Panel: La enseñanza religiosa escolar y los actuales desafíos de la

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Congreso de Colegios Católicos, “Una pasión que se renueva”. Pontificia Universidad Católica de Chile. Septiembre 2015.
Panel: La enseñanza religiosa escolar y los actuales desafíos de la clase de Religión
LOS DESAFÍOS DE LA FORMACIÓN DE PROFESORES DE RELIGIÓN COMO
RESPUESTA A LOS REQUERIMIENTOS QUE EMANAN DE LA SALA DE CLASE
Lucía Díaz del Valle1
1.
Legitimidad de la clase de religión
Es importante hacer referencia, en primer lugar, al contexto actual en el que se
desarrolla la clase de Religión en nuestro país. La ley legitima su presencia en el sistema
escolar. Las directrices educativas del Estado de Chile para la asignatura de religión se
asientan en los decretos o leyes educacionales, particularmente en lo referente a la razón
de la presencia de la asignatura de religión en el sistema escolar. Dicha presencia se
fundamenta en la exigencia que la Ley General de Educación (LGE) plantea sobre el pleno
desarrollo de la dimensión espiritual de la persona, como parte de un proceso educativo de
aprendizaje, que conduce a la formación integral del educando. La Constitución de la
República de Chile promueve la formación integral de la persona del estudiante, es decir, el
desarrollo de todas sus dimensiones. En esta misma línea la LGE en su artículo nº 2,
reconoce que la educación tiene por finalidad, entre otras, alcanzar el desarrollo espiritual y
moral. “La educación es el proceso de aprendizaje permanente que abarca las distintas
etapas de la vida de las personas y que tiene como finalidad alcanzar su desarrollo
espiritual, ético, moral, afectivo, intelectual, artístico y físico, mediante la transmisión y el
cultivo de valores, conocimientos y destrezas. Se enmarca en el respeto y valoración de los
derechos humanos y de las libertades fundamentales, de la diversidad multicultural y de la
paz, y de nuestra identidad nacional, capacitando a las personas para conducir su vida en
forma plena, para convivir y participar en forma responsable, tolerante, solidaria,
democrática y activa en la comunidad, y para trabajar y contribuir al desarrollo del país”.
Asimismo, las actuales Bases Curriculares para la Educación Básica y para la
Educación Media, en los Objetivos de Aprendizaje Transversales, contemplan de modo
explícito la dimensión espiritual: “Esta dimensión promueve la reflexión sobre la existencia
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Profesora Facultad de Educación Pontificia Universidad Católica de Chile. Pro rectora Instituto Catequístico
UC
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humana, su sentido, finitud y trascendencia, de manera que los estudiantes comiencen a
buscar respuestas a las grandes preguntas que acompañan al ser humano”. Para la
Educación Básica se propone el reconocer la condición de finitud humana y reflexionar
sobre la dimensión trascendente y/o religiosa de la vida humana. Del mismo modo, para la
Educación Media se enuncia el desarrollar la reflexión de la existencia humana, en orden a
comprender su índole finita, a buscar respuesta a las grandes interrogantes ligadas a la
dimensión trascendente-religiosa de la vida humana, como también a aquellas vinculadas
al sentido de la existencia del ser humano.
De ahí que el Estado se responsabilice de este aspecto y oficialmente declare a
“Religión” parte integrante del Plan de Asignaturas en el sistema educacional chileno.
Permite que haya clases de Religión en las escuelas municipales, subvencionadas y
particulares confesionales y no confesionales, porque espera que todos los alumnos del
país se beneficien del aporte ya señalado que hace esta asignatura a su formación integral.
En efecto, más allá de contenidos específicamente del ámbito “religioso”, esta asignatura,
como se ha dicho antes, coopera para fundar una visión trascendente de la vida y una
participación proactiva, responsable y respetuosa en la sociedad, aspectos que siempre
han sido valiosos para la convivencia nacional y lo siguen siendo hoy.
A partir de este contexto, relevaría un desafío en relación con la formación de
profesores de religión. Se requiere contar con profesores capacitados para desarrollar una
docencia con excelencia en el área de la enseñanza de la religión, particularmente para la
educación de la fe católica. Profesores de religión que posean un mismo nivel de
capacitación que los docentes de las otras asignaturas. Promover el desarrollo de personas
comprometidas con una vocación docente con sentido de misión y de servicio en comunión
con la visión y valores de la Iglesia Católica y del Magisterio, fortaleciendo la vocación
docente, es decir, la identidad cristiana del profesor, con una sólida y equilibrada formación
en los contenidos teológicos y pedagógicos, sin descuidar el desarrollo personal espiritual.
