El magisterio del Espíritu Santo. Consideraciones a partir de la

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El Espíritu Santo: Maestro Interior 1
fr. Juan José Herrera o.p.
Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino
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1. Introducción
Tomás de Aquino sostiene que la instrucción interior es obra exclusiva de Dios, pero a
la vez precisa que ese modo de enseñar corresponde al Espíritu Santo.2 En efecto, el Espíritu
prometido por Jesús en el discurso del capítulo 14 del Evangelio de san Juan, es quien, entre
otras cosas, da a los discípulos la plena inteligencia de las palabras del Salvador. Allí, leemos:
“el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que os he dicho”. 3 Este versículo pone de relieve la dimensión docente
implicada en el envío de la tercera persona de la Santísima Trinidad.
Tomás de Aquino, exégeta y teólogo medieval, comentó el pasaje bíblico trascripto
destacando el papel del Espíritu Santo como “maestro interior”. 4 Esta tesis no significa que
haya que negar de Cristo la facultad de enseñar, puesto que, como queda igualmente de
manifiesto en el Evangelio de san Juan, él habló e instruyó con su presencia corporal a los
1
Estas páginas contienen una versión corregida del trabajo: “El magisterio del Espíritu Santo. Consideraciones a
partir de la exégesis tomasiana de Juan 14,26”, publicado en Estudios Trinitarios 47 (2013) 551-575. La
reproducción es para uso exclusivo de los participantes de las Primeras Jornadas de Sabiduría Cristiana
organizadas por el Departamento de Formación Humanístico-Cristiana de la Universidad del Norte Santo Tomás
de Aquino.
2
Cf. Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, IV, c. 17, n. 3538 (ed. Marietti, 1961). Véase también J.
Formentín, “Agentes divinos de la educación según santo Tomás de Aquino”, Teología Espiritual 58-59 (1976)
119-154. Debemos subrayar que el Aquinate defiende la causalidad de Dios como luz y maestro de las mentes
humanas, y que al mismo tiempo salvaguarda la acción personal de la razón y la docencia que pueden ejercer los
hombres.
3
Juan 14,26: “Paraclitus autem Spiritus sanctus, quem mittet Pater in nomine meo, ille vos docebit omnia, et
suggeret vobis omnia, quaecumque dixero vobis”. Para la exégesis contemporánea de este pasaje, cf. M.-J.
Lagrange, Évangile selon saint Jean. Paris, J. Gabalda, 1925, pp. 391-392; R. Schnackenburg, El Evangelio
según san Juan. Versión y comentario (t. III). Barcelona, Herder, 1980, pp. 116-117; R. E. Brown, El Evangelio
según Juan (t. II). Madrid, Cristiandad, 20002, pp. 983-984; X. Léon-Dufour, Lectura del Evangelio de Juan (t.
III). Salamanca, Sígueme, 20043, pp. 107-111.
4
En cuanto intérprete de la Biblia, Tomás buscó siempre extraer la verdad expresada en los textos sagrados, su
contenido dogmático y teológico, es decir, aquello que Dios quiere comunicar y que es necesario creer. Pero, a la
vez, fue consciente de que la Palabra de Dios es bien comprendida solo cuando se la lee en el seno de la Iglesia
en la que se transmite por tradición. Cf. C. Spicq, voz “Saint Thomas d’Aquin exégète”, en Dictionnaire de
Théologie Catholique 15/1 (1946) col. 694-738; P. Dahan, “Introduction”, en Thomas d’Aquin, Commentaire de
la Première Épître aux Corinthiens. Paris, Les Éditions du Cerf, 2002, pp. I-XXXVII; Id., “Introduction”, en
Thomas d’Aquin, Commentaire de l’Épître aux Galates. Paris, Les Éditions du Cerf, 2008, pp. IX-XLIV; L.
Elders, “Santo Tomás, magister in sacra pagina” y “Tomás de Aquino, comentador de san Pablo”, en Id.,
Conversaciones teológicas con santo Tomás de Aquino. San Rafael (Mendoza), Ediciones del Verbo Encarnado,
2008, pp. 35-55; 117-144.
1
hombres. 5 En este sentido, la interpretación tomasiana de Juan 1,18: “A Dios nadie le ha visto
jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado”, reviste una importancia
capital, pues allí se prueba la calidad de maestro que Cristo tuvo en virtud de su semejanza de
naturaleza con el Padre, su excelencia singular por ser el unigénito y su perfecta
consubstancialidad con el Padre. La enseñanza que transmitió no era participada, como la de
los profetas, sino que la conocía por esencia, por eso fue él quien expuso a los fieles la
doctrina que contenía el misterio de la Trinidad y muchas otras cosas que ni Moisés ni
ninguno de los profetas explicaron. 6
Más adelante, al analizar el capítulo 17 del Evangelio de san Juan, Tomás señala un
doble conocimiento que los fieles alcanzan por medio de Cristo: el conocimiento de doctrina,
porque los instruyó exteriormente a través de palabras; y el conocimiento interior, producido
por el Espíritu Santo.7 Pero el Aquinate reconoce puntualmente que el mismo Cristo es
maestro interior,8 sin que haya contradicción con una sentencia idéntica referida al Espíritu.
Algo similar sucede cuando se predica “Abogado” o “Consolador” tanto del Hijo como del
Espíritu Santo,9 pues a esos apelativos, sin que denoten alteridad de naturaleza, hay que
tomarlos según las apropiaciones personales. 10
Una apropiación tiene lugar cuando se atribuye a la persona divina una condición
esencial que posee una afinidad con su propiedad personal, teniendo en cuenta el orden o el
modo del origen. El mismo Tomás proporciona un diáfano ejemplo cuando señala que lo que
pertenece al intelecto (sabiduría, verdad, ley eterna, etc.) se apropia al Hijo, que procede
intelectualmente como Verbo.11 Con las apropiaciones de los atributos esenciales, la teología
busca una mayor manifestación de las personas divinas a la inteligencia humana. Esto
requiere, sin embargo, haber conocido previamente las personas en razón de las propiedades
5
También puede verse Tomás de Aquino, In Matthaeum, c. 23, lec. 10, n. 1852 (ed. Marietti, 1951). San
Agustín, que en su In Iohannis evangelium tractatus presta más atención al texto paralelo de Juan 16,13: “Cum
autem venerit ille Spiritus veritatis, docebit vos omnem veritatem” (cf. Tratados sobre el Evangelio de San Juan,
tract. 96 y 99, en Obras Completas de San Agustín, vol. XIV, ed. Bilingüe, Madrid, BAC, 20093), habla del
maestro interior refiriéndose en general a Cristo (cf. tract. 20,3; 22,1; 54,8; 96,4; 97,1), pero también admite que
el Padre (cf. tract. 26,7-8) y el Espíritu Santo instruyen interiormente (cf. tract. 96,4-5; 97,1).
