www.catalogopublicidad.com Sorolla GARDENS OF LIGHT Alberca del Alcázar de Sevilla, 1910. Museo Sorolla. By the time Sorolla reached maturity, he was fully established as an artist. He had won the gold medal at the Exposition Universelle of 1900 in Paris, his first one-man exhibition had been held in Paris to resounding success, and he was making ready for his official presentation in London. Sorolla felt secure both in art and in life. At the same time as he started work on the large commissions he received in those years, particularly the decorative cycle for the Hispanic Society in New York, a poetics of silence and intimacy started to ripen in Sorolla through the medium of his garden paintings, in surprising consonance with the symbolist sensitivity of his time. Sorolla thus confronted his last art works – the gardens of his house – with the essential sincerity and sober refinement of a fully rounded artist who never stopped reflecting on the possibilities of his painting. The exhibition, made up of 45 oil paintings and various drawings and documents, allows viewers to trace the artist’s mature development after his attainment of honour and glory, when he was finally able to paint for himself and to satisfy his passion for pure painting through his pictures of gardens. The show is thus the first to present the importance for his work of this process of introspection and essentialisation, beginning with his discovery of the Alhambra in Granada and continuing up to the garden of the Sorolla House. In this way, the perception of the painter by both art historians and the general public is profoundly enriched. In 1908 he travelled for the first time to Andalusia. Enthused by the sight of the fortress of the Alhambra and the landscapes of Sierra Nevada, he gradually learned to work with a light that was new to him, and it was on Andalusian soil that he was to discover new effects, less cluttered and more radical, in which the picture surface acquired full protagonism. Torre de los siete picos, 1910. Museo Sorolla. In Andalusia, Sorolla discovered a richly poetic sobriety that manifests itself in small corners, in the sound of water trickling from a fountain, or in the silence of sun-bathed courtyards. The Andalusian experience penetrated him so deeply that it eventually reshaped both his style and his poetics in his later years. Reflections in water became a privileged motif in his painting. Both a mirror of nature and a mirror of the soul, water is the dominant feature of the small courtyards and gardens where Sorolla took refuge from the fatigue produced in him by his official commissions: it is not by chance that the human figure is always absent. Laden with many an emotional resonance, the Andalusian garden was for him a creation akin to painting itself, a constructed space where vegetable architectures combined with water, ceramics or marble to attract and regulate not only light and colour but also the sound and the breeze. The garden is the setting for a sensorial polyphony which lures us into following it to the very essence of ourselves. The lessons learned from the courtyards and gardens of Andalusia were crucial for the design of the “artist’s garden” laid out by Sorolla at his Madrid home from 1911 onwards. Devised as a place for intimacy with his family and also as a source of inspiration for his work, Sorolla devoted his last years to creating and recreating it, and from it he drew an inexhaustible flow of pictorial motifs. In making the garden, he not only copied some specific corners of the gardens in Seville and Granada he knew so well, but he also passionately sought out fountains, tiles, columns, statues, fruit trees and ornamental plants in Andalusia and had them brought to the middle of the Castilian tableland. The lessons in essence, intimacy and lyricism that Sorolla had learnt in the gardens and courtyards of Andalusia were thus sublimated in the game of mirrors woven by the parallel artifices of his last garden and his last painting. IMAGEN DE PORTADA: Patio de la Justicia. Alhambra. Granada, 1909. Museo Sorolla, Madrid. Nube amarilla, 1910. Colección particular. Sorolla se enfrenta a su madurez como un artista plenamente consagrado. Ha obtenido la medalla de oro de la Exposición Internacional de París de 1900, ha realizado, con enorme éxito, su primera exposición individual en París y está preparando su presentación oficial en Londres. Sorolla se siente seguro de su arte y de su vida. De forma paralela a los grandes encargos que empieza a acometer en esos años y, especialmente, a la decoración para la Hispanic Society de Nueva York, en Sorolla empieza a madurar, a través de sus pinturas de jardines, una poética del silencio y la intimidad, con sorprendentes concomitancias con la sensibilidad simbolista de su tiempo. Sorolla se enfrentaba así a sus últimas obras –los jardines de su casacon la sincera esencialidad y el sobrio refinamiento de un artista pleno, que seguía reflexionando sobre las posibilidades de su pintura. La exposición, compuesta por 45 óleos, a los que se unen dibujos y documentos, permite comprender esta evolución madura del artista cuando, habiendo alcanzado toda su gloria y honores, puede por fin pintar para sí mismo y satisfacer su pasión por la pintura pura, a través de sus obras de jardines. Así, se presenta, por primera vez, la relevancia de este proceso de introspección y esencialidad en su pintura, desde su descubrimiento de La Alhambra de Granada hasta el jardín Patio de Lindaraja, 1910, Museo Sorolla. de la Casa Sorolla, proponiendo un profundo enriquecimiento en la percepción del pintor, tanto a nivel historiográfico como para el gran público. espacio de intimidad familiar y también como fuente de inspi- En 1908 viaja por primera vez a Andalucía. Las vistas de la ración para su trabajo, Sorolla dedicará sus últimos años a su fortaleza de La Alhambra y de los paisajes de Sierra Nevada creación y recreación, al tiempo que extraerá de él un caudal le producen un fuerte entusiasmo; poco a poco aprende a inagotable de motivos pictóricos. En el proceso de realización trabajar con una luz que le resulta nueva y, sobre la tierra de ese jardín no sólo copia algunos rincones concretos de los Patio de Comares, 1917. Museo Sorolla. jardines sevillanos y granadinos que tan bien conoce, sino que andaluza, descubrirá nuevos efectos, más despojados y radicales, en los que la superficie pictórica se convierte en la trasplanta al centro de la meseta castellana fuentes, azulejos, Los reflejos del agua se convierten en un motivo privilegiado tales se conjugan con el agua, la cerámica o el mármol para de su pintura. Espejo de la naturaleza y espejo del alma, el atraer y regular, no sólo la luz y el color, sino también el soni- En Andalucía, Sorolla descubre una riqueza sobria, llena de agua protagoniza los pequeños patios y jardines, en los que do y la brisa, el escenario de una polifonía sensorial que nos poesía, que se plasma en los pequeños rincones, en el rumor Sorolla se refugia del cansancio que le producen los encargos del agua de una fuente y en el silencio de los patios baña- seduce para llevarnos a lo más esencial de nosotros mismos. oficiales; no es casual que la figura humana está casi siem- dos por el sol. La experiencia andaluza está calando en él de pre ausente. Cargado de múltiples resonancias afectivas, el La lección de los patios y jardines andaluces resultará crucial así sublimada en el juego de espejos que tejen los artificios modo tan profundo, que está remodelando su poética y su jardín andaluz es para él una creación homóloga a la pintura para la configuración del “jardín de artista”, que Sorolla cons- paralelos de su jardín último y su última pintura. estilo de sus últimos años. misma, un espacio construido donde las arquitecturas vege- truye en su casa de Madrid a partir de 1911. Concebido como gran protagonista. columnas, estatuas, árboles frutales o plantas ornamentales apasionadamente buscadas y traídas desde Andalucía. La lección de esencialidad, intimidad y lirismo que Sorolla había aprendido en los patios y jardines andaluces, queda