La búsqueda de una ciudad moderna

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La búsqueda de una ciudad moderna
Álvaro Ruiz Abreu*
Resumen
En este trabajo se intenta aproximar al lector a las posibles respuestas de la
siguiente pregunta: ¿Quién fue Salvador Novo? Una figura controvertida,
sobre todo al final de su vida; no hay que olvidar que también fue el primer
escritor cosmopolita, y uno de los personajes más sobresalientes en la vida
cultural de nuestro país que más ha amado a la ciudad de México, y cuya
pasión, que se ve reflejada en su obra literaria, lo convirtió en el cronista de
esta gran urbe por excelencia. Su huella nos permite seguirlo como columnista, dramaturgo y traductor a través del tiempo, en el que pasó de ejercer
su escritura sin limitación alguna a las complicaciones de ponerla al servicio
del gobierno mexicano de los años sesenta.
Palabras clave: Salvador Novo, literatura, poesía, ciudad, modernidad.
La ciudad de los Contemporáneos
El espacio que los Contemporáneos eligieron, al azar o por
voluntad propia, para llevar a cabo su empresa cultural y literaria, fue la ciudad de México. Fueron desde el principio cosmopolitas, como oposición a las tendencias artísticas de la época, en la
cual reinaba el arte comprometido y el nacionalismo a ultranza.
Su cosmopolitismo fue censurado. Quienes polemizaron con
ellos lo hicieron desde el insulto y los llamaron cultivadores
del arte por el arte o “frágiles estatuas de sal”, continuadores,
trasnochados y deficientes, de la revista Azul (Henestrosa, 1942:
5). En los modernistas encontraron sólo un modelo a imitar en
su afán universal, en el deseo de volar con la imaginación. Su
aspiración central fue moverse en un espacio urbano que tuviera
un ambiente artístico sólido, capaz de registrar el impulso de
* Profesor investigador del Departamento de Educación y Comunicación,
uam-Xochimilco.
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Anuario de investigación • dec • uam-x • méxico • 2008 • pp. 780-796
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las vanguardias artísticas y un canon estético por encima de la
ideología, el proletariado y la lucha de clases; una ciudad con
un corazón múltiple que irrigara sangre a los artistas, poetas,
intelectuales y periodistas de la cultura, y que pudiera convertir
su pasado y su porvenir, sus rincones olvidados y su evidente
atraso en un nuevo sueño de la historia.
Ese grupo tan polémico y de varios rostros impuso en la
cultura mexicana de los años veinte –y en las décadas siguientes–
el afán de construir una ciudad moderna, entendida no como
un lugar de intercambio de experiencias comunes y de deseos
similares, sino como la expresión de una idea estética nueva y
universal. Debían construir, sobre las ruinas morales y estéticas
dejadas por la Revolución Mexicana, una poética que no sólo se
afianzara en “lo nuestro”, sino que estuviera abierta al espíritu de
las tendencias modernas en el arte y la filosofía. Al final de su
vida, Novo tomó un volumen de sus libros y dijo: “me miro en
ellos, más que como en un espejo apagado, como en los retratos
que en un álbum conservaran, irónicos, un rostro que ha ido
gradualmente endureciéndolos” (Novo, 1996:200).
Salvador Novo ve en la ciudad de México un sitio que centraliza el arte, la poesía, el teatro y el cine, la música, el café y el
restaurante, y lo irradia al resto del país. Le declara su amor
incondicional a la ciudad. Y su pluma la va maquillando y
desnudando, a través de la mirada intensa de un joven que se
refleja en su ritmo diario, tanto en sus espectáculos como en
su vida cotidiana. Si la “ciudad urbana”, de masas, anuncia el
perfil social y esencial del siglo xx, Novo la toma en sus manos
para construirla en versos y en prosa, y luego la deshace con
una energía única, fugaz, que sus compañeros de generación
no compartirán con él.
El mejor retrato de Contemporáneos lo ofreció Villaurrutia
en una carta a Edmundo Valadés de 1934:
¿Qué es lo que agrupa un momento a unos cuantos seres para
separarlos en seguida? Desde luego la semejanza de nuestras edades,
de nuestros gustos más generales, de nuestra cultura preservada
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en momentos en que nadie cree necesitarla para nutrir sus íntimas
vetas. (…) Ahora se preguntará usted ¿qué es lo que desata a estas
soledades juntas y disuelve a este grupo? Nada más sencillo que
hallar una respuesta: la personalidad de cada uno. El vecino respeta
la mía y yo la del vecino. La libertad es entonces, aunque pueda
parecer mentira, el lazo que, al mismo tiempo, nos une y nos separa.