6
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 1, lec. 11, nn. 215-218 (ed. Marietti, 1952). Sobre la docencia de Cristo y
su modo de enseñar, véase J.-P. Torrell, Le Christ en ses mystères. La vie et l’oeuvre de Jésus selon saint
Thomas d’Aquin (t. 1). Paris, Desclée, 1999, pp. 242-254; M. S. Sherwin, “Christ the Teacher in St. Thomas's
Commentary on the Gospel of John”, en M. Dauphinais, M. Levering (eds.), Reading John with St. Thomas
Aquinas. Theological Exegesis and Speculative Theology. Washington D.C., The Catholic University of
America Press, 2005, pp. 173–193; K. White, “Aquinas on Oral Teaching”, The Thomist 71 (2007) 505–528; M.
J. Armitage, “Why Didn’t Jesus Write a Book? Aquinas on the Teaching of Christ”, New Blackfriars 89 (2008)
337–353.
7
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 17, lec. 6, n. 2269.
8
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 3, lec. 1, n. 428; c. 5, lec. 4, n. 780; c. 13, lec. 3, n. 1775.
9
El título paraklétos es atribuido a Cristo en Juan 14,16; 1 Juan 2,1; y al Espíritu Santo en Juan 14,16.26;
15,20; 16,7.
10
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 14, lec. 4, n. 1912.
11
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I, q. 39, a. 7.
2
personales que definen el modo distinto de existir y de obrar del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo.12
Uno de los dominios de aplicación de las apropiaciones es el de los atributos que
conciernen a Dios en su relación con sus creaturas.13 En este campo, la sabiduría es apropiada
al Hijo y la paz al Espíritu Santo. Antes, Tomás, en consonancia con la revelación, había
mostrado que el Hijo procede como Verbo y que el Espíritu Santo procede como Amor.
Luego, poniendo de relieve el modo de origen de esas personas, considera pertinente
apropiarle al Hijo el don de la sabiduría y del conocimiento, y al Espíritu Santo el don de la
paz.14 Pero el Evangelio de san Juan presenta algo diferente, pues allí Jesucristo aparece
dando la paz15 y el Espíritu Santo con la misión de enseñar. 16 Lejos de negar lo anteriormente
señalado, Tomás explica que como el Espíritu Santo es del Hijo y lo que él concede lo tiene el
Hijo, se le adjudica el don del conocimiento. Por otra parte, dado que el Espíritu Santo
procede del Hijo, lo que se apropia al Espíritu es aplicado al Hijo, por eso Cristo se atribuye la
paz.17
A esta altura se visualiza con facilidad que Tomás trabaja sobre el vínculo recíproco
de las misiones del Hijo y del Espíritu Santo, y que reconoce a ambos la acción de enseñar,
aunque con diferente modalidad.
En este estudio buscamos establecer, a partir del Comentario al Evangelio de san Juan
de Tomás de Aquino, 18 la naturaleza del magisterio implicado en la misión de la tercera
persona de la Trinidad (Juan 14,26; 16,13). A la vez que percibamos con claridad el influjo
del Espíritu divino sobre la inteligencia y la voluntad de los creyentes, intentaremos precisar
el modo de su operación, es decir, “per instinctum”. Asimismo, abordaremos brevemente la
12
Cf. Tomás de Aquino, In Sententiarum, I, d. 31, q. 1, a. 2 (ed. Mandonnet, 1929); Summa theologiae, I, q. 39,
aa. 7-8 (ed. Marietti, 1963); G. Emery, La théologie trinitaire de saint Thomas d’Aquin. Paris, Cerf, 2004, pp.
380-398.
13
Los otros dominios tienen que ver con la consideración de: Dios en su ser absoluto, la unidad divina, el poder
divino de causar.
14
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I, q. 43, a. 5, ad 1. Aquí santo Tomás tiene en cuenta la naturaleza
de los dones tomados distintamente, pues todos los dones, en cuanto dones, son apropiados al Espíritu Santo.
15
Juan 14,27: “Pacem relinquo vobis, pacem meam do vobis”.
16
Juan 14,26: “ille vos docebit omnia”.
17
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 14, lec. 7, n. 1961.
18
Sobre la obra, cf. M.-D. Philippe, “Préface”, en Thomas d’Aquin, Commentaire sur l’Evangile de Saint Jean
(vol. 1). Paris, Les Éditions du Cerf, 1998, pp. 7-26; D. Keating, M. Levering, “Introduction”, en St. Thomas
Aquinas, Commentary on the Gospel of John (Translated by F. Larcher, J. A. Weisheipl). Washington D.C., The
Catholic University of America Press, 2010, pp. ix-xxx; S. Cipriani, “Riflessioni esegetiche su «Super S. Joannis
Evangelium Lectura» di S. Tommaso”, en Tommaso d’Aquino nel suo settimo centenario (vol. 4). Atti del
Congresso Internazionale (Roma-Napoli 17/24 Aprile 1974). Napoli, Edizioni Domenicane Italiane, 1976, pp.
41-59; M. Levering, “Reading John with St. Thomas Aquinas”, en Th. G. Weinandy, D. A. Keating, J. P. Yocum
(eds.), Aquinas on Scripture. An Introduction to his Biblical Commentaries. London – New York, T&T Clark
International, 2005, pp. 99-126. Existe en nuestro país una buena traducción del comentario publicada entre 2005
y 2013 por Ágape Libros.
3
cuestión del origen divino de toda verdad en base a la proposición “omne verum a quocumque
dicatur a Spiritu sancto est”.19
2. La misión del Espíritu Santo y su valor docente
Según Tomás de Aquino, el texto joánico describe, en primer lugar, al Espíritu Santo;
luego, habla de su misión; y, por último, trata acerca de su efecto en los discípulos.
Seguiremos de cerca la reflexión tomasiana de estos ítems añadiendo un breve apartado sobre
la necesidad de la acción docente del Espíritu.
2.1. El enviado
En cuanto a la descripción que Juan 14,26 ofrece del Espíritu Santo, el Aquinate
destaca tres apelativos: “Paráclito”, “Espíritu” y “Santo”. Es “Paráclito” porque, en cuanto
amor, consuela a los que están tristes por las turbaciones de este mundo; 20 mueve a los
hombres para que amen a Dios y lo tengan como algo grande, de modo que por él soporten
con gozo las afrentas. También consuela a los tristes por los pecados pasados, pues da la
esperanza del perdón. Es “Espíritu” porque incita los corazones para que obedezcan a Dios.
Aquí Tomás no alude, como en otro lado,21 a la sutileza, lo oculto e invisible, para justificar
dicho nombre, sino que apunta a su poder, ya que induce a actuar y a obrar el bien. Así,
“Espíritu” insinúa un cierto impulso, 22 y es por eso que se lo denomina viento.23 Finalmente,
es “Santo” porque consagra el hombre a Dios.
19
En el análisis de estas cuestiones es imposible obviar el aporte de J.-P. Torrell en su libro Saint Thomas
d’Aquin, maître spirituel. Fribourg - Paris, Éditions Universitaires - Éditions du Cerf, 20022, pp. 265-298. Para
una mirada de conjunto sobre el rol del Espíritu Santo en el Comentario al Evangelio de san Juan, cf. D.-D. Le
Pivain, L’action du Saint-Esprit dans le Commentaire de l’Evangile de saint Jean par saint Thomas d’Aquin.
