Participando activamente en la santa Misa “Por causa de tu amor ardiente en el Santísimo Sacramento, te anhelo, oh mi amado Jesús.” San Arnoldo Janssen ORACIÓN INICIAL Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu ardiente caridad. Envía tu Espíritu, y nos darás nueva vida. Y renovarás la faz de la tierra. Amén. Oraciones espontáneas….. Padre Nuestro……. I. Revisión de Compromiso anterior: comentar II. Lectura Bíblica: Juan 6,53-58 “Jesús les dijo: ‘En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.’” Palabra de Dios. III. Desarrollo del tema: La Iglesia ha recibido de Cristo muchísimos regalos, pero sin duda, el más importante es la Eucaristía. Así lo señalaba su santidad Juan Pablo II en la Encíclica Ecclesia de Eucaristía: “La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación”. La Eucaristía es el sacramento de la presencia de Cristo entre nosotros. Y esta presencia, y este don incomparable amerita una respuesta adecuada de nuestra parte. Cada santa Misa en la que participamos debe ser un “encuentro profundo con el Señor”, en el que escuchemos su Palabra, nos ofrezcamos con Él y nos consagremos y nos unamos a Él y a la comunidad. Pero, para ello, es necesario que participemos activamente y no como meros espectadores de lo que allí ocurre. El presente tema tiene como objetivo, poder distinguir la diferencia entre “ir a Misa” y “participar” de la celebración Eucarística, del tal forma que, entendiendo los diversos ritos de la Santa Misa, podamos participar más activamente en la misma, haciendo propios los sentimientos de la Iglesia en los diversos momentos de la ceremonia. Recordemos que la santa Misa consta de dos partes inseparables y complementarias: La Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística. La primera prepara la segunda. Los fieles nos alimentamos espiritualmente de Cristo a través de su Palabra y de su Cuerpo y Sangre. En la liturgia Eucarística reproducimos los tres gestos que Jesús hizo en la Ultima Cena: tomó pan (presentación de los dones), dio gracias (plegaria eucarística), lo partió y lo dio (rito de comunión). Durante la santa Misa se usan diversos signos o símbolos, por eso, para adentrarse en la acción litúrgica es necesario adquirir una cierta mentalidad simbólica. Los gestos simbólicos expresan a menudo mucho más que las palabras. Nuestro modo de mirar, una mano que acaricia, un ceño fruncido, son más elocuentes que el lenguaje hablado. Los gestos y símbolos tienen la propiedad de evocar y de transportar a realidades de otra dimensión, que van más allá de lo que vemos. El gesto sensible manifiesta más elocuentemente nuestra actitud interior. Especialmente elocuente es el lenguaje simbólico que usamos en el mundo del amor. Los gestos hablan por sí mismos. Pues bien, este lenguaje es usado en la liturgia. En ella, por cierto, se dan las palabras, pero esas palabras van acompañadas, explican y reafirman una acción simbólica. Sólo con una adecuada mentalidad simbólica podemos entender, por ejemplo, el significado de la “inmixión” (introducir en el cáliz, que contiene el vino consagrado, un fragmento de la hostia) o el significado de la fracción del pan. Otro aspecto que debemos resaltar es el “ritmo trinitario” en que se desenvuelve toda la Misa, del comienzo al fin. Comenzamos señalándonos “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” y terminamos recibiendo la bendición de la Trinidad. La glorificamos en el Gloria: “Gloria a Dios, Padre Todopoderoso...a su Hijo Jesucristo...al Espíritu Santo”. La confesamos en el Credo: “Creo en Dios Padre Todopoderoso...en su Hijo único Jesucristo...en el Espíritu Santo”. La invocamos al final de las oraciones principales. Le ofrecemos el sacrificio en la doxología (oración de alabanza) del final de cada Plegaria Eucarística: “por Cristo...a Dios Padre...en la unidad del Espíritu Santo...”