Por otra parte que sean capaces de abrirse a una mayor comunicación con las demás
asignaturas, con el fin de potenciar la interdisciplinariedad. Esto me recuerda el testimonio
de un profesor de religión español, dado a conocer en el video “una asignatura
apasionante”. En su primer día de clase parte compartiendo con los estudiantes el
encuentro con un amigo que se extraña que siga “siendo profesor de religión” y él confiesa
que por nada del mundo cambiaría esta profesión. Que se alegra que hayan escogido estar
en su clase porque lo que van a aprender va a servirles para el resto de la vida. Los invita
a tener frente a la vida una actitud de no esperar qué les puede ofrece la vida sino a pensar
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qué puede cada uno de ellos ofrecerle a la misma. Les comenta que descubrirán en sus
clases por qué se pintaron los cuadros más importantes de la historia, conocerán en qué se
inspiraron los músicos y aprenderán a escuchar la música de manera diferente, a cómo
actuar cuando sean profesionales, descubrirán claves para evitar crisis como las que vive la
sociedad actualmente. Sabrán dónde poner el corazón, a darle un verdadero sentido a las
otras asignaturas y aprender a vivir.
En síntesis: el desafío para la formación de profesores es ofrecer en el sistema
escolar una educación de la fe que ilumine la inteligencia y la vida de los educandos a la luz
de la vida y el mensaje de Cristo; vida y mensaje que esclarecen el misterio del hombre, su
vocación, su andar terreno y su existencia.
2. Requerimientos de la clase de religión en colegios y escuelas no confesionales
Una de las disyuntivas que se le plantea al profesor de religión en estas realidades
educativas es focalizar el proceso de enseñanza en el aula en el aprendizaje o en la
educación. Si el criterio central de la institución es privilegiar en la sala de clase el proceso
de aprender a aprender, el papel del docente se define como el de un acompañante
cognitivo en palabras de Juan Carlos Tedesco2.
El desafío del aprendizaje es que los niños, niñas y jóvenes logren procesos de la
comprensión versus la simple asimilación o almacenamiento de información. Una
concepción de aprendizaje para la comprensión se centra en el sujeto que aprende, en sus
modos de procesar información y ve la educación como la organización de estímulos
necesarios para poner en acción este aprendizaje. El profesor muestra cómo se hacen las
cosas, exterioriza los procesos mentales que suelen estar ocultos en el aprendizaje escolar,
desempeña el papel de modelo desde el punto de vista del propio proceso de aprendizaje.
La modelización del docente consistiría, de acuerdo a este enfoque, en poner de manifiesto
la forma en que un experto desarrolla su actividad, de manera tal que los alumnos puedan
observar y construir un modelo conceptual de los procesos necesarios para cumplir con
una determinada tarea.
Este enfoque implica un esfuerzo mucho mayor en el proceso de aprendizaje, tanto
por parte del profesor como de los alumnos y abre una serie muy importante de problemas
2
Tedesco, J.C. Los desafíos de la educación básica en el siglo XXI. Revista Iberoamericana de Educación.
Nº55 (2011), pp. 31-47 (ISSN: 1022-6508)
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para la formación inicial de los profesores, sus modalidades de trabajo pedagógico, sus
criterios de evaluación y los materiales didácticos, entre otros.
La educación por su parte, busca colocar a las personas en las mejores condiciones
para que alcancen su plenificación, pretende engendrar actitudes positivas generadoras de
conductas enriquecedoras. Incluye necesariamente un mejoramiento, una elevación y por
eso está ligada a criterios axiológicos.
El proceso educativo, desde una perspectiva
axiológica, supone ayudar a ser más persona, a que desarrolle al máximo sus
potencialidades. En este contexto, el hombre educado es quien internaliza valores, encarna
actitudes enriquecedoras, actúa guiado por hábitos positivos y posee, en definitiva virtudes.
El desafío del profesor de religión en la sala de clase, indudablemente es ser un
educador que a su vez es un acompañante cognitivo que enseña explícitamente sus
propios modos de pensar para que el educando los compare con sus propios modos de
pensar, y así ponerlos en práctica con la ayuda del profesor y de los otros alumnos. Es
también el desafío de recuperar la unidad didáctica entre educación, enseñanza y
aprendizaje, devolviendo al aprendizaje su centralidad fundamental de todo proceso
educativo, recuperando el valor y el sentido a aprender, no solo por su utilidad práctica,
sino por el gusto y el placer de aprender.
