Políticas del conocimiento

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SEGUNDO ENCUENTRO NACIONAL
LA UNIVERSIDAD COMO OBJETO DE INVESTIGACION
26-28 de noviembre de 1997
Universidad de Buenos Aires
AREA: Gobierno, Organización universitaria
POLITICAS DE CONOCIMIENTO, NUEVOS PARADIGMAS Y UNIVERSIDAD
Dr. Augusto Pérez Lindo, Prof. Tit. de Filosofía, UBA
RESUMEN
El autor propone un nuevo enfoque para analizar la transformación de las
universidades. Sostiene que la evolución histórica y los cambios de paradigmas han creado un
nuevo modo de producción y de transmisión de los conocimientos. Por lo tanto, sugiere
que el análisis de las estructuras debe dejar lugar al estudio de los procesos por los cuales
se producen y transmiten los nuevos conocimientos. Las políticas del conocimiento y la
gestión del saber deberían reemplazar a la gestión burocrática y política de las universidades.
La evolución del pensamiento científico, las innovaciones tecnológicas y los cambios sociales
nos permiten reconocer progresivamente que la sociedad se autoproduce a través del
conocimiento. En ese contexto, las universidades se ven llevadas a revisar sus paradigmas y a
establecer políticas fundadas en una visión lúcida de los impactos del conocimiento sobre la
sociedad.
Augusto Pérez Lindo
Profesor Titular de Filosofía - CBC - UBA
Olazábal 1745 - 1º. A - (1428) Buenos Aires
Telefax: 788-1758
E-mail: [email protected]
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SEGUNDO ENCUENTRO NACIONAL
LA UNIVERSIDAD COMO OBJETO DE INVESTIGACION
26-28 de noviembre de 1997
Universidad de Buenos Aires
AREA: Gobierno, Organización universitaria
POLITICAS DE CONOCIMIENTO, NUEVOS PARADIGMAS Y UNIVERSIDAD
Dr. Augusto Pérez Lindo, Prof. Tit. de Filosofía, UBA
RESUMEN
I. El conocimiento al poder
En mayo de 1968, imbuídos del voluntarismo ideológico de la época, los estudiantes
de Paris escribieron sobre las paredes de la Sorbona: “la imaginación al poder”. Ahora, que
vivimos en la sociedad de la información , sometidos a una economía que apela
intensivamente a la ciencia y a la tecnología sería lógico esperar que los estudiantes
reclamaran : “el conocimiento al poder”.
Si esto no ocurre se debe en parte a que las sociedades contemporáneas se enfrentan no
ya con la naturaleza sino contra un mundo creado por la voluntad humana en base al
conocimiento científico y tecnológico. Es porque enfrentamos el fruto de nuestro poder
cultural que necesitamos crear en un grado superior nuevos mecanismos para pensar y
controlar la sociedad del conocimiento.
Las universidades tienen dificultades para asumir las nuevas realidades y los nuevos
paradigmas. Quizás ello tiene que ver con dos tensiones fundamentales que la definen. Los
modelos universitarios surgidos de la Edad Media europea se organizaron en escuelas,
carreras y facultades que marcaron hasta hoy los hábitos y las mentalidades de los cuerpos
académicos. (Petitat: 1982; Clark: 1983). Se puede , inclusive, entender la dinámica
universitaria como una cultura de “identidades tribales” divididas por intereses corporativos y
mentalidades inconmensurables (Becker: 1993).
Las identidades corporativas crean una visión particular del mundo que tiende a
perpetuarse. El efecto de “reproducción”, que toda una escuela de sociología de la educación
ha indicado como fenómeno dominante (Bourdieu: 1970) no sería tanto la voluntad de
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transmitir la ideología dominante como la incapacidad para superar el peso de la inercia
organizacional. En cualquier caso, sea como resultado de la inercia o de la dominación social,
el efecto “reproducción” impide normalmente asumir los cambios.
Hay que tener en cuenta , sin embargo, que la educación es también un proceso social
por el que una generación transmite a la siguiente una cultura. (Durkheim: 1980). Desde este
punto de vista no sólo interesa valorizar la capacidad para el cambio sino también la voluntad
para transmitir un legado cultural. Una gran parte de los saberes y valores universales
(libertad, solidaridad, justicia, belleza, creatividad, etc.) que definen la identidad y la
evolución humana,
se transforman de manera distinta a los paradigmas científicos,
tecnológicos o sociales.
Seguramente, no podremos escapar a las tensiones que nuestra propia vida histórica
nos impone: vivimos en organizaciones que tienen su propia dinámica e intentamos transmitir
a través de ellas una tradición cultural junto con las innovaciones adecuadas para afrontar las
situaciones del presente. La epistemología contemporánea nos enseña a observar las
relaciones entre las ideas y la sociedad de manera más compleja que como lo hacíamos en el
pasado reciente donde se oponían concepciones monocausales, deterministas, reduccionistas .
(Morin: 1986; 1992).
