Los tiempos de Altamira: El Solutrense y el Magdaleniense en el

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Los tiempos de Altamira: El Solutrense y el Magdaleniense
en el centro de la Región Cantábrica
Ramón Montes Barquín y Pedro Rasines del Río
El país de Altamira
La región cantábrica ocupa una superficie de
2.155.630 hectáreas a lo largo de la fachada norte
de la Península Ibérica, entre las desembocaduras
de los ríos Eo (Ribadeo) y Adour (Bayona). Es un
espacio bien definido, paralelo al litoral del Mar
Cantábrico, compuesto en lo esencial por un frente montañoso perfectamente orientado de Este a
Oeste, formado en la Orogenia Alpina. La vertiente septentrional de la región presenta una estricta y
repetitiva compartimentación en cortas y estrechas
bandas lineales deprimidas, orientadas genéricamente de Sur a Norte, que se identifican con los
valles fluviales, y una franja litoral, –en general
como llana- conformada a modo de “corredor”
paralelo a la costa.
Modelada por la acción del último período glacial
y por la corta pero enérgica red fluvial, la región se
articula, por tanto, en tres grandes unidades: “la
Marina”, o franja litoral, los valles, ortogonalmente dispuestos y alineados perpendicularmente a la
línea costera y los macizos montañosos de la
Cordillera Cantábrica, que cierran por el Sur este
espacio y lo separan de la Meseta Norte y el Valle
del Ebro.
Por otra parte, la región presenta dos ámbitos
morfoestructurales: el occidental (oeste y centro
de Asturias), constituido por materiales del zócalo
paleozoico y el oriental (Cantabria y País Vasco),
compuesto por rocas mesozoicas y terciarias. El
segundo se superpone al primero en una zona de
contacto poco definida que ocupa el oriente de
Asturias y el extremo occidental de Cantabria.
El “país de Altamira” se sitúa en el centro de la
región cantábrica, dentro de la actual Comunidad
Autónoma de Cantabria. Presenta netamente diferenciadas las tres unidades descritas, alcanzando,
tanto la franja litoral (La Marina), como los valles
de la zona (Saja, Besaya, Pas y Miera), los máximos
desarrollos en extensión a lo largo de la misma.
En general, este sector central se caracteriza por la
presencia de relieves ondulados, con altitudes
moderadas nunca superiores a los 600 m.
Destacan, únicamente, la Sierra del Escudo de
Entorno de la Cueva de Altamira.
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Cuadro crono - cultural del
Paleolítico Superior.
20/Los tiempos de Altamira
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Distribución de los yacimientos
solutrenses
Cabuérniga y Peña Cabarga, con altitudes que
alcanzan los 569 m.
Es un área donde, geológicamente, predominan
las calizas del Cretácico, lo que ha favorecido el
desarrollo de fenómenos kársticos, con la formación de abundantes cavernas, en general de tamaños discretos, muchas de ellas utilizadas por el
hombre durante el Paleolítico.
La zona se encuentra actualmente fuertemente
modificada por la acción del hombre. Hasta fechas
recientes, aparecía cubierta de potentes encinares
cantábricos en terrenos de roquedo calizo, bosquetes de robles y avellanos, y densos “bosques
galería” a lo largo de los cauces de los ríos. Las
especies animales más características siguen siendo el corzo, el jabalí y el ciervo, aunque éste último llegó a desaparecer y fue reintroducido en la
reserva nacional existente en la cuenca del río Saja,
a mediados del siglo XX.
El poblamiento humano de este sector de la
región se inició, al igual que en el resto de la
Cornisa Cantábrica, hace algo más de 200.000
años, durante el Paleolítico Inferior. Grupos de
Homo heidelbergensis, muy similares a los recuperados en la Sima de los Huesos de Atapuerca, ocuparon la franja litoral y, de manera más puntual y
esporádica, los valles medios.
Estas primeras ocupaciones, que se realizan preferentemente al aire libre y siempre cerca de los ríos
o la costa, han generado una amplia red de casi
100 yacimientos al aire libre, mas algunas ocupaciones en determinadas cuevas, como Linar,
Covalejos y El Castillo. En estos lugares se han
hallado industrias líticas del complejo industrial
Achelense, entre las que son muy frecuentes los cantos tallados, hendedores y bifaces, generalmente
realizados sobre cantos rodados fluviales de cuarcita y arenisca.
Desde finales del ultimo interglaciar, hace poco
más de 100.000 años, comienza a generalizarse la
tecnología propia de los neandertales, el
Musteriense, caracterizada por la presencia masiva
de las herramientas sobre lasca: raederas, denticulados y puntas, esencialmente, en detrimento del
utillaje pesado, propio de la fase precedente. El
Paleolítico Medio es también la “época de los
Los tiempos de Altamira / 21
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neandertales”, tipo humano heredero de los heidelbergensis europeos, que pobló el continente
entre 150.000 y 30.000 años antes del presente. Sus
asentamientos se ubican preferentemente en cavidades como El Pendo, Covalejos, Linar, El Castillo
o Morín, aunque se documentan algunas estaciones al aire libre, especialmente en relación con la
captación y procesado de nódulos de sílex de la
zona costera.
Si bien existen fechas absolutas que informan de la
llegada de los primeros humanos modernos desde
hace 40.000 años (Cueva del Castillo), parece que
la completa sustitución de los últimos neandertales
por las poblaciones modernas del Paleolítico
Superior no concluye hasta hace unos 35.000 años,
momento a partir del cual se desarrollan el complejo industrial Auriñaciense y, posteriormente, el
Gravetiense. Estas primeras industrias del
Paleolítico Superior muestran, primordialmente,
dos aspectos: el desarrollo de las industrias líticas
sobre soportes laminares y la aparición y desarrollo de las herramientas y elementos ornamentales
sobre hueso y asta: azagayas, colgantes, etc.