Pero esta libertad es lo único que nos ayuda a respirar abiertamente
en un clima en el que juntos estamos satisfechos, tanto como si
estuviéramos separados.1
La idea de Villaurrutia, basada en la libertad del individuo que
no se encuentra atado a nadie, ni siquiera a una temática, fue
central en la actitud de sus compañeros. Novo fue el primero
en asumirla. Primer escritor cosmopolita del siglo xx, pluma
audaz y atrevida que desafió el canon de su tiempo, Salvador
Novo (1904-1974) fue un poeta e intelectual que se levantó
contra las inercias de su época. Igual que Villaurrutia, deseaba
un espacio para ejercer su escritura sin limitaciones. Fue un
periodista cultural que brilló en las páginas de El Universal
Ilustrado, columnista de tiempo completo durante el periodo
de Lázaro Cárdenas, Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortínez.
Dramaturgo, traductor y editor, es una de las inteligencias más
veloces y atrevidas del siglo xx en México. Creo que su trayectoria intelectual puede partirse justo por la mitad, igual que su
vida.
El primer Novo es joven, escribe con libertad desenfadada
bajo la influencia de Oscar Wilde, su guía y alter ego, y la de
Bernard Shaw, una prosa libre que le habla al futuro; y se siente
acabado, viejo. “La novedad de Novo (novocablos, novo amor)
fue abrumadora, incluso para él mismo, que de pronto vio que
su espontánea juventud ardía y lo expulsaba, nueva mujer de
Lot, sin poder ni siquiera voltearse a mirarla” (Blanco: 201).
1. Carta reproducida en “Presentación” de Contemporáneos, vol. i, junioagosto, 1928, selección de José Luis Martínez, edición facsimilar, fce, 1981,
pp. xiv-xv.
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El último Novo es cínico y acomodaticio, cronista de la
Ciudad de México en tiempos de Díaz Ordaz, el hombre que
aprueba la matanza de estudiantes del 2 de octubre; y quiere
imitar al “joven” de los años veinte, en sus desplantes y en el
rigor de su escritura.
El viejo que desea ser joven le tiende la mano al joven que
se sentía viejo, y comprueba su falsa identidad. No se reconoce
ya en la ciudad de hoy que es basura, proletarización en grande
escala, con viaductos y periféricos, devastación de bosques y de
monumentos. Sufre. Al joven de los años veinte se le hace tarde
para que termine la vida “citadina rural” y revolucionaria y, así,
la ciudad “se adecuara a aquellas atmósferas citadinas que sus
novelas norteamericanas y europeas, las películas novedosas,
su propia imaginación, le hacían envidiables”, dice José Joaquín
Blanco. Es un juego de vivencias que sólo el tiempo de la escritura puede evocar pero no resolver. Novo demanda una respuesta
del tiempo perdido y, por supuesto, no la obtiene.
Estas dos caras de un mismo rostro pertenecen a la historia
privada de Novo, quien comenzó su trato con escritores desde
muy joven. En 1959, recordando el pasado, dijo que en la colonia
Guerrero, en la víspera de la entrada de Madero a la ciudad de
México, pasó junto a su casa el féretro con el cadáver de Juan
de Dios Peza. El niño tuvo un contacto visual. Se fue y regresó
de Torreón para continuar estudiando: “Entré, pues, a una
Preparatoria que en 1917 arrastraba todavía residuos porfirianos muy pintorescos”, en la que vio por vez primera a un joven
poeta, melenudo: era Carlos Pellicer, con el que llegó a tener una
sólida amistad. Encontró también a Xavier Villaurrutia (Novo,
1996:367), con el que escribió y publicó sus primeros poemas.
También preparó un libro de Francis Jammes, el cual tradujo
y que, con prólogo de Villaurrutia, sacó a la luz la Editorial
Cvltvra. En esos años tenía la sensación de vivir en una ciudad
cálida y reconfortante. El Novo de 1959 le habla a los muros de
una ciudad ya desaparecida.