Los historiadores , sociólogos y administradores de la universidad pueden quedar
atrapados en el discurso institucional. La sustancia de las cosas suele encontrarse en el juego
de los actores corporativos, en los modelos organizacionales, en las
estructuras
académicas, en los contextos sociales o en el curriculum . Cada uno de estos aspectos tiene
su importancia pero ninguno de ellos puede definir per se la evolución de la universidad.
Si en lugar de quedarnos en los factores o en las estructuras analizamos la universidad
como parte de un proceso por cual las sociedades han encontrado una manera de producir
conocimientos para asegurar su propia reproducción podemos observar las cosas de otro
modo. Las diferentes culturas crearon en su evolución diversas instituciones para transmitir
los saberes. La universidad medieval y la escuela moderna fueron algunas de ellas. Mientras
estas instituciones
fueron los centros principales de
producción y difusión de los
conocimientos se identificó a la escuela con la educación, a la universidad con la formación
profesional. Estas amalgamas ya no pueden sostenerse de manera absoluta porque han surgido
múltiples canales de investigación, enseñanza, aprendizaje, educación, formación profesional.
Lo que puede
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intepretarse también como un cambio en los productores y formadores de verdades (Pérez
Lindo: 1992).
Si bien podemos
relativizar
la importancia de la televisión, de las
computadoras, de los centros de investigación independientes, de los nuevos movimientos
sociales o de las empresas como agentes de producción y transmisión de conocimientos, es
evidente que la centralidad de las instituciones educativas tradicionales ha quedado afectada.
Junto con la nueva trama de interacciones entre productores y difusores de
conocimientos también se ha venido produciendo otro fenómeno trascendente: la
construcción de una autoconciencia cada vez más compleja de los factores que
intervienen en la formación del pensamiento científico y del saber en general. Cuando
Emanuel Kant editó la Crítica de la razón pura (1781) se propuso analizar por primera vez
las “condiciones de posibilidad”de todo conocimiento verdadero. Al mismo tiempo abrió el
camino a la epistemología moderna y contemporánea mostrando la importancia de reflexionar
sobre la manera cómo se producen y legitiman las ideas. Con Kant se explicita la voluntad
moderna del saber para poder, o sea, la conciencia de que el entendimiento humano puede
trascender el determinismo y la aleatoriedad de la naturaleza para construir el mundo
conforme a sus propias leyes.
Siguiendo la brecha de Kant, Hegel expuso
en la Fenomenología del Espíritu
(1807), de manera oscura y magistral, algunas ideas que todavía repercuten en nuestra época:
la verdad como un sistema de ideas y nó como un conjunto de teorías aisladas, la historicidad
del conocimiento, la representación de la humanidad como sujeto del progreso intelectual, la
necesidad de reconocer los procesos dialécticos por los que se constituyen los saberes. Entre
todas sus tesis cabe destacar aquella donde ambiciosamente propone que la humanidad
devenga autoconciente de su experiencia histórica y de su propio saber.
Desde una óptica distinta Augusto Comte (1798-1857) propuso una filosofía
positivista para analizar el progreso humano ligado al desarrollo tecnológico y social. Este
desplazamiento de la visión idealista hacia la visión social se acentúa en Karl Marx (18181883) de tal manera que el conocimiento queda subordinado al desarrollo de las
contradicciones entre la evolución de las fuerzas productivas (economía) y las relaciones
sociales de producción (luchas de clases).
Las teorías idealistas, positivistas y materialistas creadas en el siglo XIX se disputaron
hasta no hace mucho tiempo el predominio en la interpretación de los procesos del
conocimiento. Pero la expansión industrial, las innovaciones tecnológicas, el desarrollo de los
sistemas educativos ,
el progreso científico, los medios de comunicación social o las
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transformaciones económicas crearon nuevos contextos para comprender las interacciones
entre el conocimiento y la sociedad.
Hacia 1922 , inspirado por la Revolución Soviética el economista ruso Strumilin
propuso por primera vez el análisis de los impactos económico-sociales de la educación
(Vaizey: 1968). Pero fue sobre todo en el mundo capitalista occidental donde en las décadas
siguientes la economía de la educación, de la ciencia y la tecnología cobraron una amplitud
significativa (Lê Thành Khôi: 1967).
El trabajo de Emile Durkheim Educación y sociología publicado en 1922 fue
reeditado cuarenta años después y en los años 70 la sociología de la educación reapareció
con un gran impulso de mano de la escuela reproduccionista francesa (Bourdieu: 1970;
Snyders: 1976). La sociología de la educación superior se desarrolla al final de esta década.
En el campo epistemológico la Escuela de Viena reunía en los años 30 a científicos y
filósofos para encontrar definiciones consistentes y axiomáticas sobre la ciencia. El proyecto
neo-positivista del grupo fundador era la creación de una enciclopedia universal sobre la
ciencia entrevista como el nuevo sistema de verdades. Surgido de ese movimiento Karl
Popper preparó el ensayo sobre La lógica de la investigación científica (1934) donde
contrariamente a lo esperado el autor sostiene la tesis de la refutabilidad (o falsabilidad) de las
teorías científicas como criterio de legitimación. En lugar de “cerrar”axiomáticamente el
saber científico Popper abrió una brecha hacia el progreso indefinido, hacia la
indeterminación y hacia una visión hipotética de la ciencia.
