Los Dioses no están muertos Hector E.Osorio

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[Los Dioses no están muertos
Hector E.Osorio Vasquez
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LOS DIOSES NO ESTAN MUERTOS
Hector e. Osorio Vaquez
Hector E.Osorio Vasquez
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Primera parte
Capitulo Primero
LA LLEGADA DE LOS INVASORES
El avaro pierde el sentido de la realidad
Al acumular para tener mañana,
Asi se va depreciando, se aleja de la realidad
Se descuida.
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EL PUERTO
Cuando apareció en la escalerilla del barco un viento
suave cálido impregnado de olor a yerbabuena, a
eucalipto, a jardín mañanero, se le pegó en la cara. La
presencia de un mundo ya casi olvidado, selvático,
extraño, se anuncia en el aire, en el alboroto del puerto,
en las aguas quietas del Rio Grande de La Magdalena y
en la resolana que se suelta como un hervor
transparente y se le pega al cuerpo .
Se le vinieron a la mente recuerdos lejanos de su vida
pasada. Su cara quemada y requemada por el sol del
trópico, su frente amplia, sus blanquísimos dientes
relucientes le dan el aspecto de un moro de leyenda.
Lleva la camisa de seda desabrochada y su pecho al
aire quemado, velludo, brillante, asi se ve como un ser
único que resalta al lado de los cargueros que lo siguen
cargando su equipaje y de los hombres del puerto que
lo miran cuando desciende, a su lado son como de
mentiras y lo ven arrogante temido y se acobardan por
la pistola que lleva colocada en la cintura en la pretina
de sus pantalones.
Peter Smith camina directo a la cantina del puerto para
emborracharse con el fuerte ron que beben los
marineros y lo negros, aquí en la cantina es donde se
sucede todo ahí los hombres sin oficio enamoran a las
mujeres y los marineros se emborrachan y pelean
mientras descansan.
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Su presencia cautiva a muchos pone en alerta a otros y
silencia el ambiente. Los ladrones de siempre
merodean esperando la hora de la caída cuando el licor
haga sus efectos, el indio marrullero que aparece para
vigilar envuelto en su ruana de colores se hace en el
rincón más cercano, vigila. Enerieth “la francesa”
dueña del negocio recostada en la barra para hacer
presencia hace notar sus encantos y lo mira con deseos
ocultos.
Tragos, recuerdos, risas, puerto que recuerda otros
puertos, Centro América, Belice, Colón, Panamá, lucha
de cuerpos entre grandes negros, sudor parecido, olor
común, puerto siempre puerto, selva verde que lo
rodea, rio oscuro que lo deja atrás, gritos de se vende
se compra los billetes puestos sobre las mesas de los
comerciantes se evaporan y los bultos de quina, de
tabaco, de maíz, de frijol, de plátano se amontonan.
Las armas salen de los cajones de madera a las manos
de los traficantes que las ofrecen libremente a hombres
oscuros que las compran, mujeres casi desnudas
esperando con un pié contra la pared fuman, el indio
marrullero que lo escucha todo en el rincón de la
cantina escuchando, negro comprado por el blanco que
acecha, mulato traidor en espera de una oferta para
hacer lo que sea, prostituta que les sirve a todos, calor,
humedad que ahoga y afuera el cielo que se cae a
pedazos en lluvia intensa que estremece al puerto.
Peter Smith no duerme hace tiempo que dejó de
hacerlo, los ladrones que esperan que caiga se cansan
lo abandonan, el indio marrullero sigue en su sitio, las
putas retozan con los marineros con los negros bien
dotados con sus compañeras los pequeños quejidos de
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placer se unen formando un murmullo musical que
emociona. Smith no habla quieto en su mesa solo bebe
mirando sin mirar sin molestarse por lo que pasa a su
alrededor, llega la noche, y todo continúa como
siempre con mayor alboroto en la cantina.
Enerieth “la francesa” como todos la llaman
acostumbrada a esta vida ahora mira por la ventana el
correr del rio en el que se empiezan a reflejar largas
tiras amarillas del sol que aparece en el horizonte
anunciando el dia, se siente el gallo lejano que
despierta a todos, el puerto vibra, el indio marrullero ya
no está en su sitio, aparece la misma gente los
comerciantes a comprar, los nativos a vender, se siente
el mismo ruido el mismo calor y las gotas de sudor que
se secaron renacen en los rostros de la gente como si
estuvieran esperando el nuevo dia.
De pronto un gran silencio, el silbato de un barco
interrumpió la algarabía las palabras y los gritos se
aquietaron en las gargantas, los ojos se dirigen hacia el
meandro del rio allí aparece un luminoso barco con sus
aspas pintadas de blanco formando un redondo abanico
en su trasero maderaje, se acerca al puerto.
No se ha visto nada igual desde aquel pintado de
colores en que llegó el Obispo de Roma a una de las
tantas peregrinaciones de Obispos para celebrar las
fiestas patronales del puerto, la celebración del dia de
“todos los santos”. Está iluminado como el cielo en las
noches de verano y en su quietud el rio lo refleja como
en un espejo para que se pose en sus cristalinas aguas.
Los animales de la selva chillaron al unísono
espantados por el pitazo estridente del barco, y una
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catarata de sonidos se precipitó sobre el puerto, luego
solo se oye el gorgoteo del aspa golpeando el agua.
Peter Smith se levanta y al echar a andar se tambalea
esta borracho, pero no se tambalea como cualquier
borracho parece más bien un felino que aún perdiendo
el equilibrio queda siempre de pié, como los gatos que
caen siempre sobre sus patas. Camina se yergue y
toma su habitual posición de hombre fuerte asi nadie se
da cuenta que ha bebido, va al muelle y espera.
Del vapor bajan pasajeros lívidos, magullados, mujeres
descompuestas con sus largos vestidos arrugados que
alisan con las manos con sombreros arreglados a la
carrera y los afeites regados por el sudor, con ansiedad
de puerto de tierra firme de baño para apagar el olor
que las emborracha, bajan cuidadosamente los
escalones con miedo de rodar, rodillas temblorosas,
brazos pegados al lazo que sostiene la escalerilla todas
hermosas en la flor de la vida, galanes que las
acompañan; bajan representantes de gobiernos
extranjeros un Alemán desterrado de su tierra
aventurero y ambicioso que viaja a Santander a
sembrar tabaco; comerciantes, el representante del
gobierno de los Estados Unidos que viaja a la Capital a
cobrar $400.000 dólares de indemnización por los
gringos heridos en Panamá en la pequeña guerra de “la
Sandía”, y por último baja Parker Davis el hombre por
el que espera Smith es un pequeño hombre
insignificante a la vista de las personas, calvo, con
unos pequeños lentes redondos caídos sobre la nariz
mira por encima de ellos con sus ojos azules intensos,
vestido con pantalón saco y corbata y aferra sobre su
pecho con las dos manos un maletín de color
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