Rusia, Estados Unidos y Europa: ¿una nueva guerra fría?

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El número XXXI de la Serie Breviario en Relaciones Internacionales es una publicación virtual de la Maestría
en Relaciones Internacionales del CEA-UNC | ISSN: 1668-976X
Rusia, Estados Unidos y Europa: ¿una nueva guerra fría?*
Por Carlos Escudé
Sumario: 1. Introducción. 2. La primavera rusa. 3. Rusia sale de compras. 4.
La pequeña guerra fría. 5. La cuestión militar. 6. El nuevo nacionalismo ruso.
1. Introducción
El protagonismo reciente de Rusia parece desmentir lo que se suponía era la
estructura del orden mundial de la post Guerra Fría, cuya cúpula estaba
encabezada sólo por Estados Unidos, Europa y China. Rusia había sido eliminada.
Los conceptos de “destrucción mutua asegurada” y “disuasión” habían caído en
desuso en el léxico estratégico habitual. Pero ahora The New York Times observa
con sarcasmo que todo un lenguaje está siendo recuperado. Por ejemplo, un alto
general de la OTAN se refirió a Rusia como un adversario, a la vez que un ex
comandante británico urgió refuerzos militares en el Rin.
En realidad, hace mucho que se venía preparando el escenario que ahora se
presenta a los ojos del gran público. Es verdad que el mundo bipolar de la Guerra
Fría desapareció junto con el colapso de la vieja URSS. También es verdad, que
bajo el reinado de Boris Yeltsin el programa de privatizaciones vació y empobreció
a Rusia, generando una llamada oligarquía compuesta por una veintena de
multibillonarios.
Pero las privatizaciones no sólo enriquecieron a estos personajes y a los bancos
occidentales que intermediaron en las operaciones. También fueron aprovechadas
por los servicios rusos de inteligencia y seguridad. Éstos no sólo sobrevivieron a la
disolución de la Unión Soviética sino que se hicieron suficientemente ricos como
para competir con los “oligarcas”.
Es así como en Rusia sobrevivió un núcleo poderoso y patriótico que, con el fin del
reinado de Yeltsin en 2000, sería dominado por Vladimir Putin. El nuevo zar
*
Conferencia de inauguración de la X cohorte de la Maestría en Relaciones Internacionales del
Centro de Estudios Avanzados (CEA) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), impartida el 3
de abril de 2014.
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subordinó a los oligarcas, castigando a algunos de manera ejemplar; redujo las
libertades cívicas, regresando a un orden más autoritario, y se lanzó a re-estatizar
los cuantiosos recursos rusos de hidrocarburos. Así, reconstruyó el poder de Moscú.
Es por eso que, en el libro que publiqué junto con Macarena Sabio a principios del
año pasado, y también en notas de opinión que publiqué en 2011 y 2012 en el
semanario porteño El Guardián, decíamos que la verdadera primavera era rusa, no
árabe (Radiografía universal de la infamia, Ed. Lumière, 2013).
Para comprender lo ocurrido hay que tener en cuenta que los rusos sienten que,
desde el final de la Guerra Fría, han sido víctimas de reiterados agravios por parte
de Occidente. Aunque los presidentes George Bush (padre) y Bill Clinton
prometieron no expandir los intereses de seguridad de su país en el ex imperio
soviético, muy pronto la mayor parte de los países del viejo Pacto de Varsovia
fueron incorporados a la OTAN. Luego se sumaron los países bálticos, que habían
sido parte de la mismísima Unión Soviética. Y cuando en 2007 se precipitó la crisis
de Kosovo, se estudiaba la incorporación de Georgia y Ucrania a la OTAN.
Ya entonces, hace siete años, Sergei Glazyev, el experto en Ucrania de Putin,
declaraba que un avance occidental hacia Ucrania implicaría el caos. No obstante,
la OTAN continuó tentando a Kiev. Llegada la crisis de Crimea en marzo de 2014,
el internacionalista John Mearsheimer se lamentaba que Occidente hubiera
cometido el error de apoyar las protestas de Kiev que voltearon al gobierno pro
ruso. Si alguna vez fue necesario un Estado tapón entre Occidente y Rusia, dijo el
profesor de Chicago, ese país era Ucrania. Además, como reconoció la experta en
Rusia Susan Richards en el último número de Foreign Affairs, Crimea es el más
potente de los símbolos rusos después de Moscú y San Petersburgo. Fue fuente de
inspiración para Pushkin, Tolstoi y Chekhov. Su caprichosa incorporación a
Ucrania, en 1954, no podía durar (“Crimea in Context: Life in Russia’s Back Yard”,
16 de marzo de 2014).
