Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas 2001 - 2002 La transición a la democracia en Polonia 5 de marzo de 2002 Madrid, 2002 © Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE). Los artículos no pueden ser reproducidos completos por ningún medio, salvo la impresión directa o proyección del artículo y la portada, donde se vea claramente su procedencia. Pueden ser reproducidos parcialmente citando su procedencia. FRIDE no suscribe necesariamente las opiniones de los autores. Índice Ficha de la sesión 5 La doble transición en Polonia, Ludolfo Paramio 7 La transición democrática polaca, Hanna Suchocka 17 Rasgos peculiares de la transición polaca, Carmen González Enríquez 21 Comentarios de T. Anthony Jones 27 Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas 2001 - 2002 Mesa redonda La transición a la democracia en Polonia 5 de marzo de 2002 PONENTE PRINCIPAL: Hanna Suchocka Primera Ministra de Polonia (1992-1993). PARTICIPANTES: Carmen González Enríquez Profesora de Ciencia Política y Coordinadora del Programa de doctorado “Procesos Políticos en Europa del Este y la Unión Europea”, Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED (España). T. Anthony Jones Vicepresidente y Director Ejecutivo de la Fundación Gorbachov de Norteamérica. Catedrático de Sociología y Antropología de la Universidad Northeastern (Estados Unidos). MODERADOR Y COORDINADOR DEL SEMINARIO: Ludolfo Paramio Director de la Unidad de Políticas Comparadas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC (España). 5 La doble transición en Polonia Ludolfo Paramio L as elecciones fundacionales de la nueva democracia polaca se celebraron en una doble vuelta los días 4 y 18 de junio de 1989. Las elecciones eran el resultado de las llamadas negociaciones de la Mesa Redonda, que reservaban de antemano el 65% de los escaños en la Cámara Baja (Sejm) al oficial Partido Obrero Unificado Polaco (PZPR) y a sus partidos satélites, pero creaban un Senado para el que las elecciones serían plenamente competitivas. Estas elecciones semidemocráticas arrojaron un arrollador triunfo de la coalición Solidaridad, que logró el total de los escaños competitivos en la Sejm y 99 de los 100 escaños del Senado. Tras un pacto con el líder de Solidaridad, Lech Walesa, fue elegido Presidente, por la Asamblea Nacional formada por la Sejm y el Senado, el general Wojciech Jaruzelski, quien en 1981 había recurrido —como Primer Ministro y Secretario del PZPR— a la ley marcial para frenar a Solidaridad y evitar una probable intervención soviética. En 1990 Jaruzelski abandonó el cargo, y en diciembre Walesa fue elegido nuevo Presidente por el voto directo de los ciudadanos. Doce años después de aquellas elecciones fundacionales, el 23 de septiembre de 2001, la coalición electoral de Solidaridad (AWS), en el Gobierno desde 1997, obtuvo menos del 6% del voto y quedó sin representación parlamentaria. Lo mismo le sucedió (con un 3% del voto) a la liberal Unión por la Libertad (UW) de Bronislaw Geremek, Tadeusz Mazowiecki y Hanna Suchocka, heredera de buena parte del núcleo intelectual de Solidaridad, que había gobernado en coalición con la AWS. Se podría pensar así que con esas elecciones se ha cerrado un ciclo durante el cual la política en Polonia ha girado en torno a Solidaridad, el amplio movimiento social de oposición surgido frente al régimen comunista durante los años ochenta, y la Alianza Democrática de Izquierda (SLD), la coalición surgida del Partido Socialdemócrata de la República Polaca —formado tras la crisis del PZPR en 1990—, y que podría considerarse Ludolfo Paramio es Director de la Unidad de Políticas Comparadas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (España). Coordinador General del Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas 2001-2002, es miembro del Comité Asesor de FRIDE. 7 Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002 heredera del viejo partido comunista. La posible extinción electoral de Solidaridad plantea una incógnita. Ésta no se refiere a su derrota frente a la SLD, que ya en 1993 había logrado la credibilidad necesaria para derrotar por vez primera a la AWS, y en 1995 había llevado a a su líder, Aleksander Kwasniewski, a la Presidencia, gracias a un verdadero cambio de ideas y a una fuerte renovación generacional respecto al viejo PZPR. Tampoco resulta una excepción en los países que pertenecieron al área de influencia soviética el retorno al poder de los herederos de los anteriores partidos comunistas. Lo que llama la atención en el caso polaco es que el centro-derecha no haya sido capaz en doce años de consolidar una opción electoral fuerte y estable, especialmente si recordamos la tremenda fuerza social que representaba Solidaridad en el momento de la transición a la democracia, en 1989. Las razones de la crisis política y electoral de la AWS, sin embargo, son en apariencia muy obvias: la incoherencia ideológica y un fuerte personalismo. Se puede considerar que ya en 1990 quedó predefinida la trayectoria posterior hacia la fragmentación de Solidaridad, cuando en las elecciones presidenciales se enfrentaron el dirigente histórico de la coalición, Lech Walesa, y el hasta entonces Primer Ministro Tadeusz Mazowiecki, antiguo asesor de aquél. Además de aspiraciones de índole personal, el enfrentamiento expresaba dos concepciones del futuro de Polonia coexistentes en el movimiento de Solidaridad: por un lado una visión modernizadora y liberal de la sociedad y de la economía polacas, por otro un planteamiento más populista, y en cuanto tal más próximo al nacionalismo. La fuerza de la Iglesia polaca fue uno de los mayores apoyos del movimiento de oposición al régimen comunista, especialmente tras la visita a Polonia en 1979 del anterior arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, para entonces ya Papa Juan Pablo II. Cuando al año siguiente estalló la huelga liderada por Walesa en los astilleros Lenin de Gdansk, la legitimidad del movimiento que daría origen a Solidaridad —el primer caso de un sindicato independiente reconocido por un régimen comunista, con diez millones de afiliados— debía tanto al peso de la Iglesia en la sociedad polaca como a la singular alianza de intelectuales y obreros que se había plasmado en el Comité de Defensa de los Trabajadores (KOR), tras las amargas experiencias de aislamiento experimentadas por unos y otros —en 1968 y 1970— en sus respectivos enfrentamientos con el régimen. Pero la fuerza de la Iglesia reflejaba también una realidad segmentada, ya que la población rural, un tercio del total, vivía a menudo su catolicismo de forma muy distinta a la urbana, albergando posiciones muy conservadoras en lo social y en lo económico, y desde una gran vulnerabilidad frente a la modernización. El caso del campesinado polaco ofrece un claro contraste con el de otros países del antiguo bloque soviético: mientras que la norma era la colectivización casi completa de la agricultura —un 90%, en promedio—, en Polonia las explotaciones colectivas o del Estado no llegaron a superar el 20%. Este hecho daba mayor fuerza política al campesinado, lo que se reflejó ya durante la transición de 1989, cuando Walesa 8 La transición a la democracia en Polonia invitó personalmente a incorporarse al Gobierno al Partido Campesino Unificado, después de que éste hubiera roto su alianza tradicional con el Partido Obrero Unificado —presente en el Gobierno de transición con un Viceprimer Ministro y cuatro ministerios clave—, a la vez que el histórico Partido Campesino Polaco —sin presencia ni colaboración bajo el régimen anterior, y renacido tras la desaparición de éste— llegaba a alcanzar los 200.000 miembros y se convertía en el principal partido representativo de este sector. La dualidad ideológica y social de la Iglesia y del campesinado que era su principal base de apoyo venía a sumarse a las diferentes concepciones de lo que debía ser Polonia después del comunismo, la visión liberal o democristiana de los sectores partidarios de la modernización y la occidentalización del país, y la nacionalista y populista de sus adversarios. Esta heterogeneidad pesa especialmente sobre la otra transición polaca: el paso a la economía de mercado. Las transiciones en los países del este y del centro de Europa, en los años noventa, tuvieron una doble dimensión —política y económica— en mucho mayor medida que las transiciones de la década anterior en América Latina, puesto que en esta última región, pese a las muchas distorsiones que pudieran introducir en los mercados los subsidios o la emisión de moneda para financiar el déficit público, existían mecanismos de mercado ausentes en la economía de los países de tipo soviético. Y la introducción de estos mecanismos suponía un alto coste social para las sociedades en transición. En las elecciones presidenciales de 1990 el hasta entonces Primer Ministro, Mazowiecki, asumió un discurso coherente con lo que había sido su actuación, defendiendo un duro plan de