Paris, Téqui, 2006. Sobre el pasaje que nos ocupa, véase particularmente G. Ferraro, “Lo Spirito Santo nel
Commento di San Tommaso d’Aquino ai capitoli XIV-XVI del quarto Vangelo”, en Tommaso d’Aquino nel suo
settimo centenario (vol. 4), pp. 79-91.
20
La interpretación del término como “consolador” se vio indudablemente favorecida en razón de que el
participio presente activo parakalôn (bien diferente de paraklétos, adjetivo verbal pasivo) designa tanto al que
consuela como al que exhorta. Tomás sigue en este punto a los Padres de la Iglesia; cf. Summa contra gentiles,
IV, c. 22, n. 3586; In Matthaeum, c. 5, lec. 5, n. 423. Sobre las ideas joánicas de “Paráclito” y de “Espíritu”, cf.
C. H. Dood, Interpretación del Cuarto Evangelio. Madrid, Cristiandad, 1978, pp. 219-232; R. Schnackenburg,
El Evangelio según san Juan, t. III, pp. 177-195; R. E. Brown, El Evangelio según Juan, t. II, pp. 1665-1679; X.
Léon-Dufour, Lectura del Evangelio de Juan, t. III, pp. 192-198.
21
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 14, lec. 4, n. 1916.
22
Cf. Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, IV, c. 19, n. 3566; In Ioannem, c. 14, lec. 4, n. 1916; c. 15, lec.
5, n. 2062.
23
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 3, lec. 2, nn. 450-451.
4
2.2. La misión del Espíritu
En segundo lugar, el Evangelio de Juan trata acerca de la misión del Espíritu Santo,
cuando dice: “que el Padre enviará en mi nombre”. La misión le puede corresponder a una
persona divina en cuanto implica procesión de origen con quien la envía (procesión que es
según igualdad de naturaleza), y también porque comporta un nuevo modo de estar en
alguien, lo cual acontece por la gracia santificante, que dispone el alma para poseer la persona
divina24. Con respecto a esto, el Angélico aclara lo siguiente: “se dice que el Espíritu Santo es
enviado no como cambiando de lugar, puesto que él mismo llena el orbe de las tierras, […]
sino porque de un nuevo modo, por la gracia, empieza a habitar en aquellos a los que hace
templo de Dios”.25
El Espíritu es enviado por el Padre y el Hijo, 26 por eso la Escritura a veces indica que
es el Padre quien lo envía, como en este caso, y otras veces que es Cristo quien realiza esa
acción, como en Juan 16,7. Pero el Evangelio nunca afirma que el Espíritu es enviado por el
Padre, sin mencionar al Hijo, por tanto dice “que el Padre enviará en mi nombre”; tampoco
anuncia que el Espíritu es enviado por Jesús como Hijo, sin hacer alguna referencia al Padre,
y por eso declara en Juan 15,26: “que yo os enviaré de junto al Padre”.
2.3. El Espíritu y los discípulos
Seguidamente, Juan señala la acción del Espíritu Santo, al decir “os lo enseñará todo”.
La misión del Hijo tuvo como objetivo conducir a los fieles hacia el Padre, mientras que la
misión del Espíritu buscó conducirlos hacia el Hijo. El Hijo, como es la misma Sabiduría
engendrada, es la Verdad (Juan 14,6). Por consiguiente, el efecto de esta misión consiste en
hacer que los hombres participen de su sabiduría divina y conozcan la verdad. Así, el Hijo nos
transmite la enseñanza porque es la Palabra, pero el Espíritu Santo nos hace capaces de
recibirla (“Spiritus sanctus doctrinae eius nos capaces facit” 27).
24
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I, q. 43, aa. 1 et 3; G. Emery, La théologie trinitaire de saint
Thomas d’Aquin, pp. 425-481; Id., “Missions invisibles et missions visibles: le Christ et son Esprit”, Revue
Thomiste 106 (2006) 51–99; Id., “Theologia and Dispensatio: The Centrality of the Divine Missions in St.
Thomas’s Trinitarian Theology”, en M. Paluch, P. Lichacz (eds.), Dominicans and the Challenge of Thomism.
Warszawa, Instytut Tomistyczny, 2012, pp. 85-130.
25
Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 15, lec. 5, n. 2061: “Spiritus sanctus mitti dicitur, non quasi locum mutans,
cum ipse impleat orbem terrarum, […], sed quia novo modo per gratiam incipit habitare in eis quos templum Dei
facit”.
26
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I, q. 43, a. 8.
27
Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 14, lec. 6, n. 1958; cf. In Sententiarum, I, d. 18, q. 1, a. 3, ad 3. En relación
con el magisterio del Espíritu Santo, X. Léon-Dufour (Lectura del Evangelio de Juan, t. III, pp. 194-195),
escribe lo siguiente: “Enseñar es la segunda función del Paráclito (14,26; 16,13-15). Este aspecto didáctico ha
sido muchas veces marginado por los exegetas en provecho de su función de testimonio. Recientemente lo ha
5
La posición del maestro dominico se torna más explícita cuando indica que las
verdades de fe fueron propuestas por Cristo a todos los discípulos, pero que en ese momento
no podían alcanzar el conocimiento pleno de las realidades divinas como, por ejemplo, la
igualdad del Hijo con el Padre. En el mismo plano se encuentra el entendimiento acabado de
las sagradas Escrituras y las pasiones y peligros que ellos mismos debían padecer.28 Estas
circunstancias enmarcan la promesa del Espíritu Santo que enseñará toda la verdad de la fe
elevando las inteligencias de los discípulos, esto es, haciéndolos capaces del conocimiento
perfecto de esas verdades. 29 Remitiendo a Juan 14,26, Tomás sostiene que Cristo, cuando
envió el Espíritu Santo, ofreció a sus discípulos una enseñanza perfecta. 30
2.4. La necesidad de la enseñanza del Espíritu
El Aquinate está convencido de que cualquier enseñanza exterior, para ser eficaz,
necesita del Espíritu Santo que hace entender interiormente, puesto que si él no asiste al
corazón del que oye, ociosa será la palabra del más docto (Job 32,8). El mismo Hijo, al hablar
por el instrumento de su humanidad, no tiene fuerzas si no opera interiormente por medio del
Espíritu Santo.31
Cuando en su Comentario a los Romanos Tomás habla del papel fundamental que
tiene la predicación en relación con la fe, aclara que nadie puede entender la palabra
escuchada y adherir a ella si el corazón del oyente no es atraído por Dios. La palabra exterior
del que predica no es causa suficiente de la fe, por eso no es correcto atribuir al predicador la
adhesión de los hombres al contenido de la fe.32 El mismo texto indica las dos condiciones
necesarias para la fe: la inclinación del corazón para creer, que no viene de la audición, sino
del don de la gracia;33 y la determinación de aquello que debe ser creído, lo cual sí procede de
la audición.34
puesto de relieve E. Franck [Revelation Taught. Gleerup, 1985], afirmando que es el aspecto principal y el que
engloba a los otros”.
