La rebelión villista en Jalisco: sus actores, acciones y motivos

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La rebelión villista en Jalisco: sus actores,
acciones y motivos
Samuel O. Ojeda Gastélum1
Introducción
El propósito de este trabajo es adentrarse en el análisis de un conjunto de actores
que vivieron inmersos en el proceso que vivió la sociedad jalisciense cuando la
Revolución Mexicana hizo acto de presencia en la entidad. Específicamente
aquellos que se acuerparon dentro del villismo, una de las grandes facciones
revolucionarias que se crearon a partir del proceso de escisión ocurrido entre los
contingentes revolucionarios durante y tras la derrota del efímero gobierno de
Victoriano Huerta.
Los principales protagonistas locales adheridos al villismo, así como los
contingentes humanos que confluyeron en torno a propósitos similares, han
generado variadas impresiones dentro de la historiografía regional. Muchos de
ellos son evocados como temibles bandoleros que fueron tenazmente
perseguidos por las fuerzas constitucionalistas. Por su accionar, han
incursionado en la historia, la literatura y la leyenda de Jalisco. Sin embargo,
quienes han abordado, desde distintos géneros, la presencia de estos actores se
han centrado en su controvertida personalidad y el trágico desenlace final de
sus vidas. Mi pretensión es destacar la connotación que tuvieron los jefes y
contingentes villistas dentro del espacio histórico jalisciense, retomándolos
bajo una óptica distinta, no solo como protagonistas sino como actores
sociales, y específicamente como componentes de una oposición inserta dentro
del tejido social de la época.
Bajo la premisa de que no se puede explicar cabalmente la trayectoria y
significación del bandolerismo y la rebeldía jalisciense, así como a los villistas
en particular, si no reemprendemos su análisis a partir de su contextualización
dentro del tiempo, espacio y relaciones sociales que los nutrieron.
––––––––––––––
1
Profesor-investigador de la Facultad de Historia, UAS.
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El estudio de la Revolución en Jalisco y la etapa constitucionalista en
particular, requiere no limitarse al análisis de las reformas y acciones políticas
establecidas por la revolución hecha gobierno, tras el arribo del Ejército del
Noroeste a la entidad; necesita ser ampliado, incorporando los rasgos sociales,
ideológico y culturales de los villistas que, si bien no fueron figuras
fundamentales del período, dejaron significativas huellas en la entidad,
reflejando mucho del sentir de los jaliscienses frente a la presencia de la
revolución.
La rebelión villista en Jalisco pretendo explicarla de acuerdo con sus
objetivos, conducta o creencias. Entender las actitudes colectivas de las
multitudes rebeldes, a partir de no considerarlas irracionales o criminales a
priori, sino explicar las razones y creencias generalizadas que guiaron su
accionar.
Los sucesos y sus actores
En 1913, tras la destitución y asesinato del presidente Francisco I. Madero,
varios de los exdirigentes revolucionarios que habían secundado el Plan de San
Luis, volvieron a levantarse en armas contra el gobierno de Huerta: Pedro
Zamora cobró fuerza en la zona de Autlán; Eugenio Aviña por los rumbos de
Ciudad Guzmán; Julián Medina en Hostotipaquillo y toda la zona de Tequila;
Julián del Real adquirió notoriedad en Ameca; siguiendo los mismos pasos, otros
jefes rebeldes comandaron pequeñas partidas que pusieron en jaque múltiples
puntos del estado como Zapotlanejo, Yahualica, Tepatitlán, Colotlán, Tecolotlán,
entre otros.
Los sucesos nacionales y estas expresiones locales de rebeldía, pronto,
modificaron la estabilidad del estado. La presión constitucionalista sobre el
régimen adicto a Huerta y la respuesta de éste ante los ataques rebeldes
alteraron la vida habitual de los jaliscienses: los “sorteos de sangre”, levas,
acordadas, reclutamientos forzosos y saqueos, crearon un virtual ambiente de
guerra en la entidad. Ante tal panorama, la casta político-religiosa acuerpada en
torno al Partido Católico se esforzaba por apartar a los jaliscienses del influjo
revolucionario.
En junio de 1914, el avance triunfal de los constitucionalistas desde el
noroeste alcanzó tierras jaliscienses. Tras la toma de la ciudad capital, el alto
mando constitucionalista designó al gral. Manuel M. Diéguez como
gobernador y comandante militar de Jalisco, ignorando la junta revolucionaria
local, establecida para definir el curso de la revolución en la entidad.
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El nuevo gobierno inició su gestión recabando un préstamo
extraordinario aplicable a particulares y el clero. La inconformidad de la
sociedad tapatía se hizo presente, aunque se expresó de manera muy limitada.
La oposición más dinámica fue escenificada por el clero, al desplegar una
campaña de descalificación y una tentativa de complot contra el gobierno
constitucionalista. Por tal motivo, más de un centenar de religiosos son
apresados y muchos de ellos expulsados de la entidad.