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Con Xavier Villaurrutia compartió la preparatoria y el aire
desenfadado de su juventud. Eran muy jóvenes y estaban llenos
de vitalidad y de fe. Dice Novo:
La ciudad entonces no era esta cosa espantosa que ustedes no
pueden recorrer; era una ciudad pequeña que uno podía recorrer
a pie, sobre todo si uno tenía aquella edad. Y nos íbamos a pie a la
Preparatoria, hablando, enseñándonos nuestros versos, hablando
de los libros que estábamos leyendo. Él traía una cultura francesa,
pues casi digamos que en la sangre; desde luego había estado en
colegios primarios en que se cultivaba mucho el francés, lengua
que yo ignoraba (Novo, 1996:370).
Dejó un año la prepa; quería irse de “pinta” todo ese tiempo para
conocer la ciudad de México. Y la conoció al derecho y al revés.
Hasta que se refugió en el periodismo, un abrazo fatídico con
la fama y la derrota. Extensa y dinámica, la escritura de Novo
encontró en la prensa diaria su expresión más avasalladora y su
“talón de Aquiles”. Súper moderno, el Novo de 1925, año en el
que publica su primer libro, Ensayos, parece insaciable: tiene el
mundo en sus manos. Pero añora las luces, los teatros, el cine,
la industria y las clases ilustradas y nobles de la gran ciudad.
Se siente derrotado, a punto de morir. Con el paso del tiempo,
su gran detractor y espejo íntimo, hace un balance del espíritu
moderno de su juventud y acepta la pérdida del paraíso que
estaba reservado para él. El tiempo es su límite y su memoria
se apresta a la evocación de una ciudad lejana, carcomida por
el paso de los días.
La ciudad le parece ya la cómplice de una travesía intelectual
que desemboca en su ensayo “Letras vencidas”; es el tema que
le urge desglosar y se apresura a revivir; como poeta y cronista
llega a hacer de ella el centro de su destino. La elige para describirla, pulsando a sus personajes y sometiéndolos a la ironía,
citando sus símbolos más queridos, repasando su composición
geográfica y cultural, sumergiéndose en el pasado que leyó para
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glorificarla. En la historia de la ciudad encuentra el eco de un
tiempo que Novo desea compartir y rescatar, la grandeza vista
por Balbuena2 que él cita:
Los caballos lozanos, bravos, fieros;
Soberbias casas, calles suntuosas;
Jinetes mil en mano y pies ligeros.
Ricos jaeces de libreas costosas
De aljófar, perlas, oro y pedrería,
Son en sus plazas ordinarias cosas.
Nadie ha podido reconstruir la ciudad de México como Novo,
con un lenguaje audaz y subliminal, elegante y persuasivo;
tampoco nadie la ha odiado y amado a la vez, con el ímpetu y
la fe de un sabio de veinte años de edad que quiere a toda costa
desentrañarla.
La nueva grandeza
Novo encontró en la ciudad el sentido y las proporciones de su
escritura, y a ella le dedicó decenas de artículos, crónicas, notas,
ensayos y poemas. Fue el comienzo y el final, el nacimiento, la
muerte y la resurrección de una vida y una obra. Ahí encontró
casi todo, principalmente a su propia generación, con la que
caminaría varias décadas en medio de la tormenta nacionalista,
y la lluvia de consignas que inundaba la década; a veces cerca del
éxito y casi siempre próxima a la caída y la derrota.
¿Cómo vivir la ciudad? Un joven debe recorrer y observar
tanto sus aparadores como sus tiendas y cafés, ver a la gente
entrar y salir de la iglesia, a los almacenes y al Sanborns. Y Novo
es ese joven imaginario con el que va de paseo a conocer las
partes más visitadas de la ciudad y, sin embargo, las que menos
“ve” y asimila el público: Chapultepec, El Globo, la Alameda, el
2. El religioso y poeta español, Bernardo de Balbuena (1568-1627) escribió
su Grandeza mexicana (1604) para enaltecer a la capital de la Nueva España;
Francisco Monteverde dice que fue “el primer escitor que acertó a dar el
carácter propio de esta parte de América” (véase su prólogo a la Grandeza
mexicana, unam, 1941).
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parque Orizaba, la Penitenciaría, el Museo Nacional. En 1946
publicó Nueva grandeza mexicana, un texto excepcional en el
que insinúa que es necesario abrir los ojos y entrar con ellos a
la historia del país y al presente. Va al aeropuerto, la aviación
le parece el medio moderno de transporte, instalado sobre un
desecado lago de Texcoco que “otrora rozaba el puerto de San
Lázaro”, donde sus ojos cultos ven flotar sobre sus aguas la canoa
de Cecilia, “la guapa verdulera de Los bandidos de Río Frío”
(Novo, 1986:15). He ahí una imagen nítida de la ciudad que
Novo compara: la de ayer, llena de canales y agua, flores y luz, y
la de hoy, industrializada, hecha pedazos por el afán proletario
de los gobiernos posrevolucionarios.
