La transición a la democracia en Polonia

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Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas
2001 - 2002
La transición a la democracia
en Polonia
5 de marzo de 2002
Madrid, 2002
© Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE).
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FRIDE no suscribe necesariamente las opiniones de los autores.
Índice
Ficha de la sesión
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La doble transición en Polonia, Ludolfo Paramio
7
La transición democrática polaca, Hanna Suchocka
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Rasgos peculiares de la transición polaca, Carmen González Enríquez
21
Comentarios de T. Anthony Jones
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Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas
2001 - 2002
Mesa redonda
La transición a la democracia en Polonia
5 de marzo de 2002
PONENTE PRINCIPAL:
Hanna Suchocka
Primera Ministra de Polonia (1992-1993).
PARTICIPANTES:
Carmen González Enríquez
Profesora de Ciencia Política y Coordinadora del Programa de doctorado
“Procesos Políticos en Europa del Este y la Unión Europea”, Universidad Nacional de
Educación a Distancia, UNED (España).
T. Anthony Jones
Vicepresidente y Director Ejecutivo de la Fundación Gorbachov de Norteamérica.
Catedrático de Sociología y Antropología de la Universidad Northeastern (Estados
Unidos).
MODERADOR Y COORDINADOR DEL SEMINARIO:
Ludolfo Paramio
Director de la Unidad de Políticas Comparadas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC (España).
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La doble transición en Polonia
Ludolfo Paramio
L
as elecciones fundacionales de la nueva democracia polaca se celebraron en una doble
vuelta los días 4 y 18 de junio de 1989. Las elecciones eran el resultado de las llamadas
negociaciones de la Mesa Redonda, que reservaban de antemano el 65% de los escaños en
la Cámara Baja (Sejm) al oficial Partido Obrero Unificado Polaco (PZPR) y a sus partidos
satélites, pero creaban un Senado para el que las elecciones serían plenamente competitivas.
Estas elecciones semidemocráticas arrojaron un arrollador triunfo de la coalición Solidaridad,
que logró el total de los escaños competitivos en la Sejm y 99 de los 100 escaños del Senado.
Tras un pacto con el líder de Solidaridad, Lech Walesa, fue elegido Presidente, por la Asamblea
Nacional formada por la Sejm y el Senado, el general Wojciech Jaruzelski, quien en 1981 había
recurrido —como Primer Ministro y Secretario del PZPR— a la ley marcial para frenar a
Solidaridad y evitar una probable intervención soviética. En 1990 Jaruzelski abandonó el cargo,
y en diciembre Walesa fue elegido nuevo Presidente por el voto directo de los ciudadanos.
Doce años después de aquellas elecciones fundacionales, el 23 de septiembre de 2001, la
coalición electoral de Solidaridad (AWS), en el Gobierno desde 1997, obtuvo menos del 6%
del voto y quedó sin representación parlamentaria. Lo mismo le sucedió (con un 3% del voto)
a la liberal Unión por la Libertad (UW) de Bronislaw Geremek, Tadeusz Mazowiecki y Hanna
Suchocka, heredera de buena parte del núcleo intelectual de Solidaridad, que había gobernado
en coalición con la AWS. Se podría pensar así que con esas elecciones se ha cerrado un ciclo
durante el cual la política en Polonia ha girado en torno a Solidaridad, el amplio movimiento
social de oposición surgido frente al régimen comunista durante los años ochenta, y la Alianza
Democrática de Izquierda (SLD), la coalición surgida del Partido Socialdemócrata de la
República Polaca —formado tras la crisis del PZPR en 1990—, y que podría considerarse
Ludolfo Paramio es Director de la Unidad de Políticas Comparadas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (España). Coordinador General del Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas 2001-2002, es miembro del Comité Asesor de FRIDE.
7
Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002
heredera del viejo partido comunista.
La posible extinción electoral de Solidaridad plantea una incógnita. Ésta no se refiere a su
derrota frente a la SLD, que ya en 1993 había logrado la credibilidad necesaria para derrotar
por vez primera a la AWS, y en 1995 había llevado a a su líder, Aleksander Kwasniewski, a la
Presidencia, gracias a un verdadero cambio de ideas y a una fuerte renovación generacional
respecto al viejo PZPR. Tampoco resulta una excepción en los países que pertenecieron al área
de influencia soviética el retorno al poder de los herederos de los anteriores partidos comunistas.
Lo que llama la atención en el caso polaco es que el centro-derecha no haya sido capaz en
doce años de consolidar una opción electoral fuerte y estable, especialmente si recordamos
la tremenda fuerza social que representaba Solidaridad en el momento de la transición a la
democracia, en 1989.
Las razones de la crisis política y electoral de la AWS, sin embargo, son en apariencia muy
obvias: la incoherencia ideológica y un fuerte personalismo. Se puede considerar que ya en 1990
quedó predefinida la trayectoria posterior hacia la fragmentación de Solidaridad, cuando en
las elecciones presidenciales se enfrentaron el dirigente histórico de la coalición, Lech Walesa,
y el hasta entonces Primer Ministro Tadeusz Mazowiecki, antiguo asesor de aquél. Además de
aspiraciones de índole personal, el enfrentamiento expresaba dos concepciones del futuro de
Polonia coexistentes en el movimiento de Solidaridad: por un lado una visión modernizadora
y liberal de la sociedad y de la economía polacas, por otro un planteamiento más populista, y
en cuanto tal más próximo al nacionalismo.
La fuerza de la Iglesia polaca fue uno de los mayores apoyos del movimiento de oposición
al régimen comunista, especialmente tras la visita a Polonia en 1979 del anterior arzobispo de
Cracovia, Karol Wojtyla, para entonces ya Papa Juan Pablo II. Cuando al año siguiente estalló
la huelga liderada por Walesa en los astilleros Lenin de Gdansk, la legitimidad del movimiento
que daría origen a Solidaridad —el primer caso de un sindicato independiente reconocido por
un régimen comunista, con diez millones de afiliados— debía tanto al peso de la Iglesia en la
sociedad polaca como a la singular alianza de intelectuales y obreros que se había plasmado en
el Comité de Defensa de los Trabajadores (KOR), tras las amargas experiencias de aislamiento
experimentadas por unos y otros —en 1968 y 1970— en sus respectivos enfrentamientos con
el régimen.
Pero la fuerza de la Iglesia reflejaba también una realidad segmentada, ya que la población
rural, un tercio del total, vivía a menudo su catolicismo de forma muy distinta a la urbana,
albergando posiciones muy conservadoras en lo social y en lo económico, y desde una gran
vulnerabilidad frente a la modernización. El caso del campesinado polaco ofrece un claro
contraste con el de otros países del antiguo bloque soviético: mientras que la norma era la
colectivización casi completa de la agricultura —un 90%, en promedio—, en Polonia las
explotaciones colectivas o del Estado no llegaron a superar el 20%. Este hecho daba mayor
fuerza política al campesinado, lo que se reflejó ya durante la transición de 1989, cuando Walesa
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La transición a la democracia en Polonia
invitó personalmente a incorporarse al Gobierno al Partido Campesino Unificado, después de
que éste hubiera roto su alianza tradicional con el Partido Obrero Unificado —presente en
el Gobierno de transición con un Viceprimer Ministro y cuatro ministerios clave—, a la vez
que el histórico Partido Campesino Polaco —sin presencia ni colaboración bajo el régimen
anterior, y renacido tras la desaparición de éste— llegaba a alcanzar los 200.000 miembros y se
convertía en el principal partido representativo de este sector.
La dualidad ideológica y social de la Iglesia y del campesinado que era su principal base de
apoyo venía a sumarse a las diferentes concepciones de lo que debía ser Polonia después del
comunismo, la visión liberal o democristiana de los sectores partidarios de la modernización y la
occidentalización del país, y la nacionalista y populista de sus adversarios. Esta heterogeneidad
pesa especialmente sobre la otra transición polaca: el paso a la economía de mercado. Las
transiciones en los países del este y del centro de Europa, en los años noventa, tuvieron una
doble dimensión —política y económica— en mucho mayor medida que las transiciones de
la década anterior en América Latina, puesto que en esta última región, pese a las muchas
distorsiones que pudieran introducir en los mercados los subsidios o la emisión de moneda
para financiar el déficit público, existían mecanismos de mercado ausentes en la economía de
los países de tipo soviético. Y la introducción de estos mecanismos suponía un alto coste social
para las sociedades en transición.
