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Inicio Capítulo Provincial
Misa del Espíritu Santo
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
30 de agosto de 2016
Gal 5, 16-17.22-25; Jn 14, 15-17
Queridos Capitulares, queridos hermanos y hermanas:
Jesús dijo a sus discípulos que rogaría al Padre para que nos diera el Espíritu Santo y
aseguró que el Espíritu se quedaría con nosotros para siempre. Hoy, al iniciar la
reunión capitular de los monasterios de la Provincia Hispánica de la Congregación
benedictina de Subiaco Montecasino, pedimos al Padre que, por Jesucristo, renueve
para nosotros la donación del Espíritu Santo. Pedimos tenerlo dentro de nosotros, tal
como decía el Evangelio, para que habite con nosotros durante las deliberaciones
capitulares y nos ayude a encontrar el camino de la verdad; es decir, el camino más
adecuado de renovación y de revitalización de nuestros monasterios para seguir
viviendo nuestro carisma benedictino en la Iglesia todo siendo testigos de Jesucristo y
de su Evangelio.
Pedimos que el Espíritu nos ilumine para acertar con la ruta. Pero, también, para que
nos sea consuelo ante las dificultades y las fragilidades que podamos encontrar en
nosotros y en nuestras comunidades. Y que nos dé fuerza para afrontar los
cuestionamientos que la sociedad actual plantea a un estilo de vida como el
monástico; basado en la fe, cultivado a través de la abnegación, nutrido por la
obediencia y la fraternidad que lleva al olvido de uno mismo para crecer
conjuntamente con el otro.
Para poder recibir el don del Espíritu que imploramos en esta celebración, deben
darse dos condiciones. Lo decía Jesús en el evangelio que nos ha sido proclamado
por el diácono. Estas dos condiciones son: amar a Jesús i cumplir sus mandamientos.
Siendo la segunda la consecuencia y la condición de la primera, porque si no nos
importa la palabra de Jesús, ¿cómo podemos amarle? Esto nos lleva al núcleo de
nuestra vocación monástica: no anteponer absolutamente nada al amor que Cristo nos
tiene porque no consideramos que haya nada más digno de ser amado (cf. RB 4, 21;
5, 2). Es bueno que al inicio de nuestro Capítulo provincial volvamos a la raíz de
nuestro ser monje y nos interroguemos sobre el amor a Cristo y sobre nuestra fidelidad
a su palabra. Porque es desde esta realidad que debemos iniciar nuestra reflexión,
compartir nuestros diálogos y afrontar nuestros retos.
Queremos hacer realidad la indicación de san Pablo que hemos escuchado dos veces
en la primera lectura; era como una inclusión de todo su contenido: caminad según el
Espíritu (Ga 5, 16), decía el apóstol. Pero también nos indicaba una condición
fundamental para que podamos dejarnos guiar por el Espíritu en nuestro camino
diario; se trata de trabajar para librarnos de los deseos egoístas, de los deseos de la
carne, decía literalmente. Solo así dejaremos que el Espíritu nos llene de su amor y
podamos ponernos al servicio de los demás. Según este fragmento de la carta a los
gálatas, el fruto del Espíritu es único: es el amor. Los demás frutos enumerados por
Pablo giran en torno al amor. Unos son manifestación, signos, del amor suscitado por
el Espíritu en el interior del creyente: son la alegría y la paz. Los otros demuestran que
uno vive este amor; son la paciencia, la afabilidad, la bondad, la lealtad, la modestia y
el dominio de sí (cf. Ga 5, 22).
En esta celebración de la Eucaristía, pidamos, pues, que el Espíritu nos otorgue el don
del amor y que podamos comunicar los frutos de este amor a los demás. Lo pedimos
para nosotros y para nuestras comunidades. De modo que el Capítulo redunde en bien
de cada una de ellas y de todos sus miembros. Y por extensión que contribuya a
enriquecer el Congreso de Abades y el Capítulo General de nuestra Congregación
que, Dios mediante, celebraremos en Roma al término de nuestras sesiones en
Montserrat.
El Espíritu Santo nos ha sido dado a todos los que tenemos fe en Jesucristo y le
estamos abiertos con un corazón humilde y acogedor. Es él, el Espíritu, quienes nos
da luz, fuerza y consuelo para la vida de cada día. Y es él, también, quien da eficacia a
la Palabra de la Escritura que hemos proclamado y quien hace presente a Cristo
resucitado en el pan y el vino eucarísticos.
Dispongámonos, por tanto, a recibir estos dones Santos con agradecimiento y con
espíritu de adoración ante el misterio divino que se hace presente en medio de
nosotros y del que estamos invitados a participar.
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