Ante la ciudad se rinde este joven poeta que intenta, en sus
soledades nocturnas, hacerla cosmopolita y eterna, describirla como un océano de aguas vivas en las que flota su silueta.
Tanto ayer como hoy ha sido el espacio más apetecido de reyes
aztecas, de virreyes españoles, de liberales y conservadores y de
los invasores que la tomaron entre sus manos. Dice Novo con
toda la melancolía de que dispone quien la ama y por eso mismo
puede denostarla: “Desde Las Lomas, la ciudad se veía flotar en
un halo tenue que recortaba sus perfiles, volcada sobre el valle,
tendida entre los siglos, viva y eterna” (Novo, 1986:95).
Su trato con los Contemporáneos fue intenso; fue amigo e
interlocutor, por vocación o simpatía, de Jaime Torres Bodet,
Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Carlos Pellicer y Jorge
Cuesta; estuvo cerca de Vasconcelos y de Bernardo Gastélum,
cuando éste último fue llamado a la Secretaría de Salud. La
ciudad los juntó y ella, como partera prodigiosa, los separó. En
la colonia San Rafael primero, luego en otros barrios, se conocieron y se amaron. Años más tarde, Novo le dijo a Carballo que
“Jaime escribe con destreza, cada vez mejor. […] Es un pequeño
Reyes en francés”. Y de Villaurrutia opinó: “Xavier representaba para todos nosotros la síntesis. Auscultaba, consultaba,
escuchaba, conjugaba y resumía todo en una frase certera, en
un epigrama” (Carballo, 1986:308).
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Expresión est en las sociedades modernas
Este grupo de escritores y poetas que Novo frecuentó se dio
cita en la ciudad de México de los años en que José Vasconcelos
era, primero, rector de la universidad y luego, a partir de 1921,
secretario de Educación. Para Novo, Gorostiza y Pellicer eran
dos actitudes diferentes frente a la poesía: uno era “una síntesis
poética”, el otro, “un análisis de la versificación”; a Pellicer sólo se
le podía concebir “jugando con crepúsculos, ríos y, últimamente,
ídolos”. Gorostiza era otra cosa. Pero su encuentro con Villaurrutia fue una entrega y un diálogo de inteligencias comunes.
Ambos mantuvieron una amistad de libros y autores, una
aventura y cierta fe en el temple de la poesía como revelación
de los otros y de sí mismos.
El texto breve de Villaurrutia, “Un joven de la ciudad”, es el
testimonio de dos espíritus enamorados de sus semejanzas; la
confesión crítica de dos inteligencias “en llamas”. No sin nostalgia escribe: “Era el tiempo de las frases largas y de los pantalones
cortos”, en que “vivíamos y leíamos furiosamente” (Villaurrutia,
1996:683-686). Los acorralaba a veces el tedio, pero a través
de la curiosidad, decía, “descubríamos el mundo”. Villaurrutia
fue el gran hallazgo de Novo, y al revés; hizo otros sin duda,
pero el decisivo y que trató de reconstruir en la distancia fue
el de Manuel Gutiérrez Nájera. En el Duque Job, Novo leyó su
propia zozobra, y algo más: descifró el significado de la ciudad
de México, que estaba partida en dos: por un lado, la de corte
francés, que lee y sueña con Europa, visita el Jockey Club y viste
con elegancia. Por otro lado, la ciudad miserable, mestiza, que
deambula por los mercados, las zonas fangosas y viste de manta.
En el centenario del poeta, Novo encontró la ocasión de recordarlo como un escritor que prefirió la “molicie enclaustrada de la
lectura” en la ciudad, en vez de viajar y exponerse al ajetreo de las
estaciones de ferrocarril, a los malos hoteles y fondas inferiores
“a sus buenos restaurantes capitalinos”. La pregunta central de
Novo es ¿a quién tendríamos que reprocharle, al Duque Job o
a su ciudad, el hecho de que “no nos hubiera dejado de ella un
retrato tan detallado como ahora, para el intento de recons787
La búsqueda de una ciudad moderna
truirla”? Si luchó por ganarse una reputación de afrancesado
fue porque con ella se ganaba el pan y porque:
Era la mercancía que le compraban a mejor precio, a mayor precio,
los lectores congruentes con sus consumos y demandas de mobiliario, arquitectura, modas, alimentación, pensamiento. Era pues la
ciudad la que no quería –en su pluma, al menos, capaz de afrontar
la demanda– saber de sí misma. Era ella la que así se menospreciaba, la que así exaltaba su posibilidad de llegar a parecerse a París
(Novo, 1994:356).