En las elecciones presidenciales de 1990 el hasta entonces Primer Ministro, Mazowiecki,
asumió un discurso coherente con lo que había sido su actuación, defendiendo un duro plan
de reformas promercado —el plan Balcerowicz— y haciendo hincapié en sus costes como un
precio necesario para llegar a una economía moderna y capaz de crecer establemente. Walesa,
en cambio, asumió un discurso populista en el que el anticomunismo, entendido en un sentido
suficientemente amplio como para poner bajo sospecha a los propios sectores de izquierda de
la coalición original de Solidaridad, era el eje de movilización ante la escasa credibilidad de
las promesas de mejoras económicas inmediatas. No resulta sorprendente que Mazowiecki
quedara en tercer lugar —relegado por el independiente Stanislaw Tyminski— y que Walesa
fuera el ganador.
La incoherencia de Walesa respecto al proyecto modernizador tuvo más consecuencias
políticas que económicas. Incluso después de la salida de Balcerowicz del gobierno, en octubre
de 1991, la estrategia de reformas promercado se mantuvo, aunque con fases de estancamiento
o vacilación. Pero el enfrentamiento con Mazowiecki a través del eje izquierda/derecha no
sólo favoreció la tendencia a la fragmentación política de la coalición de Solidaridad, sino
también el auge de un discurso anticomunista paranoico que condujo, en junio de 1992, al
enfrentamiento de Walesa con el Primer Ministro, Jan Olszewski, cuyo empeño por elaborar
una lista de políticos cómplices con el régimen anterior parecía ocultar un intento de poner
bajo sospecha el pasado del propio Walesa. (En vísperas de la elección presidencial de 2000 el
que fuera Ministro del Interior de Olszewski, Macierewicz, acusaría a Walesa públicamente de
9
Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002
haber sido informante de la policía secreta.)
Se plantean así varias posibles causas de la incapacidad del centro-derecha para cristalizar en
una opción partidaria estable y competitiva. La primera es la tan citada heterogeneidad propia
de la coalición Solidaridad en cuanto movimiento de oposición, y la segunda el personalismo
en la disputa por el liderazgo, que no sólo impidió superar esa heterogeneidad en un proyecto
común, sino que dividió a la coalición a partir de un discurso anticomunista, fijado en el
pasado e incapaz de adaptarse a la nueva realidad económica y social del país, y condenado
por tanto a agotarse en la medida en que no sólo se desdibujara con el tiempo el recuerdo del
régimen anterior, sino que se afianzara la imagen de la Alianza Democrática de Izquierda como
una opción socialdemócrata moderna, muy alejada del viejo Partido Obrero Unificado.
Ahora bien, si estos factores pueden explicar el fracaso recurrente de la AWS para ser el
núcleo de una formación estable de centro-derecha, no explican necesariamente el que una
formación semejante no haya logrado surgir y consolidarse tras más de doce años de democracia.
Para comprender esta ausencia de una opción estable de centro-derecha hay que tomar en
cuenta la ley electoral. La de junio de 1991, que regula las primeras elecciones legislativas,
fomentaba la proliferación de partidos al basarse en el principio de proporcionalidad y dejar
la presentación de candidatos en manos de unos comités electorales a los que no se requería
una especial estructura organizativa: el requisito único era que consiguieran el apoyo previo
de 5.000 firmas. De los 117 que lograron cumplir esta condición, sólo 29 llegaron a obtener
representación parlamentaria, pero el resultado —pese a intentos de reagrupamiento— fue una
Sejm altamente fragmentada, con 18 grupos parlamentarios.
El otro elemento decisivo es la propia lógica de la transición económica. Las reformas
implican costes, independientemente de que los gobernantes lo asuman o no, y es casi
inevitable que, en un sistema sin lealtades partidarias consolidadas, esos costes se traduzcan
en las siguientes elecciones en voto de castigo contra el partido que ha estado gobernando. La
regla se ha venido cumpliendo desde 1991 de forma inexorable: los partidos gobernantes han
perdido sistemáticamente las siguientes elecciones para la Sejm.
Los partidos de centro y centro-derecha que gobernaron hasta 1993 —incluida la Unión
Democrática, creada por Mazowiecki tras su salida de Solidaridad y encabezada por la primera
ministra Hanna Suchocka— perdieron ese año las elecciones ante una coalición de la Alianza
Democrática de Izquierda y el Partido Campesino Polaco. En 1997 la AWS volvió al Gobierno,
junto con la Unión por la Libertad, gracias a una coalición laboriosamente organizada por
el sucesor de Walesa como presidente de Solidaridad, Marian Krzaklewski, para desaparecer
de la Sejm en las elecciones de 2001 ante una nueva victoria de la Alianza Democrática de
Izquierda.
Esta secuencia hace pensar que la lógica del voto económico, durante una transición
económica de altos costes, implica el castigo sistemático a los gobernantes e implica por tanto
la imposibilidad de éstos para consolidarse en el ejercicio del gobierno. Pero este mecanismo tan
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La transición a la democracia en Polonia
simple debe matizarse. Es evidente que la historia organizativa previa de los socialdemócratas,
inicialmente un lastre para su credibilidad y un blanco fácil para el discurso anticomunista de la
derecha de Solidaridad, les dotaba de grandes recursos para sobrevivir a las derrotas electorales
y no sólo para competir con éxito: la disciplina y un capital de cuadros expertos, además de
redes de implantación local y de acceso a una amplia base social.
En cambio, el centro-derecha sólo contaba con una historia previa como movimiento,
de muy amplio alcance social pero sin una estructura organizativa adecuada para competir
electoralmente. Pese al hincapié que se ha hecho con frecuencia en la movilización de la
sociedad civil como motor y condición para el éxito de los procesos de democratización,
la democracia representativa exige para su buen funcionamiento el tipo de organización
intermedia, cohesionada y estable, que constituyen los partidos, y éstos no se desarrollan de
forma automática a partir de los movimientos, sobre todo de los que poseen una base social
muy amplia. Las contradicciones entre las bases obreras y las aspiraciones de las clases medias
urbanas eran difícilmente conciliables en el discurso electoral sin contar con una organización
política cohesionada. Por ello Solidaridad —pese a su tremenda fuerza inicial— partía en
desventaja frente a la alianza de izquierda.
Pero además es necesario contar con una posible especificidad del voto económico en
situaciones como las de la doble transición, política y económica. Hay razones para pensar
que en lo que se refiere al crecimiento del desempleo los electores no se limitan a castigar al
Gobierno de turno, sino que, movidos por un sentimiento de incertidumbre creciente, tratan
de encontrar opciones nuevas, favoreciendo a candidatos o partidos de nueva creación. Esta
hipótesis se ha manejado también en democracias consolidadas, para explicar por ejemplo
el ascenso de Ross Perot en Estados Unidos, y se apoyaría en la idea de que, si las opciones
tradicionales coinciden en un cierto consenso sobre la política económica más allá de matices,
sólo el voto a opciones alternativas ofrece, al menos, la posibilidad de expresar el propio
descontento.
En el caso polaco se ha argumentado que durante los primeros dos años de la transición
el crecimiento del desempleo era el único factor que disparaba la oposición social al plan de
reformas de Balcerowicz. No es demasiado arriesgado imaginar que fuera también el factor
determinante del voto a Tyminski (un independiente) en la elección presidencial de 1990, un
voto suficiente (23%) para superar a Mazowiecki en la primera vuelta de noviembre, aunque
Walesa se impusiera con un 74% en la segunda, un mes después. En aquella fecha, en pleno
proceso de transición, los poscomunistas no estaban aún en condiciones de capitalizar el voto
del descontento, ya que éste no tomaba un significado de nostalgia por el pasado reciente.
Pero tras su regreso al Gobierno en 1993 —en coalición con el Partido Campesino Polaco
de Waldemar Pawlak, y hasta 1995 con éste como Primer Ministro—, se hace evidente el
consenso básico entre izquierda y derecha sobre la necesidad de las reformas, y por tanto el voto
de protesta debe buscar opciones políticas alternativas.
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Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002
Podemos suponer entonces que el centro-derecha se enfrenta no sólo a la dualidad de su
electorado potencial en términos de intereses e ideas, sino también a una tendencia del votante
descontento a apoyar opciones nuevas o excéntricas, lo que resulta altamente posible bajo
una legislación electoral basada en el principio de proporcionalidad. Si a esto sumamos los
enfrentamientos personalistas que provocan escisiones sucesivas del núcleo dirigente inicial de
Solidaridad, y la ausencia de organizaciones partidarias con arraigo —como la que permite a
los poscomunistas sobrevivir cohesionados durante las fases de oposición—, no es demasiado
sorprendente el colapso electoral de la AWS en las elecciones de 2001.
