E L S O B A D O R

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EL
SOBADOR
CUENTO
AUTOR: OSCAR TERÁN DUBÓN
Muchos médicos se oponen a sus prácticas, pero la gente los
sigue buscando. Los sobadores, según el vulgo y ellos mismos,
están convencidos de que tienen en sus manos el remedio infalible
para sacar cualquier pega o empacho. Creen que son expertos en
corregir zafaduras en las articulaciones y hábiles en tratar
cualquier dislocación de huesos.
Chicago, Il, Marzo 2012
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Pon… pon, pon, pon, pon. El insistente golpeteo sobre la rústica
puerta de la vivienda de don Serafín Rosales, presagiaba que una emergencia
traía al jovencito José, a buscar a este señor.
Don Serafín vivía en la última cuadra, al Norte de la calle principal, de aquel
pueblo
que
aspiraba
sin
lograrlo,
al
decreto
del
gobierno,
para
su
denominación de ciudad. Esta calle, como todas las demás, era de piedra fina
amalgamada con arena y aplanada fuertemente para hacer el macadán. La
vivienda de don Serafín era toda de madera con dos ventanas hacia la calle.
Estaba ubicada muy cerca de donde terminaba el pequeño comercio del
pueblo: pulperías, venta de ropa, una minúscula farmacia sin registro legal ni
regente, el mercado que era la base del comercio y gente campesina en las
aceras vendiendo sus productos. La casa de don Serafín no desentonaba con la
uniformidad comercial del pueblo. Él era muy conocido, por su nombre y
apellido, por toda la comunidad, más aún por su profesión, que competía con
los dos antagónicos médicos del pueblo, ya que en algunas áreas les robaba
clientela a ambos. Él era ni más ni menos que el SOBADOR del pueblo, con el
mismo reconocimiento y prestigio del cura de la única parroquia, de los dos
médicos mencionados, del dueño de la farmacia, un viejo y experto mecánico
dental que hacía de dentista, sentando a los pacientes en un alto banco, del
alcalde y el administrador de rentas.
Don Serafín identificaba su casa, igual que los médicos, con un rótulo de
madera que sobresalía de la pared hacia la acera, en donde se leía con letras de
imprenta, de pintura de color roja: SERAFÍN ROSALES. SOBADOR: PEGA Y
EMPACHO. ZAFADURAS Y DISLOCACIONES DE HUESOS. ATIENDO TODOS
LOS DÍAS DE 8.00 AM A 8.00 PM. EMERGENCIAS: CUALQUIER HORA.
Don Serafín era muy buen conversador, durante el tratamiento a cualquiera de
sus pacientes, les explicaba sus dolencias, qué estaba haciendo para curarlos
y hasta se extendía en extras explicaciones de otros padecimientos y sus curas,
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que él también podía realizar. Esto le daba al cliente garantía de los
conocimientos del sobador y despertaba la confianza en su restablecimiento.
-Si señor- exclamaba don Serafín mientras trabajaba en el padecimiento de
algún cliente, - le voy a explicar en qué consisten los padecimientos que yo
hago desaparecer en mis pacientes. –
- Una “pega”, son unas protuberancias o “pelotitas que se logran detectar en
los intestinos por acumulación de material fecal no enteramente digerido, y
que el paciente no logra eliminar por días, causándole estorbo, hinchazón de
estómago, nauseas y malestar general. Al final de cuentas, son una señal de
que el aparato digestivo no está funcionando correctamente, sino que está más
lento que de costumbre.Don Serafín asegura que las pegas tienen su origen en los excesos de comida,
cuando alguien come rápido, se lleva un buen susto o tiene una cólera durante
el desayuno, el almuerzo, o la cena.
Así trabaja este especialista sobador, relatando sus conocimientos mientras
aplica el remedio específico, por acción del sobo, en el área determinada del
cuerpo y haciendo resbalar sus alargadas manos, sobre la piel del doliente,
mediante el uso de manteca de cerdo como lubricante.