Lo importante, una vez más, es reconocer el proceso por encima de las distintas
teorías. La reflexión sobre la ciencia, la educación, el conocimiento, la tecnología, cobra un
impulso extraordinario entre mediados del siglo XIX y la segunda mitad del siglo XX. ( En lo
que se refiere a la tecnología, ver: Ciapuscio: 1994). Podemos reconocer entre la diversidad
y la cantidad de trabajos realizados que van de Piaget a Robert Merton, de Spengler a Toffler,
de Heisenberg a Feyerabend , de Bertrand Russell a Edgar Morin,
el surgimiento de un
nuevo ámbito de reflexión: el saber sobre el saber, la ciencia de la ciencia.
El trabajo de Tthomas Kuhn La estructura de las revoluciones científicas (1960)
marcó un hito en este proceso porque interpretó los cambios de las teorías científicas en
términos de cambios de paradigmas. Este concepto arrastra, desde el autor mismo,
significados diversos , pero ha sido popularizado como el pasaje de un modelo de
pensamiento o de acción hacia otro. En su versión restringida el paradigma estaría constituído
por los ejemplares, que serían “soluciones concretas a problemas concretos que la comunidad
científica acepta como modelos” (Gaeta, 1996: 36). La fuerza del paradigma reposa entonces
sobre la eficacia de las teorías y sobre el
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consenso de la comunidad científica.
Edgar Morin interpreta que la nueva situación en la que la sociedad aparece como
producto de la ciencia, la técnica y la cultura nos obliga a elaborar una antropología del
conocimiento (Morin: 1986). En el mundo académico los problemas del conocimiento suelen
tratarse en las cátedras de epistemología, filosofía de la ciencia o de política científica. En
realidad se ha constituído un campo interdisciplinario novedoso donde es necesario combinar
enfoques epistemológicos, históricos, sociológicos, económicos, políticos, psicológicos y
culturales.
?Por qué se impone la reflexión sobre el significado de la ciencia, de la tecnología, de
la educación, del conocimiento en general? . En primer lugar, porque formamos parte de una
civilización que se ha autoconstituído a través de la ciencia y la tecnología. En segundo lugar,
porque también formamos parte de una reflexión sobre el conocimiento que comenzó en la
modernidad. En tercer lugar, porque la expansión combinada de las informaciones y de las
innovaciones tecnológicas tiende a desestructurar las organizaciones vigentes. (Toffler: 1991;
Drucker: 1994). Podemos reconocer fenómenos de desestructuración tanto en lo social como
en lo psicológico, tanto en la filosofía como en las empresas. Asistimos a un cambio en el
principio de realidad donde las mismas nociones de espacio y de tiempo tienden a ser
revisadas (Virilio: 1996).
Curiosamente,
mientras
las
organizaciones
empresariales
tienden
a
“desmaterializarse”, a convertirse en entidades transterritoriales (el telemarketing o Internet
constituyen síntomas
de este proceso), las instituciones universitarias siguen fuertemente aferradas a estructuras
curriculares, procedimientos, cátedras y departamentos compartimentados, carreras docentes
por antiguedad, etc. El paradigma dominante en la Universidad sigue siendo sustancialista,
logocéntrico,
esencialista, territorial, atomista , mecanicista,
en una era donde la
globalización, la informatización y la explosión de conocimientos obligan a asumir un
paradigma complejo, flexible, global, interactivo, inteligente.
II. POLITICAS DE CONOCIMIENTO, NUEVOS PARADIGMAS Y UNIVERSIDAD
Partiendo de los escenarios antes enunciados un grupo de investigadores de Filosofía
del Ciclo Básico Común de la UBA se ha propuesto estudiar la forma en que los cambios de
paradigmas influyen tanto en los cambios curriculares de distintas carreras universitarias
como en las políticas de conocimiento adoptadas por las instituciones. (1) Por un lado,
intentaremos
reunir
información
bibliográfica
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sobre
antecedentes
nacionales
e
internacionales.. Por otro lado, intentaremos analizar las experiencias de distintas carreras de
la Universidad de Buenos Aires entre 1987 y 1997.
Asimismo, entrevistaremos a
responsables académicos para analizar los mecanismos por los cuales se definen las
estrategias institucionales y las políticas deconocimiento.
Desde el punto de vista epistemológico interesa conocer cómo se construyen las
“políticas de conocimiento” que orientan la construcción del curriculum y las estrategias
académicas. Desde el punto de vista institucional nos interesa encontrar elementos de juicio
para mejorar el sistema de enseñanza universitario.