Pero la clave, por supuesto, son los malos resultados económicos del Gobierno de la AWS
desde 1997 a 2001. Las elecciones se celebraron en septiembre, cuando ya era evidente que la
economía crecería muy por debajo del 4% del año anterior o del 6,8 de 1997 —la cifra final
para 2001, según la OCDE, fue del 1,1%—, y con el desempleo por encima del 18%, frente
a su mínimo del 10,6 en 1998. Si la economía hubiera ofrecido mejores perspectivas es muy
posible que los electores hubieran sido más propicios al Gobierno saliente, y también que las
divisiones dentro de la AWS hubieran podido ser contenidas.
A su vez, las razones para la caída de la economía estaban en buena medida fuera de las
manos del Gobierno. La bancarrota financiera de Rusia en 1998 fue un primer golpe, que
puede haber reducido en un punto las tasas de crecimiento en los años siguientes, al que se
sumó en 2001 el estancamiento de la economía alemana, destino del 30% de las exportaciones
polacas. Por si esto fuera poco, el crecimiento del déficit por encima del 5% obligó al Banco
Central —dirigido por Leszek Balcerowicz, el autor del plan de choque de 1989— a imponer
altas tasas de interés, que redujeron no sólo el consumo sino sobre todo la inversión. Pero si
se acepta que el crecimiento del desempleo provoca no sólo castigo al Gobierno, sino también
voto de protesta, no puede sorprender que los resultados de 1991 favorecieran a las opciones
excéntricas.
Estas opciones, lógicamente, responden a la segmentación del electorado frente a las
propuestas de modernización e integración en la Unión Europea. Casi un tercio de los electores
votaron a candidaturas nacionalistas, xenófobas o de extrema derecha, como el Partido de
Autodefensa (Samoobrona) de Andrzej Lepper, el Partido de la Ley y la Justicia de los gemelos
Kaczynski, o la Liga por las Familias Polacas, apoyada por los sectores más conservadores de
la Iglesia católica y por su emisora Radio María, de gran audiencia entre el campesinado —se
habla de 4 millones de oyentes— y que a menudo combina el conservadurismo moral con
simple antisemitismo.
Que el campesinado sea más receptivo a los mensajes populistas es fácil de entender a la
vista no sólo de su pobreza en comparación con las áreas urbanas, sino de su difícil porvenir
a la hora de integrarse en la Unión Europea. La actual Política Agraria Común no podría ser
ampliada a la agricultura polaca sin que se disparara el presupuesto de la UE, del que ya supone
una parte a todas luces excesiva, lo que plantea serios problemas en particular para Alemania,
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La transición a la democracia en Polonia
que desearía reducir su contribución a dicho presupuesto. A esto se suman el temor occidental a
que la libre circulación de trabajadores polacos supusiera una fuerte oleada migratoria —sobre
todo hacia Alemania— y los recelos del campesinado polaco a que la liberalización del mercado
de la tierra se tradujera en una masiva compra de tierra polaca por alemanes procedentes de las
regiones de Polonia que hasta la segunda guerra mundial eran parte de Alemania.
Esa suma de dificultades y recelos no sólo explican la tentación nacionalista de quienes viven
en las áreas rurales, sino también las incertidumbres que pesan sobre el previsto referéndum
para la aprobación de la integración en la UE. Las negociaciones entre la UE y Polonia están
lejos de satisfacer las demandas polacas, menos aún las grandes expectativas que despertaba la
integración hace unos años, y la sensación de crisis o desorientación que viene transmitiendo
la UE desde que comenzó el estancamiento de la economía alemana tampoco permite un
excesivo optimismo sobre una conclusión rápida y satisfactoria de las negociaciones: de hecho,
cada vez es mayor la tentación de posponer la ampliación hacia el Este más allá de la fecha
inicialmente prevista (2004).
En bastantes sentidos este retraso sería un desastre, pero al menos eliminaría el riesgo de
que el referéndum sobre la adhesión ofreciera un resultado negativo, un peligro que ha venido
creciendo en la medida en que el malestar económico —y el desempleo— han ido restando
atractivo al proyecto de integración, y la dureza de las negociaciones con la UE ha dado más
fuerza a los sectores nacionalistas. Las encuestas venían dando un 55% de intención de voto a
favor de la adhesión, pero esta cifra puede estar bajando y, en todo caso, cabe temer una mayor
movilización de quienes se oponen a la UE frente a la de los electores favorables. No cabe
sorprenderse de los esfuerzos del Gobierno, durante la última visita del Papa, para lograr que
lanzara un mensaje favorable a la integración.
Polonia es desde casi cualquier punto de vista una democracia consolidada, con un alto
apoyo de los ciudadanos a la democracia como régimen aunque expresen una muy baja
confianza en las instituciones representativas, y en especial en los partidos. El problema es que
la debilidad del centro derecha, o, si se quiere, la inestabilidad del sistema de partidos, supone
riesgos ciertos para la gobernabilidad, especialmente si la coalición de gobierno actual no
obtiene resultados positivos. Y las perspectivas económicas no son buenas, con un crecimiento
simultáneo de las demandas sociales y de las restricciones presupuestarias que está sometiendo
a fuertes tensiones al Gobierno del Primer Ministro Leszek Miller. La dimisión del Ministro
de Hacienda, Marek Belka, refleja la dificultad de mantener la coherencia política incluso para
una fuerza tan disciplinada en términos relativos como la Alianza Democrática de Izquierda.
Probablemente ningún Gobierno podría hacer milagros en el actual contexto económico
internacional. Pero quizá se pudieran haber introducido con anterioridad cambios para reducir
las tendencias centrífugas del sistema de partidos, intentar reforzar los factores de continuidad
y responsabilidad de las organizaciones políticas. Los malos resultados de los Gobiernos
deslegitiman sin duda a los partidos que los encabezan, pero un clima de irresponsabilidad
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Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002
en el que la norma son partidos que nacen y desaparecen en una sola legislatura, y que no
están obligados a dar continuidad, desde el Gobierno y desde la oposición, a sus propuestas,
deslegitima a todo el sistema e introduce con rapidez un alto riesgo de ingobernabilidad.
Es cierto que cuando las cosas van mal en un país es muy tentador —para los gobernantes
y para los politólogos— pensar en cambios en el marco institucional, y que a menudo estos
cambios sólo conducen a nuevos problemas en un simple movimiento pendular. Pero también
es cierto que una democracia exige para su buen funcionamiento —que incluye la posibilidad
de formar Gobiernos alternativos con apoyo mayoritario— la existencia de al menos dos
partidos consolidados y que representen tanto intereses como opciones alternativas. La ausencia
de una fuerza de centro-derecha estable en la política polaca es un problema real, y, más allá de
la heterogeneidad de los orígenes de Solidaridad y del mal comportamiento de la economía,
sus raíces podrían estar en el sistema electoral y el diseño institucional.
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La transición a la democracia en Polonia
Lecturas recomendables
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16
La transición democrática polaca*
Hanna Suchocka
C
uando se me pide que reflexione sobre la reciente historia política de Polonia, siempre
tengo muchas dudas ya que me resulta muy difícil definir un punto de partida. ¿Fue 1980,
con el nacimiento de Solidaridad? ¿O fue 1989, año en el que multitud de acontecimientos de
excepcional relevancia para el desarrollo de la política y la sociedad polaca tuvieron lugar? En
mi opinión, ambas fechas tienen una gran importancia política. Sin 1980 los acontecimientos
de 1989 no se habrían desarrollado, a pesar incluso de la ruptura del proceso de transición que
que supuso la ley marcial.
En mi opinión y en la de muchos especialistas, 1980 preparó a la sociedad polaca para los
grandes cambios. Siempre se menciona la visita del Papa a Polonia en junio de 1979 como el
primer paso. Sin embargo, la revolución –uso conscientemente este término- que supuso la
creación de Solidaridad en 1980 sentó las bases de la futura evolución democrática de Polonia.
Fue Solidaridad quien preparó a la sociedad para aceptar la llamada Tercera Vía, de capitalismo
moderado, en un país en el que los términos capitalismo e, incluso, libre mercado no habían
sido de uso corriente en el lenguaje de los sindicatos, lo que provocó una controversia ideológica
considerable en el seno de Solidaridad.