En estas fechas, la situación de la población jalisciense no era nada
halagadora. El campo padecía los efectos del saqueo y el reclutamiento
forzoso llevado a cabo por los dos bandos en disputa. Las haciendas eran
abandonadas y los peones mal pagados; los productos de primera necesidad
escaseaban; la industria enfrentó dificultades productivas y laborales; los
precios se incrementaron significativamente. Ante la negativa al llamado
gubernamental para conservar precios justos, varios comerciantes se hacen
acreedores a fuertes multas. El clero y diversos propietarios renuentes a pagar
la contribución extraordinaria, padecieron la confiscación de sus bienes. Estas
medidas pronto se reforzarían con la incautación de edificios eclesiásticos para
convertirlos en escuelas, y con ello fomentar la secularización de la enseñanza
elemental y la legalización del divorcio, entre otras.
Este panorama se observaba en la entidad al momento de realizarse la
Convención de Aguascalientes. Entre los revolucionarios jaliscienses asistentes
a esta memorable junta revolucionaria figuraron el general Julián C. Medina y,
en representación del gobernador Manuel M. Diéguez, el teniente coronel
Fermín Carpio. Uno y otro ocuparon bandos distintos al momento de
aprobarse los desconocimientos de Francisco Villa, como jefe de la División
del Norte, y de Venustiano Carranza como Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista, encargado del poder ejecutivo. El primero a favor, el
segundo en contra. Con esa votación se expresó la división que se hizo
patente entre los revolucionarios jaliscienses.
Los efectos de esta ruptura pronto se expresaron en la entidad. En poco
tiempo, la proliferación de villismo fue impresionante. Al seno de las fuerzas
revolucionarias de Jalisco se inició un proceso de desbandada. Un gran
número de jefes y oficiales se separaron con todo y tropa, dejando a las fuerzas
leales a Venustiano Carranza en notoria debilidad. Los escindidos se
proclamaron convencionistas y establecieron su centro de operaciones en el sur
de la entidad.
A las fuerzas que operaban en el estado, se sumaron las columnas
villistas desplazadas desde el bajío. Lo anterior provocó que los
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constitucionalistas evacuaran la capital tapatía y se replegaran hacia el sur de
Jalisco. Las fuerzas de Villa tomaron Guadalajara en diciembre de 1914 y
designaron como gobernador a Julián C. Medina. Al tiempo que el gobierno de
Manuel M. Diéguez se establecía en Ciudad Guzmán, desde donde los
constitucionalistas reemprendieron la reconquista de Guadalajara, lo cual
lograron el 18 de enero de 1915. Este rápido retorno al poder se explica porque
los constitucionalistas se reforzaron con la 2ª División del Noroeste, que arribó
proveniente de Toluca; también aprovecharon que Villa había salido de
Guadalajara con destino a la ciudad de México, dejando a Medina disminuido.
A mediados de febrero, los convencionistas tomaron de nuevo la capital
jalisciense, con el beneplácito del clero, hacendados, comerciantes, políticos
tradicionales y buena parte de las clases bajas de Guadalajara, apoyados por el
regreso de miles de soldados villistas al mando del propio Centauro del Norte.
Las fuerzas de Diéguez emprendieron la huida hacia el sur, hasta refugiarse en
Colima. Las tropas de Villa detuvieron su tenaz persecución y partieron
rumbo al noreste del país para apoyar la campaña que desarrollaban sus
compañeros de lucha en aquella región. Lo anterior permitió que las fuerzas de
Diéguez se reagruparan y reforzaran, para que en abril recuperaran
definitivamente la capital tapatía.
Pese a la recuperación de la capital, los contingentes villistas locales
constituían núcleos sólidos y numerosos que continuamente ponían en jaque a
las autoridades estatales y municipales. Los grupos armados continuaban
operando en la zona rural, ejerciendo su fuerza y hegemonía en varias
comunidades. Para desactivar esta amenaza se ejercieron dos medidas: se
promulgó una amnistía en el Estado, que beneficiaría a soldados y oficiales
villistas; por otra parte, se emprendió un gran operativo militar para lograr su
aniquilamiento. Numerosos rebeldes se acogieron a esta ley de amnistía, entre
ellos Julián del Real, Leocadio Parra, Julián Medina y hermanos, entre otros.
Algunos amnistiaron y dispersaron a cientos de sus seguidores, otros, en
cambio, se pasaron al constitucionalismo con sus reducidas tropas para
combatir a sus antiguos compañeros de lucha.
No obstante, la amenaza villista continuaba. Pedro Zamora, Roberto
Moreno, Saturnino Medina, Pedro Chávez, continuaron insubordinados ante
las autoridades y al frente de cientos de rebeldes desplegaban sus acciones en
el sur jalisciense y en el norte del vecino estado de Colima, donde el
enfrentamiento con las fuerzas constitucionalistas iba acompañado de
asesinatos, raptos y saqueos. A pesar de que sus acciones ofensivas fueron a la
baja y tendieron a adoptar un claro corte defensivo, no por ello disminuyó su
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peligrosidad y capacidad de liderazgo. Baste señalar que durante la segunda
mitad de 1916, Zamora capitaneaba una fuerza superior a mil hombres.