reformas promercado —el plan Balcerowicz— y haciendo hincapié en sus costes como un precio necesario para llegar a una economía moderna y capaz de crecer establemente. Walesa, en cambio, asumió un discurso populista en el que el anticomunismo, entendido en un sentido suficientemente amplio como para poner bajo sospecha a los propios sectores de izquierda de la coalición original de Solidaridad, era el eje de movilización ante la escasa credibilidad de las promesas de mejoras económicas inmediatas. No resulta sorprendente que Mazowiecki quedara en tercer lugar —relegado por el independiente Stanislaw Tyminski— y que Walesa fuera el ganador. La incoherencia de Walesa respecto al proyecto modernizador tuvo más consecuencias políticas que económicas. Incluso después de la salida de Balcerowicz del gobierno, en octubre de 1991, la estrategia de reformas promercado se mantuvo, aunque con fases de estancamiento o vacilación. Pero el enfrentamiento con Mazowiecki a través del eje izquierda/derecha no sólo favoreció la tendencia a la fragmentación política de la coalición de Solidaridad, sino también el auge de un discurso anticomunista paranoico que condujo, en junio de 1992, al enfrentamiento de Walesa con el Primer Ministro, Jan Olszewski, cuyo empeño por elaborar una lista de políticos cómplices con el régimen anterior parecía ocultar un intento de poner bajo sospecha el pasado del propio Walesa. (En vísperas de la elección presidencial de 2000 el que fuera Ministro del Interior de Olszewski, Macierewicz, acusaría a Walesa públicamente de 9 Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002 haber sido informante de la policía secreta.) Se plantean así varias posibles causas de la incapacidad del centro-derecha para cristalizar en una opción partidaria estable y competitiva. La primera es la tan citada heterogeneidad propia de la coalición Solidaridad en cuanto movimiento de oposición, y la segunda el personalismo en la disputa por el liderazgo, que no sólo impidió superar esa heterogeneidad en un proyecto común, sino que dividió a la coalición a partir de un discurso anticomunista, fijado en el pasado e incapaz de adaptarse a la nueva realidad económica y social del país, y condenado por tanto a agotarse en la medida en que no sólo se desdibujara con el tiempo el recuerdo del régimen anterior, sino que se afianzara la imagen de la Alianza Democrática de Izquierda como una opción socialdemócrata moderna, muy alejada del viejo Partido Obrero Unificado. Ahora bien, si estos factores pueden explicar el fracaso recurrente de la AWS para ser el núcleo de una formación estable de centro-derecha, no explican necesariamente el que una formación semejante no haya logrado surgir y consolidarse tras más de doce años de democracia. Para comprender esta ausencia de una opción estable de centro-derecha hay que tomar en cuenta la ley electoral. La de junio de 1991, que regula las primeras elecciones legislativas, fomentaba la proliferación de partidos al basarse en el principio de proporcionalidad y dejar la presentación de candidatos en manos de unos comités electorales a los que no se requería una especial estructura organizativa: el requisito único era que consiguieran el apoyo previo de 5.000 firmas. De los 117 que lograron cumplir esta condición, sólo 29 llegaron a obtener representación parlamentaria, pero el resultado —pese a intentos de reagrupamiento— fue una Sejm altamente fragmentada, con 18 grupos parlamentarios. El otro elemento decisivo es la propia lógica de la transición económica. Las reformas implican costes, independientemente de que los gobernantes lo asuman o no, y es casi inevitable que, en un sistema sin lealtades partidarias consolidadas, esos costes se traduzcan en las siguientes elecciones en voto de castigo contra el partido que ha estado gobernando. La regla se ha venido cumpliendo desde 1991 de forma inexorable: los partidos gobernantes han perdido sistemáticamente las siguientes elecciones para la Sejm. Los partidos de centro y centro-derecha que gobernaron hasta 1993 —incluida la Unión Democrática, creada por Mazowiecki tras su salida de Solidaridad y encabezada por la primera ministra Hanna Suchocka— perdieron ese año las elecciones ante una coalición de la Alianza Democrática de Izquierda y el Partido Campesino Polaco. En 1997 la AWS volvió al Gobierno, junto con la Unión por la Libertad, gracias a una coalición laboriosamente organizada por el sucesor de Walesa como presidente de Solidaridad, Marian Krzaklewski, para desaparecer de la Sejm en las elecciones de 2001 ante una nueva victoria de la Alianza Democrática de Izquierda. Esta secuencia hace pensar que la lógica del voto económico, durante una transición económica de altos costes, implica el castigo sistemático a los gobernantes e implica por tanto la imposibilidad de éstos para consolidarse en el ejercicio del gobierno. Pero este mecanismo tan 10 La transición a la democracia en Polonia simple debe matizarse. Es evidente que la historia organizativa previa de los socialdemócratas, inicialmente un lastre para su credibilidad y un blanco fácil para el discurso anticomunista de la derecha de Solidaridad, les dotaba de grandes recursos para sobrevivir a las derrotas electorales y no sólo para competir con éxito: la disciplina y un capital de cuadros expertos, además de redes de implantación local y de acceso a una amplia base social. En cambio, el centro-derecha sólo contaba con una historia previa como movimiento, de muy amplio alcance social pero sin una estructura organizativa adecuada para competir electoralmente. Pese al hincapié que se ha hecho con frecuencia en la movilización de la sociedad civil como motor y condición para el éxito de los procesos de democratización, la democracia representativa exige para su buen funcionamiento el tipo de organización intermedia, cohesionada y estable, que constituyen los partidos, y éstos no se desarrollan de forma automática a partir de los movimientos, sobre todo de los que poseen una base social muy amplia. Las contradicciones entre las bases obreras y las aspiraciones de las clases medias urbanas eran difícilmente conciliables en el discurso electoral sin contar con una organización política cohesionada. Por ello Solidaridad —pese a su tremenda fuerza inicial— partía en desventaja frente a la alianza de izquierda. Pero además es necesario contar con una posible especificidad del voto económico en situaciones como las de la doble transición, política y económica. Hay razones para pensar que en lo que se refiere al crecimiento del desempleo los electores no se limitan a castigar al Gobierno de turno, sino que, movidos por un sentimiento de incertidumbre creciente, tratan de encontrar opciones nuevas, favoreciendo a candidatos o partidos de nueva creación. Esta hipótesis se ha manejado también en democracias consolidadas, para explicar por ejemplo el ascenso de Ross Perot en Estados Unidos, y se apoyaría en la idea de que, si las opciones tradicionales coinciden en un cierto consenso sobre la política económica más allá de matices, sólo el voto a opciones alternativas ofrece, al menos, la posibilidad de expresar el propio descontento. En el caso polaco se ha argumentado que durante los primeros dos años de la transición el crecimiento del desempleo era el único factor que disparaba la oposición social al plan de reformas de Balcerowicz. No es demasiado arriesgado imaginar que fuera también el factor determinante del voto a Tyminski (un independiente) en la elección presidencial de 1990, un voto suficiente (23%) para superar a Mazowiecki en la primera vuelta de noviembre, aunque Walesa se impusiera con un 74% en la segunda, un mes después. En aquella fecha, en pleno proceso de transición, los poscomunistas no estaban aún en condiciones de capitalizar el voto del descontento, ya que éste no tomaba un significado de nostalgia por el pasado reciente. Pero tras su regreso al Gobierno en 1993 —en coalición con el Partido Campesino Polaco de Waldemar Pawlak, y hasta 1995 con éste como Primer Ministro—, se hace evidente el consenso básico entre izquierda y derecha sobre la necesidad de las reformas, y por tanto el voto de protesta debe buscar opciones políticas alternativas. 