En un principio, nadie pensaba en la privatización y liquidación del enorme y obsoleto
conglomerado de empresas estatales, algo que habría chocado con los intereses de los
trabajadores, principales actores de Solidaridad. Según la opinión dominante en 1980, el
nuevo sistema económico debería estar basado en una reforma parcial del socialismo. De este
modo, el sistema de planificación económica del socialismo real debería ser reemplazado por
un sistema de plena participación de los trabajadores en la gestión de las empresas, acompañado
de una mejora de los sueldos. Leyendo los 20 Postulados de Gdansk, vemos una defensa de
las reformas tendentes a la libertad política, pero no a la liberalización de la economía. Una
dicotomía que marcó las dos etapas de la transición polaca y que, aún hoy, está presente en los
debates parlamentarios.
Hanna Suchocka fue Primera Ministra de Polonia, de julio de 1992 a octubre de 1993. De 1997 a 2000,
fue Ministra de Justicia. En la actualidad es Embajadora de Polonia ante la Santa Sede.
* Este texto resume la intervención de Hanna Suchocka en FRIDE, el 5 de marzo de 2002.
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Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002
Según la mentalidad de los trabajadores polacos, el Estado debía proteger al individuo
desde su nacimiento hasta su muerte. Así que la liquidación del comunismo no debía cambiar
este prinicipio, simplemente mejorar su aplicación.
En apenas unos meses, de febrero –cuando comenzaron las negociaciones- a diciembre
de 1989 –con la aprobación de las reformas constitucionales-, Polonia pasó a ser un país
totalmente diferente. De la reforma del sistema socialista inicialmente planteada pasamos a
la instauración de un sistema de libre mercado. Tal salto, desde luego, creó problemas en una
sociedad que no estaba en absoluto preparada para una transformación tan radical.
En mi opinión, sólo una reforma de tal magnitud y no una reforma parcial podía poner
remedio a la situación de la economía polaca, cuyo desarrollo se había visto frustrado por la
ausencia de libre competencia, la omnipotencia de la burocracia estatal y el aislamiento.
Los acuerdos de la Mesa Redonda estimularon la revolución pacífica de Polonia, si bien
parcialmente, puesto que hay que recordar que las reformas constitucionales de abril de 1989 no
modificaron el status central del Partido Comunista. Según fue acordado, el nuevo Presidente
de Polonia, así como el Primer Ministro, provendrían del Partido Obrero Unificado Polaco
(PZPR). Los avances producidos desde junio hasta septiembre otorgaron una nueva dimensión
a los acuerdos de la Mesa Redonda, cambiando el sentido mismo de dichos acuerdos.
A principios de agosto de 1989, después de que Czeslaw Kiszczak fuese incapaz de crear
un Gobierno, la nueva coalición creada por Solidaridad, el Partido Campesino y el Partido
Demócrata impulsó la elección de Tadeusz Mazowiecki como nuevo Primer Ministro. La
llegada de Mazowiecki al Gobierno fue un hecho histórico, cuya verdadera dimensión puede
ser comprendida si tenemos en cuenta que Polonia era aún miembro del COMECON y del
Pacto de Varsovia.
La puesta en marcha de profundas reformas políticas no era posible sin antes haber recibido
la legitimidad política necesaria –algo que sí tenía el Gobierno de Mazowiecki- y sin que
aquellos que ostentaban el poder estuviesen dispuestos a correr los más altos riesgos –algo que
también demostraron Mazowiecki y su gabinete-. Las reformas económicas y políticas debían
ser abordadas objetivamente, a pesar de que fuera razonable pensar que el nuevo Estado polaco
no existía más que en la teoría.
En aquellos difíciles días, el reto no sólo del Gobierno sino de toda la clase política era
transformar la mentalidad de la gente, puesto que lo que se iba a abordar ya no era la reforma
parcial del sistema socialista, sino la creación de un nuevo sistema económico. Fue mucho más
sencillo conseguir que la gente aceptase la democracia, la libertad política, que el capitalismo,
la libertad económica.
Una de las mayores dificultades de la entonces recién iniciada transición polaca fue la
construcción de la pluralidad política, en la que se comprometió personalmente el Presidente
Walesa. El error que cometimos fue tener en cuenta sólo a aquella parte de la sociedad polaca
que se identificaba con Solidaridad, con los nuevos partidos y con la democracia. Nos olvidamos
18
La transición a la democracia en Polonia
de los partidos del régimen anterior —que se habían visto obligados a cambiar sus nombres por
otros más acordes a los de los partidos occidentales—, a los que dimos por desaparecidos a la
vista de los resultados de las elecciones de junio de 1989, olvidándonos también de la parte de
la sociedad que todavía se aferraba al pasado.
La competición política de las nuevas fuerzas políticas tuvo más de destrucción mutua
que de construcción. Las distintas corrientes dentro de Solidaridad estaban en un permanente
conflicto y los nuevos partidos políticos se atacaban los unos a los otros incesantemente. Era
lógico pensar que los mecanismos democráticos estaban siendo mal empleados. En 1993,
tras la disolución del Parlamento, las fuerzas políticas surgidas de Solidaridad no alcanzaron
ningún acuerdo preelectoral y perdieron las elecciones legislativas. De ellas, sólo la Unión por
la Libertad y Libertad Democrática lograron representación parlamentaria.
Desde luego, ésta fue una lección muy amarga para el partido, que motivó la creación,
en 1997, de Acción Electoral Solidaridad. La nueva coalición de partidos ganó las elecciones
legislativas de 1997, aunque sólo un día después de celebrados los comicios las divergencias
entre los diferentes grupos se hicieron evidentes. El resultado es bien conocido: en las elecciones
legislativas de 2001 ninguno de los partidos de Acción Electoral Solidaridad consiguió
representación parlamentaria, ni siquiera la Unión por la Libertad, ni muchos de los “padres
fundadores” de Solidaridad.
Es bien sabido que actualmente sólo uno de los antiguos Primeros Ministros, Jan Olszewski,
permanece en el Parlamento gracias a que en el último momento decidió unirse a la Liga por
las Familias de Polonia. Ni Mazowiecki, ni Buzek, ni yo misma estamos en el Parlamento, lo
cual debería llevarnos a reflexionar sobre las causas que han provocado que hayamos perdido
el apoyo de los electores. De todos los factores que podrían explicar esta situación, tres son los
que me parecen más relevantes: las permanentes luchas internas, la falta de instinto de gobierno
y, el más importante, la falta de una clara visión política y social.
Para la sociedad polaca, nada explicaba por qué los partidos de la derecha adoptaron
durante la campaña de 2001 un programa de carácter socialdemócrata. Ante esa realidad, los
electores prefirieron seguir una postura coherente y dar su voto a los partidos realmente de
izquierdas. Aparte de los errores que pudimos cometer, se dio una circunstancia que no sólo
es propia de Polonia sino de otros muchos países y que puede explicar por qué personalidades
como Tadeusz Mazowiecki no estén hoy en el Parlamento. No creo equivocarme si me refiero
al Reino Unido y a cómo después de haber ganado la guerra, de haber derrotado a Adolf Hitler,
la sociedad británica llegó a la conclusión de que Winston Churchill era prescindible.
19
La transición a la democracia en Polonia
Rasgos peculiares de la transición polaca
Carmen González Enríquez
P
olonia fue, junto con Hungría, el país pionero en la transición a la democracia en Europa
del Este. Sus elecciones de junio de 1989, la posterior formación de un Gobierno dirigido
por Solidaridad y, sobre todo, el hecho de que la Unión Soviética no interviniera de ningún
modo para evitar esta transformación, fueron las señales claras y definitivas para toda la zona
de la recuperación de la soberanía efectiva. El carácter pionero de la vida política polaca y
húngara y de sus transiciones fue posible porque ya en la etapa socialista, al menos desde
mediados de los años cincuenta en Polonia, y desde principios de los sesenta en Hungría,
ambos regímenes se distinguían del resto por su carácter más liberal, con unas relaciones de
los partidos socialistas-comunistas con sus sociedades mucho más inclusivas, más tendentes
al pacto, a la conversación, a la resolución de los conflictos, mientras que los demás partidos
comunistas del área estaban instalados en el seguidismo fiel a Moscú o en una reelaboración
nacionalista de su identidad.
Ambos países, Polonia y Hungría, fueron los únicos que emprendieron reformas
liberalizadoras en lo económico ya antes de 1989, en los años ochenta, aunque Hungría fue
más decidida que Polonia en este terreno. Por otra parte, Polonia fue el único país del bloque
que mantuvo la agricultura en manos privadas desde el año 1956, aunque el carácter privado
de esta agricultura no la convertía en un sector de la economía regulado por el mercado, ya
que el Estado controlaba tanto los insumos como la venta de los productos agrícolas. Era en
definitiva una agricultura de titularidad privada pero fuertemente intervenida estatalmente, lo
que ha permitido el mantenimiento en Polonia de un sector agrícola con un peso muy superior
al de los demás países del área, y que casi cuadriplica la media europea occidental, algo que
ahora está dificultando su ingreso en la Unión Europea y por ello retrasando el de los demás
candidatos.