También deben contarse una diversidad de pequeños grupos de alzados que
combinando –en diversos grados– rebeldía y bandolerismo, asolaban
intrincados caminos, haciendas y rancherías apartadas.
Sin embargo, el despliegue bélico era cada vez más limitado. Las derrotas
se volvieron más frecuentes; importantes jefes villistas perdieron la vida en
esos combates. Lo anterior provocó que el liderazgo se concentrara en Pedro
Zamora, quien continuó enarbolando las banderas villistas, acaudillando un
nutrido grupo que lo acompañó en su iracundo accionar hasta que abandonó
las armas en 1920. Con este hecho, se apagó la llama rebelde en Jalisco; pero
sólo de manera transitoria, ya que en años posteriores, las tierras recorridas por
los villistas volverían a ser escenario de nuevos enfrentamientos bajo el
amparo de la rebelión cristera.
Algunos protagonistas
Una de las principales figuras villistas fue Pedro Zamora, hijo de campesinos del
sur jalisciense. Desde joven se dedicó al comercio ambulante en su región de
origen. Se incorporó a las fuerzas maderistas en la entidad y, más tarde, optó por
combatir bajo las banderas constitucionalista, donde aceptó la jefatura de Lucio
Blanco. Cuando Blanco se plegó a los acuerdos convencionistas, Zamora hizo lo
mismo.
Pedro Zamora encabezó las primeras manifestaciones de ruptura entre el
bando revolucionario. En octubre de 1914 recorrió varias poblaciones del sur
del estado reclutando hombres y caballos, con la finalidad de nutrir las filas de
los partidarios de la Convención, en sus arengas proclamaba la libertad
religiosa, ganando numerosos adeptos inconformes por el anticlericalismo de
Diéguez. A Zamora lo acompañaba el padre Corona, ambos acaudillaban el
grupo armado. La composición numérica de su grupo armado fue oscilante,
regularmente sumaba varios cientos. En tiempos de gran pujanza superaba los
mil integrantes.
Zamora fue un rebelde indómito que proclamó su adhesión al villismo
hasta 1920, año en que depuso las armas. A lo largo de todo su accionar se
caracterizó por practicar raptos, saqueo y extorsión.
Entre los militares disidentes figuró José María Morales Ibarra, exjefe de
mando de las fuerzas armadas del gobierno huertista en Michoacán y jefe del
2do. batallón de Jalisco del Ejército del Noroeste. Morales desertó para
sumarse a la oposición villista, se llevó consigo a gran parte de la fuerza bajo
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su mando. Entre sus seguidores iba el ingeniero Salvador Jiménez Loza,
diputado jalisciense, fungiendo como su secretario particular; además lo
acompañaban algunos vecinos de la capital tapatía, entre los que figuraban
empleados estatales. Sus acciones se desarrollaron, en mayor medida, rumbo a
los altos de Jalisco. En sus arengas públicas, José Morales enarbolaba la
bandera de la religión, como único medio para tener un buen gobierno.
Julián del Real fue otro militar que engrosó las filas convencionistas.
Desde su empleo de operario en el mineral de Etzatlán, Jalisco, se levantó en
armas a favor de la causa maderista. Dos años más tarde, al frente de 300
hombres, volvió a hacer lo mismo en Ameca, ahora contra el gobierno de
Huerta. Ante la ruptura revolucionaria se unió a los villistas, donde permaneció
combatiendo hasta octubre de 1915, fecha en que aceptó amnistiarse al tiempo
que se incorporó a las filas constitucionalista. Se enfrentó ante sus antiguos
excompañeros por corto tiempo, pues a principios de 1916, tras una
confrontación con soldados constitucionalistas, fue juzgado y fusilado.
Julián Medina era originario de Hostotipaquillo. Provenía de una familia
económicamente precaria. Para 1910 era empleado de la empresa minera
establecida en Etzatlán. En este lugar se enroló en las filas maderistas. Al año
siguiente fundó el Club Liberal de Obreros Benito Juárez; posteriormente fue
electo presidente municipal de su lugar de origen. Se levantó en armas contra
el gobierno de Huerta, nutriéndose con muchos mineros de la localidad. Al
participar en la Convención de Aguascalientes se pronunció a favor de
Francisco Villa. Tras la ocupación de Guadalajara por los convencionistas,
Francisco Villa lo designó gobernador del estado, puesto que desempeñó
durante algunos meses.
Durante su corto mandato, Medina se distinguió por establecer un nuevo
impuesto de guerra, aceptado por los hacendados y comerciantes; distribuir
alimentos entre la población más pobre y necesitada; bajar los precios de
artículos de primera necesidad; multar a comerciantes especuladores;
establecer la circulación forzosa de la moneda y billetes villistas; realizar
recorridos por las poblaciones y comunidades a fin de conocer sus necesidades
más apremiantes. Todo ello en el marco de tensiones y desequilibrio social que
generaban estos tiempos agitados y turbulentos.
