La re-escritura del héroe en Borges

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La re-escritura
del héroe
en Borges
Liliana Bosco
(Profesora en Letras - FHUC/UNL)
1. Escribir desde los márgenes:
planteo del problema
La problemática que abordaremos en este trabajo se
instaura desde el título de nuestra propuesta. La re-escritura del héroe responde a la hipótesis que nos hemos
forjado sobre el cuento “Hombre de la Esquina Rosada”
de 1935. Sostenemos, a partir de dicha lectura, que la
escritura se encuentra tensionada por el empleo de diferentes mecanismos que abren una nueva perspectiva a
partir de la cual se enfoca la figura del héroe.
El prototipo de héroe que recupera Borges en este
texto, y que reconstruye desde una escritura doblegada
por las vanguardias de principio de siglo, es el gaucho
matrero. Esta figura, con la que nace la literatura argentina, se convirtió en uno de los tópicos principales del
siglo XIX. Borges, desde la ficción del siglo XX, inscribe al
héroe desde los márgenes de la narración. Su presencia
no es central, como en la literatura gauchesca, sino que
se construye desde los límites de la escritura.
El héroe en la modernidad es un ser frágil, sostiene
Fernando Savater (1983):
“La desventura del héroe no es nueva: lo nuevo de
la modernidad es la sensación de esterilidad y absurdo que rodea a esa desventura, el vacío social en
torno al héroe”.
Borges suma a esta desventura la angustia de la anonimia. El vacío no sólo es social, sino que se instaura
en la interioridad del personaje y lo hace estallar en una
desidentificación. El “yo” se desintegra en un lenguaje
esquizoide que no logra definirlo y concebirlo en la identidad de una posición. La escritura mece al héroe en un
vaivén del centro a los márgenes, y de lo singular a la impersonalidad de la pluralidad. En esta tensión el conflicto
no logra resolverse, y el héroe, que en otra etapa fue débil
en su caracterización pero sólido e involuble en su constitución desde la escritura, pasa a ser problematizado en el
interior mismo de su enunciación. El distanciamiento del
sujeto hablante respecto de sí mismo como tema de su
enunciado será una de las marcas principales mediante
la cual se producirá el socavamiento de la identidad del
narrador-protagonista del texto analizado. Es decir, el socavamiento se produce por la coexistencia de distintas
formas de relación posicional del sujeto de enunciación
con respecto a los sujetos de enunciado. Al coexistir diferentes posiciones simultáneamente se relativiza la centralidad de la identidad del enunciador.
Por lo dicho anteriormente, sostenemos como hipótesis de trabajo la siguiente afirmación: Borges, en el
texto seleccionado, recupera y transgrede la estructura
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con la que el género gauchesco construye el hilo de la
narración en torno a su prototipo de héroe: el gaucho
matrero. Tensiona la escritura generando una “línea de
fuga” a partir de la cual puede re-escribir dentro de los
límites de un paradigma ya desautorizado y problematizado por la literatura del siglo XX.
En el transcurso de este trabajo, cuando utilizo la noción de paradigma me remito a la definición tradicional
que sugiere Kuhn en La estructura de las revoluciones
científicas (1962), es decir, el paradigma como una manera tradicional de ver el mundo que se constituye a partir
de un consenso establecido. Teniendo presente los problemas que conlleva trasladar un término de un campo
disciplinar a otro, recupero la aplicación que el profesor
Oscar Vallejos realiza del término al campo literario:
“La reconstrucción de la actividad literaria en términos de paradigma ilumina cuatro orbes de indagación: a) las comunidades (productores y público), b) la
constelación de acuerdos compartidos, c) los ejemplares y, d) la dinámica histórica entre las comunidades,
los acuerdos y los ejemplares”. (Vallejos, 2001:16)
Estos cuatro componentes que nos permiten pensar la
literatura en términos de paradigma, me ayudan a reflexionar acerca de cómo se constituye un modelo de escritura y
lectura dentro de la literatura argentina fundacional. Es decir, qué me habilita para partir del supuesto de que Borges
es transgresor con respecto a la literatura argentina que lo
antecede. Es la escritura o las lecturas que se hacen de la
misma lo que marcará la diferencia. Lo que podemos decir
al respecto es que reconocemos, en determinados períodos de escritura, problemáticas comunes que atraviesan a
un conjunto de textos literarios. Tomando, en nuestro caso,
el siglo XIX, si realizamos un recorrido de lectura podemos
identificar como preocupaciones centrales la verosimilitud
textual, el relato autobiográfico, una intencionalidad didáctica que remitía al conocimiento directo de la historia o la
denuncia social; y por estos motivos la escritura era fuertemente descriptiva, lineal y personalizada. Los lugares comunes donde transcurrían los hechos nos permiten hablar
de la construcción del cronotopo “La Pampa”, y su protagonista principal –que al mismo tiempo se asumía como
narrador de los hechos– era el gaucho que confesaba sus
desventuras en su típico dialecto coloquial. Todos los textos de este periodo giraban en torno a la construcción de
una identidad: lo que significa ser gaucho. Claramente podemos apreciarlo en textos como Don Segundo Sombra
(1926) de Güiraldes, Martín Fierro (1872-1879) de José
Hernández, Una excursión a los indios Ranqueles (1870)
de Lucio Mansilla, Facundo o Civilización y Barbarie en las
Pampas Argentinas (1845) de Sarmiento, Juan Moreyra
de Gutiérrez, La Cautiva (1837) y El Matadero (1871) de
Echeverría, etc. Se perfila a partir de estos textos un personaje que al transgredir las características del héroe clásico,
se erige como prototipo del antihéroe moderno.