La seña distintiva más importante de la transición polaca es el haber surgido de un
Carmen González Enríquez es Profesora de Ciencias Políticas y Coordinadora del programa de doctorado “Procesos Políticos en Europa del Este y la Unión Europea”, Universidad Nacional de Educación a
Distancia, UNED (España).
21
Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002
movimiento de oposición popular contra el sistema socialista, el desarrollado en torno
a Solidaridad, con una presencia frecuente en las calles, capaz de organizar huelgas, con
reivindicaciones elaboradas y con un fuerte apoyo entre muy distintas capas de la población.
No existió nada semejante a Solidaridad en ninguno de los otros países del bloque, en los que
la oposición se limitaba a pequeños grupos de intelectuales, generalmente localizados en las
grandes ciudades y con una actividad política muy restringida. ¿Por qué en Polonia y sólo
en Polonia se desarrolló una oposición popular a los regímenes socialistas? No tenemos una
respuesta para esto, aunque probablemente la excepcional fuerza política de la Iglesia católica
en Polonia tenga alguna relación con esta otra peculiaridad.
Solidaridad es también fundamental como elemento distintivo de Polonia en otros sentidos,
porque su herencia política es muy ambigua. Solidaridad mezclaba elementos pro-democráticos
o liberales de oposición al régimen, en el sentido de demanda de libertades políticas, con un
carácter religioso muy fuerte que es obviamente anti-liberal, como lo era también su actitud
en lo económico. Solidaridad no se planteaba en los años ochenta introducir reformas de
mercado en la economía socialista. Al contrario, las medidas reformistas que se tomaron desde
los Gobiernos del partido único, el Partido Obrero Unificado Polaco (POUP) fueron en varias
ocasiones paralizadas por la protesta de Solidaridad, actuando como sindicato en defensa de
los intereses inmediatos de los trabajadores. Esto explica por qué Hungría pudo continuar
adelante desde mediados de los ochenta con las reformas que introducían criterios mercantiles
en la economía mientras que Polonia dio marcha atrás.
Cuando Solidaridad se enfrentó con la responsabilidad de gobernar, algo para lo que el
movimiento no estaba preparado y que no entraba en sus previsiones de futuro, apareció en
su seno una gran división entre las diferentes líneas políticas, sobre todo respecto a lo que más
necesitaba una definción clara: la política económica. Más allá de un acuerdo general sobre “la
vuelta a Europa”, esto es, el alejamiento de la esfera de influencia soviética y el acercamiento
a la UE, cuyo modelo social se concebía como el de un gran Estado benefactor, Solidaridad
carecía de un programa político para dirigir esa transformación. Por eso Solidaridad se
fragmentó inmediatamente ante problemas que nunca se había planteado, y ante los que
aparecieron respuestas muy distintas: era un movimiento que tenía identidad de oposición y
no de gobierno.
Otro elemento político peculiar de Polonia es el peso de la religión y de la Iglesia Católica.
Polonia es la sociedad más católica de Europa, incluso más que Irlanda (en las encuestas sobre
asistencia a la misa dominical, Polonia está por encima de cualquier otro país europeo) y la
Iglesia Católica tuvo un gran papel político, no sólo al final de los años 80 cuando se convirtió
en defensora de Solidaridad e intentó mediar entre ésta y el Gobierno, sino también después
cuando ha intentado y a veces conseguido paralizar reformas políticas. En cualquier caso sigue
teniendo una voz política muy importante que afecta desde luego al voto de los ciudadanos.
Este papel político del catolicismo es único en Europa del Este. A pesar de la teoría promovida
22
La transición a la democracia en Polonia
por el Vaticano según la cual la Iglesia Católica ha sido una de los adalides y promotores de la
democratización en Europa del Este, Polonia es el único país donde ésta ha podido jugar un
papel importante. En todos los demás casos el catolicismo, como las Iglesias en conjunto,
tuvieron una influencia marginal o inexistente en las transiciones.
Otro elemento también peculiar de Polonia ha sido el papel desempeñado por el Ejército.
En todos los demás países del grupo, los ejércitos han sido pasivos políticamente en la etapa
comunista y en la transición. Eran ejércitos desmotivados porque los Estados y las sociedades
eran conscientes de que la seguridad de sus territorios no dependía de ellos, de estos ejércitos,
sino de las fuerzas del Pacto de Varsovia, lo que significa básicamente de las fuerzas de la Unión
Soviética. En aquello años eran ejércitos mal pagados, con poco prestigio social, en buena parte
por esta conciencia de la población de que no eran responsables de defender la independencia
y la seguridad nacionales. Sin embargo, en Polonia el ejército tuvo una actuación muy decisiva
en la vida política, no sólo durante el periodo de imposición de la Ley Marcial, de diciembre
de 1981 a julio de 1983, sino también después, durante la segunda mitad de la década de los
ochenta en la que desarrolló un papel promotor de las reformas impulsando al POUP en ese
sentido.
Ambos elementos, estos papeles excepcionales del Ejército y de la Iglesia, se originan
en la peculiaridad de la construcción nacional polaca. Polonia ha sido varias veces dividida
entre las potencias vecinas, Prusia y luego Alemania, Rusia y luego la Unión Soviética, con la
participación ocasional del Imperio Austro-Húngaro, y en esa triste historia de la nación polaca
como víctima de las ambiciones territoriales de sus vecinos, la religión ha cobrado un papel
esencial en la formación de su identidad nacional. El catolicismo diferenciaba claramente a los
polacos tanto de los ortodoxos rusos del Este como de los protestantes alemanes y prusianos
en el oeste. Por la misma causa, el Ejército como razón de fuerza en defensa de la integridad
territorial es un elemento de orgullo nacional mucho más importante que en ningún otro país
de la zona. De hecho, es un ejército que ha estado dispuesto a intervenir incluso en contra de
una fuerza tan superior como la de la Unión Soviética: en Polonia el dominio soviético después
de la Segunda Guerra Mundial sólo consiguió imponerse después de dos años de guerra contra
grupos de milicias locales y la crisis de 1956 se saldó con la concesión soviética respecto al
mantenimiento de la agricultura privada porque el Ejército polaco amenazó con una nueva
sublevación. Ningún otro ejército de un país de la zona ha demostrado semejante disposición a
defender los intereses nacionales. De hecho, la versión de Jaruzelski respecto al golpe de estado
de 1981, en el sentido de que era necesario para evitar una invasión soviética, parece gozar de
amplia aceptación en la sociedad polaca. Por otra parte, el Ejército es la institución que goza de
mayor confianza entre la población, muy superior a la de la Iglesia.
En el periodo posterior a 1989, la sociedad polaca ha sido la más torturada de todas las
de Europa del Este por los conflictos en torno a la interpretación del pasado comunista. En
Polonia se han enfrentado dos grandes versiones de lo ocurrido durante el periodo que va
23
Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002
de 1945 a 1989. La versión dominante en Solidaridad es la de que esos cuarenta años han
sido un gran vacío, un agujero en la historia de Polonia en la que la nación polaca perdió de
nuevo su soberanía en manos de la URSS: fueron años “no polacos”. Polonia existía, pero no
protagonizaba su desarrollo. Hay otra versión que sostienen los que se sitúan en el campo político
heredero del POUP. Según esta otra versión, a pesar de la subordinación a la URSS, a pesar
de todas las restricciones que esto imponía sobre la vida nacional polaca, Polonia experimentó
durante estos cuarenta años un desarrollo positivo en términos de industrialización, educación,
sanidad, servicios sociales, infraestructuras, igualdad y justicia.
Si Polonia no ha podido promover una ley como la alemana o la checa para purgar de
una manera drástica dentro de su administración pública y de los niveles más altos de las
instituciones políticas a los viejos dirigentes comunistas o a los que colaboraron con la policía
secreta, ha sido por la fuerza de los votantes que se identifican con los aspectos positivos de
la etapa socialista. La fuerza electoral de la Alianza de Izquierdas ha impedido, a pesar de los
varios intentos de la derecha hederedera de Solidaridad, la plasmación en Polonia de políticas
de ajuste de cuentas al estilo de Alemania del Este o de la República Checa. Sin embargo las
acusaciones sobre el pasado político han estado envenenando la vida democrática polaca desde
sus inicios hasta tal extremo que, recientemente, en el año 2000, Lech Walesa y el actual
Presidente, Aleksander Kwasnieswki, han sido acusados (y absueltos) de colaboración con la
policía secreta en el pasado.
