El delirio estadounidense y la esquizofrenia norcoreana: Una década de la geopolítica en la posguerra fría Por Javier Cárdenas Díaz (*) A propósito de los resientes movimientos militares que se han venido desarrollando entre Corea del Sur y Corea del Norte – y las revelaciones que han sido divulgadas por WikiLeaks sobre la diplomacia internacional - vale la pena repensar el papel de los Estados Unidos en el tablero geopolítico de la Península asiática. Los acuerdos logrados los primeros días de febrero de 2007 en Pekín en los que participaron las dos Coreas, Estados Unidos, China, Japón y Rusia (lo que se ha denominado el diálogo a seis bandas sobre la desnuclearización de Corea del Norte), redefinieron el nuevo panorama geopolítico de la península asiática y dejaron al descubierto el papel de Estados Unidos como actor preponderante en la Península asiática y el éxito del gobierno norcoreano: adquirir reconocimiento diplomático y una ayuda económica relativamente estable. Después de varios intentos por negociar una salida diplomática a las pretensiones del régimen de Kim Jong Il por parte del gobierno Clinton, la crisis estalló cuando Corea del Norte reveló, en octubre de 2002, su intención de adquirir armas nucleares haciendo caso omiso a los compromisos pactados en ocasiones anteriores (Gracias al Acuerdo Marco de 1994, los reactores nucleares y las fábricas de procesamiento de plutonio en Yongbyon pudieron ser cerradas como contraprestación a la adquisición de fuel-oil pesado, dos reactores nucleares de agua ligera y el reconocimiento diplomático por parte de los Estados Unidos). Tras las acusaciones de la administración Bush de trabajar mancomunadamente con Pakistán en la elaboración de una bomba atómica y la consecuente suspensión del envío de fuel-oil pesado por parte del país norteamericano en contra del régimen norcoreano, éste último decidió retirarse unilateralmente del Tratado de No Proliferación Nuclear. La guerra preventiva llevada a cabo por los Estados Unidos en Irak – uno de los denominados “ejes del mal” – indujo a Corea del Norte a pensar en que un acuerdo de no agresión con el país del Norte era inútil y que cualquier tipo de verificación nuclear en su territorio estaría lejos de ser lo suficientemente contundente para contrarrestar las aspiraciones del gobierno estadounidense. Por lo tanto, para Kim Jong Il, la única posibilidad de hacer frente a una “inminente” intervención estadounidense sería la existencia de un arma nuclear capaz de disuadir las aspiraciones en Washington. Lo cierto es que las últimas administraciones estadounidenses habían venido confiando en los movimientos económicos junto con la marcada ausencia de actividad diplomática como mecanismos tendientes al aislamiento progresivo del país asiático. Esto se corresponde con el cambio doctrinario surgido como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre: la inoperancia tácita de los medios de contención tradicional (sanciones, vías diplomáticas), el desplazamiento continuo de las preferencias multilaterales por las acciones unilaterales y la subordinación del manejo diplomático a favor de la guerra preventiva. Pero, ¿por qué es tan importante la producción de armamento nuclear para Corea del Norte? Precisamente porque la única forma mediante la cual el régimen norcoreano ha obtenido reconocimiento diplomático y beneficios importantes en materia económica ha sido a través de la amenaza en el uso de armamento con capacidad altamente destructiva. Recordemos que el cohete denominado Taepodong logró dichos objetivos más la puesta en marcha de un sistema de seguridad regional diseñado por Japón. Es por esta razón que Corea del Norte se ha encargado en los últimos años de fabricar una imagen agresiva. Una imagen que ha sido re potencializada gracias a la inminente sucesión de poder en Corea del Norte tras el debilitamiento progresivo de Kim Jung Il. En efecto, la poca confianza que podría tener un eventual gobierno del poco experimentado Kim Jong-un – hijo de Jung Il – ha provocado un efecto de incertidumbre que la agresiva propaganda oficial no ha podido controlar. De hecho, se especula sobre ciertas rivalidades internas en el partido oficial a propósito de la legitimidad del posible nuevo gobierno y su predominio sobre otros oficiales miembros del ejército norcoreano. Más que su imagen, lo realmente preocupante para Estados Unidos respecto a Corea del Norte es lo tangible: un ejército imponente, una política de exportación militar indiscriminada, la producción de armas químicas y biológicas, capacidad para fabricar misiles y la posesión de armas nucleares más el diseño conjunto de programas secretos junto con Pakistán e Irán. Sin embargo, tal vez la “amenaza norcoreana” sea exagerada. Con el derrumbe de la Unión Soviética se puso fin a un suministro seguro y económico de armamento. De hecho, la mayoría del armamento con el que cuenta el régimen es hoy en día anticuado. Ello, sumado a que la economía interna rezagada con respecto a la del vecino del sur lo coloca en desventaja, en la medida en que la subvención de armamento y manutención de las tropas es baja con respecto a Corea del Sur. Mucho se ha comentado acerca del potencial daño nuclear que podría causar una acción bélica norcoreana, no obstante no haber evidencia confiable acerca de la ejecución de un programa de desarrollo y enriquecimiento de uranio en el país asiático. Desde que se rompieron los diálogos diplomáticos el peligro del mito de la producción de uranio se ha incrementado en la medida en que ya no se tiene ningún tipo de control que permita referenciar con exactitud cuáles son las proporciones verdaderas de la amenaza del régimen de Kim Jong Il. La incredulidad progresó hasta los acontecimientos de octubre del año 2006, cuando Pyongyang probó sus dispositivos nucleares generando el rechazo tanto de la ONU como de los países involucrados en la crisis. Un mes después, el gobierno norcoreano reinició los diálogos a seis bandas y el 13 de febrero de este año se llegaron a los acuerdos que pusieron una pausa momentánea las operaciones nucleares. Corea del Norte ha obtenido por parte de Estados Unidos y de los principales medios de comunicación el objetivo primordial a corto plazo: volver la amenaza nuclear un elemento de disuasión político-militar. Por ello, a lo largo de la crisis política entre Estados Unidos y Corea del Norte, desde la cesación de efectos del Acuerdo Marco, la política exterior estadounidense en Washington hacia el país asiático se ha manifestado inclinada al prolongamiento de una contención militar ubicada en territorios surcoreanos, cada vez más preparada para una eventual respuesta desesperada por parte del régimen de Kim Jong Il dentro del hipotético marco de una intervención preventiva destinada a la destrucción de las zonas de producción nuclear. Ello, sumado a una intensa campaña de aislamiento económico, a través de, por ejemplo, la Proliferation Security Initiative, la North Korea Human Rights Act o, por vía intermedia, es decir, sobre las restricciones comerciales impuestas por Japón, permitiría a los Estados Unidos potenciar el cambio de gobierno en Pyongyang. (*)Politólogo. Investigador del Centro de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (CEPI) de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.