LA FIESTA DE LA NONA

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LA FIESTA DE LA NONA
Elena Mariani
El olor que emana de los durmientes del ferrocarril la sacude y la ubica en la ciudad que hace 20
años dejó atrás. La estación permanece igual, más descuidada y sucia, varios puestos de comidas
rápidas y grasientas compiten en el mismo espacio en el que solo existía el puesto de chorizos del
viejo Antonio.
Muchas veces imaginó ese regreso, ninguna como efectivamente lo estaba haciendo esa tarde
calurosa de marzo, sabe que nadie la espera, porque nadie sabe que ella ha vuelto ese día,
precisamente el día del aniversario de la fiesta de la Nona.
Camina lentamente por el andén, el mismo que recorrió tantas veces en los veinte años que vivió
allí, el mismo que la vio partir tan joven y tan triste. Ya en la calle, aturdida por el sol de la siesta,
empieza a mirar a su alrededor, no le asombra nada de lo que ve, apenas con un bolso de mano,
liviano con unas pocas cosas para esos dos días. Viene a firmar la venta de la casa familiar y a
cobrar el dinero de la parte que le corresponde. No quiere saber demasiado, pero es seguro que la
casona en pleno centro sea demolida para edificar esas torres espantosas que han cubierto todo el
espacio de aquel enclave histórico en el barrio de la centenaria Catedral.
Mientras recorre caminando la distancia de veinte cuadras que la separan de la casa, va pensando lo
que recuerda de ella, sin duda esa infancia tan llena de parientes y amigos ocupa un lugar de
privilegio.
Precisamente ese día, 4 de marzo, pero cuarenta años atrás, Ana evoca con una inesperada nitidez la
partida de la Nona, la abuela italiana que recibió con especial alegría a la primera nieta mujer
nacida en el exilio. Empieza a sentir muy cerca, tan cerca que se asusta, los aromas y sonidos de
aquellos dos largos días y sus noches en los que ella con apenas cinco años fue protagonista de una
celebración muy especial.
Está cruzando la plaza San Martín, necesita sentarse para evocar con calma aquellos días, cierra los
ojos y comienza a vivir en ese 4 de marzo de 1959:
Recorre la casa tomada de la mano de su tia Mora, tiene puesto el vestido blanco que
primorosamente planchó Esther, la mucama. El bullicio de una multitud la divierte, y mientras
llegan al comedor ella canta en italiano, su madre, brusca e impaciente como siempre, le sacude el
otro brazo libre y le dice que calle de una vez. No entiende el reto y entonces temiendo que la
severidad del padre la alcance se refugia en la tía.
En esa numerosa familia primero advierte la madre y luego castiga el padre, a sus cinco años, sabe
lo que le espera si ello ocurre, pero esta vez algo no es como siempre.
Entrando al comedor lo primero que se ve es la mesa puesta para una gran fiesta, pero nadie ríe,
todos hablan bajo, y ella sabe que tiene que obedecer y estar callada, mientras tanto la tía Mora la
toma en brazos y la besa tiernamente, su padre también le acaricia el pelo y le susurra que todo está
bien, confundida mientras la trasladan entre la multitud, sus seis hermanos varones, que siempre la
molestan la acosan, la invitan a jugar en el grandioso patio, ella se niega y extrañamente no la
burlan ni le pegan, le ofrecen un dulce, y entonces sabe que algo muy malo ha pasado.
Busca con la mirada a su Nona, no la ve, pregunta por ella, todos lloran, algunos discretamente,
otros muy ruidosamente, especialmente las tías.
Se estremece porque se da cuenta que ahí no está La Nona, su abuela que la mece y la duerme con
sus canciones en dialecto calabrés, su salvadora de hermanos salvajes y de papás severos, la maga
del arroz con leche y las vainillas calientes, la de las manos mágicas tejiendo, la Nona no aparece y
entonces ella comienza a entender y no puede llorar, no quiere llorar, porque sospecha que si lo
hace la Nona no va a volver nunca más.
Sigue transitando por la enorme casa, ahora en brazos de Rosaura, la vecina, para llegar a su cuarto
dan un rodeo, no pasan por el cuarto de la Nona contiguo al suyo, lo hacen por el estudio del papá,
un lugar normalmente vedado a los niños. Entonces en un gesto no habitual en ella se rebela y
bajándose de los brazos de Rosaura corre hacia el cuarto cerrado y cuando abre la puerta un fuerte
olor a flores la detiene, en puntillas la ve, la Nona dormida rodeada de gente que llora y de adornos
enormes de flores de muchos colores. Le llama la atención, su Nona está acostada en una cama
rara, de madera, duerme y tiene un camisón blanco con grandes puntillas, entre las manos tiene un
ramo de rosas y se pregunta para que quiere la Nona tener en sus manos las flores, ella que siempre
está cortando las margaritas del jardín para los floreros de cristal. Se quiere acercar para acostarse
con ella como lo hace todos los días, cuando le canta y le cuenta historias del barco en el que llegó
con el Nono, pero esa cama es muy pequeña. Que ocurrencia, pensó, tomar una siesta en ese catre
alto y lustrado. No llega a tocar la madera cuando varios brazos la sostienen y le impiden lograr su
cometido.
-Si cuento hasta diez sin respirar, la Nona se despierta, no mejor si digo diez veces que el ángel de
la guardia es mi dulce compañía, la Nona se va a sentar en esa camita y me va a llamar – repite
con los ojos cerrados, y en esas letanías cree ejercer la magia necesaria para que le devuelvan a su
Nona.
La gente sigue llegando, mientras la Nona duerme con las flores, y algunos la acompañan sentados a
su alrededor, otros almuerzan en el comedor, y algunos más fuman y toman café en los patios y en
los cuartos que están desocupados y cubiertos de sillones y sillas.
Habrán comprado muebles nuevos? Donde van a dormir sus papás y sus hermanos? Claro, debe ser
el cumpleaños de la Nona y ella cansada de tanto cocinar se echó a dormir una siesta, piensa y
piensa, no entiende bien, pero le duele la panza y tiene ganas de gritar.
Sigue caminando por la casa tomada siempre de la mano de alguien, todos la miran, le dicen cosas
lindas, y ella imagina lo contenta que se va a poner la Nona con toda su familia, la de Uruguay, la
de Buenos Aires que ha llegado a verla.
Un rumor que crece por todos los ambientes la asusta, es que llegó el cura, dice la tía Sofia, todas
las personas que deambulaban por la casa comienzan a dirigirse al cuarto de la Nona, el Padre Tony
la abraza y le pide que rece, pero ella no sabe hacerlo, mientras tanto voces apagadas recitan
oraciones tristes.
Es de noche, tiene sueño, se duerme en un sillón, cuando despierta siente el inconfundible aroma a
café de las mañanas, Esther, con su delantal a cuadros, la lleva a desayunar pero ella corre al cuarto
de la Nona, ya no hay gente en la casa, no hay más flores, ni está la camita de madera, la Nona
también se fue, y a pesar de no haber llorado, no la vio nunca más.
Entonces Ana, en su retorno llora sin consuelo, entiende esa pérdida cuarenta años después y todas
las trágicas partidas que se sucedieron desde entonces: tres de sus hermanos, sus padres, su propia
huída a Europa dejando la casa enorme deshabitada para siempre.
Se levanta y sigue su pequeña marcha, lo ha decidido irá directo a la escribanía, no quiere ver la
casa, lo que allí había lo lleva consigo, la Nona, que la alienta desde aquella fiesta, lo entiende
perfectamente.
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