La Iglesia de Jesucristo – 3ª parte

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Iglesia Nueva Apostólica Internacional
La Iglesia de Jesucristo – 3ª parte
En la sucesión anterior fueron presentadas las imágenes del Nuevo Testamento
sobre la Iglesia de Cristo. Esta sucesión se ocupa de la naturaleza de la Iglesia y
de los cuatro rasgos característicos que le pertenecen sin excepción, que son:
unidad, santidad, universalidad y apostolicidad.
La Iglesia de Jesucristo – un misterio
Todo lo que la Iglesia es y será, se apoya en la palabra, la obra y el ser de Jesús. Jesucristo
es verdadero Dios y verdadero hombre, es decir, presenta dos naturalezas. Este misterio
queda insondable. Así también, el ser de la Iglesia de Cristo es un misterio insondable;
también ella es un misterio, también ella tiene doble naturaleza y únicamente es concebible
en la fe.
A través de Jesucristo, el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre puede ser
partícipe de la salvación. Esta buena nueva debe ser predicada y difundida por Apóstoles
(comparar con 1 Timoteo 2:5-7). En la palabra de la prédica, el obrar del Espíritu Santo
revela de diferentes maneras la palabra de Cristo, y por oír esta palabra surge la fe
(comparar con Romanos 10:16-17). Así, anunciando el Evangelio la Iglesia toma parte en
la mediación de Cristo.
En su ser, la Iglesia de Cristo se remite a la doble naturaleza de Jesucristo. Su naturaleza
divina está escondida o invisible, mientras que su naturaleza humana es visible o manifiesta. En su naturaleza humana, Jesús envejecía igual que todos los demás hombres,
tenía dolores y miedos, sentía hambre y sed. Por lo tanto, tomaba parte del destino del
hombre en general, sin embargo, no fue vencido por la pecaminosidad.
La Iglesia de Cristo también tiene un lado escondido o invisible y otro visible o manifiesto.
Ambos lados de la Iglesia de Cristo no pueden ser separados en lo más mínimo, como
tampoco lo pueden ser ambas naturalezas de Jesucristo. Van indisolublemente juntos, a
pesar de que se diferencian entre sí.
El lado escondido de la Iglesia, al igual que la naturaleza divina de Jesucristo, es
indescriptible, pero su existencia se puede percibir en los efectos de salvación de los
Sacramentos y de la palabra de Dios. En el lado escondido de la Iglesia, al que pertenecen
todos los que han sido bautizados de la debida forma, que creen verdaderamente y que
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siguen al Señor, existen los cuatro rasgos característicos de Iglesia (unidad, santidad,
universalidad y apostolicidad) de modo perfecto. A este lado de la Iglesia hace referencia
el tercer artículo de la Confesión de fe.
El lado manifiesto de la Iglesia de Cristo, al igual que el hombre Jesús, toma parte en la
historia universal de la humanidad. Pero contrariamente a Él, los hombres que actúan en
la Iglesia están sujetos al pecado. Por esa razón, en la Iglesia también se pueden ver
errores, equivocaciones y desaciertos, propios del género humano. Sin embargo, las
deficiencias de la Iglesia visible no pueden dañar o destruir a la Iglesia invisible y perfecta,
aquella Iglesia en la cual se cuentan los verdaderamente creyentes y escogidos.
El hecho de que la Iglesia visible y la invisible estén entrelazadas una con la otra y al mismo
tiempo separadas, únicamente se puede concebir por la fe. La forma visible de la Iglesia,
es decir, la Iglesia de Cristo en su realización histórica, no es la meta de la fe sino la
instancia en la cual actualmente se puede experimentar salvación y vivir la cercanía
de Dios.
La fe en la Iglesia que es una, santa, universal y apostólica
La Iglesia de Jesucristo fue instituida por el Señor mismo sobre la tierra; en ella se puede
acceder a la salvación. Las personas que le pertenecen han sido llamadas por Dios a la
comunión eterna con Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En la Iglesia se venera a
Dios; el centro de la vida en la Iglesia es el Servicio Divino.
La Iglesia de Cristo está escondida en su ser espiritual y su perfección, y únicamente es
concebible en la fe. En la realización histórica, no obstante, se la puede reconocer y
experimentar. En el tercer artículo de la fe se profesa: “Yo creo en […] la Iglesia, que es
una, santa, universal y apostólica...“. Consiguientemente, la Iglesia es objeto de la fe.