11 Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002 Podemos suponer entonces que el centro-derecha se enfrenta no sólo a la dualidad de su electorado potencial en términos de intereses e ideas, sino también a una tendencia del votante descontento a apoyar opciones nuevas o excéntricas, lo que resulta altamente posible bajo una legislación electoral basada en el principio de proporcionalidad. Si a esto sumamos los enfrentamientos personalistas que provocan escisiones sucesivas del núcleo dirigente inicial de Solidaridad, y la ausencia de organizaciones partidarias con arraigo —como la que permite a los poscomunistas sobrevivir cohesionados durante las fases de oposición—, no es demasiado sorprendente el colapso electoral de la AWS en las elecciones de 2001. Pero la clave, por supuesto, son los malos resultados económicos del Gobierno de la AWS desde 1997 a 2001. Las elecciones se celebraron en septiembre, cuando ya era evidente que la economía crecería muy por debajo del 4% del año anterior o del 6,8 de 1997 —la cifra final para 2001, según la OCDE, fue del 1,1%—, y con el desempleo por encima del 18%, frente a su mínimo del 10,6 en 1998. Si la economía hubiera ofrecido mejores perspectivas es muy posible que los electores hubieran sido más propicios al Gobierno saliente, y también que las divisiones dentro de la AWS hubieran podido ser contenidas. A su vez, las razones para la caída de la economía estaban en buena medida fuera de las manos del Gobierno. La bancarrota financiera de Rusia en 1998 fue un primer golpe, que puede haber reducido en un punto las tasas de crecimiento en los años siguientes, al que se sumó en 2001 el estancamiento de la economía alemana, destino del 30% de las exportaciones polacas. Por si esto fuera poco, el crecimiento del déficit por encima del 5% obligó al Banco Central —dirigido por Leszek Balcerowicz, el autor del plan de choque de 1989— a imponer altas tasas de interés, que redujeron no sólo el consumo sino sobre todo la inversión. Pero si se acepta que el crecimiento del desempleo provoca no sólo castigo al Gobierno, sino también voto de protesta, no puede sorprender que los resultados de 1991 favorecieran a las opciones excéntricas. Estas opciones, lógicamente, responden a la segmentación del electorado frente a las propuestas de modernización e integración en la Unión Europea. Casi un tercio de los electores votaron a candidaturas nacionalistas, xenófobas o de extrema derecha, como el Partido de Autodefensa (Samoobrona) de Andrzej Lepper, el Partido de la Ley y la Justicia de los gemelos Kaczynski, o la Liga por las Familias Polacas, apoyada por los sectores más conservadores de la Iglesia católica y por su emisora Radio María, de gran audiencia entre el campesinado —se habla de 4 millones de oyentes— y que a menudo combina el conservadurismo moral con simple antisemitismo. Que el campesinado sea más receptivo a los mensajes populistas es fácil de entender a la vista no sólo de su pobreza en comparación con las áreas urbanas, sino de su difícil porvenir a la hora de integrarse en la Unión Europea. La actual Política Agraria Común no podría ser ampliada a la agricultura polaca sin que se disparara el presupuesto de la UE, del que ya supone una parte a todas luces excesiva, lo que plantea serios problemas en particular para Alemania, 12 La transición a la democracia en Polonia que desearía reducir su contribución a dicho presupuesto. A esto se suman el temor occidental a que la libre circulación de trabajadores polacos supusiera una fuerte oleada migratoria —sobre todo hacia Alemania— y los recelos del campesinado polaco a que la liberalización del mercado de la tierra se tradujera en una masiva compra de tierra polaca por alemanes procedentes de las regiones de Polonia que hasta la segunda guerra mundial eran parte de Alemania. Esa suma de dificultades y recelos no sólo explican la tentación nacionalista de quienes viven en las áreas rurales, sino también las incertidumbres que pesan sobre el previsto referéndum para la aprobación de la integración en la UE. Las negociaciones entre la UE y Polonia están lejos de satisfacer las demandas polacas, menos aún las grandes expectativas que despertaba la integración hace unos años, y la sensación de crisis o desorientación que viene transmitiendo la UE desde que comenzó el estancamiento de la economía alemana tampoco permite un excesivo optimismo sobre una conclusión rápida y satisfactoria de las negociaciones: de hecho, cada vez es mayor la tentación de posponer la ampliación hacia el Este más allá de la fecha inicialmente prevista (2004). En bastantes sentidos este retraso sería un desastre, pero al menos eliminaría el riesgo de que el referéndum sobre la adhesión ofreciera un resultado negativo, un peligro que ha venido creciendo en la medida en que el malestar económico —y el desempleo— han ido restando atractivo al proyecto de integración, y la dureza de las negociaciones con la UE ha dado más fuerza a los sectores nacionalistas. Las encuestas venían dando un 55% de intención de voto a favor de la adhesión, pero esta cifra puede estar bajando y, en todo caso, cabe temer una mayor movilización de quienes se oponen a la UE frente a la de los electores favorables. No cabe sorprenderse de los esfuerzos del Gobierno, durante la última visita del Papa, para lograr que lanzara un mensaje favorable a la integración. Polonia es desde casi cualquier punto de vista una democracia consolidada, con un alto apoyo de los ciudadanos a la democracia como régimen aunque expresen una muy baja confianza en las instituciones representativas, y en especial en los partidos. El problema es que la debilidad del centro derecha, o, si se quiere, la inestabilidad del sistema de partidos, supone riesgos ciertos para la gobernabilidad, especialmente si la coalición de gobierno actual no obtiene resultados positivos. Y las perspectivas económicas no son buenas, con un crecimiento simultáneo de las demandas sociales y de las restricciones presupuestarias que está sometiendo a fuertes tensiones al Gobierno del Primer Ministro Leszek Miller. La dimisión del Ministro de Hacienda, Marek Belka, refleja la dificultad de mantener la coherencia política incluso para una fuerza tan disciplinada en términos relativos como la Alianza Democrática de Izquierda. Probablemente ningún Gobierno podría hacer milagros en el actual contexto económico internacional. Pero quizá se pudieran haber introducido con anterioridad cambios para reducir las tendencias centrífugas del sistema de partidos, intentar reforzar los factores de continuidad y responsabilidad de las organizaciones políticas. Los malos resultados de los Gobiernos deslegitiman sin duda a los partidos que los encabezan, pero un clima de irresponsabilidad 13 Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002 en el que la norma son partidos que nacen y desaparecen en una sola legislatura, y que no están obligados a dar continuidad, desde el Gobierno y desde la oposición, a sus propuestas, deslegitima a todo el sistema e introduce con rapidez un alto riesgo de ingobernabilidad. Es cierto que cuando las cosas van mal en un país es muy tentador —para los gobernantes y para los politólogos— pensar en cambios en el marco institucional, y que a menudo estos cambios sólo conducen a nuevos problemas en un simple movimiento pendular. Pero también es cierto que una democracia exige para su buen funcionamiento —que incluye la posibilidad de formar Gobiernos alternativos con apoyo mayoritario— la existencia de al menos dos partidos consolidados y que representen tanto intereses como opciones alternativas. La ausencia de una fuerza de centro-derecha estable en la política polaca es un problema real, y, más allá de la heterogeneidad de los orígenes de Solidaridad y del mal comportamiento de la economía, sus raíces podrían estar en el sistema electoral y el diseño institucional. 14 La transición a la democracia en Polonia Lecturas recomendables Bakuniac, G., y Nowak, K. (1987), “The creation of collective identity in a social movement: the case of ‘Solidarnosc’ in Poland”, Theory and Society 16: 401-429. Balcerowicz, L. (1994), “Understanding postcommunist transitions”, Journal of Democracy 5 (4): 75-89. Berglund, S., Hellen, T., y Aarebrot, F.H., comps. (1998), The handbook of political change in Eastern Europe, Cheltenham: Edward Elgar. Broderick, K.J. (2000), The economy and political culture in new democracies: an analysis of democratic support in Central and Eastern Europe, Aldershot: Ashgate. González, C. 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Sin 1980 los acontecimientos de 1989 no se habrían desarrollado, a pesar incluso de la ruptura del proceso de transición que que supuso la ley marcial. En mi opinión y en la de muchos especialistas, 1980 preparó a la sociedad polaca para los grandes cambios. Siempre se menciona la visita del Papa a Polonia en junio de 1979 como el primer paso. Sin embargo, la revolución –uso conscientemente este término- que supuso la creación de Solidaridad en 1980 sentó las bases de la futura evolución democrática de Polonia. Fue Solidaridad quien preparó a la sociedad para aceptar la llamada Tercera Vía, de capitalismo moderado, en un país en el que los términos capitalismo e, incluso, libre mercado no habían sido de uso corriente en el lenguaje de los sindicatos, lo que provocó una controversia ideológica considerable en el seno de Solidaridad. En un principio, nadie pensaba en la privatización y liquidación del enorme y obsoleto conglomerado de empresas estatales, algo que habría chocado con los intereses de los trabajadores, principales actores de Solidaridad. Según la opinión dominante en 1980, el nuevo sistema económico debería estar basado en una reforma parcial del socialismo. De este modo, el sistema de planificación económica del socialismo real debería ser reemplazado por un sistema de plena participación de los trabajadores en la gestión de las empresas, acompañado de una mejora de los sueldos. Leyendo los 20 Postulados de Gdansk, vemos una defensa de las reformas tendentes a la libertad política, pero no a la liberalización de la economía. Una dicotomía que marcó las dos etapas de la transición polaca y que, aún hoy, está presente en los debates parlamentarios. Hanna Suchocka fue Primera Ministra de Polonia, de julio de 1992 a octubre de 1993. De 1997 a 2000, fue Ministra de Justicia. En la actualidad es Embajadora de Polonia ante la Santa Sede. * Este texto resume la intervención de Hanna Suchocka en FRIDE, el 5 de marzo de 2002. 