EnTREvISTA AL COMAnDAnTE vEnTURA

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Entrevista
UN VETERANO DE IFNI
ENTREVISTA
AL COMANDANTE VENTURA
S
idi Ifni es una referencia
imprescindible en la historia militar de España, y
de manera especial desde 1957,
año en que se desencadenó sobre
aquel territorio, entonces nacional, la última confrontación armada del siglo XX con participación de nuestro Ejército. En
aquella ocasión desempeñaron
un papel sobresaliente las jóvenes fuerzas paracaidistas, fundadas en 1954 por el comandante
Pallás Sierra y desplegadas en
­
­parte por las ásperas tierras de
la costa africana. Entre las gestas de la campaña destaca como
referencia permanente la heroica
resistencia de la sección del teniente Ortiz de Zárate cerca del
puesto de Tzelata de Isbuía. Hoy,
cincuenta y un años después,
un militar que formó parte de
aquella sección como soldado,
nos cuenta sus recuerdos con el
crudo realismo del protagonista
y el sereno juicio de la madurez,
es el comandante de infantería
Ventura Sánchez Ramos.
gado a una pared en el que
se anunciaba el paracaidismo.
Aquel papel tenía verdadero
gancho para la juventud, en él
se mostraba a un paracaidista
en primer tiempo de saludo al
–– Amigo Ventura: ¿Cómo se te
ocurrió hacerte paracaidista?
–– La decisión fue inmediata. Un
buen día, viviendo en Villa­
vieja de Yeltes, donde trasladaron a mi padre por razones
laborales –mi pueblo está cerca
de Guijuelo– vi un cartel peMILITARES 91
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lado de un avión. Yo no había
visto nunca un avión en tierra,
y menos un paracaídas. Aquello era algo desconocido para
mí. Quedé impresionado y fue
tal la ilusión que me produje-
Entrevista
ron las imágenes que nada más
llegar a casa comencé a preparar los papeles necesarios para
ingresar en las nuevas tropas.
–– Y lo hiciste, al parecer, sin oposición familiar.
–– Así fue. Yo hacía tiempo que
sentía la necesidad de abandonar el pueblo y su forma
de vida, el descubrimiento del
cartel con el avión y el paracaidista fue el detonante que
precipitó mi decisión. Poco
después de enviar los papeles
recibí una notificación para
que me incorporase al Hospital
Militar de Valladolid con el fin
de pasar reconocimiento.
–– Los reconocimientos para ser
paracaidistas fueron famosos
en los primeros años, se decía
que eran tan exhaustivos como
para ser piloto de avión.
–– No se si tanto como eso, pero
si puedo decirte que permanecí en el hospital durante 22
días y casi todos era sometido
a alguna prueba. Cuando los
médicos me expidieron el certificado de aptitud salí pasaportado para el acuartelamiento
de Alcalá de Henares, era el
26 de julio de 1956.
–– ¿Qué impresión le causaron al
joven salmantino las instalaciones militares y la vida de
cuartel?
–– En principio un poco decepcionante, la casa de los paracaidistas era un viejo cuartel de
caballería, destartalado y con
las mínimas instalaciones. Sin
embargo, la vida de disciplina
y orden que allí se respiraba
me agradaron a pesar de su
dureza. Nada más llegar comenzamos los voluntarios un
periodo de intensa instrucción
militar y el 12 de septiembre
juramos bandera. Inmediatamente salimos para Alcantarilla donde habíamos de realizar
el curso básico de paracaidismo, concretamente el 8° que es
al que yo pertenezco.
–– ¿Qué recuerdos tienes de aquel
curso?
–– En el primer salto sufrí una
lesión en el tobillo. Pensé que
ya se había terminado para
mí la aventura. Puedes imaginarte el disgusto, pero la cosa
se arregló, cuando mis compañeros de curso dieron su
último salto, el 6°, a mí me
permitieron saltar cinco veces
en el mismo día, con lo que
completé el número exigido de
lanzamientos para obtener el
titulo de Caballero Legionario
Paracaidista. Ese diploma, que
conservo con el mayor cariño,
me fue entregado el 15 de noviembre de 1956.
DESTINO A IFNI
El 14 de abril de 1956 la I
bandera paracaidista partía de
Alcalá de Henares con destino
a África. Después de una breve
estancia en el Sahara, el 24 de
julio el comandante Pallás Sierra,
jefe de la bandera, recibe la orden
en Puerto Rosario de dirigirse a
Ifni, con la bandera al completo,
desembarcando en la costa africana al día siguiente, festividad
de Santiago Apóstol. A partir de
aquella fecha los paracaidistas
se hallarían presentes en Ifni. Al
día siguiente, Ventura Sánchez
efectuaba su presentación en Al­
calá de Henares como soldado
voluntario.