LA ÉPOCA SOLUTRENSE
(21.000-16.500 AÑOS ANTES DEL PRESENTE)
El Solutrense es el período central del Paleolítico
Superior y se desarrolla en Europa a lo largo de
unos 4.500 años, entre las fases Gravetiense y
Magdaleniense. Se caracteriza principalmente por
la aparición y generalización, entre el instrumental
lítico, del retoque plano o “invasor”, especialmente aplicado a las puntas de caza fabricadas sobre
sílex y cuarcita: puntas de muesca, de hoja de
sauce y de base cóncava. Además, podemos reseñar el hecho de que el resto de las industrias líticas
adquiere gran variabilidad, aumentando progresivamente los utensilios realizados sobre hojas y
laminillas, no muy diferentes a los de las etapas
inmediatamente anterior y posterior. En los
momentos más avanzados del Solutrense aparecen
industrias líticas semejantes a las magdalenienses,
22/Los tiempos de Altamira
con tendencia a la desaparición de las puntas,
abundancia de hojitas retocadas —generalmente
de dorso— y mayor frecuencia de buriles, además
de las piezas de dorso abatido.
En lo que a la industria sobre hueso y asta se refiere, se pone de manifiesto un progresivo aumento
de su diversidad y, sobre todo, una relativa abundancia de agujas y azagayas, siendo características
de este periodo las aplanadas y curvadas con el
bisel central, y las de sección circular y cuadrangular con biseles en la base que presentan incisiones
para facilitar el agarre al astil de madera. Otros
utensilios, como los punzones, espátulas y bastones perforados son frecuentes, aunque en menor
medida.
Clima, vegetación y fauna
Durante el Solutrense, el clima conoce, dentro del
ámbito siempre frío de la glaciación würmiense,
dos grandes fases: el interestadio Würm III–IV,
con condiciones más benignas, y los comienzos
del último estadio glacial, el Würm IV, con frío
más intenso. Hace 18.000 años, se produjo el
máximo desarrollo conocido del casquete Polar
Ártico, que alcanzó el sur de las Islas Británicas,
Holanda y Alemania, dejando a buena parte de
Europa bajo condiciones periglaciares. La región
cantábrica, al igual que el resto del sudoeste del
continente, se convirtió entonces en un área “refugio” para la flora, la fauna y los grupos humanos1.
Todo parece indicar que la menor latitud y el efecto atemperador de las corrientes marinas sobre el
litoral cantábrico provocaron un aumento de la
presencia humana y una intensificación de la
explotación de este territorio que constituía, en
esos momentos, una de las regiones con mayor
biodiversidad de Europa.
La bajada del nivel del mar, consecuencia de la
absorción de agua por la extensión del casquete
Polar Ártico, generó una ampliación de la zona
costera cantábrica, abierta e inmediata al frío y
borrascoso Mar Cantábrico. Esta superficie quedó
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tapizada por brezales y praderas similares a las de
los ambientes esteparios. El interior, más montañoso y con numerosos valles más bien cerrados,
mantenía algunos hábitats abrigados de los vientos
del mar, recibiendo precipitaciones suficientes
para permitir el desarrollo de manchas de arbolado y bosquecillos locales. Las altas crestas y los
valles elevados de la Cornisa Cantábrica estaban
ocupados por glaciares y las nevadas debían de ser
abundantes, situándose el nivel de nieves perpetuas a unos 1.500 metros de altitud en los momentos más fríos. Las laderas con fuertes pendientes y,
especialmente, las orientadas al norte, probablemente se hallarían desnudas.
A pesar de las rigurosas condiciones climáticas,
este medio era rico en caza, pescado y marisco. Por
ello, debió de tener un gran atractivo para los grupos de cazadores-recolectores, comparado con el
ambiente menos productivo y más áspero del centro de Europa o de la Meseta española.
A lo largo y ancho de las llanuras litorales, ricas
en pastizales, se produjo una notable expansión
de las manadas de bisontes, caballos y ciervos,
con la aparición esporádica de otras especies,
como los renos, en los momentos más rigurosos.
La cabra montés y el rebeco eran también frecuentes en zonas bajas de roquedo calizo próximas al mar. En los cortos y relativamente caudalosos ríos cantábricos, la presencia de salmones,
truchas y otras especies menos aptas para el consumo era abundante, fundamentalmente, en los
meses centrales del año.
La presencia de pequeños animales sensibles a los
cambios climáticos, como el topillo nórdico —
ahora su límite meridional de expansión es
Holanda— o el molusco marino denominado
Cyprina islandica —en la actualidad habitante del
Mar Ártico— informan de las frías condiciones
que reinaban en la región.
Los yacimientos: situación y caracteres
El clima debió de condicionar enormemente la
elección del hábitat, como revela la ausencia de
asentamientos de esta época por encima de los 400
metros de altitud.
En la actualidad, conocemos un total de 22 yacimientos con evidencias solutrenses en el “país de
Altamira” (a ellos podemos sumar la cueva de La
Llosa, con manifestaciones artísticas presumiblemente solutrenses, pero sin yacimiento acreditado
de este período). De ellos, 19 son yacimientos en
cavidades, y tan sólo 3 se ubican al aire libre. Esta
proporción habría que atribuirla tanto al ambiente
más bien frío, que invitaría a buscar refugio en las
cuevas, como a la mejor conservación del registro
arqueológico en las grutas.
Así, serán los abrigos y cuevas de la llanura litoral,
con vestíbulos amplios y soleados, los lugares preferentemente elegidos para la instalación de los
Puntas solutrenses de sílex
(Cueva de Altamira)
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campamentos, resultando más escasos los yacimientos ubicados al interior de la región y, aún
más raros, los localizados al aire libre. Además,
éstos últimos parecen estar más bien relacionados
con actividades concretas de subsistencia, como la
captación y talla de sílex o la caza, que con funciones de residencia.