La Unesco, y el Centro Regional para la Educación Superior de América Latina y el
Caribe (CRESALC) han venido realizando encuentros y estudios que reflejan la preocupación
por los nuevos contextos, los cambios de paradigmas y la transformación del curriculum
universitario (Unesco, 1991, 1996, 1997). La Universidad Nacional de Entre Rios organizó en
1992 un Simposio Internacional sobre “Perspectivas del Curriculum Universitario ante el
Siglo XXI”(UNER, 1994)
En la Universidad de Buenos Aires el debate sobre la reforma académica y la reforma
curricular se ha venido planteando en los últimos años. A partir del acuerdo de Colón (Entre
Ríos) se propuso un cambio en la estructura académica y la oferta curricular (documentos de
marzo y abril 1996). El debate, además de sus aspectos políticos y funcionales, encierra el
desafío de asumir los cambios de contextos y de paradigmas que afectan a la Educación
Superior en el mundo entero.
La enseñanza universitaria se halla tensionada por diversos factores, entre ellos, los
cambios de paradigmas que afectan a las distintas disciplinas y los cambios en las políticas de
conocimiento que adoptan las instituciones. (García Guadilla, 1996
; Escotet , 1996 ,
Tunnermann, 1996).
Los diferentes estudios que hemos realizado sobre la evolución de las universidades
(Pérez Lindo, 1968, 1981, 1985, 1989; UNT, 1996) nos muestran que mientras por un lado el
flujo de conocimientos soporta una extraordinaria aceleración por otro lado las instituciones
tardan en acomodarse a estos cambios. La inadecuación o “desfase” entre las demandas
sociales y las estructuras institucionales ha sido señalada a nivel internacional como uno de
los problemas centrales de los sistemas educativos . (Coombs, 1985).
El nacimiento de una sociedad del conocimiento y de la información ( Drucker, 1989;
Toffler, 1992; Portnoff, 1988; Sakaiya, 1994) contribuye a desestructurar los mecanismos
tradicionales de producción y transmisión de conocimientos. Las experiencias de enseñanza
multimedial, universidades abiertas, educación a distancia, enseñanza inteligementemente
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asistida por computadora o los programas educativos por Internet, muestran el surgimiento del
“aula virtual” y de nuevas modalidades de enseñanza. Según algunos autores marchamos
hacia una “cybercultura” que condiciona todos los intercambios de conocimiento (Piscitelli,
1995; Nora, 1997).
En todas las disciplinas podemos encontrar nociones básicas que están siendo
redefinidas. La globalización impone revisar el alcance de los espacios jurídicos (del derecho
positivo nacional al derecho positivo transnacional). Los avances de las biotecnologías
obligan a repensar la idea de la vida , las interacciones entre la medicina y la ingeniería, los
impactos sobre la agricultura, etc.
Las nociones de espacios e interacciones
virtuales
plantean problemas de orden psicológico, antropológico y físico. Las transformaciones en las
identidades individuales y colectivas ofrecen nuevas perspectivas a la psicología y a la
sociología.
El multiculturalismo global obliga a revisar las concepciones filosóficas
etnocéntricas y a buscar una interpretación pluralista de las visiones del mundo. La
emancipación femenina pone en evidencia las discriminaciones establecidas por el
predominio de la cultura patriarcal en el curriculum universitario y en la sociedad.
Los cambios de paradigmas constituyen en parte un correlato de los cambios de
mundo (Pérez Lindo, 1995) y en parte son el resultado de la evolución misma de los sistemas
de ideas y creencias (Morin, 1992; Pérez Lindo, 1996 a , 1996 b). En ambos casos las
transformaciones son tan rápidas que las lógicas institucionales no alcanzan a procesarlas.
Este descontrol permite decir a Paul Virilio
que vivimos un “golpe de Estado
informacional”(Virilio, 1996).
En la Fenomenología del Espíritu el filósofo Hegel intentó por primera vez resumir la
evolución del pensamiento de la humanidad y aconsejaba en la Introducción analizar las ideas
nó como sustancias sino como sujeto, como Espíritu. Análogamente, ahora se podría decir
que es necesario analizar los productores de conocimiento (escuela, universidad, centros de
investigación) nó como estructuras sino como la interacción compleja de recursos, actores,
procesos y estructuras en un contexto cambiante. La verdad del proceso es el todo, pero el
todo es incierto.
Para llegar a ser sujetos, las universidades necesitan conocer los escenarios del
cambio del mundo, los avances científicos, las innovaciones tecnológicas, las demandas
sociales. A partir de allí se pueden proponer luego estrategias de articulación entre la
producción de conocimientos y la sociedad. Denominamos “políticas de conocimiento” a
esta voluntad del saber autoconciente que pretende orientar la formación de recursos
humanos, la investigación científica y la innovación tecnológica hacia la construcción de
una sociedad justa. Porque no se ignora que las fuerzas dominantes tienden a apoderarse del
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saber para lograr sus objetivos está inscrito en las leyes vigentes que la educación pública
debe garantizar la igualdad de oportunidades y la democratización de los conocimientos.