Siempre le gustaba empezar su narración con “las pegas” y proseguirlas con los
“empachos”, a quienes definía con similares síntomas a las pegas, pero sin
acumulación de material en los intestinos. El empacho, solía decir, es una
alteración del aparato digestivo, o indigestión causada por una comida
excesiva.
Los pacientes generalmente no quedaban satisfechos sólo con la descripción
del padecimiento, por lo que las preguntas brotaban espontáneas:
-Don Serafín, cuénteme, ¿y cómo saca usted las pegas y los empachos?-Es simple, pero no cualquiera puede hacerlo. Primero hay que estudiar a la
persona, saber sus dolencias y luego aplicar el sobo en las zonas que son
efectivas.
Si es una “pega”, me concentro en los puntos que tienen relación con los
intestinos, como son, los antebrazos, la parte media de los dedos pulgar e
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índice, y las plantas de los pies. Sobo con maestría estas áreas, siempre
ayudándome con la manteca de cerdo y presiono con fuerza estos puntos del
cuerpo hasta conseguir deshacer las “pelotitas”, que al final de cuentas, en el
caso de las pegas, son una señal que el aparato digestivo no está funcionando
correctamente, sino con lentitud. Al final del procedimiento, yo recomiendo a
los pacientes, de
ambas dolencias, tomar una infusión de yerbabuena, Sal
Andrews, Alka Seltzer, limón con bicarbonato, té de manzanilla, jugo de
naranjilla ácida, o incluso una bebida gaseosa. Así iba don Serafín definiendo su profesión, mientras aplicaba magistralmente
el adecuado tratamiento al paciente de turno, al que a su vez, le servía de
ilustración y distracción, para sobrellevar algún dolor que le provocara las
manos del sobador, fuertemente aplicadas a su cuerpo.
Don Serafín sentía gusto explicando los padecimientos de sus clientes, y los
procedimientos que utilizaba en su medicina social y popular, para resolverlos.
No omitía historiar un poco sobre su profesión y ejercicios conexos, así él decía:
-Vea mi amigo, le voy a contar. – Usted sabe que durante muchos siglos, la
salud de la comunidad en la medicina tradicional latina, dependió de
curanderos, yerberos, sobadores como yo, y hueseros. Esta gente tuvo un
papel destacado en nuestra cultura, todavía contamos con el respeto y la
confianza de mucha población latina. Además la falta de seguro médico en
nuestra América
hispana,
ha contribuido a que se sigan utilizando, como
primer recurso, nuestros servicios. –
- Usted ha de saber también, que nosotros los sobadores, somos especialistas
en zafaduras. Un tipo de padecimiento caracterizado por la salida del extremo
de un hueso, de su lugar de origen, provocado por golpes, dobleces, caídas, o
por levantar objetos pesados. Este trauma se manifiesta con dolor e
inflamación de la parte afectada. Nuestro tratamiento tiene el propósito de
bajar la hinchazón mediante calor y
acomodar el hueso. Recurrimos a la
aplicación de hojas de hierbas medicinales previamente calentadas. Solamente
después de haber logrado calentar el área, procedemos al reacomodo del hueso
mediante sobo. El sobador va halando y acomodando el hueso.4
- Pero no crea usted, que aquí termina mi ejercicio de sobador - continúa
relatando don Serafín mientras trabaja sobre algún paciente. – Además de
pegas, empachos y zafaduras, también ejercito el sobo para aliviar dolores de
espalda, cintura, cuello, cabeza, hombros y músculos en general. –
Al final del último golpe y abrirse la puerta, apareció la figura regordete de don
Serafín, con su ancho bigote recortado y barba afeitada, con una amplia
calvicie en medio de la cabeza y tez bastante morena. Era más bajo que de
normal altura y vestía con simpleza, pantalón de dril que combinaba con los
zapatos de cuero amarrados con cordones y camisa de botones manga corta.
Lucia limpio y aparentaba entre cincuenta y sesenta años de edad. Hablaba
suave y cariñoso.