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2. La primavera rusa1
Lo dicho cobra más fuerza si consideramos que, desde la llegada de Putin al poder
en 2000, el balance de poder regional se fue modificando sistemáticamente a
favor de Rusia. Por un lado, el fracaso estratégico de Estados Unidos en Irak y
Afganistán tuvo su impacto. Impulsados por la imprevisible emergencia de 11 de
septiembre de 2001, los norteamericanos comprometieron sus efectivos terrestres
en demasía, quedándose sin reservas de tropas para participar en otros teatros de
operaciones.
A la vez, con el aumento del precio del petróleo, Rusia obtuvo
la liquidez
necesaria para modernizar sus fuerzas armadas. Imperceptiblemente, cambió la
relación de fuerzas entre Rusia y Estados Unidos en el ámbito de los países que
constituyeron la ex Unión Soviética.
No obstante, Occidente pareció no darse cuenta, y en febrero de 2008 cometió la
imprudencia de reconocer la independencia de Kosovo, incumpliendo con una
promesa previa de que respetaría la integridad territorial de Serbia, un aliado
histórico de Rusia.
La respuesta del Kremlin fue fulminante: intervino en Georgia, apoyando las
aspiraciones secesionistas de dos provincias pro-rusas. Rusia doblegó a los aliados
norteamericanos en el Cáucaso (como hiciera la OTAN en Serbia con los aliados
rusos) y reconoció la independencia de Osetia del Sur y Abjasia (como hizo
Occidente con Kosovo). Estados Unidos nada pudo hacer (como tampoco Rusia
frente a Kosovo). Ni pudo Europa, dada su monumental dependencia energética de
Rusia.
Al obrar así, Moscú demostró que nuevamente hay una esfera de influencia rusa en
la que es aconsejable que Occidente no intervenga. Esta esfera fue perdida con el
colapso soviético de 1989, pero sucesivas torpezas norteamericanas le permitieron
a Rusia recuperarla.
1
Esta sección está basada en gran medida en notas que publiqué en el semanario porteño El
Guardián, especialmente “La inesperada primavera rusa” (N° 18, 16 de junio de 2011), y “Rusia,
elecciones y mucho más” (N° 45, 22 de diciembre de 2011). Posteriormente, estos materiales fueron
aportados a C. Escudé y M. Sabio Mioni, Radiografía universal de la infamia: viñetas sobre el estado
del mndo en nuestro tiempo, Buenos Aires: Lumière 2013.
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Alemania, el mayor cliente mundial del gigante gasífero ruso Gazprom,
rápidamente entendió el mensaje y quitó su apoyo al proyecto norteamericano de
incorporar a Ucrania a la OTAN. En varias ocasiones se había interrumpido el flujo
de combustible, cuando surgieron discrepancias entre Rusia y los Estados de
tránsito, Bielorrusia y Ucrania. Esos “accidentes políticos” que nada tenían que ver
con Alemania también sirvieron para domar a Berlín.
Dadas esas circunstancias, sólo faltaba una “primavera árabe” para consolidar la
verdadera primavera, que era la rusa. El aumento del precio del petróleo debido a
las disrupciones generadas por las revueltas no benefició a los países árabes, que
están sujetos a los límites de producción impuestos por la OPEP. Pero favoreció a
Rusia, que no está sometida a los límites de esa organización y es el segundo
exportador de petróleo del mundo.
Y Moscú también se benefició del corte del flujo de gas natural libio.
Normalmente, éste se transporta a Italia a través del gasoducto Greenstream,
operado por el gigante petrolífero italiano ENI. Italia es la tercera consumidora de
gas natural de Europa y en las circunstancias de la guerra civil libia se vio forzada
a comprarle a Rusia.
Como si con esto no bastara, también los japoneses debieron recurrir a Rusia para
realizar grandes compras de gas natural líquido. En su caso, el combustible ruso
remplaza parte de la energía de los reactores nucleares de Fukushima, devastados
por el terremoto de abril de 2011. Y para colmo, respondiendo a demandas
populares, Alemania optó por cerrar paulatinamente sus reactores nucleares y
remplazar esa energía con mayores compras de gas natural ruso.
Por cierto, lo que fue catástrofe para Japón y para el mundo entero resultó
bonanza para el Kremlin, no por una perversión intrínseca sino por las paradojas
de la condición humana. Como consecuencia, ya hacia fines de marzo de 2011, y
por primera vez desde que la crisis financiera mundial le pegó duro en 2008, las
reservas internacionales de Rusia superaron los quinientos mil millones de dólares.
Pero Moscú no sólo ganó dinero con estos avatares. También aumentó su poder, ya
que los daños que podría infligirle a varios países claves si les cortaba el suministro
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de gas natural eran cada vez mayores. Europa en especial depende de Rusia en
forma creciente, y este es un hecho con consecuencias geopolíticas.