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–– Cuando acabaste el curso la
I bandera llevaba en Ifni sólo
cuatro meses, la orden de dirigirse la II al mismo territorio
debió obedecer a razones de seguridad, ¿sabíais vosotros cómo
estaba la situación allí?
–– Nosotros, la tropa, entendi­
mos que íbamos a hacer un
relevo rutinario. No sabíamos
que allí hubiese problemas, y
en realidad no los hubo en un
principio.
–– ¿Cuándo se produjo la salida?
–– El 23 de enero. Al día siguiente embarcó la bandera
en Cádiz, en los buques “Neptuno” y “Ciudad de Tarifa”.
A mí me correspondió en este
último. Al llegar a la costa
de Ifni el puerto no permitía el atraque. Permanecimos
28 días anclados sin poder
desembarcar.
–– Casi un mes a bordo de un
barco viendo las costas a un
paso debió ser una situación
difícil.
–– Y lo fue. Pasamos hambre porque los víveres se acabaron, el
Entrevista
Ventura sonríe al recordar
aquella curiosa forma de repartir los elementos de seguridad,
hace un gesto con la mano como
para espantar fantasmas del pasado y prosigue con su interesante narración:
hacinamiento en cubierta era
considerable y sin poder hacer
nada un día tras otro. Pero al
menos nos bañábamos en el
mar, hasta que para colmo de
males un mal día aparecieron
tiburones y el capitán de nuestra compañía, Sánchez Duque,
con buen criterio, prohibió los
baños.
–– ¿Cómo se solucionó la situación?
–– Al final, en vista de que no
mejoraba la mar, regresamos a
Las Palmas, allí embarcamos
en el aeropuerto formándose
un puente aéreo Gando-Ifni.
Por cierto que en cada avión
íbamos 12 personas, rebasando
la capacidad del aparato. Pero
lo más inquietante del viaje
fue que se nos organizó en parejas, uno llevaba paracaídas y
el otro salvavidas; menos mal
que no hubo necesidad de usar
ni una cosa ni otra porque
sino ya puedes imaginarte el
resultado.
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–– La impresión al aterrizar fue
tremenda, vimos aquellos paracaidistas de la I bandera
quemados por el sol, delgados,
la ropa desgastada… hechos
una pena. La primera visión
del territorio y de nuestros
compañeros no era para ser optimistas; pero allí estábamos.
–– Una vez en Ifni, ¿cuál fue la
misión asignada a la II bandera
y en concreto a tu compañía?
–– Supongo que la misma que
venían desarrollando los de la
I bandera. Nuestra compañía
se dedicó desde el primer día
y hasta final del verano, a la
instrucción de combate y a
recorrer el territorio para irnos
familiarizando con él.
–– Se dijo que durante el verano
ya hubo enfrentamientos entre
nativos y militares, ¿se apreciaba ese ambiente en la calle?
–– Efectivamente, durante el verano se desarrolló lo que nosotros llamamos “ la guerra a
palos”. Concretamente el día
16 de agosto mi compañía, la
7°, tuvo un enfrentamiento con
bandas incontroladas. Hubo
un tiroteo y tuvimos un herido, el CLP Vicente Vila Pla,
que después murió cuando
estuvimos cercados en Tzelata.
Recuerdo que recorríamos los
distintos poblados y el ambiente era ya muy tenso. Se veía
que los nativos tramaban algo
contra nosotros.
Entrevista
COMIENZAN LAS OPERACIONES
En la madrugada del 22 al 23
de noviembre los rebeldes ata­
caron todos los puestos exteriores: Tzemín, Tzelata, Tiliuin… a
la vez se abortaba un intento de
ocupar la capital. A las cuatro
de la mañana todas las líneas
telefónicas aparecieron cortadas.
Había empezado la guerra, una
guerra no declarada en ninguna
cancillería pero con los suficientes elementos para llamarse así.
sección al mando del teniente
Gustavo Calvo Goñi. Nosotros desde nuestros puestos de
guardia escuchamos disparos.
El oficial en persona nos lle­
vaba café hasta los puestos ya
que no fuimos relevados en
toda la noche. Por la mañana
regresó la sección, comprobamos con pena que venía con
un muerto y dos heridos, el
muerto era el CLP José Torres
Martínez y los heridos el cabo
Tuero y el CLP Cevallos.