También la ciudad se le fue de las manos a Novo, por más que
la describió y la exaltó, la hizo suya y de sus lectores. El paso del
tiempo se la arrebató, debido a la industrialización, el progreso precipitado y sin norma de cada sexenio, la falta de rigor y
voluntad para conservarla.
Versiones
Durante mucho tiempo podíamos acercarnos al autor de xx
Poemas sólo a través de la Antología 1925-1965 que prologó
Antonio Castro Leal, cuya primera edición fue de 1966,3 y que
seleccionó el mismo Novo. Había allí una muestra excelente y
bien escogida de las mejores obras de Novo en poesía, prosa y
teatro, sus géneros predilectos. Castro Leal lo llama “un espíritu
lúcido y fino capaz de apreciar y de sentir el encanto de una
obra literaria antigua o moderna”. Era un hombre de libros. Esa
antología seleccionaba lo mismo el ensayo literario que el histórico, el artículo de ocasión, la reseña de libros y espectáculos
diversos, la crónica como el gran relato que construyó Novo con
imaginación y tenacidad, que incluye libros de viajes, descripciones de la ciudad, sus monumentos, sus calles y su historia.
Sin embargo, Castro Leal no incluyó un texto canónico de
Novo, El joven, de 1928. Más que un ensayo y una crónica
3. Véase Salvador Novo, Antología, 1925-1965, prólogo de Antonio Castro
Leal. Editorial Porrúa, México, 1979. Colección de Escritores Mexicanos,
núm. 84.
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sobre la ciudad de México es el registro de una inquietud por
conocer y apropiarse del conocimiento sin medida; ahí expresa de manera espontánea el arte de la lectura que el joven, un
alter ego del autor, lleva a cabo sin límite de revistas y libros en
inglés, en francés, y maneja la producción cultural de Europa y
Estados Unidos. El texto parece una crónica pero es un ensayo
con licencias de un narrador capaz de decir: “Ya oscurecía sobre
la ciudad. Los periódicos de la tarde decían cosas tremendas”.
Novo es un practicante de un género múltiple, que hoy llamaríamos híbrido, a la medida de su ingenio y su estilo paródico,
y a la medida de su ansia por ser moderno. En el ensayo, nos
dice Castro que encontró también:
su poder de observación y su inteligencia le permiten construir
una filosofía –o, por lo menos, una doctrina– todo lo pasajera que
se quiera, sobre un hecho visto desde un ángulo original, o bien
agrupar, alrededor de una idea original, algunos hechos comunes
a los que el público no daba una interpretación específica.4
El joven es también un ensayo, irónico y juguetón, erudito y
moderno, escrito en una prosa que rebasa el ritmo de su tiempo,
asombro seguramente de los mismos amigos de generación de
Novo por el uso de galicismos, refranes, palabras en desuso, que
le permiten acercarse como en un close-up a la ciudad moderna
de galerías, tiendas y almacenes, a los ruidos de los coches y los
tranvías, y al silencio de la ciudad nocturna.
El joven se levanta, ha estado en cama como consecuencia
de un mal indeterminado (¿la soledad y la incomprensión?), y
sale temprano de su casa a la calle. Cuando regresa en la noche,
pasadas apenas unas cuantas horas, el mundo a su alrededor,
y el suyo, el de su mente y sus conocimientos, habrá dado un
salto en el tiempo. Al final de la jornada, el reloj le recuerda a
este súper joven audaz y hecho de palabras, que son las diez.
4. Antonio Castro Leal, 1979, p. xi. Su prosa, dice Castro Leal, no es académica, sino “de nuestro tiempo, sin alardes hispanistas, sin cursilerías académicas, sin grandilocuencias oratorias; es una prosa fácil y fluida, encantadora
en su sencillez”.
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Los teatros se abrían. Los cines supuraban familias. Un tren lo
encaminó a su casa. El gendarme roncaba. Los chicos incunables
se arropan en carteles que ya no sirven. El día impreso los envuelve:
todo habrá cambiado mañana; todo lo que nos preocupa (Novo,
1999: 254).