- Buenas tardes, don Serafín- exclamó el niño José de doce años de edad.
- Buenas tardes, muchacho- contestó
don Serafín, prosiguiendo sin darle
tiempo a José a ninguna gesticulación.
- Yo creo que te conozco…Vos sos el hijo de don Manolo
y doña Amelia
Mendiola, los dueños de la panadería, ¿no es así?- Sí señor, yo soy… Respondió José, quien tenía una cara de urgencia y de
asustado. Don Serafín invitó al niño a pasar adelante y tras cerrar la puerta
le pidió tomar asiento.
- Haber, cuéntame, ¿Qué te pasa?- Pues verá- dijo el niño- Mi papá me mandó a buscar a usted y pedirle que
vaya inmediatamente a mi casa, pues mi hermanito menor, Julito, de diez
años, sufrió una caída jugando y se lastimó el brazo izquierdo. ¡Viera usted! –
dijo el niño señalando y tocando su codo izquierdo. –Pareciera que el hueso se
le saltó. –
Don Serafín con la breve explicación de José y su amplia experiencia, ya casi
tenía un diagnóstico. Pidió al niño esperar un momento mientras preparaba las
medicinas y materiales que necesitaría. Procedió a acomodar en una mediana
caja de cartón, varios frascos, vendas, algodón, esparadrapo y dos pequeñas
tablitas de madera. Todo lo tomó de un estante que estaba al frente de un
amplio biombo, que dividía la sala y el pequeño comedor, del resto de la casa.
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Ese estante, sostenía las medicinas y materiales usadas por don Serafín, en el
ejercicio de su profesión. Entre las muchas, que estaban adelante, se podía leer
las etiquetas de los frascos: raíces, tubérculos, frutas, semillas, manzanilla
(antiinflamatoria, antiespasmódica), menta, romero, toronjil (sedativo, anti
estrés), hojas de laurel, hojas de mango, eucalipto, jugo de limón, Hoja y
cáscara de uña de gato, zábila, manteca de cerdo, ungṻ entos para sobar ( AB-C-D), ajo, VicksVapoRub, alcohol, alcanfor. Vendas, esparadrapos y algodón.
Destacaba un frasco que contenía un líquido claro en el que nadaban muchos
gusanos o culebrillas y en cuya etiqueta se podía leer: Sanguijuelas, (no tocar,
chupadoras de sangre mala).
Cuando don Serafín tuvo preparado su equipo de sobado, dijo al muchacho:
- O.K. José, vámonos, que tus padres deben estar impacientes.- El niño se
paró, caminó hacia la calle, don Serafín cerró la puerta y ambos emprendieron
la marcha rumbo a la casa de los Mendiola.
En el corredor delantero de la casa de los Mendiola, un grupo de amiguitos
vecinos de José y Julito, jugaban alegremente la mañana de ese día,
escolarmente feriado, un popular juego conocido entre los niños como,
“oblígate”, nombre que alude a que uno de los participantes, de acuerdo a una
rifa inicial, obligadamente tiene que ponerse en posición encorvada para que el
resto del grupo, uno por uno, salten sobre él apoyando sus manos en la
espalda del obligado y abriendo las piernas para pasar por encima. Cada ronda
pasada con éxito por todos, aumenta un poco la altura del obligado. El niño
que no pueda saltar cae al suelo y el castigo es que todo el grupo se tira encima
de él, y seguidamente, el que falló, ocupará el lugar como el nuevo obligado.
Habían pasado dos rondas del divertido juego, en donde la altura del obligado,
había sido saltada por el grupo sin mayor dificultad. Cuando empezó la tercera
vuelta, el primer saltante lo hizo con éxito sobre el obligado que había
aumentado su altura. El segundo turno era Julito, que tomó impulso desde dos
pasos atrás de lo regular pues presentía que el salto sería costoso. Apoyó sus
manos sobre el obligado, abrió sus piernas para saltarlo, pero fue insuficiente.