Otro elemento peculiar polaco ha sido el fracaso en su proceso de consolidación de un
sistema de partidos. Obviamente todos los países de la zona comenzaron su vida democrática
con sistemas de partidos muy débiles, básicamente por su carácter improvisado, fruto de la
precipitación, sin identidad, sin propuestas claras, sin programas de gobierno: fueron partidos
hechos en unos pocos meses en la mayoría de los casos. Pero en los demás países de la zona, o
en la mayoría, durante estos años se ha venido produciendo un proceso de consolidación del
sistema de partidos, lo que quiere decir que los partidos que se presentan a una elección son
básicamente los mismos que se presentan a la siguiente cuatro años después y que los apoyos
de los electores empiezan a ser relativamente estables, es decir empieza a existir una cierta
fidelidad partidista. En Polonia, a diferencia de esto, nos encontramos con un sistema de
partidos muy peculiar, en el que la Alianza de Izquierdas (AI), el antiguo POUP, desde luego
transformado totalmente y convertido en partido socialdemócrata, gobierna prácticamente sin
oposición a causa del hundimiento electoral y organizativo de Solidaridad y no ha aparecido
ningún otro partido que llene ese vacío, de forma que lo único que tiene la AI enfrente en
el Parlamento son pequeños partidos que no tienen ninguna posibilidad, a corto o medio
plazo, de convertirse en una alternativa de gobierno. El mayor de los pequeños es el partido
campesino que precisamente por su dedicación monográfica al tema agrario está condenado a
ser siempre un partido bisagra y a no sobrepasar un techo electoral del 15% .
En todos los países de Europa del Este se ha producido una destacada volatilidad electoral
24
La transición a la democracia en Polonia
junto con un fuerte voto de castigo. Durante los años noventa, cualquier partido que
gobernara en cualquiera de los países de la zona estaba condenado indefectiblemente a perder las
siguientes elecciones, no tanto porque el partido de la oposición o los partidos de la oposición
tuvieran un mejor programa que ofrecer, de hecho los programas parecían intercambiables,
sino porque la población deseaba castigar al partido que gobernaba y probar con otro. Esta es
una “tradición” en la zona que está empezando a desaparecer.
Pero lo que no había ocurrido nunca en el área en estos doce o trece años de democracia,
es que ese voto de castigo no se limite a dejar en minoría al partido que gobernaba, sino que
lo expulse del Parlamento. Es decir que prácticamente desaparezca como fuerza relevante
política, que es lo que ha ocurrido con los herederos de Solidaridad en las últimas elecciones
del 2001. Las causas de su derrota son múltiples pero sobre ellas destaca su fragmentación y su
incapacidad para superar la herencia de ambigüedad del periodo de oposición, esa mezcla de
nacionalismo, catolicismo y, sobre todo, reticencia hacia la economía de mercado, difícilmente
compatibles después con la realización de una política dirigida a la integración en la Unión
Europea. El fracaso de Solidaridad señala el final de un periodo en que las divisiones del pasado
han marcado la vida política de la democracia. El antiguo POUP ha sido capaz de evolucionar
hacia un partido socialdemócrata moderno, pero Solidaridad no ha podido transformarse en
un partido de derechas. Además, durante años, sus miembros vivieron en un espejismo, el de
creer que ellos y sólo ellos representaban a la sociedad polaca, un error que proviene en buena
parte de las elecciones de 1989. En esas elecciones se ofreció a la libre competencia sólo el
35% de los escaños de la Dieta (el resto quedaba reservado para el POUP y sus satélites) y el
100% de los del Senado, éste de nueva creación y escasa relevancia política. El resultado fue
que Solidaridad obtuvo 99 de los 100 escaños de senadores y todos los escaños de la Dieta
que se ofrecían a la libre competencia, e interpretaron esto como un apoyo electoral del 100%
de la población, lo que les dificultó entender las derrotas electorales de los años posteriores.
Pero cabía otra interpretación que ahora se impone: los polacos votaron unánimemente a
Solidaridad precisamente porque la norma electoral les condenaba a quedar en minoría. Esas
primeras elecciones tramposas de 1989 y engañosas en sus resultados han producido un error
de apreciación importante que ha durado años en la vida política polaca.
Querría acabar con una pregunta en relación con eso: intuitivamente uno tiende a pensar que
una nueva democracia será más fuerte, más capaz, si ha existido un movimiento de oposición a
la dictadura anterior. Aparentemente, un movimiento de ese tipo podría ser una forja de líderes
y una escuela política, además de un difusor de actitudes democráticas, de interés por la vida
política y de vigilancia en cuanto al respeto a los derechos humanos. Sin embargo, el ejemplo
de Solidaridad despierta dudas respecto a ese plus de fortaleza que un movimiento de oposición
podría aportar a una democracia joven; quizá en los casos en que junto a la transición política
se produce un profundo cambio económico y social, la existencia previa de un movimiento de
este tipo puede no ser una ayuda. Desgraciadamente tenemos pocas posibilidades de contestar
25
Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002
a esta pregunta porque ningún otro país comunista ha producido un movimiento de oposición
popular comparable a Solidaridad.
26
Comentarios
de T. Anthony Jones
M
e siento honrado, aunque también algo asustado, por estar sentado junto a una antigua
Primera Ministra para hablar de su país. No hay forma de que alguien pueda conocer
un país que no es el suyo de la misma manera que uno de sus líderes políticos, por lo que voy
a exponer mis comentarios con gran humildad.
Ha habido varios puntos de especial interés en la intervención de Hanna Suchocka que
comentaré más adelante, pero antes me referiré a su último comentario sobre el fracaso electoral
de Winston Churchill, después de haber dirigido el país durante la Segunda Guerra Mundial.
Es interesante constatar cómo en las últimas elecciones presidenciales en Polonia, Lech Walesa
obtuvo alrededor del 1% de los votos, exactamente el mismo porcentaje conseguido por Mijail
Gorbachov en las últimas presidenciales a las que se presentó. Parece que aquellos que conducen
a sus países a través de cambios históricos dejan de ser necesarios a posteriori. Supongo que, en
cierta medida, es una muestra de su éxito, de que el sistema ha madurado lo suficiente como
para seguir adelante sin su liderazgo. Algo similar a lo que le ocurrió a Churchill tras la Segunda
Guerra Mundial. Se había ganado la guerra y la gente buscaba nuevos líderes.
Permítanme apoyarme en algunos datos para dar sentido a lo que considero que debe ser
tenido en cuenta cuando hablamos no sólo de la transición polaca, sino también de las del resto
de países de Europa Central. Como Hanna Suchocka ha recordado, Polonia —como otros
países— intentó hacer dos cosas al mismo tiempo: una revolución política y una revolución
económica. Dos procesos que pueden considerados de forma separada. Como veremos
más tarde, Polonia ha llevado a cabo la transición política y la económica —dos retos muy
considerables— y está a punto de comenzar la tercera. En Occidente, en términos históricos,
las transformaciones económicas que conformaron el sistema capitalista fueron el resultado de
un proceso de varios siglos, que nada tuvo que ver con planes o terapias de choque. Fueron las
nuevas clases económicas, gracias a las oportunidades económicas, las que lucharon por el poder
T. Anthony Jones es Vicepresidente y Director Ejecutivo de la Fundación Gorbachov de Norteamérica.
Es Catedrático de Sociología y Antropología en la Universidad Northeastern (Estados Unidos). Es miembro del Comité Asesor de FRIDE.
27
Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002
económico y la transformación de la política. Sin embargo, los antiguos países comunistas no
pueden permitirse el lujo de retrasar varios siglos la transformación de sus economías. Tienen
que ponerse manos a la obra, pero sin olvidar la transición política. Como dijo la Embajadora
Hanna Suchocka, no se trata de elegir, puesto que no hay alternativa: ambas transiciones deben
ser simultáneas. Se trata de un imperativo histórico, si me permiten la expresión, del que no
hay escapatoria posible.
Como es bien sabido, la política y la economía están íntimamente ligadas y es muy difícil
separarlas. Es por ello que existe una disciplina llamada Economía Política, que trata de
estudiar la forma en que el sistema político y el económico interactúan. Pero también es sabido
que ambos sistemas se apoyan y se interfieren mutuamente. El desarrollo económico requiere
un grado mínimo de estabilidad política, apertura y responsabilidad, sin los que no puede
haber crecimiento económico real. La estabilidad y el desarrollo políticos son un prerrequisito
para el desarrollo económico. Al mismo tiempo, el desarrollo político está íntimamente
ligado al comportamiento político, no sólo en los países en transición sino en cualquier otro.