. Todo en la Misa es por el Hijo, en el Espíritu Santo, al Padre. Toda la misión redentora de Cristo gira en torno al Padre. Lo que Jesucristo quiere es llevarnos al Padre, reconciliarnos con el Padre. Él es el camino hacia el Padre. Ese espíritu filial de Cristo impregna toda la celebración eucarística. Cuando se participa auténticamente de la Misa, la vida se hace cada vez más trinitaria. Uno va descubriendo cada vez mejor la presencia de la Trinidad en el alma y dialoga con las tres y con cada una de las Divinas Personas. Se podría resumir el núcleo de la espiritualidad eucarística en una sola frase: gloria al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo. Todo converge en Cristo, por el Espíritu Santo, al Padre. DINÁMICA Repartir al azar todas las preguntas que se presentan a continuación e invitar a los alumnos a que las respondan en orden del 1 al 14. Después de escuchar cada respuesta, el monitor puede profundizar al respecto, para lo cual puede apoyarse en las “respuestas sugeridas” que se ofrecen. 1. ¿Por qué crees que es importante comenzar la Misa declarando nuestra realidad de pecadores? 2. ¿Cuál debe ser mi actitud al escuchar la Palabra de Dios, especialmente el Evangelio? 3. Nombra algunos momentos de la Misa en donde ves más claramente el carácter comunitario (no individualista) de la celebración, momentos en los que rezamos como pueblo de Dios, como hermanos e hijos del mismo Padre. 4. ¿Cómo debo participar en el ofertorio? 5. ¿Qué significan las gotas de agua que el sacerdote vierte sobre el vino durante el ofertorio? 6. ¿Cuál es la parte central de la Misa? 7. ¿Por qué nos arrodillamos durante la Consagración? 8. ¿Qué significa el gesto de la fracción del pan? 9. ¿Que requisitos se requieren para comulgar y a qué nos compromete el hecho de comulgar? 10. ¿Cuándo un pecado es grave (o mortal)? 11. ¿Qué significa el “amén” que pronunciamos previo a comulgar? 12. ¿Cuáles son los frutos de la Comunión? 13. ¿Qué sentido tiene el “sagrado silencio” que hacemos después de comulgar? 14. ¿Qué significan las palabras finales del sacerdote: “Podéis ir en paz”? ¿Qué compromiso involucra para nosotros esas palabras? Respuestas sugeridas I. ACTO PENITENCIAL: En ese momento declaramos nuestra realidad de pecadores, nos confesamos pecadores de pensamiento, de palabra, de obra y de omisión. Este acto se realiza con una confesión comunitaria ya sea mediante la oración del “Yo pecador” (yo confieso ante Dios Todopoderoso...) o bien respondiendo al sacerdote las tres invocaciones seguidas de “Señor ten piedad”. Finalmente, el sacerdote pide a Dios que tenga misericordia de nosotros. En este momento conviene traer a la memoria alguna falta que sea constante en la vida de cada uno, o alguna falta que se haya cometido recientemente. Es un momento de diálogo con Cristo para poner en su presencia un aspecto concreto, negativo, de nuestra vida. Este momento sirve para tomar conciencia de la grandeza de la celebración en que vamos a participar y también para ponernos en nuestro sitio, recordando que somos pecadores y que tenemos necesidad de ser purificados. En la medida en que uno se siente pecador, en esa misma medida uno aprovecha la Misa, pues comprende la necesidad que tiene de Dios. El acto penitencial no tiene el valor de una confesión sacramental; los pecados mortales sólo se perdonan en el Sacramento de la Reconciliación. Sin embargo, para quien hace con conciencia y arrepentimiento este acto penitencial, todas sus imperfecciones, debilidades y pecados veniales le quedan perdonados. A la invitación del sacerdote a la penitencia se responde públicamente con el "Yo confieso...". 2. LITURGIA DE LA PALABRA La Liturgia de la Palabra pretende recordar la historia de la salvación, es decir, revivir todo el esfuerzo que Dios ha hecho y está continuamente haciendo para salvar a los hombres. El esquema ritual de la liturgia de la Palabra está estructurado a manera de diálogo entre Dios y su Pueblo: Primera lectura del Antiguo Testamento (de los Hechos de los Apóstoles o de las cartas de los Apóstoles): Dios habla a su Pueblo a través de la Ley y los Profetas. Salmo responsorial: El pueblo responde a Dios y medita la Revelación. Segunda lectura: Dios habla a través de los Apóstoles. Aleluya: El pueblo de Dios aclama a Cristo Maestro. El sacerdote que proclama el Evangelio signa el libro y se signa la frente, los labios y el pecho. (Los fieles se santiguan para que la Palabra de Dios entre en la mente, se proclame luego con los labios y se lleve siempre en el corazón). Evangelio: La lectura del Evangelio se rodea de especiales signos de respeto y de fe, porque es Cristo mismo quien nos revela