28
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 16, lec. 3, n. 2101.
29
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 16, lec. 3, n. 2102.
30
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 13, lec. 3, n. 1771.
31
Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 14, lec. 6, n. 1958: “ipse Filius organo humanitatis loquens, non valet, nisi
ipsemet interius operetur per Spiritum sanctum”. Cf. S. Gregorio Magno, XL homiliae in evangelios, II, hom. 30,
3 (PL 76, col. 1222 A). Es importante valorar el influjo de este Padre de la Iglesia sobre la interpretación
tomasiana del cuarto Evangelio. Mientras tanto se puede leer con provecho el artículo de L. Elders, “La présence
de saint Grégoire le Grand dans les œuvres de saint Thomas d’Aquin”, Nova et Vetera 86 (2011) 155-180.
32
Cf. Tomás de Aquino, In Ad Romanos, c. 10, lec. 2, n. 842 (ed. Marietti, 1953).
33
Entre los trabajos relacionados con este aspecto, se encuentra el de I. Biffi, “Il giudizio «per quandam
connaturalitatem» o «per modum inclinationis» secondo san Tommaso: analisi e prospettive”, en Id., Sulle vie
dell’Angelico: teologia, storia, contemplazione. Milano, Jaca Book, 2009, pp. 139-177 (en particular pp. 158159).
34
Cf. Tomás de Aquino, In Ad Romanos, c. 10, lec. 2, n. 844.
6
En el In Ioannem, Tomás refiere el pasaje del capítulo 6,44: “Nadie puede venir a mí,
si el Padre que me ha enviado no lo atrae”, y mientras explica los modos no violentos de
atracción que se ejercen sobre el hombre, escribe lo siguiente: “Dado que no sólo la
revelación exterior o el objeto tiene la virtud de atraer, sino también el instinto interior que
impele y mueve a creer, el Padre atrae a muchos hacia el Hijo por instinto de la divina
operación que mueve interiormente el corazón del hombre a creer”. 35 En consecuencia, nadie
aprende si el Espíritu Santo no enseña, como si se dijera: “aquel que recibe el Espíritu Santo
del Padre y del Hijo, ese conoce al Padre y al Hijo y va a ellos”. El Espíritu hace que nosotros
sepamos todo, inspirando interiormente, dirigiendo y elevando las mentes humanas a las
realidades espirituales.36
3. El magisterio interior del Espíritu
Tomás, que asume en sus rasgos esenciales la doctrina agustiniana del maestro
interior,37 pone de manifiesto que es el Espíritu Santo el que instruye interiormente. Para
comprender mejor en qué consiste dicho magisterio, hay que distinguir en la enseñanza dos
dimensiones: una exterior y otra interior.
El hombre espiritual, afirma el Aquinate siguiendo al obispo de Hipona, es aquel que
escucha la voz del Espíritu. Esa voz es exterior cuando se expresa a través de la Escritura
santa y de los predicadores, de modo que los infieles y pecadores pueden escucharla; es
interior, en cambio, cuando el Espíritu habla directamente al corazón del hombre, por ende se
trata de una voz que solamente escuchan los justos y los santos.38 Nuestro autor asevera en
otra parte que el Espíritu Santo no habla corporalmente sino interiormente, iluminando las
mentes de los hombres.39
La enseñanza interior del Espíritu consiste principalmente en hacer libre al hombre y
esta propiedad es motivada por el mensaje de Cristo. Por eso la gracia del Espíritu Santo es lo
que hay de más importante en la ley evangélica. La ley nueva, enseña Tomás en sintonía con
35
Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 6, lec. 5, n. 935: “Sed quia non solum revelatio exterior, vel obiectum,
virtutem attrahendi habet, sed etiam interior instinctus impellens et movens ad credendum, ideo trahit multos
Pater ad Filium per instinctum divinae operationis moventis interius cor hominis ad credendum”; cf. In ad
Hebraeos, c. 8, lec. 2, n. 404 (ed. Marietti, 1953).
36
Al comentar Juan 15,26, Tomás puntualiza tres operaciones del Espíritu Santo: instruye a los discípulos y les
procura confianza para testificar; comunica su enseñanza a los que creen en Cristo; ablanda los corazones de los
oyentes (cf. In Ioannem, c. 15, lec. 5, n. 2066).
37
Cf. Tomás de Aquino, De veritate, q. 11, a. 1, ad 8 (ed. Leonina, 1972). Otros textos revelan que el Aquinate
no sigue exclusivamente a san Agustín, cf. In De Trinitate, q. 1, a. 1, obi. 2 (ed. Leonina, 1992); Summa contra
gentiles, II, c. 75, n. 1558.
38
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 3, lec. 2, n. 453; Quodlibetum, II, q. 4, a. 1 (ed. Leonina, 1996).
39
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 16, lec. 3, n. 2103.
7
san Agustín, consiste sobre todo en la gracia del Espíritu Santo. 40 Esa ley es, en primer lugar,
una ley interior; secundariamente es una ley escrita.41
3.1. El Espíritu enseña y sugiere
El comentario tomasiano de Juan 14,26 advierte que los discípulos no entendieron
algunas verdades que Cristo transmitió y que no recordaban perfectamente sus palabras. Por
eso el Señor dice “os lo enseñará todo”, lo que en ese momento no podían entender, y “os
sugerirá todo”, lo que no podían encomendar a la memoria.
Con motivo de una objeción que a partir del significado de “sugerir” planteaba la
inferioridad del Espíritu en relación al hombre, Tomás explica -con el aporte de Gregorio
Magno-42 que el Espíritu Santo sugiere no porque conceda el conocimiento desde lo inferior,
sino porque desde lo oculto suministra fuerzas para conocer. Además, según otra
interpretación, se puede decir que el Espíritu enseña cuando hace al hombre partícipe de la
sabiduría del Hijo, y que sugiere cuando mueve porque es el amor. Por último, se puede
entender el “sugerir” como la acción divina que trae nuevamente todo a la memoria humana.
En otras secciones de su obra, el Aquinate cita Juan 14,26 precisando un poco más en
qué consiste el “suggerere” del que habla el cuarto Evangelio. Así, por ejemplo, en su
Comentario a los Romanos anota lo siguiente: “El Espíritu Santo, que habita la mente, no sólo
enseña lo que corresponde hacer, iluminando el intelecto de los que obran, sino que también
inclina el afecto para obrar rectamente. Juan 14,26: El Paráclito, el Espíritu Santo que el
Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo, en cuanto a lo primero, y os sugerirá todo,
en cuanto a lo segundo, todo lo que os diré a vosotros”.43 Conforme a este texto, no alcanza
con conocer, es necesario que el Espíritu mueva el afecto humano a obrar el bien de la
verdad. 44
40
Junto con los comentarios de santo Tomás a Juan 3,8; Romanos 8,2 y 2 Corintios 3,17, y la lectura de Summa
theologiae, I-II, qq. 106-108, pueden consultarse los trabajos de S.-Th. Pinckaers, Les sources de la morale
chrétienne. Sa méthode, son contenu, son histoire. Fribourg (Suisse) - Paris, Éditiones Universitaires Fribourg –
Éditiones du Cerf, 19902, pp. 178-198; Id., El Evangelio y la moral. Barcelona, EIUNSA, 1992, pp. 51-60; R.
