desmontando el caso de la vampira del raval

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ELSA PLAZA MÜLLER
DESMONTANDO EL CASO
DE LA VAMPIRA DEL
RAVAL
MISOGINIA Y CLASISMO
EN LA BARCELONA MODERNISTA
Icaria
Antrazyt
HISTORIA
ÍNDICE
A modo de prólogo
7
I. Enriqueta Martí Ripoll
13
II. Sospechosos, acusados, testigos…
79
III. La cultura patriarcal, justificación y condena
IV. Economía del cuerpo femenino
V. La cárcel. La muerte
99
119
147
VI. El cuerpo infantil y el cuerpo femenino. Mercancía
abundante y barata 183
Conclusión 245
Bibliografía y documentación
Agradecimientos 254
247
A todos aquellos que, aún hoy,
rebuscan en la basura para sobrevivir.
A MODO DE PRÓLOGO
Intentar entender cómo se construye una leyenda urbana, la que
hace de Enriqueta Martí Ripoll la vampira del barrio del Raval de
Barcelona, es como desarmar y armar nuevamente un puzzle con
piezas separadas por el tiempo. Porque sabemos, y esto sí que es
la única certeza de la que partimos, que el personaje diseñado a
lo largo de un siglo, y tal como nos ha llegado hasta nosotras, fue
totalmente distorsionado.
El 27 de febrero del año 1912 la niña Teresita Guitart Congost
era liberada del piso de la calle Ponent (hoy Joaquín Costa) 29,
donde había sido retenida durante varios días. Sus padres habían
denunciado su desaparición el día 10 de febrero. La niña se hallaba
en perfecto estado de salud, pero con el cabello rapado y vestida con
harapos. En aquel domicilio vivían Enriqueta Martí Ripoll junto a
otra niña, a quien llamaba Angelita, y también Pablo Martí Pons,
padre de Enriqueta, que en aquel momento se hallaba ingresado
en el hospital de la Santa Creu, en el mismo barrio del Raval, en el
distrito, precisamente, de Hospital.
En las declaraciones ante la policía y el juez todos los vecinos
coincidieron en afirmar que el medio de subsistencia de la familia
Marti era la mendicidad; además de haberlos visto vender, en las
traperías del barrio, desperdicios recogidos en las basuras y comer de
la caridad pública. Frecuentaba el piso donde fue hallada la menor
un hombre grueso y cojo, amante de la mendiga. Bien vestido y
supuestamente forastero del barrio, su nombre: Salvador Baquer
Campanar, un emprendedor empresario oriundo de La Bisbal, en
7
Girona. Padre de familia, su hijo, ya mayor, era representante de una
prestigiosa aseguradora francesa con despacho en la plaça Catalunya.
Enriqueta Martí Ripoll estaba casada y separada de un pintor de
poca suerte, Juan Pujaló Ortiz, vecino de la misma calle Ponent.
Estos son los principales actores del suceso que va a entretener a la
opinión pública barcelonesa, y española en general, durante varios
meses.
A partir del presunto secuestro de la niña Teresita Guitart se
tejerá una de las leyendas urbanas que más fortuna y difusión han
tenido en los últimos cien años. La intención de este trabajo es
deconstruir esta leyenda e intentar desvelar el juego de intereses
particulares que contribuyeron a formarla, como así también el
ocultamiento, a través de ella, de la miseria sexual y la explotación
de las clases populares.
En el año 2009 fue publicada mi novela El cielo bajo los pies, que
trata también este tema. Hoy, si vuelvo a insistir en ello es porque el
ensayo permite extenderme en ciertos detalles y analizar documentos
hallados en los años de investigación, analizándolos y dándolos a
conocer e intentando nuevas conclusiones. Fórmula esta que en el
relato novelado es más difícil de integrar.
Esta propuesta plantea un desafío: Hoy en día, ¿cómo leer los
retazos de vida que nos llega de la que fuera la principal protagonista de esta historia, Enriqueta Martí Ripoll? ¿Qué nos queda de
esa mujer oscura, miserable, que se hacía acompañar por niños y
recorría los comedores gratuitos de Barcelona, facilitaba abortos
clandestinos y contactos con prostíbulos de mala muerte?
A pesar del tiempo constatamos que continúan las enriquetas
repitiendo su historia, u otras parecidas, sobre todo la de su miseria.
Son europeas, africanas, latinoamericanas, vecinas de esta, nuestra
ciudad, que nos interrogan con su presencia aunque intentemos no
verlas. Aunque la mirada se nos va detrás de ellas y nos estremecemos
un instante, para luego olvidarlas.