En verdad, circunstancias casuales le regalaron a Rusia una gran oportunidad. La
demanda popular de remplazar la energía nuclear por fuentes más seguras deja
con pocas alternativas a muchos países. En lo inmediato, energías renovables como
la solar y la eólica no están suficientemente desarrolladas como para que puedan
ser la solución principal. Se necesitan años de investigación y desarrollo para que
puedan remplazar eficientemente a las fuentes de energía más contaminantes y
peligrosas. Por otra parte, el potencial hidroeléctrico de Europa está colmado. Y
los europeos tampoco pueden invertir en nuevas centrales eléctricas alimentadas
por carbón, debido a las emisiones de dióxido de carbono, que son causantes del
efecto invernadero que sus Estados se juramentaron a controlar. Por lo menos
hasta que se materialicen las posibilidades brindadas por la explotación del
petróleo de esquistos bituminosos, la única alternativa restante es el gas natural.
Y Rusia es el primer exportador mundial de ese combustible. Además, tiene las
mayores reservas comprobadas del planeta.
Aunque está lejos de ser una superpotencia capaz de disputar el predominio
mundial como lo era en tiempos soviéticos, Moscú vive un momento de auge. A
pesar de su autoritarismo, su régimen goza de cierta popularidad interna,
especialmente en las provincias, y por ahora no teme rebeliones como las que
asolan a los despotismos árabes. Tampoco enfrenta invasiones de inmigrantes no
deseados, como las que padecen los países de la Unión Europea.
Más importante aún es el hecho de que no está involucrada en conflictos
internacionales que comprometan su estabilidad y recursos. No comparte el
predicamento de Estados Unidos, que tiene casi 900 costosas bases militares
esparcidas por el mundo. Parte de su táctica consiste en incitar a Estados Unidos a
involucrarse militarmente en el Medio Oriente y el Sur de Asia, para de esa manera
licuar su poder.
Por cierto, el fin de la guerra en Irak y Afganistán no fue bueno para Rusia, y es
por eso que, apoyando al gobierno sirio, pone anzuelos que Washington todavía no
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ha mordido. Nada le convendría más al Kremlin que un fuerte compromiso militar
de la Casa Blanca con los rebeldes sirios, algo que seguramente no se producirá
porque Estados Unidos ya ha asimilado duras lecciones.
Pero aunque con el retiro de tropas norteamericanas de Afganistán, Rusia ya no
obtenga el resultado óptimo en esta materia, Estados Unidos está demasiado
involucrado militarmente en el resto del mundo como para poder actuar de un
modo convincente en la recuperada zona de influencia de Rusia. Los sucesos de
Georgia en 2008 y Crimea en 2014 lo demuestran.
3. Rusia sale de compras2
Todos estos procesos, sumados a la crisis económica de 2008, coadyuvaron a
engendrar un expansionismo comercial ruso.
En principio, la crisis no fue buena para Rusia, ya que Europa representa el 47% de
su comercio exterior y el 75% de las inversiones extranjeras directas que recibe.
Cada fluctuación económica y financiera europea ha pegado fuertemente sobre el
rublo y la bolsa rusa.
Pero como recordábamos en Escudé y Sabio Mioni (2013), la bolsa y el rublo son
indicadores secundarios del estado de la economía rusa. Más significativo es el
hecho de que, gracias a los altos precios de los hidrocarburos, el PBI continuó
creciendo, a la vez que la inflación es la más baja desde que cayó la URSS. Y las
reservas se encuentran en un nivel saludable: según datos del Banco de Rusia,
suman unos 500 mil millones de dólares, a los que hay que agregar unos 180 mil
millones de fondos de emergencia, y aproximadamente 600 mil millones más, que
están debajo de colchones privados.
En estas circunstancias, no es extraño que a partir de 2008 los rusos hayan salido
de compras por Europa. Su objetivo es adquirir activos, principalmente
energéticos, que fortalezcan su posición. Por cierto, aunque Europa depende de
2
Está sección está basada en gran medida en mi nota “Rusia tras el remate de Europa”, publicada
en el N° 50 de El Guardián el 26 de enero de 2012. Posteriormente, este material fue aportado a C.
Escudé y M. Sabio Mioni, op. cit.
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Alemania financieramente, en Europa hasta Alemania depende del gas ruso. ¿Qué
mejor que agudizar esta dependencia?
Una compra rusa reciente ha sido la de Ruhr Oel GmbH, una empresa con sede en
Gelsenkirchen, Alemania, dedicada al refinamiento de petróleo crudo. Lo más
interesante del caso de Ruhr Oel es que nos remite a nuestra región, ya que ilustra
simultáneamente la crisis europea y la decadencia venezolana.
Por cierto, Ruhr Oel solía ser un joint venture de Petróleos de Venezuela S.A.