García de Haro, La vida cristiana. Curso de Teología Moral Fundamental. Pamplona, EUNSA, 1992, pp. 457485; L. J. Elders, “La Ley Nueva es la gracia del Espíritu Santo”, en Id., Conversaciones teológicas con santo
Tomás de Aquino, pp. 307-322.
41
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 106, a. 1.
42
Cf. Gregorio Magno, XL homiliae in evangelios, II, hom. 30, 3 (PL 76, col. 1222 B).
43
Tomás de Aquino, In Ad Romanos, c. 8, lec. 1, n. 602: “Spiritus Sanctus, mentem inhabitans, non solum docet
quid oporteat fieri, intellectum illuminando de agendis, sed etiam affectum inclinat ad recte agendum. - Io. XIV,
26: Paracletus autem Spiritus Sanctus, quem mittet Pater in nomine meo, ille vos docebit omnia, quantum ad
primum, et suggeret vobis omnia, quantum ad secundum, quaecumque dixero vobis”. Cf. G. Emery, “L’Esprit
Saint dans le commentaire de saint Thomas d’Aquin sur l’épître aux Romains”, Nova et Vetera 82 (2007) 373–
408.
44
Cf. Tomás de Aquino, In Ad Hebraeos, c. 8, lec. 2, n. 404.
8
A continuación intentaremos explicar muy brevemente cómo el Espíritu obra en
nosotros.
3.2. El instinto del Espíritu Santo
El intelecto humano posee una luz natural propia suficiente para conocer algunas cosas
inteligibles a través de las sensibles, pero para alcanzar otras realidades más elevadas debe ser
perfeccionado por la luz de la gracia. 45 De estas aserciones no se infiere que el conocimiento
conquistado sin la gracia se halle fuera del influjo divino. Para percibir cualquier verdad, el
hombre necesita la asistencia divina que mueve su intelecto a su propio acto; se trata del
auxilio general con que Dios mueve las causas segundas. 46 Además, el hombre necesita una
iluminación complementaria participada por la gracia para aprender las verdades que exceden
su capacidad cognitiva ordinaria (el próximo apartado retomará estos puntos).
Lo mismo sucede con respecto a los actos de la voluntad. Si la moción divina aplica la
capacidad natural de la voluntad a un objeto proporcionado, se trata del concurso general de
Dios con las causas segundas. Pero si aplica la voluntad a un objeto que excede su virtud
natural o aplica la voluntad ya elevada por un hábito sobrenatural, estamos ante la moción de
la gracia divina actual.47
Luego, es correcto afirmar que el hombre abandonado exclusivamente a los recursos
de su naturaleza no capta las cosas del Espíritu Santo (1 Corintios 2,14), por lo cual no puede
comprender los bienes que están por encima de los sentidos y de la razón humana. 48
Ahora bien, la iluminación de la mente y el movimiento de la voluntad son las
acciones que Tomás atribuye al Espíritu Santo en Juan 14,26. Dichos efectos se producen por
una inspiración divina, fórmula que indica un cierto movimiento proveniente del exterior. Hay
veces que santo Tomás emplea indistintamente las expresiones “interior vocatio” e “interior
instinctus”. En algunos textos encontramos que el llamado interior consiste en una “interior
locutio”, término que está vinculado a “interior inspiratio”.49
Al analizar el caso del “llamado a la conversión”, el Angélico indica que la atracción
interior se produce por la infusión de la gracia y que consiste en un instinto o movimiento
45
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 109, a. 1. El lumen gratiae se divide en luz de profecía, luz
de la fe (que comprende las luces derivadas de los dones del Espíritu Santo), y luz de la gloria.
46
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I, q. 79, a. 4 et ad 1; q. 105, a. 3 et ad 1.
47
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 9, a. 6, ad 3; q. 21, a. 4, ad 2. Para una breve presentación de
las diferentes maneras cómo Dios mueve la inteligencia y la voluntad humanas, véase R. Garrigou-Lagrange,
Perfection chrétienne et contemplation selon S. Thomas d’Aquin et S. Jean de la Croix, vol. I. Paris, Desclée et
Cie., 1923, pp. 355-385.
48
Cf. Tomás de Aquino, In Ad Corinthios, I, c. 2, lec. 3, nn. 112-114.
49
Cf. Tomás de Aquino, De veritate, q. 18, a. 3; In Ad Romanos, c. 1, lec. 4, n. 68. El primer texto referido
sostiene que Dios, al inspirar interiormente, muestra un signo de su esencia, que es una semejanza espiritual de
su sabiduría.
9
hacia el bien. Un texto capital del Comentario a los Romanos, al hablar de su naturaleza,
necesidad y eficacia, describe en detalle este tipo de inspiración: “El otro llamado es interior,
y no es otra cosa que cierto instinto de la mente, por el cual el corazón del hombre es movido
por Dios para dar su asentimiento a las cosas que son de la fe o de la virtud […]. Y esta
apelación es necesaria, porque nuestro corazón no se volvería hacia Dios, si el mismo Dios no
nos atrajera hacia él […]. Este llamado también es eficaz en los predestinados, porque
asienten a tal invitación”. 50 En su Comentario a los Gálatas, Tomás es más incisivo y afirma
que el instinto interior es una gracia por la cual Dios “toca el corazón” del hombre
atrayéndolo hacia él. 51 Jean-Pierre Torrell, por su parte, comprueba que en la teología
tomasiana el instinto interior no tiene que ver solamente con la fe o con la experiencia de la
conversión de alguien, sino que aparece a propósito de la profecía, de la vida moral y del
discernimiento entre el bien y el mal o de la relación del hombre con la ley. 52
Hablar del instinto del Espíritu Santo es hablar de una gracia actual operante. Es actual
porque es “per modum motus vel impulsus” 53 y no “per modum habitus” como lo es la gracia
santificante; es operante porque mueve la mente del hombre, constituyéndose Dios como
único motor -no la facultad humana-54 por eso la operación es atribuida a él.
Pero decir que la operación no se atribuye a lo que es movido no significa que no le
pertenezca. Si lo movido es puesto en acto, resulta lógico que la operación sea suya. Aquí nos
referimos a la iniciativa en la moción y al influjo estrictamente eficiente. En efecto, este tipo
de actos no depende de una determinación de la voluntad; toda la iniciativa de la moción
proviene de Dios. La voluntad no tiene parte alguna en el influjo eficiente que ha suscitado
ese acto, ella no mueve ni se mueve en sentido estricto, sino que es movida según su
naturaleza, por lo que su acto es esencialmente voluntario, perfectamente vital y propio.