Otra situación que me parece relevante destacar es la explícita prohibición de hacer
clases de religión en algunos establecimientos no confesionales. Se les pide a los
profesores abordar en su lugar la formación valórica. ¿Qué significa y qué implica educar
en valores? ¿Es verdaderamente una renuncia a ser profesor de religión?
En primer lugar si reflexionamos sobre el término “valor” vemos que son
precisamente hitos de referencia, fuerzas interpelantes, ideales cautivadores: señalan el
rumbo, iluminan el itinerario existencial, guían las acciones, configuran metas. Al romper la
indiferencia, generan tensión, estimulan un dinamismo superador, provocan situaciones
propicias para el progreso humano. Los valores confieren significación y ofrecen sentido a
la vida. De esta manera, el proceso de crecimiento en valores lleva necesariamente
involucrado un proceso de personalización o humanización. El valor emerge a modo de
cualidad, como fruto de las relaciones interactivas entre los elementos constitutivos del
llamado hecho axiológico. El valor se alumbra en el encuentro y colaboración de un sujeto y
un objeto dentro de un contexto. Las apelaciones de las características relevantes de la
realidad, al ser acogidas y encontrar respuestas en la conciencia estimativa, permiten la
actualización o manifestación del valor. Cuando se produce un hecho axiológico y un valor
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–la paz, la sinceridad, la salud, la ciencia, la belleza-, es aprehendido y asimilado por una
persona, penetra en su interior, solicita adhesión, se arraiga en ella, dinamiza su acción,
configura su carácter.
Si el valor es comprendido únicamente como vivencia subjetiva y variable, capaz de
satisfacer deseos o gustos individuales, su poder de transformación o su nivel de exigencia
es precario. Si la experiencia axiológica es expurgada de contingencias pasajeras y matices
particulares, arraigándose en estructuras reales estables, es posible que logre
universalidad y permanencia, adquiriendo el carácter de una idea, convicción o creencia
válida para grupos de personas o para todos los hombres. Esta concepción del valor,
potencia sus apelaciones, exigiendo compromisos amplios y profundos. Los valores
también, luego de procedimientos purificatorios y abstractivos de mayor radicalidad, pueden
alcanzar la condición de ideales trascendentes y estables por sí mismos. Se convierten así
en normas de perfección siempre incitantes y nunca totalmente cumplidas. Estas esencias
ideales anotadas en el espíritu personal reclaman el aprecio y nunca se agotan en sus
realizaciones concretas. Los valores como ideales imploran ser encarnados y es el rico
mundo de la cultura y de la creatividad el que hace factible que los ideales valóricos se
manifiesten o expresen.
El riquísimo contenido del término valor hace aconsejable la enunciación de algunas
palabras explicitadoras de algunos de sus rasgos, matices o funciones. Valor involucras
relevancia, excelencia, dignidad, importancia; el valor eleva, destaca, hace sobresalir,
configura, plenifica, confiere sentido. El valor atrae, inquieta, invita, apela, imanta,
entusiasma, sobrecoge, despierta admiración, motiva, estimula, incita, exige, pide
realizado. El valor permite discriminar, orienta, encauza y dinamiza la actividad individual y
social.
Desde cualquier perspectiva que se lo considere, el valor se encuentra vinculado a
las diversas dimensiones del ser personal y tiene por misión esencial contribuir a su
madurez y plenitud. La inteligencia descubre el bien que le corresponde a la persona por su
naturaleza, el grado de perfección al que está llamado. La sensibilidad transforma ese bien
en valor, en un bien estimado en su calidad de plenitud, el bien se convierte en objeto de
deseo para la persona. Y con la voluntad, la persona se propone alcanzar dicho bien, pasa
a ser objeto de su decisión, transformándose así en un valor encarnado, es decir, una
virtud.
