Movimiento moderno al sur

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Movimiento moderno al sur
Bosco Gallardo
Las formas arquitectónicas del movimiento moderno no encontraron un ambiente receptivo en Andalucía. Sin
embargo, la nueva arquitectura consiguió introducirse en esta región gracias a la iniciativa de arquitectos como
Gómez Millán y clientes que decidieron aparcar tópicos, regionalismo y retraso industrial, para promocionar
construcciones sumidas totalmente en las nuevas inercias culturales y arquitectónicas.
La cultura de una ciudad
Ciudad de los gitanos. Es el sobrenombre literario
de Jerez de la Frontera, surgido de la pluma de
Federico García Lorca en su trágico y surrealista
Romance de la Guardia Civil. Una de las características de la sociedad de la ciudad gaditana es, en
efecto, no sólo la abundancia de jerezanos de esa
etnia, sino la absoluta normalidad con que allí se
produce la convivencia y mezcolanza entre gitanos
y los que no lo son. Si hay una música vinculada
al pueblo romaní esa es, indudablemente, el cante
jondo. De Jerez han salido los más grandes e influyentes cantaores, tocaores y bailaores de la historia
del flamenco, como Manuel Torre o la Paquera.
El segundo pilar en el que se asienta la identidad, es decir, esa sustancia inmaterial cohesionante
que puede devenir en el tópico, es la crianza y doma
ecuestre. No en vano existe una raza autóctona,
los caballos cartujanos, así denominados por ser el
fruto de la cría paciente de los monjes de la Cartuja
de la Defensión, situada a las afueras. Estos nobles
e inteligentes équidos llegan a ser capaces de danzar
majestuosamente al compás de la música o de lidiar
sin perder su alegría, a la manera de aguerridos
matadores, a los toros más bravos.
Por último, la tríada de la cultura jerezana se
completa, por supuesto, con el vino; ambrosía que
la baña de fama desde hace siglos, que incluso el
gran Shakespeare alabó en varias de sus obras, y
que hace que su nombre sea, como el de Champaña u Oporto, bebido en los lugares más remotos
del mundo.
Cante, caballos y vino marcan la cultura de
la ciudad. Estas tres palabras evocan al pronto la
confusión de la feria, el jolgorio de las sevillanas,
un clavel en la solapa, la peineta, muros encalados
con ventanas de rejas, macetas y cosas por el estilo.
O sea, el consabido tópico de lo andaluz, lleno de
postizos, frívolo e insustancial. Es difícil pensar en
algo más alejado del racionalismo arquitectónico
—que es orden, abstracción, modernidad—, que el
contexto cultural que se ha dado en llamar como
la España de pandereta. Sin embargo hubo racionalismo en el sur, a pesar de las complejas razones
histórico-estructurales que hicieron de Andalucía
un país de espaldas al progreso y sus beneficios estéticos. Tradicionalmente la burguesía sureña ha
sido escasa, endeble y pacata. El poder económico
lo ostentaban los propietarios de inmensas tierras,
reducidos en número, nobles con inclinaciones
culturales muy tradicionales y que han constituido, en buena medida, el referente social del resto de
la población. Sin agentes sociales que asumieran un
protagonismo emprendedor no es de extrañar que,
por tanto, en el siglo XIX se frustraran dos conatos
de Revolución Industrial.
1929: Sevilla, Plaza de España; Poissy, Ville
Savoie
Seguimos ostentando una concepción románticodarvinista del devenir de las artes. En algún centro,
un genio (o varios) se adelanta a su tiempo y confecciona un repertorio compositivo deslumbrante
y resolutivo que se irradia, por imitación, hasta las
regiones más atrasadas. Ese impulso heroico es el
que hace que la historia avance. Los más torpes del
pelotón, los más alejados del centro, se incorporan
siempre con retraso. En realidad las cosas no son
así, los contextos y las inercias tienen más importancia en la gestación de las producciones creativas
de lo que creemos, especialmente en arquitectura,
donde el hacedor, para poder ver realizadas sus concepciones, tiene forzosamente que negociar con la
realidad de su entorno y atmósfera intelectual.