50
Tomás de Aquino, In Ad Romanos, c. 8, lec. 6, n. 707: “Alia vero vocatio est interior, quae nihil aliud est
quam quidam mentis instinctus, quo cor hominis movetur a Deo ad assentiendum his quae sunt fidei vel virtutis.
[…] et haec vocatio necessaria est, quia cor nostrum non se ad Deum converteret, nisi ipse Deus nos ad se
traheret […] Et etiam haec vocatio est efficax in praedestinatis, quia huiusmodi vocationi assentiunt”. Cf. L. Pou
Sabaté, “Instinto del Espíritu Santo y filiación divina, en Santo Tomás de Aquino”, en Atti del Congresso
Internazionale su L'umanesimo cristiano nel III millennio: la prospettiva di Tommaso d'Aquino (21-25
Settembre 2003, vol. II). Vatican City, Pontificia Academia Sancti Thomae Aquinatis - Società Internazionale
Tommaso d'Aquino, 2005, pp. 805–820.
51
Cf. Tomás de Aquino, In Ad Galatas, c. 1, lec. 4, n. 42.
52
Cf. J.-P. Torrell, Saint Thomas d’Aquin, maître spirituel, p. 277, donde es mencionado el artículo de S.
Pinckaers, “L’instinct et l’Esprit au coeur de l’éthique chrétienne”, publicado en C.-J. Pinto de Oliveira (ed.),
Novitas et veritas vitae. Aux sources du renouveau de la morale chrétienne. Mélanges offerts au Professeur
Servais Pinckaers l'occasion de son 65e anniversaire. Fribourg (Suisse) - Paris, ditiones niversitaires
Fribourg – ditiones du Cerf, 1991, pp. 213-223.
53
La gracia actual es un auxilio sobrenatural y divino por el cual Dios mueve de modo transeúnte al alma a
conocer, querer u obrar algo trascendente y divino. Esta es la “gratia per modum auxilii vel actus” (cf. q. 109, aa.
6 et 9; q. 110, a. 2; q. 112, a. 2 et ad 1); es “motus quidam animae”.
54
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 111, a. 2; véase también Summa theologiae, I-II, q. 68, a. 1;
II-II, q. 52, a. 1 et a. 2, ad 1; J.-H. Nicolas, Les profondeurs de la grâce. Paris, Beauchesne, 1969, pp. 212-219;
R. Garrigou-Lagrange, Les trois âges de la vie intérieure prélude de celle du ciel (vol. 1). Paris, Les Éditions du
Cerf, 1939, pp. 119-121.
10
Todos estos elementos conducen, ciertamente, a reflexionar sobre el cumplimiento de
la ley por quien es habitado por el Espíritu y a precisar la dignidad del acto libre del hombre
que es movido.55 Pero el análisis que estos aspectos requieren nos llevaría muy lejos de
nuestro propósito. Baste señalar por ahora que esa atracción no es bajo ningún aspecto
violenta, sino respetuosa de la libertad humana, es decir, que el llamado interior es acorde a
nuestra naturaleza racional. En la Summa leemos: “los hijos de Dios son movidos por el
Espíritu Santo según el modo [de ser] de ellos, a saber, respetando el libre arbitrio, que es la
facultad de la voluntad y de la razón”. 56
En el orden de la gracia, la moción por la que Dios mueve el libre arbitrio del hombre
espiritual -dispuesto a las inspiraciones divinas por los dones del Espíritu Santo-, es muy
particular. El envío del Espíritu Santo al alma de los justos comporta su presencia “per
modum inhabitationis”, y con él un conjunto de dones que, a modo de perfecciones, disponen
al hombre para ser prontamente movido por inspiración o instinto del Espíritu Santo. 57 Dicho
en otras palabras, los dones ponen al receptor en una situación de perfecta docilidad frente a la
acción del Espíritu Santo. En relación con este punto, la Summa enseña lo siguiente: “la
sabiduría y la ciencia no son otra cosa que ciertas perfecciones de la mente humana, que la
disponen para seguir el instinto del Espíritu Santo en el conocimiento de las realidades divinas
y humanas”. 58
Cuando Tomás habla del “hombre espiritual”, hace referencia a quien se deja conducir
por el Espíritu Santo: “El hombre espiritual no solamente es instruido por el Espíritu Santo
sobre lo que debe hacer, sino que su corazón es movido por el Espíritu Santo. […] De manera
semejante, el hombre espiritual no se inclina a realizar algo principalmente desde el
movimiento de la propia voluntad, sino por el instinto del Espíritu Santo”. 59 Pero, como ya
habíamos anticipado, que la mente humana sea movida no implica que sea un mero
instrumento pasivo, pues de tal forma es impulsada por el Espíritu que también ella actúa por
sí misma. 60
55
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, q. 52, a. 1, ad 3; In Ioannem, c. 6, lec. 5, n. 935; In Ad
Romanos, c. 8, lec. 3, n. 635; In Ad Corinthios, II, c. 3, lec. 3, n. 112; In Ad Galatas, c. 4, lec. 8, n. 260.
56
Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, q. 52, a. 1, ad 3: “filii Dei aguntur a Spiritu sancto secundum
modum eorum, salvato scilicet libero arbitrio, quae est facultas voluntatis et rationis”; cf. In Ioannem, c. 6, lec.5,
n. 935; Summa contra gentiles, IV, c. 22, n. 3588.
57
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 68, aa. 1-4. En la II-II, q. 52, a. 1, leemos: “dona Spiritus
sancti, ut supra dictum est, sunt quaedam dispositiones quibus anima redditur bene mobilis a Spiritu sancto”.
58
Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 68, a. 5, ad 1: “sapientia et scientia nihil aliud sunt quam
quaedam perfectiones humanae mentis, secundum quas disponitur ad sequendum instinctus Spiritus sancti in
cognitione divinorum vel humanorum”.
59
Tomás de Aquino, In Ad Romanos, c. 8, lec. 3, n. 635: “homo autem spiritualis non tantum instruitur a Spiritu
Sancto quid agere debeat, sed etiam cor eius a Spiritu Sancto movetur, [...]. Similiter autem homo spiritualis non
quasi ex motu propriae voluntatis principaliter sed ex instinctu Spiritus Sancti inclinatur ad aliquid agendum”.
En otro lugar (cf. In Ioannem, c. 3, lec. 2, nn. 452-456), Tomás certifica que “espiritual” es quien posee las
mismas propiedades del Espíritu.
60
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 68, a. 3, ad 2.