En el año 2000, Carlos Monsiváis publicó un largo ensayo,
Salvador Novo. Lo marginal en el centro, que revitaliza y centra
la figura controvertida de Novo, rescata su papel de intelectual
y de gay en un ambiente posrevolucionario que condena esa
“debilidad”. Es un texto canónico y sin lugar a dudas el único que
introduce a la figura de Novo desde varios ángulos para explorar,
con sentido crítico, su filiación a la cultura moderna de los años
veinte y treinta. Sus obsesiones y la razón por la que Novo riñó
con tanta gente, inclusive, con su maestro Pedro Henríquez
Ureña y con su amigo del alma y amante, Xavier Villaurrutia.
Ahí el lector puede conocer de cerca el pasado de un hombre
de letras que también escribió excelentes artículos y notas para
revistas y periódicos, y un poeta excepcional.
El paisaje descrito por Novo es de una enorme desolación. Un
orbe regido por la cacería, la compra, la espera, el vejamen de sí,
la befa de los semejantes, se ajusta, queriéndolo o no, a las versiones patriarcales más negativas. Sin embargo, en el conjunto no
escasean el sentido del humor y el vuelo imaginativo. Novo carece
de solidaridad explícita para con sus semejantes, pero su valentía es
la solidaridad disponible porque al nombrar y describir, humaniza
(Monsiváis, 2000: 35).
La obsesión de envejecer
Novo es un hombre hecho a la medida de la ciudad, en la que
se desplaza con natural arrogancia, pero, hacia el final de su
vida, la ciudad lo rebasa. Fue su camino a la fama y el éxito y su
descenso. A ella se entrega para el triunfo, el colapso y la caída
final, en la que es un intelectual viejo al servicio de las peores
causas. A la ciudad llegó de niño, y luego, ya adolescente, la
aprovecha para aprender y estudiar, conocer vivencias y personajes destacados. En la ciudad su figura intelectual se oficializa,
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el escándalo lo ayuda a envejecer con rabia, justo un hombre
que desde adolescente había sentido el llamado de la muerte.
Dice en Return Ticket:
Recuerdo mis 12 años, y el terror que entonces me daba la idea
de envejecer, de llegar un día a ser repugnante y odioso. Y cuando
pasan los años, chaque jour on reporte a un peu plus loin la promesse.
¡Acaso lo soy ya! Y me ha sido preciso sustituir el amor porque todo
acto es siempre grotesco (Novo, 1999:634).
Libro de viaje y sobre todo autobiografía, es una pieza de relojería por su prosa exacta y en comunión con el tiempo. En sus
páginas aparece el Novo sensato y culto, observador de sí mismo,
lector de su infancia con sentido crítico y freudiano. “Ahora, solo
otra vez, tocan mis manos los lazos fugitivos de los recuerdos”.
Y se interna en sus doce años de edad y el terror a envejecer.
No sólo se le aparece el pasado sino la vida hecha pedazos que
ya no puede juntar; es la señal del tiempo, indefenso y salvaje;
en su viaje a Hawai, en los trenes que lo llevan a la frontera con
Estados Unidos, en las escalas que va haciendo en el trayecto,
entra con la memoria a la zona de la infancia; la necesidad de
la confesión lo atrapa. Todo apunta a esta hipótesis: en su lucha
contra el tiempo, Novo sintió que perdería en la carrera, como
todos los hombres, y que su destino era el desastre.
En algunos de sus textos, en los que brilla de una manera
sorprendente su escritura moderna e ingeniosa, se dedica a
describir los hechos que ve y siente en la ciudad y a añorar el
pasado. En esta añoranza hay una filosofía de la historia muy
particular en la que es posible reconocer a un Novo hecho de las
prisas con que escribió la gran cantidad de artículos y crónicas,
notas y ensayos, retratos biográficos, crítica de arte y literatura.
En Letras vencidas, especie de testamento literario de Novo,
aparece un hombre maduro con la mirada puesta en lo que
pudo haber sido y no fue. Su memoria se detiene en los años de
su llegada a la preparatoria, su encuentro con Pellicer y Villaurrutia, y con una ciudad que le parece un escaparate de voces,
de promesas y de cultura. La protagonista es una ciudad todavía
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La búsqueda de una ciudad moderna
incipiente en su paisaje cosmopolita, provinciana, pero que para
él fue un espacio para sembrar utopías, y también realidades.