También en este caso necesitamos políticas con clara conciencia de los impactos de la
educación, la ciencia y la tecnología.
Sostenemos que la autonomía universitaria, o sea, la capacidad para conservar
una cierta independencia frente a los distintos poderes de este mundo depende no tanto
del control institucional cuanto del dominio del conocimiento y de sus impactos. Desde
este punto de vista, a su vez, se destaca la importancia de convertir a las universidades en
organizaciones inteligentes regidas por principios de gestión del saber.
El mapa del conocimiento se encuentra en plena transformación. Es en la universidad
donde este proceso debiera expresarse con mayor evidencia. En ella, sin embargo, nos
encontramos con una doble tensión: por un lado, la tendencia a reproducir las formas del
saber tradicional ; por el otro lado, la tendencia a la simple adaptación frente a los nuevos
contextos e ideas.
Ambas opciones invocan
diferentes
razones para justificarse pero
resultan insuficientes tanto para formar los graduados del nuevo mundo como para conservar
la avanzada en el dominio de los conocimientos. Por eso algunos autores insisten en la
necesidad del “pensamiento anticipatario” , o sea, la capacidad para situarse respecto al futuro
(Toffler: 1992; Sakaiya: 1994 ; UNESCO, 1997).
En la medida en que la sociedad actual depende de las innovaciones científicas y
tecnológicas y del dominio de la información parece lógico pensar que las universidades,
como centro de producción, de transmisión y de fundamentación de los conocimientos, están
destinadas a cumplir una función histórica central: la de formular políticas que puedan
orientar el uso de la ciencia y la tecnología en función de un nuevo modelo mundial de
desarrollo humano . Lamentablemente, la mayoría de los talentos universitarios trabajan en
proyectos fragmentados o ajenos a los grandes dilemas de la humanidad.
El reacomodamiento de la enseñanza universitaria frente a los cambios se ha vuelto
complejo debido a los factores que intervienen: crisis de financiamiento, desactualización de
los planes de estudio, rigidez y crisis de las estructuras organizativas, cambios en el cuerpo
docente, etc. Todo lo cual lleva a opacar el problema de las políticas del conocimiento. Las
respuestas tienden entonces a mejorar lo existente o a la adaptación frente a las nuevas
circunstancias.
Las posibilidades de recuperar el protagonismo de la sociedad , el triunfo de la
intencionalidad humana sobre la inercia de los procesos , depende en gran medida de la
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autoconciencia del cambio y del control de sus mecanismos determinantes. Si no pensamos el
cambio estaremos condenados a padecerlo. La universidad, productora y transmisora de
saberes, parece calificada para repensar el mundo desde los nuevos paradigmas y para
formular
políticas de conocimiento apuntando a un modelo de desarrollo, mundial,
inteligente y solidario. ?Es posible que la universidad asuma tal protagonismo
o estamos
apelando a un sujeto equivocado ?.
III. ESCENARIOS, HIPOTESIS, ALTERNATIVAS
Nuestro trabajo se articula en torno a tres hipótesis. La primera supone que el mundo
actual está siendo redefinido por “políticas de conocimiento”, implícitas y explícitas. La
segunda : que el correlato de las mutaciones que ocurren en el sistema mundial es el cambio
de los paradigmas disciplinarios, ideológicos y culturales. La tercera: que como consecuencia
de lo anterior se produce un cambio en el modo de producción y de transmisión de los
conocimientos.
Respecto a las “políticas del conocimiento” tanto los epistemólogos como los
especialistas en políticas científicas han venido señalando en las últimas décadas el carácter
decisivo del control de los procesos de innovación científica y tecnológica en la evolución de
la sociedad. (Ladriere, 1978; Morin, 1982; Ciapuscio: 1994) . A partir de los años 90 se
enfatizan sobre todo el carácter planetario de los impactos tecnológicos y la necesidad de
racionalizar los procesos de producción y distribución de los conocimientos.
Desde principios de siglo la gnoseología filosófica tradicional fue paulatinamente
desplazada por la epistemología. A su vez,
ésta se ha visto obligada a revisar sus
conclusiones a partir de los estudios sobre historia de las ciencias, sociología del
conocimiento y economía del saber.
El conocimiento sobre el conocimiento se ha
amplificado enormemente. De tal manera se ha venido constituyendo campo de reflexión más
amplio o más abstracto que algunos denominan “antropología del conocimiento” y otros
“ciencia de la ciencia”, según privilegiemos al sujeto o al objeto del proceso mismo.
Peter Drucker (1978, 1993) y Alvin Toffler (1991) , entre otros, han destacado que
tanto la importancia del conocimiento y la información, como la necesidad de aprender a
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gerenciar el saber, se han ido imponiendo en el mundo económico. Por ende, todas las
organizaciones empresariales se ven sometidas a interrogantes parecidos a los que afrontan las
universidades.: globalización, informatización, innovaciones aceleradas, necesidad de
controlar el flujo y reflujo de los conocimientos, etc. El gerente de información (CIO) se ha
vuelto tanto o más importante que el gerente de producción. La gestión del saber aparece
como una función ineludible. Empleados o directivos se encuentran ahora en situación de
aprendizaje permanente.