La mayor densidad de cavidades ocupadas en el
litoral puede tener relación con la existencia de un
modelado orográfico menos tortuoso y con la presencia de vastas zonas abiertas, salpicadas de áreas
más resguardadas (vallejos o amplias dolinas calcáreas) donde el bosque caducifolio subsiste, a pesar
de los rigores invernales de la glaciación.
No podemos olvidar que, debido a la recuperación
del nivel del mar, al finalizar la última glaciación,
muchos enclaves costeros quedaron sumergidos,
lo que seguramente supuso su pérdida irreparable.
Únicamente conocemos los yacimientos que se
encontraban en áreas interiores de La Marina, como
la propia Altamira.
Es una constante que tan solo se documente un
nivel estratigráfico por yacimiento con evidencias de este período, con la excepción de la
cueva del Ruso I, en donde se han localizado
dos: uno del Solutrense pleno, y otro, de los
momentos finales. Los niveles suelen ser espesos —entre 50 y 100 cm— aunque existen
excepciones que indican, bien una conservación
deficiente de los estratos originales, debida a
causas naturales (erosiones), bien que las ocupaciones fueron limitadas o esporádicas. Los estratos espesos, como los de La Meaza (80 cm), la
Peñona de Caranceja (80 cm), Hornos de la
Peña (al menos 50 cm), El Pendo (+ de 50 cm)
o Altamira (entre 40 y 80 cm), parecen el resultado de la acumulación de presencias reiteradas
a lo largo del tiempo, más que de una permanencia continuada y estable.
En ninguno de los enclaves del “país de Altamira”
ha sido posible, hasta el momento, discriminar
áreas de actividad cotidiana diferenciadas, ni
documentar enterramientos. Por otro lado, sólo
disponemos de dos dataciones absolutas, ambas
obtenidas por Carbono 14, de estos yacimientos.
La primera se obtuvo en el nivel de Altamira, con
un resultado de 18.540 + 540 años antes del presente. La segunda, procede del nivel del
Solutrense final del Ruso I, con una fecha de
16.410 + 210 antes del presente.
Las evidencias del Solutrense
Puntas de azagayas solutrenses de
asta de ciervo (Cueva de Altamira)
24/Los tiempos de Altamira
Una característica común a todos los yacimientos
ubicados en cavidades es la elevada concentración
de vestigios, tanto de industrias sobre piedra, asta
o hueso, como de alimentación (huesos y conchas
marinas, esencialmente). Ello parece fruto de una
ocupación intensa de los asentamientos, seguramente por tratarse éstos de “campamentos base”
con una función de hábitat semipermanente y,
también, por producirse un incremento en los
efectivos de la población humana que implicó,
por primera vez en la región, la utilización de
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Arte solutrense: caballos y ciervo
pintados en el techo de la “galería A”
de la Cueva de la Pasiega
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A la derecha Tabla 1:
Yacimientos Solutrenses.
26/Los tiempos de Altamira
todas las áreas susceptibles, orográfica y climáticamente, de ser ocupadas.
Incluso los yacimientos interpretados como asentamientos estacionales o especializados —apostaderos de caza, estaciones en zonas de recolección,
etc.— registran, habitualmente, una considerable
densidad de restos que viene a confirmar el uso
reiterado de los mismos.
La tabla 1 sintetiza los contenidos arqueológicos
conocidos en los yacimientos de la zona y la hipótesis de interpretación más comúnmente aceptada
para cada enclave, en función de su ubicación y sus
características.
Durante el Solutrense, se alcanza la plenitud de los
sistemas de explotación intensiva del territorio, a
partir de una serie bastante limitada, pero muy rentable, de recursos. Los cazadores-recolectores se
especializan en la caza del ciervo, en el área litoral,
y de la cabra montés, en las zonas interiores de
roquedo -a lo que hay que añadir la progresiva disminución de la caza de grandes ungulados, como
caballos y bóvidos-. Aumenta, paulatinamente, el
consumo de alimentos de origen marino —lapas y
caracolillos esencialmente, aunque aparecen incluso restos óseos de focas y de otras especies marinas— y de pescado fluvial: trucha y salmón principalmente. También se recurría a la recolección de
vegetales comestibles.
La difusión del retoque plano —frecuentemente
bifacial—, que se asocia a la fabricación de puntas
líticas, constituye el hito tecnológico más característico de esta fase. De hecho, debido a que su aparición y desarrollo coinciden plenamente con ella,
estos proyectiles son conocidos como “puntas
solutrenses”. En casi todos los yacimientos aparecen en mayor o menor cantidad, siendo especialmente abundantes las puntas de base cóncava y, al
final de período, las de muesca. Las puntas de base
cóncava son prácticamente exclusivas de la región
cantábrica y parecen ser el resultado de una adaptación técnica a la fabricación de puntas sobre
materias primas de difícil talla como la cuarcita,
muy empleada en la región ante la relativa escasez
de sílex. La desaparición de las puntas de retoque
plano, asociada a otros avances, marca el final del
Solutrense cantábrico.
A las puntas debemos sumar otros tipos de utensilios: buriles, raspadores y perforadores, entre
otros, y una cantidad de laminillas de borde abatido cada vez más importante que seguramente
tiene relación con la aparición y generalización de
utensilios compuestos como piezas de madera,
hueso o asta con ranuras, donde se insertan,
mediante el encolado con resinas de abedul o pino,
estas pequeñas piezas líticas.