17 Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002 Según la mentalidad de los trabajadores polacos, el Estado debía proteger al individuo desde su nacimiento hasta su muerte. Así que la liquidación del comunismo no debía cambiar este prinicipio, simplemente mejorar su aplicación. En apenas unos meses, de febrero –cuando comenzaron las negociaciones- a diciembre de 1989 –con la aprobación de las reformas constitucionales-, Polonia pasó a ser un país totalmente diferente. De la reforma del sistema socialista inicialmente planteada pasamos a la instauración de un sistema de libre mercado. Tal salto, desde luego, creó problemas en una sociedad que no estaba en absoluto preparada para una transformación tan radical. En mi opinión, sólo una reforma de tal magnitud y no una reforma parcial podía poner remedio a la situación de la economía polaca, cuyo desarrollo se había visto frustrado por la ausencia de libre competencia, la omnipotencia de la burocracia estatal y el aislamiento. Los acuerdos de la Mesa Redonda estimularon la revolución pacífica de Polonia, si bien parcialmente, puesto que hay que recordar que las reformas constitucionales de abril de 1989 no modificaron el status central del Partido Comunista. Según fue acordado, el nuevo Presidente de Polonia, así como el Primer Ministro, provendrían del Partido Obrero Unificado Polaco (PZPR). Los avances producidos desde junio hasta septiembre otorgaron una nueva dimensión a los acuerdos de la Mesa Redonda, cambiando el sentido mismo de dichos acuerdos. A principios de agosto de 1989, después de que Czeslaw Kiszczak fuese incapaz de crear un Gobierno, la nueva coalición creada por Solidaridad, el Partido Campesino y el Partido Demócrata impulsó la elección de Tadeusz Mazowiecki como nuevo Primer Ministro. La llegada de Mazowiecki al Gobierno fue un hecho histórico, cuya verdadera dimensión puede ser comprendida si tenemos en cuenta que Polonia era aún miembro del COMECON y del Pacto de Varsovia. La puesta en marcha de profundas reformas políticas no era posible sin antes haber recibido la legitimidad política necesaria –algo que sí tenía el Gobierno de Mazowiecki- y sin que aquellos que ostentaban el poder estuviesen dispuestos a correr los más altos riesgos –algo que también demostraron Mazowiecki y su gabinete-. Las reformas económicas y políticas debían ser abordadas objetivamente, a pesar de que fuera razonable pensar que el nuevo Estado polaco no existía más que en la teoría. En aquellos difíciles días, el reto no sólo del Gobierno sino de toda la clase política era transformar la mentalidad de la gente, puesto que lo que se iba a abordar ya no era la reforma parcial del sistema socialista, sino la creación de un nuevo sistema económico. Fue mucho más sencillo conseguir que la gente aceptase la democracia, la libertad política, que el capitalismo, la libertad económica. Una de las mayores dificultades de la entonces recién iniciada transición polaca fue la construcción de la pluralidad política, en la que se comprometió personalmente el Presidente Walesa. El error que cometimos fue tener en cuenta sólo a aquella parte de la sociedad polaca que se identificaba con Solidaridad, con los nuevos partidos y con la democracia. Nos olvidamos 18 La transición a la democracia en Polonia de los partidos del régimen anterior —que se habían visto obligados a cambiar sus nombres por otros más acordes a los de los partidos occidentales—, a los que dimos por desaparecidos a la vista de los resultados de las elecciones de junio de 1989, olvidándonos también de la parte de la sociedad que todavía se aferraba al pasado. La competición política de las nuevas fuerzas políticas tuvo más de destrucción mutua que de construcción. Las distintas corrientes dentro de Solidaridad estaban en un permanente conflicto y los nuevos partidos políticos se atacaban los unos a los otros incesantemente. Era lógico pensar que los mecanismos democráticos estaban siendo mal empleados. En 1993, tras la disolución del Parlamento, las fuerzas políticas surgidas de Solidaridad no alcanzaron ningún acuerdo preelectoral y perdieron las elecciones legislativas. De ellas, sólo la Unión por la Libertad y Libertad Democrática lograron representación parlamentaria. Desde luego, ésta fue una lección muy amarga para el partido, que motivó la creación, en 1997, de Acción Electoral Solidaridad. La nueva coalición de partidos ganó las elecciones legislativas de 1997, aunque sólo un día después de celebrados los comicios las divergencias entre los diferentes grupos se hicieron evidentes. El resultado es bien conocido: en las elecciones legislativas de 2001 ninguno de los partidos de Acción Electoral Solidaridad consiguió representación parlamentaria, ni siquiera la Unión por la Libertad, ni muchos de los “padres fundadores” de Solidaridad. Es bien sabido que actualmente sólo uno de los antiguos Primeros Ministros, Jan Olszewski, permanece en el Parlamento gracias a que en el último momento decidió unirse a la Liga por las Familias de Polonia. Ni Mazowiecki, ni Buzek, ni yo misma estamos en el Parlamento, lo cual debería llevarnos a reflexionar sobre las causas que han provocado que hayamos perdido el apoyo de los electores. De todos los factores que podrían explicar esta situación, tres son los que me parecen más relevantes: las permanentes luchas internas, la falta de instinto de gobierno y, el más importante, la falta de una clara visión política y social. Para la sociedad polaca, nada explicaba por qué los partidos de la derecha adoptaron durante la campaña de 2001 un programa de carácter socialdemócrata. Ante esa realidad, los electores prefirieron seguir una postura coherente y dar su voto a los partidos realmente de izquierdas. Aparte de los errores que pudimos cometer, se dio una circunstancia que no sólo es propia de Polonia sino de otros muchos países y que puede explicar por qué personalidades como Tadeusz Mazowiecki no estén hoy en el Parlamento. No creo equivocarme si me refiero al Reino Unido y a cómo después de haber ganado la guerra, de haber derrotado a Adolf Hitler, la sociedad británica llegó a la conclusión de que Winston Churchill era prescindible. 19 La transición a la democracia en Polonia Rasgos peculiares de la transición polaca Carmen González Enríquez P olonia fue, junto con Hungría, el país pionero en la transición a la democracia en Europa del Este. Sus elecciones de junio de 1989, la posterior formación de un Gobierno dirigido por Solidaridad y, sobre todo, el hecho de que la Unión Soviética no interviniera de ningún modo para evitar esta transformación, fueron las señales claras y definitivas para toda la zona de la recuperación de la soberanía efectiva. El carácter pionero de la vida política polaca y húngara y de sus transiciones fue posible porque ya en la etapa socialista, al menos desde mediados de los años cincuenta en Polonia, y desde principios de los sesenta en Hungría, ambos regímenes se distinguían del resto por su carácter más liberal, con unas relaciones de los partidos socialistas-comunistas con sus sociedades mucho más inclusivas, más tendentes al pacto, a la conversación, a la resolución de los conflictos, mientras que los demás partidos comunistas del área estaban instalados en el seguidismo fiel a Moscú o en una reelaboración nacionalista de su identidad. Ambos países, Polonia y Hungría, fueron los únicos que emprendieron reformas liberalizadoras en lo económico ya antes de 1989, en los años ochenta, aunque Hungría fue más decidida que Polonia en este terreno. Por otra parte, Polonia fue el único país del bloque que mantuvo la agricultura en manos privadas desde el año 1956, aunque el carácter privado de esta agricultura no la convertía en un sector de la economía regulado por el mercado, ya que el Estado controlaba tanto los insumos como la venta de los productos agrícolas. Era en definitiva una agricultura de titularidad privada pero fuertemente intervenida estatalmente, lo que ha permitido el mantenimiento en Polonia de un sector agrícola con un peso muy superior al de los demás países del área, y que casi cuadriplica la media europea occidental, algo que ahora está dificultando su ingreso en la Unión Europea y por ello retrasando el de los demás candidatos. La seña distintiva más importante de la transición polaca es el haber surgido de un Carmen González Enríquez es Profesora de Ciencias Políticas y Coordinadora del programa de doctorado “Procesos Políticos en Europa del Este y la Unión Europea”, Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED (España). 