Cayó estrepitosamente al suelo sobre su brazo izquierdo y a continuación todos
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sus compañeros de juego, como eran las reglas del mismo, se abalanzaron
sobre él formando una montaña de cuerpos infantiles. Julito gritaba
desesperadamente y los niños se iban levantando hasta que Julito quedó solo
en el suelo, sin poderse incorporar, y gritando de dolor con su bracito bajo su
cuerpo.
Manolo y Amelia, a los gritos alarmantes de su hijo, corrieron desde el interior
de la casa en donde trabajaban en la elaboración del pan, en su auxilio. Los
niños se habían retirado asustados y su hermano José, permanecía de rodillas
junto a él, con el rostro invadido de aflicción y el llanto reflejado en sus ojos.
El adolorido Julito fue cargado por su padre y acostado en la cama más vecina.
Examinó con mucho cuidado el brazo golpeado y Amelia le sobaba la cabeza
para amortiguar su dolor. José permanecía callado y meditabundo al pie de la
cama.
Todos se dieron cuenta que Julito tenía el codo inflamado y una protuberancia
saliente en el mismo.
- Amelia, quédate con José en casa, yo llevaré a Julito donde nuestro
compadre, Leónidas, para que lo cure.- Manolo tomó a su hijo en sus brazos y
montándolo en su automóvil, apresuradamente aceleró al consultorio del
doctor.
El doctor Leónidas González, uno de los dos médicos del pueblo, había
cosechado buena amistad con los Mendiola, desde su arribo al pueblo, hacía
unos quince años, a ejercer su profesión de médico. Manolo y Amelia, al
nacimiento de su hijo Julito, distinguieron al Dr. Leónidas González,
nombrándolo padrino del recién nacido e iniciando entre ellos, el vínculo de
compadres.
El Dr. González tenía acostado en el canapé de su clínica, a su ahijado, que no
cesaba de quejarse del dolor y llorar, y lo examinaba delicadamente hasta que
tuvo certeza de su diagnóstico.
- Compadre- dijo Leónidas, llamando la atención de Manolo que parecía estar
pensativo. - Julito tiene el Radio, un hueso del codo, zafado del Húmero, que es
un hueso en la parte anterior7
- Eso, ¿Qué significa?- preguntó Manolo con signos de nerviosismo.
- Eso significa que tengo que tratar de juntar, con técnica y maniobra, el Radio
al Húmero y que ocupe su lugar anatómico normal. Para esto necesito su
autorización.- Por supuesto que cuenta con mi autorización, compadre. Yo confío en usted y
en su habilidad como médico, proceda.El doctor tomó el brazo de Julito y empezó, de acuerdo a sus conocimientos, a
manipular el brazo y antebrazo al mismo tiempo, flexionando el codo. El niño
gritaba de dolor, lo que no paraba la práctica de su padrino, en sus ansias de
reparar la zafadura del Radio. El Dr. González aumentaba su fuerza en esa
dirección, provocando en su ahijado, gritos desesperados que no lo conmovían.
Julito, finalmente desafiando la máxima capacidad de su garganta, gritó:
- Hijueputa, hijueputa, ya no aguanto, pará esa mierda por favor… ¡hay…
ayayay! Jueputa… ya no más… El doctor Leónidas González, abandonó de inmediato el brazo de Julito y con
rostro severo y de apariencia iracunda, se dirigió a Manolo.
- Compadre, hágame el favor de llevarse inmediatamente de mi consultorio a
este muchacho malcriado. A mí nadie me trata de hijo de puta, a mi madre le
costó mucho sacarme de médico. –
- Pero compadre, no es más que un niño traumatizado por el dolor. Usted no
puede hacerme esto compadre, acuérdese que es su ahijado.- ripostó Manolo.
- Lo siento mucho, por favor cárguelo y llévelo donde a usted y a él más le
convenganManolo se convenció que ningún argumento haría cambiar de opinión a su
compadre, cargó a su hijo que no detenía su llanto y partió del consultorio sin
ningún gesto de despedida.