Los años veinte del pasado siglo fueron una
década fundamental para la consolidación y expansión del movimiento moderno. En la Exposición de París de 1925, Le Corbusier y Jeanneret
consiguen alzar L’Esprit Nouveau, un pabellón
sin ninguna concesión al ornamento en una cita
universal dedicada, paradójicamente, a las artes
decorativas. Cuatro años más tarde se celebra la
Exposición General de España en dos sedes: Sevilla y Barcelona (en un principio iba a ser también
en Bilbao). La de Barcelona, aunque partía de una
triple temática (industria, arte español y deporte)
tenía como objetivo mostrar al mundo que el país
podía ser considerado occidental y avanzado. Se
celebró en el parque de Montjuïc, diseñado por
Forestier, y la ciudad se reestructuró remozándose urbanísticamente. Cataluña aprovecharía la
ocasión para evidenciar su hecho diferencial; no
mucho después obtuvo el estatuto de autonomía.
El Pabellón de Alemania de Mies van der Rohe
pasó bastante desapercibido, siendo reedificado
con posterioridad.
Ningún pabellón fue, en cambio, notoriamente moderno en la Exposición Iberoamericana de la
sede hispalense, a pesar de que existieron algunos
edificios decó y que el Pabellón de Chile, obra
de Juan Martínez, aún ostenta hoy cierto aire de
modernidad. Esta gran operación arquitectónica
cuyo centro neurálgico era el Parque de María
Luisa, ideado igualmente por Forestier, fue concebida bajo el signo del historicismo y del eclecticismo. Se trataba de hacer ver los vínculos fraternos
entre los pueblos del otro lado del Atlántico y la
Península, a la vez que se subsanaban deficiencias
comunicativas, comerciales y de política internacional existentes. Cada país quedaría representado con un edificio que tradujera su ser nacional.
El arquitecto responsable de esta operación que
llenó de 117 edificios la ciudad fue Aníbal González, autor de los edificios más importantes que
representaban al país anfitrión como la Plaza de
España y el complejo de la Plaza de América. Todos ellos son edificios prototípicos de su estilo:
ladrillo, presencia de la cerámica, torres y remates
preciosistas… Esta arquitectura de la Exposición
Universal y de Aníbal González tuvo una influencia enorme en la región, la cual presenció el espectáculo de levantarse, en relativamente pocos
años, construcciones historicistas, eclecticistas,
regionalistas, indigenistas y neocoloniales justo
en los años en los que el movimiento moderno se
consolidaba en el exterior.
En la página anterior: arriba, acceso subterráneo de Guillermo Langle, convertido en quiosco con posterioridad (Almería). Centro, Casa Duclós (Sevilla), del arquitecto Josep Lluís Sert i
López. Abajo, Teatro-Cine Torcal (Antequera), del arquitecto Antonio Sánchez Esteve.
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Arriba, interior del mercado de la Puerta de la Carne antes
de su inauguración, de A. Gómez Millán y G. Lupiáñez (Sevilla); abajo, mercado de la Puerta de la Carne, exterior.
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Un cauce por el que el racionalismo vio expandirse sus códigos fue a través de las obras
de ingeniería. En Andalucía, como se apuntaba
arriba, la Revolución Industrial llegó tarde, por
lo que las infraestructuras no se desarrollaron en
aquellos años del mismo modo que en otras regiones europeas.
Racionalistas andaluces
A pesar de todo, los arquitectos andaluces, que en
la década de los años treinta del siglo XX eran jóvenes, sintieron atracción por los postulados del
estilo internacional. Conocerían las obras europeas
gracias a las revistas especializadas, a través de las
fotografías en blanco y negro que podían ver en
sus páginas (circunstancia nada baladí en su interpretación de las obras de los grandes maestros).
Cuando les fue posible, bien porque la tipología lo
favorecía, bien porque no sufrían ningún veto o,
incluso, como veremos, porque el propio cliente
se lo reclamaba, proyectaron en moderno. Es un
fenómeno común al resto de los arquitectos del
Estado que, inmersos en la posterior autarquía, tuvieron que hacer su trabajo: construir. La sociedad
es, también, autora de las arquitecturas. De esta
forma, se explica el dualismo estilístico tantas veces
frecuente. Pongamos por caso a Gutiérrez Soto:
constructor de cinematógrafos de líneas sinuosas
(Cine Europa, 1928) que en otros momentos, sin
embargo, se convirtió en herreriano (Ministerio
del Aire, 1942-1957).