21 Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002 movimiento de oposición popular contra el sistema socialista, el desarrollado en torno a Solidaridad, con una presencia frecuente en las calles, capaz de organizar huelgas, con reivindicaciones elaboradas y con un fuerte apoyo entre muy distintas capas de la población. No existió nada semejante a Solidaridad en ninguno de los otros países del bloque, en los que la oposición se limitaba a pequeños grupos de intelectuales, generalmente localizados en las grandes ciudades y con una actividad política muy restringida. ¿Por qué en Polonia y sólo en Polonia se desarrolló una oposición popular a los regímenes socialistas? No tenemos una respuesta para esto, aunque probablemente la excepcional fuerza política de la Iglesia católica en Polonia tenga alguna relación con esta otra peculiaridad. Solidaridad es también fundamental como elemento distintivo de Polonia en otros sentidos, porque su herencia política es muy ambigua. Solidaridad mezclaba elementos pro-democráticos o liberales de oposición al régimen, en el sentido de demanda de libertades políticas, con un carácter religioso muy fuerte que es obviamente anti-liberal, como lo era también su actitud en lo económico. Solidaridad no se planteaba en los años ochenta introducir reformas de mercado en la economía socialista. Al contrario, las medidas reformistas que se tomaron desde los Gobiernos del partido único, el Partido Obrero Unificado Polaco (POUP) fueron en varias ocasiones paralizadas por la protesta de Solidaridad, actuando como sindicato en defensa de los intereses inmediatos de los trabajadores. Esto explica por qué Hungría pudo continuar adelante desde mediados de los ochenta con las reformas que introducían criterios mercantiles en la economía mientras que Polonia dio marcha atrás. Cuando Solidaridad se enfrentó con la responsabilidad de gobernar, algo para lo que el movimiento no estaba preparado y que no entraba en sus previsiones de futuro, apareció en su seno una gran división entre las diferentes líneas políticas, sobre todo respecto a lo que más necesitaba una definción clara: la política económica. Más allá de un acuerdo general sobre “la vuelta a Europa”, esto es, el alejamiento de la esfera de influencia soviética y el acercamiento a la UE, cuyo modelo social se concebía como el de un gran Estado benefactor, Solidaridad carecía de un programa político para dirigir esa transformación. Por eso Solidaridad se fragmentó inmediatamente ante problemas que nunca se había planteado, y ante los que aparecieron respuestas muy distintas: era un movimiento que tenía identidad de oposición y no de gobierno. Otro elemento político peculiar de Polonia es el peso de la religión y de la Iglesia Católica. Polonia es la sociedad más católica de Europa, incluso más que Irlanda (en las encuestas sobre asistencia a la misa dominical, Polonia está por encima de cualquier otro país europeo) y la Iglesia Católica tuvo un gran papel político, no sólo al final de los años 80 cuando se convirtió en defensora de Solidaridad e intentó mediar entre ésta y el Gobierno, sino también después cuando ha intentado y a veces conseguido paralizar reformas políticas. En cualquier caso sigue teniendo una voz política muy importante que afecta desde luego al voto de los ciudadanos. Este papel político del catolicismo es único en Europa del Este. A pesar de la teoría promovida 22 La transición a la democracia en Polonia por el Vaticano según la cual la Iglesia Católica ha sido una de los adalides y promotores de la democratización en Europa del Este, Polonia es el único país donde ésta ha podido jugar un papel importante. En todos los demás casos el catolicismo, como las Iglesias en conjunto, tuvieron una influencia marginal o inexistente en las transiciones. Otro elemento también peculiar de Polonia ha sido el papel desempeñado por el Ejército. En todos los demás países del grupo, los ejércitos han sido pasivos políticamente en la etapa comunista y en la transición. Eran ejércitos desmotivados porque los Estados y las sociedades eran conscientes de que la seguridad de sus territorios no dependía de ellos, de estos ejércitos, sino de las fuerzas del Pacto de Varsovia, lo que significa básicamente de las fuerzas de la Unión Soviética. En aquello años eran ejércitos mal pagados, con poco prestigio social, en buena parte por esta conciencia de la población de que no eran responsables de defender la independencia y la seguridad nacionales. Sin embargo, en Polonia el ejército tuvo una actuación muy decisiva en la vida política, no sólo durante el periodo de imposición de la Ley Marcial, de diciembre de 1981 a julio de 1983, sino también después, durante la segunda mitad de la década de los ochenta en la que desarrolló un papel promotor de las reformas impulsando al POUP en ese sentido. Ambos elementos, estos papeles excepcionales del Ejército y de la Iglesia, se originan en la peculiaridad de la construcción nacional polaca. Polonia ha sido varias veces dividida entre las potencias vecinas, Prusia y luego Alemania, Rusia y luego la Unión Soviética, con la participación ocasional del Imperio Austro-Húngaro, y en esa triste historia de la nación polaca como víctima de las ambiciones territoriales de sus vecinos, la religión ha cobrado un papel esencial en la formación de su identidad nacional. El catolicismo diferenciaba claramente a los polacos tanto de los ortodoxos rusos del Este como de los protestantes alemanes y prusianos en el oeste. Por la misma causa, el Ejército como razón de fuerza en defensa de la integridad territorial es un elemento de orgullo nacional mucho más importante que en ningún otro país de la zona. De hecho, es un ejército que ha estado dispuesto a intervenir incluso en contra de una fuerza tan superior como la de la Unión Soviética: en Polonia el dominio soviético después de la Segunda Guerra Mundial sólo consiguió imponerse después de dos años de guerra contra grupos de milicias locales y la crisis de 1956 se saldó con la concesión soviética respecto al mantenimiento de la agricultura privada porque el Ejército polaco amenazó con una nueva sublevación. Ningún otro ejército de un país de la zona ha demostrado semejante disposición a defender los intereses nacionales. De hecho, la versión de Jaruzelski respecto al golpe de estado de 1981, en el sentido de que era necesario para evitar una invasión soviética, parece gozar de amplia aceptación en la sociedad polaca. Por otra parte, el Ejército es la institución que goza de mayor confianza entre la población, muy superior a la de la Iglesia. En el periodo posterior a 1989, la sociedad polaca ha sido la más torturada de todas las de Europa del Este por los conflictos en torno a la interpretación del pasado comunista. En Polonia se han enfrentado dos grandes versiones de lo ocurrido durante el periodo que va 23 Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002 de 1945 a 1989. La versión dominante en Solidaridad es la de que esos cuarenta años han sido un gran vacío, un agujero en la historia de Polonia en la que la nación polaca perdió de nuevo su soberanía en manos de la URSS: fueron años “no polacos”. Polonia existía, pero no protagonizaba su desarrollo. Hay otra versión que sostienen los que se sitúan en el campo político heredero del POUP. Según esta otra versión, a pesar de la subordinación a la URSS, a pesar de todas las restricciones que esto imponía sobre la vida nacional polaca, Polonia experimentó durante estos cuarenta años un desarrollo positivo en términos de industrialización, educación, sanidad, servicios sociales, infraestructuras, igualdad y justicia. Si Polonia no ha podido promover una ley como la alemana o la checa para purgar de una manera drástica dentro de su administración pública y de los niveles más altos de las instituciones políticas a los viejos dirigentes comunistas o a los que colaboraron con la policía secreta, ha sido por la fuerza de los votantes que se identifican con los aspectos positivos de la etapa socialista. La fuerza electoral de la Alianza de Izquierdas ha impedido, a pesar de los varios intentos de la derecha hederedera de Solidaridad, la plasmación en Polonia de políticas de ajuste de cuentas al estilo de Alemania del Este o de la República Checa. Sin embargo las acusaciones sobre el pasado político han estado envenenando la vida democrática polaca desde sus inicios hasta tal extremo que, recientemente, en el año 2000, Lech Walesa y el actual Presidente, Aleksander Kwasnieswki, han sido acusados (y absueltos) de colaboración con la policía secreta en el pasado. Otro elemento peculiar polaco ha sido el fracaso en su proceso de consolidación de un sistema de partidos. Obviamente todos los países de la zona comenzaron su vida democrática con sistemas de partidos muy débiles, básicamente por su carácter improvisado, fruto de la precipitación, sin identidad, sin propuestas claras, sin programas de gobierno: fueron partidos hechos en unos pocos meses en la mayoría de los casos. Pero en los demás países de la zona, o en la mayoría, durante estos años se ha venido produciendo un proceso de consolidación del sistema de partidos, lo que quiere decir que los partidos que se presentan a una elección son básicamente los mismos que se presentan a la siguiente cuatro años después y que los apoyos de los electores empiezan a ser relativamente estables, es decir empieza a existir una cierta fidelidad partidista. En Polonia, a diferencia de esto, nos encontramos con un sistema de partidos muy peculiar, en el que la Alianza de Izquierdas (AI), el antiguo POUP, desde luego transformado totalmente y convertido en partido socialdemócrata, gobierna prácticamente sin oposición a causa del hundimiento electoral y organizativo de Solidaridad y no ha aparecido ningún otro partido que llene ese vacío, de forma que lo único que tiene la AI enfrente en el Parlamento son pequeños partidos que no tienen ninguna posibilidad, a corto o medio plazo, de convertirse en una alternativa de gobierno. El mayor de los pequeños es el partido campesino que precisamente por su dedicación monográfica al tema agrario está condenado a ser siempre un partido bisagra y a no sobrepasar un techo electoral del 15% . En todos los países de Europa del Este se ha producido una destacada volatilidad electoral 24 La transición a la democracia en Polonia junto con un fuerte voto de castigo. Durante los años noventa, cualquier partido que gobernara en cualquiera de los países de la zona estaba condenado indefectiblemente a perder las siguientes elecciones, no tanto porque el partido de la oposición o los partidos de la oposición tuvieran un mejor programa que ofrecer, de hecho los programas parecían intercambiables, sino porque la población deseaba castigar al partido que gobernaba y probar con otro. Esta es una “tradición” en la zona que está empezando a desaparecer. Pero lo que no había ocurrido nunca en el área en estos doce o trece años de democracia, es que ese voto de castigo no se limite a dejar en minoría al partido que gobernaba, sino que lo expulse del Parlamento. Es decir que prácticamente desaparezca como fuerza relevante política, que es lo que ha ocurrido con los herederos de Solidaridad en las últimas elecciones del 2001. Las causas de su derrota son múltiples pero sobre ellas destaca su fragmentación y su incapacidad para superar la herencia de ambigüedad del periodo de oposición, esa mezcla de nacionalismo, catolicismo y, sobre todo, reticencia hacia la economía de mercado, difícilmente compatibles después con la realización de una política dirigida a la integración en la Unión Europea. El fracaso de Solidaridad señala el final de un periodo en que las divisiones del pasado han marcado la vida política de la democracia. El antiguo POUP ha sido capaz de evolucionar hacia un partido socialdemócrata moderno, pero Solidaridad no ha podido transformarse en un partido de derechas. Además, durante años, sus miembros vivieron en un espejismo, el de creer que ellos y sólo ellos representaban a la sociedad polaca, un error que proviene en buena parte de las elecciones de 1989. En esas elecciones se ofreció a la libre competencia sólo el 35% de los escaños de la Dieta (el resto quedaba reservado para el POUP y sus satélites) y el 100% de los del Senado, éste de nueva creación y escasa relevancia política. El resultado fue que Solidaridad obtuvo 99 de los 100 escaños de senadores y todos los escaños de la Dieta que se ofrecían a la libre competencia, e interpretaron esto como un apoyo electoral del 100% de la población, lo que les dificultó entender las derrotas electorales de los años posteriores. Pero cabía otra interpretación que ahora se impone: los polacos votaron unánimemente a Solidaridad precisamente porque la norma electoral les condenaba a quedar en minoría. Esas primeras elecciones tramposas de 1989 y engañosas en sus resultados han producido un error de apreciación importante que ha durado años en la vida política polaca. Querría acabar con una pregunta en relación con eso: intuitivamente uno tiende a pensar que una nueva democracia será más fuerte, más capaz, si ha existido un movimiento de oposición a la dictadura anterior. Aparentemente, un movimiento de ese tipo podría ser una forja de líderes y una escuela política, además de un difusor de actitudes democráticas, de interés por la vida política y de vigilancia en cuanto al respeto a los derechos humanos. Sin embargo, el ejemplo de Solidaridad despierta dudas respecto a ese plus de fortaleza que un movimiento de oposición podría aportar a una democracia joven; quizá en los casos en que junto a la transición política se produce un profundo cambio económico y social, la existencia previa de un movimiento de este tipo puede no ser una ayuda. Desgraciadamente tenemos pocas posibilidades de contestar 25 Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002 a esta pregunta porque ningún otro país comunista ha producido un movimiento de oposición popular comparable a Solidaridad. 26 Comentarios de T. Anthony Jones M e siento honrado, aunque también algo asustado, por estar sentado junto a una antigua Primera Ministra para hablar de su país. No hay forma de que alguien pueda conocer un país que no es el suyo de la misma manera que uno de sus líderes políticos, por lo que voy a exponer mis comentarios con gran humildad. Ha habido varios puntos de especial interés en la intervención de Hanna Suchocka que comentaré más adelante, pero antes me referiré a su último comentario sobre el fracaso electoral de Winston Churchill, después de haber dirigido el país durante la Segunda Guerra Mundial. Es interesante constatar cómo en las últimas elecciones presidenciales en Polonia, Lech Walesa obtuvo alrededor del 1% de los votos, exactamente el mismo porcentaje conseguido por Mijail Gorbachov en las últimas presidenciales a las que se presentó. Parece que aquellos que conducen a sus países a través de cambios históricos dejan de ser necesarios a posteriori. Supongo que, en cierta medida, es una muestra de su éxito, de que el sistema ha madurado lo suficiente como para seguir adelante sin su liderazgo. Algo similar a lo que le ocurrió a Churchill tras la Segunda Guerra Mundial. Se había ganado la guerra y la gente buscaba nuevos líderes. Permítanme apoyarme en algunos datos para dar sentido a lo que considero que debe ser tenido en cuenta cuando hablamos no sólo de la transición polaca, sino también de las del resto de países de Europa Central. Como Hanna Suchocka ha recordado, Polonia —como otros países— intentó hacer dos cosas al mismo tiempo: una revolución política y una revolución económica. Dos procesos que pueden considerados de forma separada. Como veremos más tarde, Polonia ha llevado a cabo la transición política y la económica —dos retos muy considerables— y está a punto de comenzar la tercera. En Occidente, en términos históricos, las transformaciones económicas que conformaron el sistema capitalista fueron el resultado de un proceso de varios siglos, que nada tuvo que ver con planes o terapias de choque. Fueron las nuevas clases económicas, gracias a las oportunidades económicas, las que lucharon por el poder T. Anthony Jones es Vicepresidente y Director Ejecutivo de la Fundación Gorbachov de Norteamérica. Es Catedrático de Sociología y Antropología en la Universidad Northeastern (Estados Unidos). Es miembro del Comité Asesor de FRIDE. 