Había pasado el medio día, cuando don Manolo estaba de vuelta en su casa
con el adolorido Julito, a quien acostó en una cama, dándole comodidad con
una almohada a su brazo lastimado. Relató a su esposa, en presencia de José,
el incidente que se convirtió en altercado, entre Julito y él, con el compadre
Leónidas.
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Los continuos lamentos del niño golpeado, capturaron de nuevo la atención de
su familia. Amelia, prestando la debida atención para solucionar la salud de su
hijo, hizo la siguiente propuesta:
- ¿Qué te parece Manolo, si mandamos a José a llamar
a don Serafín, el
sobador?
- Me parece una estupenda idea- contestó su esposo; dándole instrucciones a
continuación a su hijito mayor, que fuera a la vivienda de don Serafín, le
explicara brevemente lo ocurrido a su hermanito y que le suplicara que llegara
de inmediato.
Don Serafín y José caminaban a paso largo, tratando de alcanzar la vivienda de
los Mendiola, lo más pronto posible. El ardiente sol apenas se desplazaba hacia
el poniente, serían aproximadamente las dos de la tarde. Habían pasado cuatro
horas del accidente de Julito. La comodidad de la cama y los mimos de sus
padres, atenuaron su dolor.
- Pase usted adelante, don Serafín- dijo el niño José, al tiempo que abría la
puerta de su casa, que estaba sin llave.
- Buenas tardes don Serafín- salió al encuentro Manolo, seguido por su esposa.
- Gracias a Dios vino, pues nuestro hijo Julito, tiene el bracito izquierdo
lesionado.- agregó Amelia.
- Doña Amelia, don Manolo, buenas tardes. No se preocupen, ya el niño José
me enteró someramente
del accidente y la lesión que sufrió su hermanito.
Creo tener un presuntivo diagnóstico entre mis manos. Disculpe, ¿cómo es su
nombre?- interrogó el sobador.
- Julito - respondió rápidamente su madre.
Manolo, queriendo reforzar el breve conocimiento sobre el niño, que José le
había comunicado a don Serafín, y en su deseo de facilitarle el trabajo para el
éxito de la corrección de la lesión, hizo un resumen de todo el escenario. El
niño jugaba “oblígate” con un grupo de amiguitos. No logró saltar en unos de
sus turnos y cayó al suelo sobre el brazo izquierdo. El codo se le hinchó y el
hueso se le salió. Manolo ocultó enterar al sobador sobre su visita al doctor
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Leónidas González
y el incidente ocurrido, para no despertar celos en don
Serafín.
- Bien, vamos a examinar al niño- dijo el sobador con un poco de ansias. Todos
caminaron al aposento, rodearon la cama de Julito y don Serafín, después de
saludar al niño con cariño, tomó suavemente su bracito, sin desatender los
quejidos que exhalaba el enfermo, fue recorriendo todo el antebrazo, rodeó el
codo con sus dos manos y prosiguió su reconocimiento a lo largo de todo el
brazo, hasta el hombro. Al final, depositando suavemente
el brazo del niño
sobre la almohada que le servía de apoyo, se dirigió a sus padres usando su
crudo lenguaje:
- Julito tiene un hueso del codo salido de su cauce, tengo que volverlo a su
lugar mediante especial sobo. Para proceder necesito su entera comprensión y
autorización.Ambos padres dieron su aprobación. Don Serafín pidió ir al baño para lavarse
las manos y a su regreso abrió su caja de cartón para empezar el
procedimiento.
Como era su costumbre, narrar todo el procedimiento al paciente, con el doble
fin de enterarlo y distraer su atención del área de dolor, don Serafín comenzó
así:
- Primero voy a darle unas tomitas de medicinas que traigo en mi caja.Escogió dos botellas y sirviendo unos cinco ml en un pequeño vaso que para
tal efecto traía, dio de beber al niño. Esperó aproximadamente un minuto y dio
de beber la misma dosis, de la otra botella. El sobador explicó:
-Estas medicinas son, Manzanilla concentrada, como antiinflamatorio y
antiespasmódico y elixir de Toronjil, como sedativo y anti estrés. Esperaremos
unos quince minutos para que actúen, mientras, me permitiré ir a la cocina a
calentar estas hojas de hierbas medicinales para aplicarlas en el codo,
posterior a la desinfección con alcohol, para calentar el área antes de empezar
el sobo.-
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Justamente quince minutos después estaba
frotando con alcohol la zona.