En Andalucía es interesante el fenómeno de la
vinculación de los arquitectos racionalistas más
sobresalientes con una ciudad: Langle con Almería, Esteve con Cádiz, Edo con Málaga, Lupiáñez con Sevilla. Guillermo Langle entre 1925 y
1965 fue arquitecto municipal, pudiendo decirse
que su producción está dedicada prácticamente a
Almería. La población, durante la Guerra Civil,
se refugiaba de las lluvias de bombas en una red
de túneles (uno de los bombardeos fue realizado, como el de Guernica, por la aviación alemana). Langle, posteriormente, en 1939, creó unos
quioscos que cubrían dichos accesos, una manera
de urbanizar las bocas del entramado subterráneo,
pues se creía que podrían seguir siendo útiles por
mor de la conflagración mundial. El resultado fue
una especie de templitos modernos, pequeñísimas
construcciones, auténticos juguetes racionalistas.
Hoy la mayoría ha desaparecido, y apenas subsisten unos cuantos, algunos demasiado transformados por sus actuales usuarios: quiosqueros de
prensa y chucherías. Entre los edificios de Langle
destaca, también, la Sede de la Asistencia Social
(1935), en cuyo proyecto se observan detalles de
la arquitectura moderna del período republicano:
horizontalidad, pilotes, ventana corrida, marquesina en voladizo… Pero su obra más lograda es la
Estación de autobuses (1952-1962), salvada en el
último extremo de la demolición; se quería construir en su solar una sede de un conocido gran almacén. Langle era un buen dibujante y acuarelista
que no requería los servicios de delineantes. Es fácil
imaginarle diseñar con fruición este conjunto de
dos volúmenes en L, que visto en planta resulta un
acierto de conjunción de líneas rectas y curvas, que
evocan, de alguna manera, la naturaleza del edificio, destinado a albergar vehículos que no hacen
sino trazar en sus viajes líneas sin fin.
José Joaquín González Edo (nacido en Madrid)
fue compañero de estudios y amigo de FernándezShaw. Su conexión con Málaga se produce a partir
de 1928, cuando llega para trabajar en el Catastro.
Edo consigue que ciertos sectores valoraran su manera avanzada de entender la arquitectura en una
ciudad donde prevalecían los gustos regionalistas
y eclecticistas. Quizá porque, según Luque García, lo que define su arquitectura es que convirtió
cada una de sus realizaciones en un proyecto de
ciudad. No son construcciones autistas, sino que
realmente se trata de “máquinas” urbanas, conocen
el contexto donde se alzan y, por tanto, el entorno
parece acogerlas.
Gabriel Lupiáñez Gely poseía un talento especialmente innovador. Entre sus obras construidas
destaca el Instituto Anatómico (proyectado con
Arévalo en 1932) o el Mercado de la Puerta de
la Carne, (del que hablaremos), ambos en la ciudad hispalense. Pero lo más llamativo, sin duda,
es su ideación para Sevilla de la Ciudad funcional,
que apareció en el número 1 de la revista Hojas de
poesía, en 1935, una publicación realizada por algunos escritores que habían participado en Mediodía. Se trata de la única propuesta urbanística para
Sevilla realizada desde el movimiento moderno.
En Andalucía es
interesante el fenómeno
de la vinculación de los
arquitectos racionalistas
con una ciudad: Esteve con
Cádiz, Edo con Málaga...
En el proyecto utópico se aprecia su familiaridad
con postulados de Le Corbusier o Neutra.
El jerezano Antonio Sánchez Esteve fue compañero de estudios de Langle en la escuela de Madrid.