Creo que es oportuna aún la pregunta que hizo hace más
de 40 años Carballo, ¿Quién es Salvador Novo? No hay una
respuesta, sino varias. Fue uno de los escritores que crecieron
bajo el cielo convulsionado de la Revolución, a la que vieron en
la infancia como una perturbación de sus sueños y sus juegos,
luego se rieron de sus caudillos y su desmesura política, finalmente se aprovecharon de sus dones. Poeta citadino que deseó
ser moderno, no produjo una obra más sólida, pero su poesía de
juventud está dotada de una fuerza irreversible. En 1933, escribe:
“Todos hemos ido llegando a nuestras tumbas/ a buena hora, a
la hora debida,/ en ambulancias de cómodo precio/ o bien de
suicidio natural y premeditado” (Novo, 1979:25).
Del calzón al overall
La ciudad que vislumbró y tal vez soñó Novo, es plural, pero con
una identidad escindida. No es sólo presente sino un pasado que
late en sus calles y sus colonias, en sus teatros y en sus hábitos y
costumbres. Después de 1930 fue rescatada, pasó entonces “del
pulque a la cerveza, de la servidumbre al oficio, del huarache
al calzado, del calzón blanco porfiriano al universal overall”
(Novo, 1986:38). No le interesa tanto al cronista la descripción
del presente, el relato que se limita a la observación directa, a
las modas y las noticias actuales; pretende, en cambio, compartir una ciudad que la imaginación recrea y acerca a la historia,
a la cultura, a los hábitos de la Colonia que la Independencia
destruyó, a la vida liberal y porfiriana que la Revolución de
1910 puso en jaque. El desfile de lugares que visita Novo con
“su amigo” imaginario es interminable. Del Parisién al tequilero
Tenampa, taberna con mariachis, del Leda y el Salón México
al teatro Lírico, de los cines Regis y Alameda al Metropolitan.
Una cadena de remembranzas que adquieren sentido social y
van armando el rompecabezas que es, sin duda, la historia de
la ciudad de México.
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Expresión est en las sociedades modernas
Pero la historia es tiempo. Y en el tiempo Novo quiere
detenerse un momento para decirle al lector de hoy y del futuro
que el relato de una ciudad comienza con sus tres símbolos
principales: el palacio de gobierno, la catedral y el mercado. Bajo
esta mirada cosmopolita Novo forma parte de un engranaje
lingüístico y popular, inteligente y metafórico, que la palabra
hace posible. La ciudad va pasando por la vista del narrador y
del lector; lleva una cronología en los capítulos de esta Nueva
grandeza mexicana, aunque en cada uno Novo introduce un
flash-back para hablar de cine y de teatro, de cabarets y restaurantes, de calles y edificios; en su trayecto citadino comienza el
tercer día con una visita a la Universidad. Entonces, recuerda
dónde estuvo en 1554 la Pontificia Universidad de México, en
las calles del Arzobispado y el Seminario, luego, en 1561, en
Guatemala. Cita su fuente, la Crónica de la Real y Pontificia
Universidad de México, escrita en el siglo xvii por el Bachiller
Cristóbal Bernardo de la Plaza y Jaén.
Juega con el tiempo y los espacios se multiplican; también el
lenguaje con que describe y reinventa a la Universidad Nacional logra transformar la historia contada y el tiempo en que se
desarrolla. Así, tiempo e historia se dan la mano en una sucesión
de hechos que el narrador acomoda. Dice: “ya no estamos, ni mi
amigo ni yo, en edad de reingresar en la Universidad”. Al visitarla
ahora, vuelve a asomarse a sus “amplios corredores”, a los frescos
de Orozco, contempla de nuevo la decoración simbolista, y se
mira, no sin nostalgia, en los “cientos de muchachos alegres y
atléticos que charlaban con chicas estudiosas, y yo evocaba con
dulzura mis épocas de deudas con Garambullo, de pleitos con
un Trini ha poco jubilado” (Novo, 1986: 43, 44).