Aplicó las hojas calientes y las dejó reposar por cinco minutos y al final las
descartó.
- Estamos listos para el sobo, la parte más importante en la reparación del
codo.- Agregó don Serafín, al tiempo que sacaba de su almacén de medicinas,
una botella de vidrio etiquetada, Manteca de Cerdo. Se untó bien las manos
con este lubricante,
explicó su uso y procedió a sobar delicadamente el
antebrazo y codo del niño; el que con más tolerancia, soportaba el dolor. Una y
otra vez repitió la operación, reuntándose la manteca de cerdo, hasta que poco
a poco el evidente abultamiento del hueso del codo, fue disminuyendo, hasta
desaparecer.
- Bueno mis amigos- exclamó el sobador en tono de triunfo.
- El hueso del codo calzó en su apropiado lugar, sitio del que jamás debió
moverse. Ahora procederé a limpiar la zona- Después vendó el codo empezando
por el brazo hasta rematar en el antebrazo. Tomó las dos tablitas que traía, sin
parar de explicar, las colocó a uno y otro lado del codo y las fijó fuertemente
con esparadrapo, evitando que Julito pudiera flexionar la articulación.
Don Manolo, doña Amelia y el niño José, estaban
rebosantes
de alegría y
Julito tenía una cara de quietud, al tiempo que mantenía los ojos cerrados y
parecía empezar a dormir.
Don Serafín volvía del baño de lavarse las manos y contemplando con
satisfacción a Julito, ya dormido, cerró su caja de medicinas y exclamó:
- Amigos, mi trabajo está concluido. Recomiendo darle al niño, aspirina, tres
veces al día por dos días, dejarlo descansar lo que él quiera.Los Mendiola no se cansaban de agradecer los servicios de don Serafín, el que
tomando su caja, a paso lento, fue buscando la salida.
- Un momento por favor don Serafín- dijo don Manolo, tomándolo del brazo.
- Déjeme saber sus honorarios- Mis honorarios no he terminado de ganarlos, hasta dentro de una semana
que vuelva a quitar todos los vendajes al niño y confirmar que mi trabajo tuvo
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éxito. Por de pronto me despido de ustedes, deseándoles que descansen y
tengan una buena noche.Los Mendiola despidieron al sobador con un abrazo, en el umbral de la puerta,
retornándoles la buena noche y augurándole suerte. Don Serafín emprendió
sobre la acera el regreso a su hogar, perdiéndose su silueta en una avanzada
tarde que esperaba la oscuridad de la noche y cargando con cariño su
inseparable cajita de cartón.
Al día siguiente, el matrimonio Mendiola, meditando sobre la recuperación de
Julito, decidieron como especial pedimento o recompensa, a la reina de los
cielos y patrona del pueblo, la Virgen de la Concepción, donarle un pequeñito
brazo de plata a cambio que su hijito quedara con su codo sano y funcional.
Encargaron al orfebre del pueblo la joya, y le solicitaron tenerla lista el Sábado
de la misma semana, ya que tenían planeado ir temprano a misa toda la
familia y visitar el santuario de la Virgen, para donarle la pieza. El orfebre
prometió que así sería.
Julito se sentía cada día mejor. El Sábado, temprano de la mañana, Amelia fue
a la orfebrería a recoger su encargo. El compromiso fue cumplido, el pequeño
brazo de plata estaba listo esperando pasar a las manos de los Mendiola hasta
llegar a su verdadera dueña, la Virgen de la Concepción.