En este trabajo no pretendemos desarrollar la evolución, o el paso de una categoría a otra, sino que recuperando la noción de paradigma en el campo literario,
partimos de la construcción de la figura del héroe en
una etapa determinada de la Literatura Argentina.
Si bien nuestro trabajo se inscribe dentro de la problemática de la re-escritura del héroe, se encuentra, además,
enmarcada dentro de la propuesta “Borges y los paradigmas”. Esta elección responde al perfil de la hipótesis que
pretendemos demostrar. “Borges y los paradigmas” plantea la cuestión acerca de cómo este escritor se posiciona
en la literatura y asienta su estilo en los márgenes de un
lenguaje ya cercenado por la escritura. No leemos a Borges como paradigma porque la operación que analizamos
–en este caso– es de retroacción. En el cuento “Hombre
de la esquina Rosada” se retoma una categoría de un género anterior y se la inscribe desde un marco de escritura
distinto; se explota de tal manera al lenguaje que aquella
figura que parecía agotada y superada, es trabajada desde
una perspectiva y un enfoque diferente. No evaluamos los
resultados en tanto proyección o impacto de su recepción
posterior, es decir, como la instauración de un ejemplar
paradigmático, sino que damos cuenta, mediante una lectura personalizada de lo que este texto de Borges hace
(más allá de lo que este escritor mismo dice que sus textos
hacen) al recuperar los tópicos de la literatura gauchesca
y reinscribirlos dentro de un género ficcional como lo es el
cuento, con las implicancias que el mismo conlleva si se lo
estudia en oposición a la novela histórica anterior.
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2. Análisis textual
Los personajes
El cuento nos presenta en una primera instancia al
prototipo de la figura de dos posibles héroes: por un
lado, Rosendo Juárez, el Pegador, y por otro, Francisco
Real, quien desafía la posición de autoridad que tiene
el primero. Ambos personajes ocupan el centro de atención de la historia, pero a medida que la historia es narrada podemos detectar una serie de mecanismos que
son los que desarticulan la posición de ambos personajes y nos permiten hablar de la inscripción de un tercero
desde los límites de la narración. Decimos “desde los
límites” porque se lee al margen de la historia principal,
alcanzando su grado máximo de importancia en el desenlace final del cuento.
La principal operación es la adversación. Veamos los
siguientes ejemplos:
• “Arriba de tres veces no lo traté, y ésas en una misma noche, pero es noche que no se me olvidará”.
• “Ese jué el primer sucedido en tantos que hubo,
pero recién después lo supimos”.
• “Yo esperaba algo, pero no lo que sucedió”.
• “yo forcejiaba por sentir que a mí no me reprensentaba nada el asunto, pero la cobardía de Rosendo y el
coraje insufrible del forastero no me querían dejar”.
En el primer ejemplo la conjunción adversativa determina las funciones de indicio, más de diez ejemplos de este
tipo fueron encontrados en el texto. Estos indicios cuando
se saturan al final invierten la resolución de la historia
rompiendo con la expectativa del lector. En el segundo
ejemplo puede leerse claramente el desdoblamiento del
narrador en un nosotros inclusivo (lo supimos). El empleo
de la conjunción opera produciendo una división entre
dos jerarquías diferentes de personajes. Por un lado, los
personajes centrales (activos) sobre los que recae la acción y, por otro, los que observan (pasivos). Las construcciones adversativas funcionan generando una oposición
entre estas dos jerarquías, manteniéndolas tensionadas,
y resolviéndolas finalmente por el término pasivo. El desenlace es también elusivo, reconocemos al héroe de la
contienda interpretando los sobrentendidos finales. La
1) La terminología específica que utilizamos la tomamos de Reisz de
Rivarola Teoría y Análisis del texto literario, Editorial Hachette, Buenos
Aires, 1989.
carga semántica más fuerte se deposita en el término
“inocente” con el que se califica al cuchillo. Al recuperar
las marcas de reiteración (“volví a sacar” y “le pegué otra
revisada”) que anteceden al término lo interpretamos finalmente por oposición y contraste.