La generalización de las agujas de coser sobre
hueso y el progresivo aumento de las azagayas
sobre asta —incremento limitado por la importancia de las puntas líticas de retoque plano— son
otro hecho destacado desde el punto de vista de la
cultura material. Entre las azagayas destacan, por
su frecuente aparición, las de sección circular con
bisel en la base, y las biapuntadas de aplanamiento
central, por ser casi exclusivas de este período.
Formas de vida
A partir de la distribución de los yacimientos y de
las evidencias recuperadas en los mismos, es posible un mínimo acercamiento a los modos de subsistencia de los grupos humanos del período, los
cuales exponemos a continuación.
Se ocupan la totalidad de las áreas que, biogeográficamente, reúnen condiciones adecuadas (valles
bajos y área litoral, principalmente). Son las más
bajas y próximas al mar, las más intensamente
habitadas, mientras que las áreas más interiores y
abruptas se utilizan estacionalmente, seguramente
en los meses de primavera y verano.
Determinadas cavidades, estratégicamente ubicadas
en el territorio litoral y con amplios y soleados vestíbulos, son reiteradamente ocupadas, apareciendo
una serie de pequeños yacimientos tanto en cueva
como, en menor medida, al aire libre, diseminados
en zonas particularmente estratégicas, bien para la
explotación estacional de recursos, bien para la captura de especies animales concretas (tabla 1).
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Yacimientos Solutrenses
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Arte solutrense: Cierva y caballo
pintados (Cueva del Pendo)
Se deduce, a partir de lo anterior, la existencia
de una estudiada y compleja estrategia de explotación del medio, con movimientos estacionales
por áreas relativamente pequeñas pero muy
productivas.
La especialización en la caza de ciervos en La
Marina y zonas bajas de los valles, de cabras en
zonas de roquedo, así como la recolección de
moluscos marinos, se incrementa a lo largo de
esta fase. La recolección de vegetales, a pesar
de su importancia, pudo verse condicionada
por las limitaciones de un paisaje vegetal sujeto
a fuertes degradaciones climáticas, donde las
praderías debieron de adquirir un notable pro28/Los tiempos de Altamira
tagonismo en detrimento de las zonas boscosas
más fértiles.
La difusión y perfeccionamiento de las agujas de
coser informa de la existencia de artesanías relacionadas con la fabricación de ropas, recipientes
y tiendas de piel.
En definitiva, el Solutrense supone el inicio de la
época de plenitud de las sociedades de cazadoresrecolectores que poblaron la región cantábrica
durante el Pleistoceno y la consolidación de las
formas de vida que permitieron, tanto en esta fase,
como en el Magdaleniense, alcanzar las mayores
cotas de bienestar y progreso tecnológico conocidas en los tiempos paleolíticos.
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Los artistas solutrenses
El arte de esta etapa supone un puente entre los
inicios de la expresión plástica, constatados al
comienzo del Paleolítico Superior (Auriñaciense y
Gravetiense), y la eclosión de las grandes manifestaciones artísticas del posterior período
Magdaleniense, momento en el que se alcanzará el
cenit del arte de los pueblos cazadores europeos. A
lo largo del Solutrense irán surgiendo y desarrollándose muchos de los recursos técnicos y estilísticos que permitirán la creación de obras artísticas
de la calidad de los bisontes de Altamira o las
espectaculares representaciones sobre asta y hueso
propias de las fases finales del Paleolítico.
Prácticamente todos los yacimientos del entorno de
Altamira han proporcionado objetos decorados
sobre asta, hueso y diente. En estas decoraciones,
son especialmente frecuentes los motivos
geométricos en colgantes y objetos utilitarios y
otros de uso desconocido, siéndolo algo menos las
representaciones de animales y signos. En cualquier
caso, este arte mobiliar parece estar más relacionado
con el adorno personal y la vida cotidiana que con
el simbolismo de tipo religioso. Entre los elementos
más representativos podemos citar varias esquirlas
óseas con grabados incisos finos de líneas paralelas
y en damero, el colgante denominado
tradicionalmente “Venus de El Pendo” (fig. 32 del
catálogo) y los colgantes, sobre hueso hioides de
caballo, de Altamira (fig. 26 del catálogo).
Más escaso es el arte rupestre, posiblemente porque sólo se produjo en las cavidades que acogieron
ritos de corte espiritual. En lo esencial, se caracteriza por el dominio del color rojo, el empleo de los
trazos simples y los realizados con puntos —tamponados—, la ejecución de figuras animales a partir de la extensión del pigmento por la pared
—técnica de la tinta plana— y la generalización de
los grabados realizados a buril, habitualmente de
trazo simple y único. Los temas más representativos son, por este orden, los cérvidos, especialmente las ciervas, los caballos, las cabras y, en
menor medida, los bóvidos, rebecos y otras espe-
cies animales. Los signos cuadriláteros, los realizados con líneas de puntos y, con menor frecuencia,
el resto de signos son, asimismo, habituales en
estos conjuntos. La representación de manos,
característica de fases presolutrenses, también se
documenta puntualmente. Es el caso de las manos
negativas, en negro, y las positivas, en rojo, del sector derecho del techo de Altamira.
A pesar de que actualmente existen algunas bases
sólidas para retrotraer la cronología -presuntamente solutrense-, de ciertas representaciones de la
cueva de La Garma (sector III), del conjunto del
friso de las pinturas de El Pendo, quizás de La
Llosa, e incluso, de las pinturas rojas del Salitre,
caracterizadas por la aparición de animales realizados a partir de tintas planas, tamponados y trazos
“babosos” de color rojo, hasta fechas que alcanzan
el Gravetiense pleno, tendemos a considerar estos
conjuntos parietales como partes de un mismo
grupo artístico pre-magdaleniense. Dentro de éste
no se documentan rupturas estilísticas ni temáticas
importantes y sí una notable filiación y cierta continuidad, tanto en los temas como en técnicas
desde, al menos, el final del Gravetiense hasta las
postrimerías del Solutrense.