–– ¿Qué recuerdas de aquella fecha?
–– Mi sección estaba de guardia,
a la bandera llegaron noticias
de que en Las Palmeras unos
rebeldes se habían hecho fuertes. Hacia allí se dirigió la 2°
–– Antes de seguir adelante con
nuestra charla, me gustaría,
amigo Ventura, que me hicieses
una breve semblanza de tus dos
oficiales más directos, el capitán
Sánchez Duque y el teniente
Ortiz de Zárate.
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–– El capitán era muy admirado
por todos nosotros, se comentaban sus hazañas en la División Azul como si los demás
hubiésemos tomado parte en
ellas; era muy duro, pero como
lo era incluso con él mismo ese
ejemplo constante nos hacía
admirarlo más. El teniente
Ortiz de Zárate también era
muy querido por el personal de
la sección; un caballero de una
humanidad extraordinaria. El
mayor castigo que recuerdo le
impuso a un paracaidista de
la sección fue, según lo que
yo mismo pude ver, mirarlo
fijamente a los ojos y decirle
muy serio: “Me avergüenzo de
vestir el mismo uniforme que
tú”. Siempre he comentado que
Entrevista
tuve los mejores oficiales de la
bandera.
–– Ahora volvemos al día 23 de
noviembre. ¿Cómo os llegó la
orden de que vosotros, la 3ª
sección, ibais a salir al campo
en misión de socorro?
–– Al salir de guardia, el teniente nos mandó a dormir a la
compañía ya que, como he
dicho, pasamos la noche en
vela. Mediada la tarde nos
comunicaron que nos vistiésemos y equiparamos con todos
los pertrechos de campaña,
la munición y el armamento
al completo. Formamos en la
puerta de la compañía y fuimos conducidos por el teniente
a la puerta del cuartel donde
nos esperaban una ambulancia, una camioneta de tres
cuartos y dos camiones. Yo iba
en el primer camión por pertenecer al primer pelotón, el que
mandaba el cabo 1° Civera,
Cuando estábamos embarcados apareció el capitán Sánchez Duque e inmediatamente
el general Gómez Zamalloa.
El general llamó al teniente y
oí como le decía: “Las cosas
están mal en Tzelata, es una
misión difícil, pero hay que ir
a llevarles medicinas y apoyo”.
El teniente Ortiz de Zárate en
primer tiempo de saludo, le
contestó: “Mi general, entraremos en Tzelata o en el cielo”.
Subió al vehículo y emprendimos la marcha.
–– Para una misión aparentemente
tan difícil se reforzaría la sección con efectivos superiores a
los normales.
–– Así fue, la sección o también
podíamos llamarle destaca-
mento de socorro, estaba compuesta por el jefe, teniente
Ortiz de Zárate, segundo jefe
sargento Moncadas Pujol,
tres pelotones de fusileros al
mando cada uno de un cabo
1°, otro de la 10° compañía
que mandaba una escuadra
de ametralladoras y otra de
morteros del 50, mas dos enlaces de la 9 con una emisora
y dos persianas. El equipo
sanitario estaba formado por
un capitán médico y un brigada practicante, creo que de
Tiradores, y un sanitario nativo que desertó y después lo
encontramos muerto; además
cuatro conductores civiles.
DIFÍCIL PROGRESIÓN
Al anochecer, en vista de que
el estado de la carretera dificultaría notablemente la marcha, el
oficial decide vivaquear a unos
20 km del objetivo, manteniendo
una constante vigilancia sobre los
camiones para no caer en una
emboscada. Cuando comenzó a
clarear el día reanudó su marcha el convoy hacia el puesto
de Tzelata. Iba a comenzar una
trágica odisea que pasaría a la
historia del paracaidismo militar
español como blasón de gloria y
heroísmo.
–– Serían las 9 de la mañana
cuando un nativo nos salió al
paso –prosigue el comandante
Ventura sin vacilar en un sólo
detalle de la narración–. Hicimos alto, el teniente habló
con él, le dijo que en la curva
más próxima, más o menos
a 2 km, estaba la carretera
cortada y que un numeroso
grupo de rebeldes nos estaban
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esperando con ametralladoras
y armamento individual. El
teniente le entregó un papel
para que se presentara en la
comandancia y le dieran una
gratificación. Todo ocurrió
como el moro había dicho, al
llegar a la curva la carretera
estaba llena de pedruscos y
comenzaron a sonar disparos.