El día Domingo, todos los Mendiola, incluyendo a Julito, se dirigieron a la
parroquia local y después de los oficios religiosos de la Santa Misa, se
dirigieron al santuario de la Virgen, construido en el patio lateral derecho de la
parroquia.
Frente a la Patrona, Manolo, en nombre de toda la familia, improvisó un ruego
y una acción de gracias, que recitó en voz alta: Virgen de la Concepción, madre
nuestra, la familia Mendiola aquí presente, te rogamos que Julito quede sanito
de su brazo. Te damos gracias Virgencita por tu intercepción y confiamos que
nuestro ruego será escuchado. En prueba de nuestra sinceridad, te donamos
esta pequeña joya. En nombre del Padre y de el Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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Amelia depositó en la vitrina de la Virgen, el pequeño bracito de plata. Todos
se santiguaron y partieron a casa.
Llegó el Miércoles de la semana siguiente, Julito estaba recuperado de su
dolencia y su brazo tenía una semana de estar entablillado. Había expectación
entre los Mendiola, por saber el resultado final del codo de Julito, pera tenían
que esperar con paciencia la llegada del sobador, para descubrir la realidad.
Corría las diez de la mañana, cuando unos queditos golpes en la puerta,
anunciaban la presencia de algún visitante. José corrió a abrir la puerta, casi
adivinando quien era:
- Hola don Serafín, buen día, pase usted adelante, está en su casa- dijo
cortésmente el niño.- Sus padres al presentir que se trataba del sobador,
fueron a su encuentro a unos metros de la puerta, intercambiaron calurosos
saludos y se dirigieron todos juntos a la sala, donde reposaba Julito en un
cómodo sillón.
Don Serafín, después de saludarlo, emprendió a develar el secreto que
encerraban las dos tablillas y el vendaje. Cuando el brazo quedó al desnudo,
bajo la mirada curiosa de su hermano y sus padres, don Serafín exclamó:
- Excelente muchacho, excelente- al mismo tiempo que flexionaba la
articulación del codo, abriéndola y cerrándola despacio, pasaba su mano casi
en el aire por la parte lateral, y no sintió protuberancia. Julito no tuvo una
queja de dolor con la manipulación, por lo que don Serafín estaba seguro de la
completa recuperación.
- Don Manolo, doña Amelia, José y vos Julito, quiero comunicarles con firmeza
que este niño está curado.- Todos pasaron suavemente sus manos por el codo
de Julito y sonrisas de júbilo invadieron la sala de los Mendiola.
- Gracias, mil gracias don Serafín- repetían al unísono todos los presentes.
- Para mí es un orgullo ver sanito este niño. Si me lo permiten tengo que
retirarme, pues hoy es Miércoles, y este día de todas las semanas, visito a la
Virgen de Concepción.Dirigiéndose particularmente a don Manolo, el sobador dijo:
- Ahora sí señor, he ganado mis honorarios, usted me debe doscientos pesos.13
Don Manolo, sacó su billetera y entregó la cantidad de dinero solicitada,
agradeciéndole nuevamente a don Serafín, quien tomó rumbo a la puerta, no
sin antes despedirse, agitando su mano, de Julito, quien permaneció sentado,
y correspondió al saludo de la misma manera.
Los Mendiola acompañaron al sobador a despedirlo a la puerta y tras un: Dios
lo bendiga, don Serafín se encaminó hacia la parroquia.
Todos volvieron a la sala y después de un minuto de silencio, observando el
codo restablecido de Julito, Amelia dijo:
- ¡Oye!, Manolo, ¿Quién curó a Julito, la Virgen o don Serafín?- Todos rieron
ante la ingenua pregunta. José no podía ocultar su alegría y Manolo contestó a
su esposa:
- ¿sabes Amelia?, creo que la Virgen de Concepción se puso de acuerdo con
don Serafín…
Julito que continuaba riendo con todas las ocurrencias, prometió a su
hermano y a sus padres, olvidarse del “oblígate” por un tiempo.
Oscar Terán Dubón
27 de Marzo de 2012
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