Independientemente de la opinión que los ciudadanos puedan tener de líderes o partidos
políticos, en la mayor parte de los países desarrollados, así como en los países en transición, es
la marcha de la economía la que pone y quita Gobiernos. Este hecho plantea un dilema que
la mayor parte de las sociedades en transición no puede resolver: cómo lograr el crecimiento
económico necesario para garantizar la estabilidad política y, al mismo tiempo, cómo conseguir
un mínimo de estabilidad política que posibilite el crecimiento económico necesario para
consolidar la estabilidad política. En resumen, todo se basa en la constante interacción de
economía y política. A continuación, me gustaría analizar algunas de esas interacciones en
referencia a los retos a los que se enfrenta el Gobierno de Leszek Miller después de sus primeros
cien días.
En primer lugar, trataré la cuestión de la volatilidad. Se ha mencionado en numerosas
ocasiones, aquí y en otros lugares, que la política en Polonia es manifiestamente impredecible,
que los partidos alcanzan y pierden el poder, que los Gobiernos van y vienen, todo ello en una
muestra de volatilidad e inestabilidad. Polonia ha tenido, haciendo un recuento rápido, algo así
como ocho Primeros Ministros desde 1989, lo que la asemeja más a Italia que a cualquier otro
país. ¿A qué es debida esa volatilidad? Humildemente voy a sugerir varias posibilidades. Creo
que hay demasiados partidos en Polonia. Cuando comenzaron las reformas había un centenar
de partidos. Algunos sólo tenían dos o tres miembros, pero había los suficientes como para
crear confusión entre los votantes. Actualmente, hay una decena de partidos o movimientos
que compiten por los votos, lo que implica una fragmentación considerable del electorado.
Añadamos a esto el hecho de que el reparto de escaños en el Sejm (la Cámara Baja) es
proporcional. El resultado de unir esos dos factores, la multitud de partidos y la representación
proporcional, es que en Polonia los Gobiernos se forman sin un apoyo mayoritario, lo que les
obliga a buscar el apoyo de otros partidos con los que coaligarse. Un Gobierno de coalición
28
La transición a la democracia en Polonia
débil no es un buen punto de partida para poner en marcha políticas audaces e innovadoras.
Además, considero que existen factores culturales que favorecen la volatilidad. En primer
lugar, la cuestión de la identidad nacional polaca. Una identidad que, al menos hasta hace
poco tiempo, ha estado estrechamente ligada a la imagen de Solidaridad como partido y como
movimiento, que, como apuntaba Hanna Suchocka, era percibida desde dentro del partido
como un mandato para hablar en nombre del conjunto de la población. En segundo lugar,
durante el periodo socialista la sociedad polaca apoyó decididamente los valores igualitarios,
algo que continúa sucediendo hoy en día. En ese sentido, Polonia no es un caso único, pero
sin embargo éste es todavía un factor relevante, que conlleva que cuando la desigualdad, la
creciente pobreza, o la división de la sociedad entre pobres y ricos se convierten en asuntos de
relevancia pública, hay un movimiento de rechazo hacia el Gobierno de turno y hacia todo lo
que pueda ser visto como políticas económicas y fiscales dañinas.
Lo que se obtiene como resultado es un mezcla de Gobiernos débiles, una confusión entre,
por un lado, cuestiones de política e identidad nacional y, por el otro lado, igualitarismo social y
el deseo de progresar. Ambas confusiones crean situaciones muy inciertas que hacen muy difícil
que un partido o un Gobierno apuesten por un objetivo en detrimento de otro. Así, cuando la
economía está estancada, los votantes eligen candidatos que promueven políticas reformistas;
cuando las consecuencias de las medidas económicas son evidentes (especialmente si son
socialmente impopulares), el voto se orienta a aquellos que prometen políticas de seguridad
social; si dichas políticas no van seguidas de crecimiento económico, los votantes vuelven a dar
su apoyo a los candidatos que prometen políticas pragmáticas, orientadas al crecimiento. En
definitiva, todo ello provoca un movimiento pendular, que si bien no es específico de Polonia
(de hecho es común en todas las democracias y economías en transición), es más fácil de ver,
más transparente que en otros países. Ahora bien, ¿significa ese movimiento pendular que el
compromiso con la democracia y la economía de mercado es débil o incierto? ¿En el caso de
que fuera así, esto implica que los cambios, tanto políticos como económicos, logrados en la
última década son reversibles?
Echemos una ojeada a algunos datos para comprobar si existe una amenaza de reversibilidad
o si, por el contrario, la transición en Polonia tiene un rumbo definido. Con respecto a la
cuestión de la actitud hacia la democracia y la política y teniendo en cuenta los estudios de
opinión de los últimos diez años, se puede comprobar que los polacos se sienten fuertemente
comprometidos con la democracia y que ese compromiso es más fuerte ahora que en el pasado.
En 1992, las encuestas concluían que entre la mitad y un tercio de la población estaban de
acuerdo con que la democracia era el mejor sistema para Polonia. Según los últimos datos a nivel
nacional que he consultado, de hace un año más o menos, esa proporción ha crecido al 75%.
Un dato interesante, puesto que coincide en el tiempo con el periodo de más baja popularidad
del Gobierno de Jerzy Buzek, en el que la población estaba especialmente preocupada por
la marcha de la economía y el futuro del país. Aún así, tres de cada cuatro polacos estaban
29
Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002
convencidos de que la democracia seguía siendo la mejor opción. Cuando, por el contrario,
se pide a la gente que compare la situación con aquella de tiempo atrás, el resultado es muy
diferente. Cuando se pregunta, por ejemplo, si el sistema político actual es preferible al existente
antes de 1989, menos de la mitad de los entrevistados responden afirmativamente. Es decir,
mientras, tres de cada cuatro personas se declaran a favor de la democracia, sólo dos de cada
cuatro admiten preferirla al anterior sistema. ¿Hay alguna contradicción? ¿Significa que no
saben lo que quieren? No, significa que están comprometidos con el concepto de democracia,
aunque no estén satisfechos con la forma en que está funcionando.
Cuando las preguntas son mucho más concretas, los resultados son todavía más clarificadores.
A la pregunta de si, después de una década de transición, están satisfechos con la democracia en
Polonia, sólo el 27% responde afirmativamente. Está claro que hay un rechazo hacia la forma
en que el sistema político, o al menos la idea de democracia, ha evolucionado. La gente valora
la democracia, pero no a los políticos ni a sus Gobiernos. Esto se puede ver en cualquier clase
de encuestas, una de las cuales mencionaré, ya que es de especial interés. La encuesta, realizada
hace unos seis meses, indagaba sobre la cuestión de la confianza. “¿Confía en su Presidente?”
56% de los encuestados dijeron sí, un porcentaje de aprobación muy bueno. “Confía en el
Parlamento?” 20% dijeron sí. “¿Confía en el Senado?” De nuevo un 20%. “¿Confía en el
Gobierno” 17% respondieron afirmativamente. De algún modo, el Presidente ha conseguido
salir de la arena política, razón por la que, en mi opinión, fue elegido por segunda vez. El
Presidente es visto como representante de la ciudadanía en su conjunto, mientras que el
Gobierno y los políticos no son considerados merecedores de la confianza de la gente. Por otro
lado, los tribunales merecen la confianza de sólo el 22% de los encuestados y las autoridades
locales del 26%. Sin embargo, la Iglesia merece la confianza del 50% de la población. Está claro
que cuanto mayor es la distancia de la política, mayor es la confianza de la gente. Entonces,
¿por qué se mantiene el compromiso con la democracia cuando la insatisfacción con la práctica
política es tan grande? Porque hay algunos aspectos como, siempre según los resultados de
las encuestas, la tolerancia ante diferentes opciones políticas o la garantía y protección de las
libertades civiles que, sin ser totales, son vistos como valiosos beneficios de la democracia.
Lo que la gente siente es alienación, aislamiento y, en cierto modo, una falta de influencia
sobre la forma en que marcha el país. A la pregunta de si los ciudadanos tienen algún tipo de
influencia sobre lo que pasa en su país, a parte del voto, sólo un 22% responde afirmativamente.
