónides, aparte su repercusión como trabajo filosófico, es una obra de teología en la que expone los clásicos argumentos sobre la existencia de Dios. Concibe al hombre como culpable de sus males, y al mundo como algo de Dios y para Dios. Con estas premisas, y otros datos ya más particulares del judaismo, compuso Maimónides su guía para orientar a los perplejos de su religión en el siglo XII, en especial a su discípulo Yosef ben Yehudá. Hace tiempo que estoy convencido de que un análisis o una crítica, para poder transcender los valores o esquemas ideológicos vigentes, tiene que ser hecha por una mente capaz de perderles el respeto. Para que ésto sea posible es preciso que esa mente se haya formado en un ambiente marginal, no integrado en el ámbito social donde esos valores y esquemas están vigentes, pero que al mismo tiempo esté obligada formalmente a respetarlos como ideología dominante. No es casualidad que las mayores revoluciones en el pensamiento se hayan concebido en mentes judías. Los judíos han sido siempre un sector social marginado y despreciado desde la mentalidad y la ideología imperante en los paises donde han vivido. Por otra parte, la contradicción entre la necesidad de defender su identidad y tener que adaptarse al entorno de culturas hostiles les ha obligado a reflexionar adoptando puntos de vista más eclécticos, y por lo mismo, más profundos y objetivos. Citaré como ejemplos de estos judíos de pensamiento radical, en primer lugar al mismo Maimónides, que aunque no perdió en absoluto la fidelidad a su religión, introdujo principios del racionalismo aristotélico en la filosofía medieval, y con ella una visión de la realidad enfrentada con la concepción mística hasta entonces prevale­ ciente. Espinosa, que amplió el ámbito de lo natural y proclamó la autonomía de la filosofía y la razón frente a la teología, el estudio del hombre como parte de la naturaleza y el de ésta como objeto propio de conocimiento científico. Carlos Marx, que aclaró la naturaleza profunda de las relaciones sociales y la condición del capitalismo como una forma histórica más de producir. Sigmund Freud, que descubrió la influencia de lo inconsciente en la conducta humana y una visión radicalmente nueva de la sexualidad. Einstein, que puso en cuarentena, con su teoría de la relatividad, principios sobre la realidad física y universal que parecían inconmovibles. No cabe poner en duda que cada uno de estos hombres ha abierto una era en la historia del pensamiento humano, a veces jugándose la vida. Viene esto a cuento para demostrar que lo que una persona puede a veces proponer que merezca el interés de otras e incluso pueda servir de alguna manera para orientar en la confusión sobre el qué y para qué de su vida en una determinada circunstancia y nivel histórico puede depender, no tanto de la erudición y de la capacidad intelectual del que habla como de los análisis y avances a que haya sido obligado por la dialéctica de su propia vida. Nuevamente me veo aquí en la necesidad de disculparme por la petulancia que supone el haber puesto como ejemplos para avalar la pretensión de este modesto ensayo a persona­ lidades como las que acabo de citar. Soy muy consciente de la distancia que me separa de ellos, pero también de que tengo la ventaja de vivir en mi tiempo, en este nivel de la historia que es el final del siglo XX, y de poder analizar mi propia perplejidad desde este nivel. Hablo de mi propia perplejidad, que ha resultado de la aceptación de una fe inicial profunda en Dios y en la religión católica desde mis más tiernos años; un periodo posterior de angustia económica, y también ideológica, todavía en la adolescencia; la entrega incondicional a otra nueva fe en el socialismo, que me ha servido de norte durante muchos años, para terminar en nuevo desengaño; la vida en un medio rural hasta la juventud; la guerra civil, intensamente vivida y seguida a los trece años; unos cuantos años de prisión absurda en cárceles franquistas, a partir de los diecisiete, por imprudencia política nacida de la ingenuidad y del ardor juvenil; hambre y padecimientos físicos, y finalmente, una vida relativamente normal, ya en la ciudad, sin abandonar las ideas marxistas, pero entregado, con cierto éxito, a la lucha individual por la propia vida. No cabe duda de que las ideologías que han sido "mis ideologías", la primera por ser la de los primeros años y la segunda porque en buena parte sigue siendo todavía valida para mi, han dejado en mi mente algunas lineas de pensamiento y creencias, unas conscientes y otras quizá no, que con­ dicionan mis propias conclusiones. No obstante, creo que mi situación es la de muchos otros, que siguiendo mi trayectoria u otra distinta, se encuentran sin ideología clara y definida; quizá sin el cordón umbilical o enlace profundo con la comunidad; una especie de desconexión que puede hacer caer en la soledad radical y en la desesperanza, que apenas queda mitigada con el logro de prestigio social, o con el dinero y los bienes materiales, y que en muchos casos se traduce en una desesperada adhesión a los más absurdos colectivos y gurús. Tengo la creencia de que mi punto de vista, por la diversidad de mis sucesivas situaciones ambientales e ideológicas, puede resultar más objetivo y por lo tanto más útil que si este ensayo fuera el resultado de una gran erudición, porque nace de la necesidad fundamental de encon­ trar de nuevo el camino en este final del siglo XX. Todos necesitamos una visión del mundo con las menos contradicciones posibles sobre la que poder descansar el pensamiento y tenerlo disponible para la más importante tarea que es el resolver con la mayor ilusión los problemas cotidianos; asimismo, para poder disfrutar con más sentido las satisfacciones que nos puede dispensar la existencia. Para ello es necesario partir de la realidad de la vida tal cual es. Y es también necesario tener las ideas más claras sobre los eternos temas como de dónde venimos y a dónde vamos los hombres como especie, como seres inteligentes capaces de elegir entre preparar el propio destino o dejarnos llevar por fuerzas irracionales hacia el abismo. En el presente ensayo me permito presentar lo que podríamos llamar el estado de la cuestión, tal como yo la veo desde mi personal circunstancia.