(PEDEVESA), que poseía el 50%, y de Deutsche BP AG. Pero desde el 5 de mayo de
2011, Ruhr Oel opera como subsidiaria de Rosneft. Ésta es una empresa cuyo
capital es mayoritariamente del gobierno moscovita, siendo actualmente la más
importante compañía rusa de extracción y refinamiento de petróleo, después de su
adquisición de importantes activos que antes pertenecían al otrora gigante Yukos,
también ruso.
El fortalecimiento de Rosneft respondió cabalmente a las pulsiones estratégicas de
la era Putin. Éste es una suerte de súper-Kirchner ruso: exitosamente neutralizó
las fraudulentas privatizaciones de empresas de hidrocarburos, perpetradas
durante la era Yeltsin, que fue el súper-Menem ruso. Hasta 2003, Yukos fue
controlada por el oligarca Mikhail Khodorkovsky, entonces el hombre más rico de
Rusia. Cuando Yukos quebró por multimillonarias deudas al fisco, Khodorkovsky fue
a la cárcel, de donde salió recién en 2013 bajo perdón presidencial.
Yukos fue desguazada, y la mayor parte de sus activos fueron comprados por
empresas pertenecientes al Estado, la más importante de las cuales es Rosneft.
La compra de Ruhr Oel por parte de Rosneft fue, para Rusia, una cuestión de
Estado. La transacción inicial con PEDEVESA tuvo lugar en el Kremlin, en presencia
del presidente ruso Dmitry Medvedev y del inefable venezolano Hugo Chávez.
Comentando el hecho, el presidente de la empresa, Eduard Khudainatov, dijo:
“Este es un paso hacia el fortalecimiento de nuestra posición en mercados
extranjeros. La adquisición implica que alrededor del 18% de nuestra capacidad de
refinamiento se encontrará en el corazón industrial de Europa, facilitándole a Rosneft
el acceso a los mercados centroeuropeos de productos petroleros y petroquímicos.
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Rosneft tiene pensado fortalecer a Ruhr Oel, suministrándole nuestro propio crudo, y
a la vez nuestra empresa se nutrirá de la adquisición de la experiencia europea más
reciente”.
En otras palabras, el control de esta empresa alemana es parte de una interesante
estrategia mercantilista liderada por el Estado ruso, que busca penetrar en el
corazón de Europa.
Pero la movida no termina aquí. El 7 de diciembre de 2011, el entonces presidente
ruso Dmitri Medvedev viajó a Praga invitado por su par checo Václav Klaus, para
conversar sobre la aspiración rusa de ganar una licitación para completar la planta
de energía nuclear de Temelín, en Bohemia del Sur. Allí, el monopolio ruso
Atomstroyexport (que dicho sea de paso, construirá la primera central nuclear de
Bielorrusia) compite con la norteamericana Westinghouse y la francesa Areva, por
un contrato de alrededor de 20.000 millones de dólares. La licitación, que en
enero de 2014 todavía no estaba resuelta por demoras diversas, fue abierta por el
Grupo CEZ, un conglomerado de 96 empresas, 72 de las cuales están en la
República Checa. CEZ es la empresa de servicios más importante de Europa central
y oriental, y es manejada por el Estado checo.
Y hay más novedades en este frente. El 9 de septiembre de 2011, se anunció otro
acuerdo entre Rusia y la República Checa. En este caso el principal protagonista es
el gigante estatal ruso Gazprom, que es la empresa gasífera más grande del
mundo. Gazprom compró el 51% de la empresa checa RSP Energy, y a partir de
entonces vende gas natural y electricidad a la población checa en forma directa.
En este caso, la empresa comprada es relativamente chica, pero los analistas
señalan que se trata de un paso más en el posicionamiento que Gazprom está
adquiriendo en los mercados energéticos de Bulgaria, Austria, Francia, Italia y
Gran Bretaña.
Y ya que de Gazprom hablamos, es interesante recordar el acuerdo que ésta
alcanzara con la dinamarquesa DONG, también en 2011. DONG es una de las
principales empresas de energía de Europa del Norte, y es propiedad en un 73% del
Reino de Dinamarca. Opera en Noruega, Dinamarca, Groenlandia, las Islas Feroe y
las británicas Islas Shetland del Norte. Según el acuerdo de 2011, ambas empresas
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darán prioridad al gas natural sobre otras fuentes más sucias de energía. Ésto
implica potenciar el compromiso, ya contraído por DONG, de comprarle a Gazprom
por lo menos dos mil millones de metros cúbicos anuales de gas durante los
próximos 18 años.
Entre operaciones grandes y chicas, en el presente pueden contabilizarse
alrededor de una veintena de negociaciones en las que Rusia consolida su
presencia en los mercados europeos, comprando empresas o estableciendo
relaciones contractuales de largo plazo para la provisión de hidrocarburos.