Obviamente, las universidades no pueden responder de la misma manera que las
empresas frente a los desafíos del entorno. Su modo de articulación, su “respectividad” social,
es diferente. Entre otras cosas porque guarda una cierta independencia frente al mercado y
frente al peso de la cultura dominante. Esta independencia, que se traduce en el concepto de
autonomía, resulta absolutamente necesaria porque la Universidad al mismo tiempo que
transmite las innovaciones es portadora de saberes universales, porque al mismo tiempo que
forma para el mercado profesional vigente tiene que pensar en la sociedad futura destino de
sus graduados. La vida universitaria transcurre en tres dimensiones: la conservación de los
valores universales del pasado, la adaptación de los nuevos conocimientos y la trascendencia
hacia un proyecto futuro. En este sentido se justifica el carácter “inactual” y “trascendente”
de la universidad frente a la cultura dominante.
Por el momento no abrimos
hipótesis sobre la naturaleza
determinante del
conocimiento o sobre los condicionantes del mismo, discusión clásica que implicó durante los
últimos 100 años tanto a los positivistas como a los culturalistas, tanto a los marxistas como a
los espiritualistas, tanto a los estructuralistas como a los voluntaristas. Tendemos más bien a
pensar como Egar Morin que el mundo de las ideas forma parte de un sistema complejo donde
las causas y los efectos retroactúan permanentemente (Morin, 1986, 1991).
Respecto a los nuevos paradigmas hemos intentado en trabajos previos relevar el
surgimiento de los mismos en relación con los cambios de mundo (Pérez Lindo, 1995, 1996,
1997). No constituye una novedad afirmar que junto al cambio del mundo se produce un
cambio en la conciencia de la realidad. Desde el comienzo de las culturas humanas el mundo
y la conciencia constituyen correlatos, aunque en la historia de las ideas se hayan defendido
posiciones antinómicas: realistas-idealistas, materialistas-espiritualistas, empiristas-
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racionalistas. Entre los nuevos paradigmas se encuentra hoy una visión multicausal e
interaccionista de las interacciones entre el objeto y el sujeto.
Paradojalmente, en la actualidad resulta más problemático que en el pasado sintetizar
la suma de los conocimientos porque se editan más de un millón de títulos de libros y
artículos de revistas académicas por año, porque las innovaciones se suceden
vertiginosamente. Las fronteras del conocimiento se expanden permanentemente. Por lo
tanto, los “modelos de conocimiento” y los paradigmas disciplinarios se encuentran también
sometidos a los cambios rápidos. Es por ello que se habla de una “era de incertidumbres”.
Una de las respuestas posibles a esta situación es el concepto de “políticas de
conocimiento”. Los administradores o gerentes de sistemas de información se han vuelto
cruciales en los organismos públicos públicas y en las empresas. ? Por qué?. Porque ahora se
necesita controlar la información para situarse adecuadamente en el medio. Más que eso: se
necesitan políticas de información para definir estrategias adecuadas.
En una organización como la Universidad, dedicada a la investigación y la enseñanza,
parece mucho más lógico que en otras disponer de “políticas de conocimiento”para situarse
frente a los cambios del mundo, para diseñar escenarios sobre la evolución de la ciencia y la
tecnología, para identificar los cambios de paradigmas, los impactos previsibles de las
innovaciones sobre las exigencias profesionales o sobre la misma sociedad.
Ha ocurrido un cambio en el modo de producción y de transmisión de conocimientos.
Resulta paradojal que las universidades registren a veces menos que otras instituciones esta
situación. En la mayoría de las carreras se sigue enseñando de manera tradicional. Aunque ya
nos encontramos con aulas y “hospitales virtuales”, con universidades abiertas y a distancia,
con programas de formación acelerada asistida por videos o computadoras. Se ha comprobado
en muchas experiencias que los rendimientos de los alumnos pueden ser más altos en
programas a distancia que en cursos presenciales. El ejercicio de tutorías virtuales por
computadora, puede resultar más próximo, incluso más intrusivo que la supervisión del
alumno en clase. Ciertos entrenamientos profesionales (de laboratorio, de manejo de aviones
o de operaciones quirúrgicas) pueden realizarse mejor, en menor tiempo y con menor costo
por simuladores y expertos que en situaciones reales.