Los conjuntos más representativos de cronología
Solutrense, en la zona que analizamos, son: La
Meaza, el sector derecho del gran techo de
Altamira, parte de los conjuntos de El Castillo y La
Pasiega, El Pendo, La Llosa, el sector III de La
Garma, El Salitre, y quizás Cualventi, es decir, un
total de 10 de los 22 yacimientos conocidos. Un
caso aparte lo constituye la cueva de Las
Chimeneas, la cual, hasta fechas recientes, ha sido
considerada solutrense desde un punto de vista
tanto técnico como estilístico y, sin embargo, una
datación absoluta por Carbono 14 ha situado en el
Magdaleniense Inferior.
Al margen de los conjuntos, quizá más antiguos,
de La Garma y El Pendo, la mayor concentración
de este período se registra en las cavidades de La
Pasiega (galerías A, B y C), El Castillo y, muy especialmente, en el sector derecho del gran techo de
Altamira, donde encontramos un gran conjunto
Recreación de los cazadores –
recolectores del Paleolítico Superior
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de caballos realizados en tinta plana y tamponado
—todo ello en rojo— algunos animales complementarios, cabra y bisontes, y varios signos realizados con puntos rojos. En los restantes casos nos
hallamos ante pequeños paneles dominados, bien
por los signos (La Meaza, La Llosa…), bien por
los temas animales más frecuentes (Salitre). En
algunas grutas, como Cualventi o Alto del
Peñajorao, no se conoce con precisión su composición temática, al tratarse de restos muy perdidos
o manchas informes.
LA ÉPOCA MAGDALENIENSE
(16.500 – 10.800 AÑOS
ANTES DEL PRESENTE)
Bisontes europeos
30/Los tiempos de Altamira
El Magdaleniense es un período cultural definido
a partir de los tipos de herramientas de piedra y,
sobre todo, de asta y hueso que se han conservado. En realidad, hay una continuidad entre las
fases más tardías del Solutrense y las primeras del
Magdaleniense. A menudo, los niveles magdalenienses más antiguos se depositan directamente
sobre los últimos solutrenses. Apreciamos las
diferencias a través de las dataciones absolutas, de
la presencia de determinados “fósiles–guía” (ele-
mentos característicos de un período) y de ciertas
peculiaridades de sus industrias. Nada induce a
pensar en un cambio drástico en sus formas de
vida y subsistencia; más bien se produce una paulatina evolución tecnológica que irá acelerándose
durante las últimas fases del Pleistoceno Superior.
En la industria lítica, el inicio del Magdaleniense
supone la desaparición del retoque plano característico del Solutrense. Aunque los instrumentos
más frecuentes son los raspadores y los buriles,
existe una notable diversidad de útiles, elaborados
para realizar las tareas propias de su modo de
vida: grabar, descuartizar los animales abatidos,
cortar la carne y el cuero, curtir las pieles, perforarlas para coserlas, trabajar la madera, el hueso y
el asta de ciervo, etc. Su forma es similar a la de
las etapas inmediatamente anteriores. Para elaborar estos objetos se extraen láminas de tamaño
medio o grande a partir de núcleos, habitualmente de sílex y en menor medida de cuarcita. La tecnología basada en la producción y retoque de
pequeñas láminas tiende a incrementarse en las
fases más recientes del Magdaleniense y, especialmente, en el período siguiente, el Aziliense.
Pero lo que verdaderamente caracteriza al
Magdaleniense es la variedad de útiles de gran
perfección técnica y con frecuencia decorados,
realizados sobre hueso y asta: espátulas, varillas,
puntas de azagaya para la caza, arpones para la
pesca, punzones y agujas para coser, colgantes
para el adorno personal, bastones perforados,
etc. La decoración de estos objetos se limita a
motivos geométricos aunque, en ocasiones, se
graban bellas figuras de animales que, en los
ejemplares más refinados, llegan a constituir
auténticas obras de arte. Este tipo de decoración
es más frecuente en los artefactos de mayor duración e incluso en objetos sin aparente función
útil, como huesos planos o placas de piedra.
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Distribución de los yacimientos
magdalenienses
Clima y Paisaje
Todo el Magdaleniense discurre en el último tramo
de la glaciación de Würm, dentro del período
denominado Tardiglacial. Es un clima riguroso en
el que se suceden momentos frescos y húmedos
con otros más fríos y secos. La alternancia de estos
episodios produjo sucesivos descensos y elevaciones del nivel del mar que se tradujeron en variaciones en la posición de la línea de costa. En los
momentos más crudos, ésta retrocedía hacia el
norte y quedaba al descubierto una franja litoral
que, entonces, era ocupada por el hombre y cuyos
yacimientos se encuentran, en la actualidad,
sumergidos en el mar.
Durante esta época, el “país de Altamira” ofrece
una notable diversidad de biotopos y microclimas.
En pocos kilómetros se pasa de la zona litoral,
receptora de la influencia oceánica, a los parajes de
montaña. Los valles, en ocasiones profundos y tortuosos, alteran el sentido de los vientos y causan
una sucesión de solanas y umbrías.
El paisaje vegetal se transformaba al tiempo que lo
hacían las condiciones ambientales. En general,
fue abierto, dominando las grandes extensiones de
landas y praderas. Los escasos árboles y arbustos
tendían a concentrarse en manchas boscosas y
bosquecillos desarrollados en los lugares más favorables para su crecimiento, aprovechando las variaciones de la orografía y los microclimas.
Todo ello propició el desarrollo de una fauna rica
y variada. Como en el Solutrense, los ciervos y, en
las regiones más abruptas, las cabras monteses fueron las especies más cazadas, seguidas del caballo,
los grandes bóvidos, el rebeco, etc.