Cuántas, como ella, rebuscan entre las sobras del mercado, o
hacen cola en la puerta de las iglesias o en la de los servicios sociales
para acceder al derecho de un plato caliente. Buscan un vale, un
certificado, la firma de un funcionario que les sirva de prueba de
«verdadera pobreza». De «pobre de solemnidad», se decía en la
época.
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La pobreza engendra desconfianza, la mendicidad la alimenta.
¿Es pobre, de verdad? Se pregunta el que ofrece la limosna ¿O, tal
vez, se trate de una viciosa que solo piensa en satisfacer su sed de
alcohólica? ¿Es pobre de verdad? O solo se aprovecha de las subvenciones públicas para crecerse en su holgazanería; el mismo Estado
lanza esta sospecha y castiga a quienes la despiertan, arrojándolos a
la marginalidad total.
Caben estas reflexiones quizá porque hoy llueve y en Barcelona
regresa el otoño. Y casi 400.000 familias han sido desahuciadas de
sus casas, sacrificadas por las urgencias de la banca que el Estado
prioriza. Ávidos bancos, ávidos monopolios, satisfechos por sus sirvientes obsecuentes, los políticos que ofrecen a sus bocas insaciables
las vidas de cientos de personas. Los que hoy, bajo la lluvia, en esta
Barcelona 2012, buscan refugios precisamente en esos espacios,
blancamente iluminados y de diseño austero, donde los bancos
han colocado sus cajeros: ¡El cajero del banco! ironía del destino,
el último refugio de los desheredados de este siglo. Al menos, el
Estado del bienestar, desarticulado de un plumazo, nos ha dejado
el rectángulo caliente e iluminado donde, desde una de sus paredes,
sonríe la ranura del cajero electrónico. En 1912, cuando Enriqueta
Martí era portada en los periódicos, no existía aún ese refugio, pero
los desahucios eran frecuentes, por impago de alquileres, ya que
en la época la especulación, a través de la hacinación y la falta de
inversión en las viviendas obreras, hacía la fortuna de los propietarios de las viviendas. El deambular, de una vivienda a otra, antes de
que se cumpliera el plazo del temido desalojo por impago, era sino
de muchas familias. En el caso de la familia Martí, su constante
deambular de uno a otro domicilio se leerá como una prueba más
de su supuesta criminalidad.
¿Por qué pienso ahora, una y otra vez, en la jovencita rumana
que este verano paseaba por la calle Pelayo, se sentaba en las escaleras
del metro de la Plaça Catalunya o la veía caminar por la Ronda de
Sant Antoni hacia el mercado? Por este mismo escenario, cien años
antes, paseaba la vampira del carrer Ponent, la secuestradora de niños
de El Raval.
La primera vez que vi a la chica rumana fue frente al mamotreto
escultórico que representa al fallecido president de la Generalitat de
Catalunya Francesc Macià. Iba descalza, y me llamó la atención la
9
pequeñez de su cuerpo tan ostentosamente embarazado. A través
de la escasa ropa que llevaba asomaban sus brazos y piernas, flacos
y oscuros. Y a pesar de ser verano y el año de la gran estafa bancaria
que llaman crisis, este 2012 del empobrecimiento visible de tantas
personas, ella llamaba la atención. Iba descalza, no por capricho,
como lo hacen las rubias guiris, sino porque no tenía zapatos. Tan
jovencita, tan embarazada, tan perdida, con la mirada de quien está
en otro lugar ¿Dónde se había extraviado su razón? ¿Desde dónde
nos llegaba su escuálida figura? ¿Quién la había traído tan lejos de
su casa?
El impulso de preguntarle algo fue solo un instante de mala
conciencia. Un comentario que luego se hace a un amigo. Hasta
que volví a encontrarla, esta vez me precedía, caminaba por la calle
Ramalleres hacia Tallers llevando en la mano una jarrita de aluminio
que acercaba a los paseantes invitándolos a depositar en ella una
moneda. Ya no estaba embarazada, pero cargaba sobre la espalda una
mochila por la que asomaba un muñeco del tamaño de un bebé.
Aquella imagen trágica de su maternidad frustrada me impulsó
a acercarme a ella, y eché unas monedas que sonaron en el fondo
de su jarrita. Le pregunté de dónde venía, fue entonces que supe
que era rumana. ¿Dónde duermes? En la calle, me respondió. A
través del delgado tejido que cubría sus pechos, creí percibirlos
hinchados, como los de una recién parida. Imaginé que los servicios
sociales le habían quitado al bebé. Le apreté las manos y la miré a
los ojos. Gracias mamita, me dijo. Y salí disparada. Pensando en
qué hacer. Qué se debe hacer cuando una niña perdida te explica
toda la historia europea de estos últimos veinte años en su cuerpo,
en la mochila con un bebé de plástico, en su propio lugar de origen
y en sus pies descalzos.