la Palabra del Padre. El sacerdote concluye la lectura con un beso a la Biblia como signo de veneración por esta Palabra, y recuerda su valor salvífico diciendo en secreto: "Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados". Debemos oír la Palabra de Dios con la actitud de quien se interroga ¿qué es lo que Dios me quiere decir y /o pedir a mí en esta Misa? De forma que aun en los casos en que no hubiera homilía, podamos salir de la iglesia recordando alguna idea o alguna luz que el Espíritu Santo nos transmita por medio de las lecturas. La Palabra bien escuchada y bien recibida debe producir siempre una inquietud, admiración y un deseo de conversión. Nuestra actitud al escuchar la Palabra de Dios debe ser, primero, de apertura de corazón ante el mensaje que contiene y, luego, de respuesta a Él, buscando obedecer y hacer siempre la voluntad de Dios. La Palabra de Dios es proclamada desde el “ambón.” Podríamos decir, que el “ambón”, al igual que la “mesa de la Eucaristía”, es una verdadera “mesa” ya que desde allí se alimenta nuestra fe. En la homilía o predicación, el sacerdote, explica este mensaje al pueblo de Dios, orientándonos para aplicarlo en la vida diaria. El pueblo de Dios acepta esa manifestación de Dios y responde expresando el símbolo de la fe: el Credo o profesión de fe. 3. CARÁCTER COMUNITARIO DE LA MISA. Como ya dijimos, la Misa es un acto colectivo de culto a Dios. La Eucaristía no es una acción privada a la que acudimos como creyentes individuales, sino celebración de la Iglesia, pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo. La asamblea eucarística es una comunidad llamada a ser “un solo cuerpo y un solo espíritu”. La esencia del espíritu comunitario no es el “ambiente familiar” que nos hace sentirnos bien o cómodos en torno al altar, sino el saberse responsable interior y exteriormente el uno del otro; es la conciencia de ser miembros de un mismo Cuerpo, de ser todos hermanos, hijos de un mismo Padre en Cristo Jesús. Este aspecto comunitario se expresa a lo largo de toda la celebración; podemos señalar algunos momentos: - Oración de los fieles: Después de la Homilía del sacerdote, todos juntos oramos pidiendo al Padre por las necesidades de la Iglesia y del mundo, con la certeza de ser escuchados. - Colecta: Durante la liturgia eucarística compartimos nuestros dones materiales con los más necesitados. - Intercesiones: Es una oración en comunión con la Iglesia universal. Durante la Plegaria Eucarística, rogamos a Dios por nuestros pastores y por todo el pueblo de Dios. Aquí también ponemos ante Dios a nuestros seres queridos ya fallecidos y a todos los difuntos. Termina el sacerdote pidiendo, por la intercesión de la Santísima Virgen y de todos los santos, que nosotros también alcancemos la patria eterna. - Padrenuestro: comienza el Rito de Comunión con la oración que el Señor nos enseñó y que expresa mejor nuestros ideales y nuestra fraternidad. Las palabras con las que el sacerdote nos invita a rezarla, producen ese sentido de familia y ese ambiente de confianza en el cual los hijos se dirigen con libertad y gozo a su Padre. - Rito de la paz: Este rito también refleja nuestra condición de hermanos, hijos de un mismo Padre. La paz, en el lenguaje bíblico, representa la suma de todos los bienes mesiánicos. El sacerdote pide a Cristo el don de la paz, que no es sólo el don de la tranquilidad, sino también el don de la salvación, y luego se la desea a los fieles. Finalmente, nos invita a intercambiar un signo de esta paz. 4. OFERTORIO Se presentan el pan y el vino como ofrenda a Dios, para que sean convertidos en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. El reconocimiento de lo que Dios nos ha dado podría quedar incompleto, e incluso quedarse en puras palabras, si no fuera acompañado de la ofrenda de nuestra propia vida. En la santa Misa el sacerdote recuerda que el sacrificio es "mío y vuestro"; todos debemos ofrecerlo junto al sacerdote. Entonces, el momento del Ofertorio es también el momento de nuestro ofrecimiento personal a Dios. Cuando el sacerdote dice: "Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan (por este vino)...", nosotros debemos poner espiritualmente en la patena y en el cáliz nuestro ser entero. Es el momento de