Cronología y períodos
El Magdaleniense se desarrolla en la región cantábrica durante casi seis milenios (16.500 - 10.800
años antes del presente). En este vasto intervalo
temporal no sólo se produjeron modificaciones en
el clima, sino que la cultura humana evolucionó
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continuamente, adaptándose a nuevas circunstancias, lo que ha permitido a los prehistoriadores distinguir varias etapas.
En su primer momento, el Magdaleniense Inferior
arcaico, las condiciones ambientales son de transición entre el final de una fase muy húmeda y el
comienzo de un período seco y de temperaturas
más severas. De esta época, tenemos evidencias
en la cueva de Rascaño donde, al margen de la
desaparición de las puntas solutrenses, son características las azagayas de base monobiselada y
decoración en espiral.
El Magdaleniense Inferior, rico en raspadores
nucleiformes y azagayas de sección cuadrangular y
base en monobisel, es una fase bien representada
en la Cornisa Cantábrica. Se extiende entre el
16.500 y el 14.000 antes del presente. Para
Altamira, esta fue una época de esplendor, la cueva
fue ocupada con frecuencia durante más de dos
milenios, y el santuario rupestre se enriqueció con
la creación de las famosas “pinturas policromas”
que continúan causando sorpresa y admiración al
hombre actual.
Buriles magdalenienses de sílex
(Cueva de La Pila)
32/Los tiempos de Altamira
Los cazadores-recolectores también vivieron en
otras cavidades del entorno inmediato de
Altamira. En la cuenca de los ríos Saja y Besaya, la
cueva de Hornos de la Peña fue ocupada durante
estos momentos antiguos del Magdaleniense. En
el valle del Pas, las magníficas condiciones para el
hábitat de la Cueva del Castillo, tal y como sucedía desde hacía más de cien mil años, seguían atrayendo a los grupos paleolíticos, que dejaron una
estratigrafía arqueológica de este momento de
más de 1,5 m de espesor. En la zona litoral, habitaron intensamente la cueva del Juyo, donde acumularon un ingente depósito de restos con millares de huesos de ciervo. Hacia el interior, explotaron, sobre todo en la primavera y verano, el paisaje abrupto de la cueva de Rascaño, cazando preferentemente cabras y pescando salmones y truchas
en el río Miera. La cueva de la Garma (Omoño)
también sirvió de refugio a las bandas del
Magdaleniense Inferior.
El Magdaleniense Medio (14.000 – 13.000 B.P.)
es una fase más corta que ha dejado menor
número de yacimientos. Existen evidencias en la
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cueva de La Garma y, probablemente, en las de
Altamira, Rascaño, El Castillo y El Juyo.
El Magdaleniense Superior-Final (13.000 10.800 B.P.) se caracteriza por la progresiva
abundancia de útiles microlíticos, el incremento
del porcentaje de buriles y la presencia de arpones sobre asta de ciervo de una y dos hileras de
dientes y de azagayas de doble bisel. En esta
etapa, ya no se habita la cueva de Altamira que
había sido cerrada por el derrumbe del techo de
la entrada. No obstante, crece el número de cuevas ocupadas, tal vez coincidiendo con un
aumento demográfico: Sovilla, El Linar, La Pila,
El Castillo, El Pendo, Morín, Rascaño, La Garma
y, quizá, El Piélago.
numerosas ocasiones con los solutrenses. Suelen
localizarse cerca de la orilla actual del mar, en las
crestas o en colinas de las llanuras costeras y en
los valles fluviales bajos.
De este modo, las sociedades magdalenienses ocuparon la franja costera, remontaron los cauces fluviales y alcanzaron zonas de montaña. Vivieron,
no sólo en la Cueva de Altamira, sino también en
otras cavernas situadas en el entorno (tabla 2).
El apreciable incremento de yacimientos magdalenienses respecto a los solutrenses acaso esté marcando, siempre dentro de la baja densidad de
población propia de todo el Paleolítico, un cierto
crecimiento demográfico, que se acentuará en los
momentos finales del período.
El Poblamiento
El arte del Magdaleniense
El estudio de los yacimientos arqueológicos magdalenienses nos permite conocer su distribución
en el territorio, cuáles se utilizaron para vivir, cuáles fueron santuarios rupestres, cuáles participaron
de ambas actividades y cómo los hombres y mujeres de esta época respondieron a los retos que la
vida les planteaba.
Presumiblemente, los asentamientos al aire libre,
sobre todo, campamentos menores, de paso o
especializados, no debieron de ser raros. Sin
embargo, sus restos han sido borrados por la erosión o enterrados. Fueron las cuevas y abrigos los
lugares que ofrecían el mejor amparo ante las
inclemencias del tiempo y los preferidos como
campamentos residenciales y logísticos.
La continuidad con el patrón de poblamiento
anterior es evidente. Los magdalenienses habitaban preferentemente la zona costera; seguramente por disponer de mejores comunicaciones —
tanto a lo largo del corredor litoral como para
adentrarse hacia el interior de la región a través de
los valles fluviales—, contar con un clima menos
riguroso que en las zonas de montaña y disponer
de mayor riqueza de recursos para la subsistencia.
Los yacimientos magdalenienses coinciden en
El arte paleolítico evoluciona y alcanza durante el
Magdaleniense su apogeo, tanto en sus manifestaciones parietales como muebles. Las obras de arte
mobiliar son más abundantes que en cualquier otro
En la página siguiente tabla 2:
Yacimientos Magdalenienses
Puntas de azagayas magdalenienses
de asta de ciervo (Cueva del Castillo).