Horas después volví a encontrarla. Iba por la Ronda Sant
Antoni hacia el mercado, se detenía ante las papeleras rebuscando
alguna sobra. Mi impulso fue seguirla por la Ronda Sant Antoni.
Tan vulnerable, tan fuera del tiempo. Por la noche creo que soñé
con ella.
Comenté el encuentro al amigo, aquel con el que la había visto,
por primera vez, en la plaça Cataluña ¿Y si en realidad no estaba
embarazada? Quizá disimulaba un embarazo con un cojín… No,
no, hacía calor, llevaba una ropa muy fina, aquello era su panza…
10
El secuestro de menores, delito que tuvo como única responsable
en Barcelona a Enriqueta Martí, según la leyenda que intentamos
desarticular, se repitió en España y a una escala mucho mayor inmediatamente después de la Guerra Civil (1936-1939), y se prolongó
hasta casi la década de los años noventa del siglo pasado. Al principio,
las políticas represivas desatadas como venganza contra los vencidos
de la guerra fue el instrumento que se utilizó para justificarlo. Luego,
con la red ya montada y la tentación de seguir con el comercio lucrativo de la venta de criaturas, siguió su propio camino. Al principio,
se especializaron en la entrega a familias acomodadas1 de hijos e
hijas de madres en apuros económicos o sin pareja reconocida. Estos
casos podían seguir presentándose como un acto de caridad, aunque
la caridad era del color del dinero. Después ya no importaba si las
madres eran chicas en apuros, y siguieron apropiándose de cualquier
recién nacido, bastaba un pedido que satisfacer.
Una de tantos artífices de esta segunda ola de secuestros en la
España del siglo XX fue la bilbaína María Mercedes Herrán Incháustegui de Gras, muerta en el año 2002.2 Ella formó parte del oscuro
entramado que comenzó al final de la Guerra Civil y se extendió
durante todo el franquismo y varios lustros más. La señora Gras,
ayudada por sus contactos eclesiásticos, profesionales y militares
del «régimen», secuestró a docenas de bebés de los brazos de sus
madres. Pero el nombre de esta mujer nunca fue titular de la prensa
que aprovecha las desgracias para lucrar. Se la conocía como una
señora de bien.
La distancia que separa a esta mujer de Enriqueta Martí Ripoll,
La vampira del carrer Ponent, La Vampira del Raval, La Bestia humana, La mala dona, La hiena, no es solo temporal, sino también de
1. Para más información sobre el tema ver: Armengou, Montse: Los niños
robados del franquismo, publicación electrónica, en http://www.adoptados.org/
forum/topics/documental-montserrat-armengou-3.
Entrevista a Ricard Vinyes autor de Los niños perdidos del franquismo,
publicación electrónica, en: http://ninosdesterrados-espana.blogspot.com.es/
2010/11/video-ricard-vinyes-autor-libro-los.html. [Consultado el día 29 de julio
2012].También Vinyes, R., Armengou, M.; Belis, R. (2003).
2. Para más información sobre estos casos ver http://adoptadosbilbao.blogsp
ot.com.es/ [Consultada el día 29 de julio 2012].
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clase. El personaje odioso y nauseabundo que construye la prensa en
los años 1912 se nutre de todos los prejuicios de la época. Ella forma
parte de los pobres, esos Feos, Sucios y Malos que glosó el cineasta
Ettore Scola (1976) en la película que así titula. La señora bilbaína
María Mercedes Herrán Inchaustegui de Gras, y sus cómplices en la
desaparición de bebés, provienen de ámbitos donde reina el orden, la
limpieza. Los pisos donde viven son claros y de suelos brillantes; las
clínicas donde llevan a parir a las madres de las criaturas objetos de
sus transas comerciales, tienen azulejos nuevos, allí nada huele mal.
Quienes participan en este drama son elegantes y visten de forma
correcta. Además tenían el respaldo de una red que se justificaba
como servicio caritativo.
A diferencia de la señora Herrán Incháustegui, Enriqueta Martí,
quien, supuestamente, se entregó en ciertas ocasiones a traficar con
niños —aunque, como ya veremos, en su caso solo se pudo probar
el secuestro de la niña Teresa Guitart Congost—, se movió en los
márgenes, en la oscuridad de una vida miserable. La misma moral y
el mismo sistema social y político que creó la leyenda de La vampira
del carrer Ponent, permitirá, 26 años después, auspiciar la desaparición de bebés y de niños, institucionalizándola.
12
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