Una vez que fue desplazado del poder por Diéguez, continuó
combatiendo e intentó recuperar Guadalajara sin éxito. A principios de 1916
aceptó el ofrecimiento de amnistía –junto con sus hermanos–, y salió del país,
desterrándose a Estados Unidos.
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Roberto Moreno era un prominente hacendado de la región de Unión de
Tula. Padeció las continuas extorsiones de los militares en su hacienda San
Clemente, tal situación lo orilló a tomar las armas y conformar un grupo de
defensa armado. Al levantarse en armas propagó entre sus trabajadores que la
revolución se iba apoderando de las haciendas y mandaba retirar a los
trabajadores, por lo tanto, para defenderse era necesario armarse y seguirlo
para pelear. Llamado que encontró oídos receptivos en muchos de sus
empleados.
Las acciones de Moreno subieron de tono al conjuntar esfuerzos con
Pedro Zamora; ello le permitió ejercer dominio sobre una amplia zona del sur
de Jalisco e irradiar su accionar a las tierras colimenses. A pesar de ser todo un
hacendado, en las áreas donde imponía su control y dominio, impulsaba la
desaparición de las tiendas de raya y que se les perdonaran las cuentas
pendientes a los peones y labradores.
Moreno no aceptó los ofrecimientos de amnistía y continuó combatiendo
hasta 1917, fecha en que ocurrió su muerte.
José Sánchez Gómez, figuró como otro integrante destacado de las filas
villistas. Era agricultor y comerciante de la región de La Huerta, donde gozaba
de prestigio y cierto cacicazgo local. Adoptó una actitud rebelde ante las
incautaciones sufridas a sus bienes por parte de las tropas constitucionalistas.
Si bien utilizó métodos tradicionales para financiar su campaña como la
imposición de préstamos forzosos, se distinguió por aplicarlos con más
equidad. Hacía un uso moderado de la violencia y no toleraba los desmanes de
sus seguidores. Lo anterior le ganó apoyo y encubrimiento por parte de los
habitantes de la comarca, hecho que le permitió sortear todas las ofensivas
militares en su contra hasta que se amnistió en 1920.
Uno de los lugartenientes más conocidos de Pedro Zamora fue Saturnino
Medina, oriundo de la región de Unión de Tula. Se distinguió por sus prácticas
bandoleras y la crueldad que aplicaba a cada una de sus acciones. Murió en
combate en 1916. Otro de los famosos lugartenientes de Zamora fue José
Covarrubias. Este jalisciense, originario de Juchitlán alcanzó notoriedad
porque sus acciones bandoleras se acompañaban de raptos de jovencitas de los
sitios donde atacaban. Permaneció leal a Zamora hasta el final, amnistiándose
al mismo tiempo.
En la zona de Tapalpa, Jalisco, las filas convencionistas se nutrieron
desde otras trincheras. Desde 1914, Justo Hueso se adhirió a las fuerzas
villistas comandadas por Pedro Zamora. Justo era miembro de una distinguida
familia de Tecolotlán; él mismo era dueño de la hacienda La Capula, ubicada
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en Chiquilixtlán. Tenía como un sólido aliado a su hermano Jesús, párroco de
Tapalpa, quien ante el anticlericalismo constitucionalista realizó propaganda a
favor del villismo y terminó nutriendo sus filas, al igual que otros clérigos.
Otros actores que se sumaron a esta oposición fueron integrantes del
Partido Católico, quienes encontraron las condiciones propicias para salir a la
palestra con banderas desplegadas y proyectos muy precisos, aunque
entremezclados con este amplio espectro opositor.
La actuación de los villistas
Respecto a las causas de la rebelión, es claro que existieron motivos evidentes e
inmediatos. Ellos son una clave para ahondar en la naturaleza de un conflicto.
Sin embargo, aun cuando haya motivos que salten a la vista, se deben explorar
aquellos que permanecen bajo la superficie, máxime si están implicados
individuos de diferentes clases sociales, los cuales pueden tener distintas
motivaciones. En un conflicto o movimiento social existirán razones o motivos
dominantes y subyacentes. La imbricación de ellos o el predominio de uno
determina la magnitud y sentido de las acciones realizadas.2
El nivel de aprehensión de esta realidad permite establecer como factores
que articularon la inconformidad local a la dominación política, imposiciones
ideológicas, erosión de autonomías locales, disposiciones fiscales, vejaciones y
abusos militares realizados por los constitucionalistas. Acciones que afectaron
los intereses, vida social, costumbres, y vida cotidiana de gran parte de la
población jalisciense. Esta inconformidad permitió la aglutinación bajo la
bandera villista a individuos de orígenes y ubicación social diferente. Por ello,
se estructuró una oposición multiclasista y polivalente. Dicha oposición
simbolizó el surgimiento de una alianza tácita no avizorada por ninguno de los
autores, donde coexistieron intereses disímbolos. El rasgo dominante entre los
villistas jaliscienses no fue retomar aspiraciones populares o agraristas; su
sostén estuvo permeado por el provincianismo que campeaba entre la sociedad
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2
Para encontrar las causas del comportamiento de los sujetos, se necesita analizarlos no
sólo a partir de su ubicación económica, sino de su formación cultural, sus experiencias,
tradiciones, mentalidad religiosidad y origen; a fin de no caer en un reduccionismo económico que
elimine las complejidades de motivación, conducta y función de los hombres al seno de una
sociedad. Partiendo de estas pautas, es imperioso emprender un análisis de dichas acciones y
rebeliones centrando su atención en las motivaciones y medios utilizados para legitimar su
comportamiento; específicamente, en los medios simbólicos que dan significado a su proceder.