Es una manera inteligente de sacarle provecho a la crisis, y también nos ayuda a
vislumbrar cómo la decadencia del Viejo Continente está modificando el orden
mundial.
4. La pequeña guerra fría
Estos son los cimientos económicos de la nueva pero atenuada guerra fría. La Rusia
actual está lejos del poderío de la vieja Unión Soviética, pero ya no es la Rusia
humillada de los tiempos de Yeltsin. Aunque está a años luz del poder de
Washington, Moscú compite siempre que puede y no queda mal parada.
El asunto Snowden es un caso ilustrativo. El Kremlin le dio asilo a este destructor
de delicadas políticas norteamericanas, que se ganó estatus de héroe cívico entre
muchos libertarios porque desenmascaró los más masivos espionajes de la historia
humana. Rusia no es un defensor de los derechos humanos. La represión de grupos
de protesta como Pussy Riot y la intolerancia homofóbica de su régimen lo
demuestra. Pero Snowden le sirve a Rusia para crear una equivalencia moral con
Estados Unidos.
Pero el asunto Snowden parece también una represalia magistral frente al asilo
otorgado en 2000 por Gran Bretaña a Alexander Litvinenko, un funcionario de la ex
KGB que conocía importantes secretos rusos y era acérrimo enemigo de Putin.
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Una vez en el Reino Unido, Litvinenko trabajó para MI-6 hasta que, en 2006, fue
envenenado con polonio 210, un sofisticado isótopo radioactivo que se depositó en
su taza mientras tomaba el té en un hotel londinense.
Desde entonces, su viuda lucha inútilmente, obteniendo sólo obstruccionismo de
parte de la justicia británica, que no quiere investigar cuestiones que involucren la
“seguridad nacional”. Los abogados de la viuda trabajan pro bono, pero las costas
que le pasa el Estado cada vez que fracasa una de sus demandas de transparencia
son altísimas.
Hasta 2013, esas costas eran pagadas por el oligarca Boris Berezovsky, aliado de
Litvinenko. Pero en marzo de ese año Berezovsky apareció ahorcado en Inglaterra.
Nadie sabe quién lo mató, y según parece, la justicia británica tampoco está
demasiado interesada en averiguarlo. Esa, por lo menos, es la opinión de The New
York Times del 10 de octubre de 2013.
La opinión es compartida Donald Anderson, un legislador británico del Partido
Laborista que declaró en marzo que, después de la anexión de Crimea, el Reino
Unido debería dejar de encubrir los crímenes de Rusia en el caso Litvinenko.
Parece, en verdad, una historieta de la verdadera Guerra Fría.
5. La cuestión militar
Pero algo falta para que esta nueva guerra fría sea más que un pálido reflejo del
pasado. Tienen razón los rusos cuando reprochan a Occidente que, después del
colapso de la Unión Soviética, fueron acorralados por la OTAN, que incorporó a
cada vez más países de Europa oriental a la Alianza Atlántica. Pero lo que estas
reflexiones esconden es que esta OTAN, que tiene cada vez más países, tiene cada
vez menos soldados.
La cantidad de tropas norteamericanas en Europa se ha reducido de 400.000
soldados en 1962, a apenas 67.000 en la actualidad, de los cuales 40.000 están en
Alemania. La Fuerza Aérea tenía 800 aviones en Europa a principios de los ’90, y
ahora tiene sólo 130 cazas, 13 aviones para recargar combustible y otros 30 de
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carga. A su vez, la marina norteamericana en Europa se redujo de 40.000
marineros distribuidos en nueve bases navales importantes, a sólo 7.000. Ya no hay
portaaviones norteamericanos en el Mediterráneo; la marina sólo dispone de un
destructor basado en Cádiz.
Según datos suministrados a The New York Times por un funcionario del Comando
Europeo bajo condiciones de no atribución, la presencia militar norteamericana
actual en Europa es un 85% más chica que en 1989. Estados Unidos se ha despojado
de cientos de bases, radios y radares cuya misión era, durante la verdadera Guerra
Fría, defender a Europa de la URSS.
Algo similar ocurre con las fuerzas británicas. En Alemania quedan sólo 20.000
soldados de ese origen, de los 50.000 que hubo durante la Guerra Fría, y el
contingente actual se reducirá fuertemente en 2015 hasta desaparecer en 2020.
Por otra parte, aunque los miembros de la OTAN se han comprometido a gastar el
2% de su PBI en defensa, pocos lo hacen, y el promedio está en 1,6%. Más aún, el
desarme británico alcanza a su propio territorio, donde se calcula que en 2018 las
fuerzas armadas tendrán el número de soldados más bajo desde la Batalla de
Waterloo, en 1815.