El narrador no tiene tiempo para los detalles, dice una y otra
vez; así es que sólo visita y describe en líneas generales lo que
ve; pero también describe lo que recuerda. El libro es crónica
y memoria, ensayo y recuento histórico, en el que el tiempo
real que vive el narrador se agota a cada paso. Con la palabra y
sus dobles significados, Novo reinventa la historia de las vicisi793
La búsqueda de una ciudad moderna
tudes de un México siempre aprisionado por el pasado. Los
“apretados”, es decir, la gente chic, rica y estirada y presumida;
“emperifolla” a la vecindad, que le da categoría social, status. Y
el inventario de frases y de palabras es muy extenso, pues Novo
las rescata de diversas épocas y del presente que describe. Es un
inventario que le pone un ritmo a su prosa y la hace musical. Así,
suenan palabras como “pirulíes, bolitas, trompadas, charamuscas, azucarillos, coronitas y varitas de azúcar, alegrías, pepitorias,
cocadas, calabazates, camotes, mostachones”.
El paseante llega al corazón de la ciudad, que luce de gala. En
la plaza mayor, que no ha podido ser imitada en todo el resto
de América, cree encontrar la explicación de la identidad y de
la historia del país, de su presente y su porvenir. Su historia es
la de México: “la de nuestra fe, divina y humana, desde que
en esa plaza se erguían vecinos el gran Teocalli y la residencia
de los reyes aztecas”. Es también tianguis, plaza; “audiencia,
excomunión, gobierno; ajetreo de caballos y coches antes, hoy
de mercaderías y automóviles; colmenar siempre, en el Zócalo
se labra y acendra y destila la miel de México” (Novo, 1986:55).
El tiempo de México es trágico e intenso, sigue sonando,
dice Novo. Sí, suena a través del paso de la gente, en su presente
incierto, en su caminar a la deriva, como buscando siempre una
zoga de la cual atarse para no resbalar. Las horas son largas y
tediosas para el cronista joven que plancha con sus zapatos las
aceras para observar, mirar, reír, comparar actitudes y gestos,
modas y vocabulario. Y luego reinventar con la palabra exacta,
le mot juste de Flaubert, el tiempo de una ciudad que no se agota
en el sexo libre o el dirigido a la reproducción, en la pieza de
teatro frágil y cursi que engatusa a un público fanfarrón, en el
bar donde hay jazz y oídos agudos, en la casa de citas que cada
tarde o noche viste de colores a un general, el ministro, el nuevo
funcionario con enorme porvenir, el médico que se fuga después
de su oficio tembloroso por el tedio. Sólo el tiempo construye
sofismas y destruye los objetos. Dice Novo en Almanaque, 1925,
794
Expresión est en las sociedades modernas
El tiempo nos conduce
Por sus casas de cuatro pisos
Con siete piezas. Sala, dos recámaras,
Comedor, patio, cocina
Y cuarto de baño.
Cada día cierra una puerta
Que no volveremos a ver
Y abre otra sorprendente ventana.
Pero, gracias a la poesía, es posible cerrar esa puerta que es el
tiempo, y, al cabo de los años, encontrar la silueta de la ciudad.
El tiempo de la historia y el de la vida; el de la memoria que
reconstruye el pasado, y el que necesita el cronista para describir
objetivamente los hechos, las cosas, los seres, la vida palpitante
y el poema. En forma de autobiografía o de memoria, el tiempo
perdido regresa una y otra vez a Novo como una forma de
expurgar sus excesos, su placer y su pecado. En 1955, se pregunta
“¿Pude yo ser poeta? De niño, y aún de joven, lo creí, lo soñé.
Luego, la vida pervirtió mis dones y entorpeció mi sensibilidad.
La poesía hacia los demás –la flor espontánea– dejó el sitio al
fruto vano y amargo de la diaria prosa” (Monsiváis, 2000:99).
El tiempo de la escritura de Novo es una espiral, el de su
vida en cambio es circular, se inicia en la plenitud de su energía
juvenil y se pierde en la retórica de salón y se vuelve cómplice
del discurso oficial. El Novo de los años sesenta complica su
escritura con el servicio incondicional a los gobiernos del tricolor. Su vida quedaba expuesta a la mirada de la historia, a los
laberintos de la ciudad que él había rebautizado. La inteligencia
aguda de Xavier Villaurrutia resumió, sin quererlo, ese tiempo;
al ver de qué manera el trayecto del joven sólo ha durado unas
horas, dijo: “El joven ha atravesado la ciudad de México, la ha
descompuesto trozo por trozo para recomponerla y hacer de
ella un todo, como un pintor cubista. Pero también la ciudad
de México ha atravesado a un joven” (Villaurrutia, 1996:686).
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La búsqueda de una ciudad moderna
Bibliografía
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Chumacero, recopilación de Miguel Capistrán, et. al.
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