362565. . Tercera Sala. Quinta Época. Semanario Judicial de la Federación. Tomo XXXVI, Pág. 1398. BENEFICENCIA PRIVADA. Aparte de que el Código Civil y la Ley de Beneficencia Privada en 1904, autorizaban a dejar como beneficiarios a los pobres en general, o sea, a la beneficencia privada, la misma ley autorizó las fundaciones de esa índole, por medio de testamento, entendiendo por fundaciones de beneficencia privada, el hecho de destinar algunos bienes para determinado objeto de beneficencia, con carácter permanente o transitorio, y proveyó a la manera de dar personalidad jurídica a esas fundaciones, diciendo como deben constituirse, ya sea en vida de los fundadores ya sea después de su muerte. La teoría de la "concepción civil", bien entendida, no implica ningún absurdo jurídico, porque lo único que significa, es que el actor de la herencia quiso crear, para después de su muerte, una personalidad jurídica que fuera la poseedora de sus bienes, lo cual es perfectamente lícito, siendo a los albaceas testamentarios a quienes corresponde gestionar lo conducente para dar vida a la institución que quiso fundar el testador. En otros términos, se puede concebir una persona moral en la mente, para que después la de a luz el poder público, por medio del decreto que le concede la ficción de su personalidad; y si bien el artículo 27 de la Constitución, prohibe, en su fracción III, que a excepción de aquellos bienes indispensables para su objeto inmediato, o directamente destinados a él, puedan adquirir las instituciones de beneficencia, bienes raíces, y que esta disposición constitucional debe prevalecer sobre cual quiera que pudiera serle contraria, también lo es que hay que penetrarse bien de la intención del legislador, para darle una aplicación justa. La Constitución de 1857 autorizaba a las corporaciones e instituciones civiles para adquirir y administrar los bienes inmuebles que se requieran para el sostenimiento y fin de los mismos, pero con sujeción a las limitaciones que se establecieran; y la Ley de Beneficencia Privada de 1904, dispuso que las fundaciones necesitarían en cada caso, la autorización de la Secretaria de Gobernación, entre tanto se expedía una ley general, ordenando que los bienes raíces se enajenaran en el plazo de un año, salvo permiso en contrario de la Secretaria de Gobernación. La Constitución actual, ciertamente priva de capacidad a las instituciones de beneficencia privada, para adquirir más bienes raíces que los indispensables para el establecimiento y fin inmediato de los mismos; pero esta restricción no debe entenderse en el sentido de que esos bienes no puedan realizarse para aplicar su producto al sostenimiento de una institución, en los términos que previene la ley. La intención del constituyente, al prohibir a las instituciones de beneficencia privada tener bienes raíces para su sostenimiento, se inspiró en razones de orden económico, para que esas adquisiciones no tuvieran el carácter de permanente; de manera que los preceptos que mandan que dentro de determinado plazo se vendan los bienes raíces pertenecientes a las instituciones de beneficencia privada y que no están destinados a su objeto, no son contrarios a lo dispuesto por el artículo 27 constitucional; cosa análoga sucede al tratarse de las adquisiciones hechas por los bancos. Ahora bien, la ley de 1904 que se viene comentando, previene que toda disposición testamentaria hecha a favor de los pobres en general, sin designación de persona, se entenderá hecha a favor de la beneficencia privada, y que el albacea designará la institución a que haya de aplicarse la herencia o legado; y la institución de herederos así hecha, no peca de ilegal. Nada importa que el testador haya mandado que los bienes se pongan bajo el patronato y salvaguardia de una sociedad extranjera, pues esto no perjudica la validez de la institución de herederos, en cuanto al fondo, pues la sanción constitucional única, es la de que ese patronato no pueda tener lugar. Amparo civil directo 3722/28. Larrainzar Manuel. 29 de octubre de 1932. Unanimidad de cuatro votos. Excusa: Joaquín Ortega. La publicación no menciona el nombre del ponente. -1- 362565. . Tercera Sala. Quinta Época. Semanario Judicial de la Federación. Tomo XXXVI, Pág. 1398. -2-