–– ¿Qué medidas adoptasteis ante
esta primera agresión del enemigo?
–– El teniente ordenó desplegar
a la sección. Nos apeamos
de los vehículos. Un pelotón,
el mío, al mando del cabo 1°
Civera, retiró las piedras de
la carretera mientras los otros
dos, uno por cada flanco, iba
protegiendo la marcha; así
avanzamos un poco hasta que
volvimos a encontrarnos la
carretera cortada con grandes
rocas. Al llegar a ese segundo
obstáculo comenzaron a llovernos las balas.
–– ¿Os quedaba mucha distancia
en ese momento para llegar a
Tzelata?
–– Creo que unos dos o tres kilómetros, el puesto ya se veía
a lo lejos, pero era imposible
avanzar.
–– La situación debió ser difícil
para todos pero mucho más
cuando el ataque se produjo a
la vista del objetivo y sin posibilidad de avanzar.
–– Cuando la marcha ya se hizo
imposible debido a la cantidad
de piedras y su tamaño, el
teniente ordenó a mi pelotón
que tomara una loma a nuestra izquierda y a retaguardia,
los otros nos protegían. Nada
más comenzar la ascensión al
Entrevista
guía la comunicación agarró la
emisora y la tiró por la ladera
abajo.
SITIADOS
monte, que dicho sea de paso,
fue durilla, el cabo Galay recibió un balazo en una pierna,
estaba a mi lado. Temiéndome
que el próximo sería para mí,
le pregunté si dolía mucho, me
contestó que no, que era como
un golpe, pero que no dolía;
poco consuelo era, pero he
de decir que me animó para
seguir avanzando.
–– ¿Lograsteis tomar la loma?
–– Sobre la mitad de la ladera la
cosa se puso fea, nos tiraban
desde todas partes. Llegamos
a un grupo de rocas y nos
hi­cimos fuertes en él, pero al
salir fue lo malo: el cabo 1°
Civera, jefe del pelotón, cayó
muerto con un tiro en el pecho,
dos minutos más tarde caía
también el cabo mío, Aguirre
Egidua y el fusilero que iba
detrás de mí, Rodríguez Ma­
tamoros, apellido muy acertado para el momento. El pelotón quedó destrozado, pero
logramos llegar a la cima y
desalojar algunos moros que
la ocupaban.
–– Una vez alcanzada la cota que
os asignó el oficial ¿qué movimientos realizó el resto de la
sección?
–– El teniente ordenó a todos los
pelotones que subieran a donde estábamos nosotros para
allí hacernos fuertes y esperar a que las cosas mejorasen
para continuar la marcha hacia T
­ zelata. Cavamos pozos
de tirador y nos preparamos
para pasar la noche, aunque
fue algo más de una noche lo
que tuvimos que soportar allí.
–– Los vehículos se quedarían en
la carretera, ya que os hallabais
en una zona de difícil acceso.
–– Los coches fueron incendiados por el enemigo a poco de
reunirse la sección en la loma.
Ya no podíamos movernos,
había muertos y bastantes heridos, estábamos atrapados y
no teníamos más opción que
aguantar hasta que fuésemos
liberados. Recuerdo que el
teniente intentó hablar por
­radio y en vista de que después
de varios intentos no conseMILITARES 91
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Durante once días permanecieron sitiados los hombres de
la sección de Ortiz de Zárate,
once días en los que el heroísmo
de cada uno se vio agigantado
por las dificultades sobrehumanas que hubieron de soportar.
La escasez de víveres, falta de
medicamentos para curar las
heridas, poca munición y sobre
todas las carencias, el agua. La
sed torturó desde el primer día
a aquel puñado de jóvenes paracaidistas que veían cómo se
ponía el sol sobre ellos sin que
una gota de agua mojase sus
labios inflamados y llenos de
grietas, cómo sus ojos se enrojecían hasta producir dolor
el pestañeo, cómo su estómago
les mordía con punzadas dolorosas y lentamente sus músculos iban perdiendo flexibilidad
hasta llegar en algunos casos a
la atrofia.
–– ¿Comenzó el asedio sobre el
terreno que ocupasteis en el primer avance o pudisteis aumentar el perímetro defensivo?
–– Algo de terreno se pudo ganar
con las salidas que hicimos,
pero resultaba muy difícil el
movimiento, los teníamos encima. Nuestra situación en la
defensiva variaba cada día y
cada noche. Por la noche nos
reuníamos en la cima y vigilábamos por parejas para así
descansar un poco, mientras
que por el día ocupábamos
las laderas al objeto de ofrecer
Entrevista
menos blanco ya que a veces
tiraban con morteros del 72,
creo que checos.