11
4. Toda verdad procede del Espíritu Santo
En la obra tomasiana encontramos una proposición atribuida a san Ambrosio, que
refleja un rasgo decisivo de la espiritualidad del teólogo dominico y que está íntimamente
vinculada con la temática que venimos tratando: “Omne verum a quocumque dicatur a Spiritu
sancto est”.61 Esta máxima, en realidad, pertenece al Comentario a la Primera Carta a los
Corintios de un anónimo que vivió en la segunda mitad del siglo IV, al que Erasmo llamó
Ambrosiaster debido a que por mucho tiempo fue confundido con Ambrosio de Milán. 62
El Aquinate cita dieciséis veces la proposición del Ambrosiaster a lo largo de su obra
para apoyar la tesis del origen divino de toda verdad: las verdades creadas son participaciones
de la Verdad increada, que es su causa primera en el orden de la eficiencia y de la
ejemplaridad.63
En su Comentario al Evangelio de San Juan, nuestro autor señala un par de veces la
radical dependencia de la creatura respecto de Dios en el orden del conocimiento. Esto le
permite explicar, por ejemplo, en qué sentido Jesús puede declarar legítimamente que su
enseñanza no es suya. En Juan 7,16, el Señor habla en cuanto hombre y desde esta
perspectiva su ciencia creada, como la de toda otra creatura racional, proviene de Dios. De
esta afirmación metafísica, Tomás extrae una lección moral contundente, pues –dice– allí
tenemos un ejemplo de humildad que nos incita a reconocer con acción de gracias que todo
nuestro conocimiento viene de Dios. 64 Más adelante, a propósito de Juan 8,44, la misma tesis
del origen divino de la verdad justifica la idea de que toda creatura cuando habla por sí misma
(“ex propriis”), pero contando obviamente con la iluminación divina que sostiene toda su
actividad noética, solo expresa mentiras. Esto vale particularmente para el demonio. 65
La mención del Espíritu Santo como fuente divina de la verdad se manifiesta
diáfanamente cuando el Angélico recurre a la fórmula del Ambrosiaster en contextos más
vinculados a la historia trinitaria de la salvación. Por ejemplo, al dar razón de la expresión
joánica “El Espíritu de Verdad” (Juan 14,17). Allí explica por qué pertenece al Espíritu Santo
como tal, en virtud de su origen intratrinitario, manifestar la Verdad que es el Verbo: así como
61
El Magisterio reciente se hizo eco de esa proposición, cf. Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio, n. 44.
Pseudo-Ambrosio, Commentaria in epistolam ad Corinthios primam, c. 12, v. 3 (PL 17, col. 245 B; CSEL 81,
2, p. 132): “Dictum enim ipsum, quo significatur Dominus Jesus, non ab adulatione hominum, sicut et idola dii
vocantur, sed Spiritus sancti veritate profusum est; quidquid enim verum a quocumque dicitur, a sancto dicitur
Spiritu”. La mención del Espíritu Santo como fuente divina de la verdad distingue este enunciado de aquel de
san Agustín, De diversis quaestionibus octoginta tribus, q. 1 (ed. A. Mutzenbecher, 1975, p. 11): “Omne verum
a veritate verum est […]. Est autem veritas Deus”.
63
Cf. Tomás de Aquino, In Sententiarum, I, d. 19, q. 5, a. 2; De veritate, q. 1, a. 8; Cf. S.-Th. Bonino, “Toute
vérité, quel que soit celui qui la dit, vient de l’Esprit-Saint. Autour d’une citation de l’Ambrosiaster dans le
corpus thomasien”, Revue Thomiste 106 (2006) 101-147; A. Strumia, “Omne verum, a quocumque dicatur, a
Spiritu Sancto est”, Divus Thomas 34 (2003) 216–227.
64
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 7, lec. 2, n. 1037.
65
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 8, lec. 6, n. 1250.
62
12
en el plano de la psicología humana el amor nace del conocimiento y a su vez hace conocer la
verdad, así también de manera análoga el Espíritu Santo, que procede como Amor del VerboVerdad, conduce a los creyentes a conocer a Cristo.66
De acuerdo con lo expuesto, la expresión de la verdad por modo de inspiración interior
es lo que debe ser atribuido singularmente al Espíritu. En efecto, manifestar la verdad
conviene al Espíritu Santo, porque el amor es el que anima a revelar los secretos: “El Espíritu
santo no es otra cosa que amor. […] Pero este Espíritu nos conduce al conocimiento de la
verdad, porque procede de la verdad, […]. Pues, así como en nosotros de la verdad concebida
y considerada se sigue el amor de la misma verdad, así en Dios concebida la verdad, que es el
Hijo, procede el Amor. Y como procede de la verdad, nos conduce a su conocimiento; […].
Manifestar la verdad conviene con propiedad al Espíritu Santo. En efecto, es el amor el que
lleva a cabo la revelación de los secretos”.67 En la Summa contra gentiles, Tomás había
escrito lo siguiente: “Es propio de la amistad que alguien revele sus secretos al amigo. Como
la amistad une los afectos, y de dos hace como un corazón, no parece que exponga fuera de su
corazón lo que revela al amigo. […] puesto que somos constituidos amigos de Dios por el
Espíritu Santo, convenientemente se dice que los misterios divinos son revelados a los
hombres por el Espíritu Santo”.68
Ahora bien, la idea de que toda verdad procede del Espíritu podría confundir el
conocimiento natural con el sobrenatural, cayendo en una naturalización de las verdades
sobrenaturales o en la divinización de las verdades naturales. Para santo Tomás, la fórmula
del Ambrosiaster tomada en toda su universalidad se aplica al conocimiento natural de la
verdad. Como toda actividad de la creatura, el conocimiento sería imposible sin la acción
general de la causa primera que crea, conserva y mueve al acto la luz natural de la inteligencia
finita. Ninguna creatura está privada de esta acción iluminadora de orden natural que el
Espíritu ejerce divinamente con el Padre y el Hijo, incluso si la creatura se separa
culpablemente de la luz de la sabiduría sobrenatural. 69 Pero el conocimiento sobrenatural, ya
66
Cf. G. Emery, “Le Verbe-Vérité et l’Esprit de Vérité: La doctrine trinitaire de la vérité chez saint Thomas
d’Aquin”, Revue Thomiste 104 (2004) 167-204.
67
Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 14, lec. 4, n. 1916: “Spiritus enim sanctus nihil aliud est quam amor. [...].
Sed iste Spiritus ducit ad cognitionem veritatis, quia procedit a veritate, [...]. Nam, sicut in nobis ex veritate
concepta et considerata sequitur amor ipsius veritatis, ita in Deo concepta veritate, quae est Filius, procedit
Amor. Et sicut ab ipsa procedit, ita in eius cognitionem ducit; [...]. Manifestare autem veritatem convenit
proprietati Spiritus sancti. Est enim amor qui facit secretorum revelationem”.
68
Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, IV, c. 21, n. 3578: “Est autem hoc amicitiae proprium, quod amico
aliquis sua secreta revelet. Cum enim amicitia coniungat affectus, et duorum faciat quasi cor unum, non videtur
extra cor suum aliquis illud protulisse quod amico revelat: […] Quia igitur per Spiritum Sanctum amici Dei
constituimur, convenienter per Spiritum Sanctum hominibus dicuntur revelari divina mysteria”. En cierta
consonancia, santo Tomás muestra en In Ad Philipenses, c. 1, lec. 2, n. 17, que de la caridad viene la ciencia.