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La experiencia cotidiana nos pone de manifiesto que permanentemente el ser
humano está eligiendo entre valores. Elegir entre dar una caminata o asistir a un concierto,
entre comprar un libro o donar el dinero a un necesitado, implica anteponer y posponer
valores. Muchas controversias responden a problemas de jerarquización axiológica, su
solución pasa por el establecimiento de la importancia de cada uno de los valores que
están en juego. Optar por decir la verdad a pesar del perjuicio pecunario que ello acarree,
quiere decir otorgar mayor dignidad a los valores morales que a los económicos. Las
diferencias en la elaboración y aplicación de las escalas de valores son notables, ellas se
fundan no solo en la variedad de propiedades que hacen estimables a los seres, de
capacidades de preferir o de circunstancias que acompañan a los hechos axiológicos, sino
también en la multiplicidad de concepciones antropológicas o metafísicas; en último término
de las cosmovisiones sustentadas. El tema del ordenamiento de los valores es relevante,
complejo y está marcado por discrepancias. Sin embargo, es aconsejable ahondar en él
dado que el establecimiento reflexivo de desniveles entre los valores tiene repercusiones
existenciales y prácticas, se constituye en un elemento orientador de la conducta y ayuda a
resolver innumerables conflictos en la vida.
Nuestra concepción antropológica centrada en la persona como un ser corpóreoespiritual, valiosos en sí mismo y con ansias de trascendencia e infinitud, fija ya la
priorización de aquellos valores que tocan el núcleo más fundamental y profundo del ser
humano. La verdad, la belleza, el bien, el amor, la santidad, cobran especial relieve y se
orientan en último término hacia una Persona o Valor Absoluto que los invoca y les confiere
sentido.
En el ámbito educacional tienen una marcada importancia. No basta promover todos
los valores, es preciso dar a cada cual el rango que le corresponde. El conocimiento de las
distintas áreas axiológicas y de sus posibles relaciones jerárquicas da acceso al educador a
una pluralidad unificada. Esta facilita sus decisiones, fundamente el rumbo superador de su
accionar y le evita el peligro de la unilateralidad: hipertrofiar un sector axiológico en
desmedro de los demás o posponer el cultivo de los valores considerados preeminentes en
relación a la plenitud personal. La connaturalidad con buenos criterios ordenadores da
pistas para conciliar el pasado con el futuro, la permanencia con la innovación, lo individual
con lo colectivo, lo relevante con lo urgente, lo contingente con lo necesario, lo esencial con
lo accesorio, lo estable con lo epocal.
“La existencia de un orden jerárquico es una incitación permanente a la acción creadora y a
la elevación moral. El sentido creador y ascendente de la vida se basa, fundamentalmente,
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en la afirmación del valor positivo frente al negativo y del valor superior frente al inferir”
(Frondizi, R3.)
Encuesta de la Universidad Católica de Valparaíso4 recientemente aplicada a 1.014
hombres y mujeres de entre 18 y 25 años de todo el país muestra que los jóvenes de hoy
creen que entre los valores más importantes a cultivar se encuentran el compromiso, la
libertad y, en primer lugar, la honradez. Qué desafío más importante es para un profesor
de religión el proclamar el sentido de la verdad, valor fundamental sin el cual desaparecen
la libertad, la justicia y la dignidad del hombre, como lo reafirma san Juan Pablo II5.
En síntesis, educar en valores se trata de crear un espacio oportuno, propicio y
dimensionado adecuadamente para incentivar comportamientos humanizadores. Es preciso
planificar objetivos y experiencias destinadas directa y expresamente a desarrollar los
valores en forma organizada y sistemática. La educación explícita en valores conlleva la
exigencia de programar actividades apropiadas para estimularla. La educación en valores
es una tarea colectiva, de equipo. Corresponde a todos los agentes de un centro escolar, a
la familia y a la sociedad. Sería erróneo pensar que es una labor que solo le corresponde al
profesor de religión. El proceso de comunicación axiológica, es lícito cuando se realiza
dentro de un contexto donde tienen una presencia relevante la libertad de opción y
adhesión, el pensamiento reflexivo y discriminador. El ambiente propicio para mostrar y
estimular valores es, a la vez, respetuoso, comprensivo y exigente. La crisis axiológica
imperante urge a encontrar un ordenamiento jerárquico que junto con atender los
problemas e inquietudes del presente, respete la dignidad de todas y cada una de las
personas, permitiéndoles avanzar hacia su plenitud.
La necesidad de educar en valores fluye de la concepción del quehacer educativo
como un proceso de mejoramiento integral de la persona, tanto en su dimensión individual
como social. El ser humano es menesteroso, no está acabado y normalmente requiere
cooperación para desarrollar sus múltiples facetas.
El desafío en la formación del profesor de religión ante este requerimiento de educar
en valores implica, por una parte, fortalecer su propio desarrollo espiritual, clarificar el
fundamento antropológico y la cosmovisión cristiana para la claridad en la priorización de
aquellos valores que tocan el núcleo más fundamental y profundo del ser humano. Y, por
3
Frondizi, R. ¿Qué son los valores? Ed. FCE, México, 1988. Pág, 21.
