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LÉA Y CHRISTINE: EL PASAJE AL ACTO
PUBLICADA EN EDICIÓN N° 42 DE CONTEXTO PSICOLOGICO
¿Qué extrañas fuerzas movieron súbita y casi especularmente a Christine y Lea Papin,
aquella tarde, cuando consumaron la matanza de la Sra. Lancelin y su hija?
En el terreno de la psiquiatría, y en el del psicoanálisis, la cuestión se plantea en términos
de pasaje al acto homicida. Pero… ¿qué decimos cuando decimos “pasaje al acto”?
Muchos coinciden en que, los primeros registros de esta denominación, se producen en el
marco de la literatura psiquiátrica clásica. Su uso inicial se limitaba a actos violentos y
agresivos, de carácter impulsivo, a los que se le otorgaba un claro estatuto patológico.
Algunos autores se remontan al tiempo de los estoicos, y creen hallar en la fórmula “un
ser está allí donde actúa”, una válida referencia filosófica que pudo dar origen al concepto.
En cierto modo, esta versión del acto, parece más solidaria con la aproximación freudiana
a nuestro asunto: el término “agieren” (actuar) que, más allá de algunos cuestionamientos,
tiene el valor de introducir las dimensión del “actuar” en el terreno de lo transferencial, es
decir, de las neurosis, lo más próximo a cierta idea de “normalidad”. Contribuyó, por lo
tanto, a que podamos pensar la posibilidad de presentación del “pasaje al acto” en las
distintas estructuras: neurosis, psicosis, perversión.
Lacan comenzó a investigar el pasaje al acto homicida atraído por la resonancia de casos
protagonizados por mujeres psicóticas (Aimée, las Papin). Más adelante, en lo que suele
llamarse su “retorno a Freud” siguió avanzando y teorizando sobre este asunto, a partir
de casos clínicos por todos conocidos, como el de Dora y el de la joven homosexual.
Recordarán que Dora pasa al acto al propinarle una bofetada al señor K. El pasaje al acto,
a menudo, va precedido de palabras. En este caso fueron las palabras de la confesión del
señor K: “mi mujer no es nada para mí”.
La joven homosexual pasa al acto al dejarse caer a las vías del tren. La dimensión
significante del acto parece, en este caso, avalada retrospectivamente por Freud, que
juega con la doble significación de la palabra alemana “niederkommen”: dejarse caer y dar
a luz, parir.
Lacan toma esta expresión freudiana y le da un valor fundamental: el “dejarse caer” se
constituye en una parte esencial de todo pasaje al acto.
La joven homosexual, en su análisis con Freud, recuerda un momento embarazoso: se
encuentra con su padre, con la terrible mirada de su padre, mientras paseaba tomada del
brazo de su pareja. Cuadro de elevada tensión, de angustia desbordante. No es
momento de palabras, no hay palabras, sólo queda desprenderse y dejarse caer, como
resto, como objeto que cae al vacío, se eyecta fuera de la escena.
Volviendo al caso de las hermanas Papin… ¿En qué medida estos conceptos forjados a
partir de casos freudianos, nos posibilitan pensar y esclarecer cuestiones relativas al
pasaje al acto homicida en estructuras psicóticas?
Procuraré, a continuación, abordar algunos aspectos de la temporalidad en la clínica del
pasaje al acto, y anudarlos a recortes significativos del trabajo de aquellos que
investigaron y se documentaron en el marco del crimen paranoico que, hoy por hoy,
concita nuestro interés.
Uno de esos aspectos, que ya ha sido ligeramente esbozado, es su presentación bajo el
modo de lo urgente, lo apremiante, lo súbito. Esto pudieron leer con claridad los peritos
que observaron la escena del crimen en la casa de la familia Lancelin. Las víctimas ni
siquiera tuvieron tiempo de quitarse sus sombreros, los bolsos de las compras
permanecían alrededor de los cadáveres, la Sra. Lancelin tenía sus guantes puestos
todavía. Léa y Christine arrasaron como un tornado sorpresivo sin darles tiempo a nada.
Algunas palabras del seminario 10 me trasladan a ese fatídico momento. Dice Lacan:
“súbitamente”, “de golpe”: siempre encontrarán estos términos en el momento de entrada
de lo unheimlich” (lo ominoso, lo siniestro). (1)
Imagino, entonces, un cortocircuito de escenas. Christine tratando de tranquilizar a Léa
ante la situación del apagón y, al mismo tiempo, severamente perturbada por los deberes
de “madre” de su propia hermana que la sobrepasan. En este contexto… ¿por qué
esas mujeres que vuelven a casa mucho antes de lo previsto serían, para las hermanas,
simplemente la Sra. Lancelin y su hija? ¿Es descabellado pensar que, con los nervios
alterados por la tensión propia del momento, Christine pueda percibir, tras la puerta que
se abre en la penumbra, eso que no debe estar allí? ¿Acaso el retorno de un padre en lo
real? Un padre para nada tocado por la ley de prohibición del incesto, un padre violador
que, además, las dejó a merced de una madre paranoica, esa madre que ante cualquier
señal de peligro proveniente de los patrones, las sacaba de una casa para ubicarlas en
otra. Ahora que Clemence no está, porque sus hijas decidieron mantenerla lejos, la hija
loca (Christine) ocupa el lugar de la madre loca (Clemence) para la pequeña Léa. Ahora
que ella es la madre, a Léa no le puede ocurrir lo que a Emilia, la hermana ultrajada por el
padre. No, a Léa no le va a pasar lo mismo. Christine está dispuesta a defenderla con
garras y dientes y cuchillos.