En su promoción de 1921 también obtuvieron el
título figuras como García Mercadal o Lacasa. Venció a Edo en su oposición por la plaza a arquitecto
municipal de Cádiz, donde acabaría localizándose
la inmensa mayoría de su producción. Ejerciendo
las labores inherentes a su cargo, realizó numerosos proyectos de arquitectura sanitaria, edificios
administrativos, escuelas, institutos, residencias
universitarias o instalaciones deportivas. Todos
ellos estuvieron presididos por la austeridad y cierto sentido del decoro institucional. El mayor logro
profesional de Esteve fue que dentro de una política urbanística no siempre acertada de la ciudad de
Cádiz, llevó a cabo su trabajo de forma brillante,
acercándose a la necesidad de pasar a Cádiz de isla
fortificada a enclave moderno. En este proceso intervendrían varias instituciones como el Ejército o
la Armada, la Junta de Obras del Puerto o el Consorcio de la Zona Franca, las cuales actuaban a través de sus técnicos. Esteve consiguió sortear a sus
colegas ingenieros y hacer de sus edificios hitos que
vertebraban las operaciones de reordenación. Otra
de las líneas más destacables de su quehacer fue su
especialización en arquitecto de cinematógrafos,
sirva como ejemplo el Cine Torcal, en Antequera (1933-34). Estas obras estaban bien estudiadas
para cubrir sus necesidades funcionales de acústica,
luminosidad, salidas de emergencia, etcétera.
Poco a poco han ido saliendo a la luz todas estas
construcciones que se nos presentan como significativamente modernas, inmersas en esos contextos
y conectadas a esas inercias aludidos arriba. En Andalucía, por otra parte, arquitectos no radicados en
la región, como Sert (su primera obra es la sevillana
Casa Duclós, 1929), Fernández-Shaw o Gutiérrez
Soto encontraron clientela. Atrás debe quedar el
desconocimiento de la arquitectura del movimiento moderno en el sur de la Península de hace unas
décadas, cuando Oriol Bohigas, en su pionero Arquitectura española de la Segunda República, no señalaba ni una sola, refiriéndose a Andalucía como
“insólitas latitudes culturales”.
Aurelio Gómez Millán
Cuando su cuñado, Aníbal González, gana el concurso para ser el arquitecto responsable de la Exposición Iberoamericana, Aurelio no es más que un
chaval. Pero debía de tener clara su futura orientación profesional, puesto que creció en una familia
sevillana de artistas y arquitectos, influyentes estos
últimos, con cargos en las instancias locales y reconocimientos honoríficos. Una vez terminados
sus estudios en la Escuela de Madrid comenzó a
trabajar muy pronto. Estos encargos tuvieron una
repercusión considerable en la ciudad de la Giralda, como el Teatro-Cine Coliseo España.
Situada en los aledaños de la Puerta de Jerez,
esta obra firmada con su hermano José, abrió sus
puertas en 1931, aunque estaba previsto que se
inaugurara para la Exposición Iberoamericana. Se
anhelaba un importante espacio para el cine y el
teatro ante tamaño acontecimiento internacional.
El edificio de hierro, cemento y hormigón se proyectó estudiando todas las medidas de seguridad
(ahí está su posible modernidad). Exteriormente
responde al conocido como estilo sevillano: ladrillo, decoración de cerámica, marquesinas, miradores, columnas de mármol… Hoy se trata de una
colosal epidermis, pues su interior ha sido completamente remodelado.
Pese a la dimisión de Aníbal González en el año
26, Aurelio inauguró sendos pabellones en la Exposición. El que queda en pie, construido para la
firma vinícola jerezana Domecq, es una de las obras
que le proporcionaron mayores éxitos. Su planta
está inspirada en un pabellón que Aurelio pudo ver
en la Exposición de las Artes Decorativas de París,
mientras que el alzado es absolutamente regionalista, de un preciosista ladrillo tallado. Una de las
características de Gómez Millán, precisamente, es
el estudio de los detalles, los cuales gustaba de diseñar él mismo, para después confiar su ejecución
a los artesanos colaboradores, muy valorados por
contribuir a sus realizaciones.
Simultaneando estos proyectos regionalistas,
Gomez Millán trabajó con su compañero de estudios en Madrid, Lupiáñez. Juntos concursaron
para la construcción de un mercado de abastos
en la Puerta de la Carne, proyecto presentado en
diciembre de 1926. Recordemos brevemente qué
están haciendo algunos de los grandes héroes del
estilo internacional. Efectivamente, Le Corbusier
no había alzado la Ville Savoie todavía, ni Mies
el Pabellón de Alemania. Gropius, por su parte,
estaba construyendo la sede de la Bauhaus en
Dessau. Aalto, sin embargo, no había hecho nada
racionalista aún. (continúa)
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