–– Ese control tan estrecho por
parte del enemigo, ¿pudo ser la
causa de la muerte del teniente?
–– Pudo ser. Estábamos sitiados
y el enemigo tenía una considerable ventaja sobre nosotros.
El teniente Ortiz de Zárate
murió el día 26 al amanecer.
Estaba realizando la primera
ronda del día por los pozos
de tirador. Se escucharon algunos disparos. Detrás de
una roca apareció un moro
con una metralleta y le metió
una ráfaga en el corazón, tres
disparos hicieron blanco en
su cuerpo.
El que fuera CLP a las órde­
nes de Ortiz de Zárate se muestra triste, sus ojos, endurecidos
por el tiempo y la experiencia
de una larga vida militar, contienen a duras penas una lágrima,
y la voz, la voz enérgica del veterano, se quiebra por un instante
para acabar ahoga da en un
paréntesis de silencio.
–– Fue muy duro aquello. Parece que lo estoy viendo ahora
cuando yo, tumbado tras de
una piedra, vino él y se sentó
en otra. A mí me pareció que
se estaba exponiendo dema­
siado y le dije: “Mi teniente,
que las balas no son de algodón”, frase que él utilizaba
siempre durante la instrucción
de combate; se sonrió y continuó allí durante un rato. Era
un hombre extraordinario y un
gran oficial.
–– ¿Quién asumió el mando tras la
muerte del teniente?
–– El sargento 2° Jefe, Juan Moncadas Pujol. Teníamos con
nosotros un capitán médico,
pero ni sabía ni le correspondía. Al sargento le ayudaron
de manera ejemplar los cabos primeros jefes de pelotón.
Debo destacar, al menos por
lo que a mí me afectó, al cabo
1° Oliva, recorría los puestos
dando ánimos y repartiendo
algunas cartuchos de los pocos
que quedaban. A mí, personalmente éste cabo 1° me comunicó que no debíamos hacer
mención en ningún momento
de la muerte del teniente, ya
que el enemigo, que conocía
hasta nuestros nombres, se en­
valentonaría y podía resultar
muy peligroso para nosotros.
–– ¿Hubo más bajas tras la muerte
del oficial?
–– Creo recordar, no estoy muy
seguro, que después de la
muerte del teniente sólo hubo
un muerto, el CLP Vicente Vila
Pla, que había resultado herido
con anterioridad.
–– Antes has comentado que el
cabo 1° Oliva os repartía la
poca munición que quedaba
¿Cuáles fueron, pues, vuestras
principales carencias?
–– De todo tipo, si bien unas ocupaban las primeras posiciones
en el deseo de conseguirlas. La
munición no llegó a faltarnos,
gracias a Dios. Había poca,
eso sí, hasta tal punto que algunos cartuchos, que al haber
sido lanzados desde avión y
no funcionar los paracaídas,
se habían torcido, teníamos
que ajustarlos a la recámara a
base de meterlos varias veces
a la fuerza. Las medicinas se
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habían quedado en la ambulancia, yo no necesité nunca
ninguna por lo que desconozco si teníamos suficientes.
Comida tampoco había, pero,
al menos para mí, la mayor
carencia fue el agua.
–– ¿Puedes detallar cómo soportasteis la sed durante tantos días?
–– Desde el primer momento nos
quedamos sin agua, sólo la
que cada cual podía llevar
en la cantimplora. Algún día
cayó un poco de relente y por
la mañana, como las piedras
aparecían algo húmedas, le
pasábamos la lengua y notábamos cierto alivio. Hicimos
salidas para buscar en un pequeño hoyo que había abajo,
en el monte, pero resultó que
aquello era lodo; también chupamos hojas de chumbera a las
que les quitábamos las espinas
con el machete; algo aliviaban,
pero producían dolor de estómago y nauseas. La deshidratación nos iba minando con
unas molestias terribles.
–– Como, por ejemplo…
–– Una flojera progresiva, las articulaciones se quedan sin líquido sinobial, te vas q
­ ue­dando
tieso, el estómago se contrae
y poco a poco vas perdiendo
las ganas y la esperanza de
seguir. Acabas por no hablar
porque los labios están abultados y llenos de grietas dolorosas, la lengua parece que
no te cabe en la boca, y no
digamos de las obsesiones, te
vuelven loco.
–– ¿En qué consistieron, en tu caso,
esas obsesiones?