27 Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002 económico y la transformación de la política. Sin embargo, los antiguos países comunistas no pueden permitirse el lujo de retrasar varios siglos la transformación de sus economías. Tienen que ponerse manos a la obra, pero sin olvidar la transición política. Como dijo la Embajadora Hanna Suchocka, no se trata de elegir, puesto que no hay alternativa: ambas transiciones deben ser simultáneas. Se trata de un imperativo histórico, si me permiten la expresión, del que no hay escapatoria posible. Como es bien sabido, la política y la economía están íntimamente ligadas y es muy difícil separarlas. Es por ello que existe una disciplina llamada Economía Política, que trata de estudiar la forma en que el sistema político y el económico interactúan. Pero también es sabido que ambos sistemas se apoyan y se interfieren mutuamente. El desarrollo económico requiere un grado mínimo de estabilidad política, apertura y responsabilidad, sin los que no puede haber crecimiento económico real. La estabilidad y el desarrollo políticos son un prerrequisito para el desarrollo económico. Al mismo tiempo, el desarrollo político está íntimamente ligado al comportamiento político, no sólo en los países en transición sino en cualquier otro. Independientemente de la opinión que los ciudadanos puedan tener de líderes o partidos políticos, en la mayor parte de los países desarrollados, así como en los países en transición, es la marcha de la economía la que pone y quita Gobiernos. Este hecho plantea un dilema que la mayor parte de las sociedades en transición no puede resolver: cómo lograr el crecimiento económico necesario para garantizar la estabilidad política y, al mismo tiempo, cómo conseguir un mínimo de estabilidad política que posibilite el crecimiento económico necesario para consolidar la estabilidad política. En resumen, todo se basa en la constante interacción de economía y política. A continuación, me gustaría analizar algunas de esas interacciones en referencia a los retos a los que se enfrenta el Gobierno de Leszek Miller después de sus primeros cien días. En primer lugar, trataré la cuestión de la volatilidad. Se ha mencionado en numerosas ocasiones, aquí y en otros lugares, que la política en Polonia es manifiestamente impredecible, que los partidos alcanzan y pierden el poder, que los Gobiernos van y vienen, todo ello en una muestra de volatilidad e inestabilidad. Polonia ha tenido, haciendo un recuento rápido, algo así como ocho Primeros Ministros desde 1989, lo que la asemeja más a Italia que a cualquier otro país. ¿A qué es debida esa volatilidad? Humildemente voy a sugerir varias posibilidades. Creo que hay demasiados partidos en Polonia. Cuando comenzaron las reformas había un centenar de partidos. Algunos sólo tenían dos o tres miembros, pero había los suficientes como para crear confusión entre los votantes. Actualmente, hay una decena de partidos o movimientos que compiten por los votos, lo que implica una fragmentación considerable del electorado. Añadamos a esto el hecho de que el reparto de escaños en el Sejm (la Cámara Baja) es proporcional. El resultado de unir esos dos factores, la multitud de partidos y la representación proporcional, es que en Polonia los Gobiernos se forman sin un apoyo mayoritario, lo que les obliga a buscar el apoyo de otros partidos con los que coaligarse. Un Gobierno de coalición 28 La transición a la democracia en Polonia débil no es un buen punto de partida para poner en marcha políticas audaces e innovadoras. Además, considero que existen factores culturales que favorecen la volatilidad. En primer lugar, la cuestión de la identidad nacional polaca. Una identidad que, al menos hasta hace poco tiempo, ha estado estrechamente ligada a la imagen de Solidaridad como partido y como movimiento, que, como apuntaba Hanna Suchocka, era percibida desde dentro del partido como un mandato para hablar en nombre del conjunto de la población. En segundo lugar, durante el periodo socialista la sociedad polaca apoyó decididamente los valores igualitarios, algo que continúa sucediendo hoy en día. En ese sentido, Polonia no es un caso único, pero sin embargo éste es todavía un factor relevante, que conlleva que cuando la desigualdad, la creciente pobreza, o la división de la sociedad entre pobres y ricos se convierten en asuntos de relevancia pública, hay un movimiento de rechazo hacia el Gobierno de turno y hacia todo lo que pueda ser visto como políticas económicas y fiscales dañinas. Lo que se obtiene como resultado es un mezcla de Gobiernos débiles, una confusión entre, por un lado, cuestiones de política e identidad nacional y, por el otro lado, igualitarismo social y el deseo de progresar. Ambas confusiones crean situaciones muy inciertas que hacen muy difícil que un partido o un Gobierno apuesten por un objetivo en detrimento de otro. Así, cuando la economía está estancada, los votantes eligen candidatos que promueven políticas reformistas; cuando las consecuencias de las medidas económicas son evidentes (especialmente si son socialmente impopulares), el voto se orienta a aquellos que prometen políticas de seguridad social; si dichas políticas no van seguidas de crecimiento económico, los votantes vuelven a dar su apoyo a los candidatos que prometen políticas pragmáticas, orientadas al crecimiento. En definitiva, todo ello provoca un movimiento pendular, que si bien no es específico de Polonia (de hecho es común en todas las democracias y economías en transición), es más fácil de ver, más transparente que en otros países. Ahora bien, ¿significa ese movimiento pendular que el compromiso con la democracia y la economía de mercado es débil o incierto? ¿En el caso de que fuera así, esto implica que los cambios, tanto políticos como económicos, logrados en la última década son reversibles? Echemos una ojeada a algunos datos para comprobar si existe una amenaza de reversibilidad o si, por el contrario, la transición en Polonia tiene un rumbo definido. Con respecto a la cuestión de la actitud hacia la democracia y la política y teniendo en cuenta los estudios de opinión de los últimos diez años, se puede comprobar que los polacos se sienten fuertemente comprometidos con la democracia y que ese compromiso es más fuerte ahora que en el pasado. En 1992, las encuestas concluían que entre la mitad y un tercio de la población estaban de acuerdo con que la democracia era el mejor sistema para Polonia. Según los últimos datos a nivel nacional que he consultado, de hace un año más o menos, esa proporción ha crecido al 75%. Un dato interesante, puesto que coincide en el tiempo con el periodo de más baja popularidad del Gobierno de Jerzy Buzek, en el que la población estaba especialmente preocupada por la marcha de la economía y el futuro del país. Aún así, tres de cada cuatro polacos estaban 29 Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002 convencidos de que la democracia seguía siendo la mejor opción. Cuando, por el contrario, se pide a la gente que compare la situación con aquella de tiempo atrás, el resultado es muy diferente. Cuando se pregunta, por ejemplo, si el sistema político actual es preferible al existente antes de 1989, menos de la mitad de los entrevistados responden afirmativamente. Es decir, mientras, tres de cada cuatro personas se declaran a favor de la democracia, sólo dos de cada cuatro admiten preferirla al anterior sistema. ¿Hay alguna contradicción? ¿Significa que no saben lo que quieren? No, significa que están comprometidos con el concepto de democracia, aunque no estén satisfechos con la forma en que está funcionando. Cuando las preguntas son mucho más concretas, los resultados son todavía más clarificadores. A la pregunta de si, después de una década de transición, están satisfechos con la democracia en Polonia, sólo el 27% responde afirmativamente. Está claro que hay un rechazo hacia la forma en que el sistema político, o al menos la idea de democracia, ha evolucionado. La gente valora la democracia, pero no a los políticos ni a sus Gobiernos. Esto se puede ver en cualquier clase de encuestas, una de las cuales mencionaré, ya que es de especial interés. La encuesta, realizada hace unos seis meses, indagaba sobre la cuestión de la confianza. “¿Confía en su Presidente?” 56% de los encuestados dijeron sí, un porcentaje de aprobación muy bueno. “Confía en el Parlamento?” 20% dijeron sí. “¿Confía en el Senado?” De nuevo un 20%. “¿Confía en el Gobierno” 17% respondieron afirmativamente. De algún modo, el Presidente ha conseguido salir de la arena política, razón por la que, en mi opinión, fue elegido por segunda vez. El Presidente es visto como representante de la ciudadanía en su conjunto, mientras que el Gobierno y los políticos no son considerados merecedores de la confianza de la gente. Por otro lado, los tribunales merecen la confianza de sólo el 22% de los encuestados y las autoridades locales del 26%. Sin embargo, la Iglesia merece la confianza del 50% de la población. Está claro que cuanto mayor es la distancia de la política, mayor es la confianza de la gente. Entonces, ¿por qué se mantiene el compromiso con la democracia cuando la insatisfacción con la práctica política es tan grande? Porque hay algunos aspectos como, siempre según los resultados de las encuestas, la tolerancia ante diferentes opciones políticas o la garantía y protección de las libertades civiles que, sin ser totales, son vistos como valiosos beneficios de la democracia. Lo que la gente siente es alienación, aislamiento y, en cierto modo, una falta de influencia sobre la forma en que marcha el país. A la pregunta de si los ciudadanos tienen algún tipo de influencia sobre lo que pasa en su país, a parte del voto, sólo un 22% responde afirmativamente. Preguntados sobre si la obediencia de las leyes es general, incluyendo a la clase política, sólo un 20% responde sí. En otras palabras, la gente no cree tener ninguna influencia y no cree tampoco que se respeten las reglas del juego, lo que no es sorprendente dada la