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Por supuesto, los alumnos bien formados de las escuelas tradicionales siguen siendo
tan destacados y tan eficientes como lo eran antes. Y vice-versa: los que no aprenden a leer y
escribir, a pensar científicamente o a adquirir una disciplina de aprendizaje como se hacía
en otras épocas tienden inevitablemente a fracasar en sus intentos académicos. Por eso, el
Comité de Planeamiento Estratégico de la Universidad de Princenton recomendaba en 1994
respecto a los objetivos del primer ciclo universitario poner el acento en :
- la capacidad para pensar, hablar y escribir correctamente;
- la capacidad para razonar critica y sistemáticamente;
- la habilidad para conceptualizar y resolver problemas;
- la capaciad para pensar con independencia;
- la capacidad para trabajar cooperativamente con otros;
- la capacidad para ver conecciones entre distintas disciplinas, ideas y culturas;
- la capacidad para seguir aprendiendo a lo largo de la vida;
- la familiaridad con distintas formas de pensamiento;
- la profundización del conocimiento en un campo determinado de conocimiento;
... (Princeton University: 1994)
El último informe de la Comisión Internacional de la UNESCO sobre la Educación
para el Siglo XXI (Unesco, 1997) destaca ,por su parte, que frente a la explosión de los
conocimientos, a las nuevas tecnologías y a la globalización, se ha vuelto necesario reforzar
las competencias básicas para aprender a aprender, a seleccionar información, a convivir, a
aplicar los conocimientos. La posibilidad de adqurir rápidamente información o destrezas a
través de la televisión o las computadoras acelera el ritmo del aprendizaje de los individuos.
Por lo tanto se han puesto en cuestión las nociones tradicionales de “edad escolar” y “edad
mental”. Los estudiantes de cualquier edad al mismo tiempo que pueden hoy recurrir a nuevas
tecnologías de aprendizaje necesitan reforzar competencias básicas tan clásicas como el
aprender a pensar, a trabajar en equipo , a dominar la lectura y la escritura. Todo lo cual nos
sugiere que la contradicción no se sitúa entre las nuevas tecnologías y las relaciones humanas,
o entre las nuevas posibilidades de aprendizaje y la función docente, sino entre el modelo
enciclopédico y compartimentado actual frente a las nuevas posibilidades de aprendizaje y
comunicación social.
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Desde el punto de vista institucional combinar, articular y ponderar todas estas
exigencias junto con los nuevos paradigmas y los nuevos escenarios de la globalización puede
resultar una misión imposible. De hecho, la mayoría de las universidades del mundo proceden
por acomodaciones sucesivas o por acumulación de innovaciones incongruentes en el peor de
los casos. De todo ello resulta la necesidad de disponer de “políticas de conocimiento”que
puedan orientar las estrategias institucionales, las políticas de información y los abordajes
pedagógicos.
El hecho de que cada año se renueve una parte significativa de los conocimientos
científicos y tecnológicos plantea dilemas aparentemente insuperables. Para sortearlos la Ley
de Educación Superior de España prevé la incoporación anual de un 10% de materias
optativas y un 10% de materias electivas que el mismo alumno puede seleccionar. Pensar en
el curriculum definitivo, cerrado, resulta contraproducente porque entre el tiempo que se
elabora y se aprueba el mismo, y el tiempo en que se gradúan los estudiantes no podemos
asegurar la vigencia de la mayoría de las informaciones enciclopédicas que normalmente se
brindan.
Como un síntoma evidente de este “desfase”permanente nos encontramos con el hecho
de que los mismos profesores universitarios se encuentran hoy , en todo el mundo, en proceso
de reaprendizaje realizando posgrados y post-doctorados. Se estima, por otra parte, que será
normal para un graduado de esta época pensar que en el curso de su vida tendrá que seguir
dos o tres posgrados para actualizarse. En algunas carreras, como Medicina, ya se han
dispuesto mecanismos de reacreditación profesional cada cinco años. Es lo que ha propuesto
la Asociación de Facultades de Medicina de Argentina.
La forma en que se producen los saberes ha desplazado en muchos casos a la escuela.
Ya no es ella la fuente principal de transmisión de los nuevos conocimientos. La ecología, la
informática, la medicina, las biotecnologías, la farmacología, constituyen ejemplos. Las
empresas, las organizaciones no gubernamentales (como en el caso de los ecologistas o los
psicoanalistas), la televisión, las computadoras o Internet han creado circuitos paralelos a las
escuelas y universidades para transmitir conocimientos. Con ello se ha planteado también la
necesidad de encontrar mecanismos evaluables para acreditar la adquisición de conocimientos
por medios no convencionales. En 32 distritos de los Estados Unidos se han formado
asociaciones de padres para lograr que los niños y jóvenes que siguen cursos por Internet
tengan reconocimiento escolar oficial.
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Todo esto obliga a repensar la función de la enseñanza universitaria. La misma ya no
podrá pretender la formación completa de graduados que van a utilizar durante años los
conocimientos adquiridos en la universidad. Más bien, parece que deberá poner el acento en
los conocimientos y competencias básicas para que el individuo pueda seguir aprendiendo
desde el inicio mismo de su primer desempeño profesional. El graduado, como producto final,
deberá aceptar su incompletud. Algo distinto de lo que se espera del “producto final cero
defecto”en las teorías empresariales de gestión de calidad total.
Nos encontramos así ante varios desafíos simultáneos. Las disciplinas deben hacerse
cargo de los cambios de paradigmas en un mundo cambiante. Las universidades deben revisar
la organización curricular para adaptarlas a los nuevos requerimientos. Los métodos de
enseñanza tienen que tener en cuenta la variedad de nuevos recursos multimediales que junto
a los recursos tradicionales de enseñanza servirán para formar a los alumnos.
