ORD Alfredo Edgeworth se pegó un de inspiración: brota de él como la palotiro—no se habló durante mucho ma de la chistera del prestidigitador o, si tiempo de otra cosa en Inglaterra--. fallía, no ¡brota nunca, pese a quien pese. sintiéndose deshonrado por haber llega- Y esa noche no brotó. do tarde a una comida que daba el prin¡Durante largos meses, repito, se discipe de Gales. Lord Alfredo era un caba- cutió en Londres si el suicidio de lord Alllero pundonoroso, mejor dicho, un gent- fredo había sido provocado por su retraso leman, que no es lo mismo, aunque lo ju- o por su impericia. Y éste es el momento ran los diccionarios, y todo el mundo en- en que nada concreto se sabe sobre la contró justificado su suicidio. verdadera causa que lo determinó. Lord El retraso de lord Alfredo se produjo, Alfredo, eso si, pidió ser amortajado de lisa y llanamente, porque no atinó a ha- frac, y sus amigos de Club Se disputaron cerse el lazo de la corbata del frac. Dis- •el honor de hacerle el lazo. ponía de dos docenas de diversas formas Se aplicó a esa tarea, primero, su prey medidas, y una u otra, en distintas oca- sidente, el general Robería Croker, cuyo siones, le habían sacado airoso del trance. caballo entró segundo en el "Derby" del Pero la noche famosa, cada una en su año en que fué elegido, y tras varios intumo, se rebeló contra su dueño y el lazo tentos frustrados, renunció, en un estado que habitualmente nacía de ellas no fra- de espíritu que no presagiaba nada bueguó con la soltura, ¡a precisión y la pura no, como asi fué, porque., .a. ISL mañana sígeometría que tan admirada era en los sa- gulente, dimitió su puesto con carácter lones londinenses. Irrevocable. Cuando se supo su suicidio, hubo quien El vicepresidente, que se pirraba por opinó que había sido por el retraso, im- ocuparlo y que siempre murmuraba de la perdonable en un hombre de mundo, y gestión de su jefe, quiso explicar a sus hubo también quien dijo que era por no consocios con cuántos títulos y qué justihaberse sabido hacer el lazo de la corbata, ficados, apoyaba sus pretensiones, y se trámite éste de la elegancia masculina, aplicó a la tarea, pero hubo de desistir en el que siempre los Edgeworth, de pa- en seguida, y lo mismo le pasó al resto de dres a hijos, habían lucido su habilidad la DhecMva, lo cual puso nervosísimo a y en el que a lord Alfredo le dolía pro- todo el mundo, a tal extremo que se temió fundamente no estar a la altura de sus dejar incumplida la voluntad del finado y que éste tuviera que ir a su última momayores. Lord Alfredo había trazado las prime- rada desaliñadamente vestido. Agotados los "amateurs", entraron en ras lineas de su lazo treinta minutos antes de la hora—las ocho p. m.—, con mar- liza los profesionales, y, por fin, el "malgen más que suficiente para llegar a Pa- tre" del hotel Dorchester, a quien lord Allacio con puntualidad, pero el lazo de fredo habla dado, desde su mayoría de corbata necesita siempre de un segundo edad, pingües propinas y que le lloraba L como a un padre, consiguió hacerte el lazo de la corbata. Todo aquél año se discutió mucho en los círculos londinenses si por lo que el lazo no había salido ni a la primera, ni a la segunda ni a la tercera a tan expertos manipuladores, era por sus nervios o por las dificultades especiales que presentaban para el caso el cuello y la corbata de lord Alfredo. Thom, su "valet", incorporado a su servicio en ocasión de un crucero por aguas de la Martinica del yate "Star oí Venus", de los Edgeworth, y que tuvo que retirarse para que le reemplazara el "maitre" del Dorchester, argüyó, con buen sentido, que él se hubiese considerado capacitado como el que más para hacerle a su amo el lazo del frac si éste hubiese estado dé pie o al menos sentado, pero que hacéríéloen la poslcióhTiórizontal a que le forzaba tener hospedada una bala en el corazón, era harina de otro costal. Con eso se vio claro que el cuello de lord Alfredo era absolutamente corriente y su corbata también, lo cual sirvió de eficaz