69
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I, q. 84, a. 5. La manera en la que Tomás concibe la iluminación
natural no es exactamente la de la tradición agustiniana, pues busca evitar toda apariencia de extrincesismo en el
proceso cognitivo.
13
sea en cuanto a la proposición objetiva de verdades sobrenaturales o en cuanto a la adhesión
subjetiva del espíritu creado a esas verdades, supone otro tipo de acción y de presencia del
Espíritu Santo que no es universal.
En resumen, la expresión “toda verdad procede del Espíritu Santo”, hay que entenderla
de las verdades naturales y de las sobrenaturales. Ambos tipos de verdades proceden de la
tercera persona de la Santísima Trinidad, pero de distinta manera. Las verdades naturales
proceden del Espíritu Santo en cuanto que infunde la luz natural y mueve a entender y
manifestar la verdad. Las verdades sobrenaturales, en cambio, proceden de él al habitar por la
gracia santificante o al conceder algún don habitual sobreañadido a la naturaleza. 70
5. Conclusiones
El Comentario al Evangelio de san Juan de Tomás de Aquino presenta al Espíritu
Santo como verdadero maestro interior. A través de una lectura cautivante del texto bíblico
por sus múltiples y profundas notas espirituales, el Aquinate explica que el magisterio del
Espíritu es, en cuanto al modo, distinto del que ejerció Jesús, pero que no transmite algo
nuevo, sino que continúa y desarrolla la doctrina del Salvador, conduciendo a los discípulos a
una comprensión más profunda de sus palabras. Por tanto, según esta perspectiva, es
imposible entender lo que ha sido Cristo, y lo que es para el hombre, independientemente del
Espíritu Santo.
Para el teólogo dominico, la enseñanza interior del Espíritu no comporta una
superioridad con respecto al Hijo, pues instruye por el poder del Padre y del Hijo. En efecto,
el Espíritu Santo no habla o transmite la verdad por sí mismo, sino a partir de su origen (Juan
16,13). Opera recibiendo su acción del Padre y del Hijo, pues de ellos recibe la naturaleza
divina. Dicho de otra manera, es del Padre y del Hijo de quienes procede el ser y el obrar del
Espíritu,71 y es así como cumple sus acciones.72 Ciertamente las tres personas obran en una
misma acción, pero cada una la ejerce de acuerdo al modo distinto de su relación personal, es
decir, siguiendo su modo de existir conforme al orden trinitario. El Padre obra como fuente
del Hijo y del Espíritu Santo, el Hijo opera como Verbo del Padre, el Espíritu Santo lo hace
como Amor y Don del Padre y del Hijo. 73
Al obrar como amor, al fundar la unidad entre Dios y los hombres, le atañen al
Espíritu Santo las cualidades de la amistad que introduce a los fieles más íntimamente en los
70
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 109, a. 1, ad 1-2.
Sobre este “recibir” y su distinción con lo que sucede a nivel de las creaturas, cf. Tomás de Aquino, In
Ioannem, c. 16, lec. 3, nn. 2107-2108.
72
Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 13, lec. 3, n. 2103.
73
Cf. G. Emery, “Le mode personnel de l’agir trinitaire suivant Thomas d’Aquin”, Freiburger Zeitschrift für
Philosophie und Theologie 50 (2003) 334–353 (p. 352).
71
14
secretos de la Alianza; de hecho, es el único espíritu que conoce las profundidades de Dios (1
Corintios 2,10-11). Su acción eleva y abre las mentes humanas a los designios divinos,
originando en ellas un saber afectivo, que pertenece al orden de la gracia y que estimula a
vivir plenamente en la verdad.
El Espíritu Santo es Espíritu de la Verdad, ya que procede del Hijo que es la Verdad
del Padre, e inspira la verdad en aquellos a los que es enviado.74 Su enseñanza fecunda una
relación existencial con Dios que no queda en mera teoría, sino que impregna toda la vida de
los fieles, pues reproduce en el interior del hombre las palabras de Jesucristo y sugiere su
cumplimiento. La vida humana se vuelve espiritual en el sentido de sobrenatural; el hombre
empieza a ver todas las cosas en su relación con Dios.
Como refiere Jean-Hervé Nicolas, toda vida cristiana es “vida inspirada”, El hombre
espiritual vive de Dios, separado de su fuente divina -el Espíritu Santo- no puede acceder a la
gracia y a la caridad. Pero el Espíritu está presente en las almas de los justos y hace florecer
en ellos los dones y las virtudes sobrenaturales. Esta presencia divina en la creatura cobra
cada vez más la forma del influjo de una persona sobre otra para hacerla actuar según los
intereses de la primera, no por obligación o pasividad, sino en comunión profunda de
sentimientos y deseos. Este modo de obrar se debe precisamente a la inspiración, por la cual
la persona divina hace pasar su espíritu a lo íntimo de la persona amada y dirigida, de suerte
que la decisión asumida por una despierte en la otra -como un eco- la misma elección, y
genere una operación a la vez totalmente libre y perfectamente dócil. 75 Estamos, así, ante un
obrar sobre-humano o cuasi-divino que excede la medida regular y común de la conducta del
hombre.
Las condiciones morales del destinatario de las enseñanzas del Espíritu podría
constituir el objetivo de otro estudio. Por ahora solo precisamos que, como se requiere en todo
proceso de aprendizaje, el hombre tendrá que ser humilde si quiere acoger las luces que
proceden del Espíritu. La humildad, que implica docilidad y confianza, se encuentra junto con
la sabiduría en el mismo hombre, pues la primera dispone a la segunda. Los pequeños, al no
aferrarse a sus propios criterios, reciben de Dios un conocimiento del que no son ni la fuente
ni la medida, y lo obtienen gratuitamente (Mateo 11,25). Los soberbios, en cambio, no
someten sus entendimientos a Dios para conocer la verdad por él y, además, al deleitarse en
su propia superioridad, sienten fastidio por la excelencia de la verdad. Quienes padecen este
vicio logran percibir algunas verdades divinas, pero no llegan a gustarlas.76
Como maestro interior, el Espíritu Santo no solamente concede a los humildes el
conocimiento de las realidades divinas, sino que también les permite experimentarlas. Esa
74
Tomás de Aquino, In Ad Corinthios, I, c. 2, lec. 2, n. 100.
Cf. J.-H. Nicolas, Les profondeurs de la grâce, pp. 218-219.
76
Cf. Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, q. 162, a. 3, ad 1.
75
15
compenetración vital con los misterios altísimos se produce por el amor de caridad, que el
mismo Espíritu derrama en los corazones de los hijos y que los une a Dios. La intelección
perfecta de la verdad supone el amor (entendido no como simple condición), como el
conocimiento sapiencial por el don del Espíritu supone la caridad.
fr. Juan José Herrera o.p.
Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino
[email protected]
16
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