ofrecer nuestra vida por medio de Jesucristo, para que se digne aceptarla, bendecirlas y santificarlas. Nuestra vida quiere decir todo: oración, trabajo, recreación, deportes, estudio, familia, amistades, pololeo, proyectos, alegrías, penas, sufrimientos, inquietudes, esperanzas... Debemos llevar ante el altar la parte negativa de nuestra vida para sacrificarla. Todo lo moralmente malo, tendencias torcidas, caracteres difíciles, maneras de ser improcedentes, nuestro egoísmo, nuestra incapacidad de perdonar, amistades peligrosas, los pecados... Nada de esto debe quedar fuera del altar. Debemos ofrecerlo para que el Señor lo transforme. También debemos llevar al altar la parte buena, ofrecerla al Señor para que Él saque frutos de santidad de ella, para nosotros y para los demás. Buenas cualidades, rectas tendencias, buen carácter, buenos hechos sociales, familiares, personales... Nada de lo bueno hay que dejar fuera del altar, sería dejarlo con una bondad natural, sólo a ras de la tierra, sin trascendencia. Hay que ofrecerlo para promocionarlo, para hacerlo sagrado, para “sobrenaturalizarlo”. Ofrezcamos siempre de corazón toda nuestra vida junto con el sacrificio de Cristo. Lo malo para que desaparezca, lo bueno para que se potencie. Esta doble ‘ofrenda’ nos convierte en víctimas y en hostias agradables al Padre. El ofrecimiento de la vida del hombre tiene su sentido en la transformación, Solamente seremos transfigurados, transformados, en cuanto nos ofrezcamos. Después del Ofertorio ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a Dios. 5. SIGNIFICADO DEL GESTO DE MEZCLAR UNAS GOTAS DE AGUA AL VINO En la solemnidad de la Misa se ofrecen al Señor pan y vino, mezclado con agua. Las gotas de agua simbolizan la unión de los fieles a Cristo, es signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana; significa también lo que nosotros aportamos como sacrificio al sacrificio de Cristo. En este gesto se representa también la pasión del Señor, ya que ambos, sangre y agua salieron de su costado en su pasión. San Cipriano, a mediados del siglo II, escribió sobre este gesto litúrgico, lo siguiente: “En el agua se entiende el pueblo y en el vino se manifiesta la Sangre de Cristo. Y cuando en el cáliz se mezcla agua con el vino, el pueblo se junta a Cristo, y el pueblo de los creyentes se une y junta a Aquel en el cual creyó. La cual unión y conjunción del agua y del vino de tal modo se mezcla en el cáliz del Señor que aquella mezcla no puede separarse entre sí. Por lo que nada podrá separar de Cristo a la Iglesia (...) Si uno sólo ofrece vino, la Sangre de Cristo empieza a estar sin nosotros, y si el agua está sola el pueblo empieza a estar sin Cristo. Más cuando uno y otro se mezclan y se unen entre sí con la unión que los fusiona, entonces se lleva a cabo el sacramento espiritual y celestial” (Carta Nº 63, 13). 6. CONSAGRACIÓN La Consagración es el momento central de la Misa. La fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu Santo hacen sacramentalmente presente bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre. Esto ocurre cuando el sacerdote pronuncia sobre el pan y el vino las palabras que pronunció Cristo en la Ultima Cena: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo... Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre...”. Por la consagración del pan y del vino se opera el cambio llamado transubstanciación" (DS 1642). El sacerdote levanta la Hostia consagrada mostrando a Jesús sacramentado y la adora doblando su rodilla. Lo mismo hace con el Cáliz. El momento de la elevación es un reclamo de las miradas y los corazones hacia Cristo, real y sustancialmente presente bajo el velo de las apariencias del pan y del vino. La consagración es el momento en que Cristo dice "sí " a su Padre y se ofrece en perfecto sacrificio de gratitud en obediencia y en amor. Es el momento en que yo también debo unir mi "sí" al "sí" de Cristo. (Sí a mi vocación cristiana concreta, sí a mis deberes de estado, sí a mi apostolado, sí a las pruebas y sufrimientos de la vida...) 7. ALGUNAS DEMOSTRACIONES DE ADORACIÓN Y RESPETO Ante la conciencia de la infinita grandeza de lo que ocurre en el momento de la Consagración, no solo el alma se recoge sino también nuestro cuerpo, en señal de adoración y respeto, por eso, si podemos, nos arrodillamos ante la presencia real de Cristo, presente en medio de nosotros. Un buen ejemplo de esta actitud lo dio el rey de Francia, San Luis IX quien oía Misa todos los días de rodillas sobre el piso desnudo. Una vez, cuando un criado le ofreció un reclinatorio, el Rey le dijo: “En la Misa se inmola Dios mismo, y cuando Dios se inmola, hasta los reyes se arrodillan en el suelo”. En una ocasión le dijeron al Padre Pío: “Padre, ¡cuánto le toca sufrir estando de pie toda la Misa sosteniéndose sobre las llagas sangrantes de sus pies!”