Para así entender su grado de unidad no solo por ideas o creencias generalizadas sino por el peso
que lemas como: ¡Viva Villa, Viva la Religión!, juegan en la unificación de la multitud misma, y
la manera en que moldean y dirigen su opinión y acción.
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jalisciense; actitud asumida contra “lo externo”, expresado en el
constitucionalismo, al menos en sus fases más álgidas, antes de su devenir
bandolero. Por ello, parece existir un rasgo medianamente común entre buena
parte de los sublevados: su incursión en la contienda bélica se adoptó como
una lucha de locales contra los de fuera.
Esta conducta humana se genera en un espacio donde la clase media es
débil y la influencia de la Iglesia católica es fuerte; región caracterizada por la
existencia de comunidades urbanas y campesinas notablemente resistentes y
hostiles a las nuevas ideas provenientes del norte del país. Esta sociedad
mayoritariamente rural, defiende su vida autónoma, solo permeada por
caciques locales, los derechos consuetudinarios, el temor ante un yugo central
y el incierto futuro a que conducirían los constitucionalistas. Por su parte, la
Iglesia incorpora –ya sea en lo individual o indirectamente– su
conservadurismo político, proclamando su adhesión al orden establecido y a
las formas tradicionales de vida, en contra de los ataques de los jacobinos,
ateos u otros elementos extraños.
Las actuaciones típicas de los villistas jaliscienses se sintetizaron en que
su descontento lo patentizaron mediante su adhesión a uno de los bandos
revolucionarios en disputa, en tiempos cuando éste se presentó dotado de una
gran fama y como una opción real para hegemonizar la vida nacional. En
cuanto la correlación de fuerzas cambió, muchos se amnistiaron o simplemente
abandonaron la lucha armada.
En estos tiempos de predominio del villismo local, su actuación hacia el
resto de la población se caracterizó por tender puentes de simpatía, apoyo y
adhesión, donde la defensa de la libertad religiosa fungió como su "cemento
unificador". Los rebeldes villistas no impusieron su autoridad u obtuvieron la
aprobación de la mayoría por medio del terror o la violencia destructiva; en
sus poblaciones de origen y zonas donde operaron, se fomentó un vínculo de
simpatía e intereses comunes entre la minoría activa y los muchos "inactivos".
A medida que la correlación de fuerzas les resultó adversa, sus acciones
se alejaron de la legitimidad social, hasta devenir en su práctica bandolera,
fincada en aspiraciones clientelares, o darle salida a rivalidades, venganzas o
aspiraciones personales; la incorporación de muchos jaliscienses al bando
convencionista más que adoptar rasgos de bandolerismo social,3 se debió a que
les significaba una forma de subsistir. Una forma efectiva para demandar su
participación en los beneficios de una sociedad que les daba pocas
oportunidades de prosperar.
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3
Véase Eric Hobsbawm, Bandidos, Barcelona, Ariel, 1976.
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En su etapa inicial, entre los distintos grupos e individuos adheridos a las
acciones militares adjudicadas como villistas, si bien aglutinados en torno a un
enemigo común, cada cual tenía sus propias construcciones ideológicas,
motivaciones e intereses. En estos meses se caracterizó por un eclecticismo
desenfrenado, que toleraba a cualquier poder o interés local que le ofreciera
fidelidad o le prometiera ventaja efímera. Su grado de homogeneidad aumentó
al tiempo que se convirtieron en una guerrilla de claro corte defensivo.
Importantes líderes rebeldes se alejaron de la contienda cuando la
presencia beligerante quedaba atrás y se modificaba la correlación de fuerzas;
entre mediados de 1915 y principios del año siguiente, ocurrieron las
solicitudes de amnistía de los jefes villistas: Espiridión Preciado, Julián del
Real, Ricardo Marchain, Juan Garibaldi, Miguel Vargas, Eulogio Silva, N.
Godínez, Juan Puertas, Isidro Cárdenas, Daniel C. Gutiérrez, N. Rendón, y
Julián, José y Jesús Medina, entre otros; así como diversos funcionarios,
empleados y profesores jaliscienses que secundaron al gobierno de Medina.
Buena parte de los jefes militares se pasaron al bando carrancista alegando
estar luchando por una causa injusta debido a engaños y reconociendo rectitud
en los principios constitucionalistas; los menos permanecieron neutrales ante la
contienda bélica o sencillamente abandonaron la región. Dentro de los rasgos
característicos de estos personajes se encuentra, ya sea una breve práctica
militar previa unida al constitucionalismo, o su intención de ser partícipes en la
conducción de la vida política-administrativa de la entidad.