El mercurio, 15 de agosto.
5
Juan Pablo II, Constitución apostólica del sumo pontífice Juan Pablo II sobre las universidades católicas.
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otra, promover la adquisición de estrategias didácticas adecuadas para educar en valores
que estimulen la inteligencia, la sensibilidad y la voluntad en el educando.
2.
El profesor de religión ante la diversidad en el aula.
Asumir la diversidad implica para el profesor de religión reconocer que cada ser
humano es una persona única, distinta e insustituible por naturaleza. Lo diverso pasa a
constituirse en la norma, no en la excepción.
Es claro que las conceptualizaciones acerca de la diversidad y la discriminación han
sufrido transformaciones profundamente con el paso del tiempo. Hoy en día es muy difícil
pensar que un profesor incite a sus estudiantes a descalificar a un compañero de clase por
su pertenencia étnica o por su origen socioeconómico. En los colegios y escuelas, la
atención a la diversidad está instalada en el discurso del profesor y el respeto a la misma
es inculcado a los educandos. La discriminación opera de modo silencioso, solapadamente
a través de la censura, el desprecio, la crítica, el miedo, la negación o la descalificación de
lo distinto solo por el hecho de serlo.
Autores como Jackson (1991), sostienen que las redes de conversación propias del
aula se caracterizan por su multidimensionalidad, simultaneidad e inmediatez, es decir, por
ser un espacio ecológico en el que se realizan múltiples tareas, las que pueden ejecutarse
paralelamente y a un ritmo acelerado, produciéndose un alto número de interacciones
sociales, las que son controladas por el profesor, quien discrimina entre las que considera
válidas y las que según su criterio no lo son. Asimismo, el control total del tiempo, es uno
de los aspectos constitutivos y determinante del espacio escolar. El tiempo, entendido
como recurso, al interior del aula es administrado y reglamentado exclusivamente por el
profesor, quien establece horarios y determina los periodos aceptables de demora y
reacción, estableciendo, al mismo tiempo, los modos específicos en que estos deben
producirse, ¿qué pasa con los distintos ritmos, con aquellos niños o jóvenes que son lento
en relación a sus compañeros?
Un desafío importante en la formación del profesor de religión es reflexionar sobre el
concepto de diversidad, particularmente en el ámbito educativo, ya que más allá de las
connotaciones vinculadas con la clase socioeconómica, el sexo, la discapacidad, lo
religioso, e incluso lo étnico, las investigaciones previas nos revelan que la construcción de
sentidos o significado propios que constituyen la visión particular de mundo, emergen
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desde las particularidades de los contextos interaccionales en que cada individuo opera, y
por tanto se constituyen en legítima diversidad. La aceptación de la diversidad implica
comprender que esta es parte constitutiva de los sujetos, de sus modos de interacción y de
sus visiones de mundo. Nos enfrentamos a una necesidad axiológica que no se resuelve
por el camino de la compensación, sino que se soluciona por la vía de la aceptación. Esto
implica, además, saber cómo enseñar en la aceptación de esta diversidad.
El Su Santidad Francisco 6 , menciona el valor del diálogo en los contextos de
interculturalidad, dado que las escuelas son frecuentadas por muchos alumnos no
cristianos e incluso no creyentes. “Los profundos cambios que han llevado a la difusión
cada vez más amplia de sociedades multiculturales exigen a quienes trabajan en el sector
escolar implicarse en itinerarios educativos de confrontación y diálogo, con una fidelidad
valiente e innovadora que conjugue la identidad católica con las distintas almas de la
sociedad multicultural”.
3.
Conclusión
Me hago eco de las palabras del Papa Francisco: “Educar es un acto de amor, es dar
vida. Y el amor es exigente, pide utilizar los mejores recursos, despertar la pasión y
ponerse en camino con paciencia junto a los niños y a los jóvenes. En las escuela católica
el educador debe ser, ante todo, muy competente, cualificado y, al mismo tiempo, rico en
humanidad, capaz de estar en medio de los niños y de los jóvenes con estilo pedagógico
para promover su crecimiento humano y espiritual. Los niños y los jóvenes tienen
necesidad de calidad en la enseñanza y, a la vez, de valores, no solo enunciados sino
también testimoniados. La coherencia es un factor indispensable en la educación. No se
puede hacer crecer, no se puede educar sin coherencia: coherencia, testimonio”.
6
Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en la plenaria de la congregación para la educación
católica. 13 de febrero de 2014.
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