3. El uso de las
personas gramaticales
Como anticipábamos en la introducción, podemos reconocer dos movimientos importantes de acercamiento y
distancia del narrador con respecto a su propio enunciado. Esto nos permite hablar de un narrador homo o autodiegético,1 es aquel que se refiere a sí mismo utilizando
cualquiera de las tres personas gramaticales. En el texto
seleccionado el personaje se asume como narrador de la
historia comenzando el texto en primera persona singular:
“Yo lo conocí, y eso que estos no eran sus barrios porque él sabía tallar más bien por el Norte, por esos laos
de la laguna de Guadalupe y la Batería (...) Se murió,
Señor, y digo que hay años en que ni pienso en ella...”.
(Borges, 1953:91-93)
Y alternándola luego con la primera persona del plural:
“Los mozos de la Villa le copiábamos hasta el modo
de escupir. Sin embargo, una noche nos ilustró la
verdadera condición de Rosendo (...) Alrededor se
habían ido abriendo los que empujaron, y todos los
mirábamos a los dos, en un gran silencio”. (Borges,
1953:92-96)
Estos cambios son acompañados de procesos de embrague y desembrague temporal. El texto no se presenta
en una forma pura de discurso o historia sino que comienza en pasado, en el nivel de enunciado, se produce
la conmutación al nivel de enunciación (tiempo presente), y finaliza, nuevamente, en tiempo pasado, en el nivel
de enunciado. El distanciamiento no solo se produce por
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la alternación de las personas gramaticales, sino que se
profundiza por los cambios en el nivel de enunciación.
Además del distanciamiento tenemos una segunda
operación que es la adjetivación escindida en semas
positivos y negativos, lo cual nos permite reconocer las
identidades antinómicas. La dicotomía está discursivizada en la utilización de los pronombres personales. El
pronombre “ellos” se opone a “nosotros”, que incluye
no sólo a los personajes expectantes sino a la primera
persona, es decir, al narrador:
“Dos de ellos iban sobre la capota volcada, como si la
soledá juera un corso (...) Al rato llamaron a la puerta
con autoridá (...) Salieron sien con sien, como en la
marejada del tango, como si los perdiera el tango”.
(Borges, 1953:92-97)
“Ajuera oímos una mujer que lloraba y después la
voz que ya conocíamos (...) Entró, y en la cancha
que le abrimos todos, como antes, dio unos pasos
mareados...”. (Borges, 1953:100)
Los semas positivos son utilizados para caracterizar
al primer grupo (ellos), la adjetivación gira en torno a
la hombría, la valentía, el coraje y el honor. El segundo
grupo (nosotros) se caracteriza con semas negativos, la
adjetivación gira en torno a la dependencia, la imitación
y el conformismo, encontrándose siempre relegados a la
condición de espectadores pasivos de los hechos.
En el enfrentamiento central, quien posee las cualidades
de héroe no acepta el duelo. El retador, que se reconoce
inferior al desafiado, alcanza el reconocimiento que queda simbolizado en la posesión de la mujer. Por último,
quien gana en esta contienda por el poder es marginal
dentro del enfoque que se le da al relato. Se define como
un muchacho –en oposición a hombre– un mozo más de
los que contemplaban la disputa, sin cualidades especiales como las que caracterizaban a los enfrentados. Una
de las características que define al héroe es el reconocimiento social que deriva en la admiración, el respeto y
la autoridad sobre los demás. Quien desafía, entonces,
lo hace públicamente, tanto el reto como la lucha deben
ser el centro de atención de los protagonistas y de la
escritura. Podemos reconocer claras disyunciones entre
la confortación individual, y el reconocimiento social, la
hombría y la nimiedad, lo marginal y lo central. El valor y
la significación de estos términos varía según la forma en
la que se inscriba a los protagonistas.
En la ficción del siglo XX donde el conflicto se lee desde la tensión que gira en torno a la brecha que se abre
entre el escritor y la escritura, donde lo que se tematiza
es la especificidad misma de la literatura y los procesos
de construcción del relato, Borges utiliza este contexto
como línea de fuga desde donde reinscribe la figura del
prototipo de héroe de la literatura gauchesca.
4. Conclusiones
Bibliografía
Como podemos ver, los diferentes mecanismos tienden
a separar dos categorías diferentes de personajes. Dadas
las caracterizaciones de cada grupo y al modo en que es
construido el hilo de la narración en torno a ellos se van
creando las expectativas para que la resolución derive
favorablemente sobre aquellos calificados positivamente.
Pero lo que resulta transgresivo en Borges, justamente,
es que resuelve las disyunciones por el término negativo.
BORGES, J.L. (1935): “Hombre de la Esquina Rosada”, en Historia Universal de la Infamia, Alianza, Madrid.
REISZ de RIVAROLA, S. (1989): Teoría y análisis del texto literario, Hachette, Buenos Aires.
SAVATER, F.: (1983): La tarea del héroe, Taurus, Madrid.
VALLEJOS, O.: (2001): “Los paradigmas y el conocimiento de la
literatura”, en Paradigmas literarios del siglo XX, Universidad Nacional del Litoral, Facultad de Humanidades y Ciencias.
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