04 de julio de 2015 - El sentido del profeta

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04 de julio de 2015 - El sentido del profeta
Jueves, 02 de Julio de 2015 11:13 - Actualizado Viernes, 10 de Julio de 2015 09:09
EL SENTIDO DEL PROFETA
Las lecturas de este domingo nos presentan la figura del Profeta, como alguien que tiene la
responsabilidad de decir una palabra que ha recibido. Es portador de un mensaje que no
siempre agrada a quien lo recibe, porque puede ser un juicio o una palabra que reclama un
cambio de vida. Su fuente siempre es Dios: “Yo pongo mis palabras en tu boca” (Jer. 1, 9). El
profeta se siente enviado, él no busca ni elige a donde ir, esto lo vemos en la lectura de
Ezequiel: “Son hombres obstinados y de corazón endurecido a aquellos a los que yo de envío”
(Ez, 2, 4). Por venir de Dios la profecía siempre busca el bien, pero al expresarse en un juicio
que exige cambios es resistida. Lo más ajeno al profeta es la demagogia o lo acomodaticio.
Cuando la Iglesia pierde la dimensión profética de la Palabra, se instala y reduce el mensaje y
las exigencias del Evangelio.
En el evangelio de hoy lo vemos a Jesucristo llegar a su pueblo y comenzar a enseñar. La
gente queda asombrada, sin embargo, percibe que su palabra no llega a ellos porque lo
conocen y se justifican diciendo: “¿No es acaso el hijo del carpintero? Esto lo lleva a decir: “Un
profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa” (Mc. 6, 3-4). El
retirarse de Jesús y su silencio es también una palabra profética. ¡Con cuánto dolor habrá
experimentado este momento y habrá dicho estas palabras! Sabemos, por otra parte, que
Jesús no se detiene. Él conoce y ama su misión. El secreto de Jesús es el amor a su Padre,
que es la fuente de su vida y misión. Esto nos habla de que el profeta no se envía a sí mismo,
es enviado. La auto referencia tan común en el lenguaje actual, es una manera de auto envío.
Un signo de que el profeta es verdaderamente enviado es su palabra, su amor e, incluso, el
silencio.
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04 de julio de 2015 - El sentido del profeta
Jueves, 02 de Julio de 2015 11:13 - Actualizado Viernes, 10 de Julio de 2015 09:09
Todo cristiano está llamado a ser profeta con su vida y en su palabra. El espíritu profético le
da a la vida cristiana un profundo sabor evangélico y compromiso. No hay que esperar a que
vengan profetas que nos eximan de decir una palabra desde el Evangelio, hay que asumir en la
propia vida una actitud profética. Para conocer una vida animada por el espíritu profético el
primer signo es su propio testimonio. Podemos decir que el primer destinatario de la palabra es
él mismo. Esto lo hace testigo de lo que predica. El profeta no parte de una utopía construida
por él, sino de la Palabra de Dios manifestada y cumplida en Jesucristo, que siempre está
llamada a vivirse a la espera de su plena realización. Esta plenitud no es una utopía sino un
acontecimiento ya realizado en Cristo, que se vive en la esperanza (cfr. Rom. 8 24). San Juan
nos dice: “desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía” (1
Jn. 3, 2). La fe es una profecía. El profeta no es un adivino, ni alguien que ve anticipadamente
lo que va a suceder, sino un testigo de la Palabra de Dios en el mundo.
Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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