A la izquierda del tiempo Diego es un joven de 20 años como cualquier otro… con sueños, rutinas, metas, gustos y modos comunes a la gente de su edad. Como todos los días, se despertó con esa canción de idioma extraño mientras palpaba el velador para hallar sus anteojos. Como todos los días, se vistió para ir a la universidad, sin tener muchas ganas de hacerlo… hubiese preferido seguir soñando con su mundo feliz. Desayunó, se lavó los dientes, se peinó. Tomó su mochila y salió de su hogar, con los audífonos puestos y su música a máximo volumen. Se quejó del frío en sus pensamientos y comenzó a caminar. El semáforo que tan bien conocía estaba en rojo, y podía cruzar si no venía ningún vehículo. Así lo creyó y así lo hizo... pero de pronto se vio caer y un impacto con el frío pavimento le hizo perder la conciencia, la que recuperó al abrir sus ojos en una fría y blanca sala de hospital. Habían pasado ya dos horas y se vio rodeado de máquinas, vendas, parches y mangueras, todas conectadas a su ser de la peor manera. Diego no entendía nada, sólo se quejaba del dolor que le dominaba y miraba a su alrededor buscando caras conocidas que le explicaran cómo llegó hasta allí. Pero no vio a nadie. ¿Qué había pasado? ¿Por qué estaba tan desamparado? Diego intentó decir algo y no pudo, quiso moverse y no sentía sus piernas. Sus 20 años pasaron de modo fugaz por su mente, como una película demasiada acelerada que se detenía de golpe. Diego vio cómo se desvanecía la izquierda del tiempo en una luz cegadora. Sus ojos se volvieron a cerrar, mientras la fría y maloliente sala se difuminaba... en lugar de ello, su miraba contemplaba el viaje inevitable hacia una dimensión desconocida. El último soplo de su corazón exclamó una frase de amor que nadie jamás escuchó. Su respiración se detuvo, mientras las máquinas emitían un sonido monótono y eterno indicando que su cuerpo dejaba de funcionar. Su alma, silenciosa, volvió días después, por un breve lapso de tiempo. Volvió sin cuerpo, sin entender aún cómo toda su existencia había acabado tan abruptamente. Volvió con la inmensa tristeza de no haber realizado todo lo que se propuso, porque un hecho inesperado terminó con su vida. Tuvo que conformarse con observar a la distancia el dolor de su familia, acompañado de lágrimas silenciosas de sus amigos. Luego de unos minutos observando, sintió el inmenso deseo de poder abrazar a todos y cada uno de los que estaban allí, en el que fue su hogar durante toda su vida. Pero no podía. Tuvo que resignarse, deseando poder venir en sueños para despedirse. Debió partir, con un suspiro inexistente, al lugar al cual pertenecía desde que su espíritu abandonó su cuerpo con mangueras, máquinas, parches y vendas...... a la dimensión que habitaba desde el momento en que su alma se desprendió. Diego era un joven de 20 años, como cualquier otro… mas su historia había terminado, pasando a ser parte de la izquierda del tiempo. John Hansen