En lo tocante a quienes rechazaron el ofrecimiento de amnistía, se denota
la presencia de rebeldes de origen bandolero, así como representantes de
intereses de hacendados o del clero rural. Hacendados u agricultores prósperos
como Roberto Moreno, José Sánchez Gómez y Justo Hueso; al lado de
humildes hombres de campo como Pedro Zamora, Saturnino Medina, José
Covarrubias, Leovigildo Pelayo, José Valle, Nicolás Soto, Francisco Quintero,
etcétera. Sus prácticas dominantes son la toma sorpresiva de pueblos, el
saqueo y la imposición de préstamos forzosos. Sus bases sociales son más
débiles o tienden a diluirse a medida que se acrecentaban este tipo de acciones.
Por otra parte, los vínculos e identificaciones de sectores de la población
jalisciense con los villistas eran sumamente notorias. Baste señalar que durante
el ataque y derrota que infringieron los villistas a las fuerzas de Diéguez en
Sayula, los pobladores locales contribuyeron al enfrentamiento abriendo
puertas y zaguanes para que los rebeldes ocuparan los techos de sus casas y
tuvieran una mejor posición de tiro, también les facilitaron escaleras para el
mismo propósito.
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Otra muestra de apoyo se puede encontrar en la actitud del pueblo de
Mascota, Jalisco, donde por conducto de un emisario norteamericano
dirigieron una misiva al alto mando constitucionalista avalando la iniciativa de
Del Real, destacando que de aceptarse su amnistía, ellos mismos se pasarían al
bando constitucionalista. Esta actitud se tomó como si la República de San
Marino impusiera condiciones a Alemania.
Una actitud similar mantenía el pueblo de Ejutla, donde los
constitucionalistas encontraron que se rezaban oraciones por el regreso de Villa
y que muchos animales domésticos llevaban el nombre de sus altos jefes
militares.
Asimismo, la prensa de la época consignaba la tenaz labor que realizaban
las maestras auxiliares de la Escuela Modelo de Guadalajara a favor de la
causa villista; así como los clamores y quejas que lanzaban los hombres de las
altas clases sociales de Guadalajara, censurando al nuevo régimen y pidiendo
la llegada de Francisco Villa para salvación de la sociedad aristocrática y la
Iglesia, tras el cierre de templos, expulsión de sacerdotes y dureza con que se
trataba a hombres prominentes del lugar.
En términos generales, la población creía que con el triunfo de Francisco
Villa se garantizaría el regreso a sus formas de vida anterior, alterada con la
llegada del constitucionalismo.
¿Un comportamiento racional?
En este nivel de la descripción del fenómeno villista en Jalisco, bien vale
reflexionar un poco sobre las bases en que se fincó este accionar humano, su
sentido y congruencia con la realidad social y aspiraciones, en términos de la
racionalidad de sus actores.
Para esto es sumamente útil recoger algunas de las consideraciones que al
respecto nos brinda Jon Elster, quien considera que para explicar una acción se
requiere observarla como el resultado de dos operaciones: la oportunidad y los
deseos, remarcándonos que no siempre se puede apelar a estos dos elementos.
A veces las restricciones son tan rigurosas que no queda espacio para lo
segundo.4
La oportunidad está marcada por las restricciones físicas, económicas,
legales y psicológicas que enfrenta el individuo, es decir son de carácter
externo y objetivo. Si lo anterior lo trasladamos al caso del inicio de la rebelión
villista en Jalisco encontramos que hasta antes de la gran ruptura entre las dos
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4
Jon Elster, Tuercas y tornillos. Una introducción a los conceptos básicos de las ciencias
sociales, Barcelona, Gedisa, 1996.
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facciones revolucionarias (villistas y carrancistas) la marginación de que
fueron objeto los revolucionarios locales por parte los grandes jefes del
constitucionalismo (Venustiano Carranza y Álvaro Obregón) al establecer
nuevos poderes militares y políticos, no desencadenó ninguna expresión
significativa de disidencia. Como tampoco ocurrió con pobladores rurales y
hacendados ante los constantes saqueos y vejaciones sufridas de manos de las
tropas y jefes del Ejército del Noroeste. Lo más que realizaron fue enviar, o
cartas de denuncia o peticiones de restitución ante las autoridades establecidas.
Sin embargo, al conocer la ruptura revolucionaria y la clara gran
posibilidad que Francisco Villa consolidara su hegemonía a nivel nacional
mediante el triunfo sobre los constitucionalistas, dado el poderío militar,
posición estratégica de sus fuerzas en la geografía nacional, así como su gran
prestigio militar, la inconformidad que existía en las filas revolucionarias
locales afloró y rápidamente colocó a los constitucionalistas en jaque. Al
conocer o sentir los efectos de esta ruptura, pobladores, hacendados y clérigos
dieron rienda suelta a ese deseo reprimido de liberarse y expulsar de sus tierras
a unos militares extraños, que practicaban y profesaban conductas ajenas a su
vida local, sumándose a la contienda armada para la salvaguarda de sus
intereses e ideas.