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Yacimientos Magdalenienses
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Los tiempos de Altamira / 35
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Arte magdaleniense: fragmento de
hueso con caballo grabado (Cueva del
Pendo)
36/Los tiempos de Altamira
período anterior, sobre todo en algunas estaciones
privilegiadas, como El Pendo, que ha proporcionado una de las mejores colecciones de todo el
Paleolítico europeo: bastón perforado decorado
con ciervo, ciervas y équido (fig. 38 del catálogo);
bastón perforado con cabra en visión frontal;
hueso grabado con caballo en el anverso y serpentiforme en el reverso; hueso con caballo y bóvido;
compresor con caballo (Foto. 12); colgante decorado denominado “bramadera del Pendo” (fig. 39 del
catálogo); colgante con representación de pez (fig.
10 del catálogo)... Podemos mencionar otras bellas
obras halladas en el “país de Altamira”: el contorno recortado de cabeza de cierva del Juyo (fig. 34
del catálogo); el hueso con grabado de caballo de
La Pila (fig. 35 del catálogo); el bastón perforado
con ciervo de Cualventi (fig. 37 del catálogo); el
bastón perforado con ciervo del Castillo (fig. 36 del
catálogo); la espátula de hueso decorada con cabra
montés de La Garma; los omóplatos con ciervas
del Castillo (fig. 33 del catálogo); las plaquetas de
arenisca de Sovilla (una con cabeza de cabra, y otra
con una línea cérvico-dorsal de cuadrúpedo) etc.
Los artistas se esforzarán por acercar la imagen de
los animales a la realidad, adoptando la perspectiva adecuada (especialmente patente en las cornamentas), el despiece en el interior de la figura (para
marcar el límite entre superficies de distinta coloración o longitud de pelaje) e introduciendo recursos técnicos como el grabado estriado o la combinación de dos colores. Resulta, ahora, más frecuente que en los períodos anteriores la asociación
de pintura y grabado, el empleo de éste en forma
de trazo simple repetido, la representación de las
cuatro patas de los animales -incluyendo detalles
como ollares, ojos y boca- y el equilibrio entre las
líneas que configuran las siluetas (pectoral, ventral,
cérvico – dorsal, extremidades, etc.).
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A veces, ciertos procedimientos de despiece se
aplican en función de la especie animal. En los
caballos pueden aparecer líneas de división en el
extremo de la cara que aislan el morro, o bien se
distribuye la zona interior a través del despiece en
“M” que marca el límite entre el área ventral y el
resto del tronco. Sin embargo, en las cabras, el despiece ventral suele ser rectilíneo. Los bisontes pueden llevar una línea oblicua, extendida desde las
patas anteriores a la cola que individualiza la giba o
la pelambrera del cuello, seguida de una peculiar
barbilla apuntada. Estos bóvidos portan, habitualmente, una línea que se extiende desde el ojo al
nacimiento del cuerno y la oreja.
En el Magdaleniense proliferan los santuarios
rupestres: Altamira, El Castillo, La Pasiega, Las
Monedas (Puente Viesgo), Chimeneas (Puente
Viesgo), Las Aguas (Novales), El Linar (La Busta),
Sovilla, Hornos de la Peña (Tarriba), La Garma....
Tras este período de florecimiento, el arte parietal
se desvanece y no se encuentran rastros de él en la
época aziliense.
Las cornamentas de los ciervos y los huesos eran
la materia prima para fabricar instrumentos meticulosamente pulimentados, como punzones para
perforar las pieles, delicadas agujas para coser y
puntas de azagaya para la caza. Tallaban piedras de
sílex y cuarcita, entre otras, convirtiéndolas en eficientes herramientas: raspadores, buriles, perforadores, cuchillos, raederas, denticulados, muescas,
laminillas de dorso, etc. Debieron de aprovechar
también la madera para fabricar un diversificado
instrumental aunque, debido a su carácter perecedero, su conservación es excepcional.
Las pieles de los animales abatidos eran secadas,
una vez retirada la grasa de la cara interna con raspadores de piedra, en bastidores de madera. Más
tarde, se curtían con ocre y otras sustancias.
Finalizado este proceso servían para confeccionar
ropa, zurrones, etc.
Arte magdaleniense: bisonte pintado
(Cueva de La Pasiega)
El Magdaleniense: un estilo de vida
Conocemos la vida de los cazadores-recolectores
magdalenienses gracias a los restos de sus actividades descubiertos en las cuevas que ocuparon.
Pudo existir hábitat al aire libre, como sucedió en
otros lugares de Europa, pero en la región cantábrica no se ha encontrado ninguna evidencia.
En los vestíbulos de las cavernas, iluminados por
la luz diurna y protegidos de las inclemencias
meteorológicas, desarrollaban las tareas cotidianas. En este entorno acogedor, acondicionaron
el espacio y distribuyeron sus quehaceres, regulando, según el ciclo solar, el ritmo de sus actividades. El calor y la luz de los hogares, especialmente a partir del crepúsculo, aglutinarían la vida
del grupo. Al final de la jornada, este ambiente
recogido y sugestivo posiblemente animó la conversación y la transmisión oral de las tradiciones
y las leyendas ancestrales.
Los tiempos de Altamira / 37
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Los magdalenienses se preocuparon de completar
su vestimenta, ataviándola con diversos objetos
como dientes, manifestando predilección por los
caninos atrofiados de ciervo, y las conchas perforadas que se cosían a la ropa o formaban parte de
llamativos collares.
La caza, la pesca, el marisqueo y la recolección de
vegetales les proporcionaban el sustento. En el
terreno cinegético, los magdalenienses se especializaron en la cacería del ciervo y, en las áreas montañosas, de la cabra. Otras especies, como el bisonte, el caballo e, incluso, el rebeco fueron capturadas, aunque con menos frecuencia. Se aprovechaban íntegramente: carne, grasa, tuétano, tendones,
cuero, astas, huesos... También se incrementó la
explotación de diversos recursos como la pesca
fluvial, sobre todo, de salmones y truchas, y el
marisqueo, con preferencia por lapas (Patella vulgata) y caracolillos (Littorina littorea) de buen tamaño.