En los primeros tres artículos de la fe se profesa la fe en Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. De la misma manera, desde tiempos inmemoriales los cristianos profesan la fe en
la Iglesia. De esto queda en claro que la Iglesia no es nada exterior, nada secundario,
sino es uno de los contenidos básicos de la fe cristiana. Sin la Iglesia no es posible el ser
cristiano.
Los rasgos característicos de la Iglesia (Notae ecclesiae)
En la confesión de Nicea-Constantinopla se afirma que la Iglesia de Cristo es una, santa,
universal y apostólica.
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La Iglesia es “una“
El profesarse a la Iglesia que es una viene de la fe en Dios que es uno. El trino Dios
establece y sostiene a la Iglesia que es una, a través del Padre que ha enviado al Hijo, a
través de Jesucristo que está vinculado permanentemente con la comunidad como la
cabeza del cuerpo, y a través del Espíritu Santo que está activo en la Iglesia de Cristo.
Por lo tanto, la Iglesia de Cristo da testimonio de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo.
Jesús mencionó la unidad de unos con otros y el amor de unos a otros como señal
característica de aquellos que le pertenecen y le siguen (comparar con Juan 13:34;
17:20-23). Las diferencias entre los miembros de la Iglesia carecen de importancia; se
logra la unidad. El participar juntos y el estar unos para otros en el cuerpo de Cristo tiene
su razón en el amor, el “vínculo perfecto“ (comparar con Colosenses 3:14).
Así se manifestó el ser de Dios en la Iglesia: “Dios es amor; y el que permanece en amor,
permanece en Dios, y Dios en él“ (1 Juan 4:16).
La Iglesia es “santa“
La Iglesia de Cristo es santa por los actos de santificación de Dios en el sacrificio de Cristo
y por el obrar del Espíritu Santo en la palabra y los Sacramentos. Estos actos de santificación se llevan a cabo en el creyente durante el Servicio Divino.
La santidad de la Iglesia de Cristo tiene su base únicamente en el trino Dios y no en los
hombres que pertenecen a la Iglesia. En la oración sacerdotal, el Señor expresa que Él
mismo se santifica para sus Apóstoles, “para que también ellos sean santificados en la
verdad“ (Juan 17:19). En este proceso de santificación que Él mismo lleva a cabo, incluye
a la comunidad (Juan 17:20).
Hebreos 10:10 hace alusión a la santificación a través del sacrificio de Jesús: “En esa
voluntad [de Dios] somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha
una vez para siempre“.
El Apóstol Pedro llama a los creyentes nación santa (comparar con 1 Pedro 2:9-10). Esto
lo dice a pesar de que los creyentes son personas que tienen errores. Su pecaminosidad
no anula la santidad de la Iglesia.
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La Iglesia es “universal“
En el contexto histórico, “universal“ (“católico”) significa que no hay límites para la prédica
del Evangelio. Esto está expresado en el envío del Resucitado a sus Apóstoles (comparar
con Mateo 28:19; Marcos 16:15; Hechos 1:8). Jesucristo y su Iglesia están para la gente
de todas las naciones, tanto para los que viven como para los muertos (comparar con
Romanos 14:9). La voluntad divina de salvación universal adquiere en la Iglesia una forma
que se puede experimentar directamente.
La Iglesia de Jesucristo es general y universal. Ella existe en el mundo de aquende y en el
de allende, es presente y futura. Si es percibida actualmente como instancia para transmitir
salvación y comunión con Dios, en su consumación se manifestará la naturaleza
escondida de la Iglesia, garantizando la vida en salvación plena y en comunión directa
con Dios.
La Iglesia es “apostólica“
La Iglesia de Cristo es apostólica en dos aspectos: se anuncia en ella la doctrina apostólica
y está activo en ella el ministerio apostólico.
La doctrina apostólica es el mensaje genuino de la muerte, la resurreción y el retorno
de Cristo conforme a la doctrina de los Apóstoles del primer tiempo del cristianismo, así
como lo testifica el Nuevo Testamento y fue vivido por los primeros cristianos (comparar
con Hechos 2:42).
El ministerio apostólico es el ministerio de Apóstol dado por Cristo y guiado por el
Espíritu Santo con sus plenos poderes: anuncio del Evangelio, administración de los
Sacramentos, perdón de los pecados (comparar con Mateo 28:19; Juan 20:23).
Por lo tanto, la apostolicidad de la Iglesia consiste en que continúa anunciando la doctrina
apostólica de la que da testimonio la Sagrada Escritura, y en que el ministerio de Apóstol
se hace realidad históricamente en los Apóstoles que están activos actualmente.
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