Es decir, la oposición al constitucionalismo en Jalisco presentó tintes
armados, no porque la sociedad local tuviera una vasta tradición, experiencia y
condiciones de dar un paso de esa magnitud; se expresó, incentivada y
condicionada, en mucho, por la propagación alcanzada por el villismo en el
occidente mexicano, gracias a la gran movilidad y fuerza alcanzada por la
División del Norte en el plano nacional. Fueron estas dinámicas externas las
condicionadoras de su devenir, de su explosión abrupta. Este elemento fue
básico para modificar (y hasta trasmutar) el carácter de la inconformidad y la
protesta de una sociedad sin tradición de reacción colectiva y violenta.
Sin embargo, por este mismo motivo, tras las grandes derrotas del
villismo en el plano nacional, y su proceso de desarticulación como una gran
coalición nacional para expresarse como un movimiento regional, condujo a
que numerosos rebeldes consideraran que su éxito era improbable y optaran
por pactar su amnistía, máxime cuando la gran fuerza del villismo se
encontraba muy lejana para apoyar sus acciones. Para muchos, el reingreso al
constitucionalismo era una oportunidad de recomponer sus liderazgos e
influencia local. Resulta evidente que varios rebeldes que recurrieron a dicha
amnistía se convirtieron en jefes militares de las regiones donde operaban bajo
las siglas villistas. El peso que jugaron aparentes sentimientos regionalistas
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sobre las oportunidades e intereses individuales, de momento no se pueden
valorar por lo incipiente de la observación del tema, pero es obvio que su
imbricación en tiempos de conflicto o guerra se acentúan considerablemente.5
Estas actitudes también es factible observarlas a la luz de los estudios
orientados a destacar los llamados “efectos de adhesión a la mayoría”,6
expresamente sobre la actitud de los individuos en situaciones coercitivas,
durante las cuales negocian sus propios intereses ante el temor de quedar al
margen de la coalición dominante. Por tanto, un individuo sólo puede oponerse
a una coerción que padece si se constituye al mismo tiempo una gran coalición
alternativa; ello ocasiona la presencia de rupturas repentinas y cambio de
lealtades; estos aspectos estuvieron presentes entre varios de los adictos
temporales al villismo en Jalisco. Lo anterior implica que en la explicación de
estas acciones deban tomarse en cuenta tanto al individuo, como al contexto
donde establece este tipo de negociaciones.
Ligado al peso de las oportunidades, se encuentra la explicación de la
composición del villismo y sus formas de adhesión social. Porque no se puede
desprender automáticamente que debido a su ubicación social contasen con el
apoyo y la solidaridad de clase o por el contario tratarlos como una multitud
rebelde minoritaria diferenciada de su entorno social. Los comportamientos de
los hombres no dependen sólo de sus deseos. Ya se señalaba que muchas veces
las oportunidades restringen, limitan el deseo o aspiración del individuo,
condicionando su forma de actuar.
Por ejemplo, los pobladores del medio rural tenían más posibilidades de
acuerpar dicha rebelión debido a que el campo es más apto para la guerra de
guerrillas, así como también se encuentra más alejado de los centros
neurálgicos del poder, es, al decir de Fernand Braudel, “un espacio de
libertades”. Elementos, si bien importantes, no definitorios para articular un
contingente armado, pues el hecho de participar en una rebelión como la
escenificada por los villistas jaliscienses requería combinarla con sus
actividades productivas que le posibilitaran su sustento o bien que la práctica
armada cubriera esta necesidad.
Para los pequeños campesinos, aparceros o medieros que dependían de
los frutos de su trabajo diario para garantizar su sustento, era muy difícil
incorporarse de manera regular en un grupo armado estable y organizado. No
así para un agricultor o hacendado prominente que poseía reservas suficientes
––––––––––––––
5
Russel Hardin, One for all: the logia of group conflict, Princeton, Princeton University
Press, 1995.
6
Randall Collins, Cuatro tradiciones sociologicas, México, UAM-Iztapalapa, 1996.
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para resolver estas necesidades y que además experimentaba la ocupación de
sus bienes y la paralización de sus actividades productivas. De igual manera,
era más factible la incorporación de individuos que para el desarrollo de sus
actividades laborales y sociales desarrollaran una mayor movilidad social. No
es casual que Eugenio Aviña y Pedro Zamora hayan nutrido las filas
revolucionarias desde su oficio de pequeños comerciantes ambulantes. Como
lo era también el contar con apoyos financieros y logísticos externos, en el caso
de los recibidos por los empleados Julián del Real y Julián Medina por parte de
funcionarios de la misma empresa donde laboraban, The Amparo Mining
Company, establecida en Etzatlán, Jalisco.
Aun más, nutrirse de bandoleros e infractores de la ley era mucho más
fácil, pues éstos no tenían ninguna atadura laboral o productiva, además de
compartir un enemigo común y un mismo espacio de acción, por ello su
confluencia implicaba fortaleza mutua. Lo anterior no implicaba que las
motivaciones giraran en ese mismo sentido.