La recolección de vegetales, seguramente, fue muy
importante en su dieta pero, dada su efímera preservación, apenas ha dejado rastro en el registro
arqueológico. No obstante, el estudio de dos dientes recuperados en la cueva del Rascaño apunta
hacia la importancia de los recursos vegetales en la
alimentación cotidiana.
Vivían congregados en bandas de cazadores-recolectores. Es decir, agrupaciones itinerantes, con
escaso número de personas, apenas unas decenas,
unidas por lazos de parentesco, con tendencia a la
distribución igualitaria de los bienes, en las que
existiría un liderazgo informal.
El trabajo se repartiría, muy posiblemente, según
la edad, el sexo, la habilidad y la posición de cada
miembro del grupo. La supervivencia era una tarea
en la que todos participaban: hombres y mujeres,
adultos y niños. La mayoría de los adultos eran
jóvenes, siendo poco habitual la supervivencia por
encima de los cuarenta o cincuenta años.
Desconocemos dónde y cómo enterraban a sus
muertos. En nuestras latitudes, a diferencia de
otras regiones de Europa, no se han encontrado
enterramientos de esta época, ni en cuevas, ni al
aire libre.
38/Los tiempos de Altamira
Nos hallamos, en el momento álgido de los grupos
paleolíticos: su régimen de vida había alcanzado la
madurez. Eran seminómadas y sus movimientos
por el territorio fueron más fluidos y planificados,
buscando, en cada circunstancia, los lugares más
propicios en función de los desplazamientos de los
animales que les servían de alimento y de los
demás recursos disponibles. El pasillo litoral y los
valles de los ríos servían de vías de comunicación,
rigiéndose, los traslados, por ciclos estacionales.
Así, las zonas de montaña, adecuadas para la captura de especies adaptadas a una orografía abrupta, como la cabra, se ocuparían en primavera y
verano, cuando las temperaturas se moderaban. La
época en que el salmón remonta el curso de los
ríos para el desove atraería a los hombres hacia las
riberas, mientras que los períodos de mareas vivas
invitarían a acercarse a la costa para practicar el
marisqueo con mejor rendimiento. Las temporadas de maduración de los diversos frutos silvestres
marcarían el viaje hacia áreas fecundas para la
recolección de cada uno de ellos.
Estas actividades económicas no siempre suponían
el traslado de toda la banda, sino que se podían
organizar partidas que explotaban puntualmente el
recurso y regresaban al campamento base donde lo
compartirían con el resto del grupo.
Esta dinámica de asentamientos por el territorio
hizo que no fuera uniforme el sistema de ocupar
las cuevas. Unas, como El Castillo, amplias y bien
situadas en lugares estratégicos algo elevados, con
dominio visual del territorio y control de los movimientos de la caza y otros grupos humanos, resguardadas de las crecidas de los ríos, próximas a
zonas de aprovisionamiento de materias primas,
con agua y copiosos alimentos en su entorno, serían campamentos base, poblados durante buena
parte del año. Otras, más pequeñas, ubicadas junto
a recursos estacionales, como Rascaño, acogerían
partidas menos numerosas en intervalos de tiempo más cortos. Serían campamentos satélite, articulados en torno al campamento base. Podrían
desempeñar distintas funciones: campamentos de
paso para muy cortas estancias, campamentos de
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trabajo para el abastecimiento de materia lítica,
caza, recolección, etc. Ciertas cavernas de hábitat
cuentan con manifestaciones artísticas parietales
pero otras no. Además, existen grutas con arte
rupestre sin vestigios de habitación (Chimeneas y
Monedas), por lo que parece que su única función
fue la de santuario.
Quizá, los grupos locales de un amplio territorio
se reuniesen periódicamente en unidades residenciales importantes, aprovechando la concentración de recursos en puntos precisos, como las
zonas de paso de manadas en sus movimientos
migratorios, en determinadas épocas del año.
Estos sitios de agregación de las bandas tal vez
poseyeran una especial significación simbólica y
acogieran ciertas celebraciones. Servirían para el
intercambio no sólo de productos, técnicas y
experiencias, sino también de personas, lo que
evitaría problemas de endogamia y consanguinidad. Algunos prehistoriadores piensan que
Altamira pudo ser uno de estos lugares.
El ocaso de los tiempos glaciares
Hace unos 10.000 años, durante el período cultural Aziliense, acababa la última pulsación fría de la
glaciación de Würm y con ella el Pleistoceno.
Comenzaba entonces el período en el que nos
encontramos actualmente: el Holoceno.
El clima experimentó un cambio decidido hacia
condiciones menos rigurosas. De este modo, las
temperaturas ascendieron y aumentó la pluviosidad, avanzando los bosques y transformándose el
paisaje vegetal. Los árboles propios de clima oceánico colonizaron los valles y las laderas de las
montañas. Los animales mejor adaptados al frío
migraron hacia latitudes septentrionales o se extinguieron, mientras proliferaron otros, como el
corzo o el jabalí, más favorecidos por los ambientes templados y boscosos.
La cultura cambió, acomodándose a los nuevos
tiempos y adquiriendo nuevas estrategias de supervivencia. El mundo espiritual, los mitos y creencias
de los cazadores-recolectores del Paleolítico
Superior se diluyeron y su formidable arte, expresión primigenia del genio creador humano, quedó
dormido en el subsuelo y en las paredes de las
cavernas. El gran libro de la Historia había pasado
una de sus páginas más pasionantes.
Arte magdaleniense: caballo y reno
pintados (Cueva de Las Monedas)
Notas
1
Ver capítulos de Altuna, J. y Carrión, J. S.; Dupré, M.
en este mismo libro.
Los tiempos de Altamira / 39
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