IV. DE LA UNIVERSIDAD CORPORATIVA A LA UNIVERSIDAD INTELIGENTE
A través de diversas publicaciones y experiencias
me he interesado por las
estructuras, por la historia, por las políticas universitarias. En esos trabajos he destacado en
particular la tesis de que el éxito de las universidades depende del modo de articulación de
los productores de conocimientos con la sociedad. Lo cual ha sido considerado por algunos
como una inclinación desarrollista y por otros como una tendencia subversiva. En la
actualidad nadie, o casi nadie, discute la importancia de las vinculaciones de la universidad
con el medio. En Argentina los proyectos de transferencia y de servicios han crecido
exponencialmente en los últimos cinco años. Algunas consultoras y empresas tecnológicas
universitarias compiten exitosamente en el plano internacional.
También he destacado la importancia de la investigación científica desde los años 60
en que los desarrollistas y modernizantes ponían el acento en los recursos humanos o en las
estructuras académicas. He venido sosteniendo que el problema argentino no reside en la
falta de recursos humanos calificados sino en el desaprovechamiento de los mismos. No
reside tampoco en la falta de estructuras (legales o burocráticas) sino en el exceso de las
mismas.
15
No podemos menos que alegrarnos con el crecimiento de la actividad científica, de los
posgrados y de los proyectos de transferencia a través de mecanismos que casi siempre han
debido sortear las trabas burocráticas vigentes. En efecto, cuando analizamos de cerca la
forma en que los nuevos proyectos de investigación, de posgrado, de transferencia, de
cooperación internacional, han crecido en los últimos años nos damos cuenta que la mayoría
de ellos han sido fruto de nuevas estrategias y nuevos
mecanismos institucionales. El
Programa de Incentivos para la investigación es un ejemplo. Pero también lo son las
fundaciones, unidades de vinculación, consultorías, empresas tecnológicas o cooperadoras
que fueron creadas para vehiculizar los nuevos programas.
Han surgido de este modo nuevos espacios en los que los proyectos han tendido a
imponerse sobre las estructuras vigentes. Sin ello no hubiera sido posible trabajar en tiempo
real. Los procesos se impusieron por sobre los rituales burocráticos. Si las universidades
públicas actuales tuvieran que retrotraerse a las reglas vigentes una década atrás quedarían
virtualmente paralizadas las actividades más creativas y socialmente más significativas de las
mismas. Esto muestra que caminamos hacia nuevos paradigmas institucionales. Lo cual, se
puede mostrar, es independiente de los efectos de la Ley de Educación Superior. Se trata de
procesos y estrategias formulados antes del establecimiento de esa norma.
Es posible que todas estas adaptaciones e innovaciones produzcan espontáneamente
un modelo. Para los neo-liberales tal eventualidad confirmaría que el libre juego de los actores
y del mercado produce un equilibrio aceptable. Pero, cualquiera puede darse cuenta que el
sistema universitario, como el país, se encuentra poblado de desequilibrios e incongruencias.
En el plano universitario, como en otros, la congruencia sólo se puede lograr si los actores
responsables adoptan políticas de conocimiento y estrategias adecuadas. El rol del Estado y
de las universidades públicas sigue siendo crucial en este sentido.
Valorizar el conocimiento significa para la Universidad repensar sus estructuras
asumiendo los nuevos contextos del cambio de mundo que estamos viviendo. Significa
subordinar
la
gestión
política
epistemológicos, culturales
y administrativa
a
los
imperativos
pedagógicos,
y sociales que todos proclamamos como inherentes a la
Universidad. El concepto de “política de conocimiento” que proponemos podría servir para
conciliar la construcción de visiones del mundo racionales con la necesidad de aplicar la
educación, la ciencia y las tecnologías en la resolución de los problemas de nuestra sociedad.
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NOTAS
(1) El proyecto se denomina “Políticas de conocimiento, nuevos paradigmas y enseñanza
universitaria”. El equipo, dirigido por Augusto Pérez Lindo, se compone de los siguientes
investigadores: Adrián Bertorello, Lisabeth Ruiz Moreno, Beatriz Gercman,
Roberto
Fragomeno, Angel Pardo Fidalgo, María José Rossi y Alejandra González.
(2) El equipo de investigación ha estado trabajando hasta el presente en un proyecto sobre
“Las ideas filosóficas emergentes y la revisión de la enseñanza de la filosofía”( UBACYT CB003). De ese trabajo han surgido varios estudios sobre los nuevos paradigmas que fueron
publicados en tres volúmenes bajo el título “Nuevos Paradigmas y Filosofía” (Pérez Lindo,
1996 a.; 1996 b.; 1997) . De esta investigación surgió también un artículo publicado por la
Revista Educación Superior y Sociedad de la Unesco (Pérez Lindo, 1996)
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