. El Padre respondió: “Durante la Misa no estoy de pie; estoy suspendido”. ¡Qué ejemplo! Con aquellas palabras expresaba aquel “estar crucificado con Cristo” del que habla San Pablo (Ga. 2,19). También es decidor el pequeño suceso que se lee en la vida de San Benito. Un día durante la Santa Misa, apenas pronunciadas las palabras: “Esto es mi Cuerpo”, San Benito oyó una respuesta que venía de la Hostia recién consagrada: “¡Y también el tuyo, Benito!”. La verdadera participación en la Santa Misa nos debe hacer hostia con la Hostia. 8. SIGNIFICADO DEL GESTO DE LA FRACCIÓN DEL PAN El origen de este gesto en nuestra Eucaristía está en la cena judía, sobre todo la pascual, la que comenzaba con un pequeño rito: el padre de familia partía el pan para repartirlo a todos, mientras pronunciaba una oración de bendición a Dios. Este gesto expresaba la gratitud hacia Dios y a la vez el sentido familiar de solidaridad en el mismo pan. Muchos hemos conocido cómo en nuestras familias el momento de partir el pan al principio de la comida se consideraba como un pequeño, pero significativo rito. Como el que se hace solemnemente cuando unos novios parten el pastel de bodas y los van repartiendo a los comensales que los acompañan. Cristo también lo hizo en su última cena: “Tomó el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo dio...”. Más aún, fue éste el gesto que más impresionó a los discípulos de Emaús en su encuentro con Jesús Resucitado. “Le reconocieron al partir el pan”. Y fue éste el rito simbólico que vino a dar nombre a toda la celebración Eucarística en la primera generación. Primer significado de este gesto: el Cuerpo “entregado roto” de Cristo La fracción del pan puede tener, ante todo, un sentido de cara a la Pasión de Cristo. Este gesto simboliza a Cristo que se parte para que todos puedan recibirlo. El pan que vamos a recibir es el Cuerpo de Cristo, entregado a la muerte, el Cuerpo roto hasta la última donación, en la Cruz. En el rito bizantino hay un texto que expresa claramente esta dirección: “se rompe y se divide el Cordero de Dios, el Hijo del Padre; es partido pero no se disminuye: es comido siempre, pero no se consume, sino que a los que participan de él, los santifica”. Segundo significado: Signo de la unidad fraterna El Misal Romano explica: “por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles”. “El gesto de la fracción del pan que era el que servía en los tiempos apostólicos para denominar la misma Eucaristía, manifestará mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que un solo pan se distribuye entre hermanos” (IGMR 48, 283). El cuerpo de Cristo resucitado ya no es como el nuestro, es un cuerpo glorioso, está entero en cada parte de la Hostia, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo. Ante la grandeza de este sacramento, y antes de recibir a Jesús sacramentado, el sacerdote junto a los fieles responden con las palabras llenas de fe y humildad de aquel centurión del Evangelio que mereció la alabanza de Cristo: "Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme" (Mateo 8,5s.). Significado del gesto de dejar caer una parte de la Hostia en el Cáliz Según una antigua tradición, este gesto significaba la unidad con el Papa. Al juntar Cuerpo y Sangre se quiere significar también la resurrección de Cristo. 