A partir de lo anterior, la participación real de los hombres en una acción
depende tanto de los deseos como de las oportunidades, elementos que
regularmente no corren a la par, máxime en períodos críticos o circunstancias
extremas. Elementos a considerar para valorar los distintos grados de
participación dentro de la causa villista: grupos armados de vanguardia,
elementos de apoyo o retaguardia y bases sociales. Grados de participación que
no necesariamente estaban en correspondencia con sus grados de
convencimiento o motivación.
Otro elemento a considerar es el comportamiento de los rebeldes que no
aceptaron los ofrecimientos de amnistía y continuaron luchando. Un primer
aspecto que debe señalarse es la confluencia en actitudes similares entre jefes
rebeldes con orígenes distintos (hacendados, bandidos, excuras) hermanados
en torno al secuestro, saqueo y robo como prácticas reiteradas. Es posible que
entre estos grupos rebeldes que compartían un espacio y actuaban más o
menos mancomunadamente, haya operado de acuerdo a la “Ley de Homans”,
la cual establece que cuando más interactúan los individuos más tienden a
adaptarse unos a otros, empiezan a formar un grupo cohesivo, desarrollan una
cultura de grupo que antes no existía y vigilan mutuamente el acatamiento de
sus normas, aunque esto es aplicable sólo a partir de relaciones horizontales.
Lo cierto es que, al parecer, el uso excesivo de la violencia la utilizaron
como norma más notoria a partir de 1916, cuando experimentaban el paso de
acciones ofensivas a defensivas, a la vez que cuando ocurría bajas y
deserciones en sus filas, cuando además se presentó el traslado de numerosas
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fuerzas desplazadas desde el centro para combatirlos. Lo cual indica que este
uso excesivo de violencia pudo ser una forma de manifestar su fuerza y ganar
autoridad ante el enemigo.
Aunque conviene destacar que estos exabruptos violentos se practicaron
generalmente por grupos dirigidos por personajes con antecedentes bandoleros,
quienes ejercían cierto dominio de tipo caciquil sobre determinadas áreas,
establecieron normas sociales al interior de sus grupos donde el saqueo,
violación y el asesinato a civiles estaba proscrito (el grupo rebelde capitaneado
por José Sánchez Gómez es un claro ejemplo), para evitar la obtención de
sanciones sociales que condujeran a la desaprobación, pérdida de apoyo y
legitimidad;7 esto se ponderaba por sobre la derrama que traería el saqueo para
fortalecer al grupo mismo. Lo anterior implicó balancear costos y beneficios
para la adopción de una decisión racional.
En fin, la problemática de las acciones villistas en Jalisco son muy
variadas por la diversidad de actores e intereses que se mezclaron y
sobrepusieron en su corta, pero convulsa existencia. Lo referente a las
creencias y motivaciones es un asunto pendiente debido al acercamiento
limitado con esta temática y, como acertadamente refiere Collingwood, la
historia no parte de supuestos sino de hechos u acontecimientos del pasado
inaccesibles a nuestra observación directa; por lo tanto, los estudia
inferencialmente a partir de testimonios históricos8, cuya ausencia impide
brindar más elementos sobre el probable sentido de las acciones villistas, en el
entendido de que para esa explicación, es necesario el uso de la crítica histórica
(tanto externa como interna) sobre dichos documentos. Ello es necesario con
el fin de destacar lo que dicen y no dicen dichos testimonios, ya que no
podemos creerles por completo a nuestras fuentes; debemos considerar que
fueron elaboradas por sujetos dotados de intencionalidad y en un contexto
histórico determinado.
Sin embargo, lo que parece evidente a las acciones del villismo es que no
fueron conductas puramente reactivas, sino orientadas a un fin, donde los
actores buscaron los medios a su alcance para acercarse al mismo. Acciones
que estuvieron impregnadas por una gran dosis de racionalidad. En térrminos
de Weber, una racionalidad con arreglo a fines.9 Acciones enmarcadas dentro
de un proceso caótico y convulso, de donde seleccionaron elementos
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7
Jon Elster, The cement of society: a study of social order, Nueva York, Cambrige
University Press, 1989.
8
Robin George Collingwood, Idea de la historia, México, FCE, 1980.
9
Max Weber, Economía y sociedad, México, FCE, 1944.
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particulares, los que tenían a su alcance y consideraban mejor para el logro de
sus fines. Por ello, debemos tomar en cuenta que, por decirlo de alguna
manera, en la racionalidad subyace una dosis de relatividad. Por lo mismo,
como asienta Alfred Scultz, se actúa con probabilidades, nunca con
certidumbre, se corren riesgos, donde afloran esperanzas y temores innatos a la
subjetividad humana.10 No existe una meta segura y predeteminada por la cual
deba conducirse la humanidad; el futuro es más abierto y plural.
Finalmente, quede el presente como un primer acercamiento a esta
temática, la cual reclama el concurso de nuevos y mejores esfuerzos.
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10
Alfred Schutz, El problema de la realidad social, Buenos Aires, Amorrortu, 1974.
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