–– En el poquito tiempo que dormía contaba los grifos que
Entrevista
había visto en mi vida, y sobre
todo no soportaba el ruido de
las cisternas que oía en sueños.
Fue un ruido que me acompañó durante mucho tiempo; un
tormento. Pensaba que cómo
era posible que se tirase el agua
de esa manera y nosotros muriendo de sed. La sed llegó a tal
intensidad que yo –los demás
no sé si lo hicieron– orinaba
por la noche en la cantimplora
y lo bebía por la mañana que
ya estaba frío. Recuerdo que el
día antes de liberarnos –llevábamos diez sitiados– pregunté a Miguel Morales Vadillo
cómo se encontraba, me dijo
que aún aguantaría al menos
24 horas, yo le dije que estaba
un poco mejor, que bien podría
aguantar hasta dos días. Puedes hacerte una idea de cual
era la situación.
El tormento de la sed ha sido
descrito por los soldados de todos los tiempos como uno de
los más horribles, pero si a ese
sufrimiento se añade la presencia
de un enemigo siempre al acecho,
cabe suponer la angustia que
hubieron de soportar los hombres de la 3° sección en la cresta
pelada del camino a Tzelata. El
comandante Ventura recuerda
algunos episodios que tal vez
no haya registrado el diario de
operaciones de la II bandera.
–– La situación extrema en que os
hallabais pudo dar lugar a que
pasado algún tiempo más de
uno se sintiese abandonado…
o perdido sin posibilidad de
salvación.
–– En mi caso, como simple CLP
que era, tuve tiempo de pensar
en muchas cosas, tales como
que se habían olvidado de nosotros, que quién me mandaría
a mí meterme en esto y lucubraciones similares, propias de
los 20 años; pero pronto se imponía un pensamiento que te
permitía cobrar ánimos, y tirar
para adelante, pensamientos
como que lo haces por España,
que tus compañeros te necesitan, que vendrán a liberarte
pero que nuestras tropas están
atendiendo a otros frentes, que
lo tuyo es apechugar con lo
que te echen y reflexiones por
el estilo.
–– Esos conatos de desaliento se
verían superados desde el momento en que supisteis que os
hallabais localizados.
–– No fue tan fácil. La aviación
nos localizó, como era de esperar, pero yo me llevé una
gran desilusión. Aparecieron
en el cielo, creo que seis aviones
de los usados para el salto, al
verlos pensé que venían a liberarnos, pasaron sobre nuestras
cabezas y me dije: van a saltar más adelante y avanzarán
­h asta aquí; pero rebasaron
el llano y se fueron alejando
hasta perderse de vista.
–– Una vez localizados recibiríais
alguna ayuda desde el aire.
–– La verdad es que desde que
fuimos localizados la aviación
colaboró de manera esencial,
tanto los Heinkel 111 ametrallando, como los Junker
lanzando artefactos extraños,
como bidones de gasolina o
cajones de granadas de mano,
aliviaron mucho la presión del
enemigo. También nos lanza­
ron agua que nunca pudimos
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recoger, algo de comida que
tampoco, y munición, que
como ya te he dicho, no funcionó el paracaídas y muchos
de los cartuchos se torcieron.
–– ¿Cómo definirías tu papel dentro del grupo?
–– Como un CLP más, tratando
de aguantar el mayor tiempo
posible y hacerlo lo mejor que
supiera y pudiera. Como ya
he dicho antes, durante el día
ocupábamos unos puestos en
la ladera, bajábamos de los
nocturnos al amanecer, y al
ponerse el sol otra vez arriba,
siempre con el arma a punto.
Si puedo destacar que una
mañana yo tenía que bajar
por un lugar muy empinado y
rocoso para llegar a mi puesto.
Durante la bajada recibí seis o
siete disparos, que por suerte
o porque el tirador era malo,
no me acertaron. Cuando me
instalé en el puesto me dediqué a localizar al autor de los
disparos, que posiblemente
había invertido toda la noche
para llegar hasta allí; se lo
comuniqué a Miguel Morales
Vadillo que era el compañero
de mi derecha. De acuerdo los
dos hicimos varios disparos
y lanzamos después una grabada de mano, esperamos un
poco y al comprobar que no
había movimiento alguno bajé
hasta el lugar reptando, y allí
yacía, aún le quedaban siete
cartuchos que no le dimos
tiempo a utilizar. Episodios
similares a éste los podrían
contar otros compañeros.