9. COMUNIÓN (responde las preguntas 9 a la 13): Después de la Consagración, la Comunión es el momento más importante de la Misa. Primero comulga el sacerdote y luego los fieles. Es el momento en que recibimos la gracia de la unión estrecha e íntima con Cristo, y en Cristo, con toda la Iglesia. Al acercarnos a comulgar, el sacerdote nos recuerda a quién recibimos: "El Cuerpo de Cristo", y nosotros respondemos: "Amén". Este amén no es la proclamación de una simple convicción intelectual. Equivale a decir a Cristo: "Quiero que toda mi vida esté de acuerdo con tu vida, con tu Evangelio"; es decir "sí" al sacrificio de Cristo y unir a él nuestro sacrificio. Un buen modo de prepararnos para recibir la Comunión lo enseñaba San Luis María Grignion de Montfort y consiste en invocar a la Santísima Virgen inmaculada (sin pecado), pidiéndole que nos haga recibir a Jesús con su humildad, su pureza y su amor, invitando a la santísima Virgen a que habite en ese momento en nuestro corazón, primero para obsequiarle el regalo más preciado, a su Hijo Jesucristo; y luego para que Jesús, que la ama en forma excepcional, al encontrarse con Ella, quiera descansar y quedarse aunque sea en nuestra pobre e imperfecta alma. La procesión de comunión o fila que hacemos es un signo litúrgico que expresa que somos caminantes y en el camino nos alimentamos con Jesús muerto y resucitado, hecho alimento de Vida eterna. La comunión es el pan de los fuertes, es el alimento para nuestro espíritu. Con Jesús, “todo lo puedo” (Flp. 4,13). Por eso, San Vicente de Paul podía preguntar a sus misioneros: “Cuando habéis recibido a Jesús, ¿puede haber un sacrificio imposible para vosotros? Todos los días debo alimentar mi alma como debo alimentar mi cuerpo para darle fuerza. San Agustín enseña: “La Eucaristía es un pan cotidiano que se toma como remedio de nuestra cotidiana debilidad”. Cuando no podemos comulgar sacramentalmente, tenemos siempre a nuestro alcance la Comunión Espiritual. Mediante la comunión espiritual se satisfacen los deseos de amor de quien quiere unirse a Jesús. Es una unión espiritual pero real, “porque el alma vive más donde ama que donde vive”, dice San Juan de la Cruz. Es evidente que la Comunión Espiritual supone la fe en la presencia real de Jesús en el Sagrario, implica el deseo de la Comunión Sacramental y exige el agradecimiento por el don recibido. Todo esto está expresado en la oración de comunión espiritual que se encuentra en el anexo N°1. Para recibir sacramentalmente la sagrada Comunión debemos estar plenamente incorporado a la Iglesia Católica y hallarnos en gracia de Dios, es decir sin conciencia de pecado mortal. Quien es consciente de haber cometido un pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar, ya que si no lo hiciera así, estaría agregándole a su pecado un segundo pecado, el pecado de sacrilegio. San Ambrosio decía que “los sacrílegos van a la Iglesia con pocos pecados y se van de ella con muchos”. Son también importantes el espíritu de recogimiento y de oración, la observancia del ayuno prescrito por la Iglesia y la actitud corporal (gestos, vestimenta), en señal de respeto a Cristo. Quien está en pecado grave, está en una situación de rechazo a Dios y del Evangelio y si comulgara estaría haciendo un acto contradictorio, ya que comulgando estamos ofreciendo nuestra vida al Señor, sin embargo, con los actos lo estamos rechazando. Condiciones para que haya pecado grave o mortal. Para que haya pecado mortal, se requiere que la acción reúna tres condiciones: materia grave, plena advertencia y perfecto consentimiento. 1. Materia grave. Para que se dé el pecado mortal se requiere materia grave, en sí misma (Ej. el aborto) o en sus circunstancias (Ej. por el escándalo que puede causar). Para reconocer si la materia es grave, habrá que decir que todo aquello que sea incompatible con el amor a Dios o el amor al prójimo, señales resumidas en los 10 mandamientos, supone materia grave. 2. Plena advertencia. En primer lugar la advertencia se refiere a dos cosas: - Advertencia del acto mismo: es necesario darse cuenta de lo que se esté haciendo (p. Ej., no advierte totalmente la acción el que está semidormido); - Advertencia de la malicia del acto: es necesario advertir aunque sea confusamente que se está cometiendo un pecado, un acto malo. Cabe también decir que la advertencia moral no comienza sino cuando el hombre se da cuenta de la malicia del acto: mientras no se advierta esta malicia no hay pecado. Sin embargo, también es preciso señalar que para que haya pecado no es necesario advertir que se está ofendiendo a Dios; basta darse cuenta aunque sea confusamente