contribución a su postuma memoria. Quien estuvo maravilloso en todo este ingrato episodio fué. como siempre, el príncipe de Gales, anfitrión exquisito que disculpó, con las más elegantes palabras, el fallo, tan comprensible, por otra parte, de lord Alfredo, y quienes no rayaron a su altura, como sucede con frecuencia, fueron algunos de sus invitados, que afearon malignamente el "lapsus" del gran aristócrata atribuyéndolo a diversas causas, todas especiosas y risibles. La princesa de Gales, espíritu sensibilísimo y que desde el primer momento entendió como nadie lo que pronto se Uaná "la cris;» del lazo de lord Alfredo", se «tifcctó tanto, que, durante varias semanas, rehusó su presencia en las reuniones en Nue se exigía el frac y sólo, poco.a poco, ¡la vida, que acaba por Imponerse, la trajo a la normalidad. Como nunca escasean los amargados y algunos insinuasen la idea de que si lord Alfredo había puesto fin a sus días era por no poder soportar las represalias que, seguramente, tornarían contra él los prín» cipes borrándole de sus listas, la princesa, a manera de mentís, tuvo un rasgo delicadísimo: simbólicamente, lord Alfredo fué invitado a las reuniones del Palacio de Windsor dos veces en la "Season", como cuando brillaba en los salones londinenses. Con una anticipación prudencial, el buen Thom,jtengre_al servicio de los Edf gwort, excusaba "a su señor por ausen-~ 'da, en este caso, irreparable. El capitán Freddy Rothman, de la Household Cavalry, contrajo, desde entonces, una deuda de gratitud con lord Alfredo que no canceló nunca. Como al faltar éste quedaban trece en la mesa, el capitán fué requisado para evitar el maleficio. Aquélla noche saboreó inesperadamente la vecindad de la realeza y tuvo oportunidad de conocer a la encantadora Lady Ágata, con la que se casó meses más tarde, apadrinado, precisamente, por los principes de Gales. El capitán Rothman acostumbraba a recordar siempre a lord Alfredo visitando su tumba en la fecha aniversario del 18 de diciembre, comparecía del brazo de su mujer con un ramo de flores ligadas por una corbata de frac, con los cabos flotantes y al aire. Así lo hizo hasta su heroica muerte, victima de un casco de metralla alemana en el frente de Iprés. La tumba de lord Alfredo, en el pequeño cementerio parroquial de Richmond, queda muy próxim» a4a-de Jobja-Walter, estudiante de Cambridge, al que yo fui a rezar una oración por encargo de sus padres, consignatarios de una naviera inglesa de Montevideo, a los que tomé afecto durante mi estancia en aquella ciudad. Una linda muchacha de veinte gloriosas primaveras dejaba a lord Alfredo la corbata de frac correspondiente a la amabilidad de 1955 cuando yo la vi. Con disculpable osadía, la pregunté la causa de tan extraña ofrenda. Me la explicó en breves palabras, tal y como yo la cuento. Dada la facilidad con que prenden las tradiciones en el pueblo británico, el cumplimiento de la cláusula testamentaria del capitán Rothman-—coronel a su fallecimiento—, que impone a sus herederos la persistencia en ese homenaje, no dudo que, por los siglos de los siglos, en flagrante contraste con los crisantemos y las dalias de las tumbas próximas: en contraste, también, con la desnudez y el abandono de muchas losas funerarias, la alegre corbata de frac de lord Alfredo, esmaltará la losa de granito que da fe de su paso por la tierra. Hubo un momento en el que se dijo que el helado viento invernal anudaba todos los años, esa primemjwohe, en un laso Impecable, la corbatjr,lefrla '<belle époque" fué noble asombro de propios y extraños, y que acabó costando la vida a su exquisito artífice. A punto estuvo de convertirse en leyenda ese supuesto prodigio. Sí no sucedió así fué porque pronto se supo que Thom, el fiel "valet" habla asumido la piadosa obligación de hacer a ' su manera sobre la.tumba de su señor, aquel lazo rebelder'euya confección fueron siempre los Edgewordth consumados maestros. , Joaquín CAIiVO-SomELO de la Uval Academia E/s-pañola (Ilustraciones de Esplandiú.)