preocupación por los niveles de corrupción entre los políticos y los funcionarios expresada en las últimas elecciones. Ese falta de confianza en la capacidad de influir conlleva un cierto sentimiento de alienación de los polacos. Esos sentimientos y actitudes son importantes, porque pueden terminar afectando a la 30 La transición a la democracia en Polonia actitud ante la democracia en sí misma. Algo que puede observarse en todo tipo de encuestas, aunque sólo mencionaré una elaborada el año pasado y que es bastante indicativa de cómo dichos sentimientos y actitudes pueden influir en el compromiso de la población hacia la democracia. Se preguntó a la gente si pensaban que en Polonia había suficiente libertad: el 39% pensaba que había demasiada libertad, el 43% pensaba que había suficiente y sólo el 12% pensaba que era necesaria más. Cuando la gente tiene esos sentimientos al respecto de obedecer leyes y de tener influencia en la vida política, no es sorprendente que muchos piensen que es necesario que alguien tome el control de la situación, que es necesario que haya restricciones de las libertades, etcétera. Las actitudes hacia la política están fuertemente condicionadas por la economía y, especialmente en los países en transición, por la introducción del libre mercado, por los procesos de privatización y por las relaciones que el camino hacia la economía capitalista plantea en aquellas áreas de la vida de las que antes se ocupaba el Estado, particularmente la sanidad y la educación. Dos áreas, muy especialmente la sanidad, que en países como Polonia se han convertido en asuntos políticos de primera línea en los últimos años. La gente no está sólo preocupada por el desarrollo económico en general, sino también por sus consecuencias sociales. En una encuesta elaborada hace sólo unos meses se preguntaba a la gente su opinión sobre si en Polonia había suficiente igualdad social y económica. Sólo el 3% de los encuestados se mostraba satisfecho, mientras que el 73% consideraba que no había suficiente igualdad. De nuevo, aunque el compromiso con el cambio existe, el sentimiento de que dicho cambio no opera en beneficio de todos está muy extendido. Lo que también preocupa a muchos polacos es el cada vez mayor gasto que deben dedicar a la cobertura sanitaria, educación y otros servicios, a pesar de que la igualdad de oportunidades esté consagrada en el nuevo orden. Las antiguas barreras políticas al desarrollo y la promoción personal han sido sustituidas por otras de carácter económico. La situación económica y los bajos sueldos de muchos trabajadores son un problema de primer orden, que los partidos políticos pueden manipular fácilmente. Todo ello lleva a que el estado de ánimo de la población sea francamente pesimista. A finales de 2000, alrededor de diez meses antes de las últimas elecciones, una encuesta planteaba la cuestión de si la situación era entonces mejor o peor que antes de 1989. “¿Vivía usted mejor bajo el régimen comunista o en el actual sistema democrático y de libre mercado?” Alrededor de una tercera parte de los encuestados, el 36%, afirmó que ahora vivía mejor, mientras que un 39% consideraba su situación peor que antes. Lo verdaderamente interesante de esos datos es que están totalmente equivocados a la luz de los cifras económicas. La economía polaca ha mejorado, dependiendo de la medida que se utilice, entre un 20% y un 40% con respecto a 1989, a pesar de lo cual un 39% de los polacos considera que actualmente la situación es peor que en el pasado. De nuevo, no se trata de realidad sino de percepción y de las consecuencias políticas que tiene este hecho. Una de dichas consecuencias es la considerable erosión del apoyo de la ciudadanía polaca a las privatizaciones. Por ejemplo, cuando se consultan estudios 31 Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas, 2001-2002 de 1990 –cuando las privatizaciones estaban comenzando- vemos que el 60% de la población las apoyaba. En 2001 ese apoyo había caído al 40% debido a la percepción general de las privatizaciones como un regalo para los familiares y amigos de los ricos y poderosos. Otra conclusión interesante pero también preocupante es el descenso en el apoyo a las inversiones extranjeras en Polonia. En 1995 alrededor del 65% de la población consideraba la inversión extranjera como algo bueno para Polonia. Ese porcentaje es ahora del 40%. Asimismo, se percibe preocupación en ciertos sectores de la población por la intervención extranjera en la política interior y exterior de Polonia, por el hecho de que empresas extranjeras puedan hacerse con el control de empresas polacas, etc. Empieza a ser visible una cierta xenofobia económica, que todavía no es general, pero que puede ir extendiéndose, cuya causa debe buscarse en el descenso del nivel de vida de buena parte de la población. Cuando se pregunta a los polacos por los factores que influyen de manera más decisiva en la formación de sus opiniones, tres de cada cuatro responden: “por encima de todo, mi propia situación económica”. Lo que quiere decir que su valoración de la situación económica depende de cómo les vayan las cosas. Un segundo factor importante en la formación de la opinión, según la mitad de los encuestados, es la situación de la empresa para la que trabajan y del resto de los empleados. El tercer factor relevante en la formación de la opinión de los polacos es la televisión. Cuando se pregunta por la influencia de los discursos y declaraciones de Gobierno y políticos en la formación de sus opiniones, sólo uno de cada cuatro da credibilidad a la televisión como fuente de información. En definitiva, “lo que me pasa a mí” es el más importante factor definidor de la opinión de la gente sobre la situación económica y política. Si bien este hecho no es sorprendente, sí que lo es que, a pesar de todo, el compromiso con los valores democráticos continúe siendo firme. Una encuesta reciente planteó la siguiente cuestión: si tuviera qué elegir entre más libertad o más igualdad política y social ¿qué elegiría? El 57% eligió libertad sobre igualdad y sólo el 35% eligió igualdad sobre libertad, lo que me parece una muy buena señal para el futuro de Polonia y su capacidad de superar las dificultades gracias al firme compromiso de sus ciudadanos. Un compromiso que es ciertamente necesario ante la difícil situación económica que vive Polonia. La tasa de desempleo en enero de 2002 era del 18%, un 3% más que un año antes. El problema no son sólo los tres millones de parados, sino que cuatro de cada cinco no reciben ningún tipo de ayuda oficial por una u otra razón. A esto hay que sumar el descenso del 5% en la producción, una cifra que no es tan mala como pudiera parecer puesto que enero nunca es un buen mes en términos de productividad, aunque supone un 1,5% menos que el año anterior. Lo que sí es alarmante, sin embargo, es que la actividad del sector de la construcción, clave en las economías en transición, sufrió un descenso del 64% respecto a diciembre de 2001. Pueden pensar que se trata de un problema estacional, pero si miramos las cifras de enero de 2001, comprobamos que el descenso es del 21%. En definitiva, el crecimiento económico se está deteniendo. ¿Por qué? En parte, como consecuencia del rápido crecimiento de la segunda mitad de la década de 32 La tranición a la democracia en Polonia los 90. Lo hemos visto en Checoslovaquia y, en menor medida, en Hungría. También hay que buscar las causas en la recesión mundial, por mucho que la internacionalización de la economía polaca no sea notable. En mi opinión, las razones fundamentales del declive económico son internas y de dos tipos. En primer lugar, unos Gobiernos débiles (debido a las condiciones estructurales del sistema político) que no han sido capaces de impulsar la puesta en práctica de las reformas necesarias para el desarrollo económico. En segundo lugar, problemas estructurales que la propia situación política ha impedido abordar. Encontramos unos costes laborales muy altos en relación a otros países europeos; una legislación deficiente que condiciona negativamente la creación de, especialmente, pequeñas y medianas empresas, que además se ven condicionadas por el pago de sobornos a funcionarios; altos niveles de corrupción que no han sido atajados; y todo tipo de barreras que dificultan la eficacia empresarial. ¿Creen los polacos que los cambios políticos y económicos de la última década han merecido la pena? Sí, para dos de cada tres polacos. Lo que les sitúa por encima de los checos –50%- y, especialmente, de los húngaros. Este año es clave para Polonia y podría serlo para Europa. Polonia tiene todavía mucho trabajo que hacer para cumplir con las exigencias de la UE, una tarea en la que le superan la República Checa y Hungría. Además, si el Gobierno de Leszek Miller consigue volver a arrancar el motor de la economía, no sólo habrá dado un gran paso hacia la integración en la UE, sino hacia la consolidación de la democracia en Polonia. 33