Debe ser por eso, razona el periódico norteamericano, que de todos los dirigentes
europeos, Ángela Merkel ha sido la más cautelosa a la hora de condenar la política
de Putin. Alemania, una superpotencia económica que todavía está ocupada por
tropas aliadas pero extranjeras, es muy sensible a su vulnerabilidad militar.
A su vez, fuentes norteamericanas dijeron el 25 de marzo, también en forma
anónima, que aunque Rusia avanzara más sobre territorio ucraniano, las fuerzas de
la OTAN no saldrían a defenderla. En realidad, esos planes ni siquiera figuraban en
la agenda norteamericana durante la auténtica Guerra Fría, cuando la presencia
militar de Estados Unidos en Europa era muy superior.
Para colmo, la movilización de tropas rusas en Crimea y en las zonas fronterizas
entre Rusia y Ucrania ha sido una gran oportunidad para desplegar la
modernización de las fuerzas convencionales rusas. En ocasión de la guerra de
Georgia de 2008, las triunfantes fuerzas rusas estaban en un estado lamentable. El
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armamento era obsoleto, los tanques se descomponían en los caminos, gran
cantidad de soldados estaban borrachos, y resultaba evidente que las fuerzas
padecían de un pésimo entrenamiento.
Pero el contraste con la situación actual es impresionante, produciendo
comentarios preocupados por parte de funcionarios tan representativos como el
comandante de la OTAN, Gral. Philip M. Breedlove, que el 1 de abril se refirió a la
velocidad con que los rusos son ahora capaces de movilizarse.
Y el 2 de abril The New York Times se refirió al notable entrenamiento, disciplina
y sobriedad demostrados por las fuerzas rusas desplegadas en Crimea, que además
están equipadas con una tecnología muy avanzada. Hasta los soldados rasos portan
radios encriptadas. Los cascos, las gafas balísticas, las vestimentas anti balas, las
rodilleras, son todas de la más reciente tecnología.
Más aún, la OTAN pudo
comprobar que las tropas rusas que se desplazaban estaban equipadas con
plataformas para la guerra electrónica, con capacidad para neutralizar GPS y
teléfonos satelitales.
Estas mejoras son el producto de una política adoptada por Putin a partir de 2009.
El presupuesto dedicado a las fuerzas armadas aumentó sideralmente. Más aún,
desde 2012 hasta 2014 los sueldos militares se triplicaron. En febrero de 2014
Putin declaró que siempre pensó que un militar debe ganar más que un
economista, y que ésta es, además, la tradición rusa.
Asimismo, en su papel de comandante en jefe, en 2013 Putin presidió sobre
ejercicios militares de una magnitud sin precedentes en el extremo oriente y
occidente del enorme territorio ruso.
Aleksandr Golts, un analista que trabaja en Moscú, explicó que el desarrollo
militar ruso actual se basa en dos esfuerzos complementarios: primero, el
fortalecimiento de las fuerzas nucleares estratégicas, para asegurarse que ningún
país del mundo se animará a atacar a Rusia; y segundo, el desarrollo de fuerzas de
despliegue rápido como la que actuó en Crimea, para lidiar con conflictos locales
como el de Georgia en 2008 y el de Crimea en 2014. Agregó que como resultado de
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estas reformas, Rusia ahora tiene superioridad militar absoluta sobre el espacio
post-soviético.
6. El nuevo nacionalismo ruso
Mientras tanto, en la cultura política rusa se han producido cambios importantes.
Después de un período de auge liberal, que culminó con el desastre de las
privatizaciones de Yeltsin, el nacionalismo resurge con cierta fuerza y mucho
apoyo estatal.
Acontecimientos de la historia reciente contribuyeron a desatar una histeria
antioccidental, entre ellos, los bombardeos de Serbia realizados por la OTAN en
1999; la invasión norteamericana de Irak, en 2003, y la Guerra Ruso-Georgiana de
Cinco Días, en 2008.
Algunos de los grupos nacionalistas son también contrarios a Putin, pero la mayoría
apoya al gobierno a la vez que reciben apoyo de agencias gubernamentales, son
publicitados por canales televisivos controlados por el Kremlin. Los occidentales no
los consideran ONGs sino GONGOs, o sea organizaciones-no-gubernamentalesorganizadas-por-el-gobierno.
Una de las formas típicas de organización es a través de “clubes” políticoideológicos que están interconectados entre sí y que se proponen objetivos
complementarios. Uno de ellos es el “Comité Anti-Naranja de Kurginyan”.
Liderado
por
Sergey
Kurginyan,
que
es
un
activo
propagandista
del
restablecimiento de la Unión Soviética, el Comité adoptó su nombre en referencia
a la Revolución Naranja ucraniana de 2004, a la que consideran una conspiración
liderada por la CIA.
