Opinión : " Las verdaderas razones del rechazo

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Opinión : " Las verdaderas
razones del rechazo ciudadano
al
gobierno
de
Michelle
Bachelet" (*)
No es extraño que a ocho meses de gobierno la aprobación a la
Presidenta Bachelet haya llegado a un 45%, y la desaprobación
a un 48% y, la adhesión al gobierno sea aún menor, con un 42%
y 51% respectivamente. En la historia política de Chile ha
ocurrido muchas veces que gobiernos que comienzan con un gran
apoyo ciudadano, al poco andar de su gestión, lo van
disminuyendo: es el caso de Carlos Ibáñez del Campo, de
Eduardo Frei Montalva y el de la misma Presidenta Bachelet en
su primer período. En las democracias bancarias, en crisis de
representación y legitimidad, este deterioro se acelera;
veamos dos ejemplos actuales: el del Presidente francés,
Francois Hollande que, del 50%, ha bajado al 12% o 13% de
apoyo popular, y el de Barack Obama, que en las recientes
elecciones legislativas sufrió una derrota catastrófica al
perder su partido el Demócrata, las dos ramas del Congreso –
senadores y representantes -.
La desafección ciudadana al gobierno de Bachelet no se debe
solamente a que sus ministros sean flojos o ineficientes – un
cambio de gabinete, como lo hizo en su primer gobierno, no
sería ninguna solución -, tampoco se trata de que los
secretarios de Estado dejen sus cómodos escritorios para ir a
las regiones y poblaciones para dar a conocer la “buena nueva
del mensaje evangélico” contenido en el programa de gobierno;
que obispos pasen a ser misioneros a fin de reencantar a la
gente, pues el problema es mucho más profundo.
Los
déspotas
ilustrados
del
bacheletismo,
sintiéndose
triunfadores y que creían haber detenido la rueda de la
historia – algo que le ha ocurrido a muchas combinaciones
políticas exitosas – creyeron haber aplastado, fácilmente, a
sus enemigos, hecho que se ha dado muchas veces en la
historia: por ejemplo, con motivo de la celebración del
triunfo de Frei Montalva, en 1964, Radomiro Tomic pronosticó
30 años de gobierno de la Democracia Cristiana, pero sólo le
alcanzó para uno. En el caso actual, el gobierno de Michelle
Bachelet fue incapaz de visualizar el poder de los enemigos de
las reformas propuestas para desarrollar lo que ella misma
llamó “la campaña del terror” para ganar a un grupo de
pequeños empresarios y sectores de capas medias que,
lógicamente, debieran estar a favor de la reforma tributaria
y, sobre todo, de la educacional. Hay que reconocer que, en
este plano, el gobierno perdió la batalla por la hegemonía
cultural y por el sentido común gramsciano. El “queremos
pagar” es un buen titular para ilustrar esta batalla perdida
por la Nueva Mayoría.
La Nueva Mayoría adoptó el camino tecnocrático del despotismo
ilustrado, dejando de lado lo que podría haber constituido su
gran capital: los movimientos sociales que, en 2011, jugaron
un papel tan importante. Pocas veces se ha visto un gobierno
tan carente de apoyo ciudadano como el de la Nueva Mayoría,
por ejemplo, cuesta entender cómo una combinación que incluye
el Partido Comunista se haya mostrado tan inhábil respecto de
organizaciones sindicales, como la CUT y el Colegio de
Profesores – este último, en plena movilización contra el
Ministerio de Educación, lo cual es un absurdo.
Lo normal en una democracia – que no fuera sorda, muda, ciega
y coja – sería que, al perder puntos el gobierno, fueran
ganados por la oposición, pero en este bendito país no ocurre
nada de eso: la Alianza tiene el 66% de rechazo y, apenas, un
22% de aprobación; la Nueva Mayoría cuenta con un55% de
rechazo y un 33% de apoyo. En la encuesta UDP aparecía, en ese
mismo día, el Congreso cuenta un 6,4% de apoyo ciudadano; el
movimiento estudiantil, con un 43% de la confianza ciudadana;
los sindicatos, con un 18,9%.
La Presidenta, pienso, no alcanza a vislumbrar que la crisis
de credibilidad, representación y legitimidad, en vez de
amainar, se ha radicalizado en estos comienzos de su segundo
período de mandato, y la resultante es que cada día se
radicaliza más el absurdo de una democracia sin ciudadanos
que, al final, puede llevarnos a un nivel de participación
equivalente a un tercio del universo electoral, a presidentes
de la república que pueden representar un magro 10% y
parlamentarios entre un 5% y un 6%, es decir, instituciones
deslegitimadas, sin ninguna representatividad, lo cual nos
llevaría a un seudo-democracia de castas, que puede pervivir
sólo gracias a la indiferencia ciudadana, hasta que un líder
carismático ponga fin a esta historia. Es momento ha llegado
de refundar la república.
(*) Loreto Seguel ([email protected])
Imagen de Archivo : www.MichelleBachelet.cl
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