que se realiza un acto malo. 3. Perfecto consentimiento. Como el consentimiento sigue naturalmente a la advertencia, resulta claro que sólo es posible hablar de consentimiento pleno cuando ha habido plena advertencia del acto. Si no hubo advertencia plena del acto o de su malicia, puede también decirse que falla el perfecto consentimiento para la realización de ese acto o para su imputabilidad moral. Es importante distinguir entre “sentir" una tentación y “consentirla”. En el primer caso se trata de un fenómeno puramente sensitivo del hombre, mientras en el segundo es ya un acto plenamente humano, pues supone la intervención positiva de la voluntad. Así, “sentir” una tentación no es pecado; solo lo es si “caemos” en esa tentación. Es importante recordar que es ilícito proceder con duda: debe salirse de ella antes de actuar. Frutos de la Comunión: Al comulgar recibimos de ordinario los siguientes frutos: a. Acrecienta nuestra unión con Cristo. Cuando comulgamos nos unimos íntimamente con Jesús: Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él (Juan 6,56). Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí (Juan 6,57). Quienes reciben a Cristo proclaman unos a otros la Buena Nueva de la resurrección. b. Conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Así como el alimento material nos hace más fuertes, al comulgar nos fortalecemos espiritualmente, crecemos en la vida cristiana, es alimento para nuestra peregrinación a la muerte. c. Nos separa del pecado. La Eucaristía no podría unirnos a Cristo si no nos purificara de nuestros pecados y nos preservara de los pecados futuros: “Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio” (San Ambrosio). d. Fortalece la caridad. La vida cotidiana tiende a debilitar la caridad, por eso al comulgar nuestro amor aumenta. Además al comulgar se nos perdonan los pecados veniales. Todo esto con la ayuda del Espíritu Santo. e. Nos preserva de futuros pecados mortales. Gracias a la caridad que la Eucaristía enciende en nosotros, se nos hará más difícil romper la amistad con Cristo por un pecado mortal. Pero reiteramos que la Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. f. Fortalece la unidad del Cuerpo místico. Los que comulgan se unen más estrechamente a Cristo. Él los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (1Corintios 12,13). La Eucaristía cumple esta llamada: El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo?, y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan (1Corintios 10,16-17). g. Entraña un compromiso en favor de los pobres. Para recibir verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (Mateo 25,40): “Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso” (San Juan Crisóstomo). h. Fortalece la unidad de los cristianos. Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen en él. Ante la grandeza de este misterio, San Agustín exclama: “¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!” (Catecismo Nº 1391 – 1401). Sagrado silencio Después de la Comunión, viene un gran momento de silencio en acción de gracias, donde cada uno da gracias en su alma por los beneficios que ha recibido, pero muy en especial por el beneficio inmenso de la Comunión, por la visita que el mismo Cristo hace a su alma. San Cirilo de Alejandría, Padre de la Iglesia, se vale de la siguiente imagen para ilustrar la fusión de amor con Jesús en la Santa Comunión: “De la misma manera que calentando juntos dos pedazos de cera, la cera de ambos se convertirá en una sola masa de cera, así yo creo que quien se alimenta de la Carne y de la Sangre de Jesús, queda fundido de la misma forma con Él y se encuentra que está él en Cristo y Cristo en él”. Santa Teresa de Jesús recomendaba a sus hijas (espirituales): “Entretengámonos cariñosamente con Jesús y no perdamos la hora que sigue a la Comunión: es un tiempo excelente para tratar con Dios y para presentarle los intereses de nuestra alma…..debemos tener gran cuidado en no perder tan bella ocasión de tratar con Él”. Por lo menos, por educación, cuando se recibe un huésped, uno se interesa y conversa con él……... ¡Cómo no hacerlo si este huésped es Jesús!