–– Y por fin llegó la liberación…
–– El 3 de diciembre vimos aviones y escuchamos tiroteo por
Entrevista
el valle, poco después, en la
montaña, frente a nosotros en
dirección a Ifni, pudimos observar cómo avanzaban unidades nuestras. Un cornetín tocó
su contraseña, era suficiente,
venían a liberarnos. La alegría
fue tremenda, no sólo se acababan las privaciones sino que
recobrábamos unas vidas que
en esos momentos cada cual
daba por perdida. Yo continué
en mi puesto, pero hubo un
CLP, Vicente Llobel Ferrero,
que no pudiendo contener la
emoción, se subió a una roca
para gritar que estábamos salvados, con la mala suerte de
que en ese momento, y delante
de mí, sonó un disparo enemigo, dio en la roca y el rebote le
entró a Llobel por la ingle; las
consecuencias las ha arrastrado durante toda su vida.
LIBERADOS
Al ser liberados por tropas
propias, los paracaidistas se hallaban al límite de la extenuación, once días con sus noches
soportando la tensión del asedio
y carentes de agua y alimentos
produjeron en cada uno importantes lesiones sicológicas y orgánicas que sólo puede relatar
quien las sufrió.
–– El encuentro con tropas españolas sobre aquel cerro del infierno
debió ser especialmente emotivo
para los que llegaban y para los
que estabais allí.
–– Después de liberados comenzó
lo más duro, había que bajar
del monte; las articulaciones
no respondían, no podíamos
con el mosquetón; apenas ar-
ticulábamos palabras, nos tuvieron que ayudar, ellos se hicieron cargo de todo. Entre los
heridos y los demás bajábamos
formando una caravana de
inválidos apoyados casi todos
en compañeros recién llegados,
pero lo más triste fue ver a los
muertos. A mí me dio mucha
pena, mucha pena, al ver que al
subir los muertos a un camión
mi teniente quedó en una posición lamentable… y se veían
las estrellas en la manga.
–– ¿A dónde os dirigisteis?
–– Primero fuimos a Tzelata, pasamos allí aquella noche y
tomamos solamente un poco
de azúcar. Al día siguiente nos
encaminamos a Sidi-Ifni en
un convoy en el que viajaban
mujeres y niños del puesto
de Tzelata. La marcha resultó bastante trabajosa porque
además de que nos disparaban
a cada momento debíamos
empujar los vehículos que se
quedaban en los baches del camino, creo recordar que había
llovido y se hundían las ruedas
en el barro.
–– El recibimiento en Sidi Ifni,
debió de ser memorable.
–– Lo fue por cuanto suponía encontrarnos con nuestros compañeros, pero en la forma fue
estrictamente militar. Como
CLP sólo vi a nuestro capitán, Sánchez Duque. Lo que
si recuerdo bien es que nos
enviaron al hospital donde nos
hicieron un reconocimiento y
unas fotos del grupo que son
las que han dado la vuelta por
distintos medios.
–– ¿Cuál fue el balance de muertos
y heridos en la sección?
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–– Creo que tuvimos cinco muertos y catorce heridos
–– ¿Y las recompensas?
–– La Medalla Militar Individual
para el teniente Ortiz de Zárate
y el sargento Moncadas Pujol,
a los demás la Medalla Militar
Colectiva y creo recordar que
un par de cruces de guerra,
entre ellos al cabo 1° Oliva.
–– ¿Puedes citar cinco nombres
inolvidables para ti?
–– Citaría a cada uno de los que
sufrimos por igual aquel epi­
sodio, que fuimos todos, pero
si he de dar nombres, no puedo
olvidar a mi capitán, Sánchez
Duque, que aunque no estuvo
entre nosotros siempre estuvo
con nosotros; a mi teniente,
Ortiz de Zárate, muerto; a mis
cabos 1° José Civera Comeche
y Antonio Oliva Hernández,
muertos; y a mi gran amigo, Vicente Vila Pla, también,
como los citados, muerto en
la acción.
DE AYER A HOY
Ventura continuó en la Agrupación de Banderas Paracaidistas, después Brigada Paracai­
dista, hasta su pase a la reserva.
A la hora de decir adiós a las
armas el veterano luce en la
­manga de su guerrera una Medalla Militar Colectiva, y en el
pecho once condecoraciones
más. Ha realizado cursos profesionales de Paracaidismo en
España y Bélgica, Plegados e
Instructor Paracaidista, y en su
hoja de servicios, además del
Valor reconocido, pueden leerse
varias felicitaciones del general
jefe de la unidad.
Entrevista
–– ¿Continúas manteniendo contacto con los antiguos compañeros de la BRIPAC?