Aunque es difícil saber en qué medida esa pueblada fue orquestada por fuerzas
occidentales, el especialista ucraniano Andreas Umland recuerda que, cuando se
precipitaron las turbulencias de 2004, fluyeron hacia Ucrania los emigrados
ucranianos de Norteamérica, dominados por la Sección Bandera de los
nacionalistas ucranianos, fascistas que durante la Segunda Guerra Mundial habían
apoyado en forma clandestina a Alemania. El documental de propaganda titulado
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“Los Hijos Naranja del Tercer Reich”, de 2010, está inspirado en esos hechos
(“New Extreme Right-Wing Intellectual Circles in Russia: The Anti-Orange
Committee, the Isborsk Club and the Florian Geyer Club”, Russian Analytical
Digest No. 135, 5 de agosto de 2013).
La más extraña de las nuevas organizaciones es el “Club Florian Geyer”, fundado
por el islamista antioccidental Geidar Dzhemal. El nombre del club tiene una
tenebrosa ambigüedad, porque Florian Geyer fue una figura importante en la
Guerra de los Campesinos Alemanes del siglo XVI, a la vez que en el Tercer Reich
fue el nombre de la 8va División de Caballería de las SS. Uno de los protagonistas
de este club es Aleksandr Dugin, un influyente pensador ultranacionalista que
clama por una Rusia de “un fascismo tan ilimitado como nuestra tierra y tan rojo
como nuestra sangre”. Aunque sus miembros niegan que el nazismo esté
relacionado con el nombre adoptado para el club, desde 1980 hasta 1990, Dzhemal
y Dugin fueron miembros de un pequeño círculo oculto moscovita autotitulado “La
Orden Negra de las SS”.
Dugin alienta una nueva Revolución Rusa que combine una economía de izquierda
con
un
tradicionalismo
cultural
de
derecha.
Es
virulentamente
antinorteamericano, antiliberal, y aspira a la creación de un imperio euroasiático
contra el enemigo común, que es el atlanticismo, los valores liberales, y el control
geopolítico de los Estados Unidos.
La última de las organizaciones de la nueva Rusia que voy a mencionar, que es
quizás la más influyente, es el “Cub Isborsk de Prokhanov”, vinculado de cerca al
Kremlin, al punto de que el Ministro de Cultura de la Federación Rusa dijo
presente en su acto inaugural, en septiembre de 2012 en la ciudad de Isborsk.
Según el análisis de Umland, tiene buena financiación y publica una revista
ilustrada.
Este club está dirigido por Aleksandr Prokhanov, considerado el “decano” y el
“gran señor” de los nacionalistas rusos. Fue el maestro de Dugin, que también es
miembro de este club.
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Prokhanov, que como Dugin milita asimismo en el Comité Anti-Naranja, es un
estalinista que declara su interés personal por el desencadenamiento de una nueva
guerra fría con Occidente. Sus novelas, enmarcadas en las batallas de la verdadera
Guerra Fría, le ganaron el apodo del Rudyard Kipling del imperio soviético. Cree
que la Unión Soviética debe ser restaurada, por la fuerza si fuera necesario.
Sostiene que Estados Unidos “se come” país tras país, y que Rusia corre peligro. En
un programa reciente de la televisión estatal dijo: “Fui muy paciente. Esperé
durante 20 años para que esta guerra pudiera comenzar”.
Prokhanov tiene la pureza de los fundamentalistas. Los periodistas occidentales
que lo entrevistaron atestiguan sobre la modestia de su modo de vida y oficina,
donde se redacta su periódico extremista, Zavtra (que significa Mañana). En
tiempos soviéticos Prokhanov fue prestigioso. Por sus escritos sobre la invasión
soviética de Afganistán, era conocido como “el ruiseñor del Estado Mayor”. En
1991 fue uno de los redactores de un manifiesto de apoyo a los comunistas que
intentaron derrocar a Gorbachov. Durante la época de Yeltsin se convirtió en un
monstruo. En 2003 fue advertido por el gobierno del propio Putin que su periódico
publicaba material considerado “extremista”. Pero ahora, ya en la nueva
presidencia de Putin, es nuevamente una autoridad consultada por el Kremlin.
Putin no se involucra personalmente con grupos ideológicos, pero la influencia
actual de Prokhanov y otros como él está clara. El círculo de asesores que rodea a
Putin considera que el aislamiento de Rusia frente a Occidente ES BUENO, y éste
es el pensamiento de Prokhanov. Creen que la confrontación con Occidente
limpiará a la élite y organizará a la nación. Creen que las sanciones de Estados
Unidos purificarán a Rusia.
Curiosamente, éste es un pensamiento compartido por algunos ejecutivos como
Vladimir Yakuni, presidente del monopolio de los Ferrocarriles Rusos. Entrevistado
por el Financial Times a principios de marzo, dijo que Rusia lucha contra una
oligarquía financiera global encabezada por Estados Unidos, que busca destruirla.