….Después de la Comunión, hagamos lo posible por estar, al menos, unos minutos dando gracias a Dios. Estos minutos en los que Jesús está presente en nuestra alma y en nuestro cuerpo, son minutos de Cielo que no debemos desperdiciar. Este es el tiempo más real del amor íntimo con Jesús. En el momento de acción de gracias es cuando debemos pedirle a Cristo la gracia de la fortaleza para ese vivir crucificados con Él que exige toda vida cristiana y apostólica. Es también el momento de presentar a Cristo nuestra indigencia, nuestras necesidades espirituales, para que Él nos conceda las gracias necesarias en el camino hacia Él. Pongamos aquí todos nuestros deseos más elevados: las virtudes que más necesitamos, sobre todo el crecimiento en el amor personal real y apasionado a Cristo y en la adhesión a la voluntad de Dios; las necesidades espirituales y materiales de los nuestros y de todos aquellos a los que se dirige nuestro apostolado; y en fin, la gracia de las gracias para nosotros y para todos los que están bajo nuestra atención apostólica: alcanzar la Vida Eterna. 14. BENDICIÓN FINAL Y DESPEDIDA Antes de finalizar la Misa el sacerdote da la Bendición. La bendición nos garantiza la compañía y la benevolencia de Dios durante toda la jornada, de forma que nuestros actos quedan como consagrados a su servicio. Debemos recibir la bendición con nuestra alma dispuesta al combate espiritual, dispuesta a realizar en la vida lo que ha celebrado en la fe. Finalmente el sacerdote dice a los fieles: "Podéis ir en paz" u otra despedida semejante. Así termina el sacrificio de Cristo y comienza el nuestro, que consistirá en todo lo que nos cueste prolongar la vida de Cristo en nosotros durante toda la jornada, por la vivencia fiel de nuestros compromisos y por el afán apostólico de invitar a otros a compartir esta vida. La expresión: “podemos ir en paz”, es un envío semejante al de Jesús con sus discípulos. Así, la Santa Misa concluye con una misión, “id y contadlo”. Las palabras latinas “Ite Missa est” con las que el sacerdote concluye la Misa, significan literalmente, “Id, esta es nuestra misión”(Mt.28, 18-20). Misión que se refiere a vivir cada día como una constante Misa, pidiendo perdón por nuestros pecados, escuchando al Señor, ofreciéndonos, consagrándonos y uniéndonos a Cristo y a nuestros hermanos en la vida diaria. Un modo práctico de conservar frescos los frutos de la Celebración Eucarística durante el día es visitar a Cristo en el Sagrario o unirnos a Él por medio de comuniones espirituales o de jaculatorias. IV. Compromiso: Preocuparme de participar activamente en cada Misa. ORACIÓN FINAL Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh buen Jesús!, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de ti. Del enemigo malo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén. ANEXO 1 ORACIÓN COMUNIÓN ESPIRITUAL Creo Señor, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar; te amo por sobre todas las cosas y deseo ardientemente recibirte, pero, como no puedo hacerlo sacramentalmente, ven, al menos, espiritualmente a mi corazón. Como si ya estuviera contigo, me consagro y me uno a Ti. No permitas Señor, que me aparte de Ti. Amén. ANEXO 2 PREGUNTAS PARA LA DINÁMICA 1. ¿Por qué crees que es importante comenzar la Misa declarando nuestra realidad de pecadores? 2. ¿Cuál debe ser mi actitud al escuchar la Palabra de Dios, especialmente el Evangelio? 3. Nombra algunos momentos de la Misa en donde ves más claramente el carácter comunitario (no individualista) de la celebración, momentos en los que rezamos como pueblo de Dios, como hermanos e hijos del mismo Padre. 4. ¿Cómo debo participar en el ofertorio? 5. ¿Qué significan las gotas de agua que el sacerdote vierte sobre el vino durante el ofertorio? 6. ¿Cuál es la parte más importante de la Misa? 7. ¿Por qué nos arrodillamos durante la Consagración? 8. ¿Qué significa el gesto de la fracción del pan? 9. ¿Qué requisitos se necesitan para comulgar y a qué nos compromete el hecho de comulgar? 10. ¿Qué significa el “amén” que pronunciamos previo a comulgar? 11. ¿Por qué no podemos comulgar estando en pecado grave? 12. ¿Cuáles son los frutos de la Comunión? 13. ¿Qué sentido tiene el “sagrado silencio” que hacemos después de comulgar? 14. ¿Qué significan las palabras finales del sacerdote: “Podéis ir en paz”? ¿Qué compromiso involucran para nosotros esas palabras?