–– Sigo en contacto casi permanente con miembros de la Brigada. Hay amigos que no se olvidan ni con su muerte, c­ uanto
más por un retiro. Siempre
que existe algún motivo para
estar presente en la unidad
procuro verme con los amigos
y recordar momentos, unos
buenos otros no tanto, pero todos forman parte de una vida
dedicada a una profesión que
elegí voluntariamente y que me
ha hecho feliz durante tantos
años, compitiendo, saltando,
enseñando…
–– ¿Y los antiguos compañeros de
Ifni, os habéis reunido alguna
vez?
–– Sí, hemos tenido varios encuentros los excombatientes
pertenecientes a la sección de
Ortiz de Zárate y aquellos que
el 26 de noviembre de 1957 dieron el primer salto en acción de
guerra, que por cierto, fueron
de mi compañía, la 7°.
–– ¿Tenéis un lugar fijo para esos
encuentros?
–– Hasta ahora no, sí la fecha, que
fijamos entre los días 26 de noviembre (muerte del teniente)
y el 29, día del primer salto.
Cada vez nos reunimos en un
lugar que guarde relación con
nuestras actividades en general
o en particular con alguno de
nosotros. El último encuentro
ha tenido lugar en Guijuelo,
mi pueblo, por acuerdo de los
asistentes en 2008 a la reunión
de Alcantarilla. Ahora se están
barajando para 2010 Comillas,
el pueblo del teniente Ortiz
de Zárate y residencia de su
familia o Zafra, pueblo natal
de nuestro capitán, Don Juan
Sánchez Duque.
–– Ahora me gustaría saber qué
hace un paracaidista “pura sangre” cuando ha dejado de vestir
el uniforme.
–– Mi vida militar, como te he
dicho, ha transcurrido íntegramente en las fuerzas paracaidistas. No supe hacer otra cosa
que saltar del avión y para que
así fuera me vine a Barcelona,
donde tengo mi residencia,
con el fin de recuperarme de
una fractura de tibia y peroné.
Cuando estuve en condiciones
monté un club de paracaidismo, así saltaba yo y enseñaba a
los demás a hacerlo. Por cierto
que entre mis alumnos tengo
uno muy especial, mi hijo,
que está apunto de cumplir los
16.000 saltos, con un currículo
internacional excelente, ha superado con creces a su padre.
–– No me he equivocado cuando te
he calificado como paracaidista
“pura sangre”, la prueba evidente es ese club y ese “ma­trícula de
honor” de tu hijo. Para acabar
nuestra charla te pido que desde
tu experiencia como paracaidista y militar, dirijas alguna
palabra para los jóvenes que
hoy forman las plantillas de la
BRIPAC.
–– Sencillamente que tomen como
ejemplo de su conducta profesional y moral el sacrificio y
compañerismo de los excombatientes de Ifni.
Al dar por terminada la entrevista, tomamos un café, un
café denso, de esos que dejan la
taza negra. Tras la charla quedan
MILITARES 91
16
DICIEMBRE 2010
en el aire recuerdos avivados,
recuerdos en los que unos años
después de la guerra de Ifni nos
encontramos en Alcalá el veterano paracaidista y un recién
incorporado del 70 curso.
–– ¿Te acuerdas, Ventura?
–– Como si fuese ayer.
Miguel Parrilla
NOTA:
De las cualidades humanas,
valor personal y profesionalidad paracaidista del comandante
Ventura Sánchez, da testimonio
un hecho del que él fue protagonista, un acto insólito en los
anales del paracaidismo cuyo
relato impresiona y estremece.
Hace unos años, siendo monitor civil de salto en un aeroclub
de Lérida, uno de los alumnos
saltó al vacío sin percatarse de
que la cinta extractora que debía
abrirle al paracaídas no se había
enganchado en el cable estático
del avión. La muerte era segura
para el novel paracaidista, cuando quisiera darse cuenta de que
no se le abría el paracaídas principal ya sería tarde para accionar la anilla del de emergencia.
Dentro del aparato iba Ventura,
equipado para saltar en apertura manual, al observar el fallo
del inexperto paracaidista, no
se lo pensó, un una fracción de
tiempo que no pueden medir los
relojes, saltó al vacío tras el confiado alumno, lo alcanzó, se situó
frente a él, y a escasos metros de
la muerte de ambos, le cogió la
anilla, tiró de ella y le abrió el
paracaídas; segundos después los
dos tomaban tierra sin el menor
rasguño. ¡De Laureada!
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