El último episodio habría sido la revolución de febrero en Ucrania, que apuntaría a
poner a ese país en la órbita de la UE y la OTAN. Yakuni señaló que Occidente
había violado reiteradamente su promesa de 1991 de no acorralar a Rusia. Dijo:
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“Brzezinski afirmó en 1996 que, con Ucrania, Rusia es una gran potencia, y que sin
ella no lo es. La idea no es nueva. Hace más de cuarenta años la CIA desarrolló planes
para destruir a la Unión Soviética, y los documentos de la CIA dicen que esto debería
venir acompañado por la separación de Ucrania de Rusia.”
Según Yakuni, lo que está en juego es: “Un pueblo que ha tenido una civilización
desde que el hombre escribe libros de historia”, refiriéndose a los vínculos entre la
tribu de los rus de Kiev, de hace mil años, y el Estado ruso moderno. Enfatizó:
“Rusia no podía dejar de reaccionar. El presidente no podía dejar de reaccionar.
Su pueblo jamás se lo perdonaría, ni que hablar del de Ucrania”.
Yakuni también desestimó las sanciones de Occidente contra Rusia como
irrelevantes, y presentó planes para un mega proyecto para desarrollar transportes
e infraestrutura en Siberia dentro de una matriz a la que llamó “una economía de
tipo espiritual”. Comparó el proyecto con grandes epopeyas del pasado, como la
adopción del cristianismo por la tribu del rus, la conquista de Siberia, la
electrificación de la Unión Soviética, el programa espacial soviético y los juegos
olímpicos de Sochi.
Cuenta Ellen Barry, jefa del bureau de Moscú de The New York Times, que cuando
Putin estaba por comenzar su presidencia actual, aspiraba a equilibrar a los
liberales pro mercado (entre ellos los oligarcas) con los nacionalistas defensores de
un Estado fuerte. Pero en diciembre de 2011 se encontró con que decenas de miles
de liberales enojados protestaron alegando fraude electoral en la plaza central de
la ciudad de Bolotnaya, gritando “¡Putin es un ladrón!” y “¡Rusia sin Putin!” Putin
estaba presente y sintió miedo. Además, se sintió traicionado por una clase que él
mismo había contribuido a crear, y a partir de ese momento se volcó a los
nacionalistas.
Como dije, estos nacionalistas representan un continuo ideológico con matices
bastante diversos. Una eventual alianza con China es un objetivo estratégico de la
mayoría de ellos, que creen que Putin es un pragmático que comprende que el
nacionalismo ruso es más popular que las doctrinas liberales. Además, consideran
que Putin ha reaccionado contra el presunto apoyo occidental a las protestas
antigubernamentales en Ucrania y otras partes. Llegada la crisis de Crimea, dice
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Dugin, el grupo de liberales que también asesoraba a Putin no tiene más remedio
que callarse la boca o hacer sus valijas e irse de Rusia.
No hay duda de que, con sus políticas equivocadas, Occidente alimentó este
nacionalismo ruso. George Friedman, presidente y fundador de la agencia de
inteligencia privada Stratfor, que más pronorteamericana no podría ser, reconoce
que muchas organizaciones financiadas con dinero estadounidense y europeo
estaban operando en Kiev cuando, en noviembre pasado, se desataron las
protestas conducentes a la caída del gobierno pro ruso, este 22 de febrero.
Si esta nueva revolución prooccidental hubiera o no tenido lugar sin apoyo
occidental es un contrafáctico que no puede resolverse. Pero no puede negarse
que, desde la caída de la Unión Soviética, Occidente ha intentado rodear a Rusia.
Y eso justifica plenamente la paranoia de nacionalistas que denuncian que
Occidente conspira para destruir a Rusia.
Seguramente este no es el caso. Occidente sólo aspira a que Rusia sea un país más,
como Italia. La Casa Blanca aspira a que el Kremlin nunca más pueda competir con
ella por el poder mundial. Y esto es claramente inaceptable para un nacionalista
ruso, cuya pasión imperialista es fogueada incluso por clérigos ortodoxos.
En febrero, por ejemplo, se televisó en Rusia un nuevo documental titulado “Caída
de un imperio”, narrado por el abad Tikhon Shevkunod, supuesto confesor de
Putin. Trata de la caída de Bizancio, pero como dice el experto australiano Robert
Horvath, en realidad es una alegoría acerca de la Rusia de Putin, una advertencia
acerca de la subversión occidental y los traidores internos, a la vez que una
celebración del imperio (“Beware the Rise of Russia's New Imperialism”, The Age,
21 de agosto de 2008).
Rusia ya no puede aspirar a la hegemonía mundial. Pero es imperialista. Y dentro
de su zona de influencia, tendrá su imperio. Eso es más valorado, por muchos
rusos, que el bienestar material y las libertades occidentales.
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