Preguntados sobre si la obediencia de las leyes es general, incluyendo a la clase política, sólo
un 20% responde sí. En otras palabras, la gente no cree tener ninguna influencia y no cree
tampoco que se respeten las reglas del juego, lo que no es sorprendente dada la preocupación
por los niveles de corrupción entre los políticos y los funcionarios expresada en las últimas
elecciones. Ese falta de confianza en la capacidad de influir conlleva un cierto sentimiento de
alienación de los polacos.
Esos sentimientos y actitudes son importantes, porque pueden terminar afectando a la
30
La transición a la democracia en Polonia
actitud ante la democracia en sí misma. Algo que puede observarse en todo tipo de encuestas,
aunque sólo mencionaré una elaborada el año pasado y que es bastante indicativa de cómo
dichos sentimientos y actitudes pueden influir en el compromiso de la población hacia la
democracia. Se preguntó a la gente si pensaban que en Polonia había suficiente libertad: el
39% pensaba que había demasiada libertad, el 43% pensaba que había suficiente y sólo el 12%
pensaba que era necesaria más. Cuando la gente tiene esos sentimientos al respecto de obedecer
leyes y de tener influencia en la vida política, no es sorprendente que muchos piensen que es
necesario que alguien tome el control de la situación, que es necesario que haya restricciones
de las libertades, etcétera.
Las actitudes hacia la política están fuertemente condicionadas por la economía y,
especialmente en los países en transición, por la introducción del libre mercado, por los
procesos de privatización y por las relaciones que el camino hacia la economía capitalista
plantea en aquellas áreas de la vida de las que antes se ocupaba el Estado, particularmente la
sanidad y la educación. Dos áreas, muy especialmente la sanidad, que en países como Polonia
se han convertido en asuntos políticos de primera línea en los últimos años. La gente no está
sólo preocupada por el desarrollo económico en general, sino también por sus consecuencias
sociales. En una encuesta elaborada hace sólo unos meses se preguntaba a la gente su opinión
sobre si en Polonia había suficiente igualdad social y económica. Sólo el 3% de los encuestados
se mostraba satisfecho, mientras que el 73% consideraba que no había suficiente igualdad. De
nuevo, aunque el compromiso con el cambio existe, el sentimiento de que dicho cambio no
opera en beneficio de todos está muy extendido. Lo que también preocupa a muchos polacos
es el cada vez mayor gasto que deben dedicar a la cobertura sanitaria, educación y otros
servicios, a pesar de que la igualdad de oportunidades esté consagrada en el nuevo orden. Las
antiguas barreras políticas al desarrollo y la promoción personal han sido sustituidas por otras
de carácter económico. La situación económica y los bajos sueldos de muchos trabajadores son
un problema de primer orden, que los partidos políticos pueden manipular fácilmente.
Todo ello lleva a que el estado de ánimo de la población sea francamente pesimista. A finales
de 2000, alrededor de diez meses antes de las últimas elecciones, una encuesta planteaba la
cuestión de si la situación era entonces mejor o peor que antes de 1989. “¿Vivía usted mejor
bajo el régimen comunista o en el actual sistema democrático y de libre mercado?” Alrededor
de una tercera parte de los encuestados, el 36%, afirmó que ahora vivía mejor, mientras que
un 39% consideraba su situación peor que antes. Lo verdaderamente interesante de esos datos
es que están totalmente equivocados a la luz de los cifras económicas. La economía polaca ha
mejorado, dependiendo de la medida que se utilice, entre un 20% y un 40% con respecto a
1989, a pesar de lo cual un 39% de los polacos considera que actualmente la situación es peor
que en el pasado. De nuevo, no se trata de realidad sino de percepción y de las consecuencias
políticas que tiene este hecho. Una de dichas consecuencias es la considerable erosión del
apoyo de la ciudadanía polaca a las privatizaciones. Por ejemplo, cuando se consultan estudios
31
Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002
de 1990 –cuando las privatizaciones estaban comenzando- vemos que el 60% de la población
las apoyaba. En 2001 ese apoyo había caído al 40% debido a la percepción general de las
privatizaciones como un regalo para los familiares y amigos de los ricos y poderosos. Otra
conclusión interesante pero también preocupante es el descenso en el apoyo a las inversiones
extranjeras en Polonia. En 1995 alrededor del 65% de la población consideraba la inversión
extranjera como algo bueno para Polonia. Ese porcentaje es ahora del 40%. Asimismo, se
percibe preocupación en ciertos sectores de la población por la intervención extranjera en la
política interior y exterior de Polonia, por el hecho de que empresas extranjeras puedan hacerse
con el control de empresas polacas, etc. Empieza a ser visible una cierta xenofobia económica,
que todavía no es general, pero que puede ir extendiéndose, cuya causa debe buscarse en el
descenso del nivel de vida de buena parte de la población.
Cuando se pregunta a los polacos por los factores que influyen de manera más decisiva
en la formación de sus opiniones, tres de cada cuatro responden: “por encima de todo, mi
propia situación económica”. Lo que quiere decir que su valoración de la situación económica
depende de cómo les vayan las cosas. Un segundo factor importante en la formación de la
opinión, según la mitad de los encuestados, es la situación de la empresa para la que trabajan
y del resto de los empleados. El tercer factor relevante en la formación de la opinión de los
polacos es la televisión. Cuando se pregunta por la influencia de los discursos y declaraciones de
Gobierno y políticos en la formación de sus opiniones, sólo uno de cada cuatro da credibilidad
a la televisión como fuente de información. En definitiva, “lo que me pasa a mí” es el más
importante factor definidor de la opinión de la gente sobre la situación económica y política.
Si bien este hecho no es sorprendente, sí que lo es que, a pesar de todo, el compromiso con los
valores democráticos continúe siendo firme.
Una encuesta reciente planteó la siguiente cuestión: si tuviera qué elegir entre más libertad o
más igualdad política y social ¿qué elegiría? El 57% eligió libertad sobre igualdad y sólo el 35%
eligió igualdad sobre libertad, lo que me parece una muy buena señal para el futuro de Polonia
y su capacidad de superar las dificultades gracias al firme compromiso de sus ciudadanos. Un
compromiso que es ciertamente necesario ante la difícil situación económica que vive Polonia.
La tasa de desempleo en enero de 2002 era del 18%, un 3% más que un año antes. El problema
no son sólo los tres millones de parados, sino que cuatro de cada cinco no reciben ningún tipo
de ayuda oficial por una u otra razón. A esto hay que sumar el descenso del 5% en la producción,
una cifra que no es tan mala como pudiera parecer puesto que enero nunca es un buen mes en
términos de productividad, aunque supone un 1,5% menos que el año anterior. Lo que sí es
alarmante, sin embargo, es que la actividad del sector de la construcción, clave en las economías
en transición, sufrió un descenso del 64% respecto a diciembre de 2001. Pueden pensar que
se trata de un problema estacional, pero si miramos las cifras de enero de 2001, comprobamos
que el descenso es del 21%. En definitiva, el crecimiento económico se está deteniendo. ¿Por
qué? En parte, como consecuencia del rápido crecimiento de la segunda mitad de la década de
32
La tranición a la democracia en Polonia
los 90. Lo hemos visto en Checoslovaquia y, en menor medida, en Hungría. También hay que
buscar las causas en la recesión mundial, por mucho que la internacionalización de la economía
polaca no sea notable.
En mi opinión, las razones fundamentales del declive económico son internas y de dos
tipos. En primer lugar, unos Gobiernos débiles (debido a las condiciones estructurales del
sistema político) que no han sido capaces de impulsar la puesta en práctica de las reformas
necesarias para el desarrollo económico. En segundo lugar, problemas estructurales que la
propia situación política ha impedido abordar. Encontramos unos costes laborales muy altos
en relación a otros países europeos; una legislación deficiente que condiciona negativamente la
creación de, especialmente, pequeñas y medianas empresas, que además se ven condicionadas
por el pago de sobornos a funcionarios; altos niveles de corrupción que no han sido atajados;
y todo tipo de barreras que dificultan la eficacia empresarial.
¿Creen los polacos que los cambios políticos y económicos de la última década han merecido
la pena? Sí, para dos de cada tres polacos. Lo que les sitúa por encima de los checos –50%- y,
especialmente, de los húngaros.
Este año es clave para Polonia y podría serlo para Europa. Polonia tiene todavía mucho
trabajo que hacer para cumplir con las exigencias de la UE, una tarea en la que le superan
la República Checa y Hungría. Además, si el Gobierno de Leszek Miller consigue volver a
arrancar el motor de la economía, no sólo habrá dado un gran paso hacia la integración en la
UE, sino hacia la consolidación de la democracia en Polonia.
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