serás una mujer helada, por Dara Scully

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La mujer helada, de Annie Ernaux (Cabaret Voltaire). Traducción de Lydia Vázquez
Jiménez | por Dara Scully
Una niña nace salvaje. Nace tardía, y en la casa ve al padre en la cocina, y la
madre mientras fuera, en la tienda, en el trabajo, la labor del hombre. Una niña,
digo, crece entre rayuelas y combas, crece con heridas en las rodillas que el
padre sana, que el padre cura milagrosamente. Él, la madre, aunque la niña tardará
en saberlo, tardará en sentirse avergonzada.
Una
niña
que
primorosas
e
rechaza
a
impecables.
recato.
Exhiben
trofeo.
Tú,
sin
las
Muchachas
orgullosas
embargo,
chulitas.
la
A
las
admiradas
medalla
«entérate,
al
otras,
por
mérito:
puedes
sacar
las
rizos
primorosos,
maestras,
sobre
diez
el
en
todo
pecho
todo,
dulzura
un
y
madres
lazo,
aún
así
y
un
no
agradar a Dios». La niña sabe y no sabe, siente la diferencia que planea; está
ahí, las sobrevuela a ella y a su madre, a las mujeres que atraviesan su infancia,
las tías, las abuelas… todas curtidas por el trabajo en la fábrica, las manos
ásperas y grandes. Dónde están esas mujeres de revista, se preguntará la niña, ya
muchacha, cuando le alcance la vergüenza. Cuando la amiga le señale el polvo tras
las cómodas. Cuando en la casa se evidencie que el padre no es un hombre como
debiera, y que a ella la han criado equivocadamente -estudia, hija, y llegarás a
donde quieras. No las ha conocido, no ha sabido que así debía comportarse hasta
muy tarde.
Entonces lo salvaje se debilita. La hermosa libertad se estrecha lentamente, la
apresa. Ahora se mira en el espejo: los chicos, antes invisibles, apremian. Debe
seducir discretamente. Debe seguir el manual de la buena muchacha. Los gestos,
medidos, copiados, repetidos incesantemente, incansablemente. Que se fijen en una,
que
la
cortejen.
Ahora
el
modelo
es
el
deseable.
El
adecuado,
ahí,
frente
al
espejo: esto es una chica, esto es una hembra de quince años. Dónde queda ahora el
estudia, hija. Dónde los esfuerzos de la madre, la crianza olvidada de su sexo:
sólo una niña salvaje. Algo le ha sido arrebatado. Todavía no lo sabe, pero en
unos años, más pronto de lo que imagina, será una mujer helada.
Annie Ernaux nos habla de algo que nos resulta conocido. La mujer es una hembra
con el camino trazado. La mujer será niña angelical, muchacha decorosa, juguetona
en la justa medida, y después se casará y traerá al mundo a sus criaturas. La
mujer de Annie Ernaux es una mujer helada. Una mujer sin voz ni sueños que camina
dócilmente al matadero. Allí, el hombre. La casa, los hijos, una vejez anticipada.
Y nos hiere más porque en este caso, la niña nace salvaje. Nace en un prado y allí
retoza, corre como un potrillo hermoso y valiente: sueña. La niña de Ernaux que es
en realidad ella misma ha crecido sin el estigma de su sexo, y cuando alcanza la
juventud,
el
golpe
es
doblemente
doloroso.
Aún
se
resiste,
entonces.
Estudia,
planea, traza itinerarios. Pero hace tiempo que el veneno ha sido inoculado. Para
la sociedad de entonces no hay otra dirección posible; incluso la madre, que la
crió valiente, señala finalmente al hombre como meta. La casa será sepulcro; el
llanto de los niños, un tañido fúnebre.
Pequeña nota al pie: Annie Ernaux escribió «La mujer helada» en 1981.
Aunque a día de hoy la sociedad haya avanzado, todavía
es posible reconocer a esa mujer de la que habla.
Eso es, tal vez, lo que más duele de la novela.
[…]
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