Esto es una libre construcción de quien escribe, similar al trabajo que, algunas veces,
suele hacerse después del pasaje al acto, en un intento de dar cuenta del mismo,
considerando su urdimbre significante, las palabras o frases que con frecuencia lo
preceden. No obstante, hay algunas consideraciones teórico-clínicas que complican la
posibilidad de trabajar en esta línea, a saber:” El pasaje al acto no es motivado en el
sentido de una causa o motivo psicológico ni es ocasionado por un hecho exterior” (2), no
busca una interpretación, no es algo que “quiere decir”.
Pero en algún momento puede ser necesario decir sobre el pasaje al acto, ya sea en
análisis o ante la policía o ante los funcionarios de la justicia. Las hermanas Papin son
testimonio de lo difícil que puede llegar a ser este tiempo de la reconstrucción. Las
palabras hacen agua, no parecen el mejor material para decir un acto, pero es el único. El
pacto entre ellas, el silencio, parecía conservar mejor ese estatuto de certeza que tuvo el
crimen y los rituales que lo siguieron. Pero, ahora hay que declarar, y eso implica decir
sobre el pasaje al acto. Qué difícil. “Mi crimen es suficientemente grande para que yo diga
las cosas como son”, es lo único que pudo plantear Christine en un primer interrogatorio.
En otro momento, al intentar reconstruir el hecho con palabras, se produce un grosero
equívoco: “Cuando vi que la Sra. Lancelin iba a lanzarse sobre mí, yo le salté a la cara y
le arranqué los ojos con mis dedos. Cuando dije que salté sobre la Sra. Lancelin me
equivoqué, en verdad salté sobre la Srta. Lancelin, Geneviéve, y es a esta última que
arranqué los ojos. Mientras tanto, mi hermana Léa saltaba sobre la Sra. Lancelin y
también le arrancaba los ojos. Cuando hacíamos esto ellas se pusieron de cuclillas”.
Podemos, a partir de lo expuesto, diferenciar dos tiempos. Un primer tiempo: el del pasaje
al acto. Y un segundo tiempo, que puede advenir o no, que es el de la reconstrucción, el
intento de poner en palabras, de decir respecto del pasaje al acto.
Otro aspecto temporal que podemos considerar en relación al pasaje al acto es la
cuestión de la anticipación. Silvia Tendlarz y Carlos Dante García plantean en su libro “¿A
quién mata el asesino?” que en el pasaje al acto, en las psicosis, se pone en juego la
estructura temporal de la anticipación.
Dicen los autores: “El pasaje al acto presenta la característica de empujar al sujeto desde
el instante de ver al momento de concluir, produciendo un cortocircuito en el tiempo de
comprender. En ese sentido se produce una anticipación. Así, la ausencia del tiempo de
comprender es correlativa de una certeza que dirige las acciones” (3)
Si las psicosis nos enseñan, se abre aquí una nueva y posible línea de trabajo. ¿No es un
campo interesante de investigación el tratar de analizar, desde la perspectiva del pasaje al
acto en las psicosis, las posibles consecuencias de pasar por alto ese tiempo lógico
durante el cual nos detenemos, reflexionamos, nos interrogamos, posponemos – de eso
saben los obsesivos- la toma de una determinada decisión?
Otro aspecto a considerar en la temporalidad propia del pasaje al acto, es su efecto de
discontinuidad, de ruptura en el plano subjetivo. Esto puede jugar a favor de los
actuantes, al producir un cambio radical en la economía o en la posición del sujeto que
lleve, por ejemplo, a la remisión de un delirio. Pero, seamos francos, la mayoría de las
veces, las consecuencias son deletéreas para el sujeto. Christine Papin es una prueba de
ello. Tras la condena, le toca vivir, en soledad, los momentos más difíciles y el deterioro
propio de su enfermedad y de su estancia en el manicomio. Muere cuatro años después
de su crimen “suficientemente grande”. Muere terriblemente sola, como cuando su madre
la arrancó de Emilia, su hermana mayor. ¿Acaso no es de esa soledad que Christine trató
de curarse haciendo de Léa su partenaire? ¿Por qué la vida le sacó su propio remedio?
Le rogaron al juez permanecer unidas, pero el juez fue implacable en su negativa.
En el crimen paranoico de las hermanas Papin hay algo que se repite. Primero hay una
madre (Clemence) que pierde a una hija (Emilia) en manos de las religiosas del Buen
Pastor. Luego una madre (Christine) pierde a una hija (Léa) cuando, tras el asesinato, el
juez decide separarlas.
En apariencia, era Christine quien dominaba a su pequeña hermana. Me pregunto: ¿no
habría sido Léa quien moviera los hilos de Christine buscando alguna vía de escape de la
locura?
El homicidio, como todo pasaje al acto, marca un antes y un después en la vida de cada
una de ellas. Este efecto de ruptura, de quiebre subjetivo, en algunos aspectos, funcionó
como el remedio de Léa, para quien, el fármaco de su hermana, jugaba el rol de un
tóxico, de un veneno.
Una vez más, vemos jugar aquí el enigma del hablante, su condición de sujeto singular
que invalida el uso de recetas universales.
(1)”La angustia”, Seminario 10,1962.1963, Versión Íntegra. Jacques Lacan. Clase 6.
Pag.73
(2) “¿A quién mata el asesino?”. Psicoanálisis y criminología. Silvia Elena Tendlarz,
Carlos Dante
(3